Rebelión en Myanmar
Una
lucha que viene de lejos
Por
Claudio Testa
Socialismo
o Barbarie, 19/10/07
Myanmar,
ex colonia inglesa más conocida en Occidente con el nombre de Burma
(en inglés) o Birmania (en castellano) ha sido el escenario de
una gigantesca rebelión popular.
Las
dictaduras militares gobiernan Myanmar desde hace 45 años.
Inicialmente, habían prometido que seguirían “el camino birmano al
socialismo”. Pero el detonante del reciente estallido social y político
no tiene absolutamente nada que ver con el socialismo (que por
supuesto jamás existió allí, ni siquiera como intención), sino con
una crisis absolutamente capitalista. En el fondo, es parecida
a las que detonó otras rebeliones en el “tercer mundo”...
incluyendo nuestro Argentinazo. Y hasta algunos de sus actores
son los mismos; en primer lugar, nuestro viejo conocido el FMI.
En
efecto, hace poco tiempo, el Fondo Monetario y el Banco Mundial, que
“monitorean” la economía birmana, exigieron a los militares que
establecieran “precios de mercado” para la energía. Esto llevó a
aumentos de hasta el 500% en los combustibles, lo que disparó a
las nubes la inflación.
Considerando
que Myanmar es uno de los países más pobres de Asia, donde la mayoría
de la población gasta más del 70% de sus ingresos en alimentos, el
“sinceramiento” de precios impuesto por el FMI significaba
simplemente dejar de comer para millones de birmanos.
Esta
catástrofe económico-social se combinó con las demandas democráticas
que desde hace décadas sostienen los trabajadores, los estudiantes y
la mayoría del pueblo, contra las sucesivas dictaduras militares.
La
“Rebelión de los 8888”
Hace
casi 20 años, se produjo allí la “Rebelión de los 8888”,
llamada así porque estalló el 8 de agosto de 1988. Fue precedida por
movilizaciones estudiantiles con reclamos económicos y de libertades
democráticas. Pero lo decisivo fue que ese día los obreros
portuarios de la capital, Rangún, se declararon en huelga. Casi
instantáneamente, el paro de los trabajadores del puerto se propagó
a toda la ciudad y se transformó en huelga general. Al mismo
tiempo, comenzaron manifestaciones de masas contra la dictadura.
Los
militares desataron una represión feroz, con tres mil muertos
e incontables heridos y detenidos. Sin embargo, el salvajismo militar no
lograba calmar la situación. La dictadura estaba al borde de
derrumbarse...
Pero
la dictadura se salvó, gracias a que primó la política
conciliadora de las direcciones burguesas del movimiento democrático,
apalancadas por la diplomacia imperialista y las angelicales
mediaciones de la ONU.
El
general Ne Win, el antiguo dictador, presentó su renuncia. Al mismo
tiempo, la Junta Militar prometió elecciones libres. Y la dirigente
burguesa del movimiento democrático –
Aung San Suu Kyi,
Premio Nóbel de la Paz de 1991 e hija de un general–
llamó a terminar con las movilizaciones y confiar en las promesas de
los militares. La rebelión democrática detonada por los obreros del
puerto y por la huelga general de los trabajadores de Ragún fue así
desviada (y sepultada) en el electoralismo.
En
1990 se realizaron las elecciones. El partido de Aung San Suu Kyi, la
Liga Nacional por la Democracia, logró una victoria
aplastante: 392 diputados sobre un total de 485. Pero como la
movilización obrera y popular había sido liquidada por los mismos
dirigentes “democráticos” afines a Washington y Londres, la
Junta Militar puedo resolver el problema anulando simplemente las
elecciones. Así, la dictadura militar se “reinstaló” después
de ese breve período de crisis.
El juego del
imperialismo
Por
supuesto, poco o nada de esto es informado en la televisión y la
prensa de estas latitudes, que recitan como loros el libreto que le
escriben en EEUU. Sobre todo el papel del FMI en todo este asunto es
mantenido en absoluta reserva. ¡De eso no se habla!
La
actual rebelión es presentada como un movimiento exótico de monjes
budistas con túnicas color azafrán, y donde los buenos muchachos de
la ONU, el Departamento de Estado y el Foreing Office se ofrecen para
solucionar –¡otra vez!– el problema, actuando como
“mediadores”.
La
dictadura militar birmana no tiene “buena prensa” en Occidente.
Eso se debe a sus lejanos orígenes de roces con el imperialismo, pero
sobre todo a sus actuales relaciones de estrecha
subordinación a China.
El
régimen de Rangún es un satélite económico y militar de Pekín,
que lo financia y lo arma, y donde además tiene estacionadas tropas.
China posee allí inversiones fundamentales en energía, y su
presencia militar significa también que controla las rutas marítimas
vitales entre el Océano Índico y el Pacífico. En cambio, EEUU
ha visto frustradas sus aspiraciones de establecer allí bases
militares so pretexto de la “lucha contra el terrorismo”.
Es
sabido que para EEUU y sus socios menores de la Unión Europea, todas
las dictaduras no son iguales. Regímenes monstruosos como los de
Egipto, Jordania, Arabia saudita, Pakistán y la infinidad de
dictadores africanos cuentan con la bendición de Washington y el perdón
por sus pecados. Esa gente nunca suele aparecer en la CNN como
masacradores.
De
la misma manera, hace pocos años, Putin llevó adelante un genocidio
en Chechenia... y en Occidente nadie se dio por enterado. Pero bastó
que el Kremlin volviese a competir con EEUU como potencia euroasiática
y, además, forjara una alianza con Irán, para que Condolezza Rice
descubriese horrorizada que en Rusia “no hay democracia...”
Estos
ejemplos ilustran el doble juego hipócrita que EEUU también hace en
Myanmar. Desde ya, ni Washington ni Londres han producido en la ex
Birmania una “revolución”, ni de “azafrán” ni de ningún
otro color. Pero, desatada la rebelión desde abajo, han
corrido para tratar de aprovecharla.
El
imperialismo puede así jugar a dos puntas. Por un lado, envía
delegaciones diplomáticas propias y de sus lacayos de la ONU para
presionar (y tratar de poner en caja) a los militares vasallos de Pekín.
Por el otro, apuesta también a la carta de la “oposición democrática”.
Para eso EEUU cuenta con estrechos lazos con sus dirigentes
tradicionales, en primer lugar con la nefasta Aung
San Suu Kyi.
El
futuro de la rebelión de Myanmar podría sin embargo dar sorpresas.
La “Rebelión del 8888” fue detonada por un sector obrero que
inició una huelga general, y no por monjes ni por “demócratas” a
sueldo del Departamento de Estado. El gran interrogante es si los
trabajadores birmanos van a reaparecer en escena actuando en forma independiente.
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