Congreso de la CTA del 13 y 14 de diciembre del 2002
Documento de la Central de
los Trabajadores Argentinos
PRESENTACIÓN
Los argentinos estamos viviendo una crisis profunda e integral, en la que se
juega nuestro derecho a la vida misma y a la libertad. Se trata de una
situación en la que es indispensable promover un debate consciente y
profundo sobre la etapa que atravesamos y lo que esta exige de
nosotros.
Nosotros creemos que sin
una clase trabajadora decidida a construir su propio destino será difícil
alumbrar un nuevo camino en la Argentina. Este documento
resume buena parte de las discusiones que se vienen dando en la
conducción nacional, que han sido compartidas y profundizadas en la
reunión con los Secretarios Generales de todo el país realizada el 7
y 8 de Junio pasado y que pretendemos enriquecer con el aporte de las
distintas Asambleas que nuestra organización realizará de cara a la
construcción de nuestro próximo Congreso Nacional.
INTRODUCCIÓN
- CRISIS Y MODELO ECONÓMICO
La actual crisis económica, política y social de la Argentina, parece
exigirnos responsabilidades superiores a la lucha exclusivamente
gremial o reivindicativa. En nuestra Central siempre sostuvimos que
“toda crisis es una oportunidad”, si se la asume integralmente y
con vocación de vida y crecimiento. Pero eso implica definir en qué
consiste esa “oportunidad”. Y no tan sólo eso, sino tratar de
precisar el estado de nuestras propias fuerzas, tanto en lo objetivo
como en lo subjetivo, para determinar correctamente el rol que nos
cabe dentro de la presente dinámica de lucha del campo popular y
frente a la falta de representatividad de la política tradicional,
tal cual lo manifestáramos hace tres años, en nuestro anterior
Congreso, celebrado en Mar del Plata.
La CTA ha ido consolidándose en la sociedad. A partir de la expansión
social-territorial asumida en la disputa por la distribución de la
riqueza, la democratización de la política y la defensa de la
soberanía nacional, debemos
afianzarnos en la propuesta de construir, junto con otros, el
Movimiento Político Social que exprese nuestros intereses de clase y
la lucha por la independencia de nuestra Patria.
La CTA toda, a lo largo y ancho del país, ha venido haciendo una
experiencia de lucha gremial, territorial, política y cultural a través
de diferentes formatos multisectoriales; un ejercicio de alianzas
basado, primordialmente, en la unidad de clase y, además, en la
unidad de acción con otros sectores confrontados al modelo
neoliberal. En tal sentido, se ha intentado avanzar (con logros
importantes) hacia una construcción político-social que sea capaz de
confrontar las políticas del bloque dominante y la lógica irracional
de los poderosos.
La CTA , según lo reconocemos, está dando pasos que, sin obviar
contradicciones al interior de sí misma y del campo del pueblo, procuran
vertebrar una unidad de masas movilizadas en la práctica y en la
creación teórica, en la perspectiva de plantearse y desarrollar una
nueva sociedad.
En el marco de una crisis capitalista de índole global, la Argentina
expone, además, las consecuencias del modelo económico, social,
cultural y político, impuesto a través del terror por la dictadura
militar en 1976. Modelo que, apenas con matices diferenciados, ha
continuado durante los años de vida institucional hasta hoy mismo. En
la actualidad, es evidente que ese modelo pasa por una crisis
estructural. Han estallado diferencias hacia el interior del bloque
dominante –signado por distintos niveles de ferocidad en la lucha
intercapitalista-, y al mismo tiempo se vive el progresivo
desmoronamiento de la gobernabilidad, defendida por las estructuras
políticas tradicionales, y ahora desbordadas por movilizaciones
populares.
Este grado de movilización y conflictividad social tiene características
especiales. Las iniciativas están siendo impulsadas por las
organizaciones que protagonizaron la lucha de resistencia durante 26 años
y también por nuevas formaciones políticas. Unas y otras han puesto
en cuestionamiento la representatividad política institucional,
subordinada a los dictados del poder real: grupos económicos y
financieros concentrados, locales e internacionales.
Se trata de un escenario político-social altamente convulsionado, en el
cual los factores de poder se definen de hecho cada día más
represivos y criminales y con manifiestas y soterradas apuestas al
caos.
Hay tres posibles “vías de salida” para la situación actual. Dos de
ellas son, en el fondo, readecuaciones al orden vigente que perpetúan
el predominio de los grupos empresarios locales, extranjeros y del
FMI. La tercera es la que creemos que puede intentarse desde los
sectores populares, los trabajadores y la comunidad. Para verlo con
claridad, las tres posibles salidas son:
La
posible reconstrucción de cierta hegemonía del bloque de poder para
reinstalar una gobernabilidad con algún consenso social, sin que ello
descarte formas de represión y terror.
El
mantenimiento del orden vigente, sin ningún consenso y, por supuesto,
con más autoritarismo y terror.
La
afirmación de una nueva coalición política y social que instale una
alternativa económica, política, social y cultural, capaz de alterar
las presentes relaciones de dominación.
Esto
última alternativa le exige a la CTA proponerse un desarrollo
superior de todas sus fuerzas en el campo de la formación teórica y
política, en materia de expansión y anclaje social; así como un
mayor afianzamiento de sus estructuras organizativas. En el terreno de
la comunicación propia, se impone también una definitiva decisión
prioritaria que resuelva un contacto e intercambio en su base de
cuadros y militantes y en su relación con el total de la sociedad
para no depender del formato informativo del bloque dominante.
O sea: de la lógica, los intereses y la ideología del bloque contra
el que se lucha.
Hay que tener en cuenta que el bloque dominante, pese a sus crisis de
hegemonía, avanza en la aplicación de planes y medidas que atentan
contra la mayoría de nuestro pueblo. Entre otras cosas, quieren
imponer el proyecto de Asociación de Libre Comercio de las Américas
y las políticas e instrumentos –Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional y otros- que hacen al proyecto de dominación
neocolonial impulsado por el gobierno de EEUU en América Latina.
Por eso la consigna levantada por la CTA, “hay que pararlos” es parte de
un llamamiento múltiple que no se circunscribe a quienes componemos
las filas de la Central y debe cobrar cuerpo político-institucional y
social.
Tamaña tarea implica superar nuestras propias dificultades para mantener en
el tiempo un accionar integral y conjunto, como Central y con todos
los que luchan. Esto requiere de parte de la CTA un nuevo ritmo en la
constitución y consolidación del nuevo bloque popular.
Significa, concretamente, una intensa labor en lo táctico-estratégico,
para ir por encima de meras estrategias de coordinación en la
voluntad de asentar las bases del Movimiento Político Social. Lo que
supone la construcción de un nuevo Proyecto Histórico de carácter
nacional, que plantee y defina la conformación de un bloque regional
estratégico en América del Sur, frente a la crisis capitalista y las
manifiestas políticas guerreristas del imperialismo a escala mundial.
Con ambas iniciativas, se trata de pelear por la democratización de
la política, la sociedad y la economía y por la institucionalización
de una nueva legalidad.
CAPÍTULO
1 - CARACTERIZACIÓN DE LA ETAPA
No pretendemos hacer una caracterización exhaustiva sino simplemente
destacar algunos puntos que, entendemos, son de especial relevancia
para definir nuestra intervención en el drama que vive el país.
Lo primero es destacar que se vive una crisis
integral, de hegemonía,
y en el marco de una nueva
situación internacional. Veamos estas tres definiciones:
Una Crisis integral o sistémica
No estamos en presencia de una crisis parcial restringida a algún aspecto
de la vida del país. No se trata únicamente de una crisis económica,
ni tampoco de una crisis política. Estamos en presencia de una crisis general, global, del
orden vigente en la Argentina.
Si bien lo que nos sucede se inscribe en el cuadro más general de la crisis
capitalista, en nuestro país está particularmente cuestionado el
formato económico, social, político y cultural impuesto en la
Argentina a partir de 1976 y continuado durante los años de vida
institucional. Las visiones de carácter parcial que pretenden imponer
los sectores dominantes no son ciertas. No
hay posibilidad de intervención en la presente crisis sin una
estrategia integral.
Venimos, así, a confrontar con otras interpretaciones vigentes sobre la
crisis actual. Sobretodo con las dos explicaciones que de manera
central han pretendido imponer los integrantes del bloque dominante y
el sistema político tradicional frente a la crisis registrada en el año
2001.
Hay quien pretende decirnos que el problema principal de la crisis debe
ubicarse en el terreno de la economía. Por lo tanto, coloca la
responsabilidad de la situación en la vigencia que durante el último
cuarto de siglo ha tenido el paradigma neoliberal. Los que exponen
esta visión armaron su discurso apelando a la defensa de lo nacional,
de la producción y el trabajo y de la necesidad de romper con la
alianza que el Estado había estructurado con el Sector Financiero.
En realidad, esta postura discursiva remite a las fuerzas partidarias
tradicionales de la Argentina actual (Ejemplo: UCR-PJ-FREPASO
provincial, partidos provinciales) y busca sustento estructural en el
denominado Grupo Productivo (SRA-UIA-CRA-CGT). Para ser más precisos,
este planteo fue, a no dudarlo, el eje vertebrador del actual
gobierno.
La realidad es que estos supuestos defensores de la “identidad nacional”
y la “producción”, son una parte del bloque dominante que fue y
es tributario de la valorización financiera promovida por el
neoliberalismo del último cuarto de siglo, y que en todo caso durante
la última etapa de los noventa perdió parte de su influencia. Son
claramente integrantes del bloque dominante y del sistema político
tradicional.
Los resultados concretos de su
estrategia (la “devaluación”) han comenzado a mostrar rápidamente
los límites de ese discurso . La pauperización y la humillación
nacional siguen a la orden del día . Por eso es imprescindible
desnudar la falacia de su argumentación.
