Después de la segunda vuelta en Capital
¿Adónde va el gobierno K?
Editorial
de Socialismo o Barbarie, periódico, 28/06/07
No habían pasado más que minutos de la confirmación de
su triunfo en la segunda vuelta electoral que ya Macri estaba
realizando declaraciones más a
la derecha de lo que fue el tono general de su campaña electoral.
Apelando al viejo y sucio truco de “engañar a la gilada”, lo más
“jugoso” del candidato centro-derechista vino recién
después de definido el pleito comicial. Desde exigirle a Telerman
“enorme austeridad” hasta la entrega del gobierno, pasando por
plantear que habría que “diferenciar entre los docentes que
trabajan y los que no trabajan” (sic), hasta denunciar “el
crecimiento que están teniendo los conflictos sociales”.
Está claro: Macri expresa la cabeza de playa de un sector
burgués que, a tono con tendencias similares en la región, pretende
avanzar en poner límites y
controles a la acción de los gobiernos emergentes luego de las
rebeliones populares. Por esto, una de sus exigencias centrales pasa
por ponerle fin a las
“concesiones” a los sectores populares, imponiendo la mayor
limitación posible a las luchas y movilizaciones obreras y populares.
Una crisis de orientación
Las derrotas simultáneas en Capital y Tierra del Fuego (ésta
con un tinte “centroizquierdista”, aunque el ARI no esté a la
“izquierda” del gobierno) terminaron abriendo elementos
de crisis política en el gobierno. Obligado a postergar el
anuncio de la casi confirmada candidatura de Cristina Kirchner, en el
fondo lo que se debate es la
orientación del por ahora seguro próximo gobierno K. Como
venimos señalando desde estas páginas, el 2007 no
resultó como lo esperaba el matrimonio presidencial. A la
coyuntura de muy duras luchas (que seguimos transitando y que
desbordaron el planteo K de que sólo se trataba de meras expresiones
de las “tensiones de crecimiento”) se le suman elementos de crisis en los pilares del gobierno.
¿A qué nos referimos? A las dificultades que se han
revelado en dos aspectos de las bases de sustentación del gobierno,
que no pueden ser indiscriminadamente atribuidas a la “herencia”
de la catástrofe del 2001.
Por un lado, se acumulan contradicciones en lo que ha sido
el pilar mas importante: la
economía. Si es un hecho que continúa el crecimiento del PBI en
una importante proporción, la suma de problemas y tensiones va
prendiendo cada vez más señales
de alerta.
Veamos someramente. La inflación es creciente a pesar de
los dibujos del INDEK. Ya hemos señalado que la devaluación (medida
tomada por Duhalde) opera como un mecanismo
de protección de la economía nacional.
Aunada a la actual coyuntura de aumento de los precios internacionales
de las materias primas, ha hecho las delicias de toda la patronal
exportadora, tanto del campo como de la industria.
Sin embargo, la compra de los dólares ingresantes al país,
obligan al Estado a emitir una cantidad creciente de pesos, que de una
manera u otra se terminan
transformando en inflación.
Más importante que esto es el hecho que la percepción a nivel
popular de este mecanismo inflacionario alienta
la salida a reclamar, aun a pesar de los pactos de la CGT y el CTA
con el gobierno.
Junto con lo anterior, hay otro grave problema estructural:
luego de la crisis del 2001, los grandes sectores patronales retomaron
la senda de las superganancias; incluso por encima de los ya altísimos
niveles de la década del 90. Sin embargo, y a pesar de la recuperación
de los índices de inversión (bordea alrededor del 24% del PBI), no
por esto deja de haber sectores que vienen llevando a cabo una lisa y
llana “huelga de
inversiones” en la búsqueda de imponerle mayores “garantías”
y mejor “clima de negocios” al gobierno. A la vez, esta
“huelga” o más bien lock-out inversionista es otra fuente de las
superganancias en la medida en que se vive “a cuenta”. Es decir:
se toma el valor transferido por el desgaste de los bienes de capital
al tiempo que no se lo repone
con nuevas inversiones. Esta es la base de fondo de las crisis en
todos los servicios y abastecimientos energéticos: el ferrocarril,
los colectivos, el gas, la electricidad y los combustibles (ver aparte
nota sobre YPF).
Cuestionamiento al “hegemonismo”
Junto con lo anterior, hay también un costado político
que hace al cuestionamiento y la crisis en otro pilar K: el “hegemonismo” del gobierno de Kirchner. Se argumenta que al
estar retornándose a una situación de “normalidad” –los
gobiernos centroizquierdistas suelen abrir paso a la derecha al hacer
el trabajo sucio de absorber las rebeliones populares–, el gobierno
también debería “limar” sus rasgos de “excepción”. Esto es,
dejar de lado los elementos “bonapartistas”
y/o de “arbitraje” unilateral, en función de un retorno a una
mayor “institucionalidad” y al juego de la “alternancia”
democrático burguesa.
Durante la crisis y con el “que se vayan todos”, prácticamente
la única figura institucional que quedó a salvo fue la presidencial.
