Detrás
de la "fábrica global"
Por
Rafael Poch
Corresponsal
en China
La
Vanguardia, 14/01/06
Tercer
exportador mundial, tras Estados Unidos y Alemania, gran consumidor de
recursos agotables y meca de la deslocalización, China tiende a ser
vista como amenaza y próxima superpotencia. Ocupando los segmentos
bajos de la división internacional del trabajo, China y los chinos se
han convertido en los chivos expiatorios de una "economía
global" enferma. No fueron ellos quienes inventaron esa economía
de codicia y despilfarro, ni tampoco quienes manejan sus riendas, pero
se han adaptado y son su gran taller. ¿Qué hay detrás de la
etiqueta de la "fábrica global"?
En
primer lugar, centenares de millones de seres humanos. El mayor ejército
laboral del mundo, surtido por una inagotable matriz rural. Una vida
dura, de explotación, que no puede pintarse de un solo color sin
reducirla a caricatura.
Shantou.-
Guo Cuan, 33 años, casado y con un hijo de ocho, se vino hace tres años
a Shantou con la familia. Shantou, en el sur de China, fue uno de esos
puertos abiertos a cañonazos por el colonialismo en el XIX. Hoy es
una ciudad próspera de la región de Cantón, donde se fabrica, entre
otras muchas cosas, el 70% de los juguetes del mundo, y el 75% de los
que llegan a España. La ciudad forma parte de la primera región
fabril exportadora de China, el delta del Río de la Perla, que emplea
a más de 20 millones de trabajadores emigrantes, de los cerca de 150
millones que hay en China, los más explotados.
La
de Guo es una típica historia de emigrante. No le va ni mal ni bien,
no tiene claros proyectos de futuro, dice que el trabajo aquí,
haciendo ositos de peluche en una gran fábrica de 3000 empleados del
mismo barrio, "es duro". Con su mujer, que trabaja en la
misma empresa, se saca unos 10.000 yuan al año (1000 euros), pero
3000 debe dedicarlos a la escuela del hijo, que por ser emigrante paga
más, y no menos, que un niño local de familia más rica. Guo y su
familia viven en una chabola entre lo que queda de un pueblo
tradicional, medio en ruinas pero que incluye algunos restos de casas
rústicas con gracia. El polígono industrial se lo ha comido todo, y
el poblado es como una isla del pasado en un universo extraño,
dominado por amplias avenidas flanqueadas por campos de maíz, tierra
revuelta, torres de alta tensión y fábricas de juguetes o de
textiles, algunas grandes y modernas, otras simples talleres de lo más
primitivo en los que jóvenes sonrientes trabajan de noche a la luz de
los fluorescentes. La habitación de los Guo se compone de un catre
sostenido por dos caballetes de madera, con las paredes forradas de
banderas americanas, sobrantes de un tapizado de la fábrica de
peluches, que han sido hábilmente birladas y desviadas hacia el
"consumo privado". Guo no está contento con el trabajo,
quizá porque se le ha pasado la edad y en la línea de montaje se ve
rodeado de adolescentes que trabajan más rápido, y que, por tanto,
ganan más, que él, pues aquí se paga a tanto la pieza. Su plan es
desandar el camino andado y regresar al pueblo.
Meses
"buenos" y "malos"
La
"fábrica global" china incluye tres tipos de empresas; las
estatales y colectivas, que conservan algún beneficio de seguridad
social de la época maoísta, cuando eran mimadas por el régimen, las
empresas privadas chinas, y las empresas privadas extranjeras. Estas
dos últimas categorías son las peores y son las que se surten
mayoritariamente de mano de obra emigrante.
Las
empresas extranjeras se dividen a su vez en dos tipos; las
occidentales, en las que el personal occidental controla la gestión,
como "Siemens" o "Volskwagen", y las asiáticas,
de Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong, que, junto con las privadas
chinas, presentan las peores condiciones laborales.
