La
historia “no oficial”
Las
verdaderas razones del golpe de 1976
Por
Guillermo Pessoa
Socialismo
o Barbarie, periódico, 10/03/06
Paradójicamente, bajo el
gobierno de los “muchachos de la JP”, los motivos del golpe de
Videla quedan no más claros, sino más ocultos. Los ex “peronistas
combativos” devenidos administradores del capitalismo quieren
transformar el 24 de marzo en un canto a la “democracia” colonial.
Los marxistas revolucionarios argentinos, en cambio, ponemos el acento
en lo que los progres no dicen: el lugar que estaba ocupando la clase
obrera, y el terror que ésta le infundía a la clase capitalista,
amenazando con una crisis de dominación. Conocer la verdadera
historia del golpe ayuda a entender por qué los partidos y políticos
del régimen lo repudian a los gritos en las tribunas mientras
trabajan, silenciosamente, para consolidar su nefasto legado.
A
treinta años del golpe más sangriento de la historia argentina, el
gobierno nacional –acompañado lamentablemente por la mayoría de
los organismos defensores de los derechos humanos y el llamado “arco
centroizquierdista”– se apresta a recordarlo con decenas de actos
y espectáculos artísticos. Los ejes claros de dicha celebración son
condenar el terrorismo de estado sin indagar, o mejor dicho,
difuminando, las motivaciones
que llevaron a éste y contra
quiénes centralmente se realizó; junto a la validación
de la democracia burguesa como régimen suprahistórico al cual no
hay forma alguna de superar. Algo así como el
final de la historia, pero en clave progresista.
Sobre
este último aspecto no avanzaremos en este artículo, ya que merece
un desarrollo más in extenso. Digamos solamente que muchos
intelectuales y ex militantes de organizaciones armadas hacen suya
esta caracterización y ejercen un mea culpa de su accionar pasado, sin separar la metodología empleada
de la crítica al
sistema capitalista y sus instituciones, que acompañaba aquélla (Beatriz
Sarlo, Pilar Calveiro, Oscar del Barco y Héctor Schmucler, entre
otros expresan dicha posición).
Para
poder comprender el golpe de 1976 hay que insertarlo en una coyuntura
nacional que abre el Cordobazo y
que éste precisamente viene a cerrar. La existencia de una crisis –incipiente, es
verdad– de dominación política y social es su principal característica.
En uno de los trabajos que más investigó dicho proceso se lee: “Lo
nuevo para la burguesía como clase es que ve
peligrar como tendencia su existencia social. Sus hijos empiezan a
implementar una práctica política que pone en peligro y vulnera las
condiciones que hacen posible su poder social. Entra
en peligro el proceso mismo de reproducción social. Se ha cerrado
un ciclo histórico de luchas económico-político-sociales, y en
donde este enfrentamiento expresa esa ruptura y lo nuevo que
emerge”.[1] Eso nuevo que emerge se manifiesta en corrientes
clasistas y antiburocráticas, radicalización de la juventud y
acercamiento de ésta a los sectores obreros, en donde se intenta una
“lectura” en clave socialista del peronismo, la irrupción de
organizaciones armadas y la emergencia de semi insurreciones populares
como el citado Cordobazo de 1969, que se reiterará hacia 1971 junto a
otros “azos” provinciales. El último gobierno peronista fue el
intento de contener y desviar este proceso, antes de recurrir a la
“salida pinochetista”.
¿Sobre
qué bases económico sociales la burguesía argentina en su conjunto
podía frenar este estado de cosas? La crisis del petróleo desatada
hacia 1974, junto a una cada vez mayor pérdida de ubicación del país
en el mercado mundial, planteaban un escenario en donde cualquier
atisbo de reformismo, e incluso de Pacto Social, estaba totalmente
cerrado. Como muy bien dice un sociólogo: “En definitiva, lo que nos ofrece el proyecto actual de la
burguesía dependiente actualmente en el poder puede resumirse en:
estancamiento relativo, desarrollo distorsionado, desempleo permanente
o creciente, y mayor subordinación al capital extranjero. Para no ser
injusto debe señalarse que todo esto tendría lugar, con suerte, en
un contexto de precios estables y tipos de cambio fijos”.[2]
Si
tenemos en cuenta este sucinto marco explicatorio, la emergencia del
golpe se presentará como necesario e imperioso para la clase
dominante y en especial su sector más fuerte. Ya volveremos sobre
esto.