Es
absolutamente obvio que el paradigma neoliberal tiene una importante
responsabilidad sobre lo que hoy nos ocurre. Sin embargo, debe
consignarse que éste se puso en marcha en la Argentina a partir de la
dictadura, y que de los 26 años transcurridos desde aquel momento, 19
tienen que ver con el presente orden institucional. Es decir tres de
cada cuatro años se explican por el presente régimen.
Por lo tanto,
ya no podemos seguir
sosteniendo que el problema es exclusivamente el tipo de
funcionamiento de la economía.
Es clave incluir en nuestra discusión cuáles son las características de
un orden institucional que ha convivido, convalidado, y ha resultado cómplice
del proceso que viene viviendo nuestro país. No es cierto que la
crisis sea sola y exclusivamente económica. También tiene un fuerte
componente político institucional.
Y acá hay que destacar que los que intentan colocar el problema sólo en la
cuestión económica, son los que por otro lado pretenden seguir defendiendo las prácticas tradicionales del sistema
político (no sólo los partidos sino también el tipo de estructuras
sociales y sindicales tradicionalmente dominantes).
Esas prácticas “tradicionales” no son inofensivas. Son funcionales a
las estrategias de injusticia y concentración de la riqueza que dicen
denunciar. Seguir ese razonamiento sería una profunda equivocación
histórica. Es imposible que, con las mismas estructuras y con los
mismos actores, se promueva una salida a la crisis actual.
La otra versión es la que promueven los Bancos-Organismos Internacionales y
Empresas Privatizadas.
Ellos dicen por todos lado que el problema no es el modelo económico sino
la corrupción del sistema político. En tanto la política es –para
esta concepción- la responsable de lo que ocurre, no quieren ni
hablar de cambiar el modelo. En esta presentación de la crisis no hay
problema alguno en el orden económico imperante. El inconveniente es
que “existe un régimen institucional corrupto que lo ha
distorsionado”.
Se trata de poderosos agentes económicos que están dispuestos a sostener
una nueva batalla simbólica que le permita retomar el control del
rumbo del país.
Su estrategia apunta a la plena mercantilización de la educación y la
salud pública, la liquidación de la banca estatal, con mayores
restricciones al sistema de representaciones en el Estado (la
denominada “reforma política”) y un reordenamiento del sistema de
Estados Provinciales en base a la propuesta de regionalización. Una
verdadera mutilación y modificación del actual esquema
institucional.
Se trata, en suma, de un incremento en el control sobre la política interna
y la economía a través del gerenciamiento de las riquezas del país,
incluyendo el territorio, por medio de tecnócratas representantes de
los intereses de los grupos económicos y los organismos de crédito.
Entonces, y para resumir, digamos que
hay
una interpretación que busca situar la responsabilidad en la economía
para salvar al sistema político tradicional y hay una interpretación
que busca colocar el problema en la política para salvar al poder
económico.
Ambos enfoques intentan ocultar rasgos fundamentales de la crisis.
Nosotros sostenemos que la crisis vigente en la Argentina supone el colapso
general en materia social, económica y política, de un régimen que
se puso en marcha a partir de marzo del 76 y que, con distintas
variantes se ha profundizado en los últimos 26 años.
Esta es la primera definición que nosotros queremos proponer.
Lo
que esta en crisis es el conjunto de las instituciones sociales,
sindicales, partidarias, empresariales y culturales que han definido a
la Argentina desde la dictadura militar en adelante.
La crisis económica
En
materia económica, lo
que colapsó es el régimen que se puso en marcha en 1976. Ese régimen
tuvo, fundamentalmente una característica: transformó a la economía
argentina en una economía de acumulación financiera y transferencia
permanente de recursos al exterior por diferentes mecanismos, donde el
endeudamiento fue uno y no la única vía de salida de recursos.
Así,
la economía nacional transfirió al exterior en las últimas dos décadas
aproximadamente unos u$ 320.000 millones o, lo que es lo mismo, el
equivalente a más de tres PBI de la Argentina actual.
Este orden económico se puso en marcha sobre la base de la llamada
“apertura general de la economía” y tuvo dos pilares básicos que
permitieron su funcionamiento:
El endeudamiento externo
El papel del Sector Público como promotor de dicho proceso. Fue éste
(absolutamente subordinado a partir de la dictadura al bloque
dominante) quien sostuvo y promovió una y otra vez por diferentes vías,
ese endeudamiento.
El colapso de este régimen tuvo dos razones.
En primer término los cambios en el sistema financiero internacional
determinan que hay menos fondos
para países como el nuestro.
En segundo lugar, el grado de
endeudamiento del Estado y de la economía argentina es tan alto que
le impide seguir siendo sujeto de crédito.
En consecuencia, el bloque dominante está en problemas. Los dos pilares en
torno a los cuales funcionaba este régimen han desaparecido, y por
esta razón está colapsando.
Este régimen de acumulación financiera implicó una dinámica particular,
que caracteriza a la Argentina de los últimos 25 años.
Un país que hizo predominar la inversión financiera, donde la inversión
productiva cayó de manera estrepitosa y donde la caída de la inversión
productiva produjo una profunda destrucción del aparato productivo
(por el ingreso de producción importada).
Al destruirse el aparato productivo y desindustrializarse el país, además,
se expandió el desempleo. Y al expandirse el desempleo, este presionó
hacia la baja los ingresos del conjunto de la población.
Es
decir, que el círculo que caracteriza los últimos 26 años, como
contrapartida de este régimen de acumulación financiera es: inversión
financiera elevada- baja inversión productiva- deterioro del aparato
productivo y desindustrialización- expansión del desempleo y caída
de los ingresos.
La crisis social
Las razones del colapso y las tendencias básicas que definieron la economía
del último cuarto de siglo, sostenidas durante los últimos 26 años,
han puesto en crisis también la situación social.
Deben destacarse dos cuestiones fundamentales:
la primera, el tema de la expansión
sistemática y permanente de la pobreza en el país.
Para dar una medida gráfica del asunto: en 1975 en la Argentina había 22
millones de habitantes y menos de 2 millones de pobres. Sobre finales
del 2001 tenía 37 millones de habitantes y prácticamente 15 millones
de pobres. Es decir, que la población creció en 15 millones
y la pobreza en 13 millones.
Otra evidencia notoria de la involución social que tuvo la Argentina se
explica por la casi desaparición de sus capas medias. Hoy, 6 de cada 10 pobres provienen
de dicho sector social. Este empobrecimiento material de las
capas medias no implica la desaparición de sus demandas y objetivos
de ascenso social. Si bien, a comienzos de la década pasada, parte de
las mismas dieron algún consenso al modelo imperante, hoy, ante su
propia bancarrota, ejercen una fuerte presión social hacia el
restablecimiento de sus derechos y garantías.
Las dificultades concretas del bloque dominante para incluir a este sector y
dar respuestas a sus demandas, no les permite gobernar con
“consenso”, como hace algunos años. Esto
implica que el bloque dominante necesita imponerse con mayor
autoritarismo.
Agreguemos que el desempleo, producto del régimen de acumulación vigente,
ha desestructurado la organización social que en nuestro país giraba
fuertemente alrededor de las relaciones laborales.
Los cambios en los sistemas y formas de producción, la terciarización y
los cambios en las categorías profesionales generaron, entre otras
consecuencias, la pérdida por parte de los trabajadores del control
del proceso de producción y el debilitamiento consecuente de la
capacidad de negociación.
Esta situación se agrava por la presencia de un Estado desfinanciado, que
en lugar de benefactor y “prenda del equilibrio social”, es
desembozado benefactor de los grupos dominantes. La precarización
laboral alteró los términos de discusión salarial y confinó a los
trabajadores formalizados a un lugar de franca minoría en la fuerza
de trabajo. Esto desestructura a la sociedad y plantea una crisis sin
precedentes al viejo modelo sindical. Crisis que no sólo condiciona
el salario sino también la propia vida familiar.
La creciente exclusión social deteriora así la capacidad de ejercer los
derechos ciudadanos, crece el temor y se recortan fuertemente las
opciones de las organizaciones sindicales y sociales. Agreguemos, para
visualizar la dimensión de la crisis, la pérdida del ascenso social
por la vía del acceso a la cultura, que repercute fuertemente sobre
las capas medias y los trabajadores en general.
En suma, aparecen nuevas demandas sobre las instituciones públicas y las
organizaciones sociales excediendo sus objetivos y posibilidades y
reclamando la transformación de las mismas.
Además, se confirma que en las distintas “crisis” (y en la actual
también) los sectores dominantes tienen la capacidad de trasladar los
costos al resto de la sociedad incrementando, en cada una de ellas, la
desigualdad.
Es
decir, cuando la economía crece, ellos crecen más que el resto, pero
cuando decrece, ellos siguen creciendo. Rasgo este que define un
cuadro de profunda desagregación social incompatible con la vigencia
de una institucionalidad democrática.
La crisis política
El colapso en materia política debe ser situado en términos de
crisis
de representación.
Y cuando la llamamos de ese modo no nos referimos sólo a los partidos sino
al conjunto de las instituciones que convivieron, convalidaron y
fueron conniventes con esta verdadera estrategia de la desigualdad.
Está en crisis la Justicia, el Parlamento, el Poder Ejecutivo Nacional, los
gobiernos Provinciales, los municipios y concejos deliberantes, la
Iglesia, la universidad, los sindicatos, las FFAA; es decir, la crisis atraviesa al conjunto de las instituciones.
Este es el otro problema fundamental. Las instituciones y organizaciones que
se supone que son portadoras de intereses colectivos, son visualizadas
por el conjunto como representantes de intereses privados.
La ruptura del llamado “contrato social” y el vaciamiento de la
democracia representativa se reflejan en la absoluta disociación
entre lo que la gente demanda y la vida de las instituciones.
Así, el consenso se sustituye en la práctica por el autoritarismo, la
corrupción, la manipulación social -a través de caudillos y
punteros que han frustrado el protagonismo popular- y la fuerte
cooptación del sistema de representación por los intereses de los
principales grupos económicos.
