Las lecciones de
Kirguizia
Por Dmitry Kosirev (*)
RIA "Novosti", Moscú, 02/03/05
Lo acaecido en
Kirguizia y lo que todavía puede suceder allí y en los países
limítrofes hace plantear interrogantes muy ásperas, primero, ante
los Gobiernos de los países de Asia Central y, segundo, ante los
países de importancia clave para la estabilidad en la región: Rusia
y China. Y también, probablemente, ante otros Estados del mundo. A
las interrogantes así se suele dar respuestas bastante bruscas, si no
chocantes, las que no les es muy cómodo sonorizar a las
personalidades oficiales. Pero alguien tiene que hacerlo.
La primera pregunta
atañe al sistema político de poder personal que existe en toda Asia
Central. Es un sistema en que las facultades se concentran al máximo
en manos de una persona. Pero los regímenes rígidos, si se les
comunica demasiada rigidez, se deshacen en un instante, con graves
consecuencias para el país.
En particular, aquellos
a los que ayer llamaban oposición kirguiz y hoy día denominan
Gobierno del país, se componen de hecho de toda la élite kirguiz, la
que paso tras paso se situaba en oposición a Akaev, y no por su
propia voluntad. Esas personas tienen numerosos amigos tanto en Moscú
como en Alma Ata y otras capitales de la región. Ellos siempre les
han deseado vencer y hacerse con el poder. Pero no podían apoyarlas
abiertamente, porque en todas las organizaciones de que es miembro
Kirguizia - la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, la
Organización de Cooperación de Shanghai y otras - se acostumbra no
inmiscuirse en los asuntos internos de los países integrantes.
Kirguizia hace ver que
responde a los intereses de las élites políticas de Asia Central
elaborar esquemas de tal "injerencia". Pues la caída de un
régimen entraña amenaza para todos los demás: por algo los países
limítrofes con Kirguizia ya han cerrado sus fronteras con ella. Hace
falta encontrar formar aceptables de sostener diálogo sobre los temas
tan delicados, e inconcebibles hasta hoy día, como un planificado
cambio del poder. Porque en Asia Central no se elige entre los
"dictadores" y los "liberales prooccidentales",
sino entre la gente normal y aquellos que no tienen nada que ver con
la política civilizada. No sólo en Kirguizia hay líderes de unos
clanes tradicionales capaces de movilizar a varios millares de hombres
para saquear tiendas y abrir las puertas de cárceles, para gran
asombro de los líderes de la oposición de ayer.
Pero dadas las malas
relaciones que existen entre las élites políticas en Asia Central,
parece inverosímil poder tratar tal tema. Aunque es mucha lástima.
Porque la alternativa podría resultar aún más inverosímil.
Máxime que existe la
experiencia mundial de entrega civilizada del poder y cambio de
élites en regímenes duros, los que no son obligatoriamente
dictaduras. Un ejemplo de ello son Singapur y Malaysia, con su sistema
político en esencia británico, el que en la propia Inglaterra admite
hasta el gobierno vitalicio de Tony Blair. No quiero hacer
pronósticos respecto al futuro de Blair, pero los primeros ministros
de Singapur y Malaysia, presuntamente inamovibles, el decenio pasado
dieron a conocer los nombres de sus sucesores, y tras la victoria de
turno obtenida por sus partidos en las elecciones parlamentarias, les
cedieron el timón del país. Más tarde su experiencia fue repetida
en China. Verdad que ello se hacía siempre en el contexto de auge
económico.
La segunda pregunta
concierne al control (o un supuesto control) sobre la economía. El
error de Akaev consistió en haberse apropiado tanto de todo el poder
político como de hecho de toda la economía de la pequeña Kirguizia,
con su población de 5 millones. Según el experto del Instituto de
los Países de la CEI, Andrei Grozin, la economía del país se
compone de unas cuantas empresas que estaban en manos de los parientes
del presidente, de la ayuda internacional controlada por esas mismas
personas y unos cuantos mercados mayoristas, de los que los artículos
chinos se vendían para toda Asia Central. Los directores de dichos
mercados - los "bazarkumes" - también dependían de Akaev.
Y lo demás son haciendas campesinas más estructuras criminales
procedentes de la parte sur del país.
