Gobierno Lula: "Una de
las mayores operaciones de traición, mediocridad
e incompetencia jamás
vista en la historia"
Apretarse los cinturones
Por
César Benjamin (*)
Revista Caros Amigos, São Paulo, 23/04/04,
Envió y tradujo Correspondencia de Prensa
Pasado un poco más de un año
de un mandato previsto para durar cuatro, el gobierno está en vía de
dilapidar todas aquellas condiciones iniciales favorables. En toda América
Latina, nunca un gobierno de izquierda o progresista o reformista –no
importa el rótulo– tuvo oportunidades tan favorables como el de Luiz
Inacio Lula da Silva.
En primer lugar, se
constituyó en condiciones políticas internas privilegiadas vistas en
una perspectiva histórica. Lula recibió más de 65% de los votos en
una elección tranquila e indiscutiblemente legítima. Su victoria no
despertó rencores. Todos, inclusive los adversarios, reconocieron que
había llegado su hora. No se trataba de un aventurero improvisado, de
esos que hacen una carrera fulminante, sino de un líder respetado
presente hace más de 25 años en el escenario nacional. Los
integrantes de las Fuerzas Armadas –así como los demás funcionarios
del Estado– votaron masivamente por él, posicionándose al lado del
cambio que el pueblo quería hacer. No fue la victoria de un hombre sólo.
Junto con ella, el PT se tornó el mayor partido del Congreso
Nacional. Los partidos aliados también se fortalecieron, formando en
el Legislativo un bloque fuertísimo. No recuerdo que haya ocurrido
antes, en nuestro continente, esa situación en que los dos poderes
explícitamente políticos asumen en el mismo momento una configuración
más armónica y más progresista.
El margen de maniobra del
nuevo gobierno, pues, era inmenso: la opinión pública a favor, sólida
base parlamentaria, simpatía en el medio militar, amplio apoyo de la
iglesia, un partido experiente y organizado nacionalmente, adhesión
entusiasta de todos los movimientos sociales. Y, por encima de todo,
un clima difuso de expectativa positiva que impediría cualquier
oposición sectaria y destructiva. El pueblo, profundamente
identificado con Lula, exigía poco: una nueva postura moral y tres o
cuatro cosas bien hechas serían suficientes para mantener por mucho
tiempo una imagen positiva del presidente. Las personas estaban
predispuestas a simpatizar con él y a concederle crédito. Antes que
nada, querían poder continuar soñando y cultivar la esperanza.
En cuanto a los movimientos
sociales, no reivindicaban rupturas y ni socialismo. Querían,
principalmente, una reforma agraria, que podría haber sido llevada
adelante sin confrontaciones con los grupos capitalistas más
importantes que no están disputando la posesión de tierras
improductivas. Espíritu republicano y dignidad en la conducción de
los negocios del Estado, reforma agraria en el campo y empleo en las
ciudades, nada más se pedía.
En la economía, las
condiciones eran favorables en los tres frentes más importantes. El
ajuste en la tasa de cambio –necesario e inevitable– había sido hecho
a mediados del 2002, creando condiciones para el repunte de saldos
comerciales consistentes que se proyectaban (y se están confirmando)
para los años siguientes. Gracias a esos saldos, por primera vez en
muchos años, Brasil volvía a tener un superávit en sus cuentas
externas, vistas como un todo. Es cierto que el ajuste del cambio tuvo
reflejo en los índices de inflación en el segundo semestre del 2002,
pero el gravamen recayó sobre el presidente de entonces, Fernando
Henrique Cardoso. Como todos los economistas esperaban, ese efecto
comenzó a enfriar en noviembre, antes de la asunción. Lula asumió
con la inflación alta y candente. En marzo del 2003 –tercer mes de su
gobierno– los índices ya estaban de nuevo muy cerca del cero. Por
fin, como la tasa de crecimiento había sido baja en el 2001 y 2002,
se acumulaba capacidad ociosa. Era más fácil volver a crecer.
