Piedra
libre para Kirchner, que está detrás de las sotanas
Luchemos
por el aborto legal, libre y gratuito
Mujeres
del MAS
Socialismo
o Barbarie, periódico, 14/09/06
“Defender
la penalización del aborto no es evitarlo, pero quienes la defienden
dan a entender que realizan algún tipo de cruzada global contra el
aborto. Sitúan así a los despenalizadores en el incómodo terreno de
aparentes exaltadores del aborto. No hay por qué permitirles que
realicen esta operación tranquilamente. Si ser antiabortista es
tratar de evitar el aborto, entonces sólo somos antiabortistas los
que propugnamos un programa radical de igualdad de los sexos, el
acceso a los anticonceptivos y la absoluta protección social a los niños.
Los penalizadores del aborto no pueden llamarse honestamente
antiabortistas más de lo que pueden llamarse filántropos los que
piden mano dura para evitar la mendicidad callejera.” (Joseph-Vincent
Marques, sociólogo catalán)
Los casos de las dos jóvenes
discapacitadas que resultaron embarazadas por violadores, convirtieron
el tema del aborto en una discusión pública candente y urgente. La
Iglesia puso toda la carne en el asador: movilizó, presionó a médicos
y políticos, presentó recursos de amparo y amenazó con volar un
hospital. El Estado, por su parte, dejó “actuar a la Justicia”,
con los desastrosos resultados que ya hemos visto, sin que el
kirchnerismo, como corriente política que gobierna el país, emitiera
opinión. La defensa de los derechos de estas jóvenes y sus familias
quedó en manos del movimiento de mujeres, entre ellas la Comisión
por el Derecho al Aborto, que venía haciendo campaña por la
despenalización. Pero a pesar de la Iglesia, de la Justicia y de la
rastrera duplicidad K, la posición de la población fue rotundamente
a favor de las jóvenes y sus familias. Esto fue decisivo para que la
causa judicial, en el caso de Mendoza, cambiara de manos y resolviera
permitir el aborto, aunque el gobernador Cobos (candidato a futuro
vicepresidente K) hiciera frente común con la Iglesia. En el caso
ocurrido en Buenos Aires, por medio de dinero reunido solidariamente,
un aborto clandestino resolvió la cuestión.
Aunque estos casos entran dentro
del aborto no punible por la ley, el gran debate que se armó
alrededor de ellos abre una situación muy favorable para batallar por
una ley de aborto legal, libre y gratuito. Las feministas cercanas al
gobierno esgrimen el siguiente argumento: “hay que ir de a poco,
porque en este país la Iglesia tiene mucha influencia y la gente se
pone en contra”. Así pretenden justificar la doble cara del
kirchnerismo, que por abajo tiene militantes juntando firmas por la
legalización, mientras sus funcionarios se paralizan ante los gritos
de los curas. Esta doble cara ya viene de tiempo atrás, cuando Ginés
se pronunció a favor de la despenalización mientras Cristina, de
viaje por Francia, aseguró que ella no es progresista sino peronista,
y por lo tanto no va a legalizar el aborto.
Este argumento de que “la gente
está en contra” se disuelve mirando las estadísticas: en la
Argentina hay más abortos que nacimientos. El gobierno es quien le da
a la Iglesia el lugar de interlocutor válido en esta discusión,
permitiéndole actuar como si fuera un estado paralelo representante
de lo que piensa la gente. Pero son muy pocos los católicos que piden
opinión a los curas, en cuanto a la vida en general y al aborto en
particular. La gente que se opone a la legalización del aborto, lo
hace por razones que nada tienen que ver con mandatos religiosos
(razones que debatiremos más adelante), y los que están a favor son
en su mayoría católicos. En cuanto encontró un espacio “no
punible” (como son los casos de las chicas discapacitadas) desde el
cual mandar a la Iglesia al cuerno, la gente lo hizo sin pensarlo dos
veces.
Por eso, una campaña seria no
puede dejar de denunciar el papel que el Estado y el gobierno están
jugando en este tema. Cuando el gobierno se decidió a derogar la ley
de obediencia debida, lanzó tal campaña de propaganda que durante
muchos días no se habló de otra cosa que de los crímenes de los
milicos. Podría hacer lo mismo para que se apruebe una ley de educación
sexual pública, un programa de anticoncepción serio y la legalización
del aborto como medida de emergencia. Si no lo hace, es porque no
quiere. El gobierno quiere que esto siga siendo una discusión entre
“sectores”: los curas (nombrados por la TV como “los sectores
antiabortistas”) y las feministas.
