China

 

China y sus relaciones con EEUU

¿Competencia o interdependencia?

Por Xulio Ríos (*)
IGADI, Anuario RRII/2007

Las relaciones entre EEUU y China constituyen una de las claves esenciales que pueden definir el sistema internacional del siglo XXI. Washington sigue con mucha atención la evolución del poderío chino, asumiendo a regañadientes pero cada día con mayor claridad que China no sólo tiene vocación de ser una potencia comercial de proyección regional y mundial, sino que aspira a traducir en términos globales ese notable incremento de su capacidad económica. Por ello, para EEUU, con una política claramente orientada a impedir el surgimiento de cualquier rival en el mundo que pueda desafiar su supremacía absoluta, China constituye su mayor reto estratégico. En Beijing, por su parte, quizás consciente de su debilidad en muchos frentes, se multiplican los esfuerzos por eludir cualquier enfrentamiento directo, tanto haciendo gala de la modestia para disimular sus inocultables éxitos en numerosos campos como estimulando un diálogo sectorial y estratégico con EEUU (y multilateral con otros actores) que siguiendo la lógica del doble beneficio pueda restar virulencia a las críticas y reticencias estadounidenses y garantizar el clima exterior necesario para proseguir en calma con su ambiciosa transformación.

Cuando Nixon visitó China en febrero de 1972, el comercio bilateral entre ambos países era prácticamente nulo. En 2006, superó los 260 mil millones de dólares y ambos estados son mutuamente su segundo socio comercial, dato que evidencia una interdependencia económica muy acusada. No obstante, aquel entendimiento sorprendente y ya tan lejano que marcó el inicio de una distensión espectacular en las relaciones bilaterales, asentaba sobre la constatación de las profundas divergencias que les separaban. De hecho, el comunicado de Shanghai de 28 de febrero de 1972 explicita pocos puntos en común. Pero la oposición a la URSS hacía el milagro, incluso pasando por alto el delicado asunto de Taiwán, uno de los más espinosos aún hoy día. Desaparecida la URSS, las relaciones China–EEUU siguen a la busca de un eje central basado en fuertes intereses comunes que puedan establecer unos sólidos vínculos y con futuro. Pero no está fácil.

La historia de las relaciones sino–estadounidenses desde 1972 conoce dos períodos esenciales. Durante la guerra fría, la cooperación se imponía de forma incuestionable, aunque estaba muy limitada al ámbito de la seguridad. En los años ochenta del siglo pasado, el inicio de la reforma en China añadió un plus al entendimiento bilateral. No obstante, a partir de 1991 se inicia una nueva etapa mucho más compleja y equilibrada. De acuerdo con el profesor Jin Canrong, sus características principales serían las siguientes: los factores internos pesan mucho más a la hora de elegir entre confrontación y cooperación; el desarrollo de las relaciones políticas y económicas es asimétrica: mientras las primeras avanzan con enormes altibajos, las segundas gozan de cierta estabilidad; la diferencia de poder entre ambos países ha disminuido considerablemente; en los dos países coexisten corrientes de pensamiento que promueven o rechazan la profundización de sus relaciones; la influencia de sus vínculos ha traspasado el marco bilateral y alcanza a todo el área de Asia–Pacífico, al menos(1).

Cualquiera que sea la naturaleza de las relaciones entre ambos países, sin duda afectará a la dinámica del sistema internacional y se verificará conflictivo o no en función de la capacidad mutua para establecer consensos a propósito de sus respectivos intereses estratégicos que, con frecuencia, dificultan el establecimiento de un ángulo constructivo. A favor del entendimiento juega una mundialización económica que hace muy costosa para ambos cualquier política de confrontación abierta, y sugiere una mayor complicidad entre los dos Estados que bien pudiera conducir a no muy largo plazo a una nueva bipolaridad.

Las relaciones entre China y EEUU se hallan en proceso de maduración, considera Zhen Bijian, presidente del Consejo del Foro sobre la Reforma y la Apertura de China(2). En su análisis de la cumbre de abril de 2006 entre George Bush y Hu Jintao, plantea un retrato de la situación en los siguientes términos. Primero, EEUU y China no son iguales, tienen historias y regímenes sociales diferentes, sus escalas de valores también difieren. Segundo, aceptando esas diferencias, que van más allá de la política para situarse en el terreno de la civilización y la cultura, importa identificar los puntos de coincidencia y no ahondar en las divergencias. Tercero, la política de EEUU hacia China es compleja, confusa y contradictoria, temerosa de su emergencia.