El
motivo es que la industrialización de Taiwan y Corea del Sur se hizo
en regímenes de dictadura militar. Con la democratización,
aparecieron los sindicatos, aumentaron los costes, y miles de empresas
coreanas y taiwanesas se mudaron a China, manteniendo una impronta
militarista en sus relaciones laborales. En la región de Cantón,
dominada por la pequeña industria manufacturera china o
extranjera-asiática (textil, zapatos, juguetes, plástico, electrónica)
dominan estas empresas, por lo que es aquí donde se registran algunas
de las situaciones más crudas. Sus protagonistas son jóvenes venidos
del pueblo sin la familia, que duermen en los dormitorios de las
empresas y comen en ellas, trabajan largas jornadas y envían al
pueblo el grueso del salario.
En
Shantou, la industria del juguete paga salarios de 480 Yuan (48 euros)
mensuales, a razón de 16 yuan (1,6 euros) la jornada de 8 horas. El
trabajo de esta industria es cíclico, recibe el grueso de los pedidos
en la segunda mitad del año, con la navidad como gran hito, lo que
determina que de julio a noviembre se recurra de forma generalizada a
las horas extras. Esos meses, los empleados trabajan no 8 o 10 horas,
sino 14 horas, y, gracias a las horas extras, que en Shantou se pagan,
más o menos, al doble que las ordinarias, se alcanzan salarios de
1000 yuanes e incluso un poco más.
Detalle
significativo: los obreros llaman "meses buenos" a los que
tienen jornada de 14 horas, y "malos" a los otros. El
promedio entre meses "buenos" (y agotadores) y
"malos" (y con menos horas trabajadas), arroja un salario
medio de entre 600 y 700 yuan, de 60 a 70 euros al mes, que es el
sueldo habitual en la manufactura china. A esos salarios hay que
aplicarles frecuentemente algunos descuentos; 150 yuanes por la comida
al mes y 20 o 30 de agua y luz.
Otro
problema característico es el de los impagos salariales, un tipo de
estafa particularmente frecuente en el sector de la construcción,
también dominado por emigrantes. A principios del año pasado, un
grupo de cinco trabajadores de la construcción de Shenyang, una
ciudad del norte, se encaramó al edificio de 15 plantas que habían
construido y amenazó con arrojarse al vacío si no se les pagaba los
salarios atrasados debidos. Es una situación muy generalizada. La
estimación oficial es que las empresas deben a los emigrantes un
total de 100.000 millones de yuanes (10.000 millones de euros), una
cantidad enorme que equivale a una deuda de 66 euros (un sueldo medio
de la industria manufacturera) por cada uno de los 150 millones de
trabajadores emigrantes, según un informe publicado en junio por el
"Diario de la juventud" de Pekín. Como, en general, el
intento de cobrar ese dinero por procedimientos legales supone un
desembolso equivalente al triple de esa deuda, "los trabajadores
prefieren no acudir a la ley, y recurren a la violencia u otras
soluciones extremas como el suicidio", explica el diario. (China
Youth Daily, 9 de junio 2005).
"Es
divertido"
Describir
de un solo brochazo la condición obrera china, centrándose únicamente
en la flagrante explotación, contiene el riesgo de ignorar aspectos
esenciales de contexto de la vida aquí. Incluso sufriendo situaciones
que serían intolerables para la mayoría de trabajadores no
emigrantes en Occidente, la mayoría de estos obreros nunca vivieron
mejor. "Mejor" es un criterio difuso, pero la pobreza endémica
de una mayoría de chinos antes de la época comunista, durante un
siglo de guerras y caos, con terribles hambrunas y violencias, cuyos
análogos se borraron hace tiempo de la memoria de los europeos, son,
por el contrario, asuntos muy concretos. Igual que los colapsos
provocados por las catástrofes maoístas del Gran Salto Adelante, con
millones de muertos por hambre, o de la Revolución Cultural, hace
solo treinta años...
Entre
los trabajadores se recogen todo tipo de experiencias. Un reportero
chino explica el diálogo que mantuvo en una localidad de Guizhou, una
de las provincias más pobres del país, con un abuelo que paseaba con
su nieto de corta edad por un parque:
"Su
madre se fue cuando el niño tenía tres días, porque tenía que
volver al trabajo, pero es bueno y casi no llora", le comentó el
abuelo, señalando al niño. "¿Tres días?, ¿no le dieron ni
siquiera un mes de descanso?". "Claro que no", responde
el abuelo. Aparentemente banal, el dialogo evoca el carácter
decorativo de la ley laboral, cuyo artículo 67 estipula un descanso
de 90 días con paga para las mujeres que den a luz.
