Los “acuerdos de precios” vienen con trampa
El gobierno contra los salarios
Por Marcelo Yunes
Socialismo o Barbarie, periódico, 10/02/06
El
escenario ya está planteado: la gran pelea de 2006 va a ser por quién
es el principal sostén del súper-superávit fiscal: si los
trabajadores perderán poder de compra del salario frente a la inflación
o si la clase capitalista va a ser obligada a resignar parte de sus súper
ganancias. El gobierno, por supuesto, ya dejó bien clara su postura:
la gran amenaza inflacionaria son los aumentos de sueldos, por lo que
Kirchner salió a decir que el objetivo es que sean lo más bajos
posible.
En el pérfido lenguaje
K, la expresión “todos tenemos que hacer sacrificios” significa
“ustedes, trabajadores, desocupados y jubilados, tienen que
sacrificarse para que las ganancias récord de la patronal y los
acreedores de la deuda no estén en peligro”
La patronal ha cambiado ligeramente de enfoque: si el año pasado decía
que sólo podía haber aumentos basados en la productividad,
ahora dice que todo ajuste salarial debe tener como referencia el índice
de inflación. Ya citamos hace unos números que la Sociedad
Rural, por ejemplo, sugería que el porcentaje de aumento debía ser
el mismo que la inflación pautada en el Presupuesto 2006.
La propuesta del gobierno no es muy distinta: pide “un piso de un 10%
y un techo del 20%”. Los “gordos” de la CGT, modelo de
“prudencia” al servicio de la paz social, reclama un poco más:
piso de 15% y techo de 35%. Pero ya sabemos que los muchachos tiran
eso para negociar por menos…
La
trampa está en marzo
Mientras tanto, el gobierno festeja como un triunfo el índice de
inflación de enero: 1,3%. Pero cuidado: los famosos “acuerdos de
precios” encierran engaños que hay que desentrañar.
Primero, el gobierno hace los acuerdos con la lista del INDEC en la
mano. Es decir, se concentra en aquellos artículos que pueden mover
la medición que hace el instituto oficial, donde el peso de cada
producto en el total de la canasta “estadística” no es igual que
en la canasta real. Así, los productos que tienen mucho consumo
popular pero una ponderación menor en la canasta del INDEC no recibirán
particular atención. Al gobierno le interesa el número estadístico
final, no el verdadero impacto sobre el bolsillo de la población.
Por eso los acuerdos son “quirúrgicos”: no buscan controlar el
conjunto de la canasta, sino los que mide el INDEC. Así se genera un
índice de precios “virtual”.
Esto es más importante de lo que parece. Desde la devaluación hasta
ahora, los salarios, que aumentaron nominalmente un 68%,
pierden “por puntos” contra la inflación, que aumentó un
74%. Pero si consideramos los rubros de más consumo popular
(alimentación y artículos de limpieza), se transforma en una derrota
por nocaut, ya que esos rubros aumentaron un 103 y un 105%,
respectivamente.
Segundo y principal elemento de trampa: tanto el gobierno como las
empresas saben que esos acuerdos son de corto alcance (dos o tres
meses a lo sumo) y que como estrategia para contener los precios es
totalmente insuficiente. Pero cumplen una función muy importante: “dibujar”
un índice relativamente bajo para el primer trimestre.
¿Para qué? Pues para que cuando se hagan las paritarias de los
gremios “testigo” –en marzo o abril–, se tome como referencia
ese índice de inflación trimestral dibujado, contenido
artificialmente y listo para desbocarse. Lo que los economistas llaman
“inflación subyacente” no va a estar presente en las
negociaciones colectivas. Y entonces, todos chochos: la burocracia
sindical va a decir que logró aumentos “por encima de la inflación”
(virtual), la patronal elogiará la “responsabilidad” de la CGT y
el gobierno saldrá a decir que “las variables económicas están
bajo control”. ¿Todos chochos? No: los trabajadores van a tener que
lidiar el resto del año con la inflación real, y para evitar seguir
siendo el pato de la boda, tendrán que salir a la pelea.
Para no hablar de los sectores de trabajadores que están fuera de todo
este esquema. Como señala Claudio Katz en su último trabajo sobre la
economía argentina, el mercado laboral está fragmentado en tres
franjas bien diferenciadas: trabajadores privados en blanco,
trabajadores estatales y trabajadores en negro (sobre todo, pero
no exclusivamente, en la actividad privada). Los únicos que han
logrado cierta recomposición en los dos últimos años son los de la
primera franja, incluida en las paritarias. Pero tanto estatales
–agobiados por la política de austeridad fiscal al servicio del
superávit– como trabajadores en negro (un 47% del total de
la fuerza de trabajo) han visto desplomarse sus ingresos en un
28%. [1]
Precios,
salarios, tarifas, impuestos
A todo esto, las compañías que entraron en los acuerdos de precios ya
empezaron el chantaje: “nosotros ya hicimos el esfuerzo, así
que no vengan a pedir grandes aumentos salariales”. Es una
advertencia bastante explícita a Kirchner de que si el gobierno no
cumple su papel para moderar los reclamos salariales, los acuerdos no
se renovarán y volarán por los aires. Y viceversa: las empresas van
a usar esos mismos acuerdos –y la “inflación controlada” para
el período en que tienen vigencia– como argumento para reclamar
“prudencia salarial”.