La hoja de ruta propuesta por Zhen Bijian para mejorar las relaciones bilaterales, incluye la intensificación de cinco diálogos: estratégico; económico, comercial y energético; los problemas regionales; las esferas no tradicionales de seguridad; y civilizatorio. Zhen admite en su artículo que el concepto de guerra fría connota las relaciones bilaterales en muchos dominios y, para superarlo, es indispensable estimular una comunicación fluida que facilite la apreciación de la complementariedad, mejore la coordinación e instituya la cooperación como mecanismo esencial para resolver los actuales dilemas. Esa comunicación, que no ha llegado a romperse incluso en momentos recientes de considerable tensión, ahora, cuando la agenda bilateral crece en contenido, se está potenciando.

Interdependencia económica

Para analizar la situación y perspectivas de las relaciones bilaterales sino–estadounidenses, debemos centrar nuestra atención en tres aspectos principales: económico–comercial, político y estratégico.

El auge de la economía china, a pesar de sus sombras, parece imparable. Según estimaciones del Diario de la Bolsa de Shanghai, citando fuentes de las aduanas chinas, su comercio exterior alcanzaría en 2006 el valor récord de 1,7 billones de dólares. Cuando China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, la cifra era de 510 mil millones, es decir, 1.248 mil millones menos que a finales de 2006, con un crecimiento del 345%. Esas cifras han permitido que China pasara de la sexta posición mundial en cuanto a intercambio comercial con el exterior, a la tercera, justo detrás de EEUU y Alemania. En 2001, representaba el 3,9% de los intercambios mundiales, y ahora el 7,5%.

Esas cifras han estado sobre la mesa en el primer “Diálogo económico estratégico” sino–americano que tuvo lugar en Beijing entre el 14 y 15 de diciembre de 2006 (un nuevo mecanismo de concertación que se suma a la Comisión China–EEUU de Comercio y a la Comisión Económica Conjunta China–EEUU). Su objetivo, encontrar un punto de acuerdo que permita resolver los grandes problemas que afectan al comercio bilateral (desequilibrio, el valor del yuan, la propiedad intelectual, etc.), y a la inserción de China en la economía mundial, excluyendo el recurso a medidas punitivas para resolver los habituales roces.

China ha triplicado su participación en la producción mundial en los últimos 15 años. El impacto del crecimiento económico y de las exportaciones de China en el mercado internacional y el flujo comercial es ya visible y según una última encuesta de la OCDE, se perfila como el mayor exportador del mundo en 2010. En la actualidad, EEUU sigue siendo el mayor productor industrial, con 23,3 por ciento de la actividad mundial, seguido de Japón con 18,2, Alemania, con 7,4, y China, con 6,9 por ciento.

En paralelo al Diálogo citado, en un discurso pronunciado en la Academia de Ciencias Sociales, George Bush senior reclamaba una actitud “más sensible” de Beijing hacia los intereses de EEUU, afectados por un enorme déficit comercial (202 billones de dólares en 2005, 230 billones en 2006). Las causas de tan desigual balance radican, según Washington, en la debilidad del mercado interno chino y el poco empeño de las autoridades en estimular el consumo, las trabas a la penetración exterior y la sobrevaloración del yuan. Por su parte, China argumenta que el déficit no es tal ya que buena parte de esa cifra equivale a los beneficios de las multinacionales estadounidenses que operan en su territorio y que, además, otra cosa resultaría si EEUU abandonara la trasnochada cerrazón que impide a China, por razones de seguridad, acceder a la adquisición de productos tecnológicos de calidad.

El Diálogo bilateral institucionalizado ha permitido constatar la existencia de poderosos intereses comunes, dijo Henry Paulson, secretario del Tesoro, pero también evidenciar la existencia de estrategias económicas y de desarrollo sustancialmente diferentes(3). Si la delegación estadounidense reclamó mayor flexibilidad en la tasa de cambio del yuan, la moneda china, y una mayor apertura de su economía, especialmente en el sector financiero, revelando su impaciencia respecto al progreso de la reforma, Wu Yi, vice primera ministra, señaló que EEUU “no comprende enteramente a China” cuando algunos sectores postulan la imposición de sanciones como mecanismo para influir o corregir el rumbo de la reforma. Wu Yi, además, envió un claro mensaje al gobierno de EEUU: “la propiedad estatal permanecerá en el núcleo central de nuestro sistema económico” y controlará los definidos como siete sectores estratégicos de la economía nacional (industria de defensa y los sectores eléctrico, petroquímico y carbón, telecomunicaciones y aviación civil y transporte fluvial y marítimo). Entre 30 y 50 grandes corporaciones empresariales públicas integrarán este núcleo especial de la economía china, abierto a la participación privada y con poder de competitividad internacional(4). En suma, la política china no será en ningún caso la de soltar las riendas, liberalizando al máximo su economía, sino la de persistir en la reforma sin renunciar a considerables dosis de administración gubernamental (y partidaria).

