China
y sus relaciones con EEUU
¿Competencia
o interdependencia?
Por
Xulio Ríos (*)
IGADI, Anuario RRII/2007
Las
relaciones entre EEUU y China constituyen una de las claves esenciales
que pueden definir el sistema internacional del siglo XXI. Washington
sigue con mucha atención la evolución del poderío chino, asumiendo
a regañadientes pero cada día con mayor claridad que China no sólo
tiene vocación de ser una potencia comercial de proyección regional
y mundial, sino que aspira a traducir en términos globales ese
notable incremento de su capacidad económica. Por ello, para EEUU,
con una política claramente orientada a impedir el surgimiento de
cualquier rival en el mundo que pueda desafiar su supremacía
absoluta, China constituye su mayor reto estratégico. En Beijing, por
su parte, quizás consciente de su debilidad en muchos frentes, se
multiplican los esfuerzos por eludir cualquier enfrentamiento directo,
tanto haciendo gala de la modestia para disimular sus inocultables éxitos
en numerosos campos como estimulando un diálogo sectorial y estratégico
con EEUU (y multilateral con otros actores) que siguiendo la lógica
del doble beneficio pueda restar virulencia a las críticas y
reticencias estadounidenses y garantizar el clima exterior necesario
para proseguir en calma con su ambiciosa transformación.
Cuando
Nixon visitó China en febrero de 1972, el comercio bilateral entre
ambos países era prácticamente nulo. En 2006, superó los 260 mil
millones de dólares y ambos estados son mutuamente su segundo socio
comercial, dato que evidencia una interdependencia económica muy
acusada. No obstante, aquel entendimiento sorprendente y ya tan lejano
que marcó el inicio de una distensión espectacular en las relaciones
bilaterales, asentaba sobre la constatación de las profundas
divergencias que les separaban. De hecho, el comunicado de Shanghai de
28 de febrero de 1972 explicita pocos puntos en común. Pero la
oposición a la URSS hacía el milagro, incluso pasando por alto el
delicado asunto de Taiwán, uno de los más espinosos aún hoy día.
Desaparecida la URSS, las relaciones China–EEUU siguen a la busca de
un eje central basado en fuertes intereses comunes que puedan
establecer unos sólidos vínculos y con futuro. Pero no está fácil.
La
historia de las relaciones sino–estadounidenses desde 1972 conoce
dos períodos esenciales. Durante la guerra fría, la cooperación se
imponía de forma incuestionable, aunque estaba muy limitada al ámbito
de la seguridad. En los años ochenta del siglo pasado, el inicio de
la reforma en China añadió un plus al entendimiento bilateral. No
obstante, a partir de 1991 se inicia una nueva etapa mucho más
compleja y equilibrada. De acuerdo con el profesor Jin Canrong, sus
características principales serían las siguientes: los factores
internos pesan mucho más a la hora de elegir entre confrontación y
cooperación; el desarrollo de las relaciones políticas y económicas
es asimétrica: mientras las primeras avanzan con enormes altibajos,
las segundas gozan de cierta estabilidad; la diferencia de poder entre
ambos países ha disminuido considerablemente; en los dos países
coexisten corrientes de pensamiento que promueven o rechazan la
profundización de sus relaciones; la influencia de sus vínculos ha
traspasado el marco bilateral y alcanza a todo el área de Asia–Pacífico,
al menos(1).
Cualquiera
que sea la naturaleza de las relaciones entre ambos países, sin duda
afectará a la dinámica del sistema internacional y se verificará
conflictivo o no en función de la capacidad mutua para establecer
consensos a propósito de sus respectivos intereses estratégicos que,
con frecuencia, dificultan el establecimiento de un ángulo
constructivo. A favor del entendimiento juega una mundialización económica
que hace muy costosa para ambos cualquier política de confrontación
abierta, y sugiere una mayor complicidad entre los dos Estados que
bien pudiera conducir a no muy largo plazo a una nueva bipolaridad.
Las
relaciones entre China y EEUU se hallan en proceso de maduración,
considera Zhen Bijian, presidente del Consejo del Foro sobre la
Reforma y la Apertura de China(2). En su análisis de la cumbre de
abril de 2006 entre George Bush y Hu Jintao, plantea un retrato de la
situación en los siguientes términos. Primero, EEUU y China no son
iguales, tienen historias y regímenes sociales diferentes, sus
escalas de valores también difieren. Segundo, aceptando esas
diferencias, que van más allá de la política para situarse en el
terreno de la civilización y la cultura, importa identificar los
puntos de coincidencia y no ahondar en las divergencias. Tercero, la
política de EEUU hacia China es compleja, confusa y contradictoria,
temerosa de su emergencia.
