Entre las ilusiones populares y los límites
del nuevo gobierno
Por
Jorge Sanmartino
Estrategia Internacional
(revista teórica del PTS)
Septiembre 2003
El
nuevo gobierno de Kirchner no es la mera continuidad del de Duhalde.
Intentos gatopardistas y autoreformas para canalizar la nueva correlación
de fuerzas impuestas por las jornadas de diciembre; mantenimiento de las
"reglas de juego" de los años '90 que van desde el
reconocimiento legal del robo de las privatizaciones hasta el
mantenimiento de las leyes de flexibilización laboral y la miseria
salarial; y la indefinición sobre las políticas económicas de largo
plazo. Sin embargo hace mucho que un gobierno no generaba las expectativas
que alcanzó Kirchner en amplios sectores de la población. ¿Se ha
cerrado la crisis abierta en diciembre de 2001?¿Hacia dónde va el nuevo
gobierno? ¿Qué perspectiva hay para la lucha de los socialistas
revolucionarios en el periodo actual?
La
transición del gobierno de Duhalde
Luego
de las jornadas de diciembre de 2001 y de la seguidilla de presidentes que
le sucedieron, sólo el aparato peronista de la provincia de Buenos Aires
fue capaz de asumir el poder y contener la irrupción de masas que estalló
a fines de 2001.
Con
el reparto masivo de la asistencia social a dos millones de desempleados,
la canalización judicial y la apertura gradual del corralito, el gobierno
logró conjurar el peligro de nuevos levantamientos del hambre y aplacar
la furia de las clases medias expropiadas.
Al
mismo tiempo la devaluación de la moneda y la caída salarial abrieron un
"nuevo horizonte" para las fracciones de la burguesía nacional
que apoyaron la transición duhaldista.
Por
último, el temor al desempleo evitó la emergencia de las luchas
salariales y reivindicativas de la clase trabajadora que en el pasado
echaron abajo innumerables planes de estabilización.
Con
este resultado la crisis parecía haber tocado su piso y el actual
ministro de economía Lavagna pudo jactarse de ello, anunciando un
"veranito económico" después de más de cuatro años de recesión.
Este
resultado despeja el debate que hemos tenido con algunas corrientes
catastrofistas. No hace mucho insistíamos que el elemento catastrófico
de la economía no llevaba en todo momento y lugar a la consecuencia
directa de la revolución, o que haciendo de motor en su impulso primero,
como en la crisis argentina, sin una contrahegemonía proletaria y
popular, la reestabilización capitalista era no sólo posible sino
incluso inevitable. En febrero de 2002 sostuvimos que "No basta el
elemento revulsivo de la crisis económica capitalista, sino que es
necesario atender a la composición de sus instituciones políticas y
partidos, la deslegitimación (pérdida de hegemonía) sobre las clases
aliadas y sobre las clases explotadas, y la capacidad del proletariado y
de su partido revolucionario de conquistar el apoyo de las restantes
clases".1
Para
Gramsci, la respuesta mecánica inmediata de las clases a la crisis económica
entra como acciones de coyuntura. Se trata por lo tanto de comprender el
terreno más amplio en el que esas acciones inmediatas pueden traducirse
en correlación social, política y, por último, militar de fuerzas.2 En
Argentina, a pesar de la verborragia seudorevolucionaria de muchas
corrientes catastrofistas estuvimos lejos de que el comienzo de la
disgregación política del régimen se traduzca en la capacidad de la
clase trabajadora de asumir un papel dirigente. En todo caso esas
corrientes fueron incapaces de plantearse las tareas adecuadas en el
momento adecuado.
Expropiación
de las jornadas de diciembre
En
el número anterior de Estrategia Internacional decíamos que la crisis
había dislocado los viejos bloques económicos y políticos y tendía a
estructurar cuatro "partidos" o "constelaciones políticas"
en el sentido de una nomenclatura de clase.
Una
de las consecuencias de las jornadas de diciembre fue el aceleramiento del
traspaso en el dominio político del primer conglomerado, el "partido
de las finanzas y las privatizadas", al segundo, el de la burguesía
nacional. La derrota del menemismo es el símbolo más visible de su
retroceso. Esta coalición de la derecha "neoliberal" ha sido
golpeada, quedó a la defensiva, pero como veremos, de ninguna manera
derrotada, entre otras cosas porque controla una parte sustancial de los
resortes económicos del país y con el cual el gobierno y las restantes
fracciones de clase tendrán que negociar.
¿Qué
pasó con el segundo conglomerado, el partido de la burguesía nacional,
el de la "patria devaluadora"?
Estamos
en presencia de una paradoja de tantas jornadas y procesos revolucionarios
donde la lucha de las masas populares es utilizada por una fracción de la
burguesía contra otra y sus fuerzas expropiadas por ésta.
Las
masas que fueron el factor decisivo para derrotar al gobierno de De la Rúa
y con él a la fracción más concentrada del capital que comandó los
destinos económicos del país en la última década, es utilizada y
expropiada en favor de los intereses de las fracciones burguesas
exportadoras y algunas ligadas a la sustitución de importaciones. Este
segundo "partido" fue el que lideró el proceso y ganó con la
pesificación de las deudas, la devaluación competitiva y la caída de
los costos salariales y sostuvo la transición apoyando al gobierno de
Duhalde.
Pero
este proceso no fue fatalmente inevitable, sino que es el subproducto vivo
de la lucha de clases, de la incapacidad de la clase trabajadora para
intervenir y ofrecer una salida propia, y del handicap que posee la clase
dominante ante la ausencia de una alternativa política capaz de
conquistar su propia hegemonía.
Una
apreciación estrecha de la inevitabilidad de los resultados fracasa en
responder con su misma lógica, es decir bajo la lógica de las estrictas
determinaciones económicas, ¿por qué la misma burguesía nacional que
sufre de una debilidad y un raquitismo agudizados por la extranjerización
de la economía y la penetración imperialista, se vio inesperadamente en
la cresta de la ola parasitando la correlación de fuerzas sociales que
dieron las jornadas de diciembre?
Pero
en el terreno político la cosa fue distinta.
Aquí
Duhalde sólo alcanzó a contener las luchas populares y convocar a nuevas
elecciones. La expropiación política de las jornadas no iba sino a
consolidarse con la asunción de Kirchner, transformando la tendencia a la
participación directa en los asuntos públicos en su contrario, mediante
la idea de que esos asuntos pueden ser resueltos desde las cumbres del
poder. Y esta idea de que es el Estado quien acumulando apoyo popular
puede lograr un rumbo distinto, sólo podía ser encarnada no por la
perpetuación visible del viejo personal político de Duhalde y su
camarilla, sino mediante algún tipo de renovación. Bajo el maquillaje de
las reformas políticas pueden, como sucede hoy en Argentina, "pasivizar",
al decir de Gramsci, el proceso revolucionario, es decir, transformarlo de
un factor activo basado en la acción directa desde abajo en uno
"pasivo" sostenido en las ilusiones de cambios "por
arriba". Esto no significa, desde luego, que el gobierno de Kirchner
concluya desde el poder la tarea emprendida por las masas desde abajo como
pretende el progresismo, sino, al revés, su canalización y dispersión
en múltiples medidas cosméticas que persiguen la relegitimación del
viejo régimen político.
Triunfo
de la salida electoral
A
falta de candidato propio y del rechazo a su postulación por parte del
gobernador de Santa Fe Reutemann, o de la escasa perfomance de otros
candidatos como de la Sota, es Kirchner, un oscuro gobernador de una
lejana provincia con no más de 180 mil habitantes y que no sobrepasaba
inicialmente más del 8% de la intención de votos, sin incidencia en el
aparato nacional del PJ, representante de un minoritario "peronismo
progresista"; el hombre llamado a ser por Duhalde la figura que
compitiera con el menemismo.