No vemos que se pueda avanzar en
esta pelea si las cosas se mantienen en estos términos. Tenemos que
sacar el tema a la calle, promover la movilización de las mujeres,
organizarnos en los barrios pobres, no para que venga una socióloga a
censarnos, sino para luchar. Y para que se sepa la verdadera acción
del gobierno: Ginés puede haber firmado el petitorio a favor del
aborto legal, pero en los hospitales públicos bajo su mando se sigue
interrogando como a criminales a las mujeres que acuden a atenderse
por secuelas de un aborto. O sea, se sigue asustando a las mujeres
para que no vayan al hospital y se mueran en su casa. Estas muertes
son responsabilidad de Ginés: saquémosle la careta. Y el Encuentro
Nacional de Mujeres, que moviliza cada año a decenas de miles, tiene
que definirse de una vez y echar a la Iglesia del Encuentro. No es sólo
K el que se esconde atrás de las sotanas; también lo hacen los
sectores feministas que prefieren que la Iglesia siga impidiendo que
el Encuentro llegue a alguna conclusión práctica, para no confrontar
abiertamente con el gobierno.
El miedo a decidir
En estos días de debate público,
ronda una idea que podría expresarse así: está bien que se legalice
el aborto “cuando es necesario”. ¿Y cuándo es necesario?
“Cuando hubo violación, cuando hay peligro de muerte para la mujer,
cuando la familia es demasiado pobre, cuando el bebé puede nacer
enfermo... pero el aborto no tiene que ser libre, porque las pibas son
muy irresponsables, y no se cuidarían y se harían abortos todo el
tiempo.”
Cuando pasó lo de Romina
Tejerina, una chica de un barrio muy pobre nos decía: “está bien
que la metan presa, porque si no, todas las mujeres van a hacer lo
mismo”. Esta increíble idea de que las mujeres son unas fieras
agazapadas que sólo esperan que les suelten la soga para asesinar en
masa a sus hijos, reaparece (algo atenuada) en esta discusión:
sobrevuela la idea de que, si el aborto se legaliza, las mujeres
correrán a hacerse abortos en medio de una fiesta de promiscuidad.
A nuestro entender, el aborto es
necesario en cualquier caso de embarazo no deseado, que ocurre porque
a las mujeres, sobre todo a las más pobres, se les ha expropiado la
capacidad de pensar en su sexualidad sin sentirse culpables. Quizás
las chicas ya no se sientan “una puta” si se acuestan con el
novio, pero sí se sienten putas si le exigen que se ponga un
preservativo, porque así aparecen manejando la situación, en vez de
ser la palomita indefensa arrebatada en alas del amor que les han
ordenado ser. Este miedo es lo que produce miles de mujeres haciéndose
abortos, y no precisamente asociados con el goce, sino en medio de la
pesadilla de dolor, ocultamiento, ideas de mutilación y culpa que es
el aborto clandestino, que lleva a la muerte a tantas mujeres jóvenes
y pobres.
La idea de que la legalización
del aborto traería más abortos está desmentida por la realidad: hay
más abortos en los países donde está penalizado. Y es que en estos
países, los más pobres, el Estado debe mantener un control más férreo
sobre la vida de la población. No existen países donde el aborto sea
ilegal y, a la vez, exista educación sexual pública y anticoncepción
adecuada, medidas que disminuirían la cantidad de embarazos no
deseados y por lo tanto de abortos. La penalización del aborto
siempre está acompañada de la prohibición de la educación sexual
en las escuelas, e incluso la anticoncepción está parcialmente
penalizada: las menores no pueden recibir anticonceptivos sin
autorización de los padres, las mujeres casadas no pueden ponerse un
DIU sin permiso del marido; restricciones que ponen a las mujeres más
cerca del embarazo no deseado y, por lo tanto, del aborto.