La
irrupción del Rodrigazo en junio de 1975, ese “plan Martinez de Hoz
en dosis homeopáticas”, como supo decir otro investigador [3],
provoca un hecho inédito: la primera huelga general contra
un gobierno peronista, acompañado del surgimiento de las
Coordinadoras de Gremios en Lucha del Gran Buenos Aires (ver SoB Nº
60). La expulsión tanto del ministro de Economía autor del plan como
de López Rega (mandamás del poder isabelista) reaviva todas las
contradicciones existentes. El gobierno peronista es ya un desgobierno
y sus días parecen estar contados. Videla, comandante en jefe del
Ejército, le pone fecha precisa: noventa días, según señala por la
cadena de radio y televisión en la navidad de ese año.
La
lectura atenta de los principales diarios del país en ese período
nos permite develar las principales motivaciones
del golpe, que son dejadas de lado por la “explicación oficial”.
Veamos: el 4 de marzo de 1976, el presidente provisional del Senado
(el justicialista Luder) declara inconstitucional la posibilidad de
convocar una Asamblea Legislativa para juzgar la labor de la
presidenta y poder parar un posible golpe. “Impotencia
parlamentaria” es el calificativo que la prensa utiliza para
graficar la situación. Una publicación de la época relata un diálogo
entre Isabel y el entonces intendente de Avellaneda, Herminio
Iglesias, en el cual ésta afirma que la llegada de Mondelli al
Palacio de Hacienda en reemplazo de Cafiero tenía como fin hacer
“la tarea sucia”de implementar el plan económico que reclamaban
las FFAA y los sectores más concentrados de la burguesía local e
internacional: “La conclusión de Isabel era: el golpe va a quedar
frenado y, si ganamos un mes, entonces llegamos a las elecciones,
previstas para fines de año”.[4]
El
5 de marzo es el anuncio de las medidas del nuevo ministro: subas de
servicios públicos y combustibles, tregua social y un escuálido 12
por ciento de aumento salarial. Uno de los primeros “logros” del
plan es que parece haber aglutinado un sólido polo opositor: empresariado nacional, sectores
financieros, prensa internacional que habla de “fuerte
escepticismo”, dirigencia sindical, bases obreras a lo largo y ancho
del país, partidos y tendencias políticas tanto con representación
parlamentaria como sin ella y por supuesto aquellas organizaciones que
actúan en la clandestinidad. Paralelamente la APEGE (gremiales
empresarias que agrupan al comercio, la industria y el agro), que ya
había realizado un lock out en febrero, convoca a un plenario para
analizar la situación y anuncia que “este nuevo intento de cargar
sobre la comunidad nacional el peso de la crisis que tiene
responsables concretos, y que no son precisamente los empresarios
descapitalizados ni los obreros empobrecidos, ya
no tiene margen de aplicabilidad: la paciencia de los argentinos
está agotada” (Clarín,
7-3-76, subrayado nuestro).
La
semana tal cual se anunciaba, comenzó con varias medidas de fuerza
con centro en los principales puntos productivos industriales del país,
algunas por tiempo indeterminado, y son acompañadas por
pronunciamientos de repudio a la política económica. Expresión
clara de esto es el paro con asambleas que llevan a cabo los
trabajadores de Mercedes Benz en González Catán. Sus delegados señalaron:
“la situación no podía mantenerse dentro de la normalidad por
mucho tiempo y si las conducciones gremiales no exigían
inmediatamente un replanteo salarial, las bases actuarán por su cuenta, permaneciendo en asamblea
permanente para estudiar nuevas medidas en repudio del plan
Mondelli” (Clarín,
10-3-76, subrayado nuestro). Como un reguero de pólvora se va
extendiendo la conflictividad obrera: Salta, Jujuy, ciudades del
interior de Santa Fe y Córdoba se suman a las ya existentes. En esta
última provincia, la Mesa de Gremios en Lucha realiza el 11 un paro
con abandono de tareas, con el siguiente planteo: “Contra el plan Mondelli, el gobierno, su política; contra el golpe de
estado y la inmediata libertad de Rafael Flores, dirigente del
caucho, Luján y Pedro Flores, de Perkins, y demás desaparecidos”
(Clarín, 12-3-76, subrayado
nuestro).
Como
se observa, hay un salto en
cuanto al tipo de reivindicación: además del planteo
sindical-económico, existe un enunciado
político claro: no es sólo un ministro de Hacienda el problema,
sino el gobierno en su conjunto quien al instrumentar su política
obliga a la lucha y pone como eje estructurador también la cercanía
de un posible golpe, uniendo en su proclama dos términos que acompañarán
ineluctablemente el lustro que viene: militares y desaparecidos.
