Asia-Pacífico

 

Xinjiang: la represión oculta en el oeste de China

Por Juan Carlos Galindo
AIS (Agencia de Información Solidaria), 24/06/04

El pasado 22 de junio, el diario británico Financial Times publicaba una información según la cual Estados Unidos se niega a repatriar a los 22 presos chinos recluidos en la base de Guantánamo por miedo a que sean torturados. Paradojas aparte, la noticia arroja algo de luz sobre uno de los conflictos más olvidados de Asia, el que enfrenta a Uigures –la etnia de origen turco y confesión musulmana a la que pertenecen los citados presos y que habita la región de Xinjiang, al oeste del China- con las autoridades de Pekín. Una situación compleja y llena de matices e intereses ocultos.

Lejos de lo que pueda parecer, China no es un país étnicamente homogéneo: pese al abrumador dominio de la etnia Han, en el último censo de 2000 se incluían más de 105 millones de chinos pertenecientes a otros grupos étnicos. La brutal represión del régimen comunista, la resistencia pacífica y la popularidad de la religión budista en todo el mundo otorgaron al de Tíbet una relevancia internacional de la que han carecido otros conflictos. Sin embargo, el problema de la región de Xinjiang presenta unas características que le hacen especialmente interesante y paradigmático.

La región de Xinjiang ocupa un sexto de la superficie total de China. No obstante, es una de las zonas más pobres y deshabitadas del país: su población no supera los 16 millones de personas sobre un total de más de 1.200 millones. Alrededor de la mitad de sus habitantes son Uigures. Sin embargo, después de una intensiva política de colonización interna auspiciada por Pekín, los Han constituyen más de un 45 por ciento de la población actual de la región y son mayoritarios en las ciudades. Esta estrategia del Partido Comunista de China ha elevado el número de ciudadanos Han de 300.000 en 1955 a más de siete millones en la actualidad. La última gran “invasión” Han se produjo a raíz de los grandes movimientos forzosos de población provocados por las obras de la presa de las Tres Gargantas.

Históricamente conocida como el Turquestán del Este, la región está más integrada en Asia Central que en China. De hecho, no es hasta el siglo XIX cuando este territorio se incorpora a los dominios chinos bajo el nombre de Xinjiang (nuevo límite) y su capital cultural y financiera, Kashgar, se encuentra más cerca de Moscú, Kabul o Teherán que de Pekín. En cualquier caso, el problema va mucho más allá de un conflicto fronterizo o de una mera lucha independentista.

En un principio, los Uigures canalizaban sus legítimas pretensiones (participación en la explotación de los recursos regionales, plena igualdad con los Han y libertad cultural y religiosa) a través de partidos laicos y democráticos como el Partido del Turquestán del Este o la Organización para la Liberación Uigur. Sin embargo, la represión indiscriminada del régimen chino y la eliminación de sus dirigentes empujó a los jóvenes uigures a integrar organizaciones integristas dispuestas a extender el radicalismo en una etnia tradicionalmente moderada. De hecho, en la actualidad, las reivindicaciones del Grupo Islámico del Turquestán del Este o del Movimiento Islámico del Este del Turquestán (considerada por la ONU y Estados Unidos como una organización terrorista) se centran en la independencia, la creación de un emirato y la aplicación de la ley islámica en toda la región. A pesar de su carácter minoritario, estas organizaciones han sabido capitalizar el descontento de una parte de la población uigur ante la represión y la falta de reconocimiento de sus derechos y libertades. El punto álgido de su enfrentamiento con las autoridades centrales se produjo en febrero de 1997, cuando dos bombas en dos autobuses públicos provocaron 25 muertos y varios cientos de heridos. La represión posterior, llena de juicios sumarios y más de 200 ejecuciones, redujo el potencial de estos grupos. Desde entonces, un enfrentamiento soterrado, siempre a punto de estallar definitivamente, amenaza la supuesta estabilidad de la región.

Pero, ¿dónde radica el verdadero interés de China en dominar y someter esta región a cualquier precio? Xinjiang limita con Kirguizistán, Pakistán, Kazajstán y Afganistán. Es decir, es la frontera natural de China con Asia Central, territorio indispensable para el futuro del gigante asiático. En efecto, China ha pasado en poco tiempo de ser autosuficiente en materia energética a convertirse en uno de los primeros exportadores mundiales de crudo y gas. En 2003, China importó 60 millones de toneladas de fuel. Los oleoductos y gasoductos que llevarán petróleo y gas desde Irán y Kazajstán hasta la próspera costa este de China han de pasar obligatoriamente por Xinjiang. Además, el valle de Tarim, situado en el corazón de la región, es el único con recursos energéticos y Pekín se ha gastado ya más de 5.000 millones de dólares en la construcción de un gasoducto de 4.000 kilómetros que llevará a partir de 2005 los 8.390 millones de metros cúbicos de gas que alberga este valle de un lado a otro del país.

A pesar de la “baja intensidad” del conflicto y de la aparente estabilidad que reina en Xinjiang, los informes anuales de Amnistía Internacional y Human Rights Watch denuncian todo tipo de vejaciones y violaciones de los derechos básicos de la población uigur. Perseguir a quienes ponen bombas en el transporte público y matan civiles inocentes es perfectamente legítimo. El problema aparece cuando, con la excusa del terrorismo, se reprime cualquier forma de protesta, se suprime y castiga la libertad de expresión y se niegan los derechos culturales de todo un pueblo. Las acusaciones de “separatista” y “terrorista” sirven a menudo para llevar a cabo procesos secretos, juicios sumarios y ejecuciones. China, una vez más, viola los derechos humanos, en absoluta impunidad y ante el silencio de la comunidad internacional. ¿Hasta cuándo?.

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