¿Cuáles
son las verdaderas causas de la inflación?
Por
José Castillo
La Arena / Argenpress, 06/07/07
La
inflación se ha reinstalado en nuestra vida cotidiana. Los
economistas ortodoxos la aprovechan para exigir 'la vuelta a los 90'.
Desde el gobierno se oscila entre negarla y tomar medidas ineficaces.
Los trabajadores la sufren al ver bajar su capacidad de compra.
En
la Argentina opera, quizás más que en ningún otra parte, el mito
del 'eterno retorno'. Vuelven temas que aparecían enterrados por la
historia, como si con su persistencia quisieran llamarnos la atención
sobre nuestro secular estado de subdesarrollo. Quizás no haya otro
que pueda adjudicarse mejor ese título que el debate sobre la inflación
en nuestro país.
Acompañando
diversos momentos de la historia de los últimos cincuenta años, ríos
de tinta han corrido al compás de subas generalizadas de precios,
momentos de estabilidad e hiperinflaciones. La discusión se había
tornado aguda por última vez a comienzos de los 90, al calor de
buscar causas (y culpables) para la hiperinflación de 1989.
Lamentablemente, como la economía no es más que una forma de
presentar las cosmovisiones políticas e ideológicas, el debate se
cerró abruptamente con un ganador: el pensamiento ortodoxo liberal,
que nos impuso su receta mágica: 'la convertibilidad'.
Tras
la crisis de fines del 2001, y ya 'devaluada' no sólo esa explicación,
sino el propio peso convertible, la reaparición de la suba
generalizada de precios vuelve a poner el tema sobre el tapete.
¿De
qué estamos hablando?
Es
importante aclarar que el término 'inflación' no se refiere a la
suba ocasional, por importante que fuera, de un bien o un conjunto de
bienes. Los economistas de todas las corrientes acordamos en definirlo
como 'suba generalizada del nivel de precios'. Por supuesto diferimos
en cuál es el mejor indicador estadístico para expresarlo: si el
Indice de Precios al Consumidor, el Indice de Precios Mayoristas, algún
indicador de Canasta de Bienes, o cualquier otra herramienta que nos
permita medir el siempre escurridizo 'costo de vida'. Pero cuando
todos ellos coinciden en un sendero de crecimiento no tenemos dudas:
nos encontramos frente al temido fenómeno 'inflacionario'.
Claro
que aquí terminan los acuerdos. A partir de que comenzamos a discutir
sobre las causas se abre un arco de posiciones que, obviamente, luego
decanta en diferentes recomendaciones de política económica. Y a
diferencia de otros temas de economía que tienen más conocimiento
popular y permite al conjunto de la población opinar y tomar posición
rápidamente (como deuda externa o privatizaciones), en esta cuestión
el debate permanece oscuro y da lugar, entonces, a que se introduzca
con más facilidad el contrabando ideológico.
La
explicación 'ortodoxa'
Los
economistas del establishment, defensores a ultranza de las políticas
monetarias de los 90, tienen una explicación simple para la inflación:
se trataría simplemente de un exceso de emisión monetaria. Es el
viejo argumento que llegara a popularizar en su hora Alvaro Alsogaray:
hay inflación porque el Estado gasta mucho, y para financiar su gasto
emite monedas y billetes. De ahí deducen, obviamente, sus
recomendaciones concretas: achicar el gasto público y proceder a
'ajustar'. Ya nos podemos imaginar en que áreas concretas se proponen
reducir: el candidato es el llamado 'gasto social'.