En cuanto a la moneda, el yuan ha elevado su valor un 3,73 por ciento desde la puesta en marcha de la reforma monetaria el pasado 21 de julio de 2005, batiendo desde entonces numerosas marcas históricas en un proceso que para Washington resulta demasiado lento. Pero no parece que Beijing esté dispuesto a acelerar el paso a la ligera ni a sacrificar sus intereses en aras de un mayor entendimiento con EEUU.

La cuestión clave es determinar si el desarrollo de China perjudica los intereses económicos fundamentales de EEUU. En la cumbre de abril de 2006, Hu recordaba a Bush que el 70% de las exportaciones chinas a EEUU consiste en productos transformados, lo que viene a suponer que China obtiene en ese proceso un pequeño porcentaje de los costos de transformación. Aplicando la regla de origen de las mercancías, los beneficios se calculan como rentas obtenidas por China en sus exportaciones hacia EEUU pero, en realidad, esa no es la imagen completa y fidedigna del proceso, ya que son las multinacionales estadounidenses quienes obtienen la mayor ventaja. Son los empresarios y los consumidores de los países ricos quienes más se benefician de los bajos costes de la producción final de juguetes, ropa, calzado, productos electrónicos, y otros objetos de uso común que inundan nuestros mercados. Son las empresas extranjeras las que se quedan con la mayor parte de las ganancias generadas por este comercio. China se queda con los beneficios salariales de la globalización, pero no con las ganancias de la globalización, afirma Yasheng Huang, profesor asociado de la Sloan School of Management del Massachussets Institute of Technology. Así lo cree también Dong Tao, economista de UBS en Hong Kong: de una muñeca Barbie que se vende a 20 dólares, China percibe 35 centavos. Hu recordó entonces a Bush que muchas empresas estadounidenses hacen grandes y buenos negocios en China: la cadena de distribución Wal–Mart es el séptimo mercado exportador de China(5).

Por otra parte, la presencia de empresas estadounidenses en China ha crecido de forma significativa en los últimos años. Según Ma Kai, director de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, en 1980 había en China 23 empresas de EEUU, con inversiones que sumaban 120 millones de dólares. En 2005, eran 49 mil las empresas y la inversión ascendía a 51 billones de dólares. En paralelo, es verdad que también crece la inversión exterior de China. En 2006 se consolidó en la posición número 13 del ranking de países inversores (adelantando cuatro posiciones respecto al ejercicio anterior). Su volumen global (16.100 millones de dólares en 2006 con un aumento del 32 por ciento) es pequeño aún en comparación con la actual inversión extranjera directa recibida, que alcanzó en el mismo año el valor de 63.000 millones de dólares. En 1999, el volumen de las operaciones de adquisición de empresas estadounidenses por parte de empresas chinas era de 344 millones de dólares, pasando a 7.000 millones en 2004, que podrían ser 80.000 millones de dólares a finales de 2007, según Merrill Lynch & Co.

Por otra parte, según los datos hechos públicos por el Banco Popular de China el 15 de enero último, el volumen de reservas de divisas ha superado en 2006 el billón de dólares, con un incremento del 30,22%, aumentando a un ritmo de 200.000 millones de dólares anuales y confirmándose como el país con mayor reserva de divisas del mundo(6). Tan gigantesca suma, que excede en un 25% el volumen recomendable por las instancias internacionales, provoca importantes desequilibrios económicos en el país (cesión de oportunidades de inversión, incremento del precio de bienes raíces, etc.), pero casi los dos tercios de dichas reservas chinas están depositados en dólares, la mitad en bonos del Tesoro estadounidense (247 mil millones de dólares) y cualquier insinuación de diversificación de la cartera produce una enorme intranquilidad en Washington. El gobierno chino sopesa cambiar la estrategia tradicional de invertir en renta fija y siguiendo el ejemplo de otros países busca nuevas formas de gestionar sus inversiones.

