La
Junta militar birmana es sólo un peón en la estrategia de EEUU de
cercar a China
Claves
para entender el conflicto en Myanmar
Por
Sujeewa Amaranath
World Socialist Web Site, septiembre de 2007
Rebelión, 28/09/07
Traducido por José Daniel Fierro
La represión de la
Junta Militar birmana desatada contra las manifestaciones pacíficas
de monjes budistas y población civil se cobró nueve vidas ayer, a
sumar a las ocho del miércoles, así como decenas de heridos que
fueron detenidos y trasladados a centros militares de arresto.
Al mismo tiempo, las
fuerzas policiales asaltaron dos monasterios budistas en Rangún (Yangón)
y detuvieron a 300 monjes acusados de liderar las manifestaciones. Los
enfrentamientos comenzaron en el exterior de la Pagoda de Shwedagon
pero la policía no pudo evitar que los 10 mil monjes y jóvenes
estudiantes marcharan hacia la Pagoda de Sule en la capital. Cientos
de soldados abrieron fuego contra los manifestantes y trataron de
disolverlos haciendo uso también de gases lacrimógenos y otro
material antidisturbios.
Las movilizaciones y
enfrentamientos que desde hace días se viven en la capital han puesto
a los militares contra las cuerdas. El martes, la Junta impuso el
toque de queda en Rangún y en Mandalay, la segundo ciudad del país,
y prohibió las asambleas de más de cinco personas. Colocaron tropas
blindadas en puntos clave incluyendo el exterior de importantes
monasterios importantes, desde los que dicen que se organizan las
protestas.
Sobre ese escenario
de malestar social, los preponderancia de los monjes budistas en las
calles se bautizó como «revolución azafrán». Pero lo ocurrido con
otras protestas a las que desde medios occidentales se denominó «revoluciones»
–la «revolución naranja» en Ucrania, sin ir más lejos–
aconseja conducirse con prudencia a la hora de catalogar la rebelión
opositora en Myanmar. Sin duda, la visualización del apoyo de la LND
(Liga Nacional para la Democracia) a la ola de protestas vuelve a
situar en el primer plano la demanda de un cambio político en el país
asiático. Sin embargo, y trascurridos diecisiete años desde la
decisión de la junta militar de no aceptar la victoria electoral
opositora, cabe albergar algunas dudas sobre los pronunciamientos por
la democracia de algunos actores exteriores de esta crisis.
Los
militares birmanos se hunden ante la escalada de protestas
[...] El descontento
y la explosión popular contra el gobierno militar de Myanmar
comenzaron el pasado 15 de agosto ante la decisión de la Junta de
duplicar el precio del diesel y subir un 500% el gas natural. En unos
días, tras el aumento del precio del transporte muchos artículos
esenciales se encarecieron entre un 10 y un 50 por ciento. Huevos,
aceite y aves de corral aumentaron un 35% de media.
Aunque en principio
las marchas, organizadas por los estudiantes e iniciadas el 19 de
agosto, fueron minoritarias, las protestas comenzaron a aumentar
debido a las masivas detenciones y a la violencia policial. El pasado
fin de semana, diez mil personas participaron en las manifestaciones
de Rangún. El lunes, hubo movilizaciones en al menos 25 ciudades del
país, incluyendo Mandalay, Stitwe y Pakokku. En la marcha de la
capital se estima una asistencia de entre 50 y 100 mil personas.
Las manifestaciones
son las más grandes desde que en 1988 un movimiento de protesta juntó
a estudiantes, trabajadores, monjes y pobres, quienes desafiaron a la
dictadura militar, y exigieron derechos democráticos y mejora de la
calidad de vida. El ejército respondió disparando sobre cientos de
manifestantes, encarcelando a los líderes de la oposición y
suprimiendo cualquier forma de resistencia política. Se estima que
unas 3 mil personas fueron asesinadas por los militares y un número
mayor fueron detenidas y torturadas.