La
hoja de ruta propuesta por Zhen Bijian para mejorar las relaciones
bilaterales, incluye la intensificación de cinco diálogos: estratégico;
económico, comercial y energético; los problemas regionales; las
esferas no tradicionales de seguridad; y civilizatorio. Zhen admite en
su artículo que el concepto de guerra fría connota las relaciones
bilaterales en muchos dominios y, para superarlo, es indispensable
estimular una comunicación fluida que facilite la apreciación de la
complementariedad, mejore la coordinación e instituya la cooperación
como mecanismo esencial para resolver los actuales dilemas. Esa
comunicación, que no ha llegado a romperse incluso en momentos
recientes de considerable tensión, ahora, cuando la agenda bilateral
crece en contenido, se está potenciando.
Interdependencia
económica
Para
analizar la situación y perspectivas de las relaciones bilaterales
sino–estadounidenses, debemos centrar nuestra atención en tres
aspectos principales: económico–comercial, político y estratégico.
El
auge de la economía china, a pesar de sus sombras, parece imparable.
Según estimaciones del Diario de la Bolsa de Shanghai, citando
fuentes de las aduanas chinas, su comercio exterior alcanzaría en
2006 el valor récord de 1,7 billones de dólares. Cuando China entró
en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, la cifra era
de 510 mil millones, es decir, 1.248 mil millones menos que a finales
de 2006, con un crecimiento del 345%. Esas cifras han permitido que
China pasara de la sexta posición mundial en cuanto a intercambio
comercial con el exterior, a la tercera, justo detrás de EEUU y
Alemania. En 2001, representaba el 3,9% de los intercambios mundiales,
y ahora el 7,5%.
Esas
cifras han estado sobre la mesa en el primer “Diálogo económico
estratégico” sino–americano que tuvo lugar en Beijing entre el 14
y 15 de diciembre de 2006 (un nuevo mecanismo de concertación que se
suma a la Comisión China–EEUU de Comercio y a la Comisión Económica
Conjunta China–EEUU). Su objetivo, encontrar un punto de acuerdo que
permita resolver los grandes problemas que afectan al comercio
bilateral (desequilibrio, el valor del yuan, la propiedad intelectual,
etc.), y a la inserción de China en la economía mundial, excluyendo
el recurso a medidas punitivas para resolver los habituales roces.
China
ha triplicado su participación en la producción mundial en los últimos
15 años. El impacto del crecimiento económico y de las exportaciones
de China en el mercado internacional y el flujo comercial es ya
visible y según una última encuesta de la OCDE, se perfila como el
mayor exportador del mundo en 2010. En la actualidad, EEUU sigue
siendo el mayor productor industrial, con 23,3 por ciento de la
actividad mundial, seguido de Japón con 18,2, Alemania, con 7,4, y
China, con 6,9 por ciento.
En
paralelo al Diálogo citado, en un discurso pronunciado en la Academia
de Ciencias Sociales, George Bush senior reclamaba una actitud “más
sensible” de Beijing hacia los intereses de EEUU, afectados por un
enorme déficit comercial (202 billones de dólares en 2005, 230
billones en 2006). Las causas de tan desigual balance radican, según
Washington, en la debilidad del mercado interno chino y el poco empeño
de las autoridades en estimular el consumo, las trabas a la penetración
exterior y la sobrevaloración del yuan. Por su parte, China argumenta
que el déficit no es tal ya que buena parte de esa cifra equivale a
los beneficios de las multinacionales estadounidenses que operan en su
territorio y que, además, otra cosa resultaría si EEUU abandonara la
trasnochada cerrazón que impide a China, por razones de seguridad,
acceder a la adquisición de productos tecnológicos de calidad.
El
Diálogo bilateral institucionalizado ha permitido constatar la
existencia de poderosos intereses comunes, dijo Henry Paulson,
secretario del Tesoro, pero también evidenciar la existencia de
estrategias económicas y de desarrollo sustancialmente diferentes(3).
Si la delegación estadounidense reclamó mayor flexibilidad en la
tasa de cambio del yuan, la moneda china, y una mayor apertura de su
economía, especialmente en el sector financiero, revelando su
impaciencia respecto al progreso de la reforma, Wu Yi, vice primera
ministra, señaló que EEUU “no comprende enteramente a China”
cuando algunos sectores postulan la imposición de sanciones como
mecanismo para influir o corregir el rumbo de la reforma. Wu Yi, además,
envió un claro mensaje al gobierno de EEUU: “la propiedad estatal
permanecerá en el núcleo central de nuestro sistema económico” y
controlará los definidos como siete sectores estratégicos de la
economía nacional (industria de defensa y los sectores eléctrico,
petroquímico y carbón, telecomunicaciones y aviación civil y
transporte fluvial y marítimo). Entre 30 y 50 grandes corporaciones
empresariales públicas integrarán este núcleo especial de la economía
china, abierto a la participación privada y con poder de
competitividad internacional(4). En suma, la política china no será
en ningún caso la de soltar las riendas, liberalizando al máximo su
economía, sino la de persistir en la reforma sin renunciar a
considerables dosis de administración gubernamental (y partidaria).