China es, desde hace tiempo, uno de los principales compradores de bonos del Tesoro, transformándose en uno de los mayores acreedores del gobierno estadounidense. Las compras de China han contribuido a mantener bajas las tasas de interés en EEUU ya que cuanto mayor es la demanda de los bonos de un país, menor es la tasa de interés que ese gobierno tiene que ofrecer. Los expertos insinúan que China podría destinar entre US$200.000 millones y US$300.000 millones de sus reservas a inversiones más agresivas. Aún un leve cambio en esta dirección podría tener un gran impacto en los mercados estadounidenses. Cualquier decisión de China para ampliar y diversificar sus inversiones significaría que compraría menos deuda de EEUU.

Las compras chinas se encuentran a veces con obstáculos, como ocurrió con la oferta de adquisición por parte de la Union Oil Company of California (UNOCAL) por la China National Offshore Oil Corporation (CNOOC), una operación vetada por la Cámara de Representantes de EEUU, por el hipotético peligro que podía suponer para la seguridad nacional que los comunistas chinos se hiciesen con el control de una empresa situada en un sector estratégico. Eso a pesar de que el inspirador de la iniciativa no fue el PCCh sino Goldman Sachs JP Morgan Chase y Rothschild and Sons, quien aporta a CNOOC consejo y apoyo financiero.

En 2006, China sustituyó a EEUU como primer país fuente de las importaciones de la UE. La UE es una importante fuente de inversiones en China y de suministro de tecnologías. La UE es su primer socio comercial. El volumen de intercambios se ha situado en 2006 en 272.300 millones de dólares, con un crecimiento del 25 por ciento respecto al ejercicio anterior.

Así pues, en lo económico, la agenda bilateral es muy amplia y claramente interdependiente. La reciente institucionalización del diálogo estratégico a este nivel ofrece un marco para discutir y resolver los problemas, excluyendo, a priori, la militancia en guerras comerciales que, de uno u otro modo, perjudicarían a ambas partes. No obstante, la fluidez de esta comunicación es inseparable de la evolución del entendimiento bilateral en otros órdenes.

Concepciones y modelos políticos diferentes

En lo político, cabe destacar tres ámbitos con diferencias profundas y marcadas. En lo interno, los derechos humanos. La forma de encarar las crisis internacionales es otro factor de desencuentro. Por último, cabe considerar el problema de Taiwán.

Robert B. Zoellick, subsecretario de Estado, ha reiterado en más de una cocasión el deseo de que las relaciones entre los dos países no solo se establezcan en función de la gestión de sus intereses comunes, sino también sobre la base de compartir una “concepción común de los valores esenciales”, en alusión a los derechos humanos y la democracia política. Pero China insiste en que seguirá su propio camino. Lo reiteró Hu en su viaje de abril a EEUU: no imitarán ningún modelo y apreciarán en todos aquellos instrumentos y principios que se adecuen a la realidad china. Al insistir Bush en que acepte “las reglas de juego”, Hu ha respondido que el diálogo debe ser de igual a igual, aceptando, con normalidad, las diferencias que les separan.

Cuando en noviembre de 2006, EEUU hizo público su informe sobre la libertad religiosa en el mundo, señalando que China es uno de los países que deparan mayor preocupación en este asunto, su Ministerio de Asuntos Exteriores rechazó aparecer en ninguna lista de EEUU considerando que el informe es una ingerencia inadmisible que, bajo pretexto de la religión, interviene en sus asuntos internos(7). Cualquier insinuación en este ámbito, sea cual sea el problema abordado, la respuesta siempre será la misma, con un lenguaje que muchos no dudarían en atribuir a otra época.

En la gestión de crisis internacionales, de Corea del Norte a Irán, China guarda una prudente distancia, conceptual y fáctica, en relación a EEUU: la ingerencia es un atentado contra la soberanía, principio que, en su opinión, sigue siendo la base de las relaciones internacionales. Beijing no secunda a pies juntillas la política de sanciones auspiciada por Washington, optando por anteponer la búsqueda de compromisos. Con su discurso y su práctica (como se ha demostrado en el diálogo hexagonal sobre Corea del Norte), multiplicando sus iniciativas internacionales, aparece cada vez más como un contrapeso con credibilidad frente a la superpotencia estadounidense, más partidaria de recurrir al uso de la fuerza, lo que muchos consideran peligroso, como señaló en Munich el presidente ruso Vladimir Putin. El discurso chino pone el acento en la cooperación, la complementariedad, la búsqueda de las oportunidades, siempre apostando por una evolución lenta y armoniosa que tenga en cuenta las especificidades de quienes no pueden seguir el paso. Es previsible que este perfil se acentúe en el futuro y se afiance a medida que su poder económico vaya en aumento, poniendo en jaque las estrategias de EEUU basadas en el recurso a la fuerza.

