Figura
en un paisaje:
Argentina en la rebelión latinoamericana
Por
Daniel Campione
Ponencia
presentada en el Encuentro "En Defensa de la Humanidad", México.
Publicada en Rebelión 31-10-03
Hasta
hace veinte años, a los presidentes constitucionales de cualquier país
latinoamericano los solían desplazar las fuerzas armadas,
generalmente para instalar dictaduras conservadoras o directamente
reaccionarias, a menudo acompañadas por el amplio ejercicio del
terrorismo de Estado.
Sobre
todo desde la segunda mitad de los años 90', a los presidentes
electos más o menos democráticamente, los suelen echar multitudes en
rebelión, que salen a protestar, aun a riesgo de sus vidas (ya que el
democrático poder político responde con la violencia), a exigir la
salida de gobiernos ineptos, corruptos, enajenadores de las riquezas,
sirvientes de los intereses del gran capital en la misma medida que
están alejados de los intereses populares... Y lo logran, porque los
que salen a la calle son cientos de miles y no se arredran ante las
primeras balas; y también porque el poder político, sitiado por los
fantasmas dictatoriales y desprovisto de las excusas anticomunistas de
la 'guerra fría', no tiene margen para matar a miles en nombre de la
democracia, ni para cortar el nudo con un golpe militar... Poco más o
menos así ha ocurrido en Ecuador, en Perú, en Paraguay, en
Argentina, y ahora en Bolivia.
Y
valga la paradoja, cuando pese a todo, en circunstancias diferentes,
se ha intentado un golpe, como en Venezuela, éste ha fracasado, en
gran medida por una ira popular que rechazó el manotazo con la misma
fuerza y decisión con que en otras latitudes expulsó a los gobiernos
indeseables, y también enfrentó a las presiones, y a las balas.
Antes
de estas rebeliones ha ocurrido una larga década de ofensiva rampante
de los capitalistas sobre el nivel de vida, las condiciones de
trabajo, la capacidad organizativa y los espacios de autonomía de las
clases subalternas. La recomposición, la ofensiva mundial del
capital, impactó en América Latina con fuerza particular, multiplicada por la
sujeción de la deuda externa y la destrucción previa de las
'defensas' que para muchas sociedades latinoamericanas significaron
las dictaduras militares de los 70' y 80'. Y así se sucedieron las
infinitas privatizaciones y desregulaciones, que aun siguen su camino;
y el empobrecimiento, superexplotación y destrucción de empleos de
los trabajadores, y el eterno pago de la siempre creciente deuda.
Los
gobiernos son electos, pero su gestión no tiene en cuenta la voluntad
de los electores, sino la de poderes que no tienen ningún vínculo
con la hipotética 'soberanía del pueblo', y que imponen sistemáticamente
la voluntad de los que manejan el dinero y los aparatos de hegemonía.
Las promesas de la ofensiva neoliberal han terminado de esfumarse en
los últimos años, en casi todos los países latinoamericanos: La
pobreza y la desocupación no han dejado de aumentar, la condición de
ciudadano pierde contenido económico, social y cultural para
reducirse al voto, con frecuencia sin alternativas claras de
transformación social, o esas alternativas quedan obturadas por un
'posibilismo' que lleva a los pobres y explotados a votar por sus
victimarios (y ese es uno de los 'trucos' básicos de la democracia),
mientras los partidos políticos tradicionales se convierten en
maquinarias sólo preocupadas por la consecución del voto a como dé
lugar. Así la política pierde todas sus cualidades como herramienta
de cambio, y se convierte en 'administración' de lo existente, como
tapadera de un poder que se concentra cada vez más, y de decisiones
que se toman en ámbitos bien alejados, institucional y a menudo geográficamente,
de los recintos parlamentarios y las oficinas ministeriales.
Entretanto,
los alzamientos populares se han convertido en una suerte de
revocatoria 'de facto', indisciplinada y no sujeta a formas ni plazos,
ejercida desde 'abajo', ya que no puede discutirse que, mas allá de
oportunismos y conversiones que siempre existen, la gente salió a las
calles por su propio deseo, convocada por organizaciones en las que
confía o 'espontáneamente', siempre impulsada por la ira y la
voluntad, a menudo difusa, de cambio. Las rebeliones se convierten en
un mecanismo de saludable disrupción en la lógica degradada y
degradante de nuestras democracias posdictatoriales. El 'vote y váyase
a su casa por dos o cuatro años', mandato que nuestras democracias
'mancas' han impartido a las mayorías populares, obligadas a sufrir
que todos los gobiernos se parecieran y estuvieran igualmente sordos a
sus demandas, está en profunda crisis. Por que el irse a casa
significaba vivir la frustración y el declive de las condiciones de
vida, la carencia de herramientas prácticas para cambiar el rumbo de
gobiernos siempre atentos al pago de la deuda externa, a las
exigencias del gran capital y los organismos internacionales, a seguir
enajenando recursos naturales, servicios públicos, empresas de
comunicaciones y transporte, y a continuar una ofensiva interminable
contra los espacios de poder, los derechos efectivos y las condiciones
de vida de las mayorías populares.
Estas
pérdidas llevan a sectores sociales, con amplitud creciente, a
organizarse para intentar la recuperación de lo perdido, crear
mecanismos de autodefensa y lucha en las nuevas condiciones, generar
formas solidarias de ganarse el sustento y preservar un lugar en el
mundo... Y en algún momento, ante situaciones de aguda crisis, esto
fructifica en la salida a la calle, en la decisión simultánea de
abandonar con ruido el repliegue en la vida privada, en el esfuerzo
exclusivo por sobrevivir que desde el poder se pretende imponer.