En
China hay un enorme volumen de leyes y normas destinados a proteger a
los trabajadores, pero las autoridades locales están enfrascadas en
una competición por obtener inversiones extranjeras, y, a veces,
también inmersas en corrupciones, por lo que están mucho más
interesadas en proteger los intereses del capital que en la aplicación
de la ley.
"Los
trabajadores no saben que la empresa ha violado la ley, y ni se les
pasa por la cabeza protestar por ello", dice el reportero, que
pregunta a un grupo de jóvenes de la misma provincia sobre sus
experiencias laborales en la región de Cantón, en la que se
encuentra Shantou.
"Algunos
de jefes son verdadera mala gente, solo se preocupan por el dinero y
no nos respetan como seres humanos", dice uno. Preguntados si
firman contratos laborales con sus patrones, la respuesta es automática,
"de ningún modo, si lo hiciera no podría irme de la
empresa". Para ellos el contrato es un arma del patrón y cuando
se les explica que no puede ser usado para mantenerles atados a un
trabajo, sino más bien para impedir que sean despedidos sin motivo,
el emigrante Xiao Hu, no está de acuerdo; "el contrato del que
usted me habla es completamente irreal, los de verdad nos obligan a
pagar en caso de que dejemos el trabajo, he visto a mucha gente pagar
mucho dinero por irse de una empresa".
Las
encuestas sugieren que 8 de cada 10 emigrantes no saben lo que es un
contrato de trabajo y los pocos que lo saben lo consideran
completamente inútil.
Una
chica de poco más de 16 años de la misma provincia de Guizhou, a la
que encuentro con sus amigas sentadas en un trozo de hierba en una
esquina del polígono industrial en el que está su fábrica ("es
nuestro día libre", dice), califica de "divertida" la
experiencia de trabajar en Shantou, pese a que trabaja de 10 a 14
horas según los meses, no ha ido a casa a ver a su familia en dos años,
y se dispone a hacerlo, por primera vez, en febrero, con motivo del año
nuevo chino. "No es un trabajo duro", dicen. "Aquí
ganas tu propio dinero", responden cuando se les pregunta por las
ventajas. Las otras chicas asienten, sonrientes. Una de ellas está
con un chico, aparentemente un novio que se ha echado entre los compañeros
de trabajo.
Conviviendo
con jóvenes de su edad, con quienes comparten dormitorios separados
por sexos, comedores, y las pocas horas de ocio, la vida en estas fábricas
tiene cierto atractivo para ellos. Autonomía económica, acceder al
primer teléfono móvil, a ropa moderna, amistades y libertad, pueden
hacer atractiva esta vida de largas jornadas laborales, por lo menos
para unos años de juventud. Para comprenderlo del todo es necesario
ir a las aldeas y ciudades de Guizhou, observar el "normal"
trabajo infantil que muchos de estos adolescentes han realizado en una
vida sin apenas infancia, sus estrictas obligaciones económicas y
culturales en una sociedad rural patriarcal, etc, etc.
No
hay fábrica sin campo
Chicas
como las alegres y optimistas obreras de Guizhou rodean al señor Guo
Cuan en la cadena de montaje de su fábrica de peluches. Trabajan más
rápido que él y ganan más dinero, lo que para un padre de familia
trentañero debe ser algo desmoralizante. En su provincia de Henan a
la que se dispone a regresar, Guo Cuan tiene 10 "mu" de
tierra (15 "mu" son una hectárea ) y una casa. La tierra la
arrendó a unos vecinos, porque no le quedan familiares en el pueblo
-su único hermano emigró a Yunnan, en el sur- y en tres años no han
vuelto al pueblo ni una sola vez para ahorrarse los 1000 yuan (100
euros, décima parte de su ingreso anual) que le costaría el viaje.
Por eso, no sabe en qué estado se encontrará la casa. En cualquier
caso, la decisión de regresar al pueblo está tomada: volverá a
cultivar maíz y cacahuetes, como antes.
