Se
acentúa la crisis en Myanmar
Por
Txente Rekondo
Entorno, Año 5 Nº 80, 04/10/07
Un
breve repaso a la situación
Las imágenes y las
noticias sobre Myanmar, o mejor dicho sobre las protestas que se están
sucediendo en aquel país, han sacado de su aislamiento informativo a
aquel estado asiático. Este creciente interés que demuestran algunos
gobiernos occidentales y los medios de comunicación no puede pasar
inadvertido para todo aquel que ha seguido la compleja situación
birmana en los últimos años. Nuestra visita al país hace ya algunos
años nos permitió descubrir parte de esa realidad, ocultada u
olvidada por occidente durante tanto tiempo. La sinceridad y cercanía
de la gente, las dificultades económicas que atravesaba gran parte de
la población, las medidas represivas de la Junta militar, la
importancia del budismo y de la comunidad de monjes budistas (Sangha),
la permanente presencia de las fuerzas armadas (Tatmadaw), el mercado
negro de combustible, las pagodas… eran y son parte de este paisaje
birmano que algunos parecen haber descubierto ahora.
Pero, ¿por qué
ahora? Llama poderosamente la atención ese repentino interés por el
pueblo birmano, abandonado como otros muchos pueblos, a la agenda que
marca en cada momento los intereses geoestratégicos, militares o económicos
de Occidente y sobre todo de los de Estados Unidos. Y es en este
contexto donde cabría ubicar la reciente intervención de Bush señalando
al régimen birmano, en un claro intento por desviar la atención
sobre sus fracasos más recientes en Iraq o Afganistán, e incluso
ante el pulso que está manteniendo con Irán.
Al hilo de esta
actitud occidental, es interesante resaltar dos anécdotas en torno a
Myanmar, que reflejarían ese desconocimiento hacia el país y sobre
todo las “lágrimas de cocodrilo” que dejan caer la mayoría de
informaciones y reacciones en torno a esos acontecimientos. En primer
lugar estaría la misma definición de la situación, bautizándola
como “la revolución del azafrán”, en un claro intento de ligarla
a los cambios de régimen promovidos por Washington con las llamadas
“revoluciones de colores”. La referencia a ese color estaría
ligada a la tonalidad de las ropas de los monjes budistas, quienes se
han puesto al frente de las actuales protestas. Sin embargo, como ha
señalado algún analista mejor conocedor de aquellas realidades, el
color “azafrán” lo visten los monjes budistas de los países
vecinos, mientras que los monjes y monjas en Myanmar destacan por el
color “carmesí” de sus vestimentas.
Otro punto de
enfrentamiento “anecdótico” lo encontramos en torno a la definición
del país. Mientras que para la mayoría de estados y Naciones Unidas
el término Myanmar es aceptado, tanto EE.UU como Gran Bretaña continúan
usando el de Birmania (negando a la Junta Militar la potestad
“democrática” para el cambio de nombre). Pero más allá de ese
uso partidista y político, lo cierto es que Birmania (Burma en inglés)
es una “corrupción local de la palabra Myanmar”, y ambas son
usadas por la población birmana, dándole a la primera un carácter
informal, mientras que la segunda sería la forma literaria y formal.
Pero, más allá de
esas anécdotas en torno al conflicto birmano y sus interpretaciones y
repercusiones exteriores, estos días las calles de aquel país están
asistiendo a las movilizaciones más importantes contra el gobierno
birmano desde las protestas de agosto de 1988 (8888, en referencia al
ocho de aquel mes). Myanmar es un país de más de cincuenta millones
de habitantes, que en su mayoría son budistas, cerca del 90% de la
población. Además, el país cuenta con 135 etnias reconocidas
oficialmente, distribuidas entre ocho grupos principales. De ahí que
se entienda la importancia del clero budista y de los movimientos
independentistas de algunas minorías nacionales en la composición
del mosaico birmano. Otras dos piezas claves son los militares, que
gobiernan el país desde hace décadas y que reciben la mayor parte
del presupuesto público, y la oposición a los mismos, que intenta,
sin éxito, capitalizar las manifestaciones de estos días, presididas
en su mayor parte por monjes budistas. Para completar el
"puzzle", nos encontramos finalmente la presencia de actores
extranjeros que no dudan en utilizar las demandas populares en aras de
sus propias estrategias e intereses.
Las
presiones del FMI y del Banco Mundial
Las raíces de estas
nuevas protestas son marcadamente económicas, las medidas
gubernamentales han supuesto un duro revés para muchas familias
birmanas que ya de por sí mantienen una dura pugna para llevar el día
a día. Si la desastrosa gestión económica de los dirigentes
birmanos es evidente, no hay que olvidar que en parte estas medidas
actuales son fruto de las presiones del FMI y del Banco Mundial, que
no dudan en aplicar sus políticas neoliberales aun a costa de
aumentar las penurias económicas de las poblaciones locales.
El
papel central del budismo en la vida birmana
Pero, también es
cierto al mismo tiempo que las protestas han ido derivando hacia una
situación donde el carácter político de las mismas es ya innegable.
