China
La
nueva Gran Muralla china
Por
Luis Hernández Navarro
La Jornada Semanal, 05/03/06
Sobre las avenidas de
las grandes ciudades de la nueva China se traba una lucha desigual.
Compactas masas de ciclistas pedalean para ganar terreno a los automóviles.
El país de las bicicletas ha visto crecer geométricamente el parque
motorizado. Actualmente es el tercer mercado mundial de vehículos. En
el año 2020 rondarán los 140 millones de unidades. Muchos de los
automotores son para transporte colectivo, peseras que nada envidian a
los microbuses defeños. Algunos más son camionetas oficiales que
transportan funcionarios públicos. Muchos otros son coches de lujo,
Mercedes Benz o Accuras de modelos recientes, destinados al uso
privado. Los nuevos ricos han tomado la calle y la disputan palmo a
palmo a los populares ciclistas.
Los beneficios económicos
de esta fiebre sobre ruedas son extraordinarios. General Motors reportó
en 2003 más ganancias en sus ventas dentro de la potencia asiática
que en sus operaciones en Estados Unidos. Pero su importancia no se
limita a ser el mercado emergente más grande del mundo. China ha
conquistado importantes nichos de mercado en productos como la fibra
óptica, monitores de computadora y televisores a color. Ha cambiado
su ofensiva exportadora basada en sectores de baja tecnología y mucha
mano de obra como textiles, juguetes y manufacturas sencillas por
equipos de cómputo y electrónica. Según The Economist existían, a
mediados de 2004, alrededor de 282 millones de líneas de teléfono
celular y cuarenta fabricantes de aparatos que venden ochocientos
modelos diferentes.
Al margen de los
ciclos que sacuden la economía mundial, este país ha crecido de
manera sostenida a una tasa de más del nueve por ciento anual,
durante los últimos veinticinco años. Es, además, el principal
beneficiario de la última ronda de relocalización del capital. Desde
1993 ha sido el principal destino de inversión extranjera directa. En
términos del mercado mundial representa el cuatro por ciento, y el
cinco por ciento de las exportaciones manufactureras el quince por
ciento del pib. Dentro de cinco años, según, la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico (oced), será el principal
exportador mundial. (The
Guardian, 17/X/2005.) Ubicada actualmente como la sexta economía
planetaria, es el principal mercado de bienes de capital. Esta nación
contribuyó con la tercera parte del crecimiento del 3.2 por ciento
que el pib mundial tuvo en 2003. No en balde ha sido llamada el taller
del mundo.
Tan vertiginoso es su
desempeño económico que son muchos los centros de pensamiento que
consideran a este estado asiático como el próximo superpoder del
siglo xxi. El diario inglés Financial Times (22/X/2003) se
preguntaba: "¿Por qué Europa es el pasado, Estados Unidos es el
presente y el continente asiático dominado por China el futuro de la
economía global"? Uno de los más destacados estudiosos del
sistema-mundo, Giovanni Arrigui, asegura que "por lo que sabemos,
el ascenso actual del Este de Asia hasta llegar a ser el mayor centro
dinámico de los procesos de acumulación de capital a escala mundial,
puede muy bien ser el preámbulo a un 'recentramiento' de las economías
regionales y mundiales sobre China".
Libro
Rojo
En el Libro Rojo Mao
Tse Tung señaló: "Las cosas se desarrollan sin cesar. Han
transcurrido sólo 45 años desde la Revolución de 1911, pero el
aspecto de China ha cambiado por completo. Al cabo de otros 45 años,
esto es, para el año 2001, a comienzos del Siglo xxi, China habrá
experimentado cambios aún mayores. Será un poderoso país industrial
socialista." (Citas del Presidente Mao Tsetung, p. 191, Ediciones
en Leguas Extranjeras, Pekín, 1975.)
