Argentinazo: política,
estrategia y teoría - I
Los impulsos del
"argentinazo"
Por Roberto Sáenz e
Isidoro Cruz Bernal
(Socialismo o Barbarie –revista–, noviembre 2002)
Los orígenes y los
factores que motorizaron el "argentinazo" vienen de larga data.
Conviene analizar algunos de ellos para luego poder dar cuenta de la mecánica
general de las clases y sus enfrentamientos. Explicar la pertinencia de la
perspectiva socialista tiene íntima relación con ello.
El "argentinazo"
debe ser objeto de reflexión en dos niveles claramente diferenciados. Un
primer nivel que muestra lo que ha favorecido la emergencia del
"argentinazo" y que funciona como un estímulo permanente que
sigue alimentando su desarrollo. El segundo nivel refiere a lo que opera
como límite para que el actual proceso avance en favor de los intereses
de la clase trabajadora.
La reflexión que cabe
hacer respecto a esto es que ambas series recubren los mismos fenómenos. Los
disparadores del "argentinazo" ofician al mismo tiempo como estímulo
y como límite del actual proceso. Los fenómenos a los que nos
referimos son: a) las disfunciones estructurales del régimen de acumulación
del capitalismo argentino (es decir lo que se ha "naturalizado"
con la denominación casi costumbrista de "la crisis"); b) el
signo de interrogación que pende sobre la mediación democrático–burguesa
instalada desde 1983, corporizado en la consigna "que se vayan
todos"; c) la rebelión del hambre, motorizada por una desocupación
de masas y por la creciente marginación de las capas más pobres de la
clase trabajadora, que se expresó a través de los saqueos; d) el
incipiente comienzo de ingreso a escena de los trabajadores
"ocupados", expresado a nivel de la vanguardia a través del
proceso de ocupaciones de fabrica; e) la disposición de una amplia
vanguardia (de impronta más social que política, muy combativa pero poco
politizada) a entrar en la pelea política y en la confrontación con el régimen
político y social vigente; fenómeno visible en la lucha en las calles
del 20 diciembre.
El problema del régimen
social de acumulación
El régimen social de
acumulación del capital instaurado por la dictadura cívico–militar de
1976 y radicalizado por el menemismo en los ’90, ha llevado a la quiebra
de la Argentina capitalista.
En este país se ha visto
una versión exacerbada de las tendencias actuales del sistema capitalista
en el que el aumento de la tasa de ganancia se independiza de cualquier
expansión de los mercados (aun moderada) y de las pautas de consumo
populares (que conformaban lo que los "regulacionistas" llaman
fordismo). En la Argentina de los ‘90 la desestructuración del mercado
interno (con el consecuente aumento geométrico de la desocupación) y la
proyección trasnacionalizada de la clase dominante local fueron los
factores fundamentales que llevaron a la quiebra de la Argentina como país
capitalista. El resultado inmediato de esto es la posición de arbitraje
respecto a cualquier reestructuración del país con que ha emergido el
imperialismo norteamericano.
Esta situación es un obstáculo
de hecho a cualquier política compensatoria para el conjunto de las
clases populares que el estado capitalista pueda llevar adelante, por más
tímida que ésta sea. De todas formas hay que matizar. Hablamos de una
política general, es decir para el conjunto de todas las clases y
fracciones de clase dominadas. En este momento el estado burgués está
llevando adelante una política de este tipo con referencia a los
trabajadores desocupados (especialmente a los organizados). Más adelante
nos referiremos a esto. Sin embargo este aspecto particular de la realidad
no invalida que, en términos generales, el capitalismo argentino no puede
andar subsidiando a la pequeña burguesía ni aumentando los salarios de
los trabajadores ocupados. Más bien al revés. Las condiciones de vida
de las clases populares deben empeorar para que el reventado capitalismo
argentino salga adelante. Este panorama general ha tenido como
consecuencia que se abra un espacio de trabajo para la izquierda
revolucionaria, cosa evidente desde antes de diciembre.