Las
claves de China están en el campo. El campesino lo condiciona todo, y
todo empieza con él. Era así en 1949, cuando se fundó la República
Popular, y lo sigue siendo hoy. Hace medio siglo, la revolución china
distribuyó tierras entre quienes tenían poca para subsistir o carecían
por completo de ella, la gran diferencia con países como India o
Brasil. En China central y del sur en esas dos categorías entraba el
60% de los campesinos, por lo que la distribución significó un
progreso extraordinario. Luego, en los cincuenta y sesenta, el nuevo régimen
instauró un estatuto de servidumbre hacia el estado. Manteniendo
bajos los precios agrícolas y encadenando a los campesinos a la
tierra, en unidades estatalizadas que no podían abandonar y que les
robaban toda autonomía, el estado practicó la acumulación
originaria de capital, extrayendo del campo los excedentes que
hicieron posible la industrialización y el mantenimiento privilegiado
de la minoría urbana empleada en la fábrica de la primera
modernización industrial socialista. El progreso se reflejó en el
nivel y capacidad general de organización, en la existencia de
instituciones sólidas, en la capacidad de recaudar impuestos y
dirigir el vigor nacional, en la independencia del país y en la paz y
el orden -desconocidos desde hacia más de un siglo-, en la contención
del hambre y la erradicación de enfermedades estigmáticas de la
miseria, en emancipación femenina y en un espectacular aumento de la
esperanza media de vida, pero, como en la URSS, la ausencia de autonomía
y libertad convirtió a los campesinos en esclavos del estado en una
medida sin precedentes en la historia china, porque, por vez primera,
el estado absolutista llegó hasta la última aldea del país, para
bien y para mal. (Spence, 1991 / Wang Hui, 2003). Cuando, tras la muerte del
Caudillo (1976), el absolutismo se relajó, los campesinos comenzaron
a reconquistar espontáneamente la autonomía productiva familiar
mediante acuerdos (baochan daohu) con los jefes del sistema estatal.
Unos nuevos dirigentes más pragmáticos (Deng Xiaoping) se dieron
cuenta de los aumentos de productividad que lograba esa
descolectivización familiar espontánea y decidieron sancionarla,
bendiciendo oficialmente, en 1979, el "reparto" de las
comunas populares (Xiao Zhou, 1996). Se produjo entonces una
"primavera rural" con prosperidad comercial e
individualismo, pero también con desmoronamiento de las precarias
infraestructuras públicas rurales del colectivismo maoísta;
escuelas, redes asistenciales.
Un
gran beneficio de la nueva época iniciada en 1979 fue la mayor
libertad de moverse, sin la cual no habría sido posible la "fábrica
global". Hoy la población rural alimenta de mano de obra a la
manufactura y nutre las ciudades a un ritmo sin precedentes históricos.
En los últimos diez años, aproximadamente tres veces la población
de España ha dejado de ser rural para convertirse en urbana en China,
pero los chinos rurales siguen siendo mayoría (60% de la población)
y su peso, modo de vida y actitudes siguen y seguirán siendo
determinantes. Por eso, el desarrollo del país no puede entenderse
sin relacionar la fábrica con el campo que la surte.
Las
riendas del mecanismo
El
gobierno central chino tiene algunas riendas administrativas y económicas
para intervenir, tanto en el flujo laboral entre campo y ciudad, como
en el funcionamiento de la "fábrica global", pero su
control de las relaciones laborales es limitado y complicado. Uno de
esos mecanismos es el "hukou", el registro de población y
permiso de residencia, que permite cierta regulación del flujo
migratorio. Otro es la política fiscal o de precios agrícolas,
capaces de retener en el pueblo a muchos que comparten el punto de
vista y la experiencia de un trabajador de Jianxi; mediana edad, doce
años de trabajo en la industria textil de Fujian a razón de 13 horas
diarias, siete días por semana, en su biografía, y cobrando entre
1200 y 1400 yuanes (120/140 euros). Dice: "nuestro ideal no es
dejar el pueblo". "En la fábrica trabajas hasta que te caes
de agotamiento, en la ciudad todo el mundo te mira con desprecio y
solo salir a pasear por la noche ya supone gastarte 20 yuan. En el
pueblo, por las noches no hay nada que hacer, aparte de charlar, leer
o cocinar, el campo lo tiene todo; agua, montañas, la familia a tu
alrededor... el problema es que no hay dinero". (En Far Eastern Economic Review,
10/2005).