Muy lejos ya del
Libro Rojo, con la imagen del presidente Mao viva sólo como el
recuerdo del padre fundador de la patria moderna, o en los parabrisas
de los taxis que lo consideran milagroso, China parece haberse
convertido, casi en todo, en ese país que su gran timonel anunciaba,
un nuevo paradigma de desarrollo moderno.
Eso sostiene, por
ejemplo, el investigador Joshua Cooper Ramo, en su ensayo "El
Consenso de Beijing". Según Ramo, la experiencia china anuncia
la superación del Consenso de Washington. Este nuevo modelo está
basado en tres teoremas básicos sobre cómo organizar la inserción
de un país en desarrollo en el mundo.
El primer teorema
reivindica que el desarrollo debe de basarse en el valor de la
innovación, partiendo de la adopción de tecnologías de punta. El
segundo sostiene que, puesto que el caos es imposible de controlar
desde la administración pública y se requieren nuevas herramientas
para enfrentarlo, hay que aprender a manejar el caos. Este teorema
requiere de un modelo de desarrollo donde la sustentabilidad y la
igualdad son consideraciones centrales y no lujos. Finalmente, el
tercer teorema sostiene la teoría de la libre determinación
nacional.
Otros autores
cuestionan la viabilidad de esta vía. La analista Martine Bulard señala
que no se puede hablar de un nuevo modelo de desarrollo cuando dos
terceras partes de sus exportaciones son generadas por empresas
extranjeras establecidas en su territorio, limitadas a ensamblar
productos diseñados en el extranjero. ("China: middle kingdom,
world centre", Le Monde Diplomatique, agosto, 2005.) En la misma
dirección el historiador rural chino Qin Hui señala que es un error
considerar que la transición china es más gradual y socialista que
la de Europa del Este, pues "en realidad, el proceso de división
del patrimonio familiar ha avanzado de forma igualmente inexorable en
China que en Europa". (Qin Hui, "Dividir el gran patrimonio
familiar", New Left Review.)
Sin embargo, más allá
de este debate, lo cierto es que la liberalización económica china
tiene importantes diferencias con respecto a la
"recomendada" por el Fondo Monetario Internacional (fmi) y
el Banco Mundial (bm). El gobierno chino ha controlado el proceso: sus
contenidos, sus tiempos, sus transiciones. Los cambios han sido
graduales. (Véase
Wu Shuqing and Cheng, enfe, "The Washington Consensus and Beijing
Consensus", People´s Daily Online, 18/VI/2005.)
Su estrategia ha sido
cautelosa en las privatizaciones, el libre comercio y los mercados de
capitales. China busca un desarrollo coordinado con crecimiento,
independencia política y un nuevo contrato social basado en el
crecimiento.
China comenzó sus
reformas económicas en 1978 sobre la base de sus éxitos anteriores.
Antes de iniciar la liberalización económica, combatió la pobreza
masivamente. Los niveles de salud y educación eran muy elevados. El
antiguo régimen no se desmanteló de la noche a la mañana, sino que
sirvió de base para construir el nuevo. (From Beijing Consensus to Washington Consensus: China´s Jouney to
Liberalization and Globalization, Kavaljit Singh, Asia-Pacific
Research Network, 2002.)
La necesidad de
apertura económica fue distinta a la de otros regímenes. No hubo
crisis financieras que forzaran las reformas, sino que fueron
impulsadas para superar la lentitud del crecimiento económico. Las
reformas tuvieron amplio apoyo interno.
La reforma económica,
además, siguió distintas fases: primero en el sector agrícola,
después en la inversión extranjera y luego en la industria. El
sector financiero se conserva bajo control del Estado y la
liberalización de los mercados financieros es muy limitada. La crisis
asiática de 1997 no afectó a la economía china y su gobierno se negó
a acatar las presiones de los organismos multilaterales para revaluar
el yuan. Así las cosas, el país ha podido mantenerse aparte de los
flujos especulativos internacionales. (Joshua
Cooper Ramo, "The Beijing Consensus", The Foreign Policy
Centre, mayo, 2004.)
