El giro de la economía argentina (Segunda parte)
Las contradicciones del esquema actual
Por Claudio Katz Enviado por el autor, 03/02/07
Resumen: El modelo neo-desarrollista enfrenta múltiples
contradicciones. Los funcionarios intentan controlar la inflación
para mantener el techo salarial, pero el margen de esta intervención
es muy limitado. La carestía es motorizada por la primacía
exportadora, el peso de los oligopolios y la baja la inversión.
Frente a la amenaza de un freno energético se otorgan concesiones
impositivas a las empresas. El esquema actual comienza a enfrentar las
duras reglas de la normalidad capitalista, con un nivel de
endeudamiento que afecta la competitividad. La recomposición bancaria
reaviva la concentración financiera y las exportaciones primarizadas
aumentan junto a importaciones de mayor valor agregado.
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Muchos economistas proclaman su confianza planea
en el modelo. Estiman que la vieja crisis externa y fiscal que bloqueó
otros ciclos del ascenso ha sido superada y consideran que la
prosperidad está garantizada por un largo período.
Acostumbrados a evaluar el grado de estancamiento de la economía
nacional han quedado desconcertados por la intensidad de la recuperación.
Del pesimismo inercial han girado a un entusiasmo sin críticas que
desconoce los límites del auge actual. Las frecuentes analogías con
China constituyen un indicio de esta actitud.
En general se pierde de vista el enorme trecho
que faltaría recorrer para recuperar décadas de regresión. Si el
PBI continuara creciendo al 8% durante un decenio se alcanzaría en el
2011 un ingreso per capita de 11.000 dólares, un promedio todavía
inferior al vigente en Eslovenia, Portugal o Grecia, la mitad de la
media de Australia y un tercio del nivel prevaleciente en Dinamarca.
Es cierto que el esquema en curso contiene
desequilibrios diferentes a los modelos precedentes. Pero la
intensidad de estas contradicciones es muy significativa en seis
terrenos.
Los motores de la inflación
Un punto particularmente crítico del modelo es
la carestía. Luego del impacto inflacionario provocado por la
devaluación de 2001, la economía se desenvolvió con incrementos
moderados de los precios. Estos aumentos alcanzaron el 8,8% en el 2003
y el 6,1% en el 2004, pero al año siguiente se registró un
saltó al 12,3%. En el 2006 el gobierno no pudo evitar una suba del
9,9%, es decir un porcentaje muy elevado en términos internacionales.
El impacto social de la carestía tiende a ser
temporalmente variable. Hasta abril del año pasado la canasta básica
de indigencia subió por encima de los precios minoristas y golpeó a
los sectores más empobrecidos. En la segunda mitad del año esta
incidencia fue mayor sobre los consumos de la clase media (servicios,
colegios privados, expensas, alquileres). También se ha registrado
una aguda divergencia entre los precios mayoristas –que desde la
devaluación hasta fin del año pasado subieron 195%- y los
minoristas, que en el mismo lapso treparon 91%. Esta divergencia
anticipa nuevos ajustes en los precios de mostrador.
El efecto real de la inflación está disimulado
por un obsoleto cómputo oficial de una canasta de productos que
subvalora ciertos rubros (alimentación) y sobrevalora otros (como
turismo).
Como todos los antecesores Miccelli se irrita con las cifras que le
disgustan e intenta forzar cambios en la forma de cálculo para
disimular la carestía. Pero esta pretensión coyuntural choca con la
necesidad de preservar estadísticas internacionalmente confiables,
que permitan a los capitalistas decidir inversiones. Esta contradicción
suscita permanentes tensiones.
El trasfondo del problema es la tendencia de la
inflación a desbocarse como consecuencia de tres procesos combinados:
la devaluación, el oligopolio y la baja inversión. Cuándo uno de
los tres motores se atenúa, los restantes operan con mayor
intensidad. El impacto de la devaluación persiste por la continuada
apreciación internacional de las materias primas, mientras los
oligopolios acentúan la brecha entre precios mayoristas y minoristas
y la insuficiencia de la inversión empuja los costos hacia arriba.
