Corea
del Norte - China
La
frontera de las sorpresas
Por
Rafael Poch
Corresponsal en China
La Vanguardia, 08/11/06
Un
mes después de la primera prueba nuclear norcoreana, en la frontera
entre China y Corea del Norte no se respira tensión. Un entramado de
comercio interfronterizo, tránsfugas y relaciones de parentesco, que
ha actuado durante años, se mantiene intacto. La minoría coreana de
China, los "Chaoxianzu", son sus protagonistas. Esta es la
crónica de un viaje de 1400 kilómetros a lo largo de una frontera
entre países emparentados
La
primera nieve otoñal ya ha caído sobre los puertos de montaña de
esta región del extremo noreste de China, en el último rincón de la
provincia de Jilin. La carretera discurre por amplias zonas boscosas
muy poco habitadas, con algunos momentos de singular belleza natural y
soledad, que sorprenden al viajero, porque en China son una verdadera
rareza. Es entonces cuando aparece, inesperadamente, tras una curva,
la nevada mole del macizo volcánico del Monte Paektu, 2700 metros, el
más alto de Corea del Norte.
En
la particular "historia sagrada" del régimen, el Paektu es
un símbolo central. Según la leyenda, fue allí, en una graciosa
cabaña de su imponente ladera, donde nació el "querido
dirigente" e hijo del "gran líder", Kim Jong Il. La
silueta del macizo se reproduce en multitud de estampas y cuadros, en
las que el niño Kim, aparece rodeado de un halo de luz y con todos
los personajes dispuestos a su alrededor, como si fuera el niño Jesús.
Viéndolo
desde el lado chino de la frontera, se comprende que el Paektu era el
mejor "portal de Belén" entre los posibles en una
hagiografia. Mucho mejor que el auténtico lugar de nacimiento de Kim,
un "koljoz" (granja colectiva) soviético de Jabarovsk, una
fea ciudad siberiana, en cuya región Kim padre estaba refugiado
durante parte de la ocupación japonesa de Corea, cuya guerrilla
dirigió.
En
Corea del Norte, romper ese secreto y divulgar la simple realidad
sobre el nacimiento del Caudillo es cómo poner en duda el misterio de
la Santisima Trinidad en la época de la inquisición, algo serio con
riesgo de delación y denuncia. Es así, con esa majestuosa visión
religiosa, como comienza un extenuante recorrido de 1400 kilómetros a
lo largo de la frontera chino-norcoreana. Una frontera sorprendente.
Veinte
días después de la primera prueba nuclear norcoreana que tanto alarmó
al mundo, no hay aquí signos de tensión especial, ni gran control
militar, ni paisajes de alambre de espino (pese a los reiterados
informes de las agencias de prensa en ese sentido). En muchos
sectores, el río que marca la frontera, primero el Tumen, luego el
Yalu (Amnok para los coreanos), puede atravesarse a pie y en invierno
casi siempre, porque está helado.
Contra
lo que se supone esta es una frontera permeable, con claros agujeros
de vigilancia, por los que mucha gente puede escapar o practicar el
contrabando y un comercio legal que sostiene la precaria economía
popular de la castigada gente de Corea del Norte. Muy poco de lo que
el viajero espera encontrar en una frontera tan complicada que divide
el particular y tiránico régimen estaliniano-patrimonial de Kim Jong
Il, del aperturismo autoritario y benevolente de los chinos. Al
concluir el trayecto de cuatro días, quedan algunas impresiones.
Una
sonrisa y una piedra
La
principal es que brutalidad y generosidad, solidaridad y perversión,
pueden ir de la mano en las relaciones y situaciones comunes en esta
frontera. El Señor Kim, por ejemplo (en este reportaje todos los
nombres son figurados), una mezcla de truhán y buena persona, ayuda a
las mujeres norcoreanas a cruzar la frontera.
En
los pueblos de la parte china, hay una enorme desproporción entre
hombres y mujeres, tocan a una mujer por cada cuatro hombres, así que
un recurso para las norcoreanas que vienen aquí jugándose el pellejo
es casarse con un local, o ser vendida. El Señor Kim no tiene nada
que ver con la red de venta de mujeres, simplemente a veces se cobra
la ayuda con favores sexuales.