La
Nación titulará su edición del día con la sentencia: “Advertencia del
estado ante rebeldía sindical: protestas metalúrgicas y mecánicas
en el Gran Buenos Aires y la Capital Federal ante el llamativo
silencio de la central obrera”, y no dejará de expresar su
preocupación ante la “evidencia” de que los gremios rebeldes no
acatan a los cuerpos orgánicos. Por ejemplo: “En el campo laboral se ahonda la fractura... los enemigos de los
dirigentes obreros se han multiplicado y la
lucha... adquiere características muy arduas para los gremialistas,
porque prácticamente les es
imposible sofocar a tales agresores como los personeros marxistas”
(La Nación, 14-3-76, subrayado nuestro). Los días subsiguientes marcan un alza en la conflictividad obrera,
en especial en el interior del país. Buenos Aires parece vivir una
“pausa” en la lucha, junto con la aparición de amenazas y
hostigamiento a dirigentes de base identificados como contrarios a las
cúpulas de sus gremios. Por su parte, la APEGE publica una solicitada
en La Nación en la cual
llaman a un paro para el 18, con la precisa consigna de “queremos
paz y orden”.
En
el plano político sobresalen dos hechos: uno, el discurso transmitido
por cadena nacional del máximo líder del partido de oposición,
Ricardo Balbín (UCR). Confiesa “no tener soluciones”, a la vez
que denuncia a comisiones internas antiburocráticas bajo el epíteto
de “guerrilla fabril”. El otro es la parálisis que vive un órgano
fundamental del régimen democrático constitucional: el Parlamento:
cuesta reunir a los cuerpos legislativos e inclusive algunos
legisladores deciden renunciar a sus cargos. El más resonante es el
del diputado del Frejuli Sobrino Aranda quien fundamenta su decisión
aseverando que “el proceso político está agotado”
; casi al unísono la gran prensa afirma que dicho diagnóstico es
opinión generalizada en vastos sectores de la ciudadanía, lo que
motiva la acusación de golpistas por parte de las cúpulas gremiales.
El 18, la primera plana de los diarios la ocupa las declaraciones del
ministro del Interior, Roberto Ares, negándole vigencia al plan
Mondelli; y vaticinando que “en un mes como máximo el gobierno
pondrá en marcha un plan económico definitivo, en profundidad” al
mismo tiempo que advierte que “cierto recrudecimiento de la
guerrilla provocaría un golpe de estado” y se suma a los elogios
generales que las fuerzas parlamentarias dieron al discurso de Balbín.
El
mismo día, la Asociación de Concesionarios de Automotores de
Argentina (ACARA) publica una solicitada en donde luego de la queja
por el conflicto planteado por los trabajadores mecánicos le
“exige” al Ministerio de Trabajo que “actúe”: “debe poner
fin a este estado de cosas y declarar
fuera de la ley al SMATA, para que esta declaración de ilegalidad
surta sus efectos: despido de los instigadores, aplicación de la ley
antisubversiva y procesamiento penal de los culpables”
(Clarín y La Nación, 18-3-76, subrayado nuestro).
El
último fin de semana previo al golpe encuentra a varios sectores de
la producción dispuestos a vencer la “parálisis gubernativa” y
actuar en consecuencia. Jorge Aguado, de CARBAP (Confederación de
Asociaciones Rurales de Buenos Aires y la Pampa) exalta la “acción
gremial cívica”, eufemismo
para alentar el desabastecimiento, y la solidaridad contra la
“insurgencia fabril”.
Gigantescas
solicitadas firmadas por una no identificada “Liga pro
comportamiento humano” aparecen en absolutamente todos los diarios
del país, con eslóganes sugestivos como el de “Blanca y celeste
aunque nos cueste” y
aquella que muestra la imagen de un soldado mientras se lee: “No estás
solo... tu pueblo te respalda... Tu
guerra es limpia... Porque empuñas la verdad con tu mano”. Ningún sector salió a criticar o responder. Es más, las
propias 62 organizaciones, en otra solicitada redactada el 23 de
marzo y aparecida tardíamente, afirman: “El
movimiento obrero siente un profundo respeto por sus [¡sus!] FFAA
... Ha sentido como propia las heridas que la guerrilla asesina
infligiera a sus soldados. Sabe de sus valores y de la conciencia de
Patria que las anima” (Clarín,
24-3-76, subrayado nuestro).