Las diferencias a propósito de Taiwán son elocuentes, a pesar de que EEUU parece no secundar la estrategia soberanista del presidente Chen Shui–bian, ya en la recta final de su mandato. Pero en Beijing produce alarma la insistencia de las presiones para que el Parlamento de Taipei de su visto bueno a los proyectos de compra de armas que la oposición mayoritaria rechaza de plano e insistentemente. Pese a los compromisos de apoyo al principio de “una China”, en Beijing existe el convencimiento de que Washington no apoya la unificación ya que, entre otras razones, brindaría a China el control de la ruta marítima del estrecho de Taiwán. Ello explica también el principal giro en la política hacia Taiwán en tiempos de Hu y que consiste en hacer lo posible por ganarse el favor de la sociedad isleña, lo que le permitiría limitar la trascendencia de una negociación harto difícil con EEUU(8).

China intenta construirse una imagen positiva en el mundo que vaya más allá de la capacidad de atracción de su cultura y que ha sido la fuente principal de su poder blando desde siempre, el activo que le ha permitido absorber a ciudadanos extranjeros que le han servido de puente para su proyección exterior. Ahora, con un comercio e inversiones que llegan a todos los rincones y que a veces generan tensiones locales, precisa una diplomacia que integre numerosos factores (incluyendo el cine o el deporte) para beneficiarse del rechazo que el unilateralismo de EEUU provoca en buena parte de la opinión pública mundial. El momento actual le brinda una oportunidad quizás única y que gestiona con habilidad y reflejos.

Desencuentros estratégicos

En lo estratégico, debemos tener en cuenta dos tipos de variables: las sectoriales y las territoriales. Entre las primeras cabe destacar la pugna energética, el reto tecnológico o las ambiciones en materia de defensa.

China es productora de petróleo pero, desde 1994, debe importar a causa de su crecimiento económico y el rápido aumento de su consumo energético. EEUU no ve con buenos ojos la búsqueda sistemática por parte de China de una red de acuerdos internacionales que le garantice la autosuficiencia. Y ese diferendo provoca tensiones. Bush se ha quejado de que China haga acuerdos de suministro de petróleo con países con los que está enemistado (Sudán, Venezuela, Myanmar o el propio Irán). Las necesidades de petróleo de China han aumentado un 41% entre 2001 y 2005. Solo las importaciones procedentes de Irán han aumentado un 389% entre 2000 y 2004.

China no dispone de muchas alternativas e interpreta algunos de los movimientos estratégicos de EEUU (de Oriente Medio a Asia Central) como tomas de posición para condicionar el acceso a las fuentes de energía que precisa para su desarrollo. En consecuencia, siguiendo con su estrategia diplomática de evitar el enfrentamiento directo, en 2006 ha reunido en Beijing a Japón, India, Corea del Sur y EEUU para discutir una estrategia a largo plazo que resuelva las demandas energéticas propias y de toda Asia, la región de mayor consumo mundial de energía (más del 40%). Japón y Corea del Sur importan el 100% del petróleo que consumen y son ya el primer y segundo importador mundiales de gas natural. En tal contexto, las disputas por la seguridad energética son inevitables y peligrosas(9).

En lo tecnológico, China busca la autosuficiencia que preserve su soberanía. En noviembre de 2006, por ejemplo, anunciaba el desarrollo de su propio sistema de navegación por satélite (ya participa en el programa europeo Galileo), denominado Compass, que debe estar operativo a partir de 2008. No habrá potencia china si no logra serlo en el ámbito tecnológico. Sus mayores esfuerzos parecen centrarse en el ámbito espacial. Entre las ambiciones recogidas en el Libro Blanco sobre el tema (2006), se incluye la puesta en órbita, en 2015, de un laboratorio independiente y la exploración de la luna con un robot y quizás con un equipo de astronautas chinos. Proyectos todos que serán desarrollados de manera independiente y con una intención estrictamente pacífica, se dice en el libro. China coopera en este ámbito con Francia, Alemania, Brasil, y la agencia espacial europea. La colaboración con la NASA está empezando a explorarse. EEUU teme la transferencia de tecnología sensible que pueda ser utilizada por el Ejército Popular de Liberación (EPL) que controla los programas espaciales y no oculta su temor a una rivalidad futura en el ámbito espacial.