El
plan de la transición de Duhalde finalmente triunfó. En la raíz del
asunto está presente la evidencia de que las jornadas adolescieron de una
mayor profundidad, mayor radicalidad y sobre todo de una participación
activa de la clase trabajadora. De hecho la participación en las mismas
fue de miles y cientos de miles, no de millones. La radicalización del
proceso fue bloqueada por la política activa desde el Estado. Y la clase
trabajadora que hubiera podido potencialmente entrar en escena cuando las
tres centrales sindicales amenazaron con el paro nacional (finalmente
frustrado) si no renunciaba De la Rúa, tuvieron una participación muy
marginal. Esta falta de centralidad obrera es lo que marcó los límites
de los acontecimientos de diciembre.3 Es por ese motivo que desde un
comienzo discrepamos con quienes pretendían comparar los eventos de
diciembre con la "revolución de febrero" en Rusia del '17 o
quienes se apresuraron a decir que estábamos en presencia de una
"revolución democrática" cuando en verdad la irrupción de
masas había echado al gobierno pero de ninguna manera logró derribar al
régimen.4 Ni siquiera podía ser comparada con el Cordobazo (1969), que
fue una semiinsurrección obrera y popular que marcó el inicio de la
crisis y posterior caída de la dictadura en 1973 y abrió el mayor
ascenso revolucionario en la historia nacional, obligando a la burguesía
a traerlo a Perón como garantía para controlar el ascenso. Esta discusión,
lejos de ser un "preciosismo analítico" tuvo las mayores
implicancias en el campo de la actividad práctica y la estrategia política
en el seno de las fuerzas populares y la izquierda. En definitiva, la
ausencia de quien debía ser el eje articulador de una alianza de clases
que permitiera la caída del régimen político, la masiva clase
trabajadora argentina, mostraba desde el inicio los límites
infranqueables del proceso que no podía ser sustituida por una endeble
alianza del "piquete y cacerola". Aunque en su momento fuimos
tildados de "obreristas", en realidad la emergencia de la clase
trabajadora a nivel masivo era la opción más realista para mantener el
apoyo de las clases medias a la causa popular y robustecer la alianza de
las clases explotadas. Esto nos permitió anclarnos en la tarea clave de
ir a la clase trabajadora, en especial a su vanguardia más combativa, en
una tarea ardua y constante para intentar el desarrollo de una política
clasista y revolucionaria en el seno de una nueva generación de
trabajadores.
Un
error simétrico cometen quienes en su momento no le adjudicaron a los
eventos de diciembre de 2001 prácticamente ninguna significación histórica,
y ahora dan por demostrada su ciencia con el retroceso de las luchas
populares y la estabilización parcial de la situación. Estos análisis
pedantes no pueden comprender, sin embargo, que la misma exigencia de un
traspaso electoral rápido por parte de Duhalde y la pose
"renovadora" de Kirchner son tributos que los políticos del régimen
deben ofrendar a la relación de fuerzas impuestas por las masas para
poder recomponer el régimen de dominio. Es verdad que las masas no
lograron el "que se vayan todos" y esos son los límites
insuperables de las jornadas. Pero el alcance del movimiento popular obligó
al poder político a tomar en cuenta "la opinión de la calle",
sobre todo en las grandes concentraciones urbanas. Incluso los votos
obtenidos por Luis Zamora en la Capital, son una expresión indirecta de
las huellas que dejó el diciembre de 2001.
¿Se
superó la crisis orgánica?
En
su momento hemos definido la situación como una crisis orgánica tomando
la definición de Gramsci.
Esta
crisis no era una crisis particular del "modelo" o una
"crisis de representación política", sino la manifestación
particularmente aguda de la crisis del capitalismo semicolonial argentino.
Y se caracterizó por una crisis de hegemonía de la clase dirigente, la pérdida
de consenso sobre las clases medias que fueron el pilar de la estabilidad
de la democracia burguesa, el descrédito de sus instituciones políticas
que quedaron al desnudo luego de haber sido ejecutoras implacables de los
planes neoliberales, y también por la fractura horizontal entre las
fracciones burguesas a medida que la crisis se precipitaba.
Esta
crisis se fue conformando durante varios años, sobre el terreno de una
recesión profunda, de un nuevo escenario económico mundial donde el
flujo de capitales amenazaba con invertir el sentido de la flecha y dejar
en el aire la convertibilidad y el consiguiente pase a la oposición
primero de la clase trabajadora y luego, sellando la suerte definitiva del
gobierno de la Alianza, de las clases medias.
Mientras
De la Rúa conservó el apoyo de las clases medias, los paros y marchas
nacionales de los trabajadores, organizadas por los sindicatos pudieron
ser contenidas. Pero las políticas cada vez más antipopulares dictadas
por el FMI socavaron el consenso de su base social aliada, la pequeñoburguesía
que había llevado al poder a radicales y frepasistas. Cierto es que el
"consenso" del último periodo previo al estallido estaba
fundado más bien en un rasgo negativo que positivo, es decir, en el
terror de la pequeñoburguesía a una estampida de la moneda y la salida
de la convertibilidad. Cuando esto fue inevitable el estallido de las
jornadas también lo fue.
Pero
de todas las variantes que podían darse como salida al impasse burgués
después de diciembre, desde la más audaz: que el proceso se profundizara
y obligara a la convocatoria de una asamblea constituyente amañada,
hasta, y citamos textualmente, "…autoreformas 'gatopardistas'
salidas de las entrañas del propio régimen" ,5 pasando por
variantes intermedias, se dio la segunda, la más conservadora y no por
cierto la que se veía en ese momento como la más probable.
Estas
autoreformas apuntan a restablecer la hegemonía perdida. Su eficacia se
verá en el próximo periodo. Por ahora difícilmente la combinatoria de
una economía que no termina de despegar y reformas cosméticas en el régimen
puedan recomponer la credibilidad de los partidos políticos
tradicionales; de los burócratas sindicales; de instituciones como la
Corte Suprema y los jueces de la servilleta; de los senadores sobornados
para votar las leyes de flexibilización laboral, la mayoría de los
cuales mantendrán sus cargos después de las elecciones.
Tampoco
podrán soldar la fractura interburguesa que la recesión acrecentó y la
devaluación consolidó, quiebre que rompió el bloque de poder sólidamente
establecido por más de una década.
En
conclusión, el triunfo de la transición duhaldista no abre un nuevo
ciclo histórico de florecimiento burgués, de recomposición de algún
bloque dominante hegemónico, aunque sí logró cerrar la situación
prerrevolucionaria abierta en diciembre de 2001 y abrir una nueva situación,
todavía no definida, transitoria, con elementos de una situación no
revolucionaria, cuyo punto de inflexión fue el exitoso traspaso del mando
a Néstor Kirchner.
Kirchner
no es la mera continuidad de Duhalde
Con
Kirchner subió al poder una nueva fracción del peronismo. Es verdad que
lo hizo gracias al pacto con el duhaldismo y que de hecho el gabinete
representa en su composición ese acuerdo. Pero el grupo kirchnerista,
colocado en los resortes claves del gobierno es social y políticamente
pequeñoburgués, más parecido a la camarilla, podríamos decir, del
Chacho Alvarez y el Frepaso que al aparato duhaldista.