En
cuanto a la moneda, el yuan ha elevado su valor un 3,73 por ciento
desde la puesta en marcha de la reforma monetaria el pasado 21 de
julio de 2005, batiendo desde entonces numerosas marcas históricas en
un proceso que para Washington resulta demasiado lento. Pero no parece
que Beijing esté dispuesto a acelerar el paso a la ligera ni a
sacrificar sus intereses en aras de un mayor entendimiento con EEUU.
La
cuestión clave es determinar si el desarrollo de China perjudica los
intereses económicos fundamentales de EEUU. En la cumbre de abril de
2006, Hu recordaba a Bush que el 70% de las exportaciones chinas a
EEUU consiste en productos transformados, lo que viene a suponer que
China obtiene en ese proceso un pequeño porcentaje de los costos de
transformación. Aplicando la regla de origen de las mercancías, los
beneficios se calculan como rentas obtenidas por China en sus
exportaciones hacia EEUU pero, en realidad, esa no es la imagen
completa y fidedigna del proceso, ya que son las multinacionales
estadounidenses quienes obtienen la mayor ventaja. Son los empresarios
y los consumidores de los países ricos quienes más se benefician de
los bajos costes de la producción final de juguetes, ropa, calzado,
productos electrónicos, y otros objetos de uso común que inundan
nuestros mercados. Son las empresas extranjeras las que se quedan con
la mayor parte de las ganancias generadas por este comercio. China se
queda con los beneficios salariales de la globalización, pero no con
las ganancias de la globalización, afirma Yasheng Huang, profesor
asociado de la Sloan School of Management del Massachussets Institute
of Technology. Así lo cree también Dong Tao, economista de UBS en
Hong Kong: de una muñeca Barbie que se vende a 20 dólares, China
percibe 35 centavos. Hu recordó entonces a Bush que muchas empresas
estadounidenses hacen grandes y buenos negocios en China: la cadena de
distribución Wal–Mart es el séptimo mercado exportador de
China(5).
Por
otra parte, la presencia de empresas estadounidenses en China ha
crecido de forma significativa en los últimos años. Según Ma Kai,
director de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, en 1980 había
en China 23 empresas de EEUU, con inversiones que sumaban 120 millones
de dólares. En 2005, eran 49 mil las empresas y la inversión ascendía
a 51 billones de dólares. En paralelo, es verdad que también crece
la inversión exterior de China. En 2006 se consolidó en la posición
número 13 del ranking de países inversores (adelantando cuatro
posiciones respecto al ejercicio anterior). Su volumen global (16.100
millones de dólares en 2006 con un aumento del 32 por ciento) es
pequeño aún en comparación con la actual inversión extranjera
directa recibida, que alcanzó en el mismo año el valor de 63.000
millones de dólares. En 1999, el volumen de las operaciones de
adquisición de empresas estadounidenses por parte de empresas chinas
era de 344 millones de dólares, pasando a 7.000 millones en 2004, que
podrían ser 80.000 millones de dólares a finales de 2007, según
Merrill Lynch & Co.
Por
otra parte, según los datos hechos públicos por el Banco Popular de
China el 15 de enero último, el volumen de reservas de divisas ha
superado en 2006 el billón de dólares, con un incremento del 30,22%,
aumentando a un ritmo de 200.000 millones de dólares anuales y
confirmándose como el país con mayor reserva de divisas del
mundo(6). Tan gigantesca suma, que excede en un 25% el volumen
recomendable por las instancias internacionales, provoca importantes
desequilibrios económicos en el país (cesión de oportunidades de
inversión, incremento del precio de bienes raíces, etc.), pero casi
los dos tercios de dichas reservas chinas están depositados en dólares,
la mitad en bonos del Tesoro estadounidense (247 mil millones de dólares)
y cualquier insinuación de diversificación de la cartera produce una
enorme intranquilidad en Washington. El gobierno chino sopesa cambiar
la estrategia tradicional de invertir en renta fija y siguiendo el
ejemplo de otros países busca nuevas formas de gestionar sus
inversiones.