Las reformas económicas
no fueron aplicadas en toda China de manera simultánea sino que se
limitaron a ciertos sectores y regiones geográficas sobre bases
experimentales. Las experiencias exitosas fueron posteriormente
extendidas hacia otras zonas.
En lugar de vender
masivamente las empresas públicas, las autoridades las sometieron a
mayor competencia, en parte, de empresas locales propiedad de los
ayuntamientos. Esta política ayudó a introducir la competencia.
Hoy en día, China es
el principal país receptor de inversión extranjera directa: 52 mil
700 millones de dólares en 2003, y 480 mil millones de dólares desde
1990. Pero tiene diferentes tipos de inversión en términos de
propiedad, composición y naturaleza de las inversiones. La mayoría
de esas inversiones provinieron originalmente de los chinos de
ultramar, establecidos en Hong Kong y en Taiwán, que reubicaron en
las zonas especiales de China empresas de uso intensivo de mano de
obra. Trasladaron no sólo capital sino también tecnología, acceso a
mercados y habilidades comerciales. Tomaron ventaja de la mano de obra
barata y recursos naturales. Los chinos de ultramar siguen teniendo el
control del cincuenta por ciento de las inversiones extranjeras
directas.
La parte sustancial
de ied asume la forma de joint ventures. Los bancos de propiedad
estatal no pueden prestar a firmas privadas. El mercado de valores de
China será el segundo o tercero más grande del mundo en 2010. Las
firmas extranjeras necesitan asociarse a bancos de inversión locales,
pero no pueden tener más de treinta y tres por ciento de las acciones
ni más del cuarenta y nueve por ciento en el futuro. Los
inversionistas extranjeros no tienen libertad absoluta. Éstos pueden
invertir sólo en las zonas económicas especiales. Además el peso
interno de esta inversión se contrarresta con la gran importancia que
tiene el ahorro interno. Sus tasas son muy elevadas: alrededor del
cuarenta y cuatro por ciento. También son muy altas las tasas de
inversión doméstica: alrededor del treinta y cinco por ciento del
PIB.
Una
Nación polarizada
El 11 de junio de
2005, unos trescientos golpeadores armados atacaron violentamente a
campesinos que se resistían a la expropiación de sus tierras por
parte del Estado en Shengyou, provincia de Hebei. La compañía eléctrica
Hebei Guohua quería construir una planta en veintiséis hectáreas de
uso agrícola. Los campesinos ocuparon el terreno en 2003 rechazando
la indemnización que se les ofreció. Durante el enfrentamiento, los
labriegos tomaron preso a uno de los matones, que confesó haber sido
contratado para golpear a los hombres de campo. El sitio web del
Washington Post mostró un video del enfrentamiento de casi una hora
de duración. Días después diez lugareños fueron asesinados y dos
autoridades locales destituidas.
Los incidentes de
Shengyou distan de ser una excepción. Las protestas sociales han
aumentado dramáticamente en el país. Según un informe dado a
conocer por el ministro de Seguridad Pública, Zhou Yongkang, las
manifestaciones sociales han aumentado de 10 mil en 1994, a 74 mil 900
en el 2004, en las que participaron casi cuatro millones de personas.
Las expresiones de
descontento social se han registrado en los sectores sociales menos
beneficiados por el crecimiento económico, sobre todo en el interior
del país donde los campesinos se enfrentan al despojo de sus tierras
o la contaminación ambiental tras la colocación de industrias que no
son reguladas. Además están los problemas con los desempleados y
emigrantes en las ciudades costeras y ricas del país, y los mineros
que desde hace dos años han padecido una ola de muertes tras las
inexistentes medidas de seguridad de las minas de carbón localizadas
en la zona centro oeste de China.