Los derechos constitucionales, las libertades y garantías son de aplicación
restringida, parcial y discriminatoria. La pérdida de protagonismo y
control social sobre los actos de gobierno hace que la denominada
“democracia representativa”, no sea representativa ni mucho menos
democrática. Y ésta no es una cuestión menor. La pérdida de crédito
hacia la democracia y el consecuente ausentismo
electoral abren el camino a los autoritarismos mesiánicos siempre
apoyados en estrategias antipopulares y sostenidos con la represión.
Por otra parte, el descrédito hacia las formas de ejercicio actual de la
política y hacia los partidos tradicionales ,amenaza con proyectarse
también peligrosamente hacia la deslegitimación de toda forma de práctica
política, de todo liderazgo y de toda búsqueda de una renovación
democrática de los actuales esquemas de representación. Sabemos que
esa forma de plantear el problema es funcional al objetivo de
preservar en manos de los enemigos del pueblo el ejercicio concreto de
la dirección del Estado.
La
crisis cultural
El progresivo deterioro de nuestra estructura productiva, del Estado y de lo
público-comunitario, así como el crecimiento de la pobreza y la
desocupación impactaron fuertemente sobre las matrices culturales de
nuestro pueblo. El “sálvese quien pueda” pareció ser el mandato
oculto de un complejo proceso expresado en la vida cotidiana, en las
prácticas institucionales, en la acción de los medios masivos y en
las expresiones artísticas y culturales. Sin embargo es evidente que
las políticas culturales del poder convivieron en nuestras familias,
barrios y espacios públicos con las múltiples formas de la
resistencia y la iniciativa comunitaria.
En este sentido, el neoliberalismo devenido en hegemónico pivoteó
permanentemente sobre dos estrategias. El mensaje emitido de manera
dominante desde los medios de comunicación y el papel de
“justificadores del establishment” que adoptara una parte de la
intelectualidad vernácula. Ambos convergieron cuestionando
importantes conquistas del proceso de democratización de la cultura
que había vivido nuestro país. Sin embargo, el proceso descrito no
alcanzó entidad suficiente como para ocultar la realidad y destruir
totalmente pilares históricos de la cultura nacional como el
sostenimiento de la educación pública, el no arancelamiento, una
cierta prensa comprometida, el clima cultural critico del cine, el
teatro y la música, e incluso la emergencia de signos vitales de una
nueva intelectualidad.
Las características principales de ese “nuevo sentido común” que
pretendieron imponer se asentó en:
La naturalización de los procesos históricos y económicos y, por lo
tanto, la expulsión de la noción de cambio. Cuestión ésta que
pretende situar como único al modelo vigente y que ubica a la política
en el terreno de la exclusiva gestión y del reconocimiento como no
modificable de las relaciones de poder vigentes.
Cuestionar la histórica noción del Estado interventor, el cual apareció
presentado como signo de ineficiencia, de atraso, de defensa de
intereses espúreos (patria contratista).
Ubicar a la ideas sobre la distribución del ingreso y la riqueza en el
territorio del populismo, la demagogia y la irresponsabilidad.
Situar al mercado como signo de progreso, democracia y eficiente asignación
de los recursos.
El acento en las formas estereotipadas de gerenciamiento empresario
eficiente y eficaz trasladado a todas las instituciones como eje del
debate desprendido de los fines y objetivos sociales para los que han
sido creadas.
La descalificación de las luchas y organizaciones populares, incluido el
sindicalismo, señalados como rémora del pasado, inhibidores de la
transformación necesaria y defensores de privilegios inaceptables
como los estatutos laborales o los derechos sociales.
La presentación de la política como signo de corrupción, coima y
deshonestidad.
El acento en el individualismo y el deterioro de la solidaridad como forma
de organización social y de acceso a las reivindicaciones.
La mistificación del estilo de vida consumista, trivial, superficial y
depredador del planeta, instalada en los países desarrollados como única
y superior meta.
Cierta elite intelectual, que otrora incluso sustentara un proyecto
nacional, cumplió el rol de adaptarse rápidamente a los planteos que
impulsaban el apoyo a las transformaciones en nombre de la
trasnacionalización, de la aldea global y de la cultura única.
Contribuyeron así a la afirmación de un sentido común alienado que
repitió hasta el hartazgo el discurso dominador. En fin,
intelectuales de países periféricos transvertidos por el
financiamiento en tecnócratas al servicio de los organismos
internacionales.
En consecuencia, a diferencia de las dos interpretaciones que los sectores
dominantes impulsan en la Argentina (visiones parciales y falaces de
la crisis actual), entendemos que estamos en presencia de la crisis general de un orden que
no tiene, bajo estas condiciones, capacidad de seguir reproduciéndose
con mínimos niveles de consenso.
Una
verdadera crisis de hegemonía
El final del punto anterior permite explicar qué queremos decir cuando
hablamos de Crisis de Hegemonía. Nos referimos a “aquel conjunto de relaciones que
definen el funcionamiento de una sociedad y que en una determinada
coyuntura histórica no pueden ser reproducidas bajo el liderazgo de
las clases dominantes y, consecuentemente reconocidas por las clases
subalternas”.
En este sentido el proceso social que se manifiesta durante el año 2001
debe ser entendido como una verdadera crisis
de hegemonía de las clases dominantes de nuestro país. Tienen dificultades para seguir explicándole a la sociedad que es
natural que las cosas sean como son. La sociedad ya no siente que
las cosas deben seguir necesariamente así. Tampoco cree que este sea,
necesariamente, el único rumbo posible. En estos términos, la
hegemonía de comienzos de los 90 hoy está visiblemente cuestionada.
Pero, como en toda crisis de esta naturaleza, la misma tiene dos
componentes fundamentales.
El primero de ellos es la crisis al
interior de los poderosos. La estabilidad capitalista propia de la
década del noventa tuvo que ver con la consolidación de una
verdadera “comunidad de negocios”, establecida en el marco de la
acumulación financiera sobre la base de las privatizaciones. En esa
“comunidad de negocios” coincidieron los intereses de los Grandes
grupos empresarios de la economía argentina con el ingreso de nuevos
integrantes del capital extranjero y con los Bancos Trasnacionales.
Desde mediados de la década, más puntualmente a partir del efecto Tequila,
la citada comunidad de negocios comenzó a disolverse, fruto de
las modificaciones en el escenario internacional (relación entre el dólar
y las principales monedas, así como el debilitamiento de la
experiencia del Mercosur) y los procesos de compra venta de acciones y
empresas, que determinan una menor presencia de la histórica cúpula
empresarial local en los consorcios de las empresas privatizadas.
En el marco del colapso del régimen de acumulación financiera, dadas las
restricciones vigentes en el plano internacional y con la devaluación
en curso, están sucediendo dos cosas:
*
una puja entre ellos dirigida a determinar la distribución de las nuevas
rentas así como de las pérdidas resultantes de la crisis vigente
*
el intento de imponer un nuevo ordenamiento de los predominios al interior
de los históricos ganadores del modelo.
Está en discusión, en suma, quién conduce la salida de la crisis. Hay
disputa entre los grupos empresarios y el sistema bancario, hay
disputa entre ellos y los acreedores externos, hay disputa entre los
acreedores y el resto de los que están aquí. Es decir, no
logran, como sí lograron en el pasado, sintetizar una estrategia común
para proponerle al conjunto de la sociedad.
Esto habla de una feroz lucha intercapitalista en la que no están ausentes
incluso comportamientos de carácter mafioso.
La
segunda cuestión que caracteriza a una crisis de hegemonía y que es
el dato determinante que distingue el momento actual de otros que
hemos vivido, es que por primera vez en mucho tiempo, más
concretamente, desde 1976 para acá, hay hoy organizaciones sociales y
niveles de movilización que están por afuera de las estructuras de
poder económico y político tradicional en todos los terrenos(social,
sindical, territorial, cultural e incluso partidario),.
Es
decir: a diferencia de la crisis de 1989 (en donde el PJ aparecía
como una opción y salida recientemente legitimada y que intervenía
sobre el conflicto social, dado el peso sustantivo de la estructura
sindical tradicional), hoy no hay oferta legítima del sistema
tradicional. Tampoco están en capacidad de controlar el conjunto de
la movilización y organización social existente. Hoy hay otras
realidades sindicales, otras realidades sociales e institucionales.
Han emergido organizaciones y niveles de movilización que tienen
autonomía respecto de los factores de poder político y económico
tradicional. Es por esta razón que parece importante definir que el año
2001, representa desde la experiencia política de los sectores
populares, el final de la argentina de la dictadura.
A lo largo del año pasado tomaron cuerpo diversas formas de respuesta del
campo popular que, sin lugar a dudas, refieren al hartazgo ante políticas
económicas y sociales intolerables; pero, fundamentalmente, empiezan
a sintetizarse las experiencias de los 26 años de resistencia
organizada que contribuyeron a mellar el pensamiento único y el
discurso hegemónico.
El año 2001 fue un año difícil para el poder desde sus comienzos, con el
derrocamiento de López Murphy, (paradigma del ideario neoliberal);
luego con las movilizaciones espectaculares que se realizaron en todo
el país en contra de la política del déficit cero (movilizaciones
que en todos los casos estaban por afuera de las estructuras políticas
y sindicales tradicionales) y con la propia jornada electoral del 14
de octubre, en que la sociedad no sólo le dijo que no y le dio un
cachetazo al gobierno de De la Rúa, (perdió cerca de 5 millones y
medio de votos), sino que el propio triunfo del PJ se dio en el marco
de una caída de su peso electoral (un millón de votos menos).