China
es, desde hace tiempo, uno de los principales compradores de bonos del
Tesoro, transformándose en uno de los mayores acreedores del gobierno
estadounidense. Las compras de China han contribuido a mantener bajas
las tasas de interés en EEUU ya que cuanto mayor es la demanda de los
bonos de un país, menor es la tasa de interés que ese gobierno tiene
que ofrecer. Los expertos insinúan que China podría destinar entre
US$200.000 millones y US$300.000 millones de sus reservas a
inversiones más agresivas. Aún un leve cambio en esta dirección
podría tener un gran impacto en los mercados estadounidenses.
Cualquier decisión de China para ampliar y diversificar sus
inversiones significaría que compraría menos deuda de EEUU.
Las
compras chinas se encuentran a veces con obstáculos, como ocurrió
con la oferta de adquisición por parte de la Union Oil Company of
California (UNOCAL) por la China National Offshore Oil Corporation (CNOOC),
una operación vetada por la Cámara de Representantes de EEUU, por el
hipotético peligro que podía suponer para la seguridad nacional que
los comunistas chinos se hiciesen con el control de una empresa
situada en un sector estratégico. Eso a pesar de que el inspirador de
la iniciativa no fue el PCCh sino Goldman Sachs JP Morgan Chase y
Rothschild and Sons, quien aporta a CNOOC consejo y apoyo financiero.
En
2006, China sustituyó a EEUU como primer país fuente de las
importaciones de la UE. La UE es una importante fuente de inversiones
en China y de suministro de tecnologías. La UE es su primer socio
comercial. El volumen de intercambios se ha situado en 2006 en 272.300
millones de dólares, con un crecimiento del 25 por ciento respecto al
ejercicio anterior.
Así
pues, en lo económico, la agenda bilateral es muy amplia y claramente
interdependiente. La reciente institucionalización del diálogo
estratégico a este nivel ofrece un marco para discutir y resolver los
problemas, excluyendo, a priori, la militancia en guerras comerciales
que, de uno u otro modo, perjudicarían a ambas partes. No obstante,
la fluidez de esta comunicación es inseparable de la evolución del
entendimiento bilateral en otros órdenes.
Concepciones
y modelos políticos diferentes
En
lo político, cabe destacar tres ámbitos con diferencias profundas y
marcadas. En lo interno, los derechos humanos. La forma de encarar las
crisis internacionales es otro factor de desencuentro. Por último,
cabe considerar el problema de Taiwán.
Robert
B. Zoellick, subsecretario de Estado, ha reiterado en más de una
cocasión el deseo de que las relaciones entre los dos países no solo
se establezcan en función de la gestión de sus intereses comunes,
sino también sobre la base de compartir una “concepción común de
los valores esenciales”, en alusión a los derechos humanos y la
democracia política. Pero China insiste en que seguirá su propio
camino. Lo reiteró Hu en su viaje de abril a EEUU: no imitarán ningún
modelo y apreciarán en todos aquellos instrumentos y principios que
se adecuen a la realidad china. Al insistir Bush en que acepte “las
reglas de juego”, Hu ha respondido que el diálogo debe ser de igual
a igual, aceptando, con normalidad, las diferencias que les separan.
Cuando
en noviembre de 2006, EEUU hizo público su informe sobre la libertad
religiosa en el mundo, señalando que China es uno de los países que
deparan mayor preocupación en este asunto, su Ministerio de Asuntos
Exteriores rechazó aparecer en ninguna lista de EEUU considerando que
el informe es una ingerencia inadmisible que, bajo pretexto de la
religión, interviene en sus asuntos internos(7). Cualquier insinuación
en este ámbito, sea cual sea el problema abordado, la respuesta
siempre será la misma, con un lenguaje que muchos no dudarían en
atribuir a otra época.
En
la gestión de crisis internacionales, de Corea del Norte a Irán,
China guarda una prudente distancia, conceptual y fáctica, en relación
a EEUU: la ingerencia es un atentado contra la soberanía, principio
que, en su opinión, sigue siendo la base de las relaciones
internacionales. Beijing no secunda a pies juntillas la política de
sanciones auspiciada por Washington, optando por anteponer la búsqueda
de compromisos. Con su discurso y su práctica (como se ha demostrado
en el diálogo hexagonal sobre Corea del Norte), multiplicando sus
iniciativas internacionales, aparece cada vez más como un contrapeso
con credibilidad frente a la superpotencia estadounidense, más
partidaria de recurrir al uso de la fuerza, lo que muchos consideran
peligroso, como señaló en Munich el presidente ruso Vladimir Putin.
El discurso chino pone el acento en la cooperación, la
complementariedad, la búsqueda de las oportunidades, siempre
apostando por una evolución lenta y armoniosa que tenga en cuenta las
especificidades de quienes no pueden seguir el paso. Es previsible que
este perfil se acentúe en el futuro y se afiance a medida que su
poder económico vaya en aumento, poniendo en jaque las estrategias de
EEUU basadas en el recurso a la fuerza.