Hang Donfang, un
ferrocarrilero que actuó como portavoz del efímero sindicato
independiente nacido durante las protestas de la Plaza de Tiananmen en
1989, y que emite en Hong Kong un programa de radio llamado Labour
Express especializado en temas obreros, señala que las protestas
laborales se realizan en todos lados. "Virtualmente hay huelgas
cada día en el área de Shenzhen", asegura. (Hang
Donfang, "Chinese Labor Struggles", New Left Review 34,
julio-agosto,2005.)
No es infrecuente que
las protestas se transformen en conflictos violentos. En la primera
mitad de este año veintitrés policías fallecieron en choques con
ciudadanos, mientras mil 803 personas han resultado heridas en este
tipo de manifestaciones.
La polarización
social surge de la enorme y creciente desigualdad entre regiones y
clases sociales. La brecha entre pobres y ricos es ahora más grande
que cuando los comunistas tomaron el poder en 1949. Hay unos 150
millones de trabajadores migrantes desempleados buscando empleo en las
ciudades de la costa. Unas 25 millones de personas fueron cesadas de
sus empleos en empresas estatales. Se han perdido numerosas plazas en
hospitales, escuelas y granjas. En 2001 la tasa de desempleo urbano
era cercana al diez por ciento. No existen redes de seguridad social
satisfactorias. Los ingresos en el campo son sesenta y cinco por
ciento menores que en la ciudad. Las remesas constituyen el cuarenta
por ciento de los ingresos rurales.
Simultáneamente, las
condiciones de explotación se han agravado. Un informe de Oxfam
("Export-led exploitation of Chinese workers", Oxfam, julio
30, 2002), da cuenta de que las empresas occidentales colaboran
regularmente con abastecedores que violan sistemáticamente los
derechos laborales.
En los últimos años
China ha visto surgir una nueva clase privilegiada: los Taizidang. Son
los beneficiarios directos de la reforma y de la consigna del Partido
Comunista en tiempos de Deng: "ser rico es ser glorioso". En
medio del escándalo público, la revista Forbes publicó en 2004 una
lista de los hombres y mujeres más ricos de esta potencia asiática.
Ellos han ganado amplia influencia en el manejo del rumbo del país. (Raymond
Zhou, "Forbes list of big Stars stirs controversy", China
Daily, 46, marzo-abril, 2003.)
Una encuesta
conducida por el Instituto de Investigaciones Económicas de la
Academia China de Ciencias Sociales mostró que el ingreso per cápita
en las zonas urbanas era 3.1 veces mayor que en el campo, contra el
2.8 en 1995.
En 2002, 1% de la
población con más altos ingresos disfrutó del 6% de las utilidades
de la sociedad, 0.5 por ciento más que en 1995. El 5% de la gente con
más altos ingresos recibió el 20% de los ingresos, 1.1% más alto
que en 1995. El 10% más alto tenía el 32% de los ingresos totales en
el país, 1.2% más que en 1995 ("Urban-Rural Income Gap Larger:
Survey", Agencia Xinhua, 25/II/2004.)
Existen graves
problemas ambientales en China. Según Pan Yue, subdirector de la
Agencia Estatal de Protección Ambiental, en entrevista con la revista
alemana Spiegel: "Estamos usando demasiadas materias primas para
sostener este crecimiento. Para producir bienes por valor de 10 mil dólares,
por ejemplo, necesitamos siete veces más recursos que Japón, casi
seis veces más que Estados Unidos y, quizás lo más penoso, casi
tres veces más que India. Las cosas no puede, no deben seguir así
[...] Este milagro económico terminará pronto porque el medio
ambiente no puede mantenerse [...] Porque el aire y el agua están
contaminados, estamos perdiendo entre el ocho y el quince por ciento
de nuestro Producto Interno bruto. Y esto no incluye los costos en la
salud. Está, además, el sufrimiento humano: en Beijing solo, entre
el setenta y el ochenta por ciento de los casos de cáncer están
relacionados con el medio ambiente."