El lunes por la noche
el ministro de asuntos religiosos de la Junta, general de brigada
Thura Myint Maung, denunció en la radio estatal a los "elementos
destructivos" que se hallaban tras las protestas y advirtió que
"se llevarían a cabo acciones contra los monjes de acuerdo a la
ley". El martes, la policía arrestó a U Win Naing, líder de la
Liga Nacional para la Democracia (LND) de la Nobel de la Paz Daw Aung
San Suu Kyi, y al popular cómico Zaganar, conocido por sus sátiras
al régimen militar. Zaganar había apelado a la gente para que
unieran las protestas. Ayer esta enérgica medida las intensificó.
Los medios
internacionales han destacado el papel de los monjes budistas en las
actuales protestas. Su relevancia, sin embargo, se debe a la cobardía
y el conservadurismo de Suu Kyi y otros líderes de la LND, quienes
parecen haber sido cogidos desprevenidos por las manifestaciones.
Lejos de intentar desafiar a la Junta, la LND está intentando limitar
las protestas y explotarlas como moneda de cambio para establecer
negociaciones con los generales.
El periódico británico
Times dijo ayer que "los líderes de la oposición en Rangún están
luchando para contener el empuje de las manifestaciones para prevenir
cualquier cosa que pudiera ser usada como pretexto para un duro
castigo por el Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo (CEPD),
como se autodenomina la Junta. Temen una fractura entre los radicales,
que desean hacer caer el régimen, y los moderados, que creen que lo más
importante es evitar una amenaza sobre los birmanos y ayudarlos a
adquirir confianza mediante una demostración rotunda de autoridad
moral."
El líder de la LND
Sann Aung explicó al Times: "no debería haber protestas para
derribar el régimen militar. Ello hará al pueblo mucho más
precavido ante una respuesta militar y reacio a integrar el
movimiento”. El periódico también señaló al carácter limitado
de las demandas hechas por el clero dirigente: una disculpa de los
abusos por el régimen, una reducción en los precios del combustible,
la liberación de los presos políticos y una negociación con la
Junta.
Estas peticiones de
contención están abriendo, sin embargo, la puerta a una mayor
represión militar. Reprimiendo la cólera de la clase trabajadora,
los líderes de la oposición sólo envalentonan a los generales para
desatar una ofensiva contra las protestas. Ésa es la principal lección
política de los acontecimientos de 1988, cuando Suu Kyi y la LND
forzaron un acuerdo con la Junta para la celebración de elecciones y
cerrar con ello el movimiento de la protesta. La Junta aceptó el
trato, estableció las reglas e ignoró los resultados electorales de
1990, en los que la LND había ganado con abrumadora mayoría.
Durante casi dos décadas,
la perspectiva de la LND ha estado limitada al uso de las sanciones
impuestas por las principales potencias para tratar de alcanzar un
compromiso con la Junta. En cuanto a lo referente a la población
birmana, la LND apoya las políticas de libre mercado del FMI y del
Banco Mundial y la apertura de la economía del país a los inversores
extranjeros. En línea con esta agenda, las consecuencias sociales se
han hecho evidentes tras la radical reducción, por parte de la Junta,
de los subsidios sobre los combustibles del mes pasado.
Incluso antes de que
aumentaran los precios, la inflación se hallaba por encima del 30% y
más del 90% de la población vivían por debajo del umbral de la
pobreza, con menos de 1 dólar al día. El ejército, con 450 mil
efectivos, acapara el 40% del presupuesto público anual. Un
economista en paro declaró al Sydney Morning Herald que “Muchas
personas no pueden permitirse enviar a sus hijos a la escuela. Están
por debajo de una comida diaria, eso es malo. Por eso muchos están
malnutridos y caen enfermos. Pero entonces tampoco disponen de dinero
para pagar un médico. Ciertamente que antes teníamos dificultades,
pero las subidas de los precios han sido el remate. El nivel de vida
ha ido cayendo. La clase media se ha empobrecido y los pobres se han
hecho indigentes".
