Bolivia,
Estados Unidos y América Latina
Lecciones
y desafíos internacionalistas
Editorial
de Socialismo o Barbarie, periódico, Argentina, 19/06/05
La
"salida" política a la espectacular crisis boliviana,
aunque muy precaria, ha abierto un
compás de espera temporario. Los sectores sociales que protagonizan
el proceso revolucionario en el vecino país se toman un respiro para
reagrupar sus fuerzas. Pero asoma un serio problema. Por un lado, la
increíble combatividad de las masas bolivianas no logra tener una
expresión política que las oriente hacia una estrategia de
profundización del proceso con un criterio clasista y socialista. Por
el otro, la actuación de EEUU y los gobiernos de la región,
especialmente los de "centroizquierda", dan una verdadera
lección de cómo se hace internacionalismo... contrarrevolucionario.
Incendio
en Bolivia: Lula y Kirchner acercan la manguera...
El
papel de Lula y Kirchner durante la gestión de Carlos Mesa fue público
y notorio, de modo que no requiere demasiadas aclaraciones:
sencillamente, fueron el principal sostén internacional político de
un gobierno de emergencia que pretendió asumir visos de
"institucionalidad". Desde el día que Mesa asumió hasta su
renuncia definitiva, pasando por los amagos anteriores de renuncia, el
tramposo referéndum por el gas y la última crisis, Kirchner y Lula
defendieron a capa y espada no sólo al presidente sino a los
intereses de las empresas multinacionales que hoy saquean a Bolivia.
No hubo mejor abogado de Repsol que Kirchner.
Este
papel era doblemente importante en la medida en que EEUU no tenía
forma de incidir de manera directa para proteger sus propias compañías
petroleras y evitar que el incendio se propagara por el continente.
Para los yanquis el camino diplomático estaba casi cerrado, de modo
que las gestiones de sus amigos en la región les ahorró más de un
dolor de cabeza. Ni siquiera podía actuar vía la Organización de
Estados Americanos (OEA), tradicional instrumento yanqui para el
disciplinamiento y control de América Latina. Primero, porque EEUU no
logró imponer su candidato oficioso; segundo, porque la secretaría
general de la OEA recayó sobre el chileno Insulza, y nadie en Bolivia
iba a aceptar una mediación chilena debido a viejos rencores entre
ambos países. Para colmo, la voz del embajador yanqui en Bolivia es
muy respetada por los partidos burgueses, pero olímpicamente ignorada
por las masas. Los "amigos" brasileños y argentinos, en
cambio, no generaban ese rechazo.
...
y Chávez tira unos baldes de agua
La
relativa novedad es que a ese tándem de sostén de las podridas
instituciones de la "democracia" boliviana se sumó el
"cuco" de la región, el venezolano Hugo Chávez. Conviene
hacer aquí una precisión. No hay que dejarse confundir por las
acusaciones groseras -y, valga la ironía, tan ideologizadas que
orillan la falta de seriedad- de los voceros del Departamento de
Estado yanqui (de los que aquí se hace eco el diario La Nación, por
ejemplo).
Para
los yanquis, toda ocasión es buena para enchastrar a Chávez, pero la
verdad es que el líder venezolano no sólo no echó ninguna leña al
fuego en Bolivia, sino que contribuyó a sofocar el incendio. Sus
buenos oficios y su relación con Evo Morales fueron decisivos para
facilitar la precaria resolución institucional que terminó con la
asunción de Rodríguez Veltzé.[1] Chávez puso su prestigio y las
simpatías políticas que genera al servicio de la supervivencia del régimen,
algo que sin duda ni Lula ni Kirchner (ni los enviados de éstos en
Bolivia, Marco Aurelio García y Alconada Sempé) podían hacer con
tanta eficacia.
Cuando
las barbas de tu vecino veas afeitar...
Por
supuesto, la principal preocupación para los yanquis y para los
propios gobiernos latinoamericanos -en primer lugar, pero no únicamente,
los más tambaleantes, los de Ecuador y Perú- es que el polvorín
boliviano no es un caso aislado. Es cierto que determinadas
condiciones son específicas del país del Altiplano, pero es todo el
continente el que se debate en la tremenda degradación social, la
debilidad institucional y la respuesta de los movimientos sociales y
políticos. De modo que cunde la alarma ante una situación que hace
que varios gobiernos vayan poniendo sus barbas en remojo.
Frente
a los crecientes problemas que afronta en su "patio trasero"
-a los que ahora se suma la importante crisis política del gobierno
de Lula, que tratamos aparte- el Departamento de Estado se desespera
por empezar a poner las cosas en "orden".
Una
cueva de bandidos llamada OEA
Parte
del dispositivo que la administración Bush intenta montar en la región
fue el fallido intento de hacer aprobar en la OEA un proyecto de
"monitoreo" de la "calidad institucional" en el
continente. El argumento de Condoleeza Rice, Roger Noriega y demás
monstruos era de una prístina claridad: si las
"democracias" corren peligro, la OEA, comandada por EEUU y
con la venia de los demás países, debe acudir en su ayuda. Es decir,
se trataba de legalizar formas directas de intervención imperialista
en la región. El objetivo primario de los yanquis al pensar la
iniciativa era Venezuela, pero la discusión saltó justo cuando la
crisis boliviana estaba en su punto más alto.