Pero a la vez aumenta al máximo
la responsabilidad política de los revolucionarios, porque en las
condiciones actuales en las que la sociedad explotada y oprimida vive en
la desesperación permanente o lindando con ella y que el estado de ánimo
general del pueblo es extremadamente volátil y circunstanciado, las
tareas de orientación en el sentido de politizar y organizar se vuelven
decisivas. De ellas depende que los trabajadores y todos los oprimidos
puedan inclinar la cancha en su favor. La desesperación respecto a las
condiciones materiales de existencia está lejos de ser un combustible que
siempre nos favorezca. El capitalismo tiene experiencia en administrar
situaciones de este tipo, en las que las explosiones de odio popular y de
clase se vuelven tan regulares como las mareas. Como si eso fuera poco,
las situaciones de estrechez material desmoralizan a los explotados. Es
conveniente recordar que en el anterior ascenso obrero y popular, el
ocurrido entre el "Cordobazo" y el golpe del ‘76, el sujeto
que lo protagonizó surgió de una Argentina en crisis pero que estaba
lejos de los desequilibrios actuales.
Además de estos problemas
que hacen a la intervención política, pero que son de tipo más
estructural, es importante definir que hasta ahora la izquierda
revolucionaria no ha sido de gran ayuda para que los trabajadores y las
clases populares den un vuelco político ofensivo contra el enemigo burgués
e imperialista. Más bien al volver instrumentales las luchas de los
diversos sectores de la recomposición (el PO con su populismo piquetero,
el MST colaborando en la burocratización de las asambleas que maneja o el
PTS con su política sectaria y burocrática en el pequeño sector de fábricas
ocupadas en que tiene influencia) han tenido un papel conservador, que
objetivamente ha ayudado para "aquietar las aguas" entre los
explotados al mantenerlas aprisionadas en compartimentos estancos.
Rebelión democrática
contra la "democracia" y poder político
El "argentinazo"
de diciembre cristalizó una situación de colapso de las instituciones
de la democracia burguesa posmalvinas. Las capas fundamentales
de la población ven al presente régimen como un enemigo, alguien
enfrentado a sus intereses y a su bienestar material. Ello se corporiza en
el rechazo unánime a los "políticos ladrones" pero alcanza
también a los grupos económicos concentrados (especialmente a las
"privatizadas") así como al papel de la deuda y, más
limitadamente, al imperialismo.
Lo que sí no cabe duda es
que la mediación de la democracia burguesa se halla en una gravísima
crisis. Democracia burguesa cuya "progresividad" en la Argentina
se agotó en la mera persistencia de las formas electivas y de deliberación
y que debido los cambios estructurales posteriores al ‘76 careció de
posibilidades de integrar socialmente a sectores de las clases dominadas.
Este es un elemento que debemos evaluar. En los primeros años de
democracia burguesa, en razón del recuerdo de los años de represión
dictatorial, éste régimen aparecía ante las clases populares como
"algo a cuidar". Eso se vió con claridad en la Semana Santa de
1987. Posteriormente, con el resultado de las crisis militares
subsiguientes más el curso reaccionario de las políticas económicas, se
fue asentando la percepción de que el orden democrático–burgués no
era precisamente un frágil capullo a cuidar y desarrollar. Que cómo la
"democracia" seguía escrupulosamente una política en favor de
los grupos económicos, estaba lejos de correr peligro alguno a manos de
un cada vez más fantasmal golpismo antidemocrático. Esa situación se
fue degradando cada vez más a medida que el tiempo transcurría. El lazo
entre el elenco político gobernante y la población se fue volviendo cada
vez más tenue hasta llegar a una casi total exterioridad como la hoy
existente.