El gobierno intenta atenuar esta presión
inflacionaria con mecanismos de regulación. Logró cerrar el índice
del 2006 por debajo del 10% negociando las cotizaciones de ciertos
productos de la canasta (el 20% de estos consumos solo aumentaron
2,5%). Esta intervención es exhibida por algunos oficialistas como un
logro contundente, pero se olvida los conocidos antecedentes de estas
regulaciones. La experiencia indica que los ministros cuentan con un
margen limitado para actuar en este campo. Pueden condicionar muchos
precios, pero no afectar la rentabilidad del grueso de los
capitalistas durante un período prolongado.
Micelli reproduce el sueño de todos los
keynesianos. Aspira a manejar los precios durante la etapa necesaria
para corregir los desacoples que generó la reactivación entre el
ascenso de la demanda y el retraso de la oferta. Pero en algún
momento enfrentará los límites
de esta acción. Bajo el capitalismo los controles de precios están
necesariamente acotados por la competencia, que impone cierto
equilibrio de ganancias entre todos los concurrentes. Como el sistema
funciona sin reglas de planificación, no puede operar en el mediano
plazo con digitaciones estatales de los precios. Estas variables deben
ser fijadas por los capitalistas, en función de sus costos y sus
expectativas de ganancia.
El principal objetivo de los controles actuales
es garantizar un techo salarial. Miccelli ha buscado situar el índice
por debajo del 10% anual para facilitar la acción de la burocracia
sindical en las negociaciones paritarias ya que todo el edificio
neo-desarrollista se asienta en disuadir la lucha social. El segundo
propósito estratégico del control es preservar un tipo de cambio
alto para las exportaciones, que está amenazado por el sistemático
repunte de los precios internos.
Un bache de largo plazo
Nadie sabe cuál es la tasa necesaria
para sostener el
crecimiento en curso, pero todos los analistas sitúan este nivel en
torno al 25-26%. Aunque el porcentaje actual (21-23% del PBI) es
superior a las reactivaciones anteriores, no alcanza para mantener el
ritmo de la recuperación.
Basta recordar que China invierte el 42% del PBI
para crecer al 9% y Corea del Sur el 30% para sostener un ascenso del
6%, para notar cuán insuficiente es la tasa actual si se quiere
preservar el repunte post-crisis del 7-8-%. La renovación sustancial
de la dotación del capital es indispensable para evitar que esa tasa
caiga al 4-5%.
El problema no es solo en el monto de la inversión,
sino también en su perfil. Esta variable se encuentra muy concentrada
en la oferta exportable y en la construcción. Este último sector
absorbe el grueso de los fondos en desmedro de los bienes durables.
También la reducida inversión extranjera se dirige a los segmentos
de exportación que generan poco valor agregado.
La ortodoxia derechista resalta esta limitación
y convoca a incrementar las concesiones a los poderosos para
incitarlos a invertir (“seducirlos”, “garantizar la seguridad
jurídica”, “estabilizar las reglas de juego”). El gobierno
evita este discurso, pero trabaja en la misma dirección. Necesita
hacer buena letra con el establishment porque el esquema
neo-desarrollista depende de los aportes capitalistas. A medida que el
modelo confronte con la competencia global, su consistencia dependerá
de la disposición de los empresarios locales para radicar dentro del
país, los fondos tradicionalmente giraron al exterior.
El nubarrón energético
Otra amenaza que afronta la reactivación es un
freno impuesto por las carencias energéticas. La demanda de
electricidad ha subido al compás del repunte productivo, agotando las
fuentes de aprovisionamiento. Ya se verifican apagones e
interrupciones en el transporte de energía, porque la falta de
inversión ha estrechado el abastecimiento. El cronograma de mejoras
avanza lentamente y la amenaza de un parate energético se prolongaría
hasta el 2011.
