La Revolución del
Tulipán echa raíces
Por Pepe Escobar
Asia Times, Hong Kong, 26/03/05
Traducción para Socialismo o Barbarie de Claudio Testa
Comparado con sus
duros vecinos, Kirguizistán era un modelo de democracia.
Pero esto no
hará más fácil al grupo
heterogéneo de nuevos líderes, la tarea de traer estabilidad y orden
económico al país. Una cosa está clara, sin embargo: la Revolución
del Tulipán será promovida por Bush como la primera “extensión de
la libertad y la democracia" exitosa en Asia Central.
Todo sucedió a la
velocidad de luz. En sólo unas horas del jueves en la capital de
Kirguizistán Bishkek, el palacio presidencial fue atacado, el tirano
huyó y un nuevo orden comenzó a tomar forma. ¿Pero... es así?
La revolución había
viajado 500 kilómetros en autobús desde Osh –famoso en tiempos del
Camino de la Seda–, en el sur, a través de los altos pasos de la
montaña, hasta Bishkek, antes del planeado kurultai (asamblea)
que iba a realizarse frente al palacio presidencial. Entonces, se
produjo un giro veloz.
Estaban presentes las
elecciones supuestamente fraudulentas de febrero y marzo, y la asombrosa
corrupción ejercida por el clan del autocrático presidente Askar
Akayev, que luego huyó del país. Con la nueva mayoría parlamentaria
que había logrado en esas elecciones, Akayev estaba prácticamente en
condiciones de
cambiar la Constitución –o, mejor aun, poner en el
trono a su hija, Bermet Akayev–.
Moscú, a través de
ministro de Defensa Sergei Ivanov, ya había criticado a la Unión
Europea y había recordado a todos que Bishkek era uno de los socios
del Tratado de Seguridad Colectiva. El más importante diplomático de
Rusia, Sergei Lavrov, acusó a Javier Solana, el principal
diplomático de la Unión Europea, de ser “políticamente incorrecto”.
Solana había insistido que las elecciones en Kirguizistán no habían
respetado los criterios de la Organización para la Seguridad y
Cooperación de Europa. En esta coyuntura crucial, Akayev, desde hace
15 años en el poder, jugó mal sus cartas.
Hace dos meses, Akayev
fue a Moscú para presentar a su hijo al presidente Vladimir Putin. Ya
estaba planeando una transferencia dinástica de poder. Después de
todo, esto había funcionado con el clan de los Aliev en la vecina
Azerbaiján. Akayev fue de nuevo a Moscú en un viaje confidencial
domingo pasado, según el periódico ruso Vremia Novosti.
Intentó encontrarse con Putin, pero esta vez no lo hizo. Se reunió
en cambio con los diplomáticos rusos.
De regreso a Bishkek,
dijo que seguiría negociando con la oposición. Pero cuando
rápidamente la espiral de acontecimientos escapó a su control,
declaró que no negociaría con "revolucionarios" que están
“financiados y controlados por extranjeros". Entonces, los
"revolucionarios" lo depusieron de un golpe. Para Occidente,
ésta es una "Revolución del Tulipán" (o "Revolución
del Limón", como la llaman en Francia). Para muchos rusos, por
el contrario, éste es el trabajo de un puñado de pandilleros.
Todos los analistas
políticos de Asia Central presuponen que ahora los Nursultan
Nazarbayev de Kazakstán y los Islam Karimov de Uzbekistán están
pensando lo mismo: ¿Éste podría ser el principio de (su) el fin?
¿También podrían ser derribados por el poder del pueblo? ¿Después
de lo que pasó en la llamada “Suiza del Asia Central”, van a
orientarse hacia una liberalización?¿O ésta va a ser la señal para
una extrema represión totalitaria?