Uno,
planteando reformas cosméticas del régimen, concita el apoyo masivo de
las clases medias urbanas; el otro, rechazó la más mínima reforma y
defendió el privilegio de las viejas camarillas políticas. Uno, propenso
al diálogo con los sectores progresistas que de hecho incorporó al
gobierno, el otro rechazó cualquier acuerdo con estos sectores en las
listas del PJ bonaerense; uno inclinado a entenderse con Ibarra, el otro más
afín a Macri; Cristina Fernández de Kirchner incorpora referencias
feministas en sus discursos, Chiche Duhalde hace gala de su característico
oscurantismo clerical; uno proyecta el ingreso del progresista Zaffaroni a
la Corte, el otro incorporó a su ladero Maqueda; uno removió a las cúpulas
militares, el otro las había dejado en su lugar. Kirchner atacó a Scioli
cuando éste se destapó como vocero del establishment, Duhalde al revés
no sólo lo apañó sino que fue quien lo promovió como candidato a
Vicepresidente.
Habrá
que establecer aun las implicancias económicas, estructurales, si las
hay, de estas diferencias.
¿Terminará
Kirchner representando más que a la burguesía nacional a la pequeñoburguesía
en su intento de jugar el papel de intermediaria si se restableciera un
circuito de inversiones por la vía del ingreso de capitales, ligado a las
grandes empresas extranjeras dando origen a una burocracia comisionista
del "tanto por ciento"? De hecho el grupo dirigente santacruceño
creció al amparo de las regalías petroleras de la Repsol. Aunque el
flujo de inversiones internacionales hoy no es expansivo, no se puede
descartar que sobre la base de la caída del valor de los activos locales,
empresas dedicadas, por ejemplo, a las industrias extractivas, puedan
realizar inversiones altamente rentables basadas en la exportación. ¿O
primará la escasez de capital y el esquema duhaldista de dólar alto y
superávit se sostendrá en una apuesta más efectiva hacia las grandes
empresas exportadoras y grandes grupos nacionales? ¿O finalmente será un
compromiso entre ambos sectores, en absoluto contradictorios, que logren a
su vez un acuerdo de mediano plazo con el FMI?
Todo
esto está aún por revelarse, pero la clave del futuro gobierno, a falta
de un sólido bloque de poder dominante como en los '90, estará en lograr
algún acuerdo por más precario que resulte.
Al
igual que lo había hecho el radicalismo con el Frepaso, el peronismo
progresista logró arrastrar al "tercer partido" neoreformista,
compuesto por el heterogéneo mosaico de agrupamientos de centroizquierda,
Aníbal Ibarra, la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos) y otras
figuras menores, que confluyeron en el apoyo al gobierno. En realidad este
tercer sector nunca fue más que un apéndice de izquierda del partido de
la devaluación. La redistribución del ingreso, la recomposición
salarial y el fortalecimiento de las herramientas de política económica
son en realidad un complemento de las "nuevas reglas de juego".
Kirchner
logró ser una bisagra entre el segundo y el tercer partido, porque él
mismo representa el espectro de la pequeñoburguesía en el seno del único
partido burgués que quedó en pie después de la crisis. En ese sentido
el progresismo pequeñoburgués constituye el personal más adecuado a la
burguesía para recapturar legitimidad social.
Los
alcances del "capitalismo en serio"
El
nuevo gobierno ha decidido: 1) suscribir acuerdos con el FMI que le
impondrán en el mejor de los casos un superávit fiscal del 3% del PBI
que serán transferidos a las arcas de los organismos de crédito
internacional. Son más de 12 mil millones de pesos anuales. Todos esos
recursos están en el Banco Central y el FMI exige que se aumenten para
cumplir el pago de la deuda. No habría que olvidar que el actual ministro
Lavagna pagó a lo largo de 2002 más de 5 mil millones de dólares. 2)
mantener las "conquistas" de la etapa anterior garantizando la
continuidad jurídica de las empresas privatizada; se apresta después de
las elecciones a aumentar el precio de los servicios públicos. Los
"nuevos contratos" que se renegociarán pueden disminuir las
ganancias para empresas de servicios como la luz y el gas, pero el piso es
el beneficio monopólico que este gobierno les garantizará. Al mismo
tiempo la nueva administración rechazó imponerle mayores retenciones
impositivas a la burguesía agropecuaria y a las rentas minera y
petrolera. Se vanagloria al contrario de no aceptar su disminución. 3)
beneficiará a los bancos mediante el pago de las diferencias por la
pesificación asimétrica y los recursos de amparo, al tiempo que comenzará
la tan postergada reestructuración del sistema financiero por orden del
FMI. Esto acaba de comenzar con la votación en la Cámara de Diputados de
leyes financieras que permiten una absoluta discrecionalidad en el manejo
de los pagos al exterior e inmunidad judicial para los directivos del
Banco Central. 4) rechaza aumentar el salario para que vuelva siquiera a
recuperar el nivel ya bajísimo previo a la devaluación de la moneda con
la que cayó más del 28%, con lo cual hunde al mismo tiempo el mercado
interno y la producción nacional colocándole un techo infranqueable al
crecimiento por el consumo doméstico y en consecuencia a la reactivación
industrial por la vía de la sustitución de importaciones. Otros
gobiernos en la historia nacional han hecho demagogia desarrollista como
el actual, pero, como en el caso del de Arturo Frondizi (de 1958 a 1962),
venía acompañada de un 60% inicial de aumento salarial. El aumento del
salario mínimo no sólo alcanza a una porción ínfima de trabajadores
sino que ha sido irrisorio (su principal impacto ha sido provocar el
aumento de alquileres a partir de la suba del Coeficiente de Variación
Salarial que los actualiza, igual que sucede con los créditos
hipotecarios) y la disminución del desempleo se ha dado fundamentalmente
a partir de la maniobra estadística de contabilizar como
"ocupados" a muchos de los que reciben los $150 de los Planes
Jefes y Jefas, siendo además precarios la gran mayoría de los nuevos
puestos de trabajo creados. Se estima que el 90% del escaso trabajo creado
es en negro.6
El
verso kirchnerista viene con las manos vacías, dándole continuidad a la
pulverización del salario que el ministro Lavagna tiene como eje de una
"recomposición de los negocios" en favor del empresariado
nacional. El tan anunciado plan de obras públicas es para este año una
simple ejecución de lo que ya estaba presupuestado. Y cuanto más superávit
fiscal acuerde con el FMI más quimérico se vuelve dicho plan hacia el
futuro.
Ante
los cantos de sirena de la centroizquierda e incluso de sectores de la
izquierda que para embellecerlo mistifican la verdadera política económica
del gobierno bien vale escuchar al mismísimo Sturzenegger. El ex
secretario de política económica de Cavallo, polemizando con López
Murphy elogió la "racionalidad" de la política de Kirchner en
lo fiscal, en la continuidad de la apertura comercial y en que se mantenga
la desregulación de la economía, y estimó que Kirchner puede ser
"un pragmático que busca crear un capitalismo transparente y sano,
que avance sobre lo hecho por el menemismo, pero sin atacarlo".7
En
conclusión, al no afectar los intereses de fondo del establishment; al
mantener el pago de la deuda externa y aceptar el monitoreo de la economía
nacional por los burócratas de Washington; al mantener las ganancias
monopólicas de las empresas privatizadas encareciendo de paso los insumos
energéticos industriales; manteniendo una estructura productiva intacta
basada en la reprimarización de la economía y la utilización de una
parte disminuida de la renta agraria, minera y petrolera, el gobierno
"neodesarrollista" socava las bases de la acumulación nacional.