Pero
son rebeliones todavía incompletas en sus resultados, en cuánto los
rebeldes no logran (o bien no alcanzan a desear con claridad) tomar el
destino en sus manos. Y el 'orden viejo' sacrifica figuras, hace
concesiones, y se renueva, sigue en la conducción del aparato
estatal, con nuevos nombres y viejas prácticas. Las soluciones se
toman dentro del 'orden constitucional'. Y esto significa, lo sabemos,
que no haya golpes militares ni 'estados de excepción' que habiliten
la represión, pero también que el poder cuyas acciones desencadenó
la crisis quede, en lo sustancial, intocado. Vienen gobiernos nuevos,
a veces, sólo a veces más honestos, en ocasiones menos linealmente
sometidos a los deseos del gran capital, pero que siguen siendo
expresión de modo más o menos completo, del sistema de dominación
erigido en las últimas décadas. No hay un sistema de poder ni una
institucionalidad nueva, no aparece todavía la radicalización de la
democracia que permita pensar en un advenimiento también radical de
la justicia y la igualdad. Y mientras tanto, late la amenaza de que en
los centros de poder mundial se vuelva a encontrar la manera de
implantar la disciplina y el terror, de legitimar miles de muertes...
El post- 11 de septiembre vino a crear algunas condiciones adicionales
para eso: una 'amenaza' que puede estar en todas partes y en ninguna,
tener cualquier rostro, y que desde el poder es presentado como algo
ajeno a conflictos e ideologías, como el 'Mal', así con mayúsculas,
desplegado en su irracionalidad y su carencia de límites. Y por lo
tanto, puede eventualmente intentarse justificar una acción
represiva, en cualquier lugar y momento, desde la selva colombiana a
la Triple Frontera del Cono Sur, pasando por Chiapas o Cuba.
Con
todo, el camino está abierto, la relación del pueblo con la
democracia desmovilizadora y mediatizadora pasó de la conformidad al
sordo descontento, de éste a las protestas esporádicas y parciales,
para terminar elevándose al pronunciamiento multitudinario. Es cierto
que en algunos casos, y el de Argentina es sin duda uno de ellos, la
protesta sigue una cadena causal demasiado corta, y tiende a detenerse
en el repudio a 'los políticos', sin dar de lleno sobre el capital
financiero, la gran empresa, los dueños de los medios masivos de
comunicación, los beneficiarios últimos de muchas maniobras, que
tienen mucho más poder e instrumentos de permanencia que aquellos, a
los que el rechazo popular abierto suele serles fatal.
La
historia muy reciente de Argentina es parte de la secuencia de
rebeliones que parece tender a hacerse continental. Los pueblos
latinoamericanos están cansados de una larga etapa en que han sufrido
parte de las peores consecuencias de la reformulación del capitalismo
mundial: El derrumbe de las barreras que las políticas keynesianas y
los estados de bienestar parecían poner al poder del capital, los
cambios en el proceso de trabajo siempre tendientes a darle más poder
al patrón y menos resguardo frente a aquél a los trabajadores, la pérdida
de conquistas y posibilidades que se pensaban hasta ayer como derechos
definitivamente adquiridos. Y también se agotó su paciencia respecto
del funcionamiento corrupto y los procederes antidemocráticos de la
generalidad de esos gobiernos, que solían hacer gala de su propia
arbitrariedad, así como de apreciar mucho más sus bases de apoyo en
la gran empresa que en la ciudadanía.
No se
puede explicar la rebelión Argentina de diciembre de 2001 y el
transcurso subsiguiente, sin enmarcarla a su vez en otra secuencia
mundial, que no derriba gobiernos, pero tiene la potencialidad para
pensar, y actuar, en una globalización 'desde abajo', o 'invertida'
como escribe el filósofo italiano Giorgio Baratta, en la fundación
de un nuevo internacionalismo, o mejor 'mundialismo', que a sabiendas
de las diferencias y contradicciones existentes en el campo social y
político de la contestación anticapitalista actual, apunte a
desarrollar una articulación (que no una 'reducción a la unidad'),
de quienes parten de la comprensión de que el problema de la
humanidad no es sólo la reformulación en clave neoliberal de ciertos
modos de regulación capitalista, ni la implantación de un mal
llamado 'pensamiento único' (ya que en su estrategia se integran la
diversidad y hasta el debate interno), sino el poder mundial del gran
capital.
Los
antecedentes de la rebelión Argentina
El 20
de diciembre de 2001, la sociedad Argentina hizo por primera vez la
experiencia de un presidente expulsado directamente por millares de
personas en las calles. Sublevaciones con puntos de contacto con esta
última tuvieron mucho que ver con el ocaso de la dictadura militar
del período 1966-73, pero no llegaron a expulsar directamente a los
militares del poder. Un punto inicial para arribar a la comprensión
de la rebelión argentina, es que no se trató de un movimiento
'espontáneo', de un 'estallido' de un momento, que brotó de la nada
para volver a hundirse en ella. Por el contrario, la segunda mitad de
la década de los 90' fue un período signado por el aumento del
sufrimiento popular, sí. Pero también, y en medida creciente, por la
progresiva pérdida del miedo instaurado desde la dictadura , por la
gradual reorganización de los espacios sociales más variados, en una
revalorización de la acción colectiva. Al uno aislado buscando su
salvación que se proponía desde el poder , le sucede el muchos
tratando de encontrar un camino común, tanto para enfrentar al poder
como para construir espacios de decisión propia, de creación y
autonomía.
