Rechazar
la tributación del trabajo asalariado
Impuestos
y confiscación del salario (*)
Por
Eduardo Lucita (**)
Enviado
por el autor el 02/03/06
La
muerte del oficial Sayago, que los trabajadores no buscaron y que
deberá ser investigada hasta el final, así como la represión
desatada a continuación, no pueden ocultar el doble contenido del
conflicto petrolero.
Por
un lado es una lucha contra el encuadramiento sindical y las despóticas
condiciones laborales que se derivan de la política de terciarizar
tareas. Esta es una practica de las grandes compañías que por lo
general crean sus propias empresas subsidirias lo que les facilita la
categorización de los trabajadores de esas empresas en actividades y
sindicatos con escalas salariales menores y altísimos niveles de
precariedad.
La lucha por revertir esta
condición de superexplotación –que implica el reencuadramiento
sindical en función de la rama efectiva en la cual trabajan;
incorporación a convenios colectivos con mejores escalas salariales y
mejores condiciones de trabajo– está recorriendo todas las zonas
petroleras del país, pero no es exclusiva de esta actividad.
También
los concesionarios ferroviarios o las telefónicas o Metrovías en
subterráneos, convocan a empresas –que muchas veces son creadas a
tal efecto– para terciarizar tareas. Con el tiempo en todas ellas se
desarrollan conflictos por el reencuadramiento y contra la precarización,
que no sin esfuerzo se vienen resolviendo a favor de los trabajadores.
La
combinación de baja estructura salarial, extensas jornadas y
condiciones de trabajo cercanas a las de principios de siglo, que
caracteriza el régimen laboral de estas empresas, constituye una
contribución nada desdeñable a las fabulosas ganancias que año a año
contabilizan las grandes compañías.
Por
otro lado la lucha de los petroleros de Las Heras está orientada a
subir el piso del “mínimo no imponible” a partir del cual los
trabajadores tributan impuesto a las ganancias.
Con
el actual nivel paga este impuesto casi el 6% del total de la fuerza
de trabajo y alrededor del 17% de los que están en relación de
dependencia.
Esta
situación tiene su origen en la modificación del gobierno de De La Rúa
que rebajó los mínimos no imponibles como mecanismo para recaudar
dinero rápido para las arcas estatales que estaban exhaustas, y que
tanto el gobierno de Duhalde como el actual del Presidente Kirchner
mantienen sin actualizar. En estas condiciones cada aumento
conseguido, aunque no supere la inflación, hace que cada vez más
trabajadores paguen este impuesto. (1)
Incluso
se da el caso de trabajadores que luego de fuertes luchas lograron
aumentos importantes pero, por el pago del impuesto, el salario de
bolsillo es menor que el que percibían antes del aumento. Lo que
constituye una verdadera confiscación del salario. (2)
Para
los petroleros la situación se ve agravada porque por zona
desfavorable perciben salarios mas elevados que la media, pero lo que
el bendito mínimo no imponible no mide es que en esas zonas el costo
de vida es muy superior al promedio del país y que en la desolación
de la estepa patagónica son mucho más desfavorables las condiciones
en que viven y reproducen su existencia las familias obreras.
Sin
embargo es necesario señalar que la actual política tributaria
esconde una cuestión ideológica de fondo, que es el criterio que
impone la tributación del trabajo asalariado. Criterio que equipara
el excedente del salario que supera cierto nivel –1835 pesos en la
actualidad– a la ganancia empresaria, aunque las alícuotas de
tributación resulten diferentes.
Claro
está que la concepción que preside esta política no es otra que la
de maximizar el superávit fiscal –ya sea por incrementar ingresos
de recaudación sencilla o reducir gastos, sea por congelamiento de
salarios estatales o por reducción –en moneda constante– del
gasto social.
El
superávit extraordinario así conseguido se orienta casi con
exclusividad al pago de la deuda, a incrementar las reservas o a
constituir un llamado Fondo Anticíclico, y es muy poco lo que se
deriva a paliar la situación social.
Las
organizaciones obreras deben rechazar de plano esta concepción que
naturaliza la tributación del trabajo asalariado. De hecho los
petroleros de Las Heras plantean “Elevación del mínimo no
imponible o eliminación directa para los trabajadores del impuesto a
las ganancias”. (3)
Incluso
extremando el análisis, la reivindicación de elevar el mínimo no
imponible, o establecer excenciones al pago del impuesto, siguiendo un
razonamiento de corte progresista que propugna que si el capital tiene
excenciones porqué no también el trabajo, es caer en la trampa ideológica
de equiparar la ganancia del capital con la retribución por la
explotación del trabajo asalariado.
