Crisis
energética
Y
todo a media luz…
Por
Mario Balmaceda
Socialismo
o Barbarie, periódico, 19/07/07
El
“progresista” Kirchner hace suya la famosa frase del chancho
Alsogaray: “Hay que pasar el invierno”. El factor suerte, que
muchas veces le jugó a favor, ahora se le dio vuelta, y justo cuando
se acercan las elecciones y el gobierno quiere que no salten los
problemas, la crisis energética disparada por un invierno más crudo
que otros años (con nieve en Buenos Aires y todo) amenaza instalar un
pésimo humor en la población.
Por
supuesto, las razones profundas de la crisis tienen que ver con
todo menos con el azar. Si había un problema que todo observador
serio de la economía venía anticipando, era el del manejo
irresponsable y de corto plazo en materia de energía. Kirchner se
escuda diciendo que la falta de inversión es de larga data, pero eso
es sólo una parte de la verdad.
Empecemos
con un cuadro de situación. En momentos en que se cierra esta
edición, el sistema de provisión de energía trabaja al límite.
La luz y el gas domiciliario se garantizan a los tumbos, con cortes
parciales (sobre todo en el interior), a costa de un “ahorro
forzoso” impuesto a casi 6.000 empresas grandes consumidoras de
electricidad y gas, que reciben energía sólo 16 de las 24 horas del
día, y a veces menos. El objetivo: ahorrar 1.200 megavatios (MW) por
día, para que el consumo diario total no exceda los 18.000 MW. Pasado
ese límite, los cortes a la industria se trasladarán
indefectiblemente a los domicilios.
En
el interior, parques industriales enteros están casi paralizados:
automotrices cordobesas y santafesinas, lácteas y frigoríficos
santafesinos, textiles catamarqueñas y riojanas. En algunas ramas, la
reducción de fluido eléctrico y/o de gas supera el 45%. En
Concordia, los vecinos aceptaron “voluntariamente” cortes
domiciliarios para no afectar a la industria cítrica. Muchas oficinas
del centro porteño trabajan casi en penumbras. Falta GNC un día sí
y el otro también. Y aunque todavía no llegaron al Gran Buenos Aires
en escala masiva, los cortes domiciliarios ya se hacen sentir en
las provincias.
Las
suspensiones están a la orden del día.
Un cálculo aproximado hecho por los sindicatos habla de un 13% de
trabajadores suspendidos en la UOM, cerca de un 15% en el SMATA y más
del 20% en la alimentación (Alcadio Oña en Clarín, 7-7-07).
Desde ya que las empresas aprovechan la crisis en su propio beneficio
y descargan los problemas todo lo que pueden sobre los trabajadores.
Por
supuesto, los industriales de la UIA y buena parte de los gobernadores
del interior aúllan como lobos reclamando que la población le
“ponga el hombro” a la crisis. En una palabra, que se muera de
frío para que las industrias tengan menos cortes, sobre todo las
que exportan. Uno de los más furiosos fanáticos del reclamo de energía
para los empresarios, no para los usuarios, es el gobernador de
Mendoza Julio Cobos, el casi seguro compañero de fórmula de
Cristina: “Los usuarios van a comprender que en base a la cultura
del ahorro energético estamos sosteniendo el empleo”, declaró. Si
alguien encuentra alguna diferencia con los típicos argumentos de los
90 para aceptar cualquier basureo con el pretexto de “cuidar la
fuente de trabajo”, que lo diga.
La
crisis ya se ha convertido en una cuestión de Estado a nivel de
todo el Mercosur. Kirchner gestionó un aumento de la importación
de energía desde Brasil, de 600 MW a 1.100, a pesar de que la
infraestructura debe ser adaptada –estaba pensada para exportar
electricidad– y de que los costos son altísimos. Hay negociaciones
febriles con Bolivia para que el año que viene aumente la provisión
de gas de 7 a 27 millones de metros cúbicos. Ruegos a Brasil de que
importe menos gas boliviano así el saldo se puede exportar a la
Argentina. Se piden disculpas a Bachelet por dejar colgadas las
exportaciones de gas a Chile. Se le hacen caritas simpáticas a Chávez
–en medio de su entredicho con Lula– porque puede aportar el
combustible necesario para hacer funcionar los generadores privados.
El
gobierno le reza a todos los santos para que llueva en el Comahue y en
la cuenca del Uruguay, porque las represas hidroeléctricas de Salto
Grande, Piedra del Águila, Alicurá y Pichi Picún Leufú están al
borde de quedar fuera de servicio por falta de agua. De hecho, las dos
primeras, que aportan cerca del 30% de la energía eléctrica del país,
ya están gastando las reservas destinada al consumo de agua potable
para la población de la zona. La situación, si las condiciones
climáticas empeoran, bordea el desastre. Y la provisión de energía
eléctrica para el verano ya está seriamente comprometida. Claro que
a los K lo único que les interesa es zafar del invierno y llegar a
octubre sin graves trastornos. Después, Dios proveerá…
¿Cómo
se llegó a esto?
Por
lo pronto, este gobierno ha hecho oídos sordos y acusado de agoreros
a todos los que decían lo elemental: si aumenta el consumo de energía
y no crece la generación, la cosa no funcionará de por vida. Según
Cammesa, la compañía que regula el mercado de electricidad, desde
2003 la demanda aumentó un 43,5%, pero la capacidad de generación sólo
un 2,5%. Esto no es la herencia recibida: es la síntesis del
funcionamiento de la economía kirchnerista, con un crecimiento
que se debe a factores y méritos ajenos, pero que se pone en peligro
por las decisiones –y la falta de ellas– de este gobierno.