Fueron elecciones en donde el no voto,
el voto en blanco y el nulo, así como el respaldo a nuevas opciones
implicaron una advertencia de la sociedad al conjunto del sistema
institucional. La propia consulta popular que protagonizamos en el
marco del FRENAPO entre el 14 y 17 de diciembre, donde la participación
superó claramente todas nuestras expectativas, fue otra demostración
de ese proceso social que se estaba dando en la Argentina. Por ultimo,
las jornadas del 19 y 20 de diciembre donde la movilización popular
logró, pese a las internas palaciegas, poner su sello confrontando
con el Estado de Sitio y afirmando reclamos expresos en pos de mayores
niveles de igualdad. Toda esta situación revelaba la envergadura del
proceso que se estaba dando en el país.
Sin embargo, es necesario definir un poco más los alcances de la noción de
“crisis de hegemonía” que hemos propuesto como marco para la
interpretación de esta etapa. Se trata de un momento político donde,
frente a la ausencia de consenso para el bloque en el poder, se afirma
un contexto de oportunidad para una intervención popular exitosa que
ponga en cuestión el presente régimen de dominación.
Pero hay que distinguir que la existencia de crisis al interior del bloque
en el poder no define que haya crisis de hegemonía. También hubo una
crisis al interior de los poderosos en la Argentina de 1989, y no se
trató de una “crisis de hegemonía”. Ésta sólo existe (por eso
existe hoy) en tanto emerge un contexto de no
reconocimiento por parte de los dominados del liderazgo de las clases
dominantes.
Ese “no reconocimiento” toma formas, además, en la emergencia de
niveles de organización y movilización que desbordan las estructuras
tradicionales de representación del régimen. Es decir, se trata de
un momento donde la dominación se encuentra en crisis porque no es
percibida como “natural”.
La
segunda distinción consiste en señalar que la existencia de una
situación de crisis en la dominación no implica que la dominación
haya desaparecido ni que el sistema se este derrumbando. Más aún, la dominación se sigue ejerciendo y es en las
características de su propio ejercicio donde se juega la posibilidad
de que los sectores dominantes puedan, incluso, reconstruir la hegemonía
perdida.
Por lo tanto, hablar de crisis de hegemonía no es hablar de un momento
prerrevolucionario sino de la existencia de condiciones de oportunidad
para una nueva construcción política. Esa construcción política sólo
existirá si se interviene con una visión integral en el escenario
descripto.
Hechas estas aclaraciones, corresponde finalizar estas precisiones
reafirmando que tanto desde la teoría como desde la historia, las
opciones que suelen presentarse ante una Crisis de Hegemonía -tal
como se señala en la introducción- son:
Reconstrucción hegemónica del bloque en el poder
Mantenimiento del Bloque en el poder por vía autoritaria
Afirmación de una nueva coalición política que haga posible un nuevo régimen
sobre la alteración de las presentes relaciones de dominación.
Una
nueva situación internacional
No podemos finalizar estos apuntes respecto a la etapa que transitamos sin
incorporar elementos que aludan a la presente situación
internacional. Es evidente que el carácter de la denominada fase
global del capitalismo (que desde el punto de vista económico y en la
práctica ha implicado la financiarización
de la economía mundial) redunda en condiciones de mayor exclusión
y pobreza para la humanidad. Estas se expresan tanto en la incapacidad
manifiesta del sistema de garantizar tasas de crecimiento elevadas ,
como por la polarización exhibida en materia de distribución del
ingreso tanto entre países como al interior de los mismos, incluyendo
a los propios países centrales.
Asistimos a un proceso de liquidación
del denominado Estado Benefactor en los centros y a la destrucción de
las formas estatales populistas y desarrollistas en la periferia. Esa
destrucción es acompañada en la práctica por la instalación
progresiva de Estados que promueven la afirmación de plataformas
exportadoras.
A esto hay que agregar que se manifiesta un cuadro creciente de recesión
generalizada en los principales centros económicos del mundo, lo que
induce una reversión en la dirección de los flujos financieros
internacionales (ya no giran fondos con facilidad).
En la década del noventa se observaba una abundancia de fondos en el mundo,
en busca de opciones para invertir en los países “denominados
emergentes”. Esto permitió a nuestros países pagar vieja deuda con
activos públicos y/o riqueza social acumulada, pero también con el
acceso a nuevo endeudamiento). Digamos que en el escenario
internacional hoy se registra exactamente lo contrario.
En el marco de la recesión vigente en los países centrales como
consecuencia de la baja en la tasa de ganancia (que supone la
contracción en las compras que estos países realizan a la
periferia), se observa una tendencia
declinante en los precios internacionales de los principales
productos que colocan estos países.
Esta situación revela una menor capacidad de pago sobre las deudas que
acumulan dichas economías y habilita un proceso de fuga
de los capitales; permanecer en los países de la periferia supone
mayores riesgos que hace unos años.
Menor
disponibilidad de financiamiento y menores precios para nuestros
productos definen un cuadro de mayores restricciones económicas para
la región latinoamericana. Ésta debiera organizarse nuevamente –y,
al igual que ocurriera en la década del 80- como una verdadera zona
económica de exportación de excedente hacia el centro del mundo.
Las tendencias generales que plantea la financiarización de la economía
mundial y la particular coyuntura recesiva determinan la incapacidad
creciente del propio sistema para presentarse (cual ha sido históricamente
su estrategia de legitimación) como avanzada
de la Civilización.
Hace algunos años tenía vigencia un discurso que asociaba a las políticas
neoliberales con la afirmación de la democracia, sobretodo a partir
de la caída del muro. Ese planteo hoy está fuertemente cuestionado.
La
consolidación de resistencias sociales y culturales frente a la
mundialización capitalista (movimientos antiglobalización - Foro
Social Mundial) y la propia evidencia de los límites que las políticas
vigentes le imponen a la construcción democrática, ha abierto una
nueva situación en el plano internacional. Esta nueva etapa implica
mejores condiciones ideológicas y políticas para el
reposicionamiento de las fuerzas populares pero también supone un
momento de mayor complejidad. Prueba de ello es la nueva vuelta de
tuerca guerrerista del gobierno de los EE UU a partir del 11 de
Setiembre, tras los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
La política bélica sostenida en la permanente capacidad del imperio para
hacer reaparecer y desplazarse al fantasma del terrorismo, es la
condición de posibilidad para limitar
los mecanismos de consenso en la regulación de la sociedad
mundial. Se trata de la clave de la unipolaridad que pretende afirmar
el gobierno de los EEUU y el marco en el que se inscriben las nuevas
estrategias de control colonial.
Política
bélica y recesión mundial explican la desaparición del discurso
democrático de la agenda del departamento de Estado Norteamericano y
le otorgan perspectiva al intento de transformar al mercado americano
en un espacio de libre circulación y absoluta seguridad para sus
mercancías y capitales, por vía del ALCA, y destruir así toda
posibilidad de desarrollo autónomo para la región latinoamericana.
En este escenario hay que inscribir el intento de golpe de Estado en
Venezuela, la decisión de avanzar militarmente con el Plan Colombia,
el intento de boicotear el triunfo de Lula en Brasil y las
definiciones relativas a la colocación de bases militares en la región
(particularmente en nuestro país, en las provincias de Chubut y
Tierra del Fuego) en el marco de la construcción del denominado
escudo antimisilístico.
Conclusión
Dijimos al comenzar este punto que no teníamos como objetivo hacer una
caracterización exhaustiva sino que sólo buscábamos apuntar
elementos que nos permitieran elaborar una conclusión política. En
este sentido y considerando los aspectos reseñados en la
caracterización, entendemos importante destacar que :
Dada la política norteamericana para el mundo y la región (de carácter bélico
y colonial), es evidente que se
busca sancionar a la Argentina como ejemplo continental y reforzar, así,
la dominación sobre nuestro país a efectos que éste siga desempeñando
el papel de apéndice norteamericano en la región tal cual lo hiciera
durante la década pasada. Esto se da en un contexto donde
dicha estrategia exhibe problemas para afirmarse. Están estancados en
el conflicto Colombiano, no han logrado desplazar a Chávez en
Venezuela, Lula se mantiene firme en Brasil, el Frente Amplio se
consolida como alternativa para el futuro uruguayo, y avanza la lucha
popular en Bolivia, Perú y Paraguay. Por eso la estrategia hacia la
Argentina adquiere especial relevancia para el gobierno de los EE UU.
En este marco, sin financiamiento externo abundante y en un contexto de
precios declinantes para nuestros productos en el mercado mundial, la
dirección adoptada en torno a la presente salida devaluacionista
exhibe graves problemas. Argentina tiene un núcleo exportador que
representa no más del 25% el PBI, donde apenas 80 empresas concentran
el 70% del total exportado y en el que el componente de recursos
naturales, la intensiva utilización de insumos importados y el bajo
valor agregado de los productos son sus características
determinantes. Por lo tanto, y en
un marco donde la denominada salida exportadora debe garantizar un
saldo comercial favorable de unos u$ 10.000 millones para reanudar los
pagos externos, la perspectiva que en esta etapa pueden ofertar los
sectores dominantes es la de un crecimiento lento (luego de
arribar al piso de la crisis),
con tasas de desempleo estructuralmente altas, con salarios bajos
(donde los 100 dólares promedio de retribución salarial de la
Argentina actual resultan elevados) y, por lo tanto, profundamente
desigual.
Considerando las tres opciones que se plantearon como resolución de una
Crisis de Hegemonía, corresponde decir que la posibilidad de que las
clases dominantes en nuestro país puedan recuperar la hegemonía
perdida descansa en la afirmación del segundo de los escenarios
planteados (“mantenimiento del poder por vía autoritaria”).
Ellos necesitan mayor capacidad de represión. En un contexto de rechazo social
al orden vigente, donde las tendencias futuras del capitalismo vernáculo
no son portadoras de derrame alguno, necesitan una mayor restricción
de las libertades individuales y de los espacios democráticos y una
mayor presencia de las estrategias de control y coerción sobre las
demandas populares.
Es en este plano donde deben ubicarse tanto la situación abierta en términos
de violencia material y física que se descargara sobre la sociedad
argentina desde Diciembre del 2001 en adelante, como la convocatoria a
elecciones anticipadas realizadas por el presente gobierno.
