Kirchner y la “burguesía
nacional”
Por
Marcelo Yunes
(Socialismo o Barbarie –periódico– 9/10/03)
Ya
van varias veces que el presidente Kirchner menciona la necesidad de
tener una “burguesía nacional” que sostenga un proyecto de país
distinto al de la década menemista. La idea de “burguesía
nacional” tiene una larga historia en el pensamiento político del
siglo XX. En Argentina, sus grandes entusiastas fueron siempre dos:
por un lado, el peronismo (o, más exactamente, el ala más
“antiimperialista” o “nacional y popular” del peronismo,
incluyendo Montoneros); por el otro, las corrientes de izquierda que
opinan que la clase trabajadora sólo puede triunfar en alianza con
los sectores “antiimperialistas” de la burguesía (en primer lugar
el PC, pero no sólo el stalinismo, sino también el arco entero de lo
que se conoce como “progresismo”). Incluso algunos sectores del
trotskismo sostuvieron cosas parecidas. Veamos en qué condiciones
vuelve este debate a la política Argentina.
Una burguesía dominada por el
capital extranjero
En
primer lugar, vale la pena aclarar qué se pretende decir con
“burguesía nacional”. Desde nuestro punto de vista, burguesía
nacional es aquella clase capitalista de un país que tiene la
voluntad, el proyecto estratégico y la capacidad de orientar a esa
nación en un sentido de afirmación autónoma. La globalización,
en este sentido, ha cambiado las cosas menos de lo que parece: por más
que se hable de la “internacionalización definitiva” de las
economías y del fin de las fronteras nacionales, los intereses políticos
y económicos decisivos siguen estando anclados en los distintos países,
sus Estados y, sobre todo, sus respectivas clases capitalistas. Más
allá de las contradicciones reales que genera la globalización, no
existe todavía –y es dudoso que vaya a existir– una “burguesía
internacional” en sentido estricto.
Esta
aclaración es necesaria para establecer una distinción entre lo que
es burguesía nacional –con las características ya
mencionadas– y lo que es mera burguesía local, es decir, el
simple hecho de que existan capitalistas argentinos viviendo en
Argentina. Para saber si tiene sentido hablar de “burguesía
nacional” como la que quiere Kirchner, hay que formularse dos
preguntas. La primera: ¿hay una clase burguesa local que sea hegemónica
en la estructura económica del país y que esté en condiciones de
imponer una forma de funcionar del capitalismo argentino? Y la
segunda: si la situación no es ésa, ¿existe algún sector burgués
local que tenga la voluntad y la fuerza necesarias como para
convertirse en una verdadera burguesía nacional? La respuesta a ambas
preguntas es, desde nuestro punto de vista, negativa.
Si
consideramos la estructura económica Argentina, es decir, la base
material sobre la que debería poder levantarse cualquier proyecto
nacional con cierta autonomía de decisiones, veremos que la característica
sobresaliente es la extranjerización y concentración del
aparato productivo del país.
Este
hecho, aunque tenía antecedentes muy importantes, pegó un salto
enorme durante la década menemista. Aunque las cifras pueden resultar
pesadas, vale la pena hacer el esfuerzo de conocerlas y analizarlas.
De
las 500 empresas líderes, 325 (casi dos tercios) son
extranjeras. Y de las 30 más importantes, sólo 5
pertenecen a capitalistas argentinos (Clarín, 28-7-03). El 70%
de las ventas del país al exterior están bajo control de empresas
extranjeras, que ya controlaban el 55% en 1993 (Clarín, 20-2-03).
Entre las 500 empresas más grandes, las extranjeras controlan el
69% de la producción y el 84% de las ganancias, mientras que los
burgueses argentinos tienen el 21% de la producción y sólo el 5%
de las ganancias (Clarín, 2-10-03).
Bernardo
Kosacoff, de la CEPAL, revela que las empresas extranjeras o con
participación extranjera pasaron de representar el 60% de la cúpula
empresarial en 1993 al 84% en 2002 (Clarín, 20-2-03).
Durante
los 90 hubo una ola imparable de adquisiciones de empresas argentinas,
que pasaron a manos de multinacionales yanquis o europeas. La lista es
interminable y abarca todas las ramas de la industria y los servicios.