Como
afirma un editorialista en Clarín
del lunes 22, se acercaba “una semana decisiva”,
al mismo tiempo que enjuicia y le pasa factura a representantes
del cuerpo político y sindical: “Mientras los hombres de las FFAA,
de seguridad y policiales caen todos los días víctimas de la
delincuencia subversiva, los senadores se mostraron reticentes en
aprobar un proyecto que contemplaba la aplicación del Código de
Justicia Militar en las zonas que sean declaradas de emergencia... La debilidad
de la dirigencia gremial quedó evidenciada recientemente cuando
dio su apoyo al llamado Plan Mondelli. En el Gran Buenos Aires y en
los principales centros industriales del interior del país se
efectuaron paros, manifestaciones y asambleas, convocadas, en gran
parte, por comisiones de lucha
al margen de los dirigentes de los sindicatos”.
Llegaba
de esa manera el “día D”, y serán nuevamente los dos mayores
periódicos del país los que en sus editoriales luego del golpe mejor
expresen la nueva relación de fuerzas establecida y sus propósitos
inmediatos. Con un tono más épico, uno dirá: “Desde este y otros
medios de prensa se alzaron voces que señalaban la necesidad de una
urgente rectificación en los métodos de gobierno, al tiempo que
reclamaban una acción efectiva para superar
la crisis que amenazaba destruir las bases materiales del país y
disgregar de manera irreparable el ser nacional. La Argentina
necesita de la virilidad,
la lucidez y el trabajo de sus habitantes, y por sobre todas las
cosas, de la inteligencia, el coraje
y la determinación de sus gobernantes” (Clarín, 25-3-76,
subrayado nuestro).
Por
su parte, La Nación se
deshacía en elogios hacia la Junta de Gobierno pero dejaba para el
final un saludable deseo: “En
el campo laboral concluyó una época... es preciso restringir
la declaración de huelgas... El
país requiere una legión de trabajadores disciplinados, los
necesita también provistos de una sólida cobertura contra influencias
malsanas, contra halagos cargados de veneno oculto que intoxica
cuando no mata las virtudes del hombre, su dignidad su independencia
para actuar libremente sin riesgos ni amenazas” (La
Nación, 25-3-76, subrayado nuestro).
La
importancia de estudiar el golpe se halla en que
debe ser visto como el instrumento “preventivo” de un posible pasaje
a posiciones más radicales y proto revolucionarias de sectores
importantes de las clases subalternas y en especial de la clase obrera
como caudillo de éstas. La preocupación por “cortar la víbora
insurgente” recorre todo el arco de actores sociales y políticos de
la clase dominante. No es casualidad que términos como “orden” y
“paz” están en boca de todos ellos, y en definitiva el dejar caer
al gobierno radica en la comprobación de que éste da muestras de no
poder garantizar dichos objetivos.
Por
otro lado, el ciclo de
“reactivación económica” que el capitalismo mundial había
vivido desde la finalización de la Segunda Guerra, y que en
cierta forma fue el presupuesto de los llamados “populismos” o
“estados keynesianos” del período, estaba
tocando a su fin. Por eso Martínez de Hoz, en el discurso del 2
de abril de 1976 al presentar su proyecto económico podrá decir que
“hay una Argentina que muere: la del estado elefantiásico que
subsidia empresas ineficientes y cobija tanto a empresarios indolentes
como a sindicalistas inescrupulosos” (La
Nación y Clarín, 3-4-76).
Las
consecuencias de ello llegan hasta hoy, década del 90 y globalización
mediante: una estructura social concentrada y que amplía la brecha de
desigualdades sociales, sin espacio alguno para reflotar algún
tipo de burguesía nacional o proyecto medianamente reformista dentro
de los marcos del capitalismo. El
Argentinazo de 2001, en forma aún muy inconsciente, fue un intento
por revertir esta situación. Si la historia debe servir para algo
es precisamente para aprender de ella.
La
tarea que quedó pendiente en 1976 es la estrategia que sigue vigente
hoy:
la clase trabajadora con sus
organismos liderando a los demás sectores explotados e iniciando el
camino a la toma del poder y el socialismo como verdadera superación
de la democracia burguesa, que siempre será preferible a cualquier
tipo de fascismo, pero que no
resuelve sino que encubre en su “cielo laico” la más cruda
desigualdad y alienación humanas. Reafirmar nuestro compromiso
con estas banderas será la mejor manera de recordar y saldar cuentas
con aquel fatídico 24 de marzo.
Notas:
1.
Balve, B: El 69, huelga politica
de masas. Contrapunto, 1989
2.
Braun, Oscar (comp): El
capitalismo argentino en crisis. Siglo XXI, 1973
3.
Horowicz, Alejandro: Los cuatro
peronismos. Hyspamérica, 1984
4.
Citado en Torre, Juan C: Los
sindicatos en el gobierno: 1973-1976. CEAL,
1983.
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