Desde
finales del 2002, el gobierno central chino comenzó a reconocer la
necesidad de defender los derechos de los emigrantes. El motivo de ese
cambio es combatir la creciente desigualdad entre ciudad y campo, e
impulsar indirectamente el consumo interno. Los ingresos que los
emigrantes envían a sus aldeas proporcionan el 80% del aumento de las
rentas agrarias, que son 3,5 veces inferiores a las urbanas, así que
paliar ese desequilibrio es importante si se quiere desarrollar el
consumo interno de tal forma que el crecimiento no dependa tanto de la
actividad exportadora. Actualmente esa dependencia es muy peligrosa
para China porque la deja particularmente expuesta a cualquier
vendaval económico internacional. En 27 años, el peso del comercio
exterior en el PIB ha pasado del 5% en 1978, al 37% actual, mientras
que el del consumo interno en el crecimiento viene disminuyendo; 67,5%
en 1981, 60% en el 2003, 53,6% en el 2004... Con miras a corregir esos
desequilibrios se han abolido los impuestos que gravaban a los
campesinos, se han reducido los precios de la electricidad en el campo
y se anuncia un esfuerzo asistencial en materia de educación y
sanidad, que incluye la abolición general de tasas escolares en las
zonas rurales pobres, donde hay que pagar por todo.
Los
trabajadores también tienen ciertos recursos. En primer lugar la
protesta. En octubre del 2004 los obreros de la empresa electrónica
de capital hongkonés, "Hai Yan Electronic" de Shenzhen
fueron a la huelga. Cobraban 240 yuan al mes (24 euros) trabajando 12
horas diarias, que se convertían en 15 en los periodos de máxima
presión para servir pedidos. Los trabajadores debían pagar su
albergue -en la fábrica- y la comida. Las horas extras se pagaban a 2
yuan, 0,2 euros. El salario mínimo en Shenzhen está establecido en
610 yuan, pero el escándalo de su situación no impidió que las
autoridades denunciaran la huelga como un "ilegal atentado al
orden público" y enviaran a la policía. El apoyo de un diario
local, el "Shenzhen Wanbao", que se atrevió a explicar que
los obreros tenían razón cuando cortaban el tráfico de la autopista
que une Shenzhen con Hong Kong, logró legitimar la huelga, que
concluyó con aumentos salariales, horarios más benignos y horas
extras a 5,4 yuan. En los últimos años, las protestas, rurales y
obreras, se han disparado, con 74.000 casos en el 2004 frente a algo más
de 50.000 en el 2003. A diferencia de la de Shenzhen, la mayoría de
las huelgas no tienen "final feliz", pero el mero hecho de
la existencia de crecientes presiones desde abajo, obliga a las
autoridades a espabilarse y tomar medidas.
Movilidad,
la defensa obrera
El
gran recurso de los trabajadores emigrantes contra la explotación es
la movilidad, cambiar de puesto de trabajo hasta encontrar el más
aceptable. Xiao Hu dice haber trabajado "seis meses" en la fábrica
textil de bordados de Cantón en la que más duró y "medio día"
en la que menos. La respuesta de las empresas es el llamado
"dinero de depósito": al ingresar en una fábrica, el
obrero paga una cantidad como garantía de que no se va a ir, es decir
pagar por trabajar. Según Anita Chan, una especialista en relaciones
laborales en Asia de la Universidad Nacional de Australia, ese método
era muy frecuente en los noventa, pero en los últimos años, explica,
"la forma ha cambiado". Lo que se hace ahora es pagar los
salarios con algún retraso. "En caso de abandono de la empresa,
el obrero pierde el dinero que le adeudan", explica. Estas
estafas son muy corrientes en las empresas de la región de Cantón,
pero lo más interesante ha sido que la combinación de sobreexplotación
en las ciudades fabriles y de ligera mejora -o perspectiva de mejoras-
en las aldeas de origen, está llevando a muchos emigrantes a quedarse
en casa, provocando algo sin precedentes desde que existe la "fábrica
global" china: escasez de mano de obra.
La
escasez de trabajadores es "generalizada" en el sector del
juguete, dice Xie Chiubin, 26 años, capataz de la empresa de juguetes
"Jin Hua Toys" de Shantou. "Ahora los trabajadores
tienen más empresas donde escoger y no duran", explica.
