Reflexiones
sobre dinámica de clases y los ritmos de
la etapa
revolucionaria
Por
Christian Castillo
Estrategia Internacional N° 18
(Revista Teórica del PTS), Febrero 2002
Las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre han
abierto una etapa revolucionaria en Argentina. No es difícil
reconocer, luego de los “tres episodios” revolucionarios que
sacudieron al país en aquellos días y que provocaron la caída
revolucionaria del gobierno de De La Rúa, las características que
Lenín señalaba como propias de toda situación de este tipo:
- una situación excepcional en que las clases dominantes no
puedan mantener inmutable su dominación, viéndose obligadas a
cambiar sus formas de dominio en situaciones normales, por formas
excepcionales;
- una situación excepcional causada por “una agravación
fuera de lo común” de la penuria relativa y “de los sufrimientos
de las clases oprimidas”; una situación tal que conduzca a:
- “una intensificación considerable, por estas causas, de
la actividad de las masas que, en tiempos de ‘paz’, se dejan
expoliar tranquilamente, pero que, en épocas turbulentas, son
empujadas tanto por la situación de crisis, como por los mismos ‘de
arriba’, a una acción histórica independiente”1.
Sin embargo, no todas las situaciones o etapas
revolucionarias abiertas por “acciones históricas independientes”
tienen el mismo tenor. En trabajos anteriores definimos los
acontecimientos del 19 y 20 de diciembre como “jornadas
revolucionarias”, para señalar su carácter revolucionario
(acciones que tiraron abajo al gobierno aliancista rompiendo los
marcos de la legalidad burguesa) distinguiéndolos de gestas de
magnitud revolucionaria superior, no sólo de revoluciones como la de
Febrero de 1917 en Rusia donde se derrotó al ejército y se
desarrollaron organismos de doble poder, sino de levantamientos como
el Cordobazo, semi-insurrecciones donde las masas en acción, en este
caso obreros y estudiantes, derrotan parcialmente a las fuerzas
represivas (ver recuadro en pág. 59).
Por eso, más allá de la utilización meramente periodística
que pueda dársele al término, no compartimos la visión de la mayoría
de las corrientes de izquierda que definen las jornadas del 19 y 20 de
diciembre como un “Argentinazo”2, que en el léxico político
local tiene la connotación de ser un “cordobazo” -es decir, una
semi-insurrección encabezada por los trabajadores que derrota en las
calles a la Policía- pero esta vez de envergadura nacional. Menos aún
coincidimos con la afirmación, falta de cualquier seriedad, de que se
ha producido un “triunfo de la revolución”3.
¿Cómo pretender hacer un análisis marxista y no dar valor
al hecho que la clase obrera no intervino como tal en las jornadas de
diciembre y que en ellas, a diferencia del Cordobazo, las fuerzas
represivas no fueron derrotadas militarmente? ¿Cómo no considerar
que la clase obrera industrial hoy se encuentra desorientada frente al
apoyo de los sindicatos al gobierno y el aumento de la desocupación,
es decir, cómo “olvidar” el gran hándicap con el que cuentan las
clases dominantes para ganar tiempo y buscar recomponer su poder
maltrecho?.
Pero la falta de seriedad de estas definiciones no está dada
solamente por dejar de lado las implicancias que tiene para la nueva
etapa que se abre la falta de intervención de la clase obrera en las
jornadas, sino en perder todo tipo de proporciones para medir lo hecho
por uno de los sectores que sí han irrumpido -en las jornadas y las
semanas siguientes- como pocas veces antes en la historia Argentina,
las clases medias. Con todo lo novedosas, y progresivas hasta el
momento, que han sido sus acciones (los “cacerolazos” se
transformaron rápidamente en un nuevo símbolo de lucha que recorrió
el mundo) han estado muy lejos aún de la intensidad revolucionaria de
levantamientos como los que las masas protagonizaron en Albania en
1997 ante la crisis de las “pirámides financieras”, donde el
proletariado no jugó papel centralizador alguno pero las masas
asaltaron los cuarteles y se armaron en forma generalizada en el sur
del país, crearon comités de los insurrectos y dislocaron momentáneamente
el poder del estado. Incluso, en Argentina los “cacerolazos”
posteriores y el impacto que generan en la población, han obnubilado
a muchos haciéndoles olvidar que las jornadas de diciembre lograron
romper los marcos de la legalidad burguesa porque combinaron el masivo
cacerolazo de la madrugada del 20 contra el estado de sitio con los
saqueos de los pobres de las grandes ciudades que se apoderaban de
alimentos y con el enfrentamiento violento durante horas con la Policía
en la Batalla de Plaza de Mayo. El cacerolazo sólo no tiró a De La Rúa.