Para nombrar sólo algunas de las más conocidas: los supermercados
Disco, Norte, SU, Tanti y Tía; las alimenticias Bagley, Terrabusi,
Fargo y Stani; los bancos Río, Quilmes, Francés, Crédito Argentino,
Roberts, Bisel, Bansud, Patricios-Mayo, Buen Ayre, Tornquist; la casi
totalidad de los servicios públicos (agua, energía eléctrica, gas,
rutas y vías férreas); Canal 11 y casi toda la TV por cable, salvo
Multicanal; las editoriales Atlántida, Emecé, Sudamericana, Depalma
y Abeledo Perrot; casi todo el petróleo (YPF, Eg3, Astra); casi todos
los shoppings; la producción automotriz; Blaisten; las textiles
Alpargatas y Grafa; Guereño, Hidrobronz, Llauró, Compañía Química,
Indupa y Alba, entre otras empresas industriales.
Esta
extranjerización brutal y sin control, con muy pocos antecedentes
mundiales (no por nada Argentina era el alumno modelo del FMI), tiene
consecuencias sobre el nivel de empleo, sobre los salarios, sobre la
productividad, sobre la balanza de pagos... Y además, agrega una
carga muy pesada a cualquier proyecto “nacional” burgués: la concentración
en muy pocas manos extranjeras de resortes fundamentales de la economía.
¿Argentina,
país bananero? No: aceitero y “petrolero”
Por
otra parte, este régimen de funcionamiento del capitalismo argentino
le da a la estructura productiva un perfil de semifactoría
incompatible con cualquier “desarrollo sostenible”. Veamos un
ejemplo: el comercio exterior (fuente de divisas genuinas). Según Prensa
Económica, las diez mayores exportadoras durante 2002 son dos
petroleras, una minera, 3 aceiteras y 4 cerealeras. Todas
extranjeras (ya dijimos que representan el 70% del valor
exportado). Y lo más serio es que ese rasgo es típico de los países
más atrasados, que no cuentan con infraestructura industrial
propia.
Hay
que detenerse en esto porque algunos de los gurúes kirchneristas
salen a decir que lo que hace falta es desarrollar un “modelo
exportador”. Digámoslo ya mismo: con un perfil exportador basado en
muy pocos productos, todos ellos de origen primario, ese modelo
exportador le viene como anillo al dedo a los sectores monopólicos
y casi exclusivamente extranjeros. Algunas cifras: el 3% de las
empresas controla el 80% de las exportaciones, y del aumento de más
de 2000 millones de dólares en las exportaciones de este año, casi
el 90% provenía de sólo cuatro rubros: aceites, granos, petróleo y
residuos primarios de la industria alimentaria (Página 12, 14-9-03).
Un
crecimiento económico sobre esta base no representa ninguna salida
al atraso, el estancamiento y la desocupación. Por ejemplo, en la
industria aceitera, cada millón de pesos que se invierte genera... 2
(dos) puestos de trabajo. La industria petrolera ha sido directamente
expulsiva de mano de obra (además de estar agotando reservas rápidamente),
mientras que la soja transgénica está liquidando la diversidad de
cultivos en todo el interior, para mayor beneficio de Monsanto y las
multinacionales que controlan el comercio aceitero y de granos.
Por
si hace falta aclararlo, es imposible en el capitalismo del siglo XX
(ni hablar del XXI) pretender un desarrollo económico medianamente
autónomo sin una base industrial real y propia. La primera empresa
propiamente manufacturera que figura en la lista de las principales
exportadoras es... Ford Motor.
Las actividades de la
“burguesía nacional”: fugar plata y vivir de rentas
Los
campeones de la “burguesía nacional” no han podido explicar hasta
ahora (cuando lo mencionan), que el sector más importante de la clase
capitalista local no son los “sobrevivientes” de los grandes (Techint,
Arcor, Fortabat, Macri, Clarín, Pérez Companc, Banco Galicia y no
mucho más). Tampoco, por supuesto, las PyMEs (pequeñas y medianas
empresas). Lo más granado de la burguesía Argentina es
precisamente aquel sector que fue industrial y que vendió su empresa
a los compradores externos. Son los ex dueños de todas las empresas
que mencionamos antes: Montagna, Bulgheroni, Mendiguren, Otero
Monsegur... ¿Qué hicieron con las millonadas de dólares que
recibieron? ¿Acaso reinvertirlas en emprendimientos productivos? Nada
de eso. La gran mayoría fue a parar a cuentas en Suiza, EE.UU. y
paraísos fiscales como las islas Vírgenes o las Caimán. Ah, no
nos creen.