"Antes, por lo menos se quedaban entre uno y tres años en la
empresa, ahora no llegan al año, se van a los pocos meses". La
única manera de contrarrestar la situación es, "alargar las
jornadas laborales, subir los jornales, ofrecerles comida gratuita en
las cantinas, o no cobrar por la electricidad en los
dormitorios", dice. Sumándose a una practica cada vez mas
habitual, la empresa de Xie tuvo que hacer una campaña de
reclutamiento el pasado verano en los pueblos de Sichuan y de la isla
de Hainan. "Cuando tuvimos suficientes voluntarios, enviamos
autobuses a por ellos, así fue como en septiembre trajimos a 80 jóvenes
trabajadores", explica. A la pregunta de cuantos de esos 80
siguen trabajando, replica que, "el 90% ya se han ido de la
empresa". Ese tipo de situaciones es la que ha llevado a subir el
precio pagado al trabajador por pieza en la empresa de Xie, o a
instalar aire acondicionado en los dormitorios de los obreros de la
vecina fábrica "Hui Huai Quan", explica Zheng Weibin, 21 años,
capataz de esa empresa de 700 empleados y especializada en coches de
plástico dirigibles electrónicamente.
"El
problema no es que falten obreros, sino que, si no te pones al día la
gente se te va", dice Zheng, cuya empresa paga salarios con medio
mes de retraso, de forma que el trabajador pierde medio salario si se
va. No es casualidad que el principal problema de falta de mano de
obra, que apareció a principios del 2004, se registre en la región
fabril de Cantón, la más explotadora. El fenómeno, se lee en un
informe del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, afecta
particularmente, "a las empresas que pagan salarios bajos,
imponen fuertes ritmos laborales y ofrecen malas condiciones de
trabajo" (En Caijing, 27/12/2004). Desde entonces, algunas
empresas de Cantón que pagaban salarios de 450 yuan al mes se
anuncian en provincias pobres como Guizhou, ofreciendo sueldos de
entre 600 y 1000 yuan, así como primas de 50 a 100 yuan a aquellos
trabajadores que traigan a otros emigrantes a la empresa.
Otro
factor de gran importancia para las relaciones laborales en la "fábrica
global" es el demográfico. El rápido envejecimiento de la
población china y en particular la disminución del grupo de edad de
los quinceañeros en los próximos 15 años, ya está disminuyendo el
gigantesco flujo de mano de obra no cualificada. "Si el
crecimiento económico se mantiene estable, eso ofrecerá una mayor
capacidad de negociación a los que ingresen en el mercado de trabajo
en el futuro", pronostica Dali Yang, profesor de ciencias políticas
de la Universidad de Chicago (En Far Eastern Economic Review, 2/2005).
Nada de todo eso compensa la clamorosa ausencia de organizaciones
profesionales y de sindicatos eficaces en China, pero, en lo referido
a negociación de las condiciones de trabajo, ilustra una situación
mucho más compleja y matizada de lo que parece a primera vista.
Xie,
desertor de la cadena de montaje
Xie
Linyi, 21 años, chaqueta de cuero negra y expresión ingenua, regenta
un pequeño restaurante con tres mesas y una quincena de taburetes de
plástico, en una esquina de la zona fabril de Shantou. Pese a su
juventud, ya ha trabajado cuatro años como obrero en la industria,
dos en Shenzhen y otros dos aquí, hasta que decidió dar el salto y
montárselo por su cuenta ingresando en el "sector
servicios". La cocina está a cargo de su mujer y ofrece platos
de fideos con verdura por 3 yuan. Sus clientes son los propios jóvenes
obreros de las fábricas de alrededor. El restaurante es una
estructura de uralita, lona y bambú, abierta al viento, con una
especie de trastienda con paredes en la que vive la pareja, y por
donde las ratas circulan con completa libertad. Todo lo construyó con
sus propias manos. Su proyecto es ahorrar el suficiente dinero para
regresar a su pueblo, en Chongqing, comprarse un minibús y dedicarse
al transporte de viajeros. Dice que, junto con su mujer, en el
restaurante se saca "varios miles" de yuan al mes, pero paga
400 (40 euros) por el diminuto solar que ocupa. La esquina en la que
se encuentra el restaurante es mercado y centro de actividad social de
la zona, con otros cuatro locales como el suyo y algunos puestos de