Por supuesto que esta
evolución no supone una acumulación progresiva de menor a mayor sino que
reconoce sucesivos quiebres que abren o cierran etapas diferenciadas. Es
evidente que a través de la convertibilidad, especialmente en los
primeros años, la clase dominante consiguió armar un esquema que gozó
de una indudable hegemonía a pesar de su fragilidad. Sin duda esos dos
aspectos contradictorios (hegemonía + fragilidad interna y externa)
ayudaron a que la caída de la convertibilidad haya sido un sorpresivo, rápido
y duro despertar a la realidad para importantes sectores medios, los
cuales han navegado simultáneamente entre la indignación, la confusión
y la incorporación a la vida política. De todas formas más allá de que
aparentemente las cosas funcionaban bien en ese paraíso perdido para
"el" consumidor ideal que fue la convertibilidad, la mayoría de
la sociedad argentina ya percibía a los políticos como una banda de
ladrones (más allá del alcance político que pueda tener esta idea, ya
que son evidentes sus límites). Pero se pasó de una queja despolitizada
acerca de la corrupción a un reclamo como el de "que se vayan
todos". Este reclamo absoluto del que la burguesía se queja y
califica de imposible o de utópico, más allá de su falta de propuesta
por la positiva, tiene el valor de cuestionar en los hechos las virtudes
de la democracia representativa (es decir burguesa, limitada a un
funcionamiento en el que todos son tratados únicamente como
"ciudadanos", que esconde las condiciones reales de desigualdad
vigentes) como modo de producir decisiones que favorezcan a la mayoría.
El sentimiento de que "nadie me representa" se ha vuelto una
cuestionadora porción de energía de re politización a través del
"que se vayan todos". El sentido posterior de esta demanda
dependerá de los acontecimientos futuros, entre los que se encontrarán
la política de la izquierda revolucionaria y cómo ésta plantee la
confluencia de todos los sectores del "argentinazo".
Esa evolución de la que
hablamos esta localizada en el siguiente marco: la rebelión democrática
desde abajo contra la "democracia" vigente, explícita desde
diciembre y enunciada por el "que se vayan todos", no puede
estabilizarse en su actual grado de conciencia política y organización.
O avanza o retrocede. La exigencia de democratización verdadera no
puede quedar varada en la proposición puramente negativa "que se
vayan todos", aunque haya sido de su original fuerza contestataria de
donde extrajo su enorme progresividad inicial. "Que se vayan
todos" está muy bien como formula de rechazo que impugne a esta
democracia para ricos en la que vivimos pero carece de una perspectiva que
ilumine cómo trascenderla, cómo ir más allá. Es decir de qué manera
se puede erigir otro orden político (y social) en el cuál la población
trabajadora pueda verdaderamente decidir su destino y no sólo optar por
candidaturas digitadas por los poderosos. En este marco, los
revolucionarios tenemos una oportunidad política estupenda para dejar
visibles las limitaciones insalvables de la democracia burguesa. La base
material de esto se asienta en la experiencia de casi 20 años que han
hecho las clases populares con éste régimen. La dificultad, y el desafío,
radica en poder volver experiencia y conciencia política en las más
amplias masas la necesidad de expropiar a los patrones y subvertir las
relaciones de producción capitalistas para que pueda ser posible una
verdadera democracia. Una nueva sociedad dirigida por la clase trabajadora
y sus aliados en el resto de las clases populares.
Este es el significado de
fondo de lo que hace unos números atrás de esta revista llamamos
"trabajar en la perspectiva histórica de la revolución
socialista". El "argentinazo" de diciembre significó haber
puesto los cimientos para que esta perspectiva histórica, pese a las
dificultades enormes que ella implica, pueda volver a ser puesta en juego.
Si hacemos una aproximación
más concreta podríamos resumir este aspecto de la situación abierta por
el "argentinazo" diciendo que para poder sostener sus iniciales
motivaciones democráticas sin que involucionen o que sean traicionadas la
rebelión popular debe progresar más allá de ellas, ir en un sentido
anticapitalista y socialista, afectando el derecho de la propiedad privada
burguesa. O se avanza o se retrocede.
Rebelión del hambre,
recomposición y poder territorial
Una de las fuerzas motrices
del "argentinazo" ha sido lo que podemos denominar la
"rebelión del hambre", cristalizada en los masivos saqueos
realizados en el conurbano bonaerense y en el gran Rosario.
El proceso más general
arranca de bastante atrás y en él se reconocen 2 variantes
fundamentales: las puebladas en el interior y el movimiento de desocupados
en el conurbano.