Para
asegurar un rumbo distinto a los que transitó la Argentina durante los últimos
años haría falta romper con el FMI, recortar el derecho de propiedad de
las grandes empresas, los bancos y la burguesía agropecuaria y expandir
el consumo interno mediante una nueva redistribución del ingreso
nacional, entre las medidas más elementales. Pero cualquiera de estas
medidas de autodefensa nacional serían denunciadas como subversivas por
los Techint, los Pérez Companc y todas las ilustres familias del
empresariado nacional y la oligarquía terrateniente.8
En
definitiva, todo el secreto reside en utilizar las ventajas ya logradas
por su ministro Lavagna bajo la presidencia de Duhalde como plataforma
para alcanzar un nuevo ciclo de crecimiento modesto basado en las
exportaciones, el aumento de la recaudación impositiva utilizando para
ello la capacidad ya instalada y el consumo reprimido de las clases medias
altas, para lograr un creciente superávit fiscal y pagar la deuda
externa. Un ciclo que de darse no cambiará nada sustancial en la base
productiva del país y al revés recomenzará, junto a los pagos de la
deuda, el flujo de divisas al exterior, la descapitalización de la
industria, y en definitiva reproducirá en forma disminuida el tipo de
acumulación estrecha y dependiente que estuvo históricamente en la base
del fracaso del capitalismo nacional.
En
la búsqueda del compromiso perdido
Aunque
Kirchner se proponga adecuar las instituciones políticas y las relaciones
económicas a la nueva circunstancia latinoamericana (crisis de las políticas
neoliberales y nueva crisis de la deuda, devaluaciones competitivas, falta
de crédito internacional, opinión pública desfavorable a la apertura
indiscriminada) tratando de alcanzar un delicado equilibrio entre los
distintos sectores de clase, no está tan claro que pueda lograrlo. Los
sectores que se beneficiaron durante los '90, las empresas privatizadas,
los bancos, los grandes grupos extranjeros se encuentran agazapados y
desde el feroz lobby que realizaron los gobiernos europeos para defender a
sus empresas bajo el gobierno de Duhalde, hasta el chantaje permanente de
las empresas prestadoras de suministros energéticos no han dejado de
conspirar en favor de sus propios intereses. La crisis abierta por las
declaraciones del vicepresidente Scioli, que destacamos más abajo, hay
que enmarcarla en esta política de los sectores ligados al establishment
y ganadores de la década pasada de presionar e incluso crear un polo político
de la derecha que los represente. La Sociedad Rural comenzó a ejercer una
presión creciente para disminuir el impuesto a las retenciones a las
exportaciones agropecuarias.
Por
eso decimos que a pesar de la política moderada de Kirchner para lograr
compromisos, estos sectores no lo consideran su gobierno, como sí lo
fueron el de Menem y De la Rúa. Paradójicamente la base empresaria de su
gobierno, los exportadores y los empresarios que trabajan para el mercado
interno que fueron arruinados en la década pasada, son una base muy
estrecha para lograr los consensos que alcanzó el gran capital extranjero
cuando la oleada privatizadora y los préstamos fáciles trajeron consigo
un flujo creciente de capitales, robustecieron a las clases medias altas
ligadas a los negocios importadores e incluso facilitaron la fuga de
capitales y la reconversión de fracciones enteras de la burguesía
nacional.
Que
Kirchner decida reunirse primero con la flamante Coinar (Coordinadora
Interempresarial Argentina) que agrupa a los empresarios nacionales
arruinados por las políticas aperturistas de los '90 antes que con el
establishment o que lo haga con Abappra (Asociación de Bancos Públicos y
Privados de la República Argentina) antes que con los bancos extranjeros
son señales, símbolos, pero de una base extremadamente estrecha.9 He aquí
el fundamento material de su incapacidad para alcanzar una nueva hegemonía
burguesa y reconstruir un sólido bloque de poder.
La
capacidad de Kirchner de alcanzar compromisos entre el capital extranjero
y el local, entre los exportadores y los bancos, entre los importadores y
los mercadointernistas, etc., no depende sólo de su voluntad política y
tampoco de los compromisos nacionales, sino que está subordinado a la política
del imperialismo norteamericano y europeo. Lo que aún no está claro es
hasta dónde los EEUU y Europa o ambos a la vez están dispuestos a
negociar y a conceder para alcanzar dichos compromisos, única base real
que puede brindarle cierta estabilidad al nuevo gobierno.
Hasta
ahora la política de la administración Bush hacia el continente ha sido
extremadamente agresiva en varios planos: en el militar presionando con su
injerencia a partir de Colombia. No es casualidad el contingente de países
centroamericanos que ya han embarcado hacia Irak. En el plano político la
exigencia de no contradecir a EEUU tuvo un nuevo impulso con los acuerdos
bilaterales para burlar las facultades del Tribunal Penal Internacional,10
así como una constante injerencia, mucho mayor que en otras etapas de las
embajadas norteamericanas en todos los asuntos domésticos de los países
de la región. En el plano económico el ALCA es una política agresiva
que va dirigida a lograr una nueva y mayor apertura de las economías
regionales mientras EEUU conserva e incluso aumenta sus barreras
proteccionistas. No por casualidad la exigencia del ALCA vino acompañada
de una negativa cerrada a discutir el recorte de los subsidios agrícolas
y una amenaza fáctica al haber firmado con Chile un acuerdo comercial
bilateral después de tener cajoneado el proyecto durante años. Incluso
sectores de Wall Street apuestan a una ruptura de cualquier acuerdo y una
política de aislamiento.11
El
perfil de la política exterior que viene mostrando Kirchner no pretende
tomar ninguna medida ofensiva frente al statu quo imperialista, sino
simplemente establecer una alianza defensiva con Brasil, Venezuela y otros
países en el marco del Mercosur. Se trata de negociar en mejores
condiciones los términos de la sumisión y la dependencia. Lula en Brasil
optó rápidamente por subordinarse a Bush y a un acuerdo desventajoso con
el FMI, reproduciendo como dos gotas de agua la política neoliberal clásica
de la época de F. H. Cardozo. Pendiendo sobre su cabeza la espada de
Damocles de la fuga de capitales y la disparada del riesgo país, Lula
restringe al mismo tiempo la capacidad ya disminuida de las burguesías
regionales y de la Argentina en particular de negociar en mejores términos
con EEUU.
No
es casual que el gobierno no apueste a una sola figura. Se acerca a Lula
para luego mostrarse con Chávez; recibe a Fidel y a las pocas semanas
viaja a reunirse con Bush; parte hacia a Europa para acercarse políticamente,
pero se entrevista con los empresarios norteamericanos y rechaza la
invitación de los europeos.
Este
juego es parte del "tira y afloje" en las negociaciones con las
potencias centrales y los organismos de crédito. En este juego Europa
parece ser menos proclive a un entendimiento que el propio gobierno de
Bush. De allí proviene la exigencia más severa del aumento de tarifas y
de un mayor superávit fiscal.
De
cómo concluyan estas negociaciones, de cuánto acepte conceder EEUU, de
cuánto esté dispuesto Bush y la administración republicana a ofrecer a
cambio del apoyo argentino en otros rubros, dependerá la estabilidad política
interna, la capacidad de alcanzar compromisos y en consecuencia de
asegurar una relativa estabilidad política a mediano plazo. Pero todo
esto el gobierno aún lo tiene que conquistar, mientras la derecha se
mantiene agazapada.