Maternidad: deber, poder, querer
Y, por sobre todo, la penalización
moral de la sexualidad, que considera lícita la sexualidad femenina sólo
cuando está asociada a la reproducción, provocando lo que se llama
“maternidad compulsiva”. Pero escarbemos un poco: ¿Es sólo la
Iglesia la que necesita esta represión? ¿O más bien es un
instrumento que la ejerce y la justifica? En el anterior Encuentro de
la Mujer, después de divagar un par de horas, las chicas del Opus Dei
confesaron la verdad, por boca de una madre de cuatro niños
adoptivos: “Los hijos que ustedes no quieren, nosotros los
queremos”. Clarísimo: ustedes, las pobres, tengan hijos para
nosotras, las señoras bien. Los salmos del Evangelio recorren miles
de años para disfrazar de santa a una simple burguesa que, como buen
ejemplar de su clase, cree sinceramente que la humanidad es una máquina
creada para servirla. Ella quiere hijos, y si los pobres no se los
fabrican, es pecado.
Esta es la función de la
Iglesia: revestir de santidad las necesidades de la clase dominante de
turno. Y en esto no es nada “rígida”, ya que su idea sobre cuándo
un embrión es persona (en sus palabras, en qué momento adquiere
alma) fue cambiando a lo largo de los siglos cuantas veces fue
necesario.
Agreguemos a esto que detrás de
esta mamá burguesa están los que también “quieren” a nuestros
hijos para venderlos, prostituirlos, alquilarlos a los pedófilos,
explotarlos y venderles drogas. Son muchos los poderosos que necesitan
cantidad de pobres de reserva. Consideremos también la fuerza de
coacción para los trabajadores que significa la necesidad de mantener
a muchos hijos. Y los millones de pesos que se ahorran muchas empresas
pagando miseria por el trabajo domiciliario de las mujeres, que tienen
que trabajar en su casa porque no hay una guardería estatal donde
dejar a sus hijos. Estas son las razones, con Iglesia o sin ella, por
la cual en nuestros países no se legaliza el aborto ni se reglamenta
una educación sexual eficaz, ni hay planes reales de salud que
incluyan la anticoncepción, ni el “gobierno progre” mueve un dedo
para devolver a las mujeres el derecho a decidir sobre su sexualidad o
su trabajo.
Claro que hay sectores de la
burguesía que, en ocasiones, incentivan el control de la natalidad,
por las mismas razones económicas que hoy los llevan a reprimirlo.
Son conocidos los casos de las indígenas peruanas a las que se les
ligaban las trompas compulsivamente, o la situación en China, donde
se incentiva el aborto si el feto es mujer, o en Cuba, donde se lo
incentiva si el feto tiene síndrome de Dawn.
Por eso, en el caso del aborto,
la palabra “libre” tiene un enorme significado. Significa que
la mujer tenga derecho a decidir, y pueda realizarse un aborto
gratuitamente y en condiciones clínicas, y que sólo ella decida si
continuar con su embarazo o no, sin presiones del Estado en ningún
sentido.
Pero el derecho al aborto legal,
libre y gratuito, es sólo un paso para salvar la vida de miles de
mujeres. Es el “triste derecho”, como lo llamó León Trotsky, que
responde a una triste situación. El objetivo que nos tenemos que
poner es el rescate de la mujer trabajadora del rol exclusivo de vaca
paridora, hermano inseparable del rescate de los trabajadores del rol
exclusivo de burro de carga. Al trabajador se lo reprime
“moralmente” con razones parecidas. Si peleás por aumento, todo
el mundo lo entiende. Pero cuando la pelea incluye dejar de hacer
tantas horas extra, dobles turnos o no trabajar los francos, en
seguida se escucha “son unos vagos”. Claro, ¿qué vas a hacer si
no trabajás todo el día? ¿Gozar de la vida? Nones. El placer es
cosa de putas y vagos. Y esta es la basura que los explotadores nos
meten en la cabeza. ¡Y cómo pega! Hasta las prostitutas hacen esa
diferencia: “Yo no soy puta, yo lo hago por plata; putas son las que
lo hacen porque les gusta”.
Sólo si la vida humana deja de
organizarse al servicio del orden y progreso de un puñado de
poderosos, la maternidad dejará de ser “reproducción de fuerza de
trabajo”, materia de cálculos económicos y políticos, y renacerá
como una libre y feliz elección personal, socialmente protegida.
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