En el terreno de la electricidad se ha producido
una típica desproporcionalidad. La generación se mantiene estancada
frente a un aumento del 36% del consumo en solo cinco años. Las redes
de transporte y distribución están saturadas y el cuello de botella
es muy agudo en las zonas metropolitanas.
Edenor y Edesur invierten poco a la espera de
mayores tarifas. El gobierno elude el problema y mantiene intacto el
esquema irracional de provisión segmentada que impuso la privatización.
Niega la crisis y negocia los ajustes que reclaman las empresas, pero
elude tarifazos masivos que encarecerían los costos industriales.
Busca introducir formas indirectas de aumento (cargos específicos),
que obliguen paulatinamente a los usuarios a solventar las inversiones
omitidas por las empresas.
En el sector del petróleo y el gas la situación
es más grave. Aquí la falta de inversión ha conducido a una nueva
baja de las reservas (8,2 años de consumo frente a los 13 años
vigentes a principios de los 90 en el primer caso y 8,6 años frente a
35 años en el segundo). Kirchner improvisa medidas de emergencia. En
lugar de recurrir a la nacionalización que se instrumentó en el
Altiplano firmó un acuerdo de provisión de gas con Bolivia. Por otra
parte, impulsó una escandalosa ley que otorga exenciones impositivas
a compañías que no exploran, mientras obliga a tributar a los
trabajadores petroleros.
El gobierno aliado a Repsol ni considera la opción
de la nacionalización, a pesar del gran sustento latinoamericano que
tendría esta medida. Algunos funcionarios argumentan que esta
alternativa no es viable, porque desde la privatización la propiedad
del subsuelo pertenece a las provincias. Pero incontables leyes se han
cambiado para favorecer a los capitalistas y resulta inadmisible que
el patrimonio de la nación sea manejado por funcionarios locales
asociados con las empresas.
La derecha propone afrontar la crisis energética
aceptando todos los pedidos de las compañías y culpa a la clase
media por los padecimientos de los humildes. Denuncia las encarecidas
garrafas que pagan los pobres y propone penalizar el consumo de gas
natural en las áreas urbanas. Pero no se le ocurre que lo equitativo
es anular los subsidios a las compañías del sector, que operan con
bajos costos de producción por garrafa (7 pesos) y altas ganancias de
venta (25-32 pesos).
Los costos de la deuda
La deuda ya no ocupa la tapa de los diarios pero
continúa afectando seriamente a la mayoría de la población. Es el
principal destino del superávit fiscal e impone una gran acumulación
de reservas improductivas como garantía de pago. El grueso del
excedente logrado por la Tesorería fue derivado en los últimos años
a cumplir con los acreedores. Este sobrante bordeó en el 2004 los
3.000 millones de pesos, alcanzó al año siguiente 9300 millones y
promedió en el 2006 cerca de 8.800 millones. La deuda sigue pesando
duramente sobre el gasto público, como lo prueban los compromisos
asumidos por el presupuesto 2007. Se han comprometido con ese destino
erogaciones por 13.800 millones de pesos, es decir tres veces más del
total asignado a la universidad y 3,5 veces más de lo otorgado a los
planes sociales que financia la Nación.
También persiste el lucrativo negocio de los
banqueros, que en diez meses de especulación con títulos argentinos
logran ganancias equivalentes a lo obtenido con la administración de
bonos estadounidenses durante 7 u 8 años. La deuda es el cimiento de
una nueva relación de Argentina con Venezuela que asegura altos
rendimientos a los intermediarios financieros.
Pero el mayor problema se plantea en el mediano
plazo. El gobierno apuesta a reducir la gravitación del pasivo
mediante una sucesión de cancelaciones, que faciliten la gestión
estatal de esta carga al servicio de la clase dominante. Algunos
promotores de esta estrategia ya cantan victoria y estiman que la
deuda está decreciendo, porque habría decaído del 73% del PBI
(2004) al 70% (2005) y luego al 66% (2006).