Otra
impresión es la relativa relajación que impera a lo largo de la línea
marcada por los ríos, con zonas estrictamente prohibidas a los
extranjeros, pero fácilmente burlables, y otras completamente
abiertas, en las que la contemplación de los mismos míseros pueblos
y ciudades de Corea del Norte, prohibida en un lugar, se convierte en
otros en un espectáculo turístico, con excursiones organizadas,
alquiler de anteojos y paseos en barco por el río. A cambio de unos
cigarrillos, de algunas monedas se puede hablar con los guardias
norcoreanos, algunos de los cuales responden a los saludos con simpatía.
No siempre es así, y el cristal roto en el barco del tío Gao ("Shi
Hua", "petrolero número uno", se llama su cascarón
reconvertido en pasea-turistas), así lo recuerda. De vez en cuando,
los guardias se cansan de los turistas chinos que les fotografían
como si fueran animales de zoo (el último régimen
estalinista-patrimonial del mundo, es ciertamente, algo exótico).
"Me lanzaron una piedra, así", explica el viejo patrón
fluvial, indicando un tamaño más que considerable, dos veces su puño.
En Dandong, la ciudad escaparate china, ultima etapa de nuestro
trayecto, la barca del tío Gao cargada de turistas deseosos de
fotografiar a las fieras, pasa tan cerca de ellas que piedras de ese
tamaño dan en el blanco. Un recochineo, si se tiene en cuenta que,
oficialmente, está prohibido filmar la orilla de Sinuiju, la ciudad
norcoreana de enfrente.
Sinuiju
es un conjunto gris de edificios desconchados y barcos oxidados que
contrasta con las luces de Dandong y su silueta con una treintena de
edificios de más de 20 pisos, que los norcoreanos contemplan cada día,
junto con la música y los bailes de los jubilados en el malecón
fluvial, como invitando a una reflexión existencial sobre la mala
suerte de haber nacido en la ribera equivocada del río. El año
pasado, en Yongcheon, una ciudad norcoreana situada a 30 kilómetros,
por la que nunca había pasado un periodista europeo, su alcalde nos
explicó que Sinuiju era una ciudad afortunada por beneficiarse del
comercio fronterizo. Todo es relativo.
En
el lugar más estricto de la frontera, en la ciudad de Changbai, donde
la policía china nos retiene una hora en un ambiente de cordialidad
en el que casi parece que los infractores sean ellos, las prostitutas
norcoreanas de la ciudad norcoreana del otro lado, Heysan (los mismos
tonos grises, los mismos retratos del "gran líder" en los
edificios oficiales, las mismas casas paupérrimas), atraviesan la
frontera regularmente para atender a los clientes chinos que las
llaman por teléfono móvil. La cobertura de la telefonía china
alcanza al otro lado del río.
Parientes
Los
dos regimenes y sus respectivas sociedades tradicionales, ambas
patriarcales, de honda raíz confucionista e impronta campesina,
mantienen una relación que recuerda a la de dos parientes. Y lo es.
Hace 35 años, China se parecía algo a la actual Corea del Norte. Al
contemplar la miseria, la férrea disciplina y la ingenua deificación
del líder de sus vecinos, los chinos se ven a si mismos hace no
mucho. La memoria les impide burlarse, sería como reírse de su
propia biografía…
Pero
la relación, no se puede entender sin presentar a su principal
protagonista, los "Chaoxianzu", los chinos de etnia coreana.
Son muchos los que tienen parientes al otro lado de la frontera, así
que lo del parentesco es literal.
En
China hay unos 2,2 millones de coreanos. Casi todos viven en las tres
provincias del noreste (el "Dongbei", la antigua Manchuria).
En la provincia de Jilin vive el 61% de los coreanos de China, en
Heilongjiang el 23%, y Liaoning el 12%. Su población más compacta se
localiza en el extremo norte de Jilin, junto a la frontera norcoreana,
en la prefectura autónoma de Yanbian, donde los 840.000 "Chaoxianzu"
allí establecidos representan el 38% de la población.