Si
en definitiva este compromiso no fuera posible, si la presión
imperialista alcanzara nuevos picos, si se le negara a la Argentina la
renegociación de la deuda y el acceso al crédito internacional y si la
presión política aumentara, el gobierno se verá en la disyuntiva de
ceder cada vez más y establecer alianzas a su derecha, o resistir la
embestida apoyándose en el movimiento popular. A esta última variante es
a la que históricamente le temen las burguesías locales, toda vez que la
movilización popular puede resultar en una radicalización que exceda los
marcos de la propiedad y la legalidad burguesa. Uno de los últimos
intentos de negociar la deuda en común con otros países se dio al
comienzo de la presidencia de Alfonsín (1983-1989) bajo el ministro de
economía Grispun. En esa oportunidad el Club de Deudores quedó en la
nada frente a las presiones imperialistas y el gobierno democrático
inclinó la cerviz hacia EEUU. La historia de los últimos 20 años de
democracia y sus resultados hablan por sí mismos.
De
cualquier manera lo más probable es que en el próximo periodo no
alcancemos ninguno de estos extremos y que observemos algún acuerdo
intermedio, como el que a principios de septiembre de 2003 están
negociando los enviados del FMI en Buenos Aires, que abarcaría
formalmente tres años pero que deberá rediscutirse dentro de 12 meses.
Un modesto acuerdo de estas características puede facilitar el
fortalecimiento del centro político y los acuerdos Kirchner-Duhalde para
mantener la gobernabilidad.
Demagogia
y reformas cosméticas
El
gobierno de Kirchner subió con no más del 22% de los votos, de los
cuales la mayoría fueron aportados por el aparato duhaldista. En realidad
Kirchner no tiene ni siquiera una estructura política nacional. Por eso,
su dedicación casi exclusiva fue la de crear para sí un poder político
que le permita acumular fuerzas propias. No teniendo verdaderamente un
margen para impulsar medidas económicas de carácter popular, su obsesión
fue la de distinguirse en el terreno político. De hecho despertó
ilusiones en las masas populares porque encaró una serie de medidas
gatopardistas. Así pasó a disponibilidad a las cúpulas del ejército,
depuró de viejos funcionarios menemistas el Pami (Instituto Nacional de
Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados), impulsó en la Cámara
de Diputados el juicio político a jueces de la Corte Suprema, primero a
Nazareno y después a Moliné O 'Connor, y se propone "ayudar" a
que renuncien jueces del Fuero Federal.
Por
último, concretó la anulación de las leyes de obediencia debida y punto
final en el Congreso, contra la opinión de muchos diputados del propio PJ,
lo que fue su política más audaz.
Medidas
de este tipo no son incompatibles con las ideas que profesan las
administraciones de los países centrales ni estorban los intereses de los
acreedores o de los empresarios.
Con
estas medidas Kirchner recoge hoy en las encuestas el apoyo de más del
85% de la población.
En
conclusión, por primera vez en años un gobierno adquiere aspectos de
colaboración de clases, es decir apoyado en ciertos sectores populares,
los movimientos de desocupados, de derechos humanos, etc. Las ilusiones
despertadas por las masas han venido acompañadas por un apoyo
incondicional por parte de las fuerzas de la centroizquierda, incluida la
CTA, como del apoyo de los movimientos de desocupados e incluso de parte
de partidos de izquierda como Izquierda Unida y de casi todos los
organismos de derechos humanos desde la APDH hasta Hebe de Bonafini.
Esta
nueva situación política requiere de una adecuación imprescindible del
programa y las tácticas políticas. En primer lugar de una delimitación
en todos los terrenos con el gobierno que defiende los intereses
capitalistas y protagoniza la recomposición política del régimen.
En
segundo lugar es imprescindible establecer un diálogo con las masas que
tienen ilusiones y que pretenden aprovechar al nuevo gobierno para
recuperar lo perdido o para impulsar cambios políticos que dejen atrás
las versiones menemizadas de la política pública.
Este
diálogo es más necesario que nunca porque las corrientes de la izquierda
lo han pintado de tal forma que reforzaron las ilusiones populares
("si lo apoya hasta Hebe de Bonafini y la izquierda") y crearon
una confusión deliberada sobre los verdaderos propósitos del gobierno.
El
caso paradigmático ha sido el de la anulación de las leyes de impunidad.
El pedido de extradición del juez español Baltasar Garzón (ahora dejado
sin efecto por decisión del Poder Ejecutivo Español) obligó a adelantar
los tiempos y el gobierno se decidió a acelerar la anulación de las
"leyes del perdón". Dicha anulación permite que se cierre el
capítulo de las extradiciones aunque al mismo tiempo no asegura el juicio
efectivo a los militares. La alegría que sintió una importante parte del
pueblo argentino por la anulación de esas leyes infames está plenamente
justificada. Pero esta conquista histórica no puede ocultar que en el
medio existe una maniobra política evidente: la anulación no incluye el
indulto, no garantiza el juicio efectivo porque deja en manos de la Corte
Suprema la última palabra y sobre todo porque estas leyes son anuladas 15
años después de haber sido efectivizadas. En su momento las leyes de
impunidad salvaron a las FFAA de un posible quiebre preservando la
institución represiva. Hoy la anulación no tiene ningún efecto
dislocador y al revés, puede permitir que se relegitimen ante la
sociedad. Los cortesanos bien podrían parar todo el proceso o encarcelar
a algunos símbolos emblemáticos del genocidio con lo cual perfeccionaría
el aparato represivo haciéndolo digerible para la opinión pública.
Izquierda
Unida aceptó acordar con el gobierno bajar el punto de la anulación del
indulto. El diputado Zamora denunció correctamente esta claudicación,
pero no ofreció ningún planteo alternativo para lograr el juicio
efectivo a todos los genocidas ni apeló a la movilización
extraparlamentaria para imponerlo.
Lo
que se puso en cuestión desde las jornadas de diciembre es el carácter,
el contenido de cada una de las instituciones políticas que llevaron al
país al marasmo. Se puso en discusión no la participación de tal o cual
cortesano en la alta magistratura, sino la existencia misma de un órgano
separado de la población y enfrentado a ella. Instituciones que emanan de
la archireaccionaria Constitución del '53, una copia de la
norteamericana, que las sucesivas reformas, incluida la del '94, preserva
y perfecciona lo que se ha dado en llamar el sistema de "frenos y
contrapesos", por medio del cual tanto el derecho de veto del Poder
Ejecutivo como el derecho de la Corte Suprema de declarar la
inconstitucionalidad de las normas, recortan el poder de las legislaturas.
Así, cualquier cuestión favorable a las mayorías que por casualidad y
excepción se vote en el Congreso, puede ser "frenado y
contrapesado" por instituciones absolutamente antidemocráticas como
la Corte Suprema. De hecho esta última monopoliza la "última
palabra" en todos los temas de importancia para la sociedad. De la
misma manera los jueces no son elegidos por el voto popular y permanecen
en sus cargos de por vida.
No
está de más anotar aquí que este sistema de "contrapesos"
nació con la constitución norteamericana de 1787 para desvincular al
legislador de su electorado y evitar que se transforme en representante de
la "mayoría impulsiva".12 Hasta el esclavista Thomas Jefferson,
denunció el poder discrecional y arbitrario del Poder Judicial y rechazó
que los jueces conservasen de por vida sus cargos.13
Lo
mismo sucede con el Senado, una vieja institución proveniente de la
clasista Cámara de los Lores británica y que representa en nuestro país
una combinación de las grandes familias terratenientes y empresarias que
dominan la vida en las provincias y los caciques políticos que las
representan. El gobierno de Kirchner y su cohorte progresista no se
proponen modificar sustancialmente ninguno de estos fundamentos.