Esa
recomposición de las clases subalternas, junto con el progresivo
hartazgo de la situación de empobrecimiento permanente, más la
gradual disipación del opresivo clima ideológico que siguió al
derrumbe del bloque del Este, y el ejemplo de otras protestas
multitudinarias y en ocasiones triunfantes, se condensaron para
producir la marea humana que el 20 de diciembre no retrocedió ni
frente a las balas policiales, sancionó en los hechos la deposición
del presidente, e inició un verano de movilización permanente, de
continua creación de nuevas formas de organización y expresión, que
convirtieron a Argentina en una especie de laboratorio social en
movimiento, lleno de experiencias innovadoras, o del rescate de otras
viejas que habían pasado al olvido.
Para
iniciar cualquier análisis de la actualidad del movimiento social en
Argentina, es indispensable remontarse a: 1) la gravedad de la situación
de empobrecimiento, desempleo masivo y superexplotación de los que
tienen trabajo, a que se hallan sometidas las clases subalternas en
Argentina y 2) el auge de movilización de los últimos años 90', que
tuvo un punto culminante en la 'insurrección espontánea' de
diciembre de 2001 y en el crescendo de múltiples movilizaciones de
los meses que le siguieron.
La
crisis argentina
Los
indicadores de mayo 2003, en cuánto a pobreza y desempleo, según las
últimas cifras oficiales de INDEC, experimentaron un leve descenso en
la Argentina, con respecto al relevamiento anterior, de octubre de
2002, pero se mantienen en cifras más altas que las de mayo del año
pasado. En mayo último era pobre el 54,7% de la población de los
aglomerados urbanos relevados por el Instituto Nacional de Estadísticas
y Censos (INDEC), cifra que se ubica 2,8 puntos por debajo del pico
histórico de 57,5% alcanzado en octubre de 2002. El nuevo porcentaje
es superior al 53% correspondiente a mayo del año pasado. También la
indigencia se redujo al 26,3% de las personas, desde el 27,5% de
octubre de 2002. Los indigentes son aquellos que, dentro de la población
pobre, no tienen ingresos suficientes para adquirir una canasta básica
de alimentos.
Proyectados
a todo el país, estos indicadores significan que en las áreas
urbanas hay 18,8 millones de pobres y algo más de 9 millones de
indigentes y el total, sumando las áreas rurales (no relevadas por
INDEC) podría elevarse a veinte millones de pobres. Son cifras
absolutamente inéditas en la trayectoria de Argentina.
Estos
datos alcanzan su verdadero dramatismo si se las compara con las de
unos pocos años antes, aun en una coyuntura signada por el descenso
de la actividad económica. En mayo de 1995, en medio de una fuerte
recesión, como consecuencia del shock externo provocado por la
devaluación del peso mexicano, la desocupación había alcanzado un
techo histórico de 18,4% (llegó a 21,5% en mayo de 2002), pero, el
porcentaje de pobres era muy inferior al actual: 22,2%. Vale decir,
que las cifras de desempleo llegaron a niveles similares ya en el
pasado cercano, pero el nivel de pobreza por ingresos es absolutamente
inédito. Es el drástico descenso de ingresos de los trabajadores
ocupados el que marca la diferencia cualitativa entre la crisis actual
y la de mediados de los 90'. Esto se potencia en un país como
Argentina, cuyos niveles históricos de pobreza llegaron a estar muy
por debajo del 20%, después de la crisis de 1930 los niveles de
desocupación eran invariablemente bajos, y dónde h asta la década
de los 70', la posibilidad de ascenso social para las clases populares
era una verdad adquirida.
No se
trata sólo de la pobreza y la desocupación como tales, sino en lo
que su evolución reciente marca: movilidad social descendente para
amplios sectores de las clases subalternas, pérdida masiva de
'conquistas' y niveles de vida que se consideraban adquisiciones
definitivas. También afectó a la población la pérdida de ciertas
'certezas' asociadas a la versión pobre y periférica, pero
relativamente eficaz, del Estado de Bienestar que el país poseía:
Posibilidad masiva de educación pública y gratuita de aceptable
calidad, sistema de medicina social no universal y con desniveles de
calidad, pero muy extendido, amplios sectores asalariados protegidos
por sindicatos poderosos y por una legislación laboral protectora,
servicios públicos estatales con creciente deterioro pero acompañados
de tarifas baratas y de tolerancia con el no pago. Todo se lo llevó
(o lo dejó muy disminuido), la ofensiva del gran capital de los años
90', que con ser un fenómeno mundial, no hay que olvidar q ue tuvo en
Argentina una de las experiencias más veloces y extremas.
A la
luz de los principales 'indicadores sociales', queda claro que
Argentina no ha siquiera comenzado a salir de la crisis más profunda
de su historia, y que los conflictos que la atraviesan son, en buena
parte, expresión de esa crisis inédita.
La
protesta social
Diciembre
de 2001, como dijimos, es un hito, un punto de inflexión, pero no un
'estallido' aislado, ni el comienzo de un movimiento antes
inexistente... Una mirada de superficie, centrada en la 'clase media'
y en los grandes conglomerados urbanos, tendía a percibir una
sociedad argentina 'dormida', con escasa capacidad de reacción antes
de los últimos meses de 2001. Por el contrario, no se puede explicar
la espontaneidad rebelde desatada en los días finales de 2001, sin
filiarla en las luchas, en general menos espontáneas, que se
sucedieron en los años 90'. Los autores que han tratado las
movilizaciones argentinas coinciden en esto de forma unánime: (cf.
