China:
En veinte años, funcionarios y promotores se
quedaron con el 90% de las indemnizaciones debidas a más de 30
millones de campesinos
El
robo del siglo
Por
Rafael Poch
Corresponsal en Pekín
La Vanguardia, 22/02/06
Un estudio oficial
chino ha dado los números del enorme expolio sufrido, en los últimos
veinte años, por el campesinado de este país, el más poblado del
mundo, en nombre del cual se hizo una revolución hace ahora casi seis
décadas. Desde el principio de la reforma china (1979) hasta el año
2003, el estado incautó 6,6 millones de hectáreas de superficie
agraria (100 millones de mu, en la medida china) para dedicarlas a
proyectos de infraestructuras y construcción. Para hacerse una idea,
en ese periodo de tiempo, China construyó 35.000 kilómetros de
autopistas, la segunda red mundial. En total, entre 30 y 40 millones
de campesinos chinos sufrieron esas expropiaciones, según el cálculo
de la Academia de Ciencias Sociales de China.
En China la tierra es
propiedad colectiva de los agricultores, y el precio que se pagó por
esa enorme expropiación continuada a los largo de dos décadas, fue
de unos 500.000 millones de euros, medio billón. Sin embargo, los
campesinos solo recibieron 50.000 millones de euros, diez veces menos.
¿Qué pasó con el resto?
El resto de ese
dinero, “le cayó del cielo como beneficio, a toda una serie de
administraciones de todos los niveles del gobierno, promotores
inmobiliarios y constructores”, explica, en un libro editado en Cantón,
Zhou Tianyong, vicedirector de investigaciones de la Escuela Superior
del Partido adjunta al Comité Central, uno de los principales
“think tank” del país. Es decir, los “cuadros” locales y los
empresarios se quedaron el 90% de un dinero que era de los
agricultores. “Los campesinos”, dice Zhou, “aportaron la tierra
en una gran acumulación de capital para promover la urbanización,
pero no se beneficiaron de la urbanización y la industrialización”.
Estos datos, están
siendo utilizados en el gran debate promovido en China por el
Presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao, para corregir
los actuales desequilibrios entre campo y ciudad. Es una campaña
complicada, que acaba de dar lugar a todo un programa de modernización
rural extendido del 2006 al 2010, centrado en una mayor inversión
rural, subsidios agrícolas y prestación de servicios sociales, y que
choca con significativas resistencias de los sectores neoliberales que
dominaron el panorama chino con el anterior presidente, Jiang Zemin.
Esos sectores,
autores de la errática teoría de las “tres representaciones” que
no parece mucho más que un intento de integrar en el Partido
Comunista Chino a los nuevos ricos y magnates capitalistas, piden más
de lo mismo, seguir centrándose en el “crecimiento”, mientras que
Hu y Wen, apoyados por toda una corriente académica, piden más
atención social y sostenibilidad, en aras de la estabilidad social y
de un desarrollo que estimule el consumo rural.
Zhou Tianyong, el
autor del mencionado libro, titulado, “Abriéndose paso entre los
obstáculos al desarrollo”, dice que cada año siguen expropiándose
200.000 hectáreas de superficie agraria, valoradas, a precios
actuales, en 300.000 millones de euros. Su argumento da mucha fuerza
al propósito de una gran ofensiva de inversiones del estado en el
campo. Al fin y al cabo, no se trata más que de restituir parte de un
expolio. “Los beneficios de las ventas de las tierras deben
utilizarse en pensiones y seguridad social de los campesinos”,
escribe, este autor.
Si se piensa que gran
parte de los 87.000 “incidentes de masas” del año pasado, un 6,6%
más que el año anterior, tuvieron que ver con resistencias de
comunidades rurales estafadas en expropiaciones, de las que la crónica
de la actualidad china ha sido, y es, muy rica, el anunciado programa
de inversiones para el campo, la llamada “creación de un nuevo
campo socialista”, tiene un profundo sentido de orden público.
Desde otro punto de
vista, más allá de la coyuntura política china, este “gran robo
del siglo”, tiene también otra lectura. Significa que la
privatización rusa, que pasará a los libros de economía como uno de
los mayores desfalcos organizados por los funcionarios de un estado
absolutista en la historia, tiene en China algunas analogías. Con dos
importantes salvedades. Aquí la iniciativa del atraco no viene de lo
más alto, de la cúpula del gobierno y de sus ministerios, sino que
es algo más de base, y no fue planificado por ellos. En segundo
lugar, hay un propósito de enmienda, de lucha contra la corrupción y
de paliar los desequilibrios, en el marco de la búsqueda general de
la estabilidad y gobernabilidad, que en Rusia no se ha visto.
Entre 1992 y 1997, en
Rusia pasaron a manos privadas más de la mitad de las empresas del
estado, que era propietario de todas ellas antes de esa fecha. Los
beneficiarios fueron los funcionarios y cuadros económicos del estado
(los llamados “directores rojos”) y los elementos seudocriminales,
todo ellos en estrecha alianza. La privatización profundizó una gran
crisis económica en Rusia, empobreció a la gran mayoría de su
población y disparó la desigualdad. Un informe oficial del Tribunal
de Cuentas de la Federación Rusa, recordaba, el año pasado, que en
1998 el PIB de Rusia había caído casi la mitad (42,5%) con respecto
al nivel de 1990 y que en el 2003, tras cinco años de recuperación,
seguía siendo un 20,6% inferior al de la época soviética. Hoy, los
expertos estiman que los gastos de la nueva casta oligárquica rusa
sumados a los vinculados a la criminalidad y la corrupción (lo que
designan como “Producto Corrupto–Criminal Neto –VKKP en sus
siglas rusas), se come una tercera parte del PNB.
En China, el “golpe
de los 500.000 millones” ha sido compatible con un crecimiento
sostenido de casi el 10% durante veinte años.
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