El primero, corporizado en
los hechos de Santiago del Estero, Jujuy, Cutral–Có y otros empezó a
desarrollarse, al principio en forma aislada pero adquirió gradualmente
un carácter de contagio y expansión a medida que se producía el punto
de inflexión del menemismo. La decadencia del último período de Menem
fue producto de la imposibilidad de generar otro momento de expansión
económica similar al del 91–93 o 96–98 (más allá de que la bomba le
explotara a De la Rúa). La base en la que se sustentó esta imposibilidad
estuvo dada en el "neo–dualismo" en el que la
globalización capitalista sumió a la Argentina (crecimiento de la tasa
de ganancia combinado con la contracción del mercado tanto laboral como
de consumo). El resultado de esto es que una gran cantidad de pueblos y
ciudades del interior vieron reducidas al máximo sus posibilidades de
supervivencia. Algunos de ellos porque su economía se basaba en empresas
que explotaban un recurso natural (por ejemplo el petróleo en Tartagal)
que al ser privatizadas y "racionalizados" sus trabajadores
dejaron a esos pueblos al borde de la extinción.
Éstas luchas presentaron
un carácter por un lado defensivo ya que se peleaba por lo mínimo y por
otro lado explosivo y volátil que rápidamente se orientó hacia la acción
directa, hacia métodos de lucha ofensivos. En algunos casos espontáneo y
desorganizado (Santiago). En otros igualmente violento pero que buscaba
organizarse (y lo lograba mayormente) a través de formas asamblearias y
de democracia directa (Cutral–Có). Las puebladas tuvieron la virtud en
tiempos que duraba la hegemonía de la convertibilidad de Menem–Cavallo
de oradar su legitimidad y hacer visible la existencia de movimientos
sociales en los que empezaba a organizarse el sector más marginado de la
clase trabajadora y del resto de las clases populares.
La otra vertiente por la
que se desarrolló la "rebelión del hambre" se refiere a la
actividad desplegada por los movimientos de desocupados del conurbano
bonaerense. También aquí se expresó lo que llamamos
"neo–dualismo" que expulsó del mercado laboral y de consumo a
miles de trabajadores y sectores medios alcanzando una proporción de
masas. La gran mayoría de estos sectores fueron inicialmente
"colonizados" por el aparato duhaldista en forma clientelística
y asistencial. En la primera parte de los ‘90 esto constituyó un
experimento de control social exitoso para la clase dominante pero la
misma acumulación cuantitativa de miseria y marginación sumado al
desgaste del peronismo, terminó desbordando las posibilidades de este
aparato de administrar él sólo las contradicciones explosivas generadas
en los ‘90.
Sin duda decir que el
aparato duhaldista está quebrado sería deformar la realidad hacia un
optimismo exagerado. Pero no puede desconocerse que su posibilidad de
control territorial está bastante debilitada. La existencia de los
actuales movimientos de desocupados es la expresión activa de
ello. Al mismo tiempo el hecho de que éstos mismos movimientos sean
minoritarios respecto al conjunto de desocupados muestra los límites que
se pueden registrar –hasta ahora– en el quebrantamiento de la base
social del peronismo, aún después del "argentinazo". Otra
dificultad adicional se relaciona con que la mayoría del movimiento de
desocupados se halla bajo la dirección de nuevos y viejos reformistas (FTV–CTA
y CCC). Pero respecto a este último factor corresponde aclarar que el
"argentinazo" introdujo una dinámica diferente, favorable a la
radicalización (más allá de que ello no se expresó en crisis abiertas
de los agrupamientos reformistas).
Hay que remarcar sin
embargo que la formación de un amplio movimiento de desocupados ha
introducido una cuña importantísima en el juego de relaciones de
fuerzas entre el estado capitalista y sus redes políticas de contención
y las masas populares. Naturalmente todo ello introduce presiones
sociales contradictorias al interior de estos movimientos. La más
importante es el predominio aplastante de lo reivindicativo sobre lo político.