Comparado con sus ultra
duros vecinos, Kirguizistán era un paradigma de democracia. Ahora la
oposición kirguiza –una gentuza incontrolable, compuesta de barones
del sur y ex personajes del régimen de Akayev– tiene que enfrentar
otros problemas más urgentes. Los medios de comunicación
occidentales están positivamente inquietos porque no pueden
estamparle a la Revolución del Tulipán una cara como la del
fotogénico Mikhail Saakashvili de Georgia o la del envenenado Viktor
Yushchenko en Ucrania. ¿Debe ser la del anterior Primer Ministro,
Kurmanbek Bakiyev? ¿O de la anterior ministra de Relaciones
Exteriores Roza Otunbaeva? ¿O quizá la de Omurbek Tekerbayev? Pero
estos personajes no están exactamente de acuerdo entre sí. Ahora
deben ponerse de acuerdo, porque hoy están en el poder y no pueden
arriesgarse a una guerra civil. El parlamento ha nombrado a Bakiyev
como el Primer Ministro interino y presidente.
"Es la economía,
estúpido"
Kirguizistán fue a la
independencia a finales de 1991. Tuvo la particularidad de ser la
única ex república soviética de Asia Central gobernada por un
demócrata (relativo), y no por un ex apparatchik del Partido
Comunista. Akayev introdujo la democracia multipartidaria. También
recorrió el camino de las privatizaciones y siguió los dictados del
Fondo Monetario Internacional (FMI). En 1998, Kirguizistán fue la
primera república de Asia Central que se unió a la Organización
Mundial de Comercio (OMC).
Pero finalmente Akayev
cayó víctima de los abusos de poder y empezó a jugar políticamente
como Stalin y económicamente Suharto. La economía kirguiza se
transformó en la economía del clan Akayev.
La receta–igual–para–todos del FMI fue, una vez más, un desastre.
Gracias al FMI, la diminuta república tiene ahora la mayor deuda
externa per cápita de Asia Central. También ha significado la
pérdida masiva de empleos y que el 60% de la población viva hoy por
debajo de la línea de pobreza, según las estadísticas del Banco
Mundial. El crecimiento de la pobreza alimentó la disidencia. Una vez
más, "es la economía, estúpido". O sea, nada que ver
con el “terrorismo islámico”.
Cuando en el 2000
apareció un opositor creíble, el ex vicepresidente Félix Kulov,
Akayev lo puso en la cárcel por “abuso de poder". Kulov, ahora
en libertad, tiene posibilidades de ser el próximo líder de
Kirguizistán.
Como periodistas de Asia
Times, viajamos por Kirguizistán en otoño del 2003. Ya en esos
momentos, los hombres de negocios así como la clase media urbana
rusificada del norte estaban hartos del ajuste de sus ingresos y de la
corrupción oficial.
Pero esta bronca no era
nada comparada con la del sur, hogar del volátil Valle de Fergana –un
exuberante oasis de 300 kilómetros dividido por Stalin entre tres
repúblicas soviéticas, Uzbekistán, Kirguizistán y Tajikistán–. El
Fergana de Kirguizistán ya estaba cruzado por el enojo de la minoría
de uzbeka, relativamente bien organizada. En Osh y Jalalabad –las
capitales de la actual Revolución del Tulipán– todos se quejaban por
su falta de poder político en Bishkek, y de cómo no había ninguna
inversión en su región.
En una visita al Dar
Doil Bazaar, en las afueras de Bishkek y uno del más grandes de Asia
Central, se veía hasta qué punto gran parte de la población de
Kirguizistán depende para su supervivencia del comercio con China.
Por lo menos 700,000
kirguizes (de una población de cinco millones) se han visto forzados
a emigrar para encontrar trabajo. La mayoría sobrevive como
trabajadores esclavos ilegales en las obras de construcción en Rusia
o la misma Kazakstán. La estancada economía gira alrededor de las
minas de oro, equipo hidroeléctrico y algún turismo. La deuda
externa del país –2 mil millones de dólares– es equivalente a su
Producto Nacional Bruto.