Para
la clase trabajadora, que no tiene sino por objetivo estratégico la
revolución socialista y la instauración de una democracia enteramente
nueva, basada en la igualdad real como productores asociados y en
organismos de democracia directa, mil veces más democrática que
cualquier constitución burguesa; no es indiferente la lucha por una
democracia más generosa (Trotsky), más profunda, en el periodo actual de
la lucha del proletariado por su liberación. En las actuales
circunstancias se impone el planteo de la eliminación de la Corte Suprema
de Justicia, la reglamentación de los juicios por jurados, y la elección
de éstos por sufragio universal, así como la disolución de la Cámara
de Senadores y la imposición de una cámara única, la revocabilidad de
los mismos y la elección de los altos cargos de la administración pública
nacional, entre otros aspectos de un programa democrático revolucionario.
Los
partidos en crisis son reemplazados por coaliciones inestables
Uno
de los elementos que indican la persistencia de una crisis de hegemonía
es, como lo mencionamos antes, la incapacidad de reconstituir un nuevo
sistema de partidos.
El
bloque Duhalde-Kirchner fue lo suficientemente fuerte para derrotar a
Menem, pero es extremadamente heterogéneo para pensar que de allí surgirá
un nuevo partido consolidado.
El
PJ aumentará su caudal electoral, reforzará su presencia en el Congreso,
pero difícilmente pueda hablarse ya de un partido único. Es más bien
una federación de partidos, cada uno con sus propios intereses.
En
todo caso la orientación centroizquierdista y renovadora de Kirchner y la
defensa de los viejos caciques peronistas del interior por parte de
Duhalde muestran que son sólo aliados circunstanciales.
El
ex presidente Duhalde, que jugó un papel de árbitro bonapartista en el
medio de la crisis de 2001 garantizando por sobre las disputas sectoriales
la gobernabilidad de conjunto, puede estar ubicado como reserva política
para volver de la misma manera si la polarización derecha-izquierda
profundizara la ingobernabilidad. Un esbozo de esto último se vio durante
la crisis entre el presidente y el vice.
Por
otro lado tenemos un radicalismo en extinción, que no sobrepasa en las
elecciones nacionales el 3% de los votos. Dos son las fuerzas que lo
reemplazaron pero que no logran constituirse aún como partido: Recrear
del derechista López Murphy (17% de los votos) y el centroizquierdista
ARI de Elisa Carrió (14% de los votos).
De
fondo tenemos coaliciones políticas inestables que tienden a ocupar
espacios electorales, no partidos políticos como los conocimos históricamente.
Esto
se ha visto en las últimas elecciones a Jefe de Gobierno en la Ciudad de
Buenos Aires. Allí ninguno de los cuatro partidos que reunieron más del
90% de los votos (Macri, Ibarra, Zamora y Bullrich) son parte de alguna
fuerza política de carácter orgánico, basado en sectores de clase
definidos y con alguna raigambre de tipo popular, como en su momento lo
fueron el peronismo y el radicalismo. Los votos de la derecha que había
capturado López Murphy, ahora migraron hacia Macri. Ibarra reúne un
conglomerado de centroizquierda totalmente heterogéneo que incluye al ARI
de Elisa Carrió y la CTA de Victor de Gennaro. A nivel nacional y en los
grandes centros urbanos como Buenos Aires y Santa Fe el bipartidismo, que
fue la base de la estabilidad del régimen democrático burgués durante más
de 20 años, ha quedado deshecho. Las clases y sus fracciones no poseen
partidos orgánicos que las representen. Este fenómeno tiene un alcance
internacional y se viene manifestando por lo menos desde la crisis de los
años setenta y el fin del boom económico.14 Esta crisis de
"representación política" se agudizó en Argentina luego de la
debacle de la convertibilidad y las jornadas de diciembre de 2001. Incluso
el voto a Zamora no constituye más que una expresión pasajera, no
estructural, de una amplia fracción de las clases medias que repudian al
régimen político actual. Zamora recibió votos por sus cualidades
personales de honestidad y por su denuncia política, expresando un
rechazo al régimen de muchos de los que se movilizaron por las calles de
la cuidad. Pero su agrupamiento no representa una fuerza orgánica. Es una
figura mediática, sin militancia, sin base social para encabezar un
verdadero movimiento popular. Su partido es en realidad un círculo
cerrado de amigos que deciden todo por su cuenta. Es más bien un fenómeno
transitorio, que puede tener algunos buenos resultados electorales en las
próximas elecciones, recibir la adhesión de amplios sectores de la
población, pero será incapaz de jugar un papel decisivo en los grandes
acontecimientos de la lucha de clases. En ese sentido el zamorismo, aunque
está ubicado a la izquierda de todo el arco político parlamentario, no
deja de ser una variante de este tipo de movimientos o coaliciones
inestables.
Los
partidos tradicionales sin embargo no están muertos. En las provincias
los viejos dinosaurios de la política argentina mantienen su liderazgo.
La UCR que está al borde de la extinción sacó el 37% de los votos en Córdoba
en junio de 2003 y acaba de ganar las elecciones para gobernador en Río
Negro, Sobisch del MPN volverá a ganar las próximas elecciones en Neuquén
sin sobresaltos.
En
consecuencia tenemos dos tendencias contradictorias y que por ahora
conviven: una nacional que expresa más directamente que la intervención
de las masas aunque está hoy fuera de escena dejó huellas que no pueden
soslayarse. Se manifiesta tanto en la dispersión que mencionamos como en
las políticas gatopardistas de reformas institucionales cosméticas que
lleva a cabo el Poder Ejecutivo Nacional. La otra tendencia, opuesta, es a
la preservación sin modificaciones de los viejos partidos basados en los
aparatos provinciales y su sistema de punteros, sus lazos de sangre con
los grandes propietarios y el control de la justicia y la legislatura
locales. En el interior del país no deberíamos descartar que medidas políticas
reaccionarias desencadenen levantamientos espontáneos, puebladas y todo
tipo de manifestaciones políticas de masas contra los gobiernos odiados,
ya que los mecanismos de mediación siguen siendo exageradamente de
derecha con respecto a la situación política nacional.
¿Hacia
dónde va la situación?
Kirchner
viene empujando medidas de autoreforma con la seguridad de que con el
control de la situación y más del 85% del apoyo popular las cosas no
podrían salirse de cauce. Los acontecimientos de las últimas semanas
deberían devolverle algo de precaución. En cuanto se aprobó la anulación
de las leyes de impunidad, el juez Bonadío libró la orden de detención
para tres jefes montoneros, reactualizando la pérfida "teoría de
los dos demonios". El vicepresidente Scioli, ex menemista y lobbysta
de las grandes empresas salió a decir que "en un país serio el
Congreso no anula las leyes que dicta" y adelantó la mala noticia de
que habrá aumento de tarifas, secreto a dos voces que el presidente
prefería anunciar después de las rondas electorales. Aunque estos
episodios pueden ser controlados e incluso utilizados por Kirchner para
confrontar con los lobbystas de las privatizadas y ganar mayor autoridad,
no es descartable que a través de éste o aquel personaje, de ésta o
aquella medida judicial, comience a crearse una oposición de derecha que
sea utilizada por los bancos y las empresas privatizadas para imponer sus
propios intereses. Golpes de la derecha y mayores disputas entre las
fracciones burguesas, una política más agresiva de EEUU y el FMI, o por
el contrario ilusiones en las masas que lleve a luchas reivindicativas
masivas que sobrepasen los límites de la contención burguesa, pueden
modificar la situación actual. Un cambio abrupto del escenario político
puede reabrir nuevamente una situación prerrevolucionaria, sobre el
trasfondo de la crisis de hegemonía aún no resuelta.
La
situación de las masas y la vanguardia
Desde
el punto de vista de las amplias masas las expectativas en Kirchner y su
discurso "antineoliberal" y "latinoamericanista"
indica que estamos en presencia de un cierto giro político a la
izquierda. Y ese giro es parte de un proceso que estamos viendo en
diversos países del continente. La contracara de esto en nuestro país es
que todavía persiste una conciencia paternalista que espera que el nuevo
gobierno resuelva las necesidades más acuciantes.