Svampa-Pereyra (2003), Zibecchi (2003), entre otros), los hechos de
esos días, y de los meses que le siguieron, correspondieron a una
acumulación de tensiones económicas y políticas en la coyuntura,
pero no pueden comprenderse sin las formas de organización y
movilización desenvueltas desde la segunda mitad de la década de lo
s 90'. Mas aún, la variedad e intensidad de las experiencias,
abarcando a variados ámbitos geográficos, sectores sociales y campos
culturales, justifican que se halla considerado que en estos últimos
años Argentina 'es un gigantesco laboratorio de experiencias
sociales' (Lucita, 2002), y que la multiplicidad de experiencias, a
pesar de no responder a modelos y programas únicos, constituye una
verdadera 'contraofensiva' (Stulwark, 2003, p. 16).
El país
ha vivido el auge de un movimiento; el de trabajadores desocupados,
que comenzó a gestarse a partir de la estabilización de los niveles
de desocupación en dos dígitos, lo que ocurre ya en los primeros años
90' , que se fue destacando entre un conjunto de rebeldías de expresión
local, en las que se combinaba con luchas de trabajadores ocupados,
estatales y privados, y con reivindicaciones territoriales ligadas más
a la vivienda que al desempleo. Fue en las ciudades petroleras del sur
(Cutral-Co) y el Norte (General Mosconi, Tartagal) del país, donde se
fue afirmando la figura del 'piquetero' como constitutiva de una nueva
identidad social, y desde allí se expandió a las grandes ciudades.
Esta presencia se tornó tan fuerte, y tan ligada a los trabajadores
desocupados, que varias organizaciones inicialmente pensadas para
representar a otros sectores, terminaron centrándose en los
desempleados. Se multiplicaron las organizaciones, se desarrollaron
distintas experiencias , insinuaba una identidad nueva, centrada en
los barrios pobres, en la aspiración colectiva a tener un trabajo
digno, en la ruptura con la tradición de subordinación, de
'clientelismo' atado a partidos políticos asociados al capital.
En los
meses posteriores a diciembre de 2001, se expresó con alta intensidad
y masividad, y cuestionando abiertamente al poder político, un
sustrato de nuevas organizaciones, renovadas formas de lucha, nuevos métodos
de construcción política, que a favor de un descontento creciente y
extendido, habían tomado forma a partir de los últimos años 90'.
Los 'piqueteros' constituyen el núcleo de este fenómeno, pero se lo
puede rastrear entre sectores de capas medias sin referencias
organizativas preconstituidas (las asambleas populares) en el campo de
los derechos humanos (con el accionar de organizaciones nuevas, como
HIJOS y la modalidad de los 'escraches'), en ámbitos del movimiento
obrero ocupado (en particular estatales), en el movimiento
estudiantil, en las manifestaciones artísticas populares. El conjunto
nos hablaba de una insinuada contraofensiva de las clases subalternas,
después de soportar ataques desde las clases dominantes que parecían
no tener fin. Incluso aparecía (como en los 'escraches'), la
tendencia a producir no protestas o reclamos al poder político, sino
hechos que tenían un significado en sí mismo, acciones que
'castigaban' directamente los intereses o el prestigio de los
percibidos como enemigos.
Las fábricas
recuperadas, por su parte, se convirtieron en la presencia más
llamativa de los trabajadores ocupados, en un fenómeno que data de la
década de los 90', se fortaleció en consonancia con el avance de la
crisis, y se radicalizó y ganó en visibilidad después de diciembre
de 2001, al compás de la generalización de la rebeldía. En general,
la 'recuperación' es de empresas cerradas o a punto de hacerlo, con
firmas en quiebra o cesación de pagos, donde los trabajadores vuelven
al funcionamiento la fuente de trabajo con diversas modalidades
organizativas (la mayoría asume formas cooperativas, algunas reclaman
'estatización con control obrero') y distintos grados de democracia
interna en el nuevo colectivo laboral. Puede relativizarse la
importancia del fenómeno en función de lo relativamente pequeño de
las unidades productivas, o el corto número de trabajadores
involucrados directamente en estas experiencias. Sin embargo, las
empresas desataron un gran movimiento de solidaridad, movilizaron
estudiantes, artistas, técnicos y profesionales, hicieron pactos con
organizaciones piqueteras o de productores rurales para intercambiar
productos y materias primas, y realizaron una intensa labor de
propaganda en torno a la importancia de no aislarse, no bajar los
brazos, recuperar el valor de la asociación y del espíritu de lucha.
Dos casos sobre todo: la textil Brukman y la fábrica de cerámicas
Zanón irrumpieron en los medios, llamaron la atención de las
autoridades políticas, fueron escenario por cierto de represiones y
amenazas... pero lograron el triunfo de mantener las fábricas en
manos propias, y quizás marcaron un avance en ese descubrirse como
'productores', que al decir de Gramsci equivale a comenzar a sacudirse
la condición de asalariados.
La
conflictividad social tuvo claramente un pico, en el verano de 2002.