Las
diferencias a propósito de Taiwán son elocuentes, a pesar de que
EEUU parece no secundar la estrategia soberanista del presidente Chen
Shui–bian, ya en la recta final de su mandato. Pero en Beijing
produce alarma la insistencia de las presiones para que el Parlamento
de Taipei de su visto bueno a los proyectos de compra de armas que la
oposición mayoritaria rechaza de plano e insistentemente. Pese a los
compromisos de apoyo al principio de “una China”, en Beijing
existe el convencimiento de que Washington no apoya la unificación ya
que, entre otras razones, brindaría a China el control de la ruta marítima
del estrecho de Taiwán. Ello explica también el principal giro en la
política hacia Taiwán en tiempos de Hu y que consiste en hacer lo
posible por ganarse el favor de la sociedad isleña, lo que le
permitiría limitar la trascendencia de una negociación harto difícil
con EEUU(8).
China
intenta construirse una imagen positiva en el mundo que vaya más allá
de la capacidad de atracción de su cultura y que ha sido la fuente
principal de su poder blando desde siempre, el activo que le ha
permitido absorber a ciudadanos extranjeros que le han servido de
puente para su proyección exterior. Ahora, con un comercio e
inversiones que llegan a todos los rincones y que a veces generan
tensiones locales, precisa una diplomacia que integre numerosos
factores (incluyendo el cine o el deporte) para beneficiarse del
rechazo que el unilateralismo de EEUU provoca en buena parte de la
opinión pública mundial. El momento actual le brinda una oportunidad
quizás única y que gestiona con habilidad y reflejos.
Desencuentros
estratégicos
En
lo estratégico, debemos tener en cuenta dos tipos de variables: las
sectoriales y las territoriales. Entre las primeras cabe destacar la
pugna energética, el reto tecnológico o las ambiciones en materia de
defensa.
China
es productora de petróleo pero, desde 1994, debe importar a causa de
su crecimiento económico y el rápido aumento de su consumo energético.
EEUU no ve con buenos ojos la búsqueda sistemática por parte de
China de una red de acuerdos internacionales que le garantice la
autosuficiencia. Y ese diferendo provoca tensiones. Bush se ha quejado
de que China haga acuerdos de suministro de petróleo con países con
los que está enemistado (Sudán, Venezuela, Myanmar o el propio Irán).
Las necesidades de petróleo de China han aumentado un 41% entre 2001
y 2005. Solo las importaciones procedentes de Irán han aumentado un
389% entre 2000 y 2004.
China
no dispone de muchas alternativas e interpreta algunos de los
movimientos estratégicos de EEUU (de Oriente Medio a Asia Central)
como tomas de posición para condicionar el acceso a las fuentes de
energía que precisa para su desarrollo. En consecuencia, siguiendo
con su estrategia diplomática de evitar el enfrentamiento directo, en
2006 ha reunido en Beijing a Japón, India, Corea del Sur y EEUU para
discutir una estrategia a largo plazo que resuelva las demandas energéticas
propias y de toda Asia, la región de mayor consumo mundial de energía
(más del 40%). Japón y Corea del Sur importan el 100% del petróleo
que consumen y son ya el primer y segundo importador mundiales de gas
natural. En tal contexto, las disputas por la seguridad energética
son inevitables y peligrosas(9).
En
lo tecnológico, China busca la autosuficiencia que preserve su
soberanía. En noviembre de 2006, por ejemplo, anunciaba el desarrollo
de su propio sistema de navegación por satélite (ya participa en el
programa europeo Galileo), denominado Compass, que debe estar
operativo a partir de 2008. No habrá potencia china si no logra serlo
en el ámbito tecnológico. Sus mayores esfuerzos parecen centrarse en
el ámbito espacial. Entre las ambiciones recogidas en el Libro Blanco
sobre el tema (2006), se incluye la puesta en órbita, en 2015, de un
laboratorio independiente y la exploración de la luna con un robot y
quizás con un equipo de astronautas chinos. Proyectos todos que serán
desarrollados de manera independiente y con una intención
estrictamente pacífica, se dice en el libro. China coopera en este ámbito
con Francia, Alemania, Brasil, y la agencia espacial europea. La
colaboración con la NASA está empezando a explorarse. EEUU teme la
transferencia de tecnología sensible que pueda ser utilizada por el
Ejército Popular de Liberación (EPL) que controla los programas
espaciales y no oculta su temor a una rivalidad futura en el ámbito
espacial.