Quienes suponían que
la circulación de dinero estaba bien controlada en Kirguizia, se han
sorprendido mucho al ver que precisamente este último eslabón de la
economía jugó el papel protagónico en los actuales acontecimientos.
Es obvio que tampoco en ello la dureza del poder garantiza el éxito
absoluto.
El tercer problema
consiste en que los regímenes asiáticos "duros" en
realidad no son lo suficientemente duros allí donde tendrían que
serlo. La protección de la vida y los bienes de la gente es la tarea
número uno, todas las demás están por debajo. Akaev habrá creído
él mismo en el "paraíso democrático" creado por él. Sí,
Kirguizia es el Estado más democrático en toda Asia Central. En sus
instituciones armadas, incluida la policía, había cerca de 20 mil
efectivos. Ello no alcanza para hacer frente a la muchedumbre que
comete atrocidades, en tal situación todo policía normal procede con
sabiduría, si se fuga. Deshacer a la muchedumbre con bajas mínimas
es asunto de profesionales. Por supuesto no puede servir de dechado lo
hecho por Napoleón, quien por primera vez en la historia empleó
cañones, disparando contra la gente con metralla, a nivel del pecho.
A Akaev le ofrecieron ayuda militar. Pero él mostró sensatez al
negarse aceptarla. Porque en los países limítrofes la situación es
la misma: pequeños Ejércitos y la falta de unidades capaces de
disolver a la muchedumbre. Además existe la cuestión de amistad
entre los pueblos, la que se vería minada después de realizarse tal
acción.
También a este
problema se debe buscarle solución rápidamente. La Organización del
Tratado de Seguridad Colectiva sirve para defenderse contra un ataque
militar y para luchar contra los terroristas. Contra éstos últimos
está apuntado también el mecanismo de la Organización de
Cooperación de Shanghai. ¿Pero qué hacer si los terroristas o unos
clanes criminales lanzan a la calle a los bajos fondos, escondiéndose
en la muchedumbre? La respuesta no existe. Pero debe existir.
El cuarto problema es
la necesidad de transformar las sociedades de Asia Central y de
desarrollar de modo acelerado sus economías. Existen todas las
condiciones para acometerlo. Rusia se ha recuperado de las conmociones
de los años 1990, en Kazajstán se desarrolla bien el sector de
petróleo, China se muestra activa en su papel de inversionista
internacional, la India e Irán muestran interés hacia la región.
Son condiciones ideales, pero solamente en teoría. Para que se den
pasos prácticos, Asia Central debe convencer a sus consocios de que
está dispuesta a protegerse contra los acontecimientos parecidos a
aquellos que actualmente tienen lugar en Kirguizia y es capaz de crear
sistemas políticos no sólo en torno a las figuras de los líderes
nacionales.
La quinta interrogante
se refiere al papel que desempeñan las elecciones en los países como
Kirguizia. Se debe declarar abiertamente que es preferible introducir
una monarquía absoluta vitalicia que celebrar unas elecciones en que
la oposición al Gobierno se prepara de antemano a no reconocer sus
resultados y luego organizar manifestaciones masivas. En unas
sociedades tal situación se transforma en "revolución de
terciopelo", también ilegítima, que hace un hazmerreír de las
elecciones. Pero en Kirguizia la situación se desarrolló de otro
modo: a la gente no la condujo la oposición, y no vienen ningunas
ganas de reírse. Los actuales líderes del país todavía tendrán
que probar su capacidad de controlar la situación.
Se notan obviamente la
confusión y, quizás, el sentido de la culpabilidad por parte de las
organizaciones europeas y estadounidenses que estaban preparando
sincera y enérgicamente los cambios en un Estado más. Ellas en
esencia han sufrido un fiasco y se han desacreditado. Los mismos
sentimientos deberá experimentar también Askar Akaev, quien ha
transformado Kirguizia en un "país de organizaciones no
gubernamentales" llegadas de todo el planeta. Pero no conviene
esperar a que esas personas reconozcan su culpa indirecta. Asia
Central tiene el pleno derecho moral para sentar precedente declarando
fuera de ley a toda injerencia foránea en el proceso electoral
nacional. Ese derecho debería ir acompañado de la obligación de
crear un sistema político eficaz y adecuado a las sociedades que se
han formado en la región.
(*) Comentarista en
temas políticos.
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