Se produjo una coyuntura particular en la que prácticamente todos los
poderes sociales, tanto los estatales como los 'privados' estaban
puestos en cuestión. No sólo el ejecutivo, sino el legislativo y la
justicia, buena parte de los gobiernos locales, sectores de la gran
empresa más vinculados a la corrupción estatal (empresas
privatizadas de servicios públicos) o a la especulación ruinosa para
las capas medias (los bancos), y algunos medios masivos de comunicación
(sobre todo los diarios más conservadores u oficialistas) sufrían
marchas de repudio, cacerolazos, 'escraches' , y eran incluidos de
alguna manera en el 'que se vayan todos', consigna que indicaba de un
modo difuso la voluntad de librarse de toda una dirigencia que había
perdido toda legitimidad. Es de notar, sin embargo, que la dirigencia
política aparecía en un lugar de culpabilidad mayor y frecuente que
el empresariado, y por momentos aquella consigna 'que se vaya todos'
tomaba un sesgo antipolítico potencialmente reaccionario, y sectores
de derecha trabajaban activamente para que así fuera. En medio de la
riqueza y el empuje del movimiento, se manifestaban serias
limitaciones.
Después
de esos meses, la movilización experimentó un progresivo reflujo,
primero más coyuntural, ligado al agotamiento de un momento de auge
de movilizaciones en los más diversos campos que no podía mantenerse
por mucho tiempo en ese nivel de intensidad y continuidad, y luego por
un proceso de recomposición gradual de la autoridad estatal y de
'pacificación' del conflicto, impulsado desde el poder político, que
logró:
1)
Estabilización económica tras el descalabro de la devaluación y sus
secuelas (febrero 2002), llegando más o menos rápidamente a índices
inflacionarios reducidos, ya en los últimos meses de 2002.
2) Un
mecanismo de asistencia social, eficaz, dentro de sus limitados
objetivos, con los planes Jefes y Jefas de Hogar, a partir de mediados
de 2002, que llegaron a centenares de miles de trabajadores, con
sistemas de distribución que incluyeron a algunas organizaciones
piqueteras.
3) Una
solución progresiva al conflicto más acuciante con sectores medios,
que era la confiscación de los depósitos bancarios.
En
realidad, la primera carta de triunfo del 'viejo orden' fue cuando
Eduardo Duhalde asumió la presidencia provisional 'hasta completar el
período', y quedó clausurada la posibilidad de un interinato breve,
e incluso la de que se celebrara una asamblea constituyente que
reformulara el orden político. Conservando así el control de las
instituciones por un tiempo prudencial, quedaron sentadas las bases
para comenzar a recomponer una autoridad estatal y un mínimo de
consenso con las relaciones sociales y políticas, sin las cuáles
Argentina era ingobernable.
A
favor de esa precaria estabilidad, la dirigencia política logró
llevar adelante, en forma accidentada pero finalmente exitosa, un
proceso electoral que repusiera a una jefatura de estado dotada de
legitimidad electoral. Ya asumido el nuevo presidente electo, se
ensaya con más fuerza una táctica de recomposición de legitimidad ,
centrada en reforzar la idea de un gobierno receptivo a las
reivindicaciones populares, y no alineado automáticamente con las
demandas de los organismos financieros internacionales, los bancos o
las compañías privatizadas, como sus predecesores. La respuesta
popular fue entusiasta, y el consenso inicial logrado está sirviendo,
hasta cierto punto, de 'amortiguador' del conflicto. Con todo, este
consenso tiene un aire de 'provisoriedad' dado por la pervivencia de
las causales profundas de la crisis, que se mantienen intactas, ya que
la pobreza y la desocupación han descendido con respecto a sus máximos
niveles, pero en proporciones desdeñables, como vimos más arriba. Y
el sistema político sigue convocando más a la 'esperanza' en las
decisiones de la cúpula que a una participación activa que pudiera
'airear' el consenso democrático.
El
reflujo no equivale a derrota, ya que la tentativa hoy en curso por
parte de sectores de la dirigencia política, de producir una
recomposición hegemónica, absorbiendo algunas de las demandas de las
masas, privilegiando aquéllas que no producen choque con las
relaciones fundamentales de producción ni permiten avanzar hacia una
democratización radical; es a todas luces 'hija' de la movilización,
en cuánto a aspira a 'pacificarla' sobre la base de concesiones. Como
forma de evitar un nuevo auge de movilización que desborde a las
instituciones estatales (que siguen siendo débiles, con fuertes
elementos de desarticulación entre sí), intentan producir esos
cambios desde arriba, pero planteando a la vez una relación
'amigable' con las organizaciones de las clases subalternas, incluso
con algunas de las más radicalizadas, e intentar la 'cooptación' de
los más moderados. El 'clientelismo' como forma privilegiada de acción
hacia las clases subalternas, en apogeo en los años 90', pierde
centralidad, y hoy la dirigencia más lúcida lo ve como un modo
primitivo e inseguro de dominación social, y aspira a volver siquiera
en parte a políticas 'integradoras' susceptibles de ser una base
material estable para la construcción de hegemonía.
Desde
el gobierno hoy se pergeñan incluso sutiles operaciones simbólicas,
en que se presenta y valora un vínculo generacional, una cercanía ética,
una coincidencia general de ideales con las luchas de la izquierda de
los 70' y con quiénes las mantuvieron en alto durante los períodos
de tinieblas: El presidente Kirchner afirmando 'somos hijos de las
Madres', marca una línea en el tipo de recomposición del consenso en
que se halla comprometido el mandatario actual. Ya no es la línea del
conservadorismo, del miedo, de la promesa de sepultar la sociedad Argentina anterior a los años 90', sino al contrario la de innovar en
línea con los objetivos y valores largo tiempo relegados de la
generación de los últimos 60' y primeros 70'. Esta operación ideológica
se ha vuelto posible por la gigantesca movilización de 2001-2002, y
por el mayoritario y todo indica que duradero repudio a las prácticas
de la dirigencia política de la década y media anterior.
