La incógnita china
Por Juan Torres López
Globalización,
Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura, octubre 2004
La espectacular
evolución de la economía china en los últimos años le ha permitido
crecer vertiginosamente pero, al mismo tiempo, la ha situado en el
centro de la tormenta que se está gestando en la economía mundial.
Desde 1979 ha
mantenido un crecimiento medio del 9,4% anual, un registro astronómico
si se compara con el de los demás países industrializados. Las
autoridades chinas estimaron que en 2004 se produciría un descenso de
la tasa de crecimiento hasta el 7,2%, pero es muy difícil que
acierten porque ya en el primer trimestre se alcanzó una tasa del
9,7%.
La fuente principal
de este inmenso crecimiento es el ahorro nacional que se traduce en
una inversión que representa casi la mitad del Producto Interior
Bruto chino. Y que crece desmesuradamente: un impresionante 27% en
2003 y el 43% en el primer cuatrimestre de 2004.
Cada semana entran en
China 1.000 millones de dólares en inversiones directas y en lo que
va de año se han creado unas 15.000 nuevas empresas.
La gigantesca inversión
que se está realizando en China es la fuente de su desarrollo en
infraestructuras, industrias y servicios de todo tipo pero está
ocasionan algunos problemas que pueden estallarle en las manos a los
dirigentes chinos en los próximos meses.
Por un lado, ha
creado una enorme burbuja inmobiliaria. La venta de propiedades
inmobiliarias representa un 25% del PIB de Pekín y el 20% del de
Shangai, lo que da idea de la magnitud del negocio que se está
generando.
Pero, al mismo
tiempo, eso está ocasionando una igualmente espectacular subida de
precios que se traslada a otros sectores. En Shangai, por ejemplo, los
precios de la vivienda suben una media del 20% anual desde 2001.
La gran inversión
que se realiza en China está tirando a su vez de la economía
mundial. El gigante asiático compra ya el 40% del cemento mundial, el
25% del aluminio y entre el 20 y el 50% de otras materias primas
vinculadas a su desarrollo industrial.
El desarrollo
industrial chino y los bajos costes de su mano de obra (en una gran
medida esclavizada y sin disfrutar de los derechos humanos y laborales
básicos) le está permitiendo también incrementar masivamente sus
registros comerciales con el exterior. Las exportaciones crecieron el
35% en 2003 y las importaciones crecieron más del 42% en los primeros
meses de 2004.
Con los actuales volúmenes
de su comercio exterior resulta que China se convierte en el principal
factor del que depende el crecimiento de los países más importantes
del planeta y, por supuesto, de sus vecinos más cercanos.
De la economía china
depende un 28% del crecimiento de la alemana y un 21% de la de Estados
Unidos. Los chinos aportan el 25% al crecimiento del PIB mundial,
mientras que Estados Unidos aporta un 20% y la Unión Europea un 14%.
Eso da idea de la
gran influencia que va a tener lo que pase en China sobre el resto del
mundo.
Lo que ha hecho China
en los últimos años ha sido lo contrario de lo que los neoliberales
aplicaron en el resto del mundo. Mientras que los demás países
aplicaban políticas restrictivas y deflacionistas, China realizó políticas
expansivas basadas en una gran intervención pública y manteniendo un
control permanente de los mercados y, sobre todo, de las relaciones
exteriores y de la cotización de su moneda.
Los efectos han sido
fulminantes y buena prueba de que las políticas neoliberales no son
la mejor vía, como afirman sus defensores, para promover la actividad
económica y la creación de riqueza. En 1980, la economía china era
veinte veces más pequeña que la de Japón, ahora es sólo la mitad.
Hace diez años, el PIB de Brasil era igual que el de China, ahora es
la mitad.
Sin embrago, la
paradoja es que China necesitaría que la economía de los demás países
fuesen al ritmo de la suya, para no caer en una situación de
sobrecalentamiento, que es lo que está ocurriendo.
Los precios han
subido más del 5% en tasa interanual, cuando en 2003 sólo lo
hicieron el 1,2%. El 40% de las deudas a los bancos son incobrables y
hay un exceso muy grande masa monetaria.
Las autoridades han
empezado ya a aplicar controles a la inversión, restricciones
crediticias y seguramente terminarán por subir los tipos de interés,
entre otras cosas, porque se encuentran casi tres puntos por debajo de
lo que suben los precios.
Eso ocasionaría dos
problemas de naturaleza distinta. Por un lado, al desacelerarse la
locomotora china se frenaría también la economía mundial en una
gran medida, como he señalado antes. Iremos sin remedio a la recesión.
Por otro lado,
resulta que China ha acumulado en estos años casi medio billón de dólares
en reservas internacionales, casi todas en dólares y dedicadas a
comprar grandes cantidades de Bonos del Tesoro estadounidense. Eso es
lo que está permitiendo financiar el colosal déficit exterior y el
no menos fabuloso déficit fiscal que ha generado el presidente Bush.
Pero si China
limitara su flujo de fondos hacia Estados Unidos los norteamericanos
se encontrarían en una situación difícil. Sólo podrían seguir
financiando sus déficit subiendo notablemente los tipos de interés,
lo que igualmente llevaría consigo una recesión económica.
La desaceleración de
la gigantesca economía china parece que va a ser un hecho. Por lo
tanto, se puede apostar a que se extenderá una caída de la actividad
en todo el mundo. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que una media
del 60% del incremento de las exportaciones chinas en los últimos
quince años, corresponde a empresas extranjeras. En consecuencia, si
se frena allí la actividad se notará claramente fuera de China.
Incluso es posible que mucho más.
La única duda que
cabe, en definitiva, es saber si esa desaceleración va a ser muy
brusca o si será suave o “positiva” como la ha llamado el cáustico
presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan.
Los chinos dicen que
no importa que gato sea blanco o negro con tal de que cace ratones.
Cazaron en gran abundancia pero ahora puede ser que el empacho lo
paguen otros.
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