Aunque
por el momento lo que prima es la expectativa en el nuevo gobierno y en
consecuencia la idea de que los cambios no provienen de las propias
acciones sino de arriba, estas mismas ilusiones pueden estar cimentando un
cambio político y una recomposición de la clase trabajadora, aunque se
opere en el sentido opuesto un retroceso de los procesos de la vanguardia
que estuvieron a la cabeza de las luchas populares durante el último año
y medio. Y pueden jugar a favor de acciones por recomposición salarial, o
contra mayores ritmos de trabajo, mayor flexibilidad laboral, u otras
reivindicaciones.
De
hecho el movimiento de las auxiliares docentes en la provincia de Buenos
Aires -conflicto que está latente-, estatales, docentes y municipales en
diversas provincias y localidades han salido por primera vez desde
diciembre de 2001 a marchas y paros.
Estas
ilusiones también podrían estar dirigidas a recuperar lo perdido y a
confrontar en las empresas privadas con las patronales flexibilizadoras.
El planteo de la recuperación salarial, del blanqueo del trabajo en
negro, del pase a planta permanente de los contratados, es una palanca
poderosa para el próximo periodo de la lucha de clases.
Al
mismo tiempo estas luchas se verán enfrentadas a la necesidad de adquirir
nuevos métodos que reúnan el apoyo de los usuarios. Así se ha visto en
los ferrocarriles, donde una medida de fuerza no paralizó los trenes sino
que permitió el acceso gratuito de los pasajeros. Este tipo de
manifestaciones políticas establecen un marco de unidad de clase que las
luchas corporativas de la burocracia sindical nunca lograron establecer.
La lucha meramente corporativa estará indefectiblemente destinada al
fracaso. Y es lógico que así sea con un mar de desocupados que asciende
a más del 20%.
El
mismo gobierno ha prometido un plan de obras públicas. Este plan hasta
ahora es una caricatura, pero de cualquier manera ha calado hondo en las
masas populares y sobre todo entre los desocupados. El planteo de un plan
de obras públicas y de tres millones de viviendas para
"pulverizar" la desocupación y recuperar el salario será un
motor de movilización. Lógicamente esta demanda no puede caer en el vacío.
Como parte de una estrategia para recuperar los sindicatos y comisiones
internas para una política clasista, es necesario una constante exigencia
a las distintas alas de las burocracias sindicales para que ellas
encabecen un verdadero movimiento en este sentido, que incluya marchas,
actos y paros poniéndolos de esta manera ante el tribunal de sus
afiliados.
Por
su parte la CTA se ha incorporado con todo a las filas del kirchnerismo.
Por ahora todo el secreto del denominado Movimiento Político y Social que
ésta propone reside en el apoyo al gobierno. Este nuevo oficialismo choca
con un hecho material enorme: los más perjudicados por la devaluación y
la pérdida salarial son justamente la base de los sindicatos estatales y
docentes agrupados en la CTA a las que les fue negado el aumento salarial
concedido a los trabajadores privados. Para las fuerzas combativas y
antiburocráticas estará planteada la denuncia de esta subordinación política
al gobierno y la exigencia de que rompan con él y los distintos frentes
políticos, tanto en la Ciudad de Buenos Aires con Ibarra como en la
provincia de Buenos Aires con el ARI.
Tanto
en los sindicatos dominados por Hugo Moyano como por Rodolfo Daer, existen
evidencias de que un proceso de recomposición también en la organización
política y sindical puede ser posible no sólo embrionariamente como
ocurre hoy en el gremio de la alimentación, en ferroviarios, telefónicos
y otros gremios, sino a nivel masivo. Más allá de los ritmos con que un
proceso de este tipo se dé, apostamos en la actual situación al
desarrollo y ampliación de procesos antiburocráticos y de recuperación
sindical.
En
el artículo citado mencionábamos, por último, al "cuarto
partido", formado por los distintos movimientos de la vanguardia.
Ella está en un franco retroceso. Las asambleas barriales no han dejado
de retroceder, mientras que las corrientes organizadas del movimiento
piquetero se integran cada vez más al estado burgués y se subordinan al
gobierno de Kirchner. El movimiento de las fábricas ocupadas quedó
aislado.
En
su momento sostuvimos que la amplia vanguardia que llenaba la Plaza de
Mayo en diciembre de 2001 estaba cruzada por una contradicción: o construía
organizaciones democráticas de frente único regionales e incluso
nacionales para transformarse en un polo visible para las grandes masas
que aún no habían salido a las calles, o sería presa de la dispersión,
la división y de la influencia que el Estado ejerce sobre las
organizaciones para cooptarlas e integrarlas.
No
estamos diciendo que una política como la que planteamos hubiera impedido
el retroceso, pero habría conservado un agrupamiento de la vanguardia
independiente del gobierno y el Estado y en consecuencia preparado mejores
condiciones para un futuro nuevo ascenso.
En
este campo la mayoría de las corrientes piqueteras, incluidas las
autonomistas, no han dejado de retroceder. No sólo el apoyo que los
movimientos populistas le dan hoy al gobierno sino los mismos MTD
(Movimiento de Trabajadores desocupados), que de rechazar cualquier
estrategia revolucionaria de lucha por el poder bajo la excusa de rechazar
el "estatismo", pasaron a exigir el control estatal de los
planes asistenciales.
En
ese marco las luchas de Zanon y Brukman resaltan por su persistencia,
porque sus acciones repercuten en amplias franjas de la población a pesar
de las expectativas en el gobierno y el retroceso de las luchas. En medio
del aislamiento y el retroceso general, conflictos como los de Brukman se
mantienen a pesar de su difícil situación. Esta lucha sea cual fuere el
resultado final ya ha sentado jalones de recomposición de un nuevo
movimiento obrero.
Por
una herramienta política de los trabajadores
Un
programa que dé curso a las aspiraciones de la clase trabajadora y los
sectores populares no surgirá lógicamente de ninguna fracción
capitalista, ni siquiera de los partidos de la pequeñoburguesía. El
punto de apoyo inicial para conquistar este programa puede nacer del
planteo de crear organizaciones políticas propias de la clase
trabajadora.
Los
trabajadores argentinos han carecido de una perspectiva semejante. Su
contraparte fue la inmensa combatividad que supo desplegar la clase obrera
a lo largo de más de 50 años. Pero como apéndice de los intereses
capitalistas los trabajadores no han dejado de caer por la pendiente y en
algunos tramos de la historia por el abismo de la dictadura.
Mientras
se han ensayado todas las variantes de coaliciones capitalistas, la
organización de la clase trabajadora como clase independiente todavía se
encuentra en la lista de espera.
¿Es
posible dar pasos prácticos hacia la independencia de clase en el próximo
periodo?
En
primer lugar habría que definir en el campo de la izquierda hacia qué
objetivos se dirige cada uno ahora que prima el reflujo de la vanguardia y
el conjunto de la situación obliga a cada corriente a adecuarse a las
nuevas circunstancias.
El
zamorismo por esencia no se propone construir ni un partido, ni de la
clase trabajadora. Pero expresó electoralmente a una franja de la clase
media que se identifica con las jornadas de diciembre y el "que se
vayan todos" (sin encarnarlas ya que no fueron parte de ninguna de
las expresiones populares que surgieron desde diciembre de 2001) y con la
cual es necesario dialogar y persuadir de una salida de fondo,
anticapitalista y de una organización política propia de los explotados.