En lo que atañe a la defensa, el último dato revelador lo ofrece el informe cuatrienal de defensa, elaborado por el Pentágono y dirigido al Congreso, presentado el pasado 6 de febrero de 2006. Dicho documento insiste en la estrategia de seguridad planteada después del 11S, pero introduciendo algunas novedades y reajustes de cara al futuro inmediato. Entre esas novedades, se encuentra la reiteración de menciones a China en varios sentidos. En primer lugar, critica a China por el insuficiente nivel de transparencia en el ámbito de la defensa. En segundo lugar, lo que es más importante, se cita a China, expresamente y por primera vez en un documento de estas características, como un competidor.

El informe del Pentágono alerta sobre las capacidades militares del EPL, pero no solo. En él se señala que China “tiene el mayor potencial para rivalizar militarmente” con EEUU, alterando los equilibrios militares regionales. Inventariando el considerable esfuerzo de modernización de sus fuerzas armadas, llevado a cabo en la última década, el Pentágono señala que China es el rival militar convencional más importante.

En una segunda acepción, identificada esa amenaza potencial, el informe transforma esa advertencia en una exigencia de mayores dotaciones para la defensa y en una priorización de las fuerzas capaces de mantener operaciones a largas distancias y por un tiempo considerable, fortaleciendo la capacidad operativa de las fuerzas presentes en la región del Pacífico, y fomentando la capacidad de ofensiva de largo alcance ante la eventualidad de un cambio de situación en países aliados como Japón, Corea del Sur u otros de la zona.

Así pues, la principal novedad de este informe en relación al previo emitido en 2001, es que EEUU fija cada vez más su atención en los asuntos militares chinos, señala a Beijing como el principal competidor y se pone en guardia frente a él. Así lo entiende Zhu Fen, profesor del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Beijing, quien añade que la modernización militar de China se desarrolla bajo parámetros de normalidad y que la emergencia solo puede definirse como pacífica pues China no amenaza a nadie ni daña el crecimiento sano y estable de las relaciones internacionales. Washington no da crédito a esa insistencia en la modestia china, considera que es una estrategia para captar recursos y acceder a altas tecnologías, y recabar indulgencia y tolerancia de los países occidentales en los temas que provocan una mayor erosión de la confianza bilateral.

Las mejoras en las capacidades de defensa de China son constantes. A mediados de enero, el EPL, mediante la destrucción de un satélite con un misil, evidenció que ya puede localizar y destruir satélites espía de otras naciones. La prueba china, que algunos entienden como una respuesta a la orden firmada por Bush en 2006 (Política Nacional en el Espacio Cósmico) que niega el acceso de otros países al cosmos y se reserva plena libertad de acción en el espacio interestelar, se llevó a cabo poco después de presentar un caza de nueva generación, el Jian–10, de fabricación nacional.

Periódicamente, EEUU acusa a China de utilizar láser de altas energías con base terrestre para cegar satélites espías norteamericanos cuando sobrevuela el espacio chino. En Washington están convencidos de que China desarrolla este tipo de armas anti–satélite, a sabiendas de que el espacio desempeñará un papel cada vez más importante a nivel estratégico–defensivo. Voces autorizadas de EEUU consideran que la búsqueda de esta capacidad por parte de China indica que busca una confrontación asimétrica con EEUU, en lugar de una guerra directa. China rechaza las acusaciones, las considera un pretexto para desarrollar nuevas armas espaciales y enfrentarse a rivales potenciales que puedan destruir la red espacial de EEUU, reiterando que en ningún caso seguirá los pasos de la URSS(10).

Los expertos subrayan que el atraso en las capacidades militares de China con respecto a EEUU y otras potencias occidentales es de unas dos décadas, brecha que Beijing quiere estrechar a través de la adquisición de armamento y la modernización de sus fuerzas armadas. A finales de la década de los 70 tenía cuatro millones de soldados, y a finales de 2005, 2,3 millones. A China no se le objeta la elevación de su gasto militar (14,7% en 2006 más que en 2005), sino la falta de transparencia. EEUU asegura que el presupuesto real es dos o tres veces mayor que la cifra oficial. En 2005, el presupuesto militar chino era apenas el 6% del de EEUU, un 53% del británico, 67% del japonés, y 71% del francés(11).

Desde los años 80, las relaciones bilaterales en el plano de la defensa han conocido, al menos, cinco incidentes graves: la invitación cursada en 1995 al entonces presidente taiwanés, Lee Teng–hui, para visitar EEUU; los tiros de misiles desprovistos de carga contra Taiwán con el propósito de influir en las elecciones presidenciales de 1996; la publicación del “informe Cox” en el que se acusaba a China de espiar secretos nucleares estadounidenses; el bombardeo de la embajada china en Belgrado (1996); y el último episodio, en 2001, el incidente con el avión espía EP–3 de la US Navy que fue obligado a aterrizar sobre la isla de Hainan donde estuvo retenido durante 11 días.