Indudablemente la búsqueda de los desocupados por aliviar su situación
material es el motor principal que ha ayudado a la expansión del
movimiento. Pero si no se hacen entrar elementos de politización y
autodeterminación se corre el riesgo de que el movimiento sea un simple
factor de presión que solamente actúe en forma subordinada a la
iniciativa de las fuerzas sociales burguesas. Nadie niega que conseguir
bolsas de comida para los compañeros que han sido expropiados por el
capitalismo de la única forma de sobrevivir que éste mismo reconoce (la
obtención de un salario) sea una tarea muy importante. Pero si los compañeros
desocupados no adquieren "vuelo propio" en política, a la corta
o a la larga, van a ser colocados en la posición de objetos pasivos de
las maniobras enemigas.
Sin que nos salgamos por
completo de lo reivindicativo (hay que estar loco para pensar así) los
socialistas pensamos que una vía para allanar la distancia entre lo
inmediato de las necesidades materiales y la urgente politización es
plantear como eje político central –para ordenar el programa del
movimiento de desocupados– a la lucha por conseguir trabajo genuino.
En este planteo se reúne la atención sobre los problemas más urgentes
de los compañeros con una perspectiva que les permita visualizar las
causas por las que ellos están esa situación y que a la vez los ayude a
despegarse de una práctica cotidiana con elementos clientelísticos
(incluso reproducidos por organizaciones que se dicen independientes, como
el MIJD o el "Polo Obrero") en que se reabsorben los aspectos
contestatarios y de clase del movimiento.
La base social del
peronismo en el conurbano bonaerense está cruzada por las distintas políticas
de las fuerzas sociales en pugna. Pero ninguna de ellas ha alcanzado un
nivel de hegemonía en relación a las fuerzas que puede movilizar. Los
saqueos fueron el producto de la explosión de todas las contradicciones
antagónicas que se habían acumulado. El sujeto plebeyo (obrero y de
sectores medios arruinados) que saqueó fue una alianza social bastante
amplia pero que en los meses subsiguientes no pudo cristalizarse en algo
permanente. Esto no significa que el sujeto activo de la rebelión del
hambre haya salido fuera de escena. Pero a nivel de masas presenta
problemas de la misma clase que el movimiento de desocupados. Sus
urgencias materiales lo convierten en sujeto pasivo de los beneficios con
que se atempera la miseria. A una escala superior a la que pueden llegar
los movimientos de desocupados, éstos sectores son el objeto de políticas
como los planes jefe / jefa. Sin embargo, la crisis del poder
territorial burgués va más rápido que la capacidad de los municipios,
los punteros y el gobierno para absorber demandas. En más de un
sentido el futuro de la situación depende de cómo evolucione la
conciencia de ésta amplia franja popular, hacia qué lado se vuelque.
La propiedad privada, las
ocupaciones de fabrica, los trabajadores ocupados y la "unidad de
clase"
Posteriormente al 19 y 20,
se ha venido dando un fenómeno singular: las ocupaciones de fabrica.
Estas no se venían dando en esta escala e intensidad, en los últimos 20
años. Es verdad que se trata –hasta ahora– sobre todo de pequeñas y
medianas empresas, pero marca un agudo contraste con lo acontecido a lo
largo de la década del ’90. Durante la misma, ante los despidos y
cierres de empresas, los trabajadores, invariablemente, agarraban "el
dulce" de la indemnización. Sin embargo, en las visibles condiciones
de bancarrota económico social, de la "muerte social" que
significa quedar sin trabajo, el desarrollo de la experiencia de las
ocupaciones de los lugares de trabajo fabril, ya ha llegado a unas 100
empresas.
Sin embargo, dentro de
estas experiencias esta en desarrollo un agudo debate estratégico entre
dos orientaciones, en el fondo, antagónicas. Despejando todo lo demás,
se puede decir que estas dos orientaciones se refieren por un lado a la caída
en un mecanismo "economicista" que pierde de vista el valor político
de la ocupación, lo mismo que la relación con el resto del movimiento de
los trabajadores, tomando la tarea de administrar la empresa en cuestión
como "fin en si mismo". Por esta vía, el cuestionamiento implícito
de la propiedad privada que muestran estas experiencias se diluye. Un
rasgo que las ha caracterizado es que son llevadas a asumirse como una
especie de "solución informal" a la crisis, para asegurar la
supervivencia material de los trabajadores a niveles mínimos, impidiendo
su proyección política y dejando implícita la posibilidad de un
"retorno a la normalidad" (es decir en caso de que el proceso
abierto en diciembre sea derrotado) Si solo se trata de
"producir" en los marcos del sistema, a la lógica de la
competencia, a la lógica de la ganancia, a la lógica del valor, las
posibilidades de que los trabajadores puedan llevar adelante experiencias
en las que se autodeterminen y recuperen el control de sus vidas, se
vuelven casi nulas. Este es el caso –entonces– de las cooperativas
agrupadas en el "Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas",
hegemonizado por el neorreformismo, la Iglesia Católica y diversas
fracciones duhaldistas y peronistas en general, articuladas a partir de
intendencias y municipalidades.
Existe, por otro lado, una
serie de experiencias de características muy distintas: que buscan la re
nacionalización de empresas, control obrero y / o administración obrera
de las mismas. Sus casos mas importantes y "emblemáticos" son
la mina de Río Turbio y Zanón. No nos interesa aquí detenernos en
detalles o en sus limitaciones (que también las tienen), sino solo señalar
que marcan –en sentido general– un camino distinto, no
economicista (o por lo menos, expresan una tensión en este sentido),
donde mas o menos explícitamente se asume o se comprende que el
cuestionamiento a la propiedad privada que implican estas experiencias,
expresan a la vez un cuestionamiento político a la dominación de la
clase burguesa en la sociedad, y que la supervivencia de estas
experiencias no dependen –en el fondo– de algún calculo económico,
sino de su proyección política hacia la confluencia con el resto de los
trabajadores del país y hacia la expropiación bajo administración de
los trabajadores de las principales ramas de la economía.
Aquí –entonces– lo que
esta puesto sobre el tapete, es el hecho profundo que en las condiciones
de un proceso revolucionario, se expresa –en estas experiencias– una
clara afectación a uno de los baluartes centrales del sistema: el imperio
de la propiedad privada.
Al mismo tiempo, no se
trata solamente del proceso de las ocupaciones de fabrica. Lo central,
lo decisivo, lo estratégico, es el favorecer la evolución de los
sectores de trabajadores que tienen empleo y que en las condiciones de
barbarie del país y de la real "muerte social" que significa
perder el trabajo, siguen –en su mayoría– "quietas".
Parte de esto es el hecho de que la burocracia sindical tradicional –aun
en medio del inmenso quiebre y vaciamiento que viven los sindicatos–
sigue siendo un "hierro" a vencer a la hora de que la
recomposición de los trabajadores por el lado independiente, de clase y
revolucionario, se generalice realmente a nivel de la clase trabajadora,
cosa que aun no es, y que es esencial para una ulterior progresión del
"argentinazo".
Porque hay un elemento que
de aparecer en el escenario de la lucha política y social puede ser
cualitativo: la entrada de la clase trabajadora ocupada como tal al
proceso abierto por el "argentinazo". No de manera diluída en
la población en general como ha sido hasta ahora, sino haciendo pesar su
número y métodos de lucha. Esta entrada es decisiva para enfrentar de
conjunto los problemas de la recomposición política y social. Y, también,
para superar los límites del proceso en tanto que proceso democrático
que cuestiona los marcos del régimen político pero que no apunta de
conjunto contra el derecho de propiedad y contra la clase capitalista como
tal.
Y esto es lo que pone sobre
la mesa, como aspecto central, los problemas de unidad y división de los
trabajadores. Porque hay que tomar a la clase trabajadora tal cual es,
percibiendo su rostro real. Cosa que debido a los cambios sociales de 25 años
a esta parte adquiere una mayor dificultad que en la época del Cordobazo
en la que el componente proletario industrial –con trabajo– era
absolutamente predominante. No había otra clase trabajadora por fuera de
esa. La clase trabajadora de hoy presenta un rostro escindido, que es
conceptualizable a partir de la división entre ocupados súper explotados
que trabajan 10, 12 o 14 horas y desocupados que carecen de posibilidad de
volver a tener trabajo. Cualquiera de estos dos segmentos, pensados por
separado, parece carecer de fuerza para que los otras clases populares
puedan tomarla como referente. Ya sea los desocupados tomados como
objeto de la caridad social o los ocupados percibidos como "laburantes"
que hacen cualquier cosa para no quedar sin empleo. Para que la clase
trabajadora pueda tener posibilidades de dar una salida política e histórica
al conjunto de la población oprimida debe ser una clase respetada y también
temida. Para eso es indispensable la unidad de clase, que el
conjunto de los trabajadores puedan pensarse y verse como un mismo sector.
Además, tenemos que pensar la unidad de clase en forma dinámica y no estática,
como la unidad de una clase social en proyección, a la búsqueda de
hegemonizar al resto de las clases populares. Para que pueda hacer esto, es
una condición indispensable que construya organismos propios unitarios
(por ejemplo, una verdadera asamblea nacional de ocupados y
desocupados) en los que se exprese su poder social como clase. La clase
trabajadora no es una categoría estadística u ocupacional para uso del
INDEC. Cuando los marxistas hablamos de clase trabajadora nos referimos a
un sujeto social y político que sólo toma real y efectiva existencia
cuando aparece como tal en la lucha de clases.
Debemos tomar a la clase
trabajadora que existe, aceptándola como es, privilegiando hoy el vuelco
hacia los trabajadores ocupados en su conjunto. Sobre todo de las grandes
estructuras productivas: las grandes fabricas, las grandes empresas de
transportes, los grandes centros de comercialización. Ni a los
desocupados marginados por el capital de todo lazo con la producción
(como lo hace el PO) ni los procesos de las fábricas ocupadas (como hace
el PTS, omitiendo que ninguno de esos procesos se da en estructuras
importantes) pueden por si mismos tener la fuerza para representar al
conjunto de los trabajadores. La necesaria proyección de la clase
trabajadora no puede darse por ninguna de éstas vías aisladamente. Ni a
los esforzados militantes de los movimientos de desocupados que piden
plata con alcancías, ni a los trabajadores que ponen a andar la producción
de una pequeña empresa les alcanza para aparecer como miembros de una
clase que aspira a ser hegemónica. Para esa perspectiva hace falta
privilegiar una sola cosa: favorecer el ingreso a la escena del
argentinazo al conjunto de los ocupados y pelear por la unidad de clase
entre ocupados y desocupados.
Lucha social, lucha política,
vanguardia y masas
Una característica del
actual proceso político–social es que la recomposición de las
clases populares ha progresado más en el campo social que en lo
estrictamente político. No queremos decir que no existan elementos de
avance político pero es indudable que la tónica dominante viene por el
costado social. Cosa que le da importantes rasgos movimientistas a la
recomposición. Esto opera como avance, producto de las tendencias
"multiplicadoras", de masificación, del "movimiento".
Y, a la vez, como limitación, dadas las evidentes dificultades de la
vanguardia en procesar y proyectar políticamente su experiencia hacia el
conjunto.
Como en todo proceso político–social
se puede apreciar la distinción entre una vanguardia y el resto de los
compañeros. También al interior de la vanguardia se registran
diferencias entre la que tiene rasgos estrictamente políticos y la
vanguardia de los militantes sociales. La primera está compuesta por el
activismo perteneciente –en general– a organizaciones políticas. La
segunda por el amplio y variado conjunto de compañeros que actúan en el
movimiento piquetero, en los comedores, en las asambleas populares, en las
fabricas ocupadas, en los lugares de trabajo en lucha.
Es necesario distinguir
entre ambas franjas de activistas debido a que sus prácticas sociales, y
por lo tanto sus problemas, son bastante distintos. Porque expresan –en
el fondo– dos "principios" distintos (aunque,
potencialmente, complementarios): el activista social llega al movimiento
por necesidad: su principio es reivindicativo. Se eleva de lo
reivindicativo a lo político. El militante político llega al proceso de
la lucha en virtud de una comprensión general: su principio es la posición
política. De lo político va a lo reivindicativo.
Estos dos
"principios" distintos, expresan –una vez mas– posibilidades
potenciales y a la vez, limites. Porque es muy fácil para los aparatos
burocráticos (como la CTA y la CCC), separar la lucha reivindicativa de
la política; separar la pelea por las necesidades mas inmediatas de la
lucha de conjunto, por el poder, por la transformación de la sociedad
toda. Porque la combinación de la "lucha económica" y
la "lucha política" hace a la forma mas alta de la lucha: la
lucha de clases política, la huelga política de masas.
En este marco, el
militante, y el cuadro político en especial, traen al interior de los
movimientos sociales la línea de su organización. Esto constituye su
aporte específico al proceso actual. Haciendo abstracción de lo acertado
o equivocado de la política de cada organización (que por supuesto no es
un problema menor) pueden y deben aportar una comprensión de conjunto de
los problemas de los actuales movimientos sociales. Esto es esencial, a
condición de no convertir a los movimientos –en los que hace pie– en
una simple correa de transmisión para su propio crecimiento como
organización. Es decir, instrumentalizarlos para sus propios fines,
perdiendo los objetivos del movimiento en su conjunto. Esto termina
despolitizando, al reproducir –inconscientemente– las formas burguesas
de hacer política, lo que es totalmente distinto a la necesaria –y la
mas de las veces implacable– lucha política e ideológica entre
organizaciones.
De todas formas, aunque fenómenos
de este tipo sean un tremendo problema, no ayuda a nuestra comprensión,
el trazar líneas de demarcación nítidas entre un componente
"bueno" encarnado en los movimientos sociales y un componente
"malo", cristalizado en los "pérfidos" aparatos. Los
problemas de la recomposición son de conjunto, abarcan aspectos referidos
al papel de las organizaciones políticas pero también a las prácticas
sociales de los distintos movimientos. Incluso se puede decir que las
manifestaciones aparatistas de los partidos políticos de izquierda
refuerzan los componentes más inmediatistas y hasta clientelistas de los
movimientos sociales. Cosa que se ve claramente en los movimientos de
desocupados. Las dificultades que hasta hoy aparece en ellos para poder ir
más allá de las prácticas del "día a día", exclusivamente
centradas en las bolsas de comida y los planes trabajar, son un ejemplo de
esto. Reiteramos que no estamos diciendo que éstas reivindicaciones
inmediatas haya que abandonarlas. Pero si el movimiento de desocupados
quiere proyectarse adelante, no puede quedarse en el reclamo de paliativos
para aliviar su situación sino que debe luchar por soluciones. Y éstas
son políticas. El problema es que esa política debe ser para el conjunto
del movimiento. Para que el proceso avance de conjunto, hay que destrabar
la doble pinza que forman el aparatismo y el reivindicativismo semi–clientelista
(1).
Los problemas de la
recomposición deben ser tomados de conjunto. Tanto los que se desprenden
de los fenómenos aparatistas o del distanciamiento entre la vanguardia y
las masas, como de los límites que cada sector de la recomposición se
impone a sí mismo al agitar sus reivindicaciones de modo exclusivo, ateniéndose
a su "programa mínimo". Las palabras de orden siguen siendo:
confluencia, masificación y politización.
Notas:
(1) Fenómenos similares se
dan también en las asambleas populares, potenciados en que al ser
movimientos menos coaccionados por una necesidad les faltan muchas veces
elementos de cohesión colectiva. Hay que diferenciar aquí la dinámica
de una parte importante de las asambleas del Gran Buenos Aires en las que
las reivindicaciones vecinales, producto del gran avance de la pobreza
urbana, provee de elementos de unificación, cosa que no siempre sucede en
las asambleas de Capital o de zonas del GBA en que la presencia dominante
de sectores medios dan una impronta distinta, en la que muchas veces la
ausencia de reivindicaciones comunes e inmediatas, le da una dinámica más
cercana a una reunión de militantes o, al revés, a una comisión de
fomento barrial.
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