venta de fruta, por los que deambulan los emigrantes de las fábricas
cuando no trabajan. Enfrente, hay un supermercado y unos billares
cuyos dueños sacan el televisor a la calle. Como la agradable
temperatura invernal de 18 grados lo permite, la acera está llena de
jóvenes obreros y obreras que se han traído el taburete para ver el
culebrón al termino de la jornada. La puerta de la fábrica queda allí
mismo, un patio, con una verja metálica abierta, y un guardia de
seguridad, sonriente y nada fiero, que responde diligentemente a la
petición del periodista extranjero solicitando ver "al
jefe" para visitar la fábrica por dentro, sin cita previa ni
formalismo alguno. "No hay problema", dice el jefe, y poco
después recorremos las líneas de montaje, la cantina, todo ello en
el mismo edificio, nuevo de seis plantas, color blanco que tiene
enfrente otro idéntico en el que duermen los trabajadores. El
ambiente es una mezcla de fábrica y residencia juvenil, porque la
mayoría ronda los 18 o 20 años de edad, y los que no trabajan van en
zapatillas de dormir o llevando cacharros de cocina o ropa de un lado
a otro. Hace veinte años, cuando esta industria comenzó, las
condiciones eran mucho peores. "Las cosas van mejorando", es
una frase de Xie, que se escucha con cierta frecuencia entre los
obreros del barrio.
¿Quién
es el "negrero"?
Es
verdad que entre los empresarios chinos hay muchos
"negreros", pero, si se observa la debilidad de la posición
de China en la economía globalizada y su escaso control de los
procesos económicos y comerciales en los que está inserta, se
encuentran algunos eximentes. En última instancia, las principales
riendas de la explotación laboral no están en manos de empresarios
chinos. Tomemos por ejemplo el teléfono móvil de juguete 8088, una
carcasa de plástico reciclado de color rosa, con una pequeña pila,
cuatro cables y un circuito impreso, de la que se fabrican centenares
de miles de unidades a la semana para su exportación a Oriente Medio,
Europa y Estados Unidos, en "Jin Hua Toys" de Shantou. Por
cada móvil acabado, se paga al trabajador 1,2 décimos de Yuan (igual
a 0,01 euro, casi 2 pesetas). El fabricante vende el producto a diez
veces ese coste, a 1,2 Yuan (0,12 euros). El cliente de Valencia, de
Beirut o de San Diego, lo compra por 2 yuanes, con la diferencia a
cuenta del exportador y el transporte, y lo vende al mayorista cuatro
veces más caro, a 8 yuanes, es decir un dólar, o un poco menos de un
euro. El capataz Xie explica que les queda muy poco margen para pagar
más y ofrecer unas condiciones de trabajo mejores que aumenten la
fidelidad de los empleados. No es un problema de competitividad entre
empresas chinas, pues todas trabajan en condiciones parecidas.
"Los que aprietan son los clientes extranjeros", dice. Es,
sin duda, una declaración tranquilizante para el empresario chino,
pero también acusadora e inquietante para destinatarios,
intermediarios y consumidores de los productos de la lejana fábrica
global de Oriente.
China
crece en África
La
busca de materias primas, su comercio barato al alcance de sociedades
pobres, la no ingerencia política y la ausencia de complejos
coloniales, engrasan la pujante presencia en el continente
Por
Rafael Poch
Corresponsal
en Pekín
La
Vanguardia, 14/01/06
El
ministro de exteriores chino, Li Zhaoxing, se encuentra esta semana en
plena gira de ocho días por África. Actualmente, 47 de los 53 países
de ese continente, mantienen relaciones diplomáticas estables con
China, y muchas de las embajadas africanas que en los noventa cerraron
en Moscú han abierto sede en Pekín. La demanda internacional de países
que ejerzan cierto contrapeso a las potencias de Estados Unidos y
Europa, el poderío del comercio exterior de China, que el año pasado
experimentó un superavit de 100.000 millones, y la creciente
necesidad de materias primas, explican el fenómeno.
Desde
hace años, Pekín ha establecido la tradición de que el continente
africano sea el primero en ser visitado cada año por el ministro de
exteriores, que en esta ocasión visita; Cabo Verde, Senegal, Mali,
Liberia, Nigeria y Libia, los dos últimos grandes potencias energéticas.