A raíz de este incidente, las relaciones entre los respectivos ejércitos quedaron en suspenso y solo en 2006 se han podido recomponer ligeramente. El vicepresidente de la Comisión Militar Central, Guo Boxiong, visitó EEUU en julio de 2006. Se trata del oficial de mayor rango que visitó EEUU desde 2001. En septiembre, buques chinos y estadounidenses realizaron sus primeros ejercicios de búsqueda y rescate marítimos frente a las costas de California, parte de unos ejercicios conjuntos antiterroristas. Dos buques chinos, el Qingdao y el Hongzehu, llegaron a Pearl Harbour, después de seis años sin que ninguna embarcación naval china tocara un puerto estadounidense. También en dicho mes tuvieron lugar conversaciones a nivel de viceministros de EEUU y China.

Por su parte, en noviembre de 2006, las marinas de EEUU y China realizaron un ejercicio de salvamento al oeste de Hong Kong, con gran profusión mediática para dar cuenta de la mejora de las relaciones entre los dos ejércitos, evidenciando como en los dos últimos años los contactos se han intensificado (visitas cruzadas de responsables militares, visitas de unidades, observación de ejercicios, ejercicios conjuntos, consultas estratégicas). Incluso oficiales chinos asisten a seminarios de formación en EEUU y tienen estancias de estudio, pero los asuntos sensibles quedan al margen de los intercambios (por ejemplo, a nivel de las fuerzas estratégicas nucleares). En conjunto, se trata de mejorar el conocimiento reciproco de forma que se puedan evitar malentendidos que pudieran tener cierta gravedad, especialmente en el estrecho de Taiwán. Esa mejora general no ha podido vencer aún la desconfianza mutua: ni a EEUU le convence el despliegue de misiles balísticos frente a Taiwán ni a China el proyecto de escudo antimisiles que el Pentágono quiere desplegar en la zona, cubriendo a Taiwán en su área de influencia. Por el momento, no existe un canal de comunicación directo entre Washington y Beijing en esta materia.

Las políticas energéticas y la hegemonía son los factores que llevan a EEUU a insistir en la amenaza china, acusación invocada reiteradamente para controlar su evolución y argumentar la adopción de estrategias de prevención. La exageración de su capacidad operativa es también un modo de justificar las ventas de armas a Taiwán, estancadas desde hace años. China asegura, en la última edición de su Libro blanco de la Defensa Nacional, que el poder militar del país va a crecer al mismo paso que la expansión económica para proteger sus intereses en el mundo.

En lo territorial, las reservas inciden en dos planos. En primer lugar, la protección de las rutas de aprovisionamiento para evitar bloqueos en caso de conflicto abierto, que bien pudiera surgir por el problema de Taiwán. El Pentágono habla de un «collar de perlas» que China está construyendo poco a poco en el Océano Índico, del Golfo Pérsico al estrecho de Malaca, por donde transita el 80% del petróleo que China importa. Diversos proyectos están en marcha o en avanzada fase de negociación con Pakistán, Bangla Desh, Myanmar, Camboya e incluso Tailandia.

En segundo lugar, de Asia Central a América Latina o África, la pugna y la falta de entendimiento es notable a medida que avanza la influencia china, poniendo en práctica un modo de actuación que es objeto de críticas reiteradas por parte de Washington, pero que es de agrado entre sus nuevos aliados(12). El diálogo bilateral sobre América Latina, su papel en la resolución de la crisis de Corea del Norte o la hipotética mediación sugerida ante las autoridades sudanesas por el conflicto de Darfur, dan a entender la conformación de facto de una nueva bipolaridad, que confirma el creciente papel de China en la gobernabilidad global.

A ello debemos añadir la eficiencia de una compleja diplomacia que ha sabido superar y recomponer relaciones lastradas por graves contenciosos históricos y que hoy, apoyándose en la irresistible fuerza de su economía y los atractivos de su mercado, concreta nuevos vínculos que suponen, aún cuando se niega formalmente, un claro reto al poder estadounidense en el mundo. Así quedó de manifiesto cuando, por ejemplo, en el pasado febrero, se reunían en Nueva Delhi los ministros de asuntos exteriores de China, India y Rusia, para evidenciar su fuerte compromiso con la diplomacia multilateral, sumando a India (país visitado por Hu Jintao en 2006) a la Organización de Cooperación de Shanghai como país observador.