Pero no es sencillo continuar por este camino,
especialmente a medida que algunos balances del canje indican que el
recorte del pasivo ha sido más reducido que lo esperado y se
mantienen pendientes de resolución montos muy elevados de pasivos.
Ciertas evaluaciones de mediano plazo ilustran
las dificultades del des-endeudamiento. Si la tasa de interés externa
no sube por encima del 5%, se requería un incremento perdurable del
4% anual del PBI -junto a un persistente superávit fiscal del 3%-
para reducir significativamente la gravitación del pasivo hasta el
2030. La convergencia favorable de estas tres condiciones durante
tantas décadas es poco imaginable.
En cualquier escenario el condicionante de la deuda seguiría pesando
sobre la economía.
Los bancos y el crédito
La recuperación de los últimos cuatro años se
concretó en un marco de estrechez crediticia, como consecuencia del
caos legado por la confiscación de los depósitos. Pero una tasa de
crecimiento del 8% anual no puede sostenerse sin préstamos. El
volumen del crédito que alcanzó el 24% del PBI en la década pasada
se ha reducido en la actualidad al 11 %.
La evolución futura de esta restricción es materia de controversia.
Durante el año pasado se registró una notable
recuperación del sector financiero. Los bancos duplicaron las
ganancias del 2005 y embolsaron 4100 millones de pesos de utilidades.
Este sector logró el segundo lugar entre las actividades de mejor
comportamiento del período y se espera que una evolución semejante
durante el año en curso.
El gobierno ha contribuido activamente a este
repunte, a través de su impulso al fallo de la Corte que convalidó
la pesificación de los depósitos. Por esta vía se legitimó la
expropiación de los pequeños ahorristas y quedó legalmente
consagrado el socorro fiscal a los bancos. Pero lo que más redujo la
convalecencia financiera fue el inesperado crecimiento de PBI. La
intensa reactivación achicó radicalmente el plazo habitual de
cicatrización de un colapso bancario de la magnitud que presentó en
Argentina.
Este continuado crecimiento explica también
porque los préstamos se están incrementando a un ritmo del 35-40%
anual, en un contexto de bajas tasas y ampliación de los plazos. Como
el volumen del crédito es aún pequeño, la recomposición integral
del sistema financiero es todavía incierta, en un país con bajo
nivel de bancarización de la población.
Pero lo más problemático no es la herencia de
la crisis, sino la forma en que se reconstruyen las finanzas. Ya se
observa una nueva concentración de la estructura bancaria en torno a
11 entidades que absorben el 72% de los préstamos y 90 % de los depósitos.
Este nivel de monopolización refuerza una tendencia originada en los
90, cuándo 20 grandes bancos terminaron manejando el 82% de los depósitos.
Actualmente menos de una decena de entidades controlan casi todo el
sistema, reavivando la concentración que detonó el estallido del
2001.
Las flaquezas del comercio exterior
El gobierno exhibe el aumento de las
exportaciones como su gran logro productivo, disimulando que este
avance ha sido solventado por la mega-devaluación que padeció la
población. Se ha pasado de 27.000 millones de dólares de ventas
externas (2002) a 46.500 millones (2006), pero la canasta de bienes
comercializados continúa mayoritariamente integrada por productos o
manufacturas de origen agropecuario (68% del total).
La mejora de las exportaciones no compensa todavía
la escasa la participación del país en el comercio mundial. Esta
incidencia alcanza al 0,39%, es decir la mitad de la tajada
prevaleciente hace cuarenta años y la séptima parte del porcentaje
predominante durante la primera mitad del siglo pasado.