Los costos de lo que
se ha llamado socialismo de mercado son enormes. El desempleo,
inseguridad, desigualdad, deterioro de la salud y la educación, la
creciente deuda gubernamental, los precios inestables, no son efectos
laterales de la transición sino condiciones básicas para el modelo
de acumulación de capital en China. (Martin Hart-Landsberg and Paul Burkett, "Introduction: China and
Socialism", Montly Review, julio-agosto, 2004.)
El
desafío chino
Según el Financial
Times ("The rise of Asia gathers speed", 10 de marzo de
2003), la emergencia de China e India "anuncia una transformación
del orden económico y político tan importante como la provocada por
la revolución industrial y el subsiguiente ascenso de Estados
Unidos".
China se ha
convertido en un desafío para Estados Unidos. Washington tiene
actualmente un déficit comercial con esta nación de 162 mil millones
de dólares en 2004.
El reto es de tal
magnitud que, de acuerdo con el geógrafo David Harvey, la ofensiva
estadunidense a Irak es una respuesta al agotamiento del modelo
financiero como mecanismo de dominación mundial y a la posibilidad de
que nuevas potencias mundiales como China emerjan y pongan en jaque su
posición en el mundo. (David Harvey, El nuevo imperialismo, Akal
Editores, 2004, España.)
Sin embargo, es
necesario calibrar con detenimiento la naturaleza y el tamaño de la
amenaza. China es un país densamente poblado, con abundante fuerza de
trabajo barata, recursos naturales subexplotados, y gobierno eficaz.
Junto con India se ha convertido en la última gran reserva para la
expansión de la economía capitalista. Empero, esto no implica
necesariamente que se vaya a convertir en el corto plazo en un poder
imperial emergente.
La fiebre productiva
asiática, especialmente la china, le ha facilitado al capitalismo el
deshacerse de obstáculos ligados a sus modalidades de producción
anteriores y a conquistas laborales y de justicia social. Aunque prácticamente
en todo el mundo la situación social se encuentra cada vez más
degradada, el capitalismo florece y se regenera, en parte gracias al
dinamismo de este polo de desarrollo.
En la nueva integración
al mercado mundial, partes muy importantes de la industria
estadounidense y europea son ahora dependientes de componentes o
productos finales elaborados en China. Sin embargo, esta dependencia
no implica que se afecten los intereses de las grandes compañías
trasnacionales (ct). Las economías del sudeste asiático aplican las
innovaciones procedentes de Estados Unidos utilizando su fuerza de
trabajo y habilidad organizativa. Las grandes corporaciones
establecen, pues, una especie de estatus rentista cobrando sus
derechos de producción intelectual.
Existen hoy 63 mil
compañías trasnacionales en China, con 800 mil subsidiarias, noventa
y tres por ciento de las cuales tienen sus oficinas centrales en
Estados Unidos, Europa y Japón. ("Trade
unions launch Beijing Consensus", People´s Daily Online.) Casi
todas las multinacionales desean producir y vender en el dragón asiático.
Los chinos tienen un vasto mercado, también ocupado por empresas
trasnacionales estadounidenses con inversiones directas en China. Casi
la mitad del déficit comercial que Estados Unidos tiene con China se
origina en las ct estadounidenses radicadas en la tierra de Deng
Tsiaoping, que trasladan sus productos a su mercado de origen (James
Petras, Cinco mitos y realidades del imperio estadounidense, La
Jornada, 7 de mayo de 2005.)
Las empresas
multinacionales han resultado beneficiadas con la reorganización del
capitalismo mundial de la que el fenómeno chino e indio es expresión
central. Por cada dólar que China recibe de sus exportaciones, Hong
Kong y Taiwán reciben veinte centavos, y las empresas
estadounidenses, a través de marcas y distribuidores, obtienen entre
cuatro y cinco dólares. La disminución del crecimiento de la economía
no ha afectado sus ganancias. Su participación en el pib mundial no
ha dejado de crecer. La deslocalización empresarial hacia Asia
permite además, dentro de Estados Unidos, bajos salarios,
flexibilidad del trabajo, contratación temporal, uso de mano de obra
interina, horarios flexibles y el empleo de migrantes indocumentados.
La competencia de los bienes manufacturados del exterior permite
reducir dentro del Imperio los salarios manufactureros y disminuir la
capacidad de negociación de los trabajadores.
Aproximadamente 399
mil millones de dólares, cerca del noventa y siete por ciento del déficit
gubernamental de Washington es financiado por extranjeros. China
"Roja", al igual que Japón, ha invertido sus dólares
excedentes en la compra masiva de Bonos del Tesoro del Tío Sam. Esa
transferencia de recursos contrapesa la tendencia del dólar a caer
con respecto al yuan. (Paul
Street, Bush, "China, Two Deficits, and the Ongoing Decline of US
Hegemony", 27/VII/2005, Zmag.org). La relación es simbiótica:
"China necesita de Estados Unidos para industrializarse. Estados
Unidos requiere de China para evitar el colapso financiero."
Gracias a ese masivo flujo de recursos, Bush puede hacer su guerra
imperial y mantener su déficit sin tener que cobrar impuestos a sus
aristocracias.
¿Podrá China
imponer una masiva redistribución de las ganancias monopólicas? ¿Se
convertirá el dragón asiático en el próximo poder hegemónico? ¿Será
el siglo xxi el siglo chino? En el corto plazo no parece probable. El
poderío económico chino no puede desligarse de las multinacionales
que exportan a sus países de origen. A pesar de su fuerza militar
creciente no tiene aún la capacidad bélica necesaria para apropiarse
de los beneficios monopólicos.
Pero tampoco parece
factible que China quiera hacerlo. Para Beijing el orden, aun el orden
estadounidense o un orden desfavorable, es preferible al caos. Su
diplomacia está guiada tanto por su necesidad de estabilidad como por
su hambre de materias primas; no pretende constituir un polo alterno a
Estados Unidos. (Martine Bulard, "China: middle kingdom, world
centre", Le Monde Diplomatique, agosto, 2005.) Propone participar
en un mundo multipolar: quiere brillar, no dominar. La estrategia de
los cuatro "no" del presidente Hu Jintao es muy clara al
respecto: "No a la hegemonía, no a la fuerza, no a los bloques,
no a la carrera armamentista." Sí a la construcción de
confianza, sí a la reducción de dificultades, sí a la cooperación
para el desarrollo y sí a evitar la confrontación.
Al reflexionar sobre
la dificultad de la historiografía, en Me-Ti/Libro de los cambios,
Bertolt Brecht recordaba la historia del príncipe de Wei que hizo
construir un dique contra las contradicciones. Los historiadores,
dice, se han divido a la hora de evaluar su obra. Algunos la elogian
como un ejemplo de humanismo, una estupenda protección contra las
inundaciones. Otros lo critican porque obligó a hacer ese trabajo a
mucha gente que nada tenía que temer de una inundación y a la que se
le exigió el pago de impuestos para realizar la obra. "A los dos
tipos de historiadores -afirma Brecht- les falta el Gran Método".
(Bertolt Brecht, Me-Ti/Libro de los cambios, Alianza Editorial,
Madrid, 1991.)
La complejidad de la
experiencia china obliga a no emitir juicios simplistas. Pero, puestos
a elegir entre una disyuntiva y una discordancia, puede decirse que,
aunque su modelo de desarrollo es efectivamente distinto al Consenso
de Washington y ha provocado un formidable despegue económico, las
reformas de mercado en este país no parecen haber conducido a una
renovación del socialismo sino a la restauración capitalista. Como
lo señala Samir Amin, aunque no lo reconoce, la clase dirigente china
ha decidido seguir la ruta del capitalismo. Nuevas murallas se han
levantado en esa nación: las murallas que separan a los beneficiarios
del despegue económico de sus víctimas.
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