Sus
padres hablan de “moderación” en el Congreso del PCCh
Los
hijos del “capitalismo rojo”
Por
David Jiménez, desde Pekín
El Mundo, 17/10/07
China
ha recuperado la conciencia de clases, si alguna vez llegó a
perderla. Los nuevos aristócratas son hijos de los antiguos jefes del
Partido Comunista.
Chóferes
al volante de limusinas con los cristales tintados hacen cola para
dejar en la entrada del club Zhongguohui a los nuevos ricos de esta
China que todavía mantiene colgado el cartel de comunista. El
decorado ha sido diseñado para imitar la decadencia de la dinastía
del emperador Qing, pero en sus salones se fuma habanos en lugar de
opio y se bebe champán en vez de licor de arroz. “Sólo
miembros”, advierte el cartel sobre la fachada de este oasis de la
elite de Pekín.
China
ha recuperado la conciencia de clases, si alguna vez llegó a
perderla. La nueva aristocracia la comandan los hijos de los
revolucionarios y jefes del Partido Comunista que tomaron el poder en
1949, prometiendo crear la sociedad más igualitaria del mundo y que
en estos días deciden el futuro de la nación en el XVII Congreso
Nacional del PCCh (Partido Comunista de China).
El
sueño equitativo de Mao viaja ahora en Mercedes que cruzan las
avenidas de las grandes ciudades y se aparcan en las mansiones de
barrios construidos a imitación de los suburbios californianos.
El
propio Gobierno admite que la mayoría de los 3.000 empresarios más
ricos del país son descendientes de cargos importantes del régimen
que se han hecho con la dirección de las grandes empresas nacionales.
Los
hijos de los jefes
Ahí
está la hija del mismísimo presidente Hu Jintao, casada con el ex
vicepresidente de la empresa de internet Sina y magnate de las nuevas
tecnologías; el yerno del primer ministro Wen Jiabao, dueño del
principal equipo de fútbol; o el grupo de acaudalados familiares del
histórico líder Deng Xiaoping, al frente del poderoso conglomerado
empresarial Poly Group.
Mientras,
el presidente Hu Jintao inauguró el lunes el XVII Congreso Nacional
haciendo una llamada a “la sociedad”, un concepto con el que ha
pedido a los nuevos ricos chinos que moderen sus excesos y tengan en
cuenta a los millones de campesinos que no se han podido subir al tren
del progreso después de tres décadas de capitalismo.
Una
doctrina oficial que choca con una nueva generación de millonarios
–el mayor número de ricos menores de 40 años del mundo, según la
revista Forbes–, que ha convertido a China en 'El Dorado' de las
grandes marcas de lujo internacionales.
Conexiones
políticas para ampliar los imperios
Mientras
los líderes hablan en la cumbre de Pekín de moderación y prometen
luchar contra la corrupción, sus hijos aprovechan sus conexiones políticas
para ampliar sus imperios financieros.
Los
excesos de los hijos del 'capitalismo rojo' creado por Deng Xiaoping
se han convertido en un problema de imagen para el Partido Comunista
en un momento en el que las desigualdades sociales y la corrupción
amenazan su legitimidad ante el pueblo.
Además,
sin instituciones, prensa o sistema judicial independientes, la
corrupción dentro del Partido queda a menudo en manos del desenlace
de luchas políticas internas.
Miles
de chinos de todo el país viajan a Pekín en busca de la justicia que
les niegan las autoridades locales
La
policía acosa a los peticionarios y los devuelve a su pueblo
Por
Adrián Foncillas
Corresponsal en China
El Periódico, 19/10/07
Pekín.–
Cuatro días en tren tardó Chang Shi Li en llegar a Pekín desde la
sureña provincia de Guizou, con unos cientos de yuanes en el bolsillo
y el aliento de la desesperación. Como Tang, miles de chinos de las
30 provincias se hacinan en Fengtai, un barrio destartalado junto a la
estación del Sur, donde intentarán resolver problemas ignorados en
sus lugares de origen. Fengtai es el barrio de los peticionarios, no
muy lejos de los marmóreos pasillos del Gran Palacio del Pueblo donde
estos días se proclama la sociedad armónica. Para evitar las
concentraciones, la demolición del barrio empezó hace semanas.
La
vida en Pekín de los peticionarios empeora en los cónclaves políticos.
Llegan en masa, pensando que la concentración de políticos dispara
las posibilidades de contacto, mientras estos juzgan que esas hordas
de campesinos misérrimos y cargados de injusticias manchan la imagen
del país. Ese conflicto de intereses se resuelve con hostigamiento
policial. Muchos son golpeados o ingresados en centros de rehabilitación.
Lo más habitual es que sean devueltos a sus pueblos. Las calles
adyacentes a Fengtai están tomadas por cientos de policías de
provincias con listas de peticionarios en mano. Los pocos resistentes
están recluidos en una pequeña área cerrada donde han sido
detenidos varios periodistas occidentales estos días.
El
peregrinaje a Pekín es una costumbre milenaria que permitía exponer
a la corte imperial los desmanes lejanos. Poco ha cambiado en la China
del 2007: el Partido Comunista ha heredado el papel plenipotenciario
de los emperadores y los gobiernos locales son tan corruptos como los
mandarines.
Burocracia
inútil y corrupta
Los
que llegan han visto cerradas las puertas de la justicia en sus
provincias por el gangsterismo transversal de los gobiernos locales,
que cubre a jueces y policías. Aquí intentan hablar con algún político
y deambulan por las oficinas de quejas, templos de burocracia inútil,
mientras esquivan los palos policiales.
Los
peticionarios radiografían la China de hoy. La mayoría ha perdido
sus tierras con indemnizaciones insuficientes o nulas. Siempre se cita
la corrupción. Tang, por ejemplo, reclama la pensión de su madre.
Cobra 70 euros, cuando le corresponden 200 y un seguro médico por
haber sido militar. “La diferencia se la queda el alcalde. Mi madre
morirá pronto y enterrarán el problema”, cuenta Chang.
Es
la segunda vez que viene. La primera se fue de vacío pasado un mes,
cuando se le acabó el dinero. En la oficina de quejas no le
recibieron por no haber agotado la vía judicial. “¿Cómo voy a
hacerlo, si el juez de mi ciudad no me la admite?”. Ahora planea
enviar cartas a Hu Jintao, presidente, y a Wen Jiabao, primer
ministro. La oficina de correos de su distrito destruye las dirigidas
a políticos, dice. Es habitual que la policía controle las
estaciones de buses y trenes para impedir que los peticionarios viajen
a Pekín. Dos compañeros de Chang fueron interceptados en el andén.
Confianza
ciega
El
éxito es difícil. Más de un centenar de paisanos le precedieron sin
resultado. Como antiguamente, los chinos culpan de sus desgracias a
los entes locales y confían con tozudez en la bondad de Pekín, da
igual cuantas veces sean ignorados. “Al Gobierno le preocupan
nuestros problemas, pero son demasiados para arreglarlos todos. Poco a
poco”, explica. Si fracasa otra vez, promete que pondrá una bomba
en el Gobierno local.
|