Myanmar

 

China en Birmania

Por Rafael Poch
Corresponsal en Pekín
Las Vanguardia, 01/10/07

Pekín tiene grandes intereses en un país que considera muy frágil y sin alternativas. Esta año, la comunidad china de Rangún pudo celebrar, por primera vez, el año nuevo chino en las calles del chinatown de la ciudad. La fiesta, con profusión de petardos y dragones, reunió a miles de vecinos, representantes de la antigua comunidad china de Birmania, rica, comerciante, leal al gobierno, y en general bien arraigada en las tradiciones budistas del país. Que la junta hiciera una excepción a la norma de no consentir aglomeraciones en la calle, fue interpretado por los observadores, como una señal de la creciente influencia china en Birmania.

Efectivamente, China es el país más influyente en ese país. Pekín es el principal socio comercial de los generales, su primer suministrador de armas y tecnología. El comercio bilateral ascendió el año pasado a 1.022 millones de euros, 175 millones más que el año anterior. China exporta cinco veces más a Birmania que lo que ésta le suministra, y, oficialmente, ha invertido 136 millones de euros en el país (en realidad mucho más), por lo que desde este punto de vista tiene la sartén por el mango.

Los intereses chinos son, en primer lugar los derivados de la vecindad. China, cuya principal prioridad es su propio desarrollo, necesita de un entorno estable. Sus dos grandes provincias del sur, Yunnan y Sichuan no pueden competir con las ricas de la costa este china, por lo que su mercado natural está en los países limítrofes del sur, entre ellos Birmania, que la comunica con el Océano Indico.

En los últimos diez años, el norte de Birmania se ha convertido en una zona de gran presencia china. Ciudades como Bhamo, al noreste de Mandalay, que hace diez años no eran nada, hoy son emporios chinos. Los chinos de los distritos limítrofes no necesitan visado para cruzar la frontera, y, como suele ocurrir en Asia, la economía está en sus manos. En Mandalay, la segunda ciudad del país, los chinos dominan el distrito de negocios, desde los hoteles al comercio. La cerveza y el tabaco chino son allá más baratos que sus correspondientes locales. Además, hay una emigración rural de chinos pobres procedentes de la provincia de Yunnan, que ha añadido al norte de Birmania varios centenares de miles de habitantes en los últimos años. Algunos bromean llamando al norte de Birmania "bajo Yunnan".

Como en Indonesia y en Filipinas, la posición de los chinos ( prósperos, diferentes y emprendedores) ha creado tensiones. En Rangún hay memoria de revueltas populares contra los chinos (en 1967), lo que arroja cierta sensación de fragilidad. Al mismo tiempo, el birmano es uno de los regímenes más impermeables a toda influencia extranjera, en parte gracias a la nefasta herencia que el colonialismo británico dejó allá.

Evocando todo eso, un ex embajador chino ha dicho, "en Birmania estamos caminando sobre cáscaras de huevos".

China tiene importantes intereses energéticos en Birmania, que es el mayor país del sudeste asiático y uno de los pocos no superpoblados. Tiene unas reservas de gas natural conocidas de 19 billones de metros cúbicos, el 0,3% del total mundial, pero queda mucho por explorar y se estima que el país podría contener hasta el 10% de las reservas mundiales, además de pesquerías intactas, el 70% de la producción mundial de teca, y una gran riqueza en rubís y zafiros.

Otro gran aspecto es el de Birmania como pasillo. Hay un gran proyecto de trazar un oleoducto / gaseoducto de 2300 kilómetros, desde la costa de Arakan hasta la provincia china de Yunnan, lo que le evitará a China que el crudo de África y Oriente Medio transitara por el estrecho de Malaca.

En lo militar, China dispone desde 1994 de una base de reconocimiento e inteligencia electrónica en la Gran isla de Coco situada en el Golfo de Bengala. El lugar es una atalaya electrónica para observar los polígonos de lanzamiento de misiles indios de las islas Andaman y Nicobar, asi como los movimientos navales en el Indico.

Como en Corea del Norte, Pekín no ve ninguna alternativa al régimen establecido, y a diferencia de Occidente y sus multinacionales, que podrían ganar algo, no obtendría ninguna ventaja de un cambio de régimen y sí muchos riesgos.

Birmania es un país que cuenta con un ejército de 400.000 efectivos y un enorme potencial de conflictos étnicos. Es el país más multinacional de Asia Sudoriental. En caso de descomposición del poder central, o de un autogolpe fallido de la junta, el potencial de violencias mayores, es considerable. La integridad territorial del país podría saltar por los aires y abrir la Caja de Pándora.

Pekín no está interesado en contribuir a una realidad tipo Yugoslavia desmembrada, en su patio delantero.