Los ritmos de la nueva etapa.
Esta primer definición comparativa es importante para tratar
de determinar los probables ritmos del proceso en curso. Como decía
Trotsky “el determinar acertadamente los ritmos de desarrollo de
la revolución tiene una enorme importancia, si no para definir la línea
estratégica fundamental, al menos para la definición de la táctica.
Ahora bien, sin una táctica justa, la mejor línea estratégica puede
conducir a la ruina. Naturalmente, es imposible prever los ritmos por
un largo período. El ritmo debe ser comprobado en el curso de la
lucha, sirviéndose de los síntomas más variados. Además, en el
curso de los acontecimientos, el ritmo puede cambiar bruscamente.
Pero, a pesar de todo, hay que tener ante los ojos una perspectiva
determinada, a fin de efectuar en la misma, en el proceso de la
experiencia, las correcciones necesarias”4.
Difícilmente la etapa revolucionaria abierta en Argentina
tenga una rápida resolución. Sus “ritmos” tienen por ello puntos
de contacto con los de procesos donde la etapa revolucionaria pasa por
varias fases o situaciones cambiantes. Podríamos hacer una cierta
analogía con lo ocurrido en la España de los ‘30, en el proceso
que se inicia con la caída del rey y culmina con la guerra civil.
En el trabajo antes citado, cuando los eventos españoles
recién comenzaban a desarrollarse, Trotsky diferenciaba su posible
dinámica de la que había existido en Rusia en 1917: “La
revolución rusa de 1917 fue precedida de la revolución de 1905,
calificada de ensayo general por Lenin. Todos los elementos de la
segunda y de la tercera revolución fueron preparados de antemano, de
manera que las fuerzas que participaron en la lucha avanzaban por un
camino conocido. Esto aceleró extraordinariamente el período de
ascensión de la revolución hacia su punto culminante. Pero así y
todo, hay que suponer que el factor decisivo en la cuestión del ritmo
en 1917 fue la guerra. La cuestión de la tierra podía ser aún
aplazada por algunos meses, incluso acaso por algunos años. Pero la
cuestión de la muerte en las trincheras no permitía ningún
aplazamiento. Los soldados decían: ‘¿Qué necesidad tengo de la
tierra si yo no estaré allí?’. La presión de una masa de doce
millones de soldados fue un factor que contribuyó extraordinariamente
a acelerar la revolución. Sin la guerra, a pesar del ‘ensayo
general’ de 1905 y de la existencia del partido bolchevique, el período
preparatorio, prebolchevista de la revolución, hubiera podido durar
no ocho meses, sino acaso un año, dos y más.
El partido comunista (español, NdR) ha entrado en
los acontecimientos en un estado de debilidad extrema. España no está
en guerra; los campesinos españoles no están concentrados por
millones en los cuarteles y en las trincheras, ni se hallan bajo
peligro inmediato de exterminio. Todas estas circunstancias obligan a
esperar un desarrollo más lento de los acontecimientos y permiten,
por consiguiente, confiar en que se dispondrá de un plazo más largo
para la preparación del partido y la conquista del poder”5.
Este mismo razonamiento con el que Trotsky buscaba prever los
ritmos del proceso revolucionario español, podríamos aplicarlo a la
Argentina actual, con la muy importante diferencia que la experiencia
revolucionaria reciente de la clase obrera Argentina es hoy
incomparablemente menor que la española de entonces. En Argentina de
hoy, la combinación entre crisis económica aguda, debilidad de las
clases dominantes, falta de centralidad de la clase obrera, inmadurez
revolucionaria general de las masas y gran debilidad de los marxistas
revolucionarios, permiten “confiar en que se dispondrá de un
plazo más largo para la preparación del partido y la conquista del
poder”. Como lo fue en la España de entonces, es lo menos
probable que el proceso abierto en Argentina tenga una rápida
definición. Podemos afirmar, en el mismo sentido que lo hacía Andrés
Nin sobre los mismos eventos españoles de los que hablaba Trotsky,
que nos preparamos para “un proceso prolongado y doloroso,
durante el cual las masas van buscando su camino en una lucha sembrada
de dificultades, de acciones ‘caóticas’, de ofensivas parciales,
de victorias y derrotas” (“La huelga general en Barcelona”,
octubre de 1931).
