Hu
Jintao visita a Bush en Washington
China:
¿contención o cooperación?
Por
Eugenio Bregolat Obiols (*)
La
Vanguardia, 20/04/06
La
visita de Hu Jintao a Washington tiene lugar 35 años después del
viaje iniciático de Kissinger a Pekín, en julio de 1971. Éste, más
el de Nixon en febrero de 1972, supusieron un giro copernicano para el
orden geopolítico mundial. La China maoísta salió del ostracismo al
que la habían condenado las potencias occidentales al triunfar la
revolución comunista (De Gaulle se había adelantado en una década
en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Pekín). El
temor compartido al expansionismo soviético condujo a una alianza de
facto entre China y Estados Unidos. En vez de combatir a todos los países
comunistas por igual, Estados Unidos buscaba el entendimiento con uno
de ellos contra otro. El interés nacional primaba sobre la ideología.
Cuando Deng Xiaoping lanzó la política de reforma económica y
apertura al exterior, pudo contar con los mercados, los capitales y la
tecnología de EE.UU. y de todo Occidente. Los mercados exteriores,
ante todo el mercado norteamericano, han sido, y siguen siendo, el
principal motor del trepidante desarrollo económico chino.
A
principios de la década de los noventa, con el hundimiento de la URSS
y la liquidación del comunismo en Rusia, desapareció la común
amenaza que sustentaba el entendimiento entre Estados Unidos y China.
Clinton, que empezó su mandato con una actitud muy crítica hacía
Pekín por la situación de los derechos humanos, cultivó después
una buena relación con China, a la que llegó a calificar de socio
estratégico. El segundo Bush rechazó este concepto, sustituyéndolo
por el de competidor estratégico. China temió que los neocons
norteamericanos la declararan principal amenaza,en sustitución del
desaparecido peligro soviético. El 11–M del 2001 cambió de golpe
el panorama: el terrorismo islámico pasó a ser para Estados Unidos
la principal amenaza, mientras que China se convertía en un
colaborador en la lucha contra aquél.
Pero
sectores conservadores norteamericanos ven con aprensión la
emergencia de China, que lleva camino de convertirse en algunas décadas
más en una gran potencia económica y, como corolario, militar.
Consideran que China llegará a ser un enemigo de EE.UU. y hay que
tratarla como a la URSS en la época de la guerra fría, tejiendo
alianzas militares contra ella y evitando su consolidación económica.
Para los que así piensan, Nixon y Kissinger serían dos de los
mayores ingenuos de la historia universal, al haber sacado a China del
aislamiento y alentado su desarrollo económico. Esta política de
contención puede crear el peligro que pretende evitar. Si China es
tratada como un enemigo, se convertirá en un enemigo. No hay que
olvidar que las dos guerras mundiales del pasado siglo surgieron del
fracaso de las potencias europeas en encarar la emergencia de
Alemania. Por otra parte, Estados Unidos encontraría muy pocos
aliados para esta política; los países asiáticos, grandes
beneficiarios del mercado chino y conscientes del creciente peso de
China, desean mantener con ella una relación de buena vecindad.
Intereses
estrictamente económicos militan hoy en EE.UU. a favor del
proteccionismo, en vista de que el déficit comercial con China, unos
200.000 millones de dólares el pasado año, supone ya un cuarto del déficit
total norteamericano. Bush pide a Hu Jintao equidad en el comercio
bilateral. EE.UU. ve limitada su capacidad de acción al ser China el
principal comprador de los títulos de su deuda pública, con más de
un cuarto de billón de dólares. Pero para Washington esto no basta;
es necesario que China dé pasos en campos como el estímulo de la
demanda interna (creando un sistema de seguridad social), el respeto
de la propiedad intelectual, la apreciación del yuan y la aplicación
a fondo de los compromisos adquiridos con la OMC sobre acceso a su
mercado. Una guerra comercial sería desastrosa no sólo para China y
EE.UU., sino para la economía mundial. Es de esperar que la visita de
Hu Jintao a Washington contribuya a evitarla.
Frente
a la política de la contención (containment), la de interacción
(engagement) o cooperación practicada hasta ahora, con mayor o menor
entusiasmo, por las diversas administraciones norteamericanas desde
Nixon es la respuesta adecuada. China, que llevaba siglos encerrada en
sí misma, acepta ahora la apertura al mundo. Al integrar a China en
la economía mundial, dejándola que se convierta en uno de los
grandes campeones de la globalización, se promueve su apertura política:
nuevas clases sociales, más de 300 millones de teléfonos móviles, más
de 100 millones de internautas, cientos de miles de estudiantes en el
extranjero, millones de turistas que van y vienen. El resultado es ya
un país mucho más abierto que un cuarto de siglo atrás. Es posible
que un día China llegue a dotarse de un sistema democrático. De ser
así, sería una democracia sui géneris, pasada por el filtro de la
cultura china, una democracia con características chinas, del mismo
modo que el budismo adquirió en China el calificativo de chan (o
zen), o el socialismo tiene también características chinas. No es
seguro que el cambio económico desemboque en un cambio político,
pero la única posibilidad de que éste llegue es a través de aquél.