Las limitaciones del sector externo se verifican
también en el aumento de las importaciones que ya bordean los 26.600
millones y crecen más rápido que las ventas externas, con una
composición más desfavorable. Mientras que el 70% de las
exportaciones son bienes primarios, el 85% de las importaciones están
conformadas por productos de alto valor agregado. Con este esquema
exportador no se emula el modelo de los países avanzados y tampoco el
patrón industrial asiático. Solo se ratifica el bajo nivel de
competitividad de la industria argentina.
Por cada tonelada exportada el país recibe 460 dólares,
pero paga 1500 dólares por su equivalente importado.
Esta desventaja es muy notoria en la relación comercial con Brasil. A
pesar del menor crecimiento y el tipo de cambio apreciado que
predomina en el principal socio de Argentina, el nivel de
importaciones provenientes desde ese país aumentó de 25 % (antes de
la crisis) a 34% (en la actualidad).
Argentina ha quedado situada en una compleja
situación intermedia en la competitividad global. Cuenta con un
mercado interno estrecho y de bajos ingresos promedio, no puede
rivalizar con las grandes potencias y tampoco se encuentra en
condiciones de disputar terrenos con los países que detentan un gran
reservorio de mano de obra barata. Esta limitación obstaculiza la
implementación de una estrategia “neo-desarrollista hacia fuera”
(exportador industrial), y “neo-desarrollista hacia adentro”
(industrializar apuntalando el consumo doméstico). La gran ventaja
comparativa del país continúa localizada en el vulnerable potencial
de su producción primaria.
En este cuadro Kirchner busca mantener el tipo de
cambio, como si bastara contraponerse a la convertibilidad para evitar
sus efectos. Pero ni siquiera es sencillo preservar la cotización del
dólar. El gobierno hace lo imposible para contrarrestar la
revalorización del peso comprando divisas e incrementando las
reservas, pero el tipo de cambio real sigue cayendo por el reingreso
de capitales externos, que constituye otro impacto imprevisto de la
recuperación. Este flujo afecta también la paridad cambiaria,
confirmando que no se puede contrarrestar la reducida inversión y la
frágil competitividad con maniobras monetarias.
El ensayo neo-desarrollista está socavado por
seis contradicciones: rebrote de la inflación, estrechez de la
inversión, vulnerabilidad energética, gravitación del
endeudamiento, restricción crediticia y primarización del comercio
exterior. ¿Pero cómo debe analizarse conceptualmente el modelo?
Abordamos este problema en la tercera y última parte de este trabajo.
Una
versión reducida de este texto aparecerá próximamente en el
tercer anuario del EDI
Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su pagina web es:
www.lahaine.org/katz
Es
la opinión de Frenkel
Roberto. “Crecimiento sólido. El debate del nuevo modelo” Página
12, 24-4-06.
Hemos analizado este problema en: Katz Claudio. “La inflación
del modelo”. Realidad Económica n 213, julio-agosto 2005.
Ferreres Orlando. “De dónde venimos y adónde vamos”. Clarín
1-10-06.
Todavía
se negocian 47.400 millones de dólares de compromisos irresueltos
y los balances del canje están indicando quitas efectivas muy
inferiores al 75% que anunció Lavagna. Esta poda pierde cuantía,
si se computa la nueva deuda emitida para cancelar la anterior, el
costo de los bonos indexados y los desembolsos adicionales por
crecimiento. La Nación, 1-12-06.
Schvarzer Jorge, Orazi Andrés “Un escenario de vencimientos que
sigue presentando dificultades”. Página 12, 28-5-06.
Es la opinión de: Vicens Mario. “Balance auspicioso y mucho por
hacer” Clarín, 18-6-06.
La
Nación, 10-12-06. Muchos analistas estiman que ese desequilibrio
se corregirá con el repunte de la economía brasileña que
producirá el mega-plan de inversión pública anunciado por Lula.
Pero esta iniciativa contempla un objetivo de crecimiento moderado
y no será viable si persisten altas tasas de interés.
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