La dinámica de clases al comienzo de la etapa revolucionaria
Dicho esto, ¿cuál es la dinámica de clases que se
manifiesta al comienzo de la etapa?
Por la no intervención de la clase obrera como tal en las
jornadas, este primer momento de la etapa revolucionaria tiene la
primacía de las capas medias de la sociedad. Estos sectores le dan un
tono de “coalición de febrero” (o “bloque de diciembre” como
lo llamamos en otro artículo) a todo el proceso, en el sentido en que
Marx hablaba de la equívoca “unión de todas las clases” que se
manifestaba en común contra la aristocracia financiera comandada por
Luis Felipe en Francia en 1848, aunque ahora la lucha se dirija contra
un gobierno encabezado por el “grupo productivo”, que ayer por
boca de la UIA se “oponía al modelo” durante el gobierno de
Cavallo y De la Rúa. Este predominio de las capas medias explica las
fuertes tendencias predominantes a la representación “ciudadana”
y de “vecinos”, de tipo aclasista, y al “apartidismo”. Este
expresa un fenómeno contradictorio -similar, en cierto sentido, al
“voto bronca” en las elecciones legislativas de octubre-,
progresivo cuando dirige el odio de las masas hacia los partidos
burgueses, reaccionario cuando se refiere a la izquierda, y en tanto
actúa como manto que permite la convivencia de sectores factibles de
ser base futura de salidas reaccionarias con otros que tienden hacia
la alianza con la clase trabajadora, como expresaron los sectores que
se movilizaron junto a los desocupados. Expresa un momento donde las
tendencias inevitables a la división de las clases medias son todavía
incipientes y donde el movimiento obrero aún no pesa.
La clase trabajadora está respondiendo desigualmente a la
crisis. Los desocupados son quienes han comenzado más rápidamente a
movilizarse, en exigencia de los planes de empleo prometidos. Es
posible que la estrategia del gobierno busque avanzar en la coptación
de sectores de los mismos, sobre todo si termina materializando la
anunciada multiplicación de los planes, aunque a la vez se abre una
dinámica de conflicto de “tira y afloje” sobre la entrega de
estos. Más que nunca, la progresividad de los movimientos piqueteros
estará dada por aquellos que centren su estrategia en la lucha por el
trabajo genuino y no limiten su práctica al reclamo de “planes
trabajar”.
Los estatales en general, y los municipales en particular, es
probable que salgan más rápido a la lucha que los obreros
industriales y de las grandes empresas de servicios, debido a que
tienen una mayor estabilidad laboral que en el “sector privado” y
son víctimas de permanentes atrasos en los pagos. Las acciones de los
municipales de Córdoba, Santiago del Estero, Mendoza o Villa
Constitución, o la formación de la “Intergremial” de La Plata,
Berisso y Ensenada, son indicadores de esto.
Aunque todos los días hay nuevos conflictos parciales ante
cierres o atrasos de pagos y, de desatarse la inflación, comenzará
la lucha por evitar la caída del salario, la clase obrera industrial
está sintiendo el golpe ante el nuevo salto dado por la desocupación
y el papel colaboracionista con el gobierno de los sindicatos. La
patronal está haciendo valer la conquista que para ella significa un
30 ó 40 % (y en algunos casos un porcentaje aún mayor) de
trabajadores bajo alguna forma de contrato precario en las fábricas.