Está
abierta entonces una disputa central, dada por el empeño del aparato
estatal y el sistema político tradicional por 'institucionalizar' y
absorber a los movimientos, en primer lugar al más poderoso, el de
desocupados, y el de éstos por mantener y afianzar su autonomía. En
el movimiento más fuerte y masivo, los 'piqueteros, se juega si se
convierten en una suerte de sindicatos permanentes e
'institucionalizados' o siguen avanzando cualitativamente en su
conciencia y organización. (Klachko, 2002, p. 16) La apuesta desde
'arriba', está claro, es la primera.
Si
bien los movimientos han tratado de asociarse con otros sectores
sociales, hay una contradicción operante entre la tendencia a
articular y politizar el movimiento, y la que lleva a buscar la
preservación de la autonomía como objetivo principal, desinteresándose
en cierta medida de la suerte del conjunto social. (Thwaites-Rey,
2003) El rechazo a la política profesionalizada y a las
organizaciones verticales y jerárquicas, lleva a veces a desdeñar
toda implicación con el Estado y con la idea de 'lucha por el poder',
corriendo el riesgo de impedir que los movimientos se expandan del
plano económico-corporativo hacia la lucha política. Hay que tener
en cuenta, de todos modos, que ese tipo de planteos parten de una
reacción exagerada, pero justa en sustancia, contra una izquierda
tradicional que todo lo somete a la 'toma del poder', menospreciando
la perspectiva de un cambio en la cultura y las prácticas. (cf.
Perazzi, 2002).
Por
otra parte, algunos de estos movimientos no alcanzan a romper con la
matriz de pensamiento 'populista', y tienden a buscar de modo
recurrente un liderazgo externo que, desde el aparato del estado,
provea satisfacción a sus demandas, (Cf. Svampa- Pereyra, p. 195), y
ven el horizonte estratégico más en términos de vindicación
nacional frente al imperialismo, de construcción de una Argentina
'verdaderamente independiente', que de alguna vía de superación
definitiva de la organización capitalista de la sociedad. Corren el
riesgo de caer, por un camino distinto al del 'autonomismo'
exacerbado, no en la irrelevancia política completa, pero sí en la
subordinación a las políticas estatales.
Los
conflictos sociales en los últimos meses
En cuánto
a los conflictos en curso en el presente, es indudable la existencia
del mencionado 'reflujo' cuyo inicio se data, a más tardar, en los últimos
meses de 2002. Sin embargo, a mediados de 2003, la información
disponible nos remite a movimientos sociales que siguen expresándose
de múltiples maneras, y a una conflictividad social intensa y múltiple,
que abarca a sectores amplios y heterogéneos. (cf. Osal, 2003).
Los
trabajadores ocupados tienen en esta conflictividad su lugar, contra
la generalizada tendencia, en los medios de comunicación y el análisis
más o menos convencional, a silenciar todo lo relacionado con el
porcentaje por cierto importante de trabajadores que poseen empleo,
generando la creencia de sentido común de que la 'clase obrera' ya no
existe, o al menos ha perdido definitivamente toda influencia. En los
últimos meses se han registrado conflictos en empresas de varios
gremios, tales como colectiveros, camioneros, mercantiles, personal
aeronáutico, trabajadores de los ingenios azucareros, de frigoríficos,
del subte, ferroviarios. En muchos casos fueron acompañados por
medidas, como movilizaciones, ocupaciones, corte de calles, y sobre
todo modalidades similares al paro 'a la japonesa' (subtes y
ferrocarriles), consistentes en que los servicios no se interrumpan,
pero permitiendo que los pasajeros viajen gratis. Dentro del sector público
han ocurrido paros y movilizaciones variados, en especial de docentes
y trabajadores de la salud.
Hay en
curso también conflictos en relación con empresas 'recuperadas' que
tienen situaciones no resueltas, en general dadas porque los patrones
tratan de retomar el control. Estos suelen distinguirse por estar
rodeados de una amplia solidaridad, muchas veces impulsada por
partidos de izquierda y/o agrupaciones alternativas, como el más
duradero, de Brukman, Sasetru (que logró la expropiación de la
planta abandonada de ese nombre), Talleres Gráficos Conforti, y
otros.
En
realidad la aparente 'pasividad' de los asalariados en los últimos
tiempos no equivale a ausencia de conflictos, y tiene mucho que ver
con la acción deliberada de las dirigencias sindicales, que vienen en
un largo repliegue del espacio público, procurando aparecer lo menos
posible, a partir de no tener otra forma de contrarrestar el
cuestionamiento casi unánime del que vienen siendo objeto, que el
'hacerse olvidar'. En cuanto a la CTA, esa central de origen
alternativo aparece volcada con intensidad creciente al apoyo de una
alianza 'transversal' en torno al nuevo presidente, y con una
presencia atenuada en el conflicto social.
También
se mantiene alta la capacidad de convocatoria y la frecuencia de las
acciones de los movimientos de trabajadores desocupados. Los
'piqueteros', pese a las divergencias y la fragmentación que han
hecho que prácticamente ya no haya movilizaciones del conjunto de las
agrupaciones, han realizado manifestaciones en estos meses que
convocaron hasta treinta mil personas (cf. Osal, 2003), y continúan
desarrollando un conjunto de acciones que en algunos casos comprende
actividades productivas, de formación política, de educación en
general. Quedan en vigencia los interrogantes sobre la 'expansividad'
de los piqueteros, su capacidad para llegar al conjunto de los
trabajadores desocupados, y su aptitud para el acceso y la articulación
con otros sectores sociales, y en especial con los trabajadores en
activo, así como su firmeza para no dejarse cooptar por el aparato
estatal y las estructuras políticas clientelísticas que median en la
ejecución de las políticas sociales del estado.