A principios de año, China y Rusia vetaron una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU crítica con la junta, y la situación se ha repetido la semana pasada. La opinión pública occidental ha deducido de la tradicional pasividad china, una complicidad en los abusos de la junta. Se olvida que la propia China contiene ese tipo de abusos entre sus múltiples realidades internas, y también que China se juega mucho con una desestabilización del régimen militar, al que, hoy por hoy, no ve mas alternativa que su propia evolución.

Ningún discurso de derechos humanos, ni la muerte de varias decenas de civiles le convencerá de lo contrario. El optimista discurso occidental en materia de cambio de régimen y sus expectativas no siempre se cumplen en el mundo en desarrrollo. En Irak, parecía que no había nada peor ni más desastroso que Sadam Hussein.

La idea de que los problemas de Birmania se reducen a su odiosa junta, es simplista, considera el brillante historiador birmano Thant Myint–U, nieto del ex Secretario General de la ONU U–Thant.

"Para muchos el problema de Birmania es la actual junta militar y su fracaso por avanzar hacia una reforma democrática. Se cree que todo iría bien sólo con que los militares se hicieran a un lado, para lo que hay que presionar –se dice– con sanciones y boicots. Todo eso se basa en una visión ahistórica de la situación actual, de la pobreza del país, de la guerra y de la dictadura", dice.

Varios expertos occidentales en Birmania coinciden con ese diagnóstico pesimista sobre la situación interna en Birmania y son taxativos: las posibilidades de que éste régimen caiga con el actual movimiento popular, son nulas. Noticias divulgadas por el exilio sobre supuestas disensiones en el seno de la junta, al igual que el celebre "cáncer de páncreas" del jefe de la junta, General Than Shwe, que la oposición cita desde diciembre, parecen ser una mera expresión de deseos para contrarrestar la triste y cruda realidad.

La verdadera discusión no es sobre las posibilidades de cambio del actual movimiento, sino hasta qué punto es ilusorio poner alguna esperanza en una deseable nueva generación de oficiales con mentalidad más abierta, y sobre la eficacia de 30 años de sanciones occidentales, que no han servido para nada, porque ninguno de los vecinos de Birmania las apoya, ni siquiera India, Tailandia y el Japón que acaba de perder un ciudadano de la forma más vil en las calles de Rangún.

"Presionar a Rangún conducirá a la inestabilidad y al enfrentamiento de diferentes facciones, en consecuencia es mejor que Birmania evolucione lentamente al ritmo de su propia evolución política", dice el profesor Li Chenyang de la Universidad de Yunnan.

Lo que China ha hecho de momento, es reaccionar al desprestigio que le supone el mero hecho de ser el principal socio y vecino de un régimen tan impresentable. Así es como hay que leer la declaración que el sábado hizo el primer ministro Wen Jiabao, en una conversación telefónica con su homólogo británico, que, significativamente, la agencia oficial "Xinhua" divulgó.

"China desea que todas las partes hagan prueba de moderación, adopten métodos pacíficos, que la estabilidad se restablezca lo antes posible, que progrese la reconciliación nacional y que se realicen la democracia y el desarrollo", ha dicho Wen.

El Consejero de Estado Tang Jiaxuan ha ido aun más lejos; "Birmania debería resolver adecuadamente los problemas y promover activamente la reconciliación nacional". Son bonitas palabras, pero ¿cómo realizarlas?.

El ejército tiene como principal programa práctico su supervivencia. Y cruza, con extraordinaria facilidad y ligereza, el umbral de la violencia y de la sangre, para preservarla. Como hace veinte años, la junta está convencida de que ceder ante el pueblo y abrirse a los cambios, sería mucho peor que las consecuencias de aplastarlo (Véase "El drama anterior" en LVD). El programa de la oposición es echar a los militares, lo que en Birmania, hoy por hoy, equivale a disolver el estado, porque el ejército es el estado. Entre ambos no hay terreno: o la estancada tiranía, o el vacío.

"¿Quién tiene hoy un plan para Birmania?", se pregunta el periodista William Barnes, un veterano observador del país. Para ser gobernado de una forma normal y moderna, Birmania necesitaría un proyecto, ambiciones, personalidades y programas, de los que no hay ni rastro, ni en el régimen ni en la oposición. La situación actual es una tragedia para ambos. Ese epitafio se colocó sobre las masacres de hace veinte años, sin que haya cambiado desde entonces. Eso significa que el estancamiento ha convertido en doble la misma enfermedad. ¿Cuándo podrá Birmania, con esa sociedad tradicional tan amable y entrañable, liberarse de esta maldición?.


El oleoducto de Chevron mantiene vivo al
régimen de Birmania

Por Amy Goodman (*)
Democracy Now!
Enviado por Correspondencia de Prensa, 11/10/07

La imagen era sorprendente: decenas de miles de monjes budistas vestidos con sus mantos de color azafrán marchando por las calles de Rangún [también conocida como Yangón], protestando contra la dictadura militar de Birmania. Los monjes marcharon frente a la casa de la ganadora del Premio Nobel Aung San Suu Kyi, a la que se pudo ver llorando y rezando en silencio mientras éstos pasaban. No había sido vista en años. Líder birmana democráticamente electa, Suu Kyi ha permanecido bajo arresto domiciliario desde 2003. Se la considera la Nelson Mandela de Birmania, la nación del Sudeste asiático rebautizada como Myanmar por el régimen militar.