En
lo que atañe a la defensa, el último dato revelador lo ofrece el
informe cuatrienal de defensa, elaborado por el Pentágono y dirigido
al Congreso, presentado el pasado 6 de febrero de 2006. Dicho
documento insiste en la estrategia de seguridad planteada después del
11S, pero introduciendo algunas novedades y reajustes de cara al
futuro inmediato. Entre esas novedades, se encuentra la reiteración
de menciones a China en varios sentidos. En primer lugar, critica a
China por el insuficiente nivel de transparencia en el ámbito de la
defensa. En segundo lugar, lo que es más importante, se cita a China,
expresamente y por primera vez en un documento de estas características,
como un competidor.
El
informe del Pentágono alerta sobre las capacidades militares del EPL,
pero no solo. En él se señala que China “tiene el mayor potencial
para rivalizar militarmente” con EEUU, alterando los equilibrios
militares regionales. Inventariando el considerable esfuerzo de
modernización de sus fuerzas armadas, llevado a cabo en la última década,
el Pentágono señala que China es el rival militar convencional más
importante.
En
una segunda acepción, identificada esa amenaza potencial, el informe
transforma esa advertencia en una exigencia de mayores dotaciones para
la defensa y en una priorización de las fuerzas capaces de mantener
operaciones a largas distancias y por un tiempo considerable,
fortaleciendo la capacidad operativa de las fuerzas presentes en la
región del Pacífico, y fomentando la capacidad de ofensiva de largo
alcance ante la eventualidad de un cambio de situación en países
aliados como Japón, Corea del Sur u otros de la zona.
Así
pues, la principal novedad de este informe en relación al previo
emitido en 2001, es que EEUU fija cada vez más su atención en los
asuntos militares chinos, señala a Beijing como el principal
competidor y se pone en guardia frente a él. Así lo entiende Zhu Fen,
profesor del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad
de Beijing, quien añade que la modernización militar de China se
desarrolla bajo parámetros de normalidad y que la emergencia solo
puede definirse como pacífica pues China no amenaza a nadie ni daña
el crecimiento sano y estable de las relaciones internacionales.
Washington no da crédito a esa insistencia en la modestia china,
considera que es una estrategia para captar recursos y acceder a altas
tecnologías, y recabar indulgencia y tolerancia de los países
occidentales en los temas que provocan una mayor erosión de la
confianza bilateral.
Las
mejoras en las capacidades de defensa de China son constantes. A
mediados de enero, el EPL, mediante la destrucción de un satélite
con un misil, evidenció que ya puede localizar y destruir satélites
espía de otras naciones. La prueba china, que algunos entienden como
una respuesta a la orden firmada por Bush en 2006 (Política Nacional
en el Espacio Cósmico) que niega el acceso de otros países al cosmos
y se reserva plena libertad de acción en el espacio interestelar, se
llevó a cabo poco después de presentar un caza de nueva generación,
el Jian–10, de fabricación nacional.
Periódicamente,
EEUU acusa a China de utilizar láser de altas energías con base
terrestre para cegar satélites espías norteamericanos cuando
sobrevuela el espacio chino. En Washington están convencidos de que
China desarrolla este tipo de armas anti–satélite, a sabiendas de
que el espacio desempeñará un papel cada vez más importante a nivel
estratégico–defensivo. Voces autorizadas de EEUU consideran que la
búsqueda de esta capacidad por parte de China indica que busca una
confrontación asimétrica con EEUU, en lugar de una guerra directa.
China rechaza las acusaciones, las considera un pretexto para
desarrollar nuevas armas espaciales y enfrentarse a rivales
potenciales que puedan destruir la red espacial de EEUU, reiterando
que en ningún caso seguirá los pasos de la URSS(10).
Los
expertos subrayan que el atraso en las capacidades militares de China
con respecto a EEUU y otras potencias occidentales es de unas dos décadas,
brecha que Beijing quiere estrechar a través de la adquisición de
armamento y la modernización de sus fuerzas armadas. A finales de la
década de los 70 tenía cuatro millones de soldados, y a finales de
2005, 2,3 millones. A China no se le objeta la elevación de su gasto
militar (14,7% en 2006 más que en 2005), sino la falta de
transparencia. EEUU asegura que el presupuesto real es dos o tres
veces mayor que la cifra oficial. En 2005, el presupuesto militar
chino era apenas el 6% del de EEUU, un 53% del británico, 67% del
japonés, y 71% del francés(11).
Desde
los años 80, las relaciones bilaterales en el plano de la defensa han
conocido, al menos, cinco incidentes graves: la invitación cursada en
1995 al entonces presidente taiwanés, Lee Teng–hui, para visitar
EEUU; los tiros de misiles desprovistos de carga contra Taiwán con el
propósito de influir en las elecciones presidenciales de 1996; la
publicación del “informe Cox” en el que se acusaba a China de
espiar secretos nucleares estadounidenses; el bombardeo de la embajada
china en Belgrado (1996); y el último episodio, en 2001, el incidente
con el avión espía EP–3 de la US Navy que fue obligado a aterrizar
sobre la isla de Hainan donde estuvo retenido durante 11 días.
