Una recorrida por los
dos mundos que conviven en la ciudad
Los profundos
contrastes de La Paz
Por Pilar Conci
Enviada especial de La Nación, Buenos Aires, 12/03/05
La Paz.- Yola está
sentada desde hace horas en el umbral de la carnicería en la que
trabaja. Hay poco movimiento y mata el tiempo charlando con una chola,
otra vecina de Las Lomas, el humilde barrio en el que vive, ubicado en
las laderas de los cerros que rodean a La Paz.
"Aquí no hay
plata; la gente no compra mucho", cuenta. Yola tiene 35 años,
está casada y tiene dos hijos adolescentes. Los cuatro viven en una
casa de adobe de dos habitaciones. No tienen agua corriente y toman
agua de pozo, al igual que el resto de los vecinos de las empinadas
calles de tierra que se internan en las alturas de los cerros.
Yola trabaja de lunes a
domingo. "El descanso no alcanza, pero al menos me alcanza para
el pancito", confiesa. Y dice que en su barrio la mayoría vive
de hacer changas como albañiles, plomeros o electricistas.
Como Las Lomas, los
barrios de las laderas de los cerros son los más pobres de la
capital, junto con El Alto, la localidad vecina que está prácticamente
anexada a La Paz. Es un marcado contraste con los barrios del Sur,
donde los paceños más ricos viven en enormes casas de zonas
residenciales y arboladas. Un claro síntoma de la desigualdad en la
distribución de los ingresos que padece Bolivia -donde el 70 por
ciento de la población vive debajo de la línea de pobreza- y que la
convierte en una de las naciones de mayor inequidad económica en la
región, junto con Brasil.
Postales del cerro
En los cerros de La
Paz, las casas de material, de chapa o de adobe se amontonan unas
sobre otras.
En Pasankeri, se ve muy
poca gente en las calles. Sólo hay algunos chicos que juegan en las
desoladas calles de tierra. Eddy, un estudiante de 15 años, explica
que los habitantes del lugar dejan sus casas a las 6 de la mañana y
regresan a las 10 de la noche. La mayoría son comerciantes -dice- que
tienen puestos ambulantes o son albañiles.
En El Alto, las cholas
caminan lentamente entre las casas bajas, con sus ahuayos (mantas en
las que llevan sus compras) sobre la espalda. Allí también salen muy
temprano a trabajar. Muchos tienen puestos ambulantes en La Ceja, la
zona céntrica de El Alto. Otros viajan hacia el interior a vender su
mercadería, y regresan a la medianoche.
El panorama cambia por
completo al otro extremo de la ciudad. A medida que se comienza a
descender por la ondulante avenida Cantutani, que conduce al Sur,
aparecen las camionetas 4x4 y los autos europeos de lujo. Las laderas
de los cerros ya no están abarrotadas de precarias casas, sino casi
desnudas.
En los barrios del Sur
abundan los árboles y las flores, que evidencian un cuidado trabajo
de jardinería. Las estrechas y zigzagueantes calles de los cerros
dejan su lugar aquí a amplios bulevares y prolijas calles. Detrás de
largos paredones o de altas rejas, asoman señoriales casas de dos o
tres pisos, rodeadas de grandes jardines. En las esquinas, la mirada
atenta de los guardias de seguridad privados asegura la tranquilidad
del lugar.
En la zona comercial de
Calocoto, no hay puestos ambulantes como en El Alto, sino negocios de
ropa de marca y elegantes restaurantes con carteles en inglés.
"Por aquí la mayoría son profesionales", explica Teresa,
una maestra de 64 años que vive en Irpavi y que reconoce los
contrastes que hay en La Paz. "Yo no tengo nada contra los
campesinos, pero ellos sienten cierto racismo hacia nosotros",
opina.
La gente del Sur está
acostumbrada a realizar todas sus actividades por la zona. Sólo van
al centro los que trabajan allí. "Aquí tenemos todos los
servicios, bancos, restaurantes, tiendas, y sólo salimos de la zona
excepcionalmente", explica Graciela, un ama de casa de 53 años,
dando a entender que en La Paz conviven dos mundos distintos.
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