Ciertamente, a partir del cuestionamiento masivo que la sociedad hiciera
expreso durante el año 2001, la respuesta ha sido la puesta en marcha
de un proceso brutal de redistribución regresiva de los ingresos y la
riqueza (violencia material). Esto se expresa en la expansión de la
tasa de desempleo, en la caída de los salarios reales, en la expulsión
a la situación de pobreza de aproximadamente unas 750.000 personas al
mes y en la confiscación de la riqueza de los pequeños y medianos
ahorristas. Para permitir ese desguace se dieron fenómenos claros de
represión física dirigidos a disciplinar la movilización popular
tanto el 19 y 20 de Diciembre, como en las amenazas que se suceden en
distintos puntos del país y en el asesinato de los dos compañeros
piqueteros en el Puente Pueyrredón.
En
este marco de violencia económica y represiva la convocatoria
electoral anticipada impide una síntesis política mayor del
cuestionamiento que viene ejerciendo la sociedad argentina al modelo
vigente. Buscan, en este sentido, evitar la amenaza de que emerjan
condiciones institucionales que hagan posible un replanteo del régimen
y del rumbo económico vigente.
Es decir que necesitan evitar la afirmación del tercer escenario que hemos
planteado como resolución posible de una crisis de Hegemonía.
Frente
a las elecciones
Objetivamente, mientras la lucha política orientada por la priorización
del conflicto social potenciaba niveles crecientes de unidad política,
el adelantamiento electoral tiene un objetivo claro: fragmentar la expresión popular de cuestionamiento al orden actual y a
mejorar las posibilidades de triunfo del principal partido del régimen
-el Justicialismo- .
Por eso se busca resolver su crisis interna por vía de las denominadas internas
abiertas, o bien ley de
lemas, articulando en una eventual segunda vuelta con las
expresiones de la derecha, y aprovechando la persistencia de un
importante nivel de ausentismo e impugnación sobre el conjunto de la
dirigencia política.
En este sentido,
el
objetivo es recobrar condiciones de legitimidad y legalidad que
permitan profundizar una nueva ofensiva del bloque dominante. Si lo
logran, intentarán liquidar la banca pública, mercantilizar la
educación y regionalizar la Argentina por vía del desguace de los
aparatos institucionales de distintas provincias.
El carácter restrictivo y no democrático
que exhiben las elecciones anticipadas se expresa en el formato que el
adelantamiento le impone a las mismas. Quedan circunscriptas a
elecciones sólo de Presidente y Vice sin renovación del conjunto de
las Cámaras de Diputados y Senadores en un contexto de absoluta
crisis de representación.
Aún en el caso en que se eligieran la mitad de los diputados y un tercio de
los Senadores en la fecha establecida (Marzo del próximo año), éstos
no asumirían hasta Diciembre del año 2003, por lo cual el nuevo
Presidente deberá convivir durante sus primeros siete meses con el
sistema institucional actual (el mismo Parlamento y la misma Corte
Suprema de Justicia).
Es decir que además del efecto de fragmentación sobre el cuestionamiento
popular, las elecciones anticipadas configuran un escenario donde
incluso un eventual nuevo gobierno que quisiera modificar el rumbo
imperante deberá confrontar a partir de sus primeras horas de gestión
no sólo con la capacidad de los principales
agentes económicos de desestabilizar la situación en tanto la
misma afecte sus intereses, sino que además vería sumamente restringida
su capacidad de acción institucional.
La “trampa” que supone este diseño es la respuesta a una realidad
objetiva que al Poder le preocupa: más allá de la violencia económica
y represiva que se ha ejercido, la sociedad argentina ha seguido
cuestionando el rumbo actual. Ha sido capaz, frente al intento de
fragmentar los reclamos de ahorristas y trabajadores, de construir
convocatorias que favorecieron y dieron veracidad a consignas tales
como ”Piquetes y cacerolas la lucha es una sola” . Ha sido capaz
de estructurar una jornada de paro y movilización nacional en base a
organizaciones que no poseen compromisos con el sistema político
tradicional. Ha podido responder, incluso, con movilizaciones en todo
el país y con niveles superlativos de unidad a los asesinatos y la
represión.
Es decir, la sociedad sigue nutriendo y alentando la posibilidad de
construir una nueva perspectiva y en cada una de las jornadas de lucha
en que esto se expresa, nuestra Central ha aportado a la hora de
garantizar la articulación y nacionalización de ese proceso.
En función de lo expuesto y del carácter tramposo y limitante que define a
la convocatoria electoral del oficialismo es que se ratifica nuestra
definición conceptual:
No hay salida democrática en
el marco del presente régimen. Transitamos, por lo tanto, su fase
autoritaria y sólo habrá salida democrática plena en tanto la
sociedad argentina sea capaz de poner en marcha un proceso de
movilización y organización que garantice la construcción de una
nueva coalición política.
CAPÍTULO
2 - LAS LÍNEAS DE NUESTRA CONSTRUCCIÓN Y NUESTROS LÍMITES
La caracterización presentada en el capitulo anterior permite situar el año
2001 como un punto de inflexión en el desarrollo del movimiento
popular en la Argentina. Hemos destacado el nivel de movilización
alcanzado, así como la importancia adquirida en dicho proceso por
organizaciones ajenas al sistema de poderes tradicionales (entre ellas
nuestra Central).
Sin embargo, no deberíamos descuidar el hecho de que, pese a la importancia
de lo expuesto, pese a la crisis de hegemonía en la que ingresara el
bloque dominante, no hemos
logrado transformar dicha movilización popular en el sustento para la
apertura de un proceso de profundización democrática.
Más aún, hemos finalizado nuestra presentación de la etapa señalando la
ofensiva que en términos económicos y represivos se descargara sobre
nuestra sociedad y definiendo el carácter “tramposo “ que exhibe
la convocatoria a elecciones anticipadas. La fase actual del régimen,
decimos, tiene un claro perfil autoritario
El cambio de contexto expuesto así como el papel que nuestra Central ha
tenido en el proceso reciente, nos obliga a una reflexión como
condición de posibilidad para encarar la nueva etapa que afrontamos.
El
desafío de la etapa
Ciertamente, desde la realización de nuestro último congreso (en el que
ratificáramos la autonomía de nuestra Central respecto a los
empresarios, los partidos y el Estado y situáramos al trabajo y a la
desocupación como el problema principal de la sociedad argentina), la
CTA avanzó de manera sustantiva en su papel como organización
representativa de los trabajadores.
Logró, en el marco de la iniciativa construida junto a otras organizaciones
en el Frente Nacional Contra la Pobreza, transformar en política pública
y tema central de la agenda de este país la cuestión de la desocupación y la pobreza.
Logró articular en torno a una propuesta concreta que transformaba a la distribución
en la clave principal para el replanteo de nuestra sociedad a un vasto
conjunto de actores sociales e institucionales al tiempo que
protagonizó un hecho de masas formidable al desarrollar una consulta
popular inédita (ya que fue efectuada por fuera de las instituciones
del Estado) donde más de tres millones de argentinos acompañaron y
transformaron en mandato social la propuesta presentada.
Podemos
decir, casi sin temor a equivocarnos, que la Consulta del 14-15-16 y
17 de Diciembre fue, en términos de experiencia popular organizada
previo a la debacle abierta el 19 y 20 de Diciembre, uno de los pasos
más altos en la afirmación de la Crisis de Hegemonía de las clases
dominantes. Básicamente, porque supuso un acompañamiento masivo a
una propuesta concreta de salida frente a la crisis, presentada en un
marco de profunda unidad política.
Es decir que fuimos capaces, como parte de la sociedad, de concitar la
unidad para avanzar y no sólo para resistir.
Sin embargo, pese a que la movilización lograda obligó al Estado a
extender cada vez más -aunque de manera devaluada y lejos de lo
propuesto oportunamente por la CTA- el sistema asistencial sobre la
población desocupada, las características del proceso político
desplegado no permitieron frenar el proceso de violencia social, económica
y represiva que a partir del 19 y 20 de Diciembre se descarga sobre la
sociedad argentina.
Es indudable que dichas jornadas actúan como bisagra de nuestra propia
historia y que se instituyen como espejo de las fortalezas y
debilidades que exhibe el denominado campo popular.
Como bisagra porque manifestaron en concreto la potencia superlativa de la
movilización popular que no sólo se apropió de las calles, sino que
logró ponerle límite a intentos represivos tales como el Estado de
Sitio.
La
Movilización
popular fue capaz de ilegitimar al conjunto de la dirigencia política
tradicional desnudando al extremo la crisis de representación y
colocando en el centro de la discusión nacional la voluntad colectiva
de no seguir delegando en quienes hace tiempo habían decidido
articular sus representaciones con los intereses y proyectos del
Bloque dominante en la Argentina.
Pero así como se demostraron nuestras capacidades, creemos que también se
expresaron claramente nuestras debilidades.
Porque
la ausencia de una dirección consciente del conjunto de la comunidad
impidió transformar dicho proceso en un cambio institucional de signo
popular y democrático que evitara al mismo tiempo que la movilización
popular quedara expuesta a los reacomodamientos del bloque dominante y
del sistema político tradicional.
Es este límite el que nos ha impedido frenar el salvaje proceso de
redistribución del ingreso y la riqueza que indujo la salida
devaluacionista, y el que debemos poner en el centro de nuestro
debate. Tenemos que impedir la afirmación en la conciencia colectiva
de la idea de la inutilidad de la movilización popular.
Para decirlo de manera sencilla, si la mayor movilidad social se mide en términos
de cambios de gobierno que una y otra vez descargan políticas que
agreden al conjunto de la sociedad, la función de la misma pierde
sentido. Por esta razón, la resolución del límite expuesto
(ausencia de una dirección
consciente) es fundamental.
Es el único camino que puede impedir que, ante la estrategia de violencia
plasmada por el bloque dominante, la respuesta no descanse
exclusivamente en la reedición de estrategias de resistencia
de carácter sectorial.