Aunque Kirchner emergió con sólo un 22%, rápidamente se fortaleció
y se colocó por “encima” de los partidos y un Congreso totalmente
en crisis y desprestigiados. Desde arriba, comenzó a “arbitrar”
los intereses sociales, es decir, a decidir a
qué sector patronal darle una parte de la tajada y a cuál no.
Por ejemplo, se benefició con la devaluación a los exportadores en
relativo detrimento de las privatizadas; o en lo que hace a las luchas
populares, tuvo la orientación de reabsorber “pacíficamente” la
protesta social, como vía alternativa al fracaso de Duhalde en el
Puente Pueyrredón.
Pero cada vez más, desde la derrota en Misiones, lo que
avanza entre sectores de opinión burgueses es que ya es hora de
ponerle “límites” y “contrapesos” a la acción del gobierno;
que tiene que haber “una alternativa”; que la toma de decisiones
debe estar “institucionalizada” y pasar más por el Congreso; que
los negocios con el Estado no pueden ser decididos
“discrecionalmente” por el entorno de Kirchner (De Vido y compañía),
etc.
Que quede claro: no es que la burguesía ya se haya volcado
a la oposición a K. Por ahora, lo que quiere es marcarle la cancha al gobierno a sabiendas de que, casi
inevitablemente, ganará las elecciones de octubre y de que, a pesar
de las contradicciones acumuladas, siguen ganando plata a dos manos.
El programa de Cristina
El gobierno ya está tomando nota de esta realidad. Cuanto
más rápidamente se ajuste a ella, antes (especulan) se saldrá de la
crisis causada por las elecciones capitalinas. Casi seguramente, la
eventual candidatura de Cristina expresará
un giro más al centro-centro del gobierno. Es decir, hacia una
gestión más de “normalización” del país. Por esto mismo, hay
tres palabras clave que ya forman parte del vocabulario de la
candidata: “sinceramiento”, “institucionalización” e
“inversiones”. El sinceramiento
alude a desmontar, al menos en parte, el mecanismo de funcionamiento
económico subsidiado y el control de precios, y conceder
los aumentos que reclama la patronal en toda una serie de rubros,
en primer lugar los transportes. La institucionalización
apunta a un funcionamiento del régimen político más “normal”,
mediado por el Congreso y los partidos políticos patronales, así
como la búsqueda de poner “más
orden” en las calles y lugares de trabajo.
Por último, cuando se habla de inversiones,
lo que se está señalando es el compromiso del futuro gobierno de
Cristina en lo que hace a la “seguridad jurídica” y en liberarles
totalmente las manos a los capitalistas para multiplicar sus ya
jugosas ganancias a costa de los trabajadores.
Esta parece ser la salida que se está delineando desde la
intimidad presidencial. Sin embargo, todavía no es algo del todo
definido. Se hará claro una vez que se anuncie quién será el
candidato (pingüina o pingüino) y a la vez dependerá de la evolución
de conjunto no sólo de la situación del país sino también de las tendencias
contradictorias en curso en la región, marcada por elementos de
polarización crecientes.
Mecanismo imprescindible dada la baja
productividad general de la economía, que en las condiciones
del 90 (con el cambio 1 a 1 con el dólar) no podría competir en
el escenario de la economía mundial. Pero como los problemas
estructurales de la economía nacional no se pueden resolver con
“pases de magia” cambiarios, lo que en los 90 aparecía como
“hiperdesocupacion” y
cierre de los sectores “no competitivos”, hoy aparece como
presiones inflacionarias crecientes, al hacer valer y volver a
poner en pie sectores (salvo el agro y ciertas ramas industriales)
que sólo son viables con la protección del 3 a 1.
Por supuesto, la explicación del mecanismo inflacionario no se
reduce al aspecto “monetario” (el preferido por los
economistas liberales). Para que la emisión monetaria no se
traduzca en inflación de precios (a mas moneda e iguales
productos, mayores precios unitarios de cada mercancía), la productividad del trabajo y la producción total deben aumentar más
que la emisión monetaria. Pero justamente ahora se hacen
presentes serios déficits de infraestructura de la economía
nacional dependiente y semicolonial, que arrastra históricamente
problemas de fondo frente a los que el gobierno K no
ha dado un solo paso.
Bonapartistas se llama a aquellos gobiernos que en situaciones de
crisis aparecen como por encima de las clases y fracciones de
clase para poder así arbitrar
entre intereses sociales; aunque siempre, en definitiva, en
beneficio de la clase capitalista como un todo.
Hasta el mismísimo Duhalde salió a hablar luego de la segunda
vuelta en la capital planteando que había que “acabar con la
anarquía” en la que estaría entrando el país. Esta claro que
en la boca de Duhalde, “anarquía” no puede significar mas que
la pretensión de limitar
el justo derecho a la lucha de los trabajadores, derecho que
–seria justo recordarle- esta “consagrado” incluso en la
reaccionaria Constitución Nacional.
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