"Ellos
son como éramos nosotros con Mao", explica con toda humildad el
Señor Zheng, un chino de etnia coreana de la prefectura Yanbian. El
lugar es un restaurante, donde hay que advertir al camarero que no
sirva carne de perro, plato muy habitual y apreciado aquí. Los
platillos se suceden, mientras Zheng explica sus estancias en Corea
del Norte. La sopa de gachas de maíz es la dieta esencial del
campesino norcoreano, dice confirmando otros testimonios recogidos
dentro y fuera de Corea del Norte. La carne es excepcional, el tofu es
casi un lujo. "Cuando los tránsfugas llegan aquí, tienen
diarrea porque comen una dieta normal por vez primera", dice
Zheng sin ninguna ironía.
La
última vez que visitó a sus parientes en Corea del Norte, Zheng se
llevó una radio. La radios norcoreanas solo captan emisoras
nacionales y Zheng tuvo que desmontar la pieza de su aparato que le
permite ampliar la opción, para pasar el control fronterizo. Una vez
dentro, la volvió a montar y logró que sus parientes escucharan por
primera vez radios extranjeras. "Lo que más les asombró fue la
radio surcoreana, estaban aterrorizados de que alguien se enterara de
lo que estaban haciendo", dice Zheng. El padre de familia miraba
a todas partes, por si algún vecino notaba el delito.
Una
minoría leal a Pekín
Los
coreanos llegaron a Yanbian a mediados del XIX, cuando la zona estaba
muy poco poblada. Más tarde, cuando Japón estableció su
protectorado (1905) y se anexionó Corea (1910), Yanbian recibió
nuevos flujos de campesinos coreanos. La mayoría de ellos se unieron
a la resistencia comunista o simpatizaron con ella, cuando Japón se
anexionó el conjunto de Manchuria, en 1931. Su doble frontera con
Rusia y Corea del Norte hizo muy sensible a esta región, tanto en los
años de la guerra de Corea, cuando las bombas americanas caían sobre
territorio chino, destruyendo centrales eléctricas y puentes, como el
de Dandong, cuyos restos siguen ahí, como después, durante la
confrontación sino-soviética y a lo largo de los diversos bandazos
que sufrieron las complejas relaciones entre China y Corea del Norte.
Todo
el prestigio que los comunistas chinos tenían entre la población
coreana de China, sufrió una gran conmoción con las catástrofes maoístas
del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, pero actualmente
los "Chaoxianzu" siguen siendo bastante leales al régimen
chino y se consideran ciudadanos chinos de origen coreano. China es su
país.
En
los años setenta, concluidos los excesos y desastres del maoísmo
tardío, la normalización de relaciones de China con Japón y Estados
Unidos, fue percibida con desconfianza y aprensión por Corea del
Norte, que estrechó sus vínculos con la URSS. La gran apertura china
de Deng Xiaoping llegó aquí en 1984, con la apertura de la frontera
con Corea del Norte y el establecimiento de relaciones entre
localidades de los dos países. Los "Chaoxianzu" pudieron
retomar entonces los contactos con sus familiares de Corea del Norte e
incluso emigrar a Corea del Sur. Curiosamente, ambas experiencias
refirmaron su patriotismo chino y su identidad de "coreanos de
China", como algo diferente a la identidad de los coreanos del
norte y del sur.
Más
de 200.000 coreanos chinos de Yanbian, muchos de ellos mujeres,
emigraron a Corea del Sur en busca de oportunidades de trabajo,
chocando con las leyes discriminatorias y la actitud xenófoba de la
población hacia esos emigrantes parientes pobres que hablan extraños
dialectos. La ley surcoreana sólo considera ciudadanos a los
descendientes de quienes abandonaron el país después de 1948,
excluyendo a los coreanos de la antigua URSS (Rusia, Kirgizia, Kazajstán)
y los de China, que abandonaron la península en el XIX o durante la
ocupación japonesa. Respecto a Corea del Norte, la penuria y dureza
de la vida allá, así como la extrema rigidez del régimen
imposibilitó cualquier identificación. El resultado ha sido una
doble decepción hacia las dos coreas de la que se beneficia el
patriotismo y la lealtad hacia China.