Claro
está que este es un debate ideológico que en nada busca empañar o
desplazar la actual lucha de los trabajadores por elevar el mínimo no
imponible o conseguir excenciones. Incluso debiera plantearse también
la elevación del mínimo no imponible en el caso del impuesto a los
Bienes Personales, porque con el límite actual – 103.000 pesos,
también congelado desde 1999– todo trabajador propietario de una
pequeña vivienda debiera pagarlo.
Estas
son reivindicaciones inmediatas pero es necesario que las
organizaciones obreras tengan en claro el sentido último del
cuestionamiento al momento de debatir una nueva y progresiva política
tributaria para el país.
Visto
desde esta perspectiva el conflicto petrolero tiene una dimensión que
supera las reivindicaciones que le dieran origen, porque tiene el
valor de que ha puesto en debate el carácter regresivo de la política
impositiva del país y ha instalado la necesidad de una reforma
tributaria profunda.
Al
calor de esta confrontación se han conocido estudios que muestran que
los trabajadores aportan, por distintos mecanismos contributivos
nacionales, provinciales y comunales, el 50% de la recaudación
impositiva del país. Este dato adquiere mayor significación si se
tiene en cuenta que período a período se baten records de recaudación
y que la presión tributaria es la más elevada en muchos años,
alcanzando casi un 27% del PBI. La contrapartida es que la participación
de los trabajadores en la renta nacional es de apenas un 25%. (4)
Una
reforma tributaria progresiva debe dar vuelta como una media la actual
orientación de la carga fiscal, haciendo que tributen efectivamente
los que más tienen. Desgravando al trabajo asalariado (5), reduciendo
el IVA a los artículos de primera necesidad, incrementando las alícuotas
del impuesto a las ganancias extraordinarias, gravando a las
transacciones financieras hoy exentas, revisando las excenciones que
disfrutan las grandes empresas y sobre todo gravando a la riqueza,
elevando las alícuotas del impuesto a los Bienes Personales.
Porque
de lo que se trata es de terminar con esta política tributaria
regresiva piedra angular de un modelo económico que promueve el
crecimiento de la economía pero acentúa la desigualdad social, la
concentración de la riqueza y la expansión de la pobreza.
Notas:
(*)
Agradezco los comentarios que sobre la versión original me hiciera el
colega Guillermo Gigliani, aunque es solo mía la responsabilidad del
texto final.
(**)
Integrante de EDI–Economistas de Izquierda.
1)
Hasta hace un año atrás el impuesto a las ganancias era pagado por
300.000 trabajadores, pero ahora con los aumentos salariales de este año
son 600.000 los que se ven afectados.
2)
El periodista Ismael Bermúdez en el diario Clarín del
16.02.06 hace un análisis comparativo de un salario de 1999 ajustado
por inflación al 2006. Los resultados muestran que el trabajador
casado con dos hijos no tributaba en 1999, en tanto que en 2006, con
igual salario real, el impacto del tributo era de 5.62% del salario.
Para el trabajador soltero el impacto era de 0.74% en 1999 y del 7.43%
en 2006.
3)
Puede argumentarse que en el Estado del Bienestar, especialmente en
los países donde más se ha desarrollado, norte de Europa, Canadá,
los impuestos son muy altos, incluso los asalariados tributan tasas
muy altas. Pero en esos países el salario neto se compone del salario
disponible (salario percibido menos impuestos) más las prestaciones
sociales que ofrece el gobierno. En muchos países el salario social
(educación, seguridad social, jubilación y otras prestaciones) es
también muy elevado y puede verse como una contrapartida del impuesto
al salario. Pero esta no es ni remotamente la situación en el país,
y no parece que pueda serlo en muchos años.
4)
ver Diario Clarín, ediciones del 7 y 16/02/06.
5)
Aquí hay que establecer un límite porque en caso contrario quedarían
también desgravados los elevados montos que perciben los funcionarios
y ejecutivos, que debiera determinarse hasta que nivel se considera
salario y que son participación en las ganancias u otros conceptos de
ingresos personales. Y debiera discutirse si deben tributar por 4ta.
Categoría o con gravámenes más ligados a la ganancia del capital.
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