Otro
tipo de movilizaciones aparece con fuerza en estos últimos meses,
constituido por los que protestan reclamando justicia contra algún
crimen, con epicentro en una localidad, y participación vecinal
amplia, implicando al poder político local o al menos a la policía
en una responsabilidad que va desde el nivel de la omisión o
negligencia, hasta la complicidad primaria en los crímenes. Lo más
llamativo han sido puebladas más o menos espontáneas, en pequeñas o
medianas localidades (Arequito, Arrecifes, Villa Gesell), o en sitios
puntuales del cordón suburbano de la ciudad de Buenos Aires
(Avellaneda, Lanús). Son de una orientación algo ambigua, pues son
susceptibles de instrumentalizarse para ir en contra de las garantías
judiciales y pedir más represión al aparato policial. Algunas se
mezclan con facilidad con el pedido de más represión, y otras veces,
con el cuestionamiento hacia el poder político local, por justicia y
por el cese de complicidades con los delincuentes (Santiago del
Estero).
Las
asambleas populares, en contra de reiteradas predicciones sobre su
definitivo ocaso, siguen en actividad. Algunas se han extinguido o
reducido a su mínima expresión, afectadas por disidencias internas,
por el alejamiento de sectores menos politizados que se hartaron de
esas disputas o vieron agotados sus objetivos específicos, etc. Pero
otras, en crecido número, parecen ir tomando rasgos de organización
permanente, han adquirido locales propios, 'recuperados' al estilo de
los trabajadores con sus lugares de trabajo , realizan actividades de
formación, mantienen comedores y centros culturales, participan en
movilizaciones públicas por objetivos particulares o en solidaridad
con luchas de otros sectores, etc. La recuperación de un espacio público
ni estatal ni partidario, con base en el barrio y en la identidad de
'vecinos' parece destinada a perdurar y desarrollarse.
Tanto
los piqueteros como las asambleas forman parte de un conjunto de
expresiones que, con el ejemplo inicial de las rebeliones locales de
los últimos 90' antes mencionadas, pusieron en práctica mecanismos
de democracia directa, con las decisiones tomadas en deliberaciones
colectivas, y sin otra dirigencia que delegados con mandato imperativo
y revocable. Ese cuestionamiento práctico de la representación política,
la búsqueda a tientas de una 'desburocratización' de la militancia
social, es tal vez uno de los legados más valiosos del movimiento
social en Argentina de los últimos años. El rechazo no sólo a la
institucionalidad estatal, sino a las formas tradicionales de
organización de las fuerzas contestatarias (en general estructuras
fuertemente profesionalizadas en su dirección, con una conducción
verticalista y un discurso unificado desde la cúpula), ha tomado en
este campo un sentido positivo, de construcción nueva. Resulta
significativo que, en los últimos años 90', después del apogeo de
una forma de ejercicio del poder estatal activamente desorganizadora,
que trató de sembrar por todos los medios la ideología y los
comportamientos individualistas, desde las clases subalternas se
generaran no ya nuevas formas de acción colectiva, sino prácticas de
fuerte radicalidad en su concepción de democracia. Con todo, no dejó
de plantearse la contradicción entre eficacia y participación
colectiva, entre claridad de discurso y multiplicidad de voces, entre
liderazgos reconocidos y organización horizontalista. Son temas cuya
irresolución, y los choques y 'callejones sin salida' a que aquella
llevó, han dificultado un fortalecimiento aun mayor de las
organizaciones sociales, y acentuaron una dicotomía improductiva
entre 'organización' y 'espontaneidad', o entre 'partidistas' y 'no
partidistas'. Cabe esperar que la reflexión lúcida inspirada y
articulada con las luchas, aporte formas de resolver y articular
positivamente estas contradicciones desplegada s entre los propios
luchadores populares.
Las
perspectivas venideras
Producido
el reflujo del auge de movilización y lucha que atravesó el año
2002, y vueltas las instituciones políticas a la 'normalidad' de su
desenvolvimiento actual, la pregunta que queda abierta es cómo se
proyectará en el futuro el proceso simbolizado en la 'bisagra' del
10-20 de diciembre. De las supervaloraciones (más bien lecturas
esquemáticas) del momento de auge que juzgaban hallarse en la
antesala de una revolución, se corre el riesgo de pasar a la desilusión
ante el momento de declive, juzgándolo como definitivo e
irreversible, y tendiendo a pensar que 'no quedó nada' del
movimiento. Y también toma fuerza la idea de abandonar las 'fantasías'
y conformarse a la propuesta de un país 'normal', un capitalismo
'serio', y unas instituciones 'saneadas', que predica el nuevo
gobierno. De una manera o de otra, se propende la vuelta al redil, el
resignarse a que el predominio del capital concentrado, y el carácter
mediatizado de la democracia política son características esenciales e inmodificables de nuestras sociedades actuales, y Argentina
no sería para nada la excepción.
Lo
cierto es que la Argentina de hoy está signada por el 19-20 de
diciembre, y la propia clase dominante y el aparato estatal se han
visto forzadas a tomar nota de ello. No en vano aparece una y otra vez
en su discurso la idea de que 'Argentina se asomó al abismo'. Y ellos
bien saben, que el precipicio no significa necesariamente un caos
inmanejable, sino la posibilidad de que las fuerzas populares consigan
transformar relaciones sociales fundamentales. Y los supuestos
beneficios del orden existente se han desvirtuado lo bastante como
para que a la convocatoria a defenderlo le cueste encontrar reclutas
entusiastas.
El
clima político-cultural ha cambiado, y hoy hasta los adalides de la
derecha liberal- conservadora han debido modificar su discurso, y
aparentar aguda preocupación con los sufrimientos de las clases
subalternas. Cuando el gobierno nacional lanza la consigna de
construir un 'país normal', está marcando la meta de 'normalizar' a
las clases subalternas, en relación de volverlas a la restricción al
sufragio como única participación sustancial en la vida política,
de sacarlas definitivamente de las calles, pues la dirigencia ha
experimentado la pérdida de control de la situación, siquiera
pasajera, y desea alejar la posibilidad de que se repita. Apenas se
dibuja como alternativa la de operar cierto 'transformismo' que
coloque a las movilizaciones populares en una lógica previsible, que
vuelva a aceptar una conducción 'desde arriba', afín al poder político.
En
cuanto a las perspectivas abiertas en el futuro cercano, quedan varios
interrogantes no resueltos, entre ellos.
-Si el
movimiento de trabajadores desocupados mantendrá su presencia pública
y en ese caso si conseguirá o no formar instancias de articulación más
amplias, recreando el consenso que alcanzó en otros sectores sociales
en el momento más álgido de la movilización.
-La
posibilidad de que se produzca un proceso de activación en el
movimiento obrero ocupado, bajo la dirección o al margen de las
direcciones sindicales tradicionales.
-La
posibilidad de convergencia de trabajadores ocupados y desocupados en
un movimiento sino único al menos articulado.
-Si la
organización de amplios sectores de las capas medias con propuestas
radicales se mantendrá o habrá un vuelco 'moderado'.
Seguramente
se vivirá una puja entre la tendencia al mantenimiento de autonomía
y la cooptación de las organizaciones populares, y la presión 'desde
arriba' que procurará reencauzarlas en los mecanismos de organización
y representación tradicionales, o en los casos en que esto ya no es
posible, 'domesticar' las nuevas formas organizativas. Y ese proceso
irá acompañado por la batalla entre los que pretendan reinstaurar un
sentido común conformista, que acepte como infranqueables el control
de la sociedad toda por el capital y el 'formalismo' de la democracia
realmente existente; y quiénes desde las clases subalternas sepan
procurar adaptar y re-crear para la duración más prolongada y los
momentos de relativa calma, las aspiraciones democráticas y el
cuestionamiento al orden social que alentó en las movilizaciones de
diciembre de 2001.
Un
problema de fondo es si podrá lograrse 'desde abajo' una articulación
política de todo el vasto y variopinto movimiento generado,
proporcionando una presencia de alcance 'universal', portadora de las
demandas de democratización radical y los cuestionamientos a las
peores manifestaciones de la opresión capitalista, y sin avasallar la
capacidad de iniciativa y toma autónoma de decisiones de los variados
grupos que desconfían de las propuestas políticas justamente por la
recurrente tendencia hegemonista e 'instrumentalista' de las fuerzas
contestatarias ante sus demandas. El primer paso es comprender que no
se trata de 'reducir a la unidad' lo múltiple, sino de proporcionar
una orientación común que no anule la diversidad.
Si tal
articulación no se alcanza, es posible que el intento de retomar la
dirección 'desde arriba' del proceso, compatible con una incorporación
parcial de las demandas de las clases subalternas y la promoción de
un discurso oficial que retome, convenientemente 'aligerados', los
temas del nacional-populismo, tenga una audiencia amplia y resulte más
que medianamente exitosa en la recomposición de una hegemonía
burguesa ausente hoy en la sociedad Argentina.
Llegado
a este punto, se requiere volver la vista nuevamente al plano mundial
y continental. Las políticas del Consenso de Washington se han
agotado, y no está claro aún cuales la reemplazarán. La mayor
potencia capitalista e imperialista se ha enredado en una seguidilla
de intervenciones armadas con un pretexto, el terrorismo, que se
vuelve parte de una broma sangrienta, y genera divisiones en el propio
campo del gran capital y los hace perder legitimidad. La pobreza, la
desocupación, toda una panoplia de flagrantes injusticias, siguen
reinando rampantes, aunque hasta el propio FMI incorpore a su 'agenda'
la solución de esos 'problemas sociales'. La rebelión se ha vuelto
una forma de recambio presidencial, y la inanidad en efectos concretos
para la vida popular de muchos de esos reemplazos puede inducir a
radicalizar los objetivos de los alzamientos. Pretender pensar los
problemas del 'abajo' social en términos solamente nacionales, en
esta época de mundialización del capitalismo, en el que se abren
las puertas a los flujos de capital, y a los bienes materiales e
inmateriales, mientras los Estados Unidos procuran el monopolio de la
soberanía efectiva en un plano universal, no sólo es erróneo, es
absurdo.
Un
nuevo internacionalismo se impone en el horizonte. La vocación
latinoamericana será fecunda mientras pueda practicarse como una
escala hacia la mundialización de las luchas y las propuestas
alternativas. El predominio mundial de un capital sin los límites que
imponía la guerra fría y la necesidad de neutralizar al movimiento
obrero, nos muestra sin máscaras el rostro de la barbarie, de la catástrofe
ecológica y bélica, del renacimiento de la esclavitud y la
desigualdad extrema bajo nuevas formas. Enfrentar a la barbarie
requiere conferir un rostro nuevo a los ideales de emancipación
social, a las promesas del socialismo.
Buenos
Aires, 22 de octubre de 2003.
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