Por
ejemplo, desde el año pasado existe una resolución de la Secretaría
de Energía que obliga a cualquier empresa que pretenda gastar más
que en 2005 a abastecerse por su cuenta. Resultado inmediato: boom de
importación de grupos electrógenos. Resultado mediato: costos
crecientes que van a alimentar la siempre ascendente inflación,
por más que los risibles índices oficiales digan otra cosa. ¿Acaso
el gobierno no era capaz de prever esto? Así, el famoso
“crecimiento” no tiene nada de “sustentable”.
La
reacción del gobierno es vergonzosa. Pasó de negar la crisis que
todo el mundo veía a cortar gas y luz a la desesperada.
El
problema de fondo es sencillo: más allá de los discursos, la política
energética de Kirchner no fue más que una continuación apenas
modificada de la de los 90. Ni la generación ni el transporte de
electricidad cambiaron de manos. Veamos un caso típico: el Comahue.
Todas las grandes presas de la zona se construyeron en los 70 y los
80, por supuesto con fondos públicos. Cuando a mediados de los 90 el
negocio se privatizó, “nadie continuó con las inversiones.
Quedaron sin construir Muchihuao y Pantanito (en Limay Medio), la
presa de Collón Cura, la de Chihuidos 1 y su compensador, entre otros
proyectos” (Osvaldo Ortiz, Clarín, 4-7-07).
Otro
tema: el transporte. Transener, la transportista eléctrica más
importante del país, nacida de las estatales Hidronor y Agua y Energía,
se privatizó en los 90. Hoy la administra uno de los grandes
“burgueses K” –no por ideología, sino por haber prosperado bajo
su gestión–, Marcelo Mindlin, junto con una sociedad
Enarsa-Electroingeniería. Uno de los dueños de esta última, Gerardo
Ferreyra, habla de ser “pioneros en el modelo de asociación pública-privada
que se viene para la operación de los servicios estratégicos”
(Clarín, 1º-7-07). No hace falta decir, quizá, que Ferreyra,
ex militante del ERP en los 70, es un ferviente admirador de Kirchner.
Precisamente
de eso se trata: como lo demuestra también el caso de YPF –ver al
respecto nuestra nota en la edición anterior de SoB–, el
kirchnerismo no busca poner en pie siquiera algo que se asemeje
a un capitalismo de Estado en los “servicios estratégicos”.
Más bien, de lo que se trata es de mantener la gestión y los
negocios privados, sólo que con gente más “amiga” y más
permeable a las necesidades políticas del proyecto continuista K. Eso
es todo. No hay estrategia, ni plan de inversión, ni
desarrollo sustentable, ni burguesía nacional, ni nada de eso.
La
fugaz “intervención” de Metrogas sigue el mismo patrón: hacer un
poco de ruido para echarle la culpa a la empresa –ésta no era
inocente, claro– para terminar removiendo al presidente, un “técnico”,
que fue reemplazado por un directivo más “político” –esto es, más
sensible a los intereses electorales K–, no casualmente ex
directivo de Repsol. Éstas son las “desprolijidades” que sacan de
quicio, en privado, a los capitalistas locales y extranjeros, pero
todos saben que es cuestión de adaptarse al “estilo K” y
seguir haciendo excelentes negocios.
Dos
ejemplos más ilustran que detrás de estos gestos rimbombantes no hay
nada muy distinto a los 90. Uno: todos saben que a Kirchner plata no
es lo que le falta en el Tesoro nacional. Sin embargo, a la hora de
decidir inversiones en serio en esta área crucial, el Estado no talla.
Los únicos proyectos son un gasoducto en el Norte por US$ 2.500
millones y una refinería de petróleo por US$ 4.000 millones. Pero el
todo terreno K, Guillermo Moreno (¿qué hace el secretario de
Comercio Interior metido en eso?), ya anunció que eso se pondrá en
marcha vía una “vaquita” entre las 20 petroleras más grandes.
Traducción: si esos señores no tienen como prioridad tales
inversiones, las obras básicas de infraestructura no las hará nadie,
y en el 2009 le cortarán a las empresas, a los usuarios, al alumbrado
público o a los partidos de fútbol nocturno. Vaya uno a saber.
Dos:
es sabido que las provincias patagónicas, poseedoras de las mayores
reservas de hidrocarburos, cerraron en los 90 contratos petroleros
y gasíferos totalmente leoninos a favor de las empresas privadas.
A cambio de regalías comparativamente miserables –pero suficientes
para la estrechez de miras de los caciquejos políticos locales–,
las compañías tenían larguísimos años de contrato en condiciones
de lo más ventajosas. Pues bien, Santa Cruz acaba de acordar con Pan
American Energy (PAE) una prórroga hasta el 2027 de las
concesiones de tres áreas. Lo propio hizo Chubut. PAE pertenece en un
60% a British Petroleum y en un 40% a los Bulgheroni (viejos
“capitanes de la industria” desde Alfonsín para acá, y típicos
representantes de la burguesía antinacional que supimos
conseguir). La entrega es tan escandalosa que hasta el ex capo de la
SIDE kirchnerista y ex gobernador K Sergio Acevedo salió a decir que
esto era “una profundización de la política menemista”.
A
confesión de parte (aunque sea una ex-parte), relevo de pruebas… Y
mientras tanto, son los trabajadores suspendidos, y será el conjunto
de una población agarrotada de frío, quienes paguen el pato de la
imprevisión y el continuismo kirchnerista.
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