Tras casi dos semanas de protestas, los monjes han desaparecido. Los monasterios han sido vaciados. Un informe afirma que miles de monjes han sido encarcelados en el Norte del país.

Nadie cree que este sea el fin de las protestas, a las que se ha dado el nombre de "La Revolución Azafrán". Tampoco creen en el recuento oficial de 10 muertos. El goteo de videos, fotos y relatos orales de la violencia que se filtraron a través de las líneas de telefonía móvil e internet han sido ampliamente acalladas por la censura impuesta por el gobierno. Aún así, horribles imágenes de monjes y otros activistas asesinados y relatos de ejecuciones han conseguido llegar al público mundial. En el momento de escribir esta columna, varios relatos sin confirmar de prisioneros quemados vivos han sido publicados en sitios web de solidaridad con Birmania.

El gobierno de Bush está apareciendo en los titulares con sus duros mensajes dirigidos al régimen birmano. El presidente Bush declaró en su discurso ante la Asamblea General de la ONU que las sanciones aumentarán. La Primera Dama Laura Bush es quien ha hecho las declaraciones posiblemente más fuertes. Mientras contaba que tiene un primo que es activista en Birmania, Laura Bush declaró: "Los actos deplorables de violencia perpetrada contra monjes budistas y manifestantes birmanos pacíficos deshonran al régimen militar".

La Secretaria de Estado Condoleezza Rice dijo en la reunión de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático: “Estados Unidos está decidido a dirigir la atención internacional hacia la farsa que está sucediendo". Dirigir la atención internacional es esencial, pero eso no debería distraer nuestra atención de uno de los más poderosos partidarios de la junta militar, un partidario que se halla mucho más cerca de casa. Rice lo conoce bien: Chevron.

Las reservas de gas natural de Birmania, que son controladas por el régimen birmano en sociedad con la multinacional petrolera estadounidense Chevron, la compañía francesa Total y una empresa petrolera tailandesa, son las que han mantenido viva a la junta militar. Las plataformas de gas natural de alta mar envían el gas extraído a Tailandia a través del oleoducto birmano de Yadana. El oleoducto fue construido con mano de obra esclava, obligada a la servidumbre por el régimen militar birmano.

El socio original del oleoducto, Unocal, fue demandado por EarthRights International por usar mano de obra esclava. Tan pronto como la demanda fue solucionada fuera de los tribunales, Chevron compró Unocal.

El papel de Chevron a la hora de apoyar al brutal régimen de Birmania es evidente. Según Marco Simons, director legal estadounidense de EarthRights International: "Las sanciones no han funcionado porque el gas es lo que mantiene vivo al régimen. Antes de que Yadana fuera puesto en funcionamiento, el régimen birmano tenía que hacer frente a serias limitaciones monetarias. Son en realidad Yadana y los proyectos gasíferos los que han mantenido al régimen militar a flote y le han permitido comprar armas y municiones y pagar a sus soldados".

El gobierno de EE.UU. aplica sanciones contra Birmania desde 1997. Existe sin embargo un hueco legal, puesto que hay empresas que han podido esquivar las sanciones. La exención de Unocal de las sanciones que pesan sobre Birmania ha sido heredada por su nuevo dueño, Chevron.

Rice integró la junta directiva de Chevron durante una década. Incluso un petrolero de Chevron fue bautizado, en honor a ella, con su nombre. Mientras Rice integraba el directorio, Chevron fue demandado por su implicación en el asesinato de manifestantes no violentos en la región del Delta del Níger en Nigeria. Al igual que los birmanos, los nigerianos han sufrido represión política y contaminación en los lugares en los que se extrae petróleo y gas, y de igual forma viven en la extrema pobreza. Las protestas en Birmania fueron desatadas, en realidad, por un aumento de los precios del combustible impuesto por el gobierno.

Grupos de derechos humanos de todo el mundo han convocado a un día de acción global en solidaridad con el pueblo de Birmania el sábado 6 de octubre. Siguiendo a los valientes activistas y ciudadanos periodistas que envían noticias y fotos desde Birmania, los organizadores de las manifestaciones del 6 de octubre están usando internet para organizar lo que posiblemente será la mayor manifestación de la historia en apoyo a Birmania. Entre las exigencias se incluyen llamados a que las empresas dejen de realizar negocios con el brutal régimen militar birmano.


(*) Amy Goodman es la presentadora de Democracy Now!, noticiero internacional (en inglés y español) diario emitido por más de 500 estaciones de radio y televisión en Estados Unidos y el mundo.