En algunos medios nos presentan estos enfrentamientos como un pulso
entre los monjes y los militares, dos “ejércitos” de cerca de
medio millón de personas con sus aliados, una lucha entre Tatmadaw y
Sangha. El papel de parte de la comunidad religiosa budista, situándose
al frente de las protestas, supone un nuevo factor a la hora de
analizar los acontecimientos. El papel central del budismo en la vida
birmana es clave a la hora de entender todo ello y de ahí que algunos
hayan querido ver en ese posicionamiento una especie de “carta
blanca” para promover el cambio de régimen en el país, dotándolo
de una justificación religiosa.
No obstante, hay
algunos puntos oscuros todavía en todo ello. Así, algunos analistas
sosteniendo sin dudas la importancia del Sangha en Myanmar, señalan
que la participación de los monjes no estaría siendo del conjunto de
ellos, y si de un aparte importante de esa comunidad. Además, el
protagonismo histórico de los monjes en diferentes fases de la
historia del país, es utilizado para resaltar la importancia de esta
nueva participación monacal en las manifestaciones. En el pasado los
monjes budistas se han situado al frente de las revueltas
independentistas y contra la ocupación británica, y mientras que
unos lo hacían con pleno convencimiento político, otros tan sólo
buscaban mantener su status quo dentro de la sociedad birmana y no
perder el protagonismo y el control en determinadas materias.
Los
acontecimientos de agosto de 1988 y los sucesos actuales
Las características
de las manifestaciones actuales no pueden compararse de momento con
los acontecimientos de agosto de 1988, aunque algunos factores
permiten entrelazar ambas situaciones. Es evidente que la participación
de algunos antiguos dirigentes estudiantiles de aquellos años en la
actualidad también tiene su peso en la estrategia que se quiere
definir. Además, aunque las protestas, en número y extensión, son
ahora menores, el factor mediático (Internet sobre todo) puede
sobredimensionar las mismas, a la espera de que éstas se extiendan
por todo el país y aumente el número de manifestantes.
Por otro lado, en
esta ocasión el régimen birmano se ha anticipado a los manifestantes
y ha desplegado paulatinamente sus fuerza militares y a los grupos
“de vigilantes” (conocidos como USDA) para reprimir las protestas
y que éstas alcancen las dimensiones del 8888. Sin duda alguna, la
mayor diferencia, y que puede jugar relativamente a favor de los
manifestantes, es el papel de los monjes apoyando a los mismos, en una
intensidad que no se dio en el pasado.
Los
protagonistas
Si los verdaderos
protagonistas son los manifestantes que se lanzan a las calles para
reclamar un cambio profundo en su país, otros actores son los que
estarían moviendo los hilos de esta nueva coyuntura birmana.
La oposición
“oficial” y preferida por Occidente es la que se articula en torno
a la figura de Aung San Suu Kyi y su partido, la Liga Nacional por la
Democracia (NLD), a quien habría cogido por sorpresa el cariz que
estarían adquiriendo las protestas. Con un pasado ligado siempre a la
elite política del país, fue en 1988 cuando adquirió el papel de
protagonista tras su vuelta aquel año al país. A partir de entonces
ha estado sometida a detención y encarcelamiento en diferentes
ocasiones, y los gobiernos occidentales apuestan por ella como
recambio de la Junta Militar.
La propia Suu Kyi
aceptaría con gusto ese papel protagonista y antepondría el mismo a
una verdadera unión de las fuerzas opositoras, lo que significa de
facto una clara debilidad de la misma ante la Junta Militar. Algunos
analistas señalan en ese sentido que dentro de la propia NLD estarían
enfrentándose dos tendencias, la “radical” partidaria de una
ruptura y que compartirían la posición de otros sectores más
progresistas (estudiantes, comunistas y otras organizaciones) y la
“conservadora”, alineada con Suu Kyi y que ya estaría maniobrando
por un cambio pactado con los militares, con el beneplácito de sus
apoyos occidentales, y al que el clero dirigente budista también
apoyaría. En este sentido cabría también interpretar las demandas
“limitadas” que desde el clero budista se habrían realizado a la
Junta militar.
El otrora poderoso
Partido Comunista de Birmania (CPB), ilegal y clandestino en la
actualidad, todavía está recuperándose de las disidencias internas
y de la enorme represión a la que ha sido sometido tras apostar por
la lucha armada contra el régimen militar birmano. No obstante, todavía
tiene un papel que desempeñar en estos acontecimientos, y junto a
otras organizaciones progresistas y estudiantiles ha venido tomando
parte en las protestas y en la demanda de un cambio profundo de la
situación. Los llamamientos en el pasado de estos grupos para
trabajar unida toda la oposición y formar un gobierno interino y
nuevas elecciones multipartidistas han sido rechazados por Suu Kyi.
Por su parte la Junta
Militar parece que de momento controla la situación, según Renaud
Egreteau del Ceri, “el mayor peligro puede venir de una escisión
interna o de divergencias dentro del propio ejército”. De ahí que
desde Occidente se haya puesto en marcha una maquinaria para extender
rumores y noticias acerca de la supuesta mala salud y enfermedades de
algunos dirigentes (incluso se habla de la muerte de alguno de ellos).