Sobre ellos está recayendo el grueso de la ofensiva patronal. Las
burocracias sindicales se niegan rotundamente a defender a los
“contratados” y, hasta el momento, la respuesta de los
trabajadores ha sido más bien conservadora, con gran temor por la pérdida
del empleo. En esta coyuntura, al menos, se está pagando con creces
el precio de no haber superado, salvo excepciones, a la burocracia
sindical y de la cierta confianza (poca si la medimos históricamente,
pero aún actuante) en el peronismo y la patronal “productiva” y
“nacional”. La respuesta frente a nuevos ataques de conjunto o
huelgas duras que se transformen en ejemplo pueden ser formas en que
las principales “divisiones” del ejército obrero vuelvan al
centro de la escena y superen la parálisis a que las somete la
burocracia sindical. Este aspecto es clave para el futuro desarrollo
de la lucha de clases. Desde ya que las protestas de las clases
medias, con la denuncia a los bancos y la formación de las asambleas
populares, y las muestras de simpatía y acompañamiento a los
piqueteros, son síntomas de condiciones favorables para que una
intervención de la clase obrera pueda conformar una vasta alianza
obrera y popular. Pero ésta no es la mera unión de “los piquetes y
la cacerola” como dicen algunos. Sin la entrada en escena de los
principales batallones de la clase obrera, y sin que el proletariado
hegemonice la alianza obrera y popular, no puede completarse la tarea
que plantearon las jornadas de diciembre. Precisamente, la preparación
frente a esta probable insurgencia de la clase obrera en el próximo
período, es la principal tarea de los marxistas revolucionarios.
Nuestra apuesta es al desarrollo de una dirección revolucionaria que
esté a la altura de llevar nuevos “cordobazos” a la victoria.
Los obstáculos que enfrenta la clase obrera.
No consideramos, sin embargo, que sean pocos los obstáculos
que tiene la clase obrera para transformarse en actor revolucionario.
1) La clase trabajadora viene huérfana de protagonismo
revolucionario a nivel internacional luego del ascenso revolucionario
iniciado en 1968, cuyo último coletazo fue la revolución polaca de
1980-81. Desde entonces, con la excepción de Bolivia en 1985, no ha
protagonizado ascensos revolucionarios y ha sufrido los embates de la
ofensiva imperialista “neoliberal”. La huelga general de los
trabajadores de los servicios públicos en Francia en
noviembre-diciembre de 1995 fue un símbolo del comienzo de la
decadencia de los planes “neoliberales” y una muestra de nueva
vitalidad de la clase trabajadora, que desde entonces protagonizó
importantes procesos de lucha. En Argentina, por ejemplo, donde ha
sido el sector de la clase obrera desocupada quien ha protagonizado
las acciones más revolucionarias, se han dado de 1996 a la fecha más
de una decena de paros generales. Pero la clase obrera no ha sido ni
en Argentina ni en el mundo actor central en los eventos
revolucionarios que vimos en los últimos años. Estos tuvieron a
otros sectores de las clases subalternas como protagonistas centrales,
como las grandes acciones revolucionarias de masas que produjeron la
caída de los gobiernos en Albania, Ecuador, Indonesia o Serbia, por
no hablar de procesos más contradictorios como los que entre 1989 y
1991 terminaron con los regímenes stalinistas en Europa del Este y la
ex Unión Soviética.
2) Las masas y la vanguardia que han entrado en escena
en Argentina están completamente faltos de experiencia
revolucionaria, distinto de lo que ocurría con aquellos que entraron
al ascenso de los setenta luego de una larga experiencia de la
vanguardia obrera y juvenil, del golpe del ‘55 en adelante, en
protagonizar acciones radicalizadas (y en ocasiones revolucionarias)
en el enfrentamiento a los regímenes “libertadores” militares o
“civiles” o, incluso, a la burocracia sindical. Aunque el período
‘69-’76 fue una suerte de “ensayo general” revolucionario en
nuestro país, sus lecciones no son un patrimonio común de la
vanguardia, y la generación que los protagonizó o fue aniquilada o,
mayoritariamente, se pasó al régimen burgués. Los dieciocho años
de vigencia de régimen democrático burgués, y la experiencia
nefasta de la guerrilla en el período anterior, han cultivado fuertes
prejuicios pacifistas en las masas y en la vanguardia. Aunque hubo en
las luchas de los desocupados de 1996 a esta parte tendencias a “la
guerra civil”, si la entendemos en el sentido amplio en que la definía
Trotsky6, los procesos en los que el enfrentamiento a las fuerzas de
represión fue más allá de la respuesta espontánea con piedras
fueron episódicos, y no se dieron en los principales centros económicos
y políticos del país.