A
raíz de este incidente, las relaciones entre los respectivos ejércitos
quedaron en suspenso y solo en 2006 se han podido recomponer
ligeramente. El vicepresidente de la Comisión Militar Central, Guo
Boxiong, visitó EEUU en julio de 2006. Se trata del oficial de mayor
rango que visitó EEUU desde 2001. En septiembre, buques chinos y
estadounidenses realizaron sus primeros ejercicios de búsqueda y
rescate marítimos frente a las costas de California, parte de unos
ejercicios conjuntos antiterroristas. Dos buques chinos, el Qingdao y
el Hongzehu, llegaron a Pearl Harbour, después de seis años sin que
ninguna embarcación naval china tocara un puerto estadounidense.
También en dicho mes tuvieron lugar conversaciones a nivel de
viceministros de EEUU y China.
Por
su parte, en noviembre de 2006, las marinas de EEUU y China realizaron
un ejercicio de salvamento al oeste de Hong Kong, con gran profusión
mediática para dar cuenta de la mejora de las relaciones entre los
dos ejércitos, evidenciando como en los dos últimos años los
contactos se han intensificado (visitas cruzadas de responsables
militares, visitas de unidades, observación de ejercicios, ejercicios
conjuntos, consultas estratégicas). Incluso oficiales chinos asisten
a seminarios de formación en EEUU y tienen estancias de estudio, pero
los asuntos sensibles quedan al margen de los intercambios (por
ejemplo, a nivel de las fuerzas estratégicas nucleares). En conjunto,
se trata de mejorar el conocimiento reciproco de forma que se puedan
evitar malentendidos que pudieran tener cierta gravedad, especialmente
en el estrecho de Taiwán. Esa mejora general no ha podido vencer aún
la desconfianza mutua: ni a EEUU le convence el despliegue de misiles
balísticos frente a Taiwán ni a China el proyecto de escudo
antimisiles que el Pentágono quiere desplegar en la zona, cubriendo a
Taiwán en su área de influencia. Por el momento, no existe un canal
de comunicación directo entre Washington y Beijing en esta materia.
Las
políticas energéticas y la hegemonía son los factores que llevan a
EEUU a insistir en la amenaza china, acusación invocada
reiteradamente para controlar su evolución y argumentar la adopción
de estrategias de prevención. La exageración de su capacidad
operativa es también un modo de justificar las ventas de armas a Taiwán,
estancadas desde hace años. China asegura, en la última edición de
su Libro blanco de la Defensa Nacional, que el poder militar del país
va a crecer al mismo paso que la expansión económica para proteger
sus intereses en el mundo.
En
lo territorial, las reservas inciden en dos planos. En primer lugar,
la protección de las rutas de aprovisionamiento para evitar bloqueos
en caso de conflicto abierto, que bien pudiera surgir por el problema
de Taiwán. El Pentágono habla de un «collar de perlas» que China
está construyendo poco a poco en el Océano Índico, del Golfo Pérsico
al estrecho de Malaca, por donde transita el 80% del petróleo que
China importa. Diversos proyectos están en marcha o en avanzada fase
de negociación con Pakistán, Bangla Desh, Myanmar, Camboya e incluso
Tailandia.
En
segundo lugar, de Asia Central a América Latina o África, la pugna y
la falta de entendimiento es notable a medida que avanza la influencia
china, poniendo en práctica un modo de actuación que es objeto de críticas
reiteradas por parte de Washington, pero que es de agrado entre sus
nuevos aliados(12). El diálogo bilateral sobre América Latina, su
papel en la resolución de la crisis de Corea del Norte o la hipotética
mediación sugerida ante las autoridades sudanesas por el conflicto de
Darfur, dan a entender la conformación de facto de una nueva
bipolaridad, que confirma el creciente papel de China en la
gobernabilidad global.
A
ello debemos añadir la eficiencia de una compleja diplomacia que ha
sabido superar y recomponer relaciones lastradas por graves
contenciosos históricos y que hoy, apoyándose en la irresistible
fuerza de su economía y los atractivos de su mercado, concreta nuevos
vínculos que suponen, aún cuando se niega formalmente, un claro reto
al poder estadounidense en el mundo. Así quedó de manifiesto cuando,
por ejemplo, en el pasado febrero, se reunían en Nueva Delhi los
ministros de asuntos exteriores de China, India y Rusia, para
evidenciar su fuerte compromiso con la diplomacia multilateral,
sumando a India (país visitado por Hu Jintao en 2006) a la Organización
de Cooperación de Shanghai como país observador.