Hay
otra explicación de la inflación que, si bien proviene de una
corriente de pensamiento diferente, empalma también con el discurso
de la economía ortodoxa: la llamada 'inflación de oferta'. Los
precios aumentan porque algunos costos estarían subiendo
desmesuradamente. Con muchas reservas podemos acordar en parte con
este planteo: ciertamente el incremento del valor de un insumo estratégico
obliga al productor a subir el precio final. Pero la trampa ideológica
está en que, cuando le preguntamos a estos economistas cuál es ese
'insumo estratégico' que estaría subiendo de precio y generando como
consecuencia inflación, la respuesta es unívoca: 'los costos
salariales', nos responden. Siendo claros: los trabajadores serían
los culpables, ya que estarían ganando 'demasiado'. Ya nos podemos
imaginar cuál es entonces la propuesta de política económica que se
desprende para frenar el alza de precios.
Otras
'teorías'
Hay
otros enfoques, que a primera vista son un poco más complejos, que
articulan problemas de 'oferta' con otros de 'demanda'. Vamos a
sintetizarlos y simplificarlos para nuestros lectores en un esquema
simple: los precios subirían porque la economía está creciendo muy
rápido, produciendo una demanda de bienes que no puede ser
correspondida por la producción (oferta) por falta de capacidad. No
podríamos seguir creciendo a este ritmo. Un ejemplo que está de moda
en estos días: los niveles de producción actual demandan una
cantidad de energía que el país no está en condiciones de proveer,
por lo tanto o se achica por el lado de las cantidades (se
racionaliza) o se incrementan los precios (tarifas eléctricas, gas,
etc.). Este planteo, que solemos escucharlos en algunos economistas de
la city, es el preferido por los organismos financieros
internacionales a la hora de exigirle a la Argentina que 'enfríe' su
economía y crezca menos. Argumento que parece sumamente perverso en
un país que todavía no ha bajado de los dos dígitos su tasa de
desempleo y que tiene a la mitad de la población bajo la línea de la
pobreza.
¿Quién
forma los precios?
Como
vimos hasta aquí, este breve racconto de teorías parecerían dar
como conclusión que cualquier remedio que se adopte contra la inflación
implica medidas que van inexorablemente contra cualquier perspectiva
de desarrollo y distribución del ingreso.
Es
muy fuerte entonces la tentación a hacer como si el fenómeno
inflacionario 'no existiera'. Realmente es la peor de las conclusiones
que se puede tomar: la suba generalizada de precios ataca, en primer
lugar, al bolsillo del trabajador, que ve descender inexorablemente su
nivel de vida. La política oficial de 'acordar' precios que nadie
respeta, ya que de hecho no hay sanciones, o, peor aún, de retocar
los índices estadísticos para hacer 'como si' la inflación no fuera
tal, conduce a un callejón sin salida.
El
eje del debate, a nuestro entender, es que la mayoría de los precios
estratégicos de nuestra economía no se forman como consecuencia del
'libre juego de la oferta y la demanda'. La Argentina tiene una
estructura productiva extremadamente oligopolizada. Si analizamos
sector por sector, vemos que en los principales aparece una, dos o a
lo sumo tres grandes firmas que controlan la producción. Su poder de
fijación de precios es sumamente alto. Nótese que no estamos
diciendo que los otros factores mencionados (cuellos de botella en la
oferta, algún eventual exceso de demanda, e incluso problemas
monetarios, en particular en su relación con tipo de cambio) no
existan. Pero su influencia es infinitamente menor frente al poder
concreto de definir precios y márgenes de ganancia por parte de las
grandes corporaciones. Además, en las últimas décadas este proceso
de oligopolización llegó incluso a las redes de comercialización:
una parte sustancial de la distribución minorista se hace a través
de las grandes cadenas de supermercados e hipermercados, con una logística
que alcanza prácticamente a todo el país.
Podemos
sacar como conclusión que la verdadera lucha contra el flagelo
inflacionario impone disciplinar a estos formadores de precios y
controlar que sus márgenes de ganancia no excedan los parámetros
normales. La actual crisis energética demuestra que existen
herramientas jurídicas, como la Ley de Abastecimiento, que, si hay
voluntad política de aplicarlas, sirven incluso para evitar cualquier
intento de desabastecimiento, violación a controles de precios o
intentos de crear un mercado negro.
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