Si,
un tercio de siglo atrás, Kissinger y Nixon encontraron un país
postrado por la miseria y los horrores de la revolución cultural, hoy
China ha alcanzado cotas de desarrollo económico que entonces nadie
podía imaginar. Todo apunta a que en otro tercio de siglo se
convertirá en una gran potencia, o superpotencia, categoría a la que
hoy pertenece en exclusiva EE.UU. Resultará a mediados del siglo XXI,
bien una nueva bipolaridad, bien un mundo multipolar, del que formarán
parte Europa, si es capaz de superar sus dudas existenciales, y tal
vez otros países como India o Rusia.
*
Embajador de España en la República Popular China (de 1987 a 1991 y
de 1999 al 2003)
Hu
Jintao inicia su visita bajo el signo del apaciguamiento
Por
Rafael Poch
Corresponsal
en Pekín
La
Vanguardia, 19/04/06
Ambigüedad,
desigualdad y enorme importancia son los tres aspectos de las
relaciones chino–estadounidenses que dominarán la visita a EE.UU.
del presidente chino, Hu Jintao. Comienza con una intensa campaña
china de apaciguamiento. China debe vender entre 40 y 50 millones de
pares de zapatos para comprar a Estados Unidos un solo avión Boeing
747. El rápido crecimiento de China le obliga a no provocar a un
socio comercial necesario
El
presidente chino, Hu Jintao, comienza su visita a Estados Unidos bajo
el signo del apaciguamiento. Washington señala a China como un
"competidor estratégico" que hay que "contener",
lo que parece una denuncia, y la presenta como un futuro peligro
militar y le achaca todo tipo de jugarretas comerciales.
EE.UU.
pide también lo imposible: que China apoye la confrontación en Corea
del Norte, desestabilizando su propio desarrollo, y que se sume a
sanciones contra Irán, país que suministra el 13% de la importación
china de crudo, que mañana pueden volverse contra ella por cualquier
otra razón. La relación económica con China es una ganga para
Washington, pero hasta eso se hace pasar por afrenta, con la absurda
presión –amenaza de sanciones pendiente, incluida en el Congreso–
para revaluar la moneda china, responsable, dicen, del déficit
comercial.
Estados
Unidos es el país más importante para China, pero también es muy
difícil. Hu inicia su visita "con el fuerte deseo de no provocar
a Estados Unidos", dice el diario de Hong Kong The South China
Morning Post. Siendo un país débil, dependiente y muy vulnerable,
China es un país que crece y que va a más. El milagro chino es la hábil
gestión de una posición débil.
La
lógica del crecimiento chino determina mayor demanda de materias
primas, unas relaciones exteriores más dinámicas y una mayor
influencia en Asia y en el mundo, incluso en América Latina. En esa
expansión, China se topa con Estados Unidos, el país más poderoso,
pero no tanto como para sostener el mundo en solitario. Su tumultuoso
declive, empantanado en Iraq, marginado de la Asean en Asia, en frágil
condominio en Asia Central y el Caspio, no parece tener una solución
militar. EE.UU. es un país difícil para China, ¿cómo crecer y
prosperar sin que nos tome por enemigo?, es la pregunta de Hu Jintao.
El apaciguamiento es parte de la respuesta.
La
visita presidencial ha venido precedida por la gira de la viceprimera
ministra Wu Yi, la cara más amable de la suave y siempre prudente
diplomacia china. Wu, acompañada por 200 ejecutivos chinos, ha
gastado 16.000 millones de dólares en reactores nucleares, equipos de
telecomunicaciones, productos agrarios y software. Hu comenzó su
viaje visitando al gigante de la informática Microsoft y a su
propietario Bill Gates, y seguirá hoy en Seattle comprando 80 aviones
a Boeing por valor de 4.000 millones de dólares.
Previamente,
en Pekín los chinos organizaron una consulta bilateral para calmar a
EE.UU. sobre su presencia en América Latina; también han movido
ficha en el frente de la piratería y la defensa de la propiedad
intelectual, un asunto verdaderamente serio. El mantra general es que
el creciente poderío chino, relativo, de país en desarrollo, y sus
relaciones internacionales no van dirigidos contra nadie, no son
beligerantes. Según los norteamericanos, China es el tercer socio
comercial de Estados Unidos; el segundo que más le vende (el 32% de
las exportaciones chinas) y el cuarto que más le compra. La
diferencia entre importaciones y exportaciones arroja un abultado déficit
comercial favorable a los chinos, estimado en 200.000 millones de dólares
por los estadounidenses y en bastante menos, 121.000 millones, por
China. Aparentemente, es como si los chinos estuvieran ganando la
partida. En realidad no es así. La relación es muy desigual, porque
China ocupa segmentos marginales en la división internacional del
trabajo y Estados Unidos está en el centro.
Para
comprar a EE.UU. un solo Boeing 747, China debe vender entre 40 y 50
millones de pares de zapatos. Además, la mitad de lo que los chinos
exportan a EE.UU. lo producen multinacionales norteamericanas
instaladas en China en busca de competitividad y beneficios. No hay
visos de que esto vaya a cambiar: China no es una potencia tecnológica,
su sistema educativo es arcaico en muchos aspectos, y carece de marcas
o empresas globales, y EE.UU. le somete a un embargo de transferencia
tecnológica, porque la considera "competidora estratégica".
La gran paradoja es que lo que los chinos ganan en esta desigual
relación, lo ahorran –su tasa de ahorro es del 35% de las rentas–
y lo colocan en bonos del Tesoro y otros valores de bolsa
norteamericanos. Junto con Japón, China es el principal banquero de
EE.UU., cuya sociedad apenas ahorra y vive por encima de sus
posibilidades, gracias a que cada día ingresa 3.000 millones de dólares
en fondos extranjeros. El año pasado, los chinos adquirieron la mitad
de todos los bonos del Tesoro de EE.UU. que se vendieron (por valor de
38.700 millones) y ya tienen 256.000 millones de dólares de sus
reservas colocados en esos bonos, que sólo rentan un 1% anual.
"La
relación económica entre la nación más rica del mundo y la más
poblada es muy positiva, porque el ahorro chino sostiene nuestro
opulento ritmo de vida comprando bonos del Tesoro", decía un
reciente editorial de Los Angeles Times. El apaciguamiento es negocio
tan necesario como ruinoso para China.
Estados
Unidos y China libran una feroz competencia y sus intereses apenas
hallan marco de cooperación
¿Armonía
en Washington?
Por
Xulio Ríos (*)
La
Vanguardia, 19/04/06
Hu
Jintao, el presidente chino, afronta este primer encuentro oficial con
George W. Bush en Estados Unidos como una gran oportunidad para
iniciar una nueva etapa en las relaciones bilaterales que permita
aparcar las desconfianzas y roces que han ido aumentando en los últimos
años.
La
estrategia china para ablandar las resistencias de Estados Unidos no
es novedosa. Se trata de priorizar la atención en los asuntos económicos,
dejando a un lado los temas más espinosos. Esta política le ha dado
buenos resultados en relación con Taiwán, en el Sudeste Asiático o
en el Pacífico Sur. ¿Podrá funcionar también en relación con
Estados Unidos? Sin duda exigirá una mayor dosis de empeño. Así
parece entenderlo también la dirigencia china, que, para la preparación
de esta visita, ha enviado a Estados Unidos a su viceprimera ministra,
Wu Yi, e invitado a China a los principales responsables de la política
comercial estadounidense e incluso a las voces más críticas con su
política monetaria. Con estos gestos, Hu da cuenta de su buena
voluntad y amortigua con habilidad algunos descontentos.
Esta
política puede recrear una atmósfera bilateral ciertamente positiva,
pero poco puede hacer cuando, más allá de los loables esfuerzos
subjetivos, la cruda realidad impone su criterio. Washington tiene la
mirada puesta en los próximos 25–30 años, cuando el poder económico
de China sea ya del todo irreprimible y, para entonces, quiere estar
en condiciones de poder influir decisivamente en su conducta
internacional. En numerosas regiones del mundo se opera una feroz
competencia y sus intereses respectivos difícilmente encuentran un ámbito
de cooperación. La experiencia china en el intento de compra de
Unocal es bien expresiva de las reservas existentes. Cuando el pasado
27 de diciembre, Estados Unidos anunciaba la imposición de sanciones
a ocho sociedades que habían vendido determinadas armas y tecnologías
a Irán, seis de esas sociedades eran chinas. Pekín no apoya la política
de aislamiento tecnológico de Teherán y enmarca su relación con Irán
partiendo de la consideración de que es un importante proveedor de
productos petrolíferos. Por no hablar del último informe del Pentágono
remitido al Congreso, que señala con el dedo a China como peligro número
uno a la hora de garantizar, a medio plazo, la hegemonía mundial
estadounidense.
La
segunda parte de este escenario se refiere a la protección de las
rutas de aprovisionamiento para evitar bloqueos en caso de conflicto
abierto, que pudiera surgir por Taiwán. El Pentágono habla del
collar de perlas que China está construyendo en el océano Índico,
que va del golfo Pérsico al estrecho de Malaca, por donde transita el
80% del petróleo que China importa.
Centrar
toda la atención en la economía no ha producido tan buenos
resultados en el plano interno. Se acaba de reconocer de forma
clamorosa en el último periodo de sesiones del Parlamento, reunido en
marzo. La magnitud de los problemas sociales desatendidos es tan
grande, que puede atragantar el crecimiento chino. Esa lección debe
estar sobre la mesa de sus dirigentes. En una relación tan difícil y
complicada como la que deben mantener con Estados Unidos, el papel de
los intercambios económicos y comerciales es clave, pero no
exclusivo, y la proyección de los otros temas es de tal calado que
pueden arruinar las expectativas de negocio bilateral. En ese delicado
y difícil equilibrio se mueven las relaciones
chino–estadounidenses. Y toda prudencia es poca.
*
Director del Observatorio de la Política China (Casa Asia–Igadi).
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