Según
datos oficiales del INDEC, hay 110 mil millones de dólares de
argentinos en el exterior
(Clarín, 27-7-03). Casi 9 veces las reservas del Banco Central
y dos tercios de la deuda pública total. Para la Comisión
Investigadora de la Fuga de Capitales de la Cámara de Diputados, la
cifra es aún mayor: 127 mil millones de dólares, de los
cuales 73 mil salieron del país durante la convertibilidad (Clarín,
27-6-02). El flujo de plata hacia el exterior se aceleró a partir del
Tequila (1995), justamente cuando nuestros “burgueses nacionales”
decidían que era más cómodo y menos riesgoso vender la empresa y
vivir de rentas. Es sabido que durante 2001 se fugaron 20 mil millones
de dólares, y otros 7 mil el año pasado. A ésos no los agarró ningún
corralito.
Lo
más notable es que de esos 110 mil millones, casi 87 mil millones
corresponden a lo que se llama “inversión líquida”. Es decir,
tener la plata prácticamente a la vista: en bonos, plazos fijos,
acciones o cajas de seguridad. Como se ve, el “espíritu
emprendedor” del capitalista clásico no llegó a estas pampas. La
inversión no líquida (es decir, fija) más importante no es ninguna
empresa que produzca nada, sino... las mansiones en Miami, Punta del
Este, Marbella o el sur de Brasil. Las casitas de verano de nuestra
“burguesía nacional” ascienden a 6.219 millones de dólares; casi
cuatro veces más que lo que va a gastar el Estado durante todo
2004 en Educación y Salud juntos. ¡Ésos son patriotas!.
¿Inventar
a la burguesía nacional desde el Estado?
En
realidad, Kirchner y sus amigos no ignoran todo esto. Por eso, a veces
se les escapa que lo que habría que hacer es recrear, o más bien
crear, una burguesía nacional desde el Estado. Esto no es imposible
del todo; ya se ha hecho algo parecido en otros países y otras
circunstancias (Corea del Sur y otros “tigres asiáticos”, México,
en cierto modo Japón). Pero existen dos obstáculos que lo hacen casi
imposible. El primero y fundamental es de orden internacional: los
experimentos de “creación” de una burguesía nacional desde el
Estado tuvieron lugar antes de la fase de mundialización de la
economía capitalista. En el actual momento político y económico
internacional, es sumamente difícil que las condiciones que
permitieron ese “ingreso al club del desarrollo” de ciertos países
puedan repetirse (1).
El
segundo problema es de orden doméstico: para crear una burguesía
nacional, en circunstancias tan desfavorables, sería imprescindible tomar
algunas medidas mínimas que le devuelvan al Estado y a la burguesía
local el control sobre ciertas variables esenciales. Por ejemplo, es
inconcebible pretender un desarrollo autónomo, capitalista o
socialista, sin la nacionalización de la banca y el comercio
exterior, es decir, arrancando el control del crédito y del
ingreso de divisas de manos del “mercado” dominado por las
multinacionales. Hasta Perón, que no pretendía crear una burguesía
nacional (y no lo hizo) recurrió a una herramienta como el IAPI, que
le permitió cierto control sobre el flujo de divisas del comercio
exterior.
Pues
bien, el supuesto y tibio “progresismo” de Kirchner se agota
mucho antes de esto. Ya se comprometió con el FMI a que los
escasos fondos del Estado serán para cancelar los pagos de la deuda.
Ni siquiera va a renacionalizar ninguna de las empresas privatizadas
de manera corrupta y confiscatoria. De modo que, faltando ese vigoroso
apoyo económico y político del Estado, todo proyecto de creación de
una burguesía nacional está muerto antes de nacer. Los sucedáneos
que proponen economistas “progres” como Alfredo y Eric Calcagno,
columnistas de Le Monde Diplomatique, tampoco sirven. Decir que
puede montarse un modelo de capitalismo nacional no enfeudado al
imperialismo a partir de las PyMEs, las cooperativas y las fábricas
recuperadas, realmente, no es serio.
En
el fondo, lo que no tiene sentido es que la clase trabajadora y los
sectores populares apoyen la creación de una nueva clase explotadora.
Si es cierto que hay que arrancar de las manos de los grandes
capitalistas extranjeros (y algunos locales) las principales palancas
de la producción, el comercio y el crédito, no es menos cierto que
no se puede hacer eso para depositarlas en manos de otros explotadores
“más benignos” (que además no existen). La única salida para
resolver los problemas del hambre, el desempleo, la pobreza y la
sumisión al imperialismo pasa por que sea la clase trabajadora la que
tome en sus manos el control de la gran propiedad
capitalista y la ponga al servicio de las necesidades populares. Y
esto no es otra cosa que dar los primeros pasos hacia una sociedad
socialista.
Notas:
1)
Claudio Katz explica muy bien este punto en su artículo “El
imperialismo del siglo XXI”, que publicamos en revista SoB Nº 15.
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