Conclusiones

En que dirección evolucionarán las relaciones entre China y EEUU? A raíz de la cumbre del 20 de abril de 2006 ha quedado claro que la relación China–USA ha dejado de ser un asunto bilateral, para transformarse en un diálogo de implicaciones regionales y mundiales. Aunque Hu ha insistido en que China no tiene la intención de contestar el liderazgo estadounidense, la realidad acabará imponiendo su lógica. De entrada, China insiste en seguir su propio camino y ese ejercicio es leído en Washington en clave de postular una rivalidad. Por otra parte, cabe pensar que sus divergencias no cristalizarán a medio plazo en una nueva versión de la guerra fría. EEUU y la UE son los dos mayores socios comerciales de China. Eso impone la necesidad de una mutua ponderación de las respectivas actitudes.

EEUU intenta trasladar a la opinión pública mundial una cierta desconfianza sobre las hipotéticas consecuencias beneficiosas de la emergencia china, tanto por su escasa flexibilidad en los diferendos comerciales como por su conocida beligerancia con las libertades o la opacidad de su sistema político, en un momento en que su propia imagen se halla en extremo cuestionada por las acciones llevadas a cabo en todo el mundo en defensa de unos ideales que se contradicen con una realidad ciertamente deplorable. Sin duda, buena parte de esa campaña de imagen negativa de China se debe al temor de EEUU a perder su condición hegemónica.

China, por su parte, se muestra cada vez más segura de sí misma en su actuar internacional. No se trata solo de poder económico. A diferencia de EEUU, cuya política ha perdido credibilidad en razón de un proselitismo militarizado y de acentuado doble rasero, su influencia va creciendo y ello provoca rivalidades estratégicas de profundo calado cuando aumentan por doquier las tensiones originadas por la búsqueda de la seguridad económica.

Muchos en EEUU consideran que China es un tema tan importante como la guerra de Irak. Después de la victoria demócrata en las elecciones de mitad de mandato y ante la perspectiva de una hipotética alternancia en 2008, las relaciones bilaterales aventuran nuevos altibajos. Los demócratas están divididos acerca de cómo enfrentar el desafío chino. Más proteccionistas, en general, en el plano comercial, el actual diálogo estratégico en lo económico será puesto a prueba nuevamente. Ahora mismo, el cambio de color en el Congreso puede afectar a las relaciones con China, aumentando la beligerancia en temas como los derechos humanos, las estrategias en defensa, la protección ambiental, la libertad de información en la red, o el aumento de su influencia en África. Las tensiones bilaterales, hoy apaciguadas en la superficie, podrían volver al primer plano de la actualidad, pero, sin duda, serán pasajeras, en tanto no cambie la radiografía básica de esa interdependencia que impone la economía.


Notas:

(*) Xulio Ríos, director del Igadi y del Observatorio de la Política China (Casa Asia–Igadi).

(1) Jin, Carong, Une relation... Pacifique, en Beijing Information, 16 de febrero de 2007.

(2) En Renmin Ribao, edición de ultramar, 11 de mayo de 2006.

(3) En Renmin Ribao, 26 de septiembre de 2006.

(4) Despacho de Xinhua, 21 de septiembre de 2006.

(5) Ríos, Xulio, EEUU–China: los ecos de la cumbre Bush–Hu, Centro Argentino de Estudios Internacionales, www.caei.com.ar.

(6) Despacho de Xinhua, 15 de enero de 2007.

(7) Despacho de Xinhua, 21 de noviembre de 2006. La preocupación del gobierno estadounidense por estos derechos no se ve correspondida en otros ámbitos igualmente importantes. Es conocida, por ejemplo, la presión ejercida por sus multinacionales para evitar la aprobación de una Ley de contratación laboral en el Parlamento chino que pondría fin, al menos formalmente, a la actual situación de abuso y flagrante violación de algunos derechos humanos elementales de los trabajadores chinos.

(8) Ríos, Xulio, La paradiplomacia asimétrica de China en Taiwán, Agencia de Información Solidaria, 19 de abril de 2006.

(9) Zhang, Lijun, Prévenir le conflit énergétique, en Beijing Information, 13 de febrero de 2007.

(10) En Renmin Ribao, 9 de octubre de 2006.

(11) Despacho de Xinhua, 15 de enero de 2007.

(12) Ríos, Xulio, La apuesta africana de China, en www.fride.org. También China y América Latina: ¿una relación problemática?, en www.fride.org.