Veamos ahora las condiciones
internacionales. En el primer año de gobierno de Lula, los intereses
básicos permanecieron en torno del 1%. La oferta de crédito a los países
periféricos volvió a ser abundante. No hubo ninguna nueva crisis
económica regional en ninguna parte del mundo. Las evaluaciones del
riesgo de los inversionistas cayeron. La economía norteamericana tuvo
una buena tasa de crecimiento (3,1%), tirando a las demás. La mayoría
de los países periféricos creció vigorosamente (China, 9,1%; Rusia,
7,3%; Argentina, 8,4%; India, 5,6%; Malasia y Tailandia, 4,2% y así
en adelante). El precio de los principales productos brasileros alcanzó
sus niveles históricos más altos. Hasta factores imprevisibles –como
la fiebre aftosa en rebaños de América del Norte y la gripe del
pollo en Asia– ampliaron los espacios de nuestras exportaciones. Y,
desde el punto de vista político, Lula era la gran novedad
internacional en el 2003. Todos los espacios estaban abiertos para él,
obrero, presidente de un gran país.
Repito: en ningún lugar, en
ninguna época, un gobierno de izquierda tuvo posibilidades tan
favorables en América Latina. Es obvio que había problemas históricos
y estructurales, que nuestra economía presentaba deficiencias y
vulnerabilidades, y que la tragedia social brasilera estaba ahí, para
desafiarnos; por causa de todo eso, al final, siempre hicimos oposición
al modelo neoliberal. Por eso, llegó el momento de decir claramente:
el discurso que destacó una "herencia maldita" –o sea, una
crisis aguda o condiciones imprevistas– fue apenas el paraguas que
disimuló una de las mayores operaciones de traición, mediocridad e
incompetencia jamás vista en la historia.
Estamos delante de una
tragedia de proporciones y consecuencias aún imprevisibles para el
futuro de Brasil. Pues, en condiciones tan propicias, bajo la
inspiración de las fuerzas de izquierda, se instaló un gobierno
rastrero e incalificable, sin proyectos, sin coraje y sin sueños.
Desde el inicio, él se dedicó metódicamente a desmovilizar y
desmoralizar su propia base social. En la economía, se lanzó
alegremente en los brazos de la especulación financiera y, en la política,
del fisiologísmo vulgar. Se postró delante del FMI y del sistema
financiero internacional. Sin esbozar ninguna resistencia, continuó
la obra de destrucción del Estado y de desgarramiento de la sociedad
nacional.
Alienado y deslumbrado, Lula
dedicó un año a producir fotografías y frases. "Anduvo"
en skate, "tocó" la guitarra y el violín, se puso y se sacó
sombreros, habló de su madre fallecida, jugó fútbol, renovó
promesas de tribuna, mistificó, mintió, confundió, difundió la parálisis,
además, evidentemente, de ofrecer interminables asados y secciones de
cine para sus invitados. Washington Luís decía que gobernar era
abrir autopistas. Ni eso Lula hizo. Para él, gobernar es divertirse.
Además, claro, de pagar intereses.
Pasado poco más de un año
de un mandato previsto para durar cuatro, el gobierno está en vía de
dilapidar todas aquellas condiciones iniciales favorables. Ya no
inspira confianza en nadie, a no ser en tipos lombrosianos,
profesionales de la adulación. La generosidad del pueblo comienza a
transformarse, con razón, en decepción, rabia y cinismo.
El gobierno de Lula acabó
atragantando. Teniendo como telón de fondo la recesión interminable,
el empobrecimiento y el desempleo crecientes, fue demasiado ver para
la opinión pública, a uno de los muchos "operadores" del
PT en acción. Siguiendo con la verdad, no era un "operador"
cualquiera. Era un jefe, o subjefe, instalado en Brasilia, con derecho
a desayunos con el titular de la Casa Civil y a una sala del Palacio
del Planalto. Si fuese investigado, toda la red quedaría expuesta.
Para impedir esa investigación, el gobierno se hizo el haraquiri. Se
tornó rehén de lo peor. En cuanto a nosotros, descