Las vueltas

del Argentinazo

 

El enigma del Sr. K

Por Roberto Ramírez
(Socialismo o Barbarie –periódico– 22/05/03)

Con la inminente llegada Kirchner al gobierno volvemos a ser testigos de los mensajes de “esperanza” acerca de un “nuevo tiempo”. El optimismo es la mercadería más barata para repartir entre las clases populares.

Todo nuevo gobierno capitalistas presenta siempre interrogantes. Las campañas electorales son tan mentirosas como los anuncios de champú. Al final lo que hace el gobernante tiene poco que ver con lo que prometió el candidato. Así fue el “salariazo” de Menem y “la justicia, la educación y el trabajo” prometidos por de la Rúa.

Argentinazo y divisiones entre los capitalistas

En el caso de Kirchner la incógnita se agranda. Es obvio que, como representante político de los capitalistas, va a defender sus intereses y no, por supuesto, los de la clase trabajadora. Pero el problema es que pasaron los tiempos en que la clase capitalista —desde los inversores extranjeros hasta los empresarios “nacionales”, y desde los banqueros hasta los industriales y el campo—, estaban unificados alrededor del “modelo” neoliberal, aperturista y privatista de Menem.

El desastre en que terminó y el estallido del argentinazo —donde se resquebrajó además la autoridad de su Estado—, han sido a la vez causas y efectos de que se perdiese la “unanimidad” de los capitalistas alrededor de un programa económico y político.

Los debates entre los empresarios de si “dólar alto o bajo”, de “apertura o mercado interno o exportaciones”, “obras públicas o reducción del presupuesto”, “productivistas”, etc. reflejan intereses en pugna de distintos sectores. Asimismo, los burgueses argentinos están de acuerdo en que hay que llegar a un arreglo vía FMI con los acreedores para pagar la deuda, pero a partir de allí empiezan las diferencias de cómo hacerlo.

Todos, por supuesto, coinciden en descargar la crisis sobre las espaldas de los trabajadores y los pobres. Pero cómo hacer eso y, sobre todo, quién se va a beneficiar más o menos, es motivo de disputa.

Esto se entrecruza con las diferencias a nivel político. El argentinazo dañó severamente la autoridad del Estado. Duhalde logró una recomposición parcial de la “gobernabilidad”, pero su operativo “legitimación” quedó en gran medida frustrado sin la segunda vuelta. Le hubiera dado a Kirchner el espaldarazo del 70 u 80% de los votos. Ahora, como dicen muchos analistas burgueses, debe lograr una “legitimidad de gestión” ya que no sube con plena legitimidad electoral. Es el gobierno del 22%.

Pero el argentinazo sigue presente no sólo en ese aspecto —que es todavía una asignatura pendiente reconstituir por completo la autoridad del Estado—, sino también en otros aspectos relacionados con eso. Hay un amplio sector de activistas de diversos movimientos sociales, tanto de desocupados como de expresiones clasistas de trabajadores ocupados. En combinación con la militancia de la corrientes de izquierda, conforman una numerosa vanguardia radicalizada con posiciones anticapitalistas, que sigue siendo dueña de la calle. Esta vanguardia tiene un peligroso flanco débil. No ha logrado aún levantar una alternativa de movimiento social y/o político que atraiga y organice a sectores importante de las masas. Pero, pese a ello, sigue siendo un grave problema, que mañana puede ser mortal para la clase capitalista.

Es que para la burguesía es una anomalía intolerable que, desde el 20/12/01, la calle sea de esa vanguardia, de los activistas, y no de los burócratas sindicales o los partidos patronales. Es intolerable no sólo por la dificultad de circular por el puente Pueyrredón. Lo que más preocupa es la posibilidad de que finalmente esa vanguardia pueda empalmar con algún sector de las masas trabajadoras y pobres, sobre todo si se va a una nueva crisis político-social como la de fines del 2001.

Ahora bien, de la misma manera que no hay unanimidad burguesa sobre lo económico tampoco existe acerca del plan político. Todos coinciden en que hay que terminar de cerrar el proceso abierto el 20/12/02, lo que como dijimos tiene dos aspectos fundamentales: reconstituir por completo la autoridad del Estado, y sacar a esa vanguardia de la calle acabando con los movimientos. Pero a partir de aquí se presentan las divergencias. Menem, por ejemplo, proponía hacerlo con el Ejército. Otros, entre ellos Kirchner, ven eso peligroso y plantean vías más “políticas”.

El contexto internacional de las divergencias

Estas discusiones, que indican distintos rumbos posibles, no son un originalidad argentina. En el mundo, las crisis económicas y sociales del capitalismo globalizado, el surgimiento de movimientos que cuestionan en mayor o menor medida el sistema y, también, el curso adoptado por el imperialismo yanqui bajo Bush han terminado con la unanimidad burguesa de los tiempos del Muro de Berlín, unanimidad que imperaba tanto a nivel político como económico.

La política del “gran garrote” de Bush y su neoliberalismo salvaje contrasta con variantes burguesas que no abandonan el neoliberalismo pero que tratan de aplicar parches sociales para enfrentar o prevenir problemas. Lula —con su intento de “neoliberalismo con rostro humano”— se inscribe en esa categoría. Por un lado, el plan “Hambre Cero” para prevenir estallidos de los más pobres; por el otro, entrega la jubilación al capital privado y supera al anterior gobierno de Cardoso en la magnitud del “ajuste”.

¿Dos “modelos” enfrentados: “productivista” y “neoliberal”?

Dentro de este contexto mundial hay que entender dos cosas: 1) Hoy en Argentina (y en el mundo) existen divergencias reales en la clase capitalista y sus representantes políticos. 2) Ninguna de esas divergencias implica un cambio de fondo en que los trabajadores y los pobres podamos obtener conquistas sociales importantes ni mejorar substancialmente el nivel de vida. Sólo de trata de variaciones dentro del mismo modelo neoliberal.

Más concretamente: es falso que exista un “modelo productivista” o “industrialista” —que supuestamente asumiría Kirchner— opuesto por el vértice al “modelo neoliberal” que encarnó Ménem y ahora López Murphy. Basta recordar que el ministro de Economía de Kirchner será Lavagna, para ver el grado de continuismo del nuevo gobierno.

Ningún sector de la burguesía ni de sus políticos plantea un plan de recuperación de la economía en base a recomponer los ingresos de los trabajadores. Lavagna no aplicó ningún plan keynesiano, basado en el déficit estatal para recuperar la economía por el lado del consumo. Menos aun contemplan la posibilidad de hacer la de Perón, de apoyarse en los trabajadores haciéndoles grandes concesiones para enfrentar al imperialismo yanqui. Es por eso que el apoyo de la dirección de la CTA a Kirchner, con el pretexto del “modelo productivista”, es un verdadero y repudiable fraude.

Las perspectivas

El Sr. K asumirá en un cuadro de problemas no sólo económicos sino también políticos, producto del interrumpido trámite de su elección y, más en general, porque las expectativas populares en su gestión se dan en un marco de descreimiento en los políticos y el régimen, que no se ha superado. La “luna de miel” de los primeros tiempos de cada presidente, puede ser muy corta para el Sr. K.

Duhalde logró que tanto los capitalistas y el FMI como las masas trabajadoras y populares postergaran y “trasladaran” sus reclamos al futuro gobierno. La relativa “tranquilidad” de los últimos meses se debió a eso, combinado con la desigual reactivación de la economía. Los problemas fueron “pateados hacia delante”. El gran lío para Kirchner es que ahora se le vienen todos encima y al mismo tiempo.

En primer lugar los distintos sectores capitalistas han levantado cada uno su “pliego de reclamos”. Las empresas de servicios públicos exigen un aumento de tarifas del 50%, los bancos quieren más compensación por la pesificación asimétrica y que el gobierno vete la prórroga por 90 días a las ejecuciones de vivienda única; las petroleras plantean el ajuste del precio del combustible según el mercado internacional y que se ratifique la autorización de mantener afuera del país el 70% de las divisas por exportaciones; las automotrices (el sector industrial que ha despedido a más trabajadores) reclaman un nuevo plan canje; las agroindustrias piden la baja de las retenciones y menos impuestos; las AFJP reclaman la redolarización de los préstamos de sus carteras, y los acreedores privados (que no son ni el FMI ni el Banco Mundial) buscan que se les pague por sus títulos de deuda. A su vez, el FMI, inaugura las relaciones con el nuevo gobierno con una “apretada”. Adelanta una lista de exigencias que, de aceptarlas Kirchner, implicarían terminar con la “reactivación” de los últimos meses y decir adiós a cualquier plan de obras públicas.

Pero el otro frente no se presenta menos tormentoso. Aunque todavía no se ha formulado explícitamente, como sería necesario, un “pliego”de los trabajadores y los pobres, la presión social de casi el 60% de la población bajo el nivel de pobreza es algo que puede volver a ser explosivo. Es que aquí nadie se ha olvidado del 20/12/03. Y ni las fuerzas sociales que participaron, ni el activismo que las encabezó han sido derrotados. El gobierno va a hacer el intento de desmontar esa bomba de tiempo, en primer lugar sacándole su potencial detonador político —la vanguardia de los movimientos sociales y del activismo en general—. Ese va a ser previsiblemente un punto fundamental de su gestión. Y aunque intente hacerlo por medios “políticos”, esto puede derivar en enfrentamientos violentos.

El diario La Nación, haciéndose eco según dice de opiniones de funcionarios del gobierno de EE.UU., no da al gobierno de Kirchner más de un año de vida. Sería, entonces, un de la Rúa más breve.

Es, por supuesto, imposible hacer un pronóstico de tiempos, como pretende La Nación. Pero sí digamos que se abren dos posibilidades.

Una, que por todo un período Kirchner logre avanzar en la reactivación, progresar en la reconstrucción del poder del Estado —la “gobernabilidad”—, evitar nuevos estallidos de luchas y conflictos serios y progresivamente ir debilitando o reabsorbiendo los movimientos sociales.

Pero un escenario diferente —el que pronostica Washington a través de La Nación—, que el gobierno de Kirchner termine en un colapso como de la Rúa, es tan posible como la primera variante, aunque no se consume en un año. Es que las tensión entre las exigencias y presiones del imperialismo y de una burguesía dividida, por un lado, y de las clases trabajadoras y populares, por el otro, puede llevar a estallidos recurrentes, sobre todo si el “veranito” económico termina por agotarse a corto plazo.

Sea como sea, la vanguardia tiene hoy planteada con más urgencia que nunca, el problema de levantar unida una alternativa para ganar a las masas trabajadoras y populares, tanto en el plano reivindicativo como político.

Aun si se diese la primera variante —un curso más tranquilo y “evolutivo”— esta tarea es posible porque, de todos modos va a continuar la crisis de representación política a través de los partidos tradicionales como el peronismo, y el nuevo “mapa” social de la Argentina —con 60% de pobres,  trabajadores superexplotados y una juventud mayoritariamente sin porvenir— va a producir cada vez más miles, más cientos de miles de descontentos, a los que se puede y se debe ganar para una salida anticapitalista.

Y si se diese la segunda posibilidad —otro terremoto social y político como el que tiro abajo a de la Rúa— entonces con más razón aun será cuestión de vida o muerte que la vanguardia logre configurar una alternativa propia que conquiste a sectores de masas.

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