¿Por
qué Birmania no es Iraq?
Por
Ramzy Baroud
Al Ahram, 11/10/07
Rebelión, 18/10/07
Traducido por Sinfo Fernández
La invasión de Iraq
de 2003 nos ha permitido aprehender dos discernimientos importantes.
Primero, que las potencias imperiales actúan sólo para preservar sus
intereses, y segundo, que la intervención humanitaria –i.e. el
imperialismo humanitario- es vendida y propagada generalmente por los
medios de comunicación y los círculos oficiales a fin de encubrir
los auténticos y egoístas propósitos de agresión. Así es, muchos
estadounidenses siguen aún con la impresión de que Iraq albergaba a
Al Qaida, que había desarrollado armas de destrucción masiva y que
amenazaba la seguridad de EEUU. Pero, ¿quién puede culparles?
Comparen la exhaustiva campaña de mentiras y verdades a medias
anterior a la invasión –cortesía de la administración Bush y de
sus serviles aliados en los medios- con los escasos seguimientos para
constatar si ese aventurerismo ha conseguido actualmente alguno de sus
objetivos declarados.
Todas las
posibilidades de la maquinaria de la propaganda estadounidense se
pusieron en movimiento incesante con tal de presentar y justificar un
motivo para la guerra; además de los pretextos obvios, se hizo
repetidamente hincapié en los horrores del Iraq bajo Saddam. También
se exhibieron las elites exiliadas de Iraq, para “probar” que la
guerra emprendida por EEUU sintonizaba con las desesperadas súplicas
de las “masas” iraquíes. Olvídense ya de las masas impunemente
masacradas después. Comparen de nuevo la atención prestada a las víctimas
de Saddam con la ulterior atención dada a las víctimas de la guerra
estadounidense (estimadas en una cifra que supera el millón), que no
han sido siquiera reconocidas como víctimas sino presentadas, en
cambio, como agradecidos beneficiarios. Unos cuantos meses después de
la invasión, cuando entrevisté a un importante neocon
estadounidense, declaró que el experimento de la democracia iraquí
era tan exitoso que había “iraníes que están llamando enfadados a
mi oficina para decirme: ‘¿Cómo habéis liberado a los iraquíes y
aún no nos habéis liberado a nosotros?’”
Así pues, ¿por qué
EEUU y el Reino Unido no están respondiendo ante la situación en
Birmania con la misma determinación que exhibieron en Iraq y ahora en
Irán? ¿Por qué los expertos de los medios no se apresuraron a
justificar una guerra contra el régimen brutal del General Than Shwe,
que ha negado a su pueblo no sólo las libertades políticas sino
también los requisitos fundamentales para poder disfrutar de una vida
digna? La junta de generales, para seguir manteniendo su extravagante
estilo de vida en medio de una pobreza vergonzosa, aumentó los
precios del fuel un 500% en el mes de agosto. Esto llegó incluso a
provocar que los monjes birmanos –símbolos legendarios de paz y
resistencia- se manifestaran en masse, pidiendo mayor compasión
hacia los pobres. Las protestas, que empezaron el 19 de agosto en una
población rural, culminaron en mítines masivos de cientos de miles y
duraron semanas.
De forma correcta,
los medios trazaron paralelismos entre esa reciente Revolución Azafrán
y el levantamiento de 1988, cuando los estudiantes de Rangún
desencadenaron manifestaciones por toda la nación que fueron
brutalmente reprimidas por el ejército y que se cobraron alrededor de
3.000 vidas. El General Than Shwe se puso a la cabeza de la junta en
1992 y continuó gobernando con puño de hierro. Sin embargo, su
subversión de la democracia no fue motivo suficiente para impedir que
las grandes multinacionales se afanaran por conseguir contratos
lucrativos en el país, rico en petróleo. El General no paró de
acumular riquezas y sus funcionarios continuaron recorriendo el globo
con muy pocas objeciones, mientras el pueblo birmano seguía con sus
sufrimientos. Esto ha llevado, finalmente, a la reciente revuelta, que
una vez más fue aplastada sin remordimientos. En esta ocasión, sigue
sin conocerse la cifra de muertos; las estimaciones fluctúan entre
200 y 2.000. Miles de personas han sido también arrestadas y, al
parecer, muchos monjes han sido torturados y sus monasterios
saqueados. Desde el punto de vista de los medios, ninguna revolución
podía ser tan sentimental o atractiva. Pero, desde luego, se
necesitarían más que decenas de miles de monjes encabezando a
cientos de miles de pobres del país en mítines masivos para hacer
que Birmania siguiera siendo importante durante más tiempo para los
medios.
Los dirigentes
occidentales, conscientes de las críticas que les esperaban, han
expresado ciertos apoyos de boquilla, pero poco más. El Primer
Ministro británico Gordon Brown rechazó el uso de la violencia
contra los manifestantes y pidió sanciones europeas. El Presidente
Bush declaró que los estadounidenses “se sentían solidarios con
esos valientes individuos”. Por otra parte, Israel negó sus lazos
militares con la junta, a pesar de las muchas evidencias en sentido
contrario. Justificó su falta de voluntad para influir en la situación
con la excusa de la nostalgia: Birmania fue el primer país del
sudeste asiático en reconocer a Israel. La ONU mandó a su enviado a
Birmania para reunirse con el General Than Shwe, y a Ibrahim Gambari
se le tuvo días esperando antes de permitirle expresar la preocupación
que sentía la comunidad internacional. Y ahí se acaba todo.
Birmania es tan
importante para China como Oriente Medio para EEUU. A China le
preocupa más la estabilidad política de sus vecinos que los derechos
humanos y la democracia; a EEUU le preocupa ese incordio en la medida
en que se vea afectada su capacidad para servir a sus propios
intereses económicos y militaristas. China es la cuarta mayor economía
del mundo, y pronto será la tercera; tiene 1.4 trillones de dólares
en sus reservas, la mayoría en bonos del tesoro estadounidense. Su
dominio sobre el sistema financiero global es innegable y en
circunstancia alguna le va a permitir a EEUU tener un papel importante
en un país con el que comparte una frontera de 2.000 kilómetros. Los
EEUU, por otra parte, hablan de boquilla de su apoyo a la democracia
en Birmania y de su continuado “apoyo” a la líder de la oposición
Aung San Suu Kyi y esperan que su Liga Nacional para la Democracia
asegure su presencia en Birmania para un papel futuro, en caso de que
se agriara la relación entre Occidente y China.
El imperialismo
humanitario ha demostrado ser más destructivo que las injusticias que
supuestamente erradica. Pero no cabe esperar nada de él en el caso de
Birmania, porque la intervención no sirve a los intereses de las
partes influyentes: ni a los de Occidente, ni a los de China, ni a los
de Rusia. Podemos ver unos cuantos encuentros sentimentales entre Aung
San Suu Kye y representantes de los generales y quizá, a instancias
de China y Occidente, unos cuantos, pocos, gestos de buena voluntad de
los últimos. Pero no implicarán reformas radicales ni democracia
significativa ni derechos humanos. Sólo el pueblo birmano podrá
lograrlo todo eso: sus monjes, sus activistas de la sociedad civil y
la gente normal.
Si Iraq ha dado una
lección a tener en cuenta es que los birmanos están mucho mejor sin
los ataques de los bombarderos estadounidenses o el napalm británico
en nombre de la intervención. Las verdaderas reformas y la democracia
sólo pueden llegar desde dentro, desde los puños cerrados de la
determinación de los desposeídos. En efecto, Birmania no es Iraq,
demos gracias a Dios por ello.
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