3)
Aunque el desprestigio de los burócratas sindicales
es enorme, no se han desarrollado aún en el seno de la clase
obrera tendencias antiburocráticas de peso que cuestionen el poder de
la burocracia sindical en las grandes concentraciones obreras. Existen
centenares de delegados y decenas de comisiones internas y cuerpos de
delegados más o menos “combativos”, pero son pocos los sindicatos
independientes y antiburocráticos. Menor aún es la experiencia de
los trabajadores en la construcción de ínter gremiales,
coordinadoras u otras formas de organismos propios que superen los
marcos “gremiales” y tiendan a transformarse en instituciones
capaces de expresar tanto el frente único de las masas en lucha como
el embrión del nuevo poder obrero y popular. Cada paso en este
sentido debe ser audazmente desarrollado por los revolucionarios.
4) La falta de “horizonte socialista” en el
movimiento obrero y en las masas en general es un factor adicional que
dificulta la maduración política de la vanguardia y al proceso
revolucionario en general. En Argentina, se ha avanzado pasos
cualitativos en identificar como enemigos a los responsables de los
planes “neoliberales” -los bancos, las empresas privatizadas, el
FMI, los políticos del régimen, la justicia, la policía, los burócratas
sindicales-, pero hay sectores con expectativas en la patronal
“nacional y productiva” y los trabajadores no han agotado su
experiencia con el peronismo. Por su parte, las clases medias, aún
las franjas que hoy se ubican más a la izquierda, pueden ser base de
un “nuevo régimen” que, aunque liquide gran parte de la vieja
casta política, sostenga la estructura capitalista y evite la
realización de la alianza obrera y popular.
5) Por último, pero no menos importante, tampoco existe
en nuestro país una dirección marxista revolucionaria con influencia
de masas (como eran los bolcheviques en Rusia) que permita acelerar el
proceso y que es el elemento determinante para permitir que la
movilización de masas culmine en un gobierno de los trabajadores y el
pueblo. La conquista de la independencia política de los trabajadores
por vía revolucionaria es una tarea que deberá ser resuelta en la
nueva etapa.
Hasta aquí hemos descrito cuidadosamente todos los límites
que pueden enlentecer una participación decidida del movimiento
obrero en el proceso revolucionario en curso. Sin embargo, nuestra
conclusión es que, a pesar de estos obstáculos, por la magnitud de
la crisis económica, política y social existente, por el peso social
del proletariado, por la crisis de las mediaciones reformistas, por
las experiencias de lucha y organización realizadas en los últimos años
no sólo entre los desocupados sino también en sectores de empleados
estatales y de la vanguardia obrera (como los ceramistas neuquinos o
los mineros de Río Turbio), por el peso de múltiples corrientes de
izquierda sobre centenares o quizás miles de activistas trabajadores
en todo el país, un nuevo protagonismo revolucionario de la clase
obrera Argentina es altamente probable. Estos elementos, que
analizamos en el artículo “El movimiento obrero argentino tiene
planteado un nuevo ‘giro histórico’”, se encuentran más
desarrollados en Argentina que en los otros países donde se vivieron
en los últimos años situaciones revolucionarias o pre-revolucionarias
agudas.
NOTAS:
1 V.I. Lenin: “La bancarrota de la II Internacional”,
mayo-junio de 1915.
2 El PCR, corriente maoísta que impulsa la CCC, caracteriza
que se vivió “el Argentinazo por el que venimos luchando”. El MAS
utilizó el mismo término de “Argentinazo” para definir los
hechos de diciembre y Jorge Altamira del PO acaba de editar sus artículos
sobre el tema bajo el título de “El Argentinazo”.
3 Esta definición, la más febril de todas, es la que
sostiene el MST.
4 León Trotsky, “Los dirigentes de la Internacional
Comunista ante los acontecimientos de España”, 28 de mayo de 1931,
en “Escritos sobre España”, pág. 55, Ruedo Ibérico Editions.
5 Ídem, págs. 55 y 56.
6 “... la guerra civil constituye una etapa determinada de
la lucha de clases cuando ésta, al romper los márgenes de la
legalidad, llega a situarse en el plano del enfrentamiento público y,
en cierta medida físico, de las fuerzas en oposición. Concebida de
esta manera, la guerra civil abarca las insurrecciones espontáneas
determinadas por causas locales, las intervenciones sanguinarias de
las hordas contrarrevolucionarias, la huelga general revolucionaria,
la insurrección por la toma del poder y el período de liquidación
de la tentativas de levantamiento contrarrevolucionario” (León
Trotsky, Los problemas de la insurrección y de la guerra civil, julio
de 1924, publicado en Trotsky: teoría y práctica de la revolución
permanente, compilación de Ernest Mandel).
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