Éstas muchas veces reproducen las condiciones de fragmentación del
universo popular y , por lo tanto, terminan construyendo un contexto
donde el cuestionamiento social brinda condiciones para el discurso
autoritario en lugar de afirmar la demanda por mayores niveles de
justicia e igualdad.
Es interesante observar que aún en ausencia de esa “dirección consciente”
del conjunto de manifestaciones del movimiento popular, fue posible
vertebrar importantes experiencias de resistencia colectiva que
reflejaron crecientes niveles de unidad política.
Desde la articulación del reclamo piquetero con la experiencia de los pequeños
y medianos comerciantes el 28 de enero de este año, pasando por la
jornada de paro y movilización nacional del 29 de Mayo, hasta la
unidad planteada en la calle frente a la represión y el asesinato y
gestada en el marco de la confluencia de Nazareth.
No obstante, parece sencillo reconocer que será difícil afirmar una
estrategia que esté en condiciones de intervenir en el presente
contexto si no somos capaces de poner en marcha un proceso que nos
permita resolver el problema planteado, en base a la fijación de una
línea de acción política que nos permita resistir, pero también
avanzar en la configuración del tercer escenario que hemos presentado
en el capitulo anterior como salida popular de una Crisis de Hegemonía.
El 19 de Diciembre define entonces, la necesidad de poner en debate y
construcción una nueva experiencia
política de los sectores populares en la Argentina. Ya no
alcanza con el desarrollo de iniciativas o confluencias estructuradas
en torno a cuestiones puntuales (sistema de construcción cuya más
alta expresión ha sido el FRENAPO).
Responder frente a la actual etapa supone ser capaces de vertebrar un NUEVO
MOVIMIENTO POLÍTICO-SOCIAL
que, dotado de orgánica concreta y acción permanente tenga capacidad
de intervenir en todos los campos de la vida y la discusión social.
Esta y no otra es la discusión que se le plantea a la sociedad argentina y
a todas aquellas organizaciones que vienen bregando por una Argentina
mas justa.
Este y no otro es el proceso
de movilizacion politica al que aludíamos en nuestro capítulo
anterior como imprescindible para confrontar con la presente fase
autoritaria del régimen vigente y garantizar la afirmación de una
perspectiva democrática. Decimos proceso
de movilización y hablamos de movimiento
político-social ya que entendemos que no se puede lograr este
objetivo de manera inmediata ni por vía de decreto alguno.
Tampoco mediante acuerdos de ghetos u orgas cerradas que consideren estar en
capacidad de convocar a la sociedad a seguirlas en torno a su
“verdad revelada”. Se requiere, justamente, “un proceso de
construcción” que no puede sortearse en base a atajo alguno y que
requiere de poner en asamblea y debate a toda la sociedad y a las
organizaciones que correspondan.
En este marco es que debe entenderse el significado y sentido de nuestro
Congreso. De lo que se trata es de profundizar el debate acera de la
necesidad de construir este Movimiento, del modo en que nuestra
Central interviene y participa de este objetivo y cuales son las
reformulaciones que en términos de su dinámica y práctica
organizativa debemos realizar para sostener el desafío de esta nueva
etapa.
CAPÍTULO
3 - EL DESAFÍO POST 19
Asumir los desafíos que plantea la Argentina posterior al 19 de Diciembre
implica:
a)
Reconocer el colapso del sistema
y de las prácticas políticas tradicionales
b) Recuperar la noción de integralidad que define y debe caracterizar a la
práctica política
c) Ubicar el carácter autoritario que define a la fase actual del régimen
Estos tres señalamientos merecen algún desarrollo. Respecto al colapso del
sistema y las prácticas políticas tradicionales importa destacar
aquellos aspectos que inciden directamente sobre la viabilidad y las
condiciones de nuestro propio desarrollo.
El
funcionamiento actual de las prácticas institucionales instala como lógica
principal dentro de las mismas un juego donde lo que prima es un
proceso de “diferenciación” entre las diversas ofertas
partidarias que en ningún caso asume una práctica expresa de
confrontación con el poder económico vigente.
Esto es más que obvio en el caso de la situación que observan las
estructuras partidarias tradicionales, pero también acompaña
aquellas posturas de carácter testimonial que, en tanto se centran
exclusivamente en referencias unipersonales, dejan abierto el campo
para todo tipo de dudas. Y esto es tanto por el fracaso reciente de la
experiencia del Frepaso, como por la obvia evidencia que la resolución
de la crisis argentina excede prácticas de este tipo y requiere de
construcciones de mayor solidez y profundidad.
Este
juego de “diferenciación” observa un límite mayor que en
cualquier otra coyuntura. La profunda confrontación social que impone
la magnitud de la crisis y las nuevas condiciones de violencia y
regresividad que exhibe el ciclo de acumulación en el plano local,
exigen otro tipo de acción política.
Es
por esta razón que nuestra Central tendrá dificultades para crecer
si no es capaz de enunciar y participar de una práctica de construcción
distinta, que interpele al conjunto de la comunidad dotando de sentido
a la lucha por una sociedad más justa.
La repetida pregunta que se hacen tanto ciudadanos como militantes respecto
a quien se hace cargo de nuestros reclamos y de nuestras propuestas es
la manifestación concreta de este problema. Problema que se agudiza
en tanto la dinámica tradicional del sistema reproduce una y otra vez
que sólo se puede interpelar al
conjunto desde los espacios institucionales existentes. Es decir, los únicos que están habilitados para promover ofertas sobre el tipo
de sociedad que debemos tener son las estructuras o los dirigentes
partidarios.
Nosotros somos, para la “política tradicional”, portadores de reclamos
de carácter sectorial. Sin embargo, tanto nuestras organizaciones
como nuestra propia Central han sido cultores una y otra vez de prácticas
y acciones dirigidas a superar el carácter sectorial o corporativo de
las viejas estrategias reivindicativas.
La etapa actual de colapso absoluto del sistema de representación
partidaria nos exige profundizar esa línea y transformar lo que han
sido acciones puntuales de presentación de nuestras propuestas (como
estrategias articuladas con el conjunto de la comunidad) en un accionar
permanente y cotidiano.
Es este accionar el que describe y exige la configuración de un nuevo
Movimiento Político-Social que, en tanto interpele al conjunto de la
sociedad, dote de sentido a la práctica de lucha y al accionar de la Central.
Esta estrategia no puede excluir en su dinámica una expresa referencia
respecto al rol y a las características de la dinámica institucional
y partidaria. Teniendo en cuenta que bajo ningún aspecto el tema se
resuelve con el simple expediente de una participación electoral.
Por el contrario, en este exacto punto y en términos prácticos, la
experiencia desarrollada por nuestra Central en el marco del FRENAPO
es un ejemplo claro de
construcción de una iniciativa que permitió interpelar al conjunto
de la sociedad impactando, incluso, sobre la práctica
institucional sin que se configurara como una opción electoral. El
futuro de la Central se articula hoy, indisolublemente, con la
necesidad de motorizar la construcción de un nuevo Movimiento Político-Social.
Pero esa necesidad no se resuelve con declaraciones.
El colapso del sistema y las prácticas políticas tradicionales han
producido otro efecto de importancia a considerar: el divorcio entre la imagen social de la política y la vida cotidiana.
La idea de la política como enunciación o análisis de lo que ocurre sin
prácticas de intervención concreta ante las situaciones de
emergencia cotidiana de la población, profundizan la distancia de la
sociedad frente al accionar político. Por lo tanto, si en el punto
anterior definíamos que el colapso del sistema político tradicional
transformaba en “esencial” para el futuro de la Central la
convocatoria a un Nuevo Movimiento Político-Social, hay que asegurar
que este movimiento solo existirá si es capaz de acompañar su
enunciación con la afirmación de prácticas que intervengan en la
vida cotidiana sobre la base de la defensa de la existencia.
En
el marco de la crisis actual, donde la emergencia social coloca “el
hambre” como problemática central de los sectores populares, no hay
espacio para Movimientos Políticos que funden su existencia en el
enunciado de un futuro mejor sin intervenciones concretas en las
situaciones presentes. Esas intervenciones tienen que demostrar, además,
que todos los recursos organizacionales son puestos en función de la
defensa de la comunidad.
Una vez más, esta no es una estrategia ajena a las prácticas que
desarrollan las organizaciones que integran la Central. Sin embargo,
es clave señalar que éste es un rasgo que debe definir el accionar
del nuevo Movimiento Político-Social.
Los dos aspectos mencionados asociados al colapso de las prácticas políticas
tradicionales permiten dar cuenta del segundo punto que entendemos
debe considerarse como clave para los desafíos que plantea la situación
posterior al 19 de Diciembre.
Se
trata de la necesidad de recuperar la noción de integralidad que debe
caracterizar a la práctica política. No hacerlo, implicaría
reproducir los fracasos que hasta el presente han acompañado a
distintas estrategias en el movimiento popular. Es decir, estrategias
partidarias asociadas a meras intervenciones electorales y disociadas
de todo anclaje social concreto, así como organizaciones sociales que
potencian la reivindicación y carecen de intervención institucional.
Tenemos
que recuperar una noción integral de la práctica política, que
asuma la tarea de organizar la demanda social y, transformando las
instituciones, viabilice su resolución.
Este carácter de integralidad debe también acompañar la construcción del
Movimiento Político-Social.
Una vez más: ajuste o democracia
Por último, también hemos sostenido que los desafíos posteriores al 19 de
Diciembre exigen reconocer el hecho de que hemos ingresado en una fase
donde el carácter que adoptan las relaciones de dominación en la
Argentina obligan a considerar la posibilidad de una etapa de mayor
autoritarismo.
Este punto no es menor porque implica asumir
como absolutamente indispensable colocar en el centro de nuestra
interpelación a la utopía democrática.
Utopía que, por otra parte, acompaña a nuestra Central desde su mismo
nacimiento.