Rivalidades
internacionales
La dura respuesta de
los militares ha generado una corriente de hipocresía entre los líderes
del mundo, encabezados por el presidente Bush y los grandes medios
internacionales. En su discurso ante la Asamblea General de la ONU el
pasado martes, Bush condenó a junta birmana y anunció nuevas
sanciones contra sus líderes. El primer ministro británico, Gordon
Brown, denunció el régimen como "ilegítimo y represivo",
mientras que el presidente francés Nicolas Sarkozy urgió a la UE a
imponer penas más duras contra la junta. El Consejo de Seguridad de
la ONU convocó una reunión de emergencia el miércoles, para
considerar la situación.
Nada de ésto puede
ayudar a los birmanos y sus libertades. En otras zonas del sureste asiático
la administración Bush mantiene estrechas relaciones con el dictador
paquistaní, general Pervez Musharraf, al tiempo que prolonga un
silencio diplomático en los medios sobre la política estatal y
policial de India en Cachemira, las medidas represivas del régimen
militar–títere de Bangladesh y los métodos autocráticos del
gobierno de Sri Lanka como premio a la cruel guerra civil.
La objeción de
Washington a la junta birmana no se debe a sus métodos represivos,
sino a su acercamiento a China. Birmania se encuentra en un punto
estratégico entre China y la India, cercana al sudeste asiático y próxima
a importantes enclaves marítimos como los estrechos de Malaca. El país
también tiene recursos naturales destacables, incluyendo unas
reservas estimadas de 3 billones metros cúbicos de gas natural y 3
mil millones barriles de petróleo.
Para Pekín, Birmania
es un socio estratégico y económico importante. China le proporciona
armas y ayuda diplomática a los militares y está inmersa en el
desarrollo de infraestructuras en el país. A cambio, Pekín persigue
los derechos sobre el petróleo y el gas del país así como el acceso
estratégico a los puertos birmanos y a sus bases militares. Durante
los primeros siete meses de este año, China y Birmania mantuvieron un
volumen de intercambios de 1.100 millones de dólares, un 39.4% más
que durante el mismo período en el pasado año.
Al mismo tiempo, está
creciendo el rivalidad entre China e India movida por el ámbito de
influencia en Birmania. Las visitas de alto nivel de los funcionarios
indios aumentaron, el comercio en ambos sentidos se incrementa y la
India a concedido préstamos y ayuda a la Junta para tratar de ganarse
su favor. En 2004, el líder de la Junta Than Shwe fue recibido con
una alfombra roja al realizar la primera visita en 24 años de un jefe
de estado birmano a la India. Este año la compañía petrolera india
ONGC hizo una oferta para comprar gas birmano, pero la perdió el mes
pasado a manos de Petro–China. Tailandia también está invirtiendo
6 mil millones de dólares en un enorme proyecto hidroeléctrico.
La avalancha de artículos,
particularmente en los EEUU, que insinúan que China es la responsable
de la Junta birmana y demandan una respuesta de Pekín, no encuentra
reflejo en comentarios similares sobre India, un aliado cada vez más
cercano de los EEUU, o sobre Tailandia, otra dictadura militar que
goza del respaldo tácito de Washington. Las llamadas a la
“democracia” en Birmania de la Administración Bush son un
pretexto para presionar e instalar un régimen proestadounidense.
La administración
norteamericana no está más preocupada con los derechos democráticos
y las necesidades de la población en Birmania, de lo que lo está en
Iraq. Tan lejana es su preocupación, que la expulsión de la Junta
birmana es sólo un elemento más en la estrategia, más amplia, que
trata de cercar a China. País que está emergiendo como competidor
estratégico y económico de los EEUU, y ganando la partida a las
corporaciones norteamericanas en el acceso a los recursos naturales y
a la barata mano de obra de Birmania.
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