XVII
Congreso del Partido Comunista
Las
seis preocupaciones de Hu Jintao
Por
Xulio Ríos
Revista Gloobal, 10/10/07
Cuando poco falta ya
para que se cumplan las tres primeras décadas del inicio de la política
de reforma y apertura promovidas por Deng Xiaoping, la más estable en
la historia contemporánea china, el Partido Comunista (PCCh) se
dispone a afrontar un nuevo Congreso con una agenda repleta de no
pocas tensiones.
La transformación
sugerida por el abandono del maoísmo económico ha sido espectacular
en muchos aspectos. En 2006, por ejemplo, el PIB de China sobrepasó
los 21 billones de yuanes, suma que duplica la de 2002. Desde el año
2003 ha venido creciendo a un ritmo superior al diez por ciento, más
del doble del promedio mundial. No obstante esos indicadores, y muchos
más de sobra conocidos, todos ellos ciertamente espectaculares, los
desajustes generados por tan vertiginoso ascenso han derivado en una
seria crisis de crecimiento que los dirigentes actuales pretenden
resolver impulsando un nuevo modelo de desarrollo. ¿Será
suficiente?.
En la agenda actual
de la reforma seis son las preocupaciones principales. En primer
lugar, garantizar la estabilidad económica general, hoy en peligro
por el aumento de la inflación, situada al nivel más alto desde
1997, y algunas sombras adicionales como el fuerte tirón
inmobiliario, o la excesiva masa de capitales en circulación, entre
otros. En segundo lugar, a dicho problema, coyuntural pero no por ello
menor, se suman las dificultades para corregir las desigualdades
sociales, especialmente entre el campo y la ciudad. En 2006, esa
diferencia ha seguido aumentando, pese a las millonarias inversiones
anunciadas en marzo del pasado año. En tercer lugar, los
desequilibrios territoriales entre el conjunto de las regiones del
oeste del país y la zona costera, que se reducen muy lentamente. En
cuarto lugar, las tensiones ambientales, claramente obviadas en los últimos
años y que han deparado efectos desastrosos y hábitos de consumo difícilmente
sostenibles. En quinto lugar, la innovación tecnológica, esencial
tanto para reducir la dependencia exterior como para dejar de ser
considerado el taller del planeta. En último lugar, la estabilidad
internacional y regional cuando la influencia de China y su
dependencia exterior van en aumento.
A diferencia de sus
antecesores, el actual líder chino, Hu Jintao, ha situado estos
problemas en el primer plano de la agenda política y ello le ha
granjeado cierta simpatía popular, reforzada por su firme cruzada
contra la corrupción. La suma de estas crisis, unida a la pérdida de
credibilidad del Partido para afrontarlas, podría tener efectos
desestabilizadores muy serios en la China actual. La “armonía”
que propone Hu se fundamenta en la necesidad de reequilibrar el actual
proceso con un impulso social que distribuya beneficios con el
conjunto de la sociedad china, a cambio de que esta brinde una nueva
oportunidad al PCCh para seguir gestionando en exclusiva el proyecto
de modernización del país.
Pero en lo político,
las tensiones no son menores, especialmente en lo territorial, y no
tanto en función del auge de las reivindicaciones nacionalistas (en
Tibet o en Xingjiang, particularmente) como por el reforzado poder de
algunas provincias y regiones que en los últimos años han logrado
erosionar una autoridad central que hoy carece del carisma y el poder
de antaño. China puede mantener a raya o en un nivel relativamente
manejable las reivindicaciones en materia de derechos humanos que
formulan algunos sectores internos, pero no le resulta tan fácil
cortar las alas a las nuevas estructuras territoriales de poder donde
la alianza entre jerarcas locales y nuevos poderes económicos
emergentes desafían su poder y directrices. Esa batalla, que se viene
librando desde hace un par de años con inusitada meticulosidad y
perseverancia, se salda, por el momento, con victorias parciales del
poder central, simbolizadas con la reciente destitución del
secretario del Partido en Shanghai, Chen Liangyu.
La capacidad del PCCh
para afrontar al mismo tiempo tantos problemas deriva de la cohesión
de su liderazgo, que hoy no parece en entredicho aunque puedan existir
matices en los discursos, y la adhesión inquebrantable de su
militancia, integrada por más de 70 millones de personas que se
ocupan de ejercer todos los espacios de poder imaginables. No
obstante, los cambios sociales originados por la reforma o la cada vez
mayor presencia de empresarios privados en sus filas (cerca de un millón)
han generado una gran confusión y desconcierto que se pretende
corregir invocando modelos morales de comportamiento que encarnen las
grandes virtudes confucianas y promoviendo nuevas campañas de
reeducación ideológica.
El rumbo definitivo
de la reforma china se decidirá en los próximos cinco o diez años.
Más allá de recuperar la grandeza perdida, no existe unanimidad
acerca de cual debe ser el futuro. Nadie se cuestiona la actual política,
pero si existen diferentes perspectivas acerca de cual debe ser el
modelo final resultante. Mientras algunos sitúan el horizonte en una
aproximación no solo económica sino también política a los
sistemas de pluralismo occidental (imitando la transición taiwanesa,
por ejemplo), Hu parece apostar por el continuismo, afirmando una vía
propia que garantice la preeminencia del Partido Comunista como
actualización histórica de aquel viejo mandarinato que tiempo atrás
fue capaz de situar a China en el centro del mundo.
Ello concede al XVII
Congreso del PCCh una importancia singular, ya que nos indicará cual
es el nivel de control que Hu Jintao ejerce sobre las principales
estructuras del país, y especialmente si se verá obligado o no a
cohabitar de nuevo con su principal rival, el vicepresidente del
Estado Zen Qinghong, y también quien será el probable elegido para
sustituirle en 2012 y asumir el liderazgo chino hasta 2022. Serán años
decisivos y sus días están por escribir.
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