Es
la decisión de profundizar la democracia la que define las características
básicas de promover un nuevo modelo sindical que resitúa al conjunto
de los trabajadores (incluyendo a los desocupados y precarizados) por
vía de la afiliación directa en su potencialidad organizativa.
Es
la apuesta por la democracia la que sitúa al voto directo de los
trabajadores como marco para la definición de las representaciones al
interior de nuestra Central. Utopía democrática que no debe
restringirse ni cristalizarse en la sola consideración de las formas
básicas del Estado de Derecho sino que debe gestar nuevas formas de
organización de la sociedad que garanticen el pleno desarrollo y
afirmación de la autonomía individual y colectiva.
Autonomía que remite a la capacidad creciente del individuo de fijar las
reglas de su propia existencia a partir de tener garantizado el acceso
efectivo a derechos tales como la salud, la educación, la cultura, la
participación plena en el proceso de trabajo y en la organización
política de la sociedad.
Utopía
siempre inacabada y absolutamente solidaria con la concepción
emancipatoria de la que somos portadores. Es la democracia como utopía
de construcción permanente la que otorga materialidad concreta a una
estrategia de no-dominación que se plantee el ejercicio de la
libertad frente a las distintas formas de la desigualdad.
En esta Argentina con una historia de involución y pauperización asociada
a la destrucción del empleo y con una cultura de organización
popular donde los trabajadores y sus sindicatos fueron claves
importantes de su desarrollo es indispensable el accionar de una nueva
organización de los trabajadores como condición y motor para la
afirmación de un nuevo Proyecto Histórico y una sociedad
profundamente democrática.
La
consolidación de una Central de nuevo tipo (es decir, capaz de
articular la nueva realidad que exhiben los trabajadores y los
sectores populares) es pieza fundamental del desarrollo del citado
Movimiento.
Se
trata de una relación de mutuo fortalecimiento.
No
habrá Movimiento Político-Social sin profundizar y consolidar el
desarrollo mismo de la Central, ni Central sin promover la construcción
concreta de un Nuevo Movimiento Político-Social.
Es por esto que si asumimos el papel central que le cabe a la organización
de los trabajadores en la articulación y desarrollo del nuevo Movimiento
Político-Social, observamos el significado que nuestra CTA
ha tenido en la coordinación nacional y territorial de las
estrategias populares de los últimos años, y entendemos que la etapa
actual requiere de un accionar de carácter permanente y cotidiano, es
obvio que una clave importante del problema radica en definir las reformulaciones
necesarias en el campo de nuestra propia organización a efectos de
poder asumir este desafio.
La construcción de un Movimiento Político-Social exige, en simultáneo,
que seamos capaces de superar una etapa en la vida de la Central donde
lo que ha primado es la vigencia de estrategias de coordinación entre
nuestras organizaciones y donde entendamos que el momento actual
reclama la capacidad de garantizar un accionar
y una organización de carácter cotidiano.
Para esto, hay que reconocer y superar el desarrollo desigual que nuestra
Central exhibe en las diferentes zonas del país.
La
resolución
de muchos de los problemas que tenemos radica en la dificultad de
entender y ubicar adecuadamente al desarrollo territorial como el
espacio privilegiado en el que se define hoy la nueva unidad política
de los trabajadores y su articulación con el conjunto de la comunidad.
Para ser mas precisos, en un contexto donde la ofensiva del capital ha
transformado a la empresa en
un espacio hostil para la organización del trabajo (dada la extendida
desocupación, la flexibilización laboral vigente, la existencia de múltiples
formas de contratación y la amenaza permanente del despido), el territorio es el espacio
natural a ocupar y liberar para una nueva unidad política.
Unidad que se instituye como condición para replantear incluso la
organización del trabajo al interior de las propias empresas.
Entender
y asumir en profundidad los impactos que para una nueva estrategia
popular plantea la emergencia masiva del desempleo, radica en definir
que el territorio es el espacio para la unidad política del trabajo y
de la comunidad y no sólo de los desocupados.
La comprensión de este punto nos permitirá valorar en mayor medida la
importancia de consolidar a la Central en cada ciudad y a nivel
nacional, así como también profundizar la organización colectiva de
nuestras representaciones frente al conflicto social rompiendo la
trampa de la fragmentación sectorial y corporativa que suele amenazar
a las luchas de resistencia.
El reconocimiento de lo expuesto nos obligará a superar la insuficiencia de
recursos económicos (profundizar nuestra organización
administrativa) y humanos (prioridad para la investigación y formación
propia), y a ser capaces de inscribir como parte del accionar político,
la construcción de una comunicación propia, independiente del
dispositivo comunicacional del bloque dominante.
Nos obliga a discutir el papel y carácter que en el marco de la orgánica
de nuestra Central deben ocupar las Federaciones de las distintas
actividades, así como también los movimientos de carácter
transversal como mujeres, jubilados, jóvenes, migrantes, aborígenes,
etc.
CAPITULO
4 - LA CONSTRUCCIÓN DE LA UNIDAD Y EL MOVIMIENTO POLÍTICO - SOCIAL
Recuperando lo hasta aquí planteado, podríamos formular lo siguiente:
La
caracterización de la etapa como crisis de hegemonía nos permite
sostener la existencia de una oportunidad para la afirmación de una
nueva
experiencia política de los sectores populares en la Argentina.
La violencia material y represiva que se descargó sobre la gente,
especialmente desde Diciembre del 2001, no impidió que nuestra
sociedad siga cuestionando este modelo, poniendo en evidencia el
colapso del neoliberalismo y generando dificultades a la estrategia de
dominación norteamericana; esa oportunidad aún está presente.
Señalamos la indispensable necesidad de convocar al desarrollo de un nuevo Movimiento
Político-Social. Llegamos a esta certeza tras analizar la
integralidad de la crisis, el colapso del sistema y de las prácticas
tradicionales de representación política y los límites que exhibió
el movimiento popular y nuestras construcciones en el marco del
proceso abierto a partir del 19 de Diciembre.
El reconocimiento de la fase autoritaria del régimen obliga a ubicar
nuestra lucha como parte constitutiva de la lucha por la democracia.
La articulación y nacionalización de los conflictos que nuestra Central ha
desarrollado en las últimas experiencias de lucha y de propuesta
frente a la situación vigente, incrementa nuestra responsabilidad en
este desafío. Tenemos la tarea de poner en marcha el debate y las prácticas
concretas necesarias sobre la construcción de este movimiento. El
desarrollo de los Congresos Provinciales y la realización del
Congreso Nacional deben inscribirse como parte de la construcción y
desarrollo de este proceso, hoy esencial para el futuro de la
Argentina y, por supuesto, de sus trabajadores.
Tamaña definición y tamaño desafío obligan a precisar el planteo
primero, en términos generales y luego, en pasos concretos ante la
coyuntura.
La
construcción de un Movimiento Político-Social exige superar la
trampa dominante según la cual el problema de los trabajadores es sólo
el problema de una parte más de la sociedad, y donde el único ámbito
desde el que se puede convocar al conjunto es desde la práctica
electoral.
En concreto, esto implica estar en capacidad de enunciar un discurso y poner
en marcha prácticas que tengan la posibilidad de interpelar al conjunto social.
Dicho de otro modo, de lo que se trata es de
gestar un proceso de construcción
colectivo que permita sostener que esa sociedad democrática a la que
aspiramos y que contiene las expectativas del conjunto, es la sociedad
que construyen los trabajadores.
En este sentido, el
Movimiento Político-Social es aquella construcción que tiene la
capacidad de interpelar y organizar a los distintos sectores de la
sociedad para garantizar y construir otro país. Su tarea fundante es
la organización de la sociedad para construir las nuevas
instituciones políticas, sociales, económicas y culturales que
hacen, definen y garantizan la posibilidad de una nueva regulación
social.
Es en el marco de este desarrollo, respetando sus compromisos y objetivos,
que debe parirse la fuerza que permita recuperar las instituciones
existentes para cambiarlas y
ponerlas en función de una nueva sociedad.
Como puede observarse, sin excluir la intervención electoral, el Movimiento
Político-Social se plantea como línea fundante de su accionar, la
construcción de la conciencia y de la institucionalidad que sostengan
la posibilidad concreta de un nuevo país.
Y
aquí hay un elemento clave:
Su
objetivo principal no se define por el ocupamiento de las
instituciones existentes. Entiende la disputa de las mismas
en un proceso más vasto de creación de una nueva institucionalidad
que permita asociar, a partir de su existencia, la recuperación de
las viejas instituciones con la construcción de un nuevo Estado y,
por lo tanto, una nueva sociedad.
Para decirlo con más claridad, desde nuestra perspectiva, una práctica política
tradicional es aquella que se estructura colocando como único
objetivo de su desarrollo el
simple ocupamiento de las instituciones existentes.
Es
“tradicional” con independencia del discurso que emita. En la práctica
concreta siempre tenderá a reproducir el orden existente ya que, en
su desarrollo, no construyó las condiciones de la transformación.
Y
además, esa transformación no puede ser pensada como un momento
puntual donde todo se modifica sino que debe asumirse desde una
perspectiva emancipatoria,, entendiendo que la desaparición de alguna
de las formas de la dominación (por más prioritaria que sea) no
supone necesariamente la desaparición de todas.
En
este sentido, la idea del Movimiento Político-Social estructurado en
torno a la decisión de organizar a la sociedad para garantizar la
defensa de la vida y la libertad es un proceso que debe tener carácter
permanente y que debe gozar, además, de una autonomía estratégica a
efectos de estar siempre en capacidad de renovar el sentido de la práctica
política.
Si la política es emancipación
frente a la dominación, es
fácil percibir que la misma no tiene un punto final, que la dominación
puede adoptar distintas modalidades y que, por lo tanto, el sentido
fundante de la práctica política, las características del
movimiento que la define y del sujeto que la promueve, se modifican
históricamente.