La
albóndiga era tan indigesta que los propios gobiernos sudamericanos
juzgaron que era demasiado y la rechazaron. Los yanquis sufrieron así
dos fracasos diplomáticos consecutivos en la OEA: ya habían tenido
que aceptar la derrota de su candidato a secretario general del
organismo.
Eso
sí, tanto como para que el amigo americano no se deprima, la
Cancillería argentina -comandada por el flamante candidato
kirchnerista en la Capital, Rafael Bielsa- propuso una salida
intermedia. La "solución argentina", prestamente adoptada
por los yanquis a falta de algo mejor, es que ante una crisis como la
boliviana la actitud de la OEA debe ser "ni intervención ni
indiferencia". ¿Qué significa "no ser indiferente"?
Una figura algebraica entre, por un lado, el concepto tradicional del
derecho burgués internacional de no injerencia en asuntos internos de
otros países, y por el otro, el intervencionismo descarado que
pretendía doña Condoleeza. El contenido real de este
"ni-ni" está por verse, pero está claro que la diplomacia
argentina le abrió una puertita a la política de los yanquis de
meter mano en "sus" dominios.[2]
El
internacionalismo de EEUU y la burguesía
Por
supuesto, EEUU no se va a quedar conforme con esto. Hubo varios
indicios recientes de que la ofensiva intervencionista yanqui no se
detiene sino que adquieree renovados bríos.
Uno
de ellos fue la reunión de la Conferencia de Defensa del Cono Sur -es
decir, del Comando Sur yanqui y sus aliados locales- que se hizo hace
poco en Buenos Aires en medio de la crisis boliviana. Las autoridades
argentinas se desvivieron por aclarar que no había relación entre
una cosa y otra, y que la reunión estaba programada con antelación.
Pero precisamente de eso se trata la estrategia imperialista: de
preparar con tiempo las condiciones para la intervención cuando las
papas quemen. Y hace rato que están subiendo de temperatura.
Parte
de la misma cuestión es la vergonzosa decisión del genuflexo
presidente del Paraguay, Nicanor Duarte Frutos, de conceder inmunidad
a las tropas yanquis que hagan "maniobras" en territorio
guaraní. Esto no sólo sienta un muy peligroso precedente, sino que
es tanto más grave en cuanto que permite a EEUU ubicarse en mejores términos
militares en un país que comparte fronteras con Bolivia, Brasil y
Argentina.
La
agenda del Departamento de Estado yanqui no se detiene allí. En la
propia Bolivia, donde los yanquis no gozan justamente de las mejores
condiciones para intervenir, ya se ha vuelto a plantear la cuestión
del "narcotráfico" y de la producción de coca. Por esa vía,
indudablemente, el imperialismo intentará justificar su presencia
directa o indirecta, a la vez que se genera una conveniente confusión
entre narcotráfico, terrorismo y movimientos sociales. En esto seguro
contará con la adhesión de los gobiernos del Cono Sur, fieles
compradores del pescado podrido de una "lucha contra el
terrorismo" que habilita para cualquier cosa.
En
suma, tanto el imperialismo yanqui como sus gobiernos amigos cercanos
y no tanto operan con una llamativa conciencia de que la salvaguarda
de sus intereses exige un accionar internacionalista...
contrarrevolucionario. Una conciencia internacionalista que, paradójicamente,
parece no estar tan presente del lado de la izquierda socialista
revolucionaria en la región.
Las
responsabilidades de la izquierda marxista
En
efecto; en ocasión tanto de la rebelión de 2003 como de las
recientes gigantescas movilizaciones que tumbaron a Mesa, las fuerzas
de la izquierda revolucionaria no tuvieron ninguna iniciativa de
intervención común para ponerse al servicio de la heroica lucha de
las masas bolivianas. Más allá de las evidentes diferencias que nos
separan, es un deber internacionalista forjar herramientas y tejer vínculos
de solidaridad y de acción política común. No sólo por parte de
los partidos, sino en particular de los organismos independientes del
movimiento obrero, de desocupados, estudiantil, etc., en los que la
izquierda marxista tiene influencia.
El
contacto entre las organizaciones de masas bolivianas y las del resto
del continente, sobre todo del Cono Sur, debe ser una de nuestras
preocupaciones permanentes. En concreto, proponemos establecer un
"puente" permanente entre los movimientos y organizaciones
de Argentina y el Cono Sur con las bolivianas. Para empezar, esto
significa organizar un viaje en común a Bolivia. El primer objetivo:
lograr el conocimiento y reconocimiento recíproco, establecer una
relación directa, formar comités de apoyo y toda otra iniciativa que
contribuya a construir vínculos internacionalistas entre las
organizaciones y movimientos independientes.
Es
un pequeño paso, pero todavía no se ha dado, y es esencial empezar a
recorrer este camino. La situación en Bolivia es de una tregua
precaria e inestable, y antes de mucho sobrevendrán nuevos desafíos
para las combativas masas bolivianas. Sus hermanos de clase en América
Latina no pueden estar ausentes.
Notas:
1.
Ver al respecto la columna de O. Cardoso en Clarín, 11-6-05.
2.
Un índice de esto es la satisfacción con que recibió la idea el
inefable bushista Andrés Oppenheimer (La Nación, 7-6-05), aunque
exagera en el festejo y el análisis es demasiado sesgado.
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