Ningún Califato,
gracias
Geostratégicamente, los
vecinos de Asia Central más Rusia, China y EEUU simplemente no pueden
permitirse el lujo de un Kirguizistán caótico o étnicamente
fracturado. Como un efecto lateral de la “guerra contra el
terrorismo”, Kirguizistán es de hecho un peón clave para Rusia,
EEUU y China en el nuevo Gran Juego –en primer término, por su
ubicación estratégica entre China y Kazakstán–.
La base militar rusa en
Kant, a 20 minutos de Bishkek, es descripta por Ivanov, el ministro de
Defensa de Rusia, como "una disuasión frente al terrorismo
internacional”. La vecina base militar norteamericana en Manas –un
aeropuerto civil– es teóricamente descripta como un apoyo a la base de
Bagram en Afganistán. Pero, realmente es una “herramienta
psicológica” para amenazar a los chinos, por estar no
sorprendentemente cerca de Xinjiang. Por eso Pekín también quiere
tener en Kirguizistán su propia base militar.
Los rusos fueron
tomados por sorpresa con la Revolución del Tulipán: desde el
Kremlin hasta los generales, el mantra era siempre que la
amenaza en Asia Central provenía del Islam radical en el Valle de
Fergana.
De la Revolución del
Tulipán podrían derivarse dos desarrollos serios. El agresivo
Movimiento Islámico de Uzbekistán y el no violento Hizb ut–Tahrir
podrían progresar en el sector kirguíz del Valle de Fergana, y
asimismo extender su influencia al sur de Kazakstán, el oeste de
Tajikistán occidental y hasta a Xinjiang en China.
Pero hay que recordar
que los kirguizes son descendientes de la Horda Dorada de Genghis Kan
que emigraron al sur de Siberia. Eran nómadas que sólo fueron
absorbidos por el Islam en el siglo XV. Para ellos, la visión de al–Qaeda
de Califato mundial es algo totalmente ajeno.
Un escenario más
probable, y mucho más preocupante, sería que Kirguizistán vaya
hacia una guerra civil como la de Tajikistán en 1992–97, que causó
decenas de miles de víctimas.
Sin embargo, una cosa ya es cierta:
la Revolución del Tulipán será inevitablemente instrumentalizada
por Bush como la primera “extensión de la libertad y la
democracia" exitosa en Asia Central. Todo el arsenal de las
fundaciones norteamericanas –National Endowment for Democracy,
International Republic Institute, Ifes, Eurasia Foundation, Internews,
etc.– qué alimentó los movimientos de oposición en Serbia, Georgia
y Ucrania, también está desplegado en Bishkek. Produjo, entre otros
desarrollos, un pequeño ejército de jovenzuelos de Kirguizistán que
viajaron a Kiev, financiados por los norteamericanos, para echar una
ojeada a la Revolución Naranja, y que volvieron “infectados"
con el virus democrático.
Prácticamente todas
las actividades de la sociedad civil en Kirguizistán son financiadas
por estas fundaciones estadounidenses, o por la Agencia Norteamericana
para el Desarrollo Internacional (USAID). Unas 170 organizaciones no–gubernamentales de “promoción de la democracia” han sido
fundadas o están patrocinadas por los norteamericanos.
El Departamento de
Estado opera en Bishkek desde el 2002 con su propia imprenta
independiente, que ha editado ya unos 60 títulos diferentes, y que
incluso imprime un puñado de fogosos periódicos de oposición. La
USAID invirtió 2 millones de dólares por lo menos en las elecciones
de Kirguizistán –en un país dónde el sueldo medio es de $30 por
mes–.
La dirigente de la
oposición Roza Otunbaeva ha reconocido públicamente que "sí;
nosotros somos apoyados por EEUU". Esta inversión dará réditos
a EEUU, si la “revolución democrática” puede ser “vendida”
mundialmente como el ejemplo de un país de mayoría musulmana que se
une a la cruzada de Bush.
Pero esta ofensiva de
propaganda no llegará a nada si el nuevo régimen de Kirguizistán no
es inmune a la corrupción y, sobre todo, si no hace el difícil
esfuerzo de aliviar el extendido sentimiento de injusticia económica.
Sí; es la economía, estúpido.
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