Conclusiones
En
que dirección evolucionarán las relaciones entre China y EEUU? A raíz
de la cumbre del 20 de abril de 2006 ha quedado claro que la relación
China–USA ha dejado de ser un asunto bilateral, para transformarse
en un diálogo de implicaciones regionales y mundiales. Aunque Hu ha
insistido en que China no tiene la intención de contestar el
liderazgo estadounidense, la realidad acabará imponiendo su lógica.
De entrada, China insiste en seguir su propio camino y ese ejercicio
es leído en Washington en clave de postular una rivalidad. Por otra
parte, cabe pensar que sus divergencias no cristalizarán a medio
plazo en una nueva versión de la guerra fría. EEUU y la UE son los
dos mayores socios comerciales de China. Eso impone la necesidad de
una mutua ponderación de las respectivas actitudes.
EEUU
intenta trasladar a la opinión pública mundial una cierta
desconfianza sobre las hipotéticas consecuencias beneficiosas de la
emergencia china, tanto por su escasa flexibilidad en los diferendos
comerciales como por su conocida beligerancia con las libertades o la
opacidad de su sistema político, en un momento en que su propia
imagen se halla en extremo cuestionada por las acciones llevadas a
cabo en todo el mundo en defensa de unos ideales que se contradicen
con una realidad ciertamente deplorable. Sin duda, buena parte de esa
campaña de imagen negativa de China se debe al temor de EEUU a perder
su condición hegemónica.
China,
por su parte, se muestra cada vez más segura de sí misma en su
actuar internacional. No se trata solo de poder económico. A
diferencia de EEUU, cuya política ha perdido credibilidad en razón
de un proselitismo militarizado y de acentuado doble rasero, su
influencia va creciendo y ello provoca rivalidades estratégicas de
profundo calado cuando aumentan por doquier las tensiones originadas
por la búsqueda de la seguridad económica.
Muchos
en EEUU consideran que China es un tema tan importante como la guerra
de Irak. Después de la victoria demócrata en las elecciones de mitad
de mandato y ante la perspectiva de una hipotética alternancia en
2008, las relaciones bilaterales aventuran nuevos altibajos. Los demócratas
están divididos acerca de cómo enfrentar el desafío chino. Más
proteccionistas, en general, en el plano comercial, el actual diálogo
estratégico en lo económico será puesto a prueba nuevamente. Ahora
mismo, el cambio de color en el Congreso puede afectar a las
relaciones con China, aumentando la beligerancia en temas como los
derechos humanos, las estrategias en defensa, la protección
ambiental, la libertad de información en la red, o el aumento de su
influencia en África. Las tensiones bilaterales, hoy apaciguadas en
la superficie, podrían volver al primer plano de la actualidad, pero,
sin duda, serán pasajeras, en tanto no cambie la radiografía básica
de esa interdependencia que impone la economía.
Notas:
(*)
Xulio Ríos, director del Igadi y del Observatorio de la Política
China (Casa Asia–Igadi).
(1) Jin, Carong, Une relation... Pacifique,
en Beijing Information, 16 de febrero de 2007.
(2)
En Renmin Ribao, edición de ultramar, 11 de mayo de 2006.
(3)
En Renmin Ribao, 26 de septiembre de 2006.
(4)
Despacho de Xinhua, 21 de septiembre de 2006.
(5)
Ríos, Xulio, EEUU–China: los ecos de la cumbre Bush–Hu, Centro
Argentino de Estudios Internacionales, www.caei.com.ar.
(6)
Despacho de Xinhua, 15 de enero de 2007.
(7)
Despacho de Xinhua, 21 de noviembre de 2006. La preocupación del
gobierno estadounidense por estos derechos no se ve correspondida en
otros ámbitos igualmente importantes. Es conocida, por ejemplo, la
presión ejercida por sus multinacionales para evitar la aprobación
de una Ley de contratación laboral en el Parlamento chino que pondría
fin, al menos formalmente, a la actual situación de abuso y flagrante
violación de algunos derechos humanos elementales de los trabajadores
chinos.
(8)
Ríos, Xulio, La paradiplomacia asimétrica de China en Taiwán,
Agencia de Información Solidaria, 19 de abril de 2006.
(9) Zhang, Lijun, Prévenir le conflit énergétique,
en Beijing Information, 13 de febrero de 2007.
(10)
En Renmin Ribao, 9 de octubre de 2006.
(11)
Despacho de Xinhua, 15 de enero de 2007.
(12)
Ríos, Xulio, La apuesta africana de China, en www.fride.org. También
China y América Latina: ¿una relación problemática?, en
www.fride.org.
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