Es
evidente que los integrantes de IU optaron por un claro giro a la derecha
y la profundización de su estrategia de colaboración de clases, como lo
evidencia entre otras cosas su acuerdo electoral en provincia de Buenos
Aires con el viejo Partido Socialista que apoyó a la dictadura y fue
integrante de la Alianza que las masas tiraron abajo en 2001.
En
este campo se encuentran todos aquellos que de una manera u otra buscan
coaliciones sociales y políticas con partidos o movimientos burgueses o
pequeñoburgueses, como el PCR-CCC, Patria Libre o el MIJD. Este arcoiris
se identifica con el frente "antineoliberal" de los Chávez y
los Lula y de hecho constituyen, más o menos críticamente, una variante
de izquierda del kirchnerismo.
Están
también aquellas corrientes que se han mantenido independientes y que se
reivindican obreras y socialistas, como el PO, el MAS y nuestro partido,
el PTS.
Ninguna
de las corrientes de la izquierda poseen por ahora una inserción efectiva
para pretender por derecho propio ser "el partido de la clase
trabajadora". Un partido marxista con influencia en las masas
trabajadoras y los sectores populares es una tarea por conquistar, y
dependerá tanto de los procesos objetivos que lleven a la ruptura de la
clase trabajadora con las viejas direcciones así como de la intensa
actividad política de quienes aspiramos a construir un partido
revolucionario. Esta realidad palmaria no puede ser escamoteada por el
planteo autoproclamatorio de ser "el partido" como ha pretendido
el PO.15 La autoproclamación conduce en ocasiones a coaliciones
regresivas con la excusa de que se la "hegemoniza". Así el PO
sigue compartiendo en la ANT (Asamblea Nacional de Trabajadores), que de
hecho es un frente único político de corrientes organizadas, los
acuerdos tanto con el MIJD como con el MTL, los primeros, fanáticos del
gobierno, y los segundos de Chávez, Lula y por extensión del
"frente antineoliberal" del que también participa Kirchner.
El
planteo que a título individual muchos dirigentes de la fábrica bajo
control obrero Zanon han hecho en favor de construir un Partido de
Trabajadores está reflejando el avance de esta franja de la vanguardia
obrera luego de más de dos largos años de lucha de clases. Este
movimiento podría resultar explosivo una vez que la experiencia de masas
con el actual gobierno llegue a su fin.
En
todo caso no hay dudas de que la apuesta estratégica por la independencia
de clase hoy está vinculada a la moción concreta que estos trabajadores
han lanzado desde Neuquén. El planteo de la ruptura de las organizaciones
obreras con el gobierno y la necesidad de construir una herramienta política
propia puede ser hoy un arma de propaganda, mañana de acción, para
establecer una conexión orgánica entre las corrientes de la vanguardia y
la clase trabajadora de conjunto. La experiencia misma de Lula en Brasil
permite alertar sobre el programa y los métodos que son necesarios para
impedir la degeneración burguesa de las organizaciones obreras y
establecer una lucha eficaz contra las tendencias al reformismo obrero. La
lucha que los internacionalistas revolucionarios venimos dando por
construir un partido revolucionario en Argentina sin duda se verá
fortalecida porque toda tendencia a la independencia de clase, a la
organización propia, al desarrollo de la lucha de clases no puede más
que acercar a la vanguardia militante a la comprensión de la justeza del
programa socialista y revolucionario.
NOTAS
1
Manolo Romano y Jorge Sanmartino, "Crisis de dominio burgués:
reforma o revolución en Argentina", Estrategia Internacional N° 18.
2
Antonio Gramsci, Análisis de las situaciones. Correlación de fuerzas,
Antología Manuel Sacristán, Ed. Siglo XXI, pág. 417.
3
Un debate sobre la caracterización de las jornadas se encuentra en:
Christian Castillo, "Diez meses después de las jornadas que
sacudieron la Argentina", Revista Lucha de Clases Nº 1, noviembre
2002.
4
A pesar de que fuimos de los más cautelosos a la hora de describir el
proceso, cometimos el error de establecer una analogía con el proceso
español que se abre en el '31 con la caída del Rey Alfonso y se cierra
en el '39. Nosotros cometimos este error argumentando contra aquellos análisis
afiebrados que veían un "calendario ruso", es decir un
desenlace rápido del proceso revolucionario. Frente a esta visión
dijimos que íbamos a "ritmos españoles", es decir, a un
proceso que podía durar muchos años y estar sometido a flujos y
reflujos, incluso a coyunturas reaccionarias. Sin embargo la fundamentación
del argumento es incorrecta, pues la analogía pierde base material ya que
no hubo aquí una caída del régimen político como sí lo hubo en España.
5
Idem.
6
La mitad de los casi 9 millones de trabajadores sigue ganando $400 o
menos, como antes de la devaluación, a pesar de que, en promedio, desde
entonces la inflación fue de casi el 45%. Ismael Bermúdez, Clarín,
21-8-03.
7
"La derecha elige el discurso para pegarle a Kirchner". Página/12,
22-8-03.
8
Una caracterización sobre los límites de clase de la burguesía nacional
y del gobierno de Kirchner se encuentra en: Jorge Sanmartino,
"Argentina. La estafa del 'capitalismo nacional'", La Verdad
Obrera Nº 122, 27-6-03.
9
La Coinar está formada por cámaras empresarias de distintos sectores que
representan sólo al capital nacional. Del agrupamiento participa también
Abappra, representada por Carlos Heller, directivo del Banco Credicoop.
10
Debido a que Argentina no firmó este acuerdo y para salvar el operativo
"Aguila III" que se llevará a cabo en el país en octubre entre
ejércitos latinoamericanos y de los EEUU, Kirchner enviará un proyecto
de "inmunidad funcional" al parlamento a pedido de Norteamérica.
11
En un editorial aparecido el 18 de agosto, firmado por la columnista y
editora de la sección 'America', Anastasia O'Grady, el Wall Street
Journal asegura que "Argentina es como un paciente a quien se
mantiene vivo artificialmente, y sería mejor cortarle el oxígeno".
12
James Madison, el ideólogo de la Convención Constituyente norteamericana
concentraba su atención en el riesgo de la "tiranía de las mayorías"
que imponían su voluntad por las armas y las instituciones locales
simplemente la refrendaban con el sello de la ley. Por otra parte la
"separación de poderes" tiene su fundamento reaccionario en la
imposición de un contrapeso judicial, es decir no sometido al voto
popular, de las decisiones legislativas. Ver Roberto Gargarella, "En
nombre de la constitución: el legado federalista dos siglos después",
en De Hobbes a Marx, Atilio Borón Compilador.
13
Para un análisis de la progresiva consolidación del "poder
instituido" que va de la Independencia a la Constitución
Norteamericana ver: Toni Negri, El Poder Constituyente, capítulo 4.
14
Este proceso es visible en la transformación de los partidos socialdemócratas
en Europa, o la desaparición de la Democracia Cristiana en Italia, el
corrimiento hacia el centro de todos los partidos y la formación de
coaliciones más o menos inestables pero que no se distinguen casi en nada
unas de otras y donde todas representan los mismos intereses del capital
financiero más concentrado. En aquellos países donde las masas han
cuestionado todo el andamiaje político sobre el que se basaba la ofensiva
neoliberal, estos regímenes y sus partidos han quedado en crisis e
incluso han desaparecido. Esto es palpable en América latina con el
ejemplo venezolano y la crisis de AD y Copei y la emergencia del chavismo.
15 Para un
debate en la izquierda argentina ver Jorge Sanmartino, "A un año de
las jornadas revolucionarias en Argentina. Un balance de las estrategias
política en la izquierda", Estrategia Internacional Nº19
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