En
los años duros de mediados de los noventa un numero indeterminado de
norcoreanos (población total: 24 millones), entre 300.000 y hasta
tres millones, según las estimaciones, murió de hambre. Conociendo a
los coreanos, del norte, del sur, de China, de Estados Unidos y de
donde sea, siempre laboriosos, disciplinados y cumplidores, resulta
difícil imaginar cómo pudieron ser llevados a tal extremo. La
situación, desde la actual China boyante y próspera, se presta a
todo tipo de prepotentes analogías. Y sin embargo, no se escuchan en
esta frontera comentarios chulescos o irrespetuosos de los "Chaoxianzu",
y de los chinos en general, hacia los coreanos del norte, ni hacia su
régimen. Una vez más; uno no habla mal de su pariente, más aun
cuando en su propia biografía hay recuerdos tan parecidos.
Centenares
de miles de chinos, incluido un hijo de Mao, murieron en los cincuenta
defendiendo Corea del Norte. Entre los dos regimenes hay, pues, un vínculo
de sangre, porque sin la intervención militar china en la guerra de
Corea, Corea del Norte no habría podido sostener el pulso con la
primera potencia mundial y hoy, simplemente, no existiría.
Comercio
privado y legal
Junto
a la zona de Wudaogou de acceso prohibido a los extranjeros se divisa
un amplio panorama de la frontera. A la derecha del río, las montañas
chinas están arboladas. A la izquierda, las laderas norcoreanas
completamente deforestadas. En los años del hambre se cultivó hasta
en las pendientes más inverosímiles. En un restaurante de la zona,
el Señor Tang, otro chino coreano, explica sus visitas anuales de un
mes a casa de su tía, en una aldea de la provincia norcoreana de
Jagang. Invierte 10.000 yuanes (mil euros) en el alquiler de un camión
y la compra de ropa, vende todo el género en casa de su tía, a donde
acuden desde humildes compradores de un par de calcetines, hasta
mayoristas norcoreanos que luego revenden la mercancía en los
mercados locales autorizados. La ansiedad de la gente del pueblo ante
la mercancía de Tang es tal, que se hace inevitable regalar algo a
los vecinos, explica.
Con
el dinero norcoreano que Tang se embolsa (1 yuan chino se cambia a 250
wons norcoreanos), compra raíces y plantas de uso medicinal en China,
que en Corea del Norte son muy baratas. No hay límite de peso para la
entrada privada de mercancías en Corea del Norte. Para salir si, pero
si se sobrepasa, se paga una mordida a los guardafronteras, tanto
norcoreanos (por ejemplo, un televisor) como chinos, y el asunto se
zanja. Una vez vendida la mercancía en China, Tang obtiene 30.000
yuanes, 20.000 limpios. Un margen satisfactorio, que compensa las
incomodidades.
Algunos
coreanos del norte se han enriquecido mucho con este comercio. En el
hotel más caro de Dandong hay una tienda de Ermenegildo Zegna en la
que una americana cuesta 1000 euros. "No muchos, pero vienen
algunos clientes norcoreanos a nuestra tienda", explica la
vendedora.
La
dieta de los parientes de Tang se compone de gachas de maíz y "kimchi",
la típica col fermentada coreana. "Antes de la cosecha, no hay
nada que comer", dice. "Las familias se ayudan mucho",
explica. En los préstamos, por ejemplo, si se pide a un vecino un
kilo de arroz, hay que devolverle dos. De política no se habla, ni
siquiera en la intimidad familiar. "Respetan mucho a sus líderes",
responde cuando se le pregunta por esta combinación de miseria y fe
en el Caudillo.
En
Dandong un comerciante chino explica que a los norcoreanos no les
gusta que los extranjeros se pongan en la solapa los pins con la cara
del "gran líder" y del "querido dirigente" que
todos llevan en Corea del Norte. "Si te ven con ellos, te exigen
que te los quites, porque se sienten ofendidos", dice. "Son
como nosotros en la época de Mao". Al final del viaje, la frase
del Señor Zheng, escuchada 1400 kilómetros al norte de este lugar,
suena con una lógica aplastante.
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