Pero, mas allá de esta reflexión de carácter general y casi filosófica,
a nadie puede escapársele que en el marco del presente proceso de
trasnacionalización, la capacidad de presión del poder económico
sobre el poder político constituido, es determinante y permanente.
Por esta misma razón,
parece
indispensable mantener la autonomía estratégica del Movimiento como
garantía de la subsistencia de una democracia participativa en
constante expansión.
En este sentido, y por esta misma definición, la Central es parte
(fundamental en esta coyuntura histórica) del proceso de construcción
de este Movimiento Político-Social. Es aquella instancia del
Movimiento Político-Social que interpela y organiza a los
trabajadores en torno a una nueva sociedad y sobre la base de
estructurarlos de manera tal que puedan confrontar y superar la
dominación que hoy ejerce el capital.
En
síntesis, la clave que estructura el desarrollo del Movimiento Político-Social
es la movilización y organización de la sociedad, marco en el cual
debe gestarse la fuerza que dispute las instituciones existentes.
Pasando en limpio lo expuesto de manera general y poniéndolo en relación
con la coyuntura concreta que atraviesa la Argentina, decimos que nuestra
tarea consiste en profundizar y consolidar la organización de nuestra
Central para estar en condiciones de:
Organizar la resistencia frente al Autoritarismo, el ajuste y la represión.
Precisar, ante el conjunto de la sociedad, el carácter restringido y
“tramposo” de la convocatoria oficial a elecciones anticipadas.
Carácter ligado a la necesidad que evidencian las relaciones de
dominación que rigen hoy en la Argentina de afirmar un cuadro de
“control legal y represivo “ sobre la demanda social.
Convocar a la construcción de un nuevo
Movimiento
Político-Social.
CAPÍTULO
5 - REFLEXIONES FRENTE A LA COYUNTURA
Hemos señalado en el presente documento que la convocatoria al citado
Movimiento no se instituye por decreto sino que obliga a una
construcción y, por lo tanto, requiere de un proceso. En este
sentido, no hay estrategia posible si no puede realizarse en la
coyuntura concreta en la que actuamos.
La
Central debe transformarse en un agente capaz de poner en asamblea a
las organizaciones sociales y políticas frente a la situación
existente y promover un proceso de movilización social que permita
avanzar en la unidad política del movimiento popular.
¿ De qué hablamos cuando decimos “Unidad Política”?
Se trata de agregar voluntades tras un proyecto popular que se constituya
como alternativa tanto a las viejas expresiones de la política partidaria, como
a los nuevos actores antipopulares que están empezando a surgir en el
escenario nacional.
Es prioritario para esto procurar la
unidad del campo popular a efectos de dotar de contenido
racional a la construcción política y poder dar batalla así a los
poderosos.
Pero debemos ser claros. Hay cierto tipo de unidad popular que entendemos
como inconveniente y que, en última instancia, no merece tal vez
dicho calificativo.
Es
aquella que pretende construirse exclusivamente a partir de las cúpulas
organizativas de los actores ya constituidos en el arco progresista.
Más allá de su espíritu fuertemente autoritario, este modo de agregación
llevaría a una situación que haría imposible la efectiva unidad.
Porque instalaría la lucha por los espacios de poder entre las
dirigencias u organizaciones actualmente existentes antes y por encima
de la agregación social de nuevos actores.
De este modo, la construcción se limitaría a una puja por figuraciones y
candidaturas en un espacio político autorreferencial y carente de
contenido social. Este es, sin dudas, uno de los riesgos que se
deducen necesariamente de las experiencias y las orientaciones prácticas
dominantes en los actores de la vieja política. No sirven las
construcciones en base a cúpulas, sin base social y sin democratización
de las decisiones políticas.
Y es esto lo que hace imprescindible que debamos evitar la búsqueda de la
unidad a cualquier precio: porque incluso siendo posible, un frente conducido por estas expresiones políticas no puede llevar más
que a una reedición de las viejas fantasías voluntaristas de las
vanguardias iluminadas.
En este caso, la unidad “popular” sería tal vez posible, aunque sin
dudas inconveniente: una unidad popular de actores sin base social, en
puja permanente por espacios de reproducción organizativa y sin
capacidad efectiva de refundar sobre nuevos cimientos la política
argentina.
Por esta razón, la única unidad conveniente será la que se construya
desde una experiencia surgida de la práctica social concreta y
legitimada ante las mayorías populares: la Central
de los Trabajadores Argentinos y las organizaciones que integran
el FRENAPO han dado muestras
con su experiencia, del camino a seguir para llevar adelante –y
dirigir con un sentido innovador- la unidad popular para la
reconstrucción nacional.
Para esto, debemos estar dispuestos a incorporar sociedad en un proyecto político
orientado a la democratización plena de nuestro país.
Esta construcción exige tres condiciones:
Definir
una Propuesta de salida frente a la crisis
Establecer
una acción que permita involucrar y movilizar a la sociedad en dicha
salida.
Fijar
un mecanismo de encuentro de la militancia y de las representaciones
de las distintas organizaciones e instituciones que participen de este
proceso.
En el terreno de la Propuesta corresponde avanzar desplegando nuestro
planteo a partir del mandato social ya construido en torno a la
consigna de NINGUN
HOGAR POBRE EN LA ARGENTINA y situando la cuestión de la distribución
como el eje vertebrador del discurso.
Y esa priorización no es casual.
La
“distribución” no debe asociarse ya con la sola y simple mención
de transferir recursos hacia los desocupados y los pobres. Debe
entenderse como aquel conjunto de reglas que definen la organización
del proceso económico y de la propia sociedad.
La clave puesta en el eje de la distribución
permite decir que no es posible distribuir en un país que no puede
autogobernarse. Por lo tanto, ser
capaz de replantear la distribución
en la sociedad exige afirmar la autonomía (soberanía) nacional.
Y, asimismo, no habrá distribución
ni soberanía si no logramos democratizar
a fondo la sociedad.
Distribución,
soberanía y democratización son las claves que pueden garantizar la
vigencia de la JUSTICIA. Esta articulación conceptual deberá desarrollarse en
términos concretos como aporte desde nuestra Central a la construcción
de una propuesta de salida frente a la crisis.
Para involucrar a la sociedad debemos buscar mecanismos en los que ésta
pueda transformar en propia la salida planteada insistiendo, para
esto, en las estrategias plebiscitarias.
Por último, el mecanismo para el encuentro de la militancia y las
representaciones debiera ser la realización de una asamblea o asambleas del
movimiento popular que discuta la construcción concreta y orgánica
del Movimiento Político-Social. Se trata de construir la
Constituyente de nuestra propia fuerza.
Desde estas definiciones creemos en la necesidad de intentar articular la
siguiente estrategia:
Acordar un piso mínimo de coincidencias entre las distintas fuerzas (los
integrantes del FRENAPO y la posible inclusión de aquellas
organizaciones con las cuales la práctica concreta de los últimos
tiempos haya permitido una mayor confluencia, ej: corriente clasista y
combativa, autonomía y libertad, etc.)
evaluar la convocatoria a una consulta
popular que plebiscite ese marco de coincidencias a efectos de
forzar mayores niveles de apertura y democratización en la
convocatoria electoral planteada.
promover una asamblea o asambleas del movimiento popular para definir la
constitución del nuevo movimiento politico.
Es importante entender que, a diferencia de la Consulta Popular que
encaramos el año pasado y que tenía por objetivo demostrar que existían
condiciones en la sociedad para poder pelear un país más justo, hoy
este plebiscito es la condición de posibilidad para la organización
del Nuevo Movimiento Político-Social.
El ultimo punto a señalar es que el piso mínimo de coincidencias debe
establecerse en torno a consignas-propuesta
y no a recetas instrumentales completamente definidas y
cerradas.
Estas consignas puestas a Plebiscito definirán los límites que la sociedad
quiere imponer y los marcos para la confluencia programática de las
distintas organizaciones.
En concreto, creemos que estas consignas deben señalar con claridad que la
renovación institucional que la Argentina necesita debe ser completa,
asociada a un cambio efectivo del rumbo de la economía en pro de una
mayor justicia distributiva y un replanteo de la relación con el
mundo.
Distribución,
soberanía y democracia
Planteadas las consignas-símbolo podrá propiciarse un debate entre las
distintas organizaciones dirigido a precisar los mecanismos bajo los
cuales se propondrá instrumentar los objetivos sujetos a la definición
de la población. Proponemos como consignas:
* Shock distributivo para erradicar la pobreza y poner en marcha un proceso
de reindustrialización
* Presupuesto participativo para garantizar que la comunidad defina la
asignación de los recursos públicos
* Caducidad de todos los mandatos ejecutivos y legislativos
* Remoción de la Corte Suprema de Justicia
* Replanteo de la relación con el mundo
* Rechazo de los condicionamientos del FMI
* No al ALCA. si al MERCOSUR
* Suspensión de los pagos de la deuda externa.
Entendemos que los mecanismos a través de los cuales se debe operar la
caducidad de los mandatos o la remoción de la Corte, así como la
definición respecto a si la suspensión de los pagos de la deuda debe
ser transitoria o permanente debe quedar para el debate y la
confluencia programática. Lo que esta claro es que, más allá de la
definición instrumental de cada punto, la efectiva concreción de
cada uno bajo cualquiera de sus modalidades, exige que
sean millones los argentinos que asuman pelear por ello, y
requiere de la afirmación de una fuerza política que en unidad sea
capaz de garantizar su concreción.
Es en el
marco y como soporte de este proceso de movilización y organización
social, en el que debe inscribirse nuestro Congreso y la modalidad que
el mismo adopte. Este es el proceso de movilización que necesitamos
para que esta Argentina siga siendo una Patria, es decir, un país de
iguales y no un simple territorio de negocios donde los dueños de
dichos negocios nos proponen como único destino la pobreza. Se trata
de asumir el punto de inflexión que refleja la consigna “que se
vayan todos” para transformarla en el verdadero objetivo: “Que
venga el pueblo”.
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