Ya el especialista en explotación laboral de la Unión Industrial,
Funes de Rioja, hizo saber que la entidad espera “firmeza del
Gobierno para encauzar la discusión”. Y en la propia CTA reconocen
que “los acuerdos de precios serán una clara restricción para la
negociación colectiva”. [2]
Mientras tanto, el gobierno bate el parche de que la economía sigue
creciendo, junto con el empleo. Pero incluso un consultor cercano al
gobierno como Artemio López reconoce que “los nuevos empleos no
están bien remunerados por la presión del desempleo y el empleo
en negro” y que “el crecimiento económico no introdujo un
cambio sustancial en la matriz distributiva” (Clarín,
5-2-06). Enseguida nos referiremos a la “redistribución”
kirchnerista.
Parte de la “inflación subyacente” o reprimida son las tarifas de
servicios, que tienen a las compañías privatizadas en lista de
espera. Se trata de un rubro delicado, ya que movería el índice de
inflación inmediatamente. ¿Cuál es la política del gobierno? Paró
la renegociación que estaba en curso hasta nuevo aviso. ¿Esto
significa que no habrá aumentos? Para nada, sino que ahora, con el
gobierno lanzado a “frenar las “expectativas” (es decir, a
dibujar la inflación de enero-marzo), el horno no está para esos
bollos. Voceros de Edesur y Edenor cuentan en voz baja que “nos
dicen que eso [los ajustes de tarifas] va a salir, pero no ahora,
que hay que esperar (…) Este tipo de aumentos saldrán cuando la
cosa esté más controlada” (Clarín, 5-2-06).
Más claro, agua: tarifazo va a haber, pero “no ahora”
–eso le daría argumentos a los negociadores paritarios– sino
“cuando la cosa esté más controlada”, es decir, cuando los
trabajadores ya hayan caído en la trampa y firmado los
convenios con cifras convenientes para el gobierno y la patronal.
Lo que es evidente es que toda la política económica del gobierno
–desde el pago al FMI hasta el control de la inflación– tiene una
llave maestra que es el superávit fiscal. Como dicen los economistas,
la caja del Estado rebosante de plata es el ancla que permite manejar
el resto de las variables.
Por eso mismo, este gobierno que se llena la boca con la
“redistribución” mantiene una de las estructuras impositivas más
regresivas del planeta. Cuando se trata de impuestos –es decir, las
arcas fiscales–, se acabó todo “progresismo redistributivo”.
Un estudio reciente muestra que los asalariados obtienen sólo un 25%
del ingreso global generado en la Argentina (en otras épocas llegó a
ser más del 50%), pero, sin embargo, sus
contribuciones representan el 50% de la recaudación impositiva
(Clarín, 7-2-06). Esto es: de cada 4 pesos que se generan de
riqueza en este país, los patrones se quedan con tres y los
trabajadores sólo con uno, pero de cada 4 pesos que se pagan de
impuestos, dos ponen los patrones y dos ponen los asalariados.
¿Cómo es posible? Simple: el impuesto más importante es el IVA, que
grava el consumo. Cuando un trabajador gasta su sueldo, paga un 21% de
impuestos por casi todo lo que compra. Mientras que los ricos consumen
proporcionalmente mucho menos, y muchas de sus formas de atesoramiento
(acciones, plazos fijos, cuentas corrientes) no pagan impuestos.
El colmo de esto es que el impuesto a las ganancias –el principal
impuesto a la renta– está afectando cada vez más a los
asalariados, mientras que los patrones y los ricos conocen mil y una
trampas para no pagarlo.
Los
petroleros de Santa Cruz muestran el camino
Ya decíamos en el número anterior que la escandalosa política de
hacerles pagar impuesto a las ganancias a los asalariados iba a traer
cola. Justamente, el detonante del reclamo de los petroleros de
Santa Cruz fue el rechazo a la idea de que los trabajadores tributen
como si fueran patrones.
Ése es el cóctel infernal que Kirchner les propone a los
trabajadores: baja inflación “virtual” para negociar salarios,
precios en escalada, tarifas esperando su turno y recortes del salario
vía impuestos; todo para engordar el superávit fiscal, madre de
todas las batallas de este gobierno. Continuando y profundizando el
camino recorrido el año pasado, los conflictos que ya despuntan en
2006 y, en particular, la lucha de los petroleros de Santa Cruz,
muestran cuál es la manera de frenar esta política tramposa y
antiobrera.
Notas:
1. Claudio Katz, “Las tendencias de la economía argentina”,
30-12-05.
2. Declaraciones del asesor legal de la CTA, Horacio Meguira. Lo mismo
observa el periodista especializado Alcadio Oña: “con los actuales
acuerdos de precios, el Gobierno pretende contornear –limitar, si se
prefiere– las demandas en las discusiones paritarias que se
vienen” (Clarín, 4-2-06).
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