India:
cabalgando sobre un tigre
Por
Higinio Polo Diagonal, 22/06/06
Las reformas
liberales de los últimos quince años en la India, crearon muchos
problemas sociales. La derecha, además, había abandonado una política
exterior independiente y no–alineada (que tenía origen en la época
de Nehru) por una aproximación subordinada a Estados Unidos. Por
fortuna, en mayo de 2004, los resultados electorales hacían posible
un cambio de gobierno que abrió expectativas de cambio en el país.
De nuevo el Partido del Congreso, dirigido por Sonia Gandhi, la viuda
del asesinado Rajiv, consiguió ser la primera fuerza en el
Parlamento, desalojando a la derecha del Bharatiya Janata Party (BJP)
tras seis años de gobierno.
El BJP, es un partido
hinduista, extremadamente conservador y partidario del predominio
religioso hindú, con los riesgos de enfrentamientos que ello comporta
en un país que cuenta con ciento cincuenta millones de musulmanes.
Junto al Partido del Congreso, el Frente de Izquierda, dirigido por
los comunistas, consiguió un excelente resultado electoral, el mejor
desde las elecciones de 1948, un año después de la independencia:
casi el ocho por ciento de los votos y 59 escaños, de los que 53 están
ocupados por diputados comunistas. Esos resultados hicieron posible la
formación de un gobierno denominado Alianza Progresista Unida (UPA,
sigla en inglés).
La elaboración de un
programa mínimo común entre el Partido del Congreso y el Frente de
Izquierda tenía un componente esencial: el abandono de la política
neoliberal impulsada por los gobiernos del BJP, y el impulso de una
nueva política exterior, recuperando la tradición del
no–alineamiento y de las buenas relaciones con Moscú. El programa
insistía en la condición laica del Estado, frente al ascenso del
rigorismo religioso; en el desarrollo económico y la creación de
empleo, y en la mejora de la vida de obreros y campesinos, además del
impulso a los derechos de las mujeres, y del estímulo para el acceso
a la escuela y la no discriminación social de las “castas
inferiores” y los llamados tribales, además de comprometerse en la
lucha contra la corrupción, un cáncer que no ha parado de crecer. No
era poco
Un año después de
las elecciones, el Partido Comunista constata que el ala moderada del
Congreso, dirigida por el primer ministro Manmohan Singh, ha llegado a
un acuerdo de cooperación militar con Washington y ha tomado
distancia de gobiernos con los que había coincidido en el seno del
movimiento de países no–alineados, además de impulsar medidas económicas
que contradicen el pacto de gobierno. Así, las críticas del Frente
de Izquierda no se hicieron esperar, impulsando al mismo tiempo
protestas populares. Una muestra fue la convocatoria de una huelga
general en septiembre del año pasado, que paralizó la India, en
protesta por las privatizaciones impulsadas por el ejecutivo. El
gobierno de Singh ha aumentado las inversiones sociales, el gasto
educativo (aunque de forma insuficiente), anuló una ley
antiterrorista del BJP, y ha tomado algunas medidas para consolidar el
laicismo, pero el conjunto de su acción es insatisfactorio para la
izquierda. Además, en política exterior, la apertura de
negociaciones con Pakistán, la adopción de algunas iniciativas para
fortalecer las relaciones con China y Rusia, junto a la cooperación
estratégica con Estados Unidos (aceptando el punto de vista
norteamericano en la cuestión iraní), y la colaboración con Israel
(hecha sin tener en cuenta la dura represión del gobierno de
Tel–Aviv hacia el pueblo palestino), conforman una confusa
diplomacia. Por otra parte, la decisión del gobierno indio de apoyar
el proyecto de gasoducto Turkmenistán–Afganistán–Pakistán,
frente al otro plan diseñado que transcurre por Irán–Pakistán–India,
ha suscitado también el rechazo de la izquierda, el pasado mes de
mayo, y la exigencia de explicaciones al gobierno indio: Washington
apoya el primer trazado y se opone resueltamente al que se inicia en
Irán. Hay que recordar que las implicaciones estratégicas son
muchas: Turkmenistán es, precisamente, la única antigua república
soviética de Asia central que no pertenece a la Organización de
Cooperación de Shanghai, donde están presentes China y Rusia, y cuyo
objetivo central es cerrar el paso a la penetración norteamericana en
la zona.
A consecuencia de esa
situación, el Partido Comunista amenazó con retirar el apoyo del
Frente de Izquierda al gobierno del programa mínimo común, si no se
iniciaba una rectificación de la política exterior de subordinación
a Estados Unidos y se abordaba con decisión la necesidad de una
reforma agraria, el acceso de buena parte de la población a cereales
baratos, medidas que no están en las previsiones del gobierno,
mientras algunos sectores gubernamentales pretenden privatizar fondos
de pensiones y facilitar la penetración de capital extranjero en la
banca privada, así como en otros sectores estratégicos, al tiempo
que impulsan medidas a favor de los grandes financieros del país.
Esa política
fortalece sus posiciones: las recientes elecciones en Bengala
Occidental (el Estado con capital en Calcuta, uno de los más poblados
de la India, con cien millones de habitantes) han dado la victoria al
Frente de Izquierda, dirigido por el Partido Comunista, por mayoría
absoluta, con doscientos treinta y cinco escaños de un total de
doscientos noventa y cuatro del Parlamento. Igual ha ocurrido en
Kerala, un Estado del sur con más de treinta millones de habitantes:
la coalición dirigida por los comunistas ha conseguido noventa y ocho
escaños, sobre un total de ciento cuarenta con que cuenta el
parlamento regional.
Los dos Estados se
han convertido en un punto de referencia para la población india, que
constata que es posible realizar una política alternativa al
liberalismo, defendiendo los derechos de los trabajadores y
campesinos, aunque las dificultades de relación de los gobiernos
estatales con el gobierno central limiten su eficacia. En los dos
Estados, la derecha del BJP ha quedado desarbolada.
Los problemas continúan
siendo enormes, y la India no es China. India es un país de mil
millones de habitantes, que ha de hacer frente a duras situaciones de
emergencia: baste citar, que, pese al desarrollo económico de los últimos
años, buena parte de la población subsiste con salarios miserables;
que ochocientos millones viven de la agricultura (muchas veces, de
subsistencia); que la mitad de los indios son analfabetos, y que, según
organizaciones humanitarias indias, en el país existen sesenta
millones de niños que trabajan, de los que doce millones lo hacen
como esclavos o padeciendo trabajos forzados. La India está llamada a
ser una de las grandes potencias del siglo XXI, pero los problemas son
titánicos y el gobierno de Singh está cabalgando un tigre.
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Higinio Polo es escritor.
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