Una tercera parte de las importaciones de petróleo chinas ya proceden
de África donde la petrolera china CNOOC acaba de adquirir una
participación de 2300 millones de dólares en los yacimientos de gas
y petróleo de Nigeria, su mayor compra internacional. China compra el
60% del petróleo sudanés.
El
ligamen comercial de China con África es cada vez mayor, y se espera
ascienda a 30.000 millones de dólares en el 2006, solo 14.000
millones por debajo del volumen comercial de Estados Unidos con el
continente.
Hace
cuarenta años los intereses chinos en África eran de tipo ideológico.
Razones de prestigio determinaron entonces su mayor obra, el
ferrocarril Tanzania-Zambia, de 1800 kilómetros, construido en seis años
para unir la costa del índico con el interior, en el umbral de la Sudáfrica
del "apartheid". Luego, China desapareció del mapa, en África
y otros lugares, concentrada en los ochenta y noventa en su propio
desarrollo. El nuevo siglo ha comenzado con un desembarco en África y
América Latina que en el caso africano duplica anualmente las cifras
comerciales. Hoy el ferrocarril de Tanzania marcha hacia el interior
de África, cargado de los productos de amplio consumo baratos de la
exportación china, que han dinamizado el consumo de sectores sociales
africanos demasiado pobres para suscitar el interés comercial de las
potencias exportadoras occidentales, y regresa al puerto de Dar es
Salaam con el cobalto, el cobre y otras materias primas que alimentan
a la fábrica china.
"Cuando
vine a África por primera vez a principios de los ochenta, era difícil
toparse con chinos fuera de su embajada o de los restaurantes, ahora
están por todas partes; construyendo la nueva sede del gobierno en
Uganda, estableciendo empresas mixtas en África del Sur, y, sobre
todo, estableciéndose en países con recursos naturales",
observa la periodista Lindsey Hilsum en un articulo reciente.
La
presencia china en África se caracteriza en primer lugar por la
reputada laboriosidad y actividad que la distingue en todas partes,
pero lo que de verdad la diferencia de la presencia occidental es su
carácter incondicional.
Los
chinos no plantean problemas políticos, vinculados al tipo de régimen,
o a políticas de derechos humanos y demás. Tampoco tienen los
complejos, malas conciencias, o resentimientos vinculados a la negra
historia colonial de los europeos en el continente.
"Nunca
hacemos declaraciones irresponsables sobre los asuntos internos de
esos países", constata Lu Guozeng, adjunto al ministro de
exteriores chino, que ha divulgado ésta semana en Pekín el primer
documento oficial sobre relaciones de China con África.
Regimenes
mal vistos en occidente como el de Sudán, que aporta el 12% del petróleo
que China compra en el mundo, o el de Zimbabwe, agradecen esa discreción.
La última visita a China del Presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe,
coincidió con una condena de un informe de la ONU que citaba su
"indiferencia hacia el sufrimiento humano", lo que no impidió
que Pekín lo recibiera con todos los honores y hasta le honrara con
un doctorado "honoris causa" en la Universidad de Asuntos
Exteriores de la capital, "por su contribución a las relaciones
internacionales".
"Hemos
girado a oriente, por donde está saliendo el sol, y damos la espalda
al oeste, por donde se pone", dijo Mugabe en mayo, con motivo de
la celebración del veinticinco aniversario de la independencia.
Otro
aspecto clave de la presencia china es la batalla contra Taiwán. El
principio de "una sola China", según el cual Taiwán es un
territorio rebelde pendiente de unificación, "continua siendo el
fundamento político de nuestras relaciones con los países
africanos", señala el mencionado documento oficial chino. El número
de países que mantienen relaciones con Taiwán se ha reducido a 25,
la mayoría de ellos pequeños países de Centroamérica, estados
insulares del pacífico y naciones de África. Senegal restableció
relaciones con China hace tres meses. Liberia, donde Li participará
el lunes en la toma de posesión de la primera presidenta electa de un
país africano, Ellen Jonson-Sirleaf, abandonó a Taiwán por China en
el 2003. En África occidental, sólo Burkina Faso y Gambia reconocen
a Taiwán.
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