También se quieren sobredimensionar algunas supuestas rivalidades o
luchas con raíz en los diferentes clanes, que buscarían mostrar una
imagen de enfrentamiento entre los dos hombres fuertes de la Junta
Militar, el general Than Shwe y su número dos, Mahung Aye.
Los militares
birmanos llevan tiempo controlando la situación interna del país, y
no sería descabellado pensar en que puedan buscar una salida
negociada a medio o largo plazo para mantener buena parte de sus
privilegios y no ser condenados o perseguidos por sus excesos
represivos durante estas décadas. De momento la Junta militar ha
calibrado su respuesta represiva para que ésta no alcance los niveles
de 1988 y sobre todo para que las protestas no lleguen a aquellas
dimensiones. Por ello, parece que el régimen todavía se mantiene
fuerte .
La
importancia geoestratégica de Myanmar y la comunidad internacional
Si anteriormente
hemos mencionado a otros dos actores internos, los militares y el
clero budista, el ultimo papel de este guión birmano lo interpreta la
llamada “comunidad internacional”, aunque no se presenta con una
única voz.
La importancia
geoestratégica de Myanmar, sus importantes recursos energéticos por
explotar e importar, unido a las rivalidades entre algunos de esos
actores internacionales, hace que el tablero birmano sea el lugar idóneo
para que esa “comunidad internacional” enfrente sus diferencias e
intereses por encima de las demandas del pueblo birmano.
Es en este contexto
donde llama la atención que el presidente de EE UU haya dado tanta
importancia ahora a al situación en Myanmar. Bajo el paraguas del
discurso de “fomentar la democracia”, Washington ha puesto en
marcha una campaña diplomática y mediática para propiciar un cambio
de régimen en ese país asiático. La propuesta de endurecer las
sanciones contra el gobierno de la Junta Militar debe interpretarse más
en clave de consumo interno (de cara a las próximas elecciones
presidenciales Bush necesita presentar algún “éxito”, sobre todo
tras los sonoros fracasos en Iraq o en Afganistán, e incluso el que
puede darse ante Irán).
También China e
India llevan hasta Myanmar su pulso por dominar y capitalizar la
influencia en el continente. Llama la atención en este sentido las
presiones que se quieren depositar sobre el gobierno de Beijing para
que presione y potencie un cambio en Myanmar, mientras que se olvida
intencionadamente el papel indio, a quien no se le solicita las mismas
actuaciones. En esta situación, Washington y sus aliados quieren
utilizar la proximidad de los juegos olímpicos del 2008 en China para
presionar a este país, y tal vez dé el resultado que desean, pero no
hay que olvidar que China, ahora como en el pasado, ha sabido moverse
por la escena internacional ajena a las presiones y chantajes de ese
“club en defensa de la democracia de corte occidental”.
Finalmente nos
encontramos con Europa, que fiel a su triste realidad, no es capaz de
dar una imagen unitaria, y sobre todo a tenor de los importantes
intereses de las grandes empresas europeas en el país, los gobiernos
de Europa no quieren que sus posturas signifiquen pérdidas para las
mismas. En esta ocasión, la llamada Unión Europea actuará como
siempre, defendiendo los intereses económicos y geoestratégicos por
encima de las demandas de cambio de la población birmana y sobre todo
pasando por alto su propio discurso oficial de “defensa de los
valores democráticos”.
La Junta militar sabe
desde hace algún tiempo que debe buscar salida a la situación, de ahí
que haya diseñado una estrategia para encaminarse hacia una especie
de transición, de ahí las reformas económicas y políticas
iniciadas y planeadas en los últimos años. Ese proceso tiene muy
buenos ejemplos en lugares no tan lejanos, y los militares birmanos
mirando esos otros espejos estarían buscando un acercamiento con los
sectores “moderados” de la dividida oposición y con el apoyo de
las clases empresariales y la elite política actual, diseñar esos
pasos hacia “una democracia con label occidental” que deje inmune
a los protagonistas del pasado y que en realidad sería “cambiar
para que nada cambie”.
Por su parte la
llamada comunidad occidental si de verdad quiere que sus propuestas
“democratizadoras” sean tomadas en serio deberían actuar de la
misma manera ante los regímenes corruptos de otras zonas del mundo, o
ante sus aliados en las petromonarquías del Golfo, donde los derechos
humanos y las libertades brillan por su ausencia.
Un cambio pactado o
una reforma formal, puede ser la solución que se esté cocinando para
que se de un cambio en los actuales papeles en Myanmar, con un ejército
que “domine la situación tras el telón” pero alejado de la
fotografía política oficial, con una nueva elite política dispuesta
a no hacer cambios y rupturas que no gusten a Occidente y con un clero
budista que puede seguir manteniendo su status quo sin ver limitadas
sus actuaciones ni su poder. Si así fuera, los deseos de cambio y de
transformación de los manifestantes birmanos y de buena parte de la
población de Myanmar serían olvidados y descartados, vendiendo un
producto que no es el que ellos están demandando.
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