Vuelve
el tráfico de opio, al menos 60 mil adictos en Kabul
Por
Nick Meo, The Independent, 05/10/04
La Jornada, México
Traducción de Gabriela Fonseca
Cerca
de 2 mil mujeres son drogadictas, la mayoría por trauma de guerra
Crece
el consumo de heroína y con ello el riesgo de contraer sida,
advierten médicos
Kabul.
Halima fumó opio por primera vez para ahuyentar las pesadillas tras
la muerte violenta de su esposo. Le dispararon en un puesto de
control, delante de ella, cuando trataban de huir de los combates en
Kabul. Quedó viuda a los 27 años con tres hijos pequeños y un
futuro desdichado.
"No
sé quién le disparó", dice. "Pero no podía dejar de
verlo, se desangró hasta morir, tirado en la calle, sin que nadie lo
ayudara".
En
la oscura vida de esta afgana había poco en qué distraerse, hasta
que un vecino le mostró por primera vez una pasta color café. Muy
pronto tuvo necesidad de fumar opio en la mañana, al mediodía y en
la noche.
"Me
conforta y me ayuda a olvidar mis penas", dice. "Es una cosa
vergonzosa. Si mi cuñado se entera, me corre de su casa".
Desde
que las tropas de Alejandro Magno llegaron a Asia Central, el opio se
ha empleado como medicina. La cascarilla que guarda la semilla de
amapola se hierve como té para calmar el llanto de los niños.
Consumir
opiaceos es haram, es decir, el Islam lo prohíbe. Sin embargo, su uso
fue primordialmente medicinal incluso cuando el naracotráfico
internacional se apoderó de los cultivos durante los años 80. Aunque
los granjeros hicieron a un lado sus escrúpulos y comenzaron a
exportarlo, las comunidades lo desaprobaban y casi siempre se impedía
que se consumiera en los hogares.
Finalmente,
el tráfico de opio que ha causado tanta miseria en Occidente se ha
reanudado en Afganistán. Sólo en Kabul hay unos 60 mil drogadictos,
y estas cifras se han visto engrosadas por desplazados que regresaron
con la adicción en míseros campos de refugiados en Pakistán e Irán.
Se
vende en cualquier bazar
Los
doctores en la capital afgana temen que las cosas empeoren todavía más.
El doctor Ahmad Shah Habib, director del centro de rehabilitación de
Nejaf señaló: "Hace 15 años la heroína era desconocida en
Kabul. Ahora los traficantes tienen el camino libre y se puede comprar
esta droga en cualquier bazar". En efecto, los vendedores no son
difíciles de encontrar incluso en las zonas que quedaron en ruinas
tras bombardeos, rechazadas incluso por las familias sin techo más
desesperadas.
A
los heroinómanos se les conoce como poderi, son figuras harapientas
que se ocultan o salen corriendo detrás de un dragón y que comparten
agujas sucias. Como en todos lados, pagan por la sustancia mediante el
crimen o la prostitución.
Las
mujeres afganas, cuyas vidas son más difíciles que las de los
hombres, están particularmente en riesgo. El centro Nejaf conoce a
unas 2 mil usuarias y cree que hay muchas más. La mayoría de están
demasiado avergonzadas y ocultan su hábito de esposos y familias.
Casi
todas ellas tienen terribles historias de pérdida a causa de la
guerra. La mayoría son viudas, y algunas son primeras esposas que han
sufrido la humillación de que su marido tomó una segunda mujer. Los
bebés nacen adictos, y también se vuelven dependientes los niños
que son explotados en la fabricación de alfombras, a quienes se les
da opio para que aguanten las largas jornadas de trabajo.
El
opio y las pastillas para dormir hechas con este fármaco son las
drogas más comunes, pero las mujeres jóvenes consumen cada vez más
heroína. El incremento de fábricas de esta droga dentro del país y
la creciente complejidad de la industria afgana de la droga es mayor
que nunca.
La
mayor parte de la droga refinada es enviada hacia los lucrativos
mercados occidentales, pero esto deja enormes cantidades de heroína
de mala calidad, misma que es vendida a bajo precio en los bazares.
En
una clínica de la pestilente ciudad vieja de Kabul, hay un cuarto
lleno de mujeres vestidas con burkas manchadas que esperan recibir
tratamiento para su adicción.
Una
de ellas se enganchó al opio para quitarse el miedo que le impedía
dormir durante los ataques con cohetes en la guerra civil. Otra se
habituó a los tranquilizantes cuando su esposo y su hijo fueron
ultimados en los combates.
El
tratamiento no siempre funciona. Una abuela de 60 años se hizo adicta
a la heroína por una amiga que hizo cuando estaba en el hospital
recibiendo tratamiento para curar su adicción al opio.
El
doctor Habib afirma que "el trauma de la guerra es, por mucho, el
factor decisivo en el uso de opiaceos. Aun cuando el abuso no ocurrió
durante la guerra, las pesadillas están con ellos años después.
Habib
no tiene idea todavía de qué tan común es el VIH en Afganistán,
pero dado el intercambio de agujas, la mala higiene y el hecho de que
muchos adictos se prostituyen, está seguro de que se incrementarán
en mucho los 300 casos que tiene identificados.
"Este
es un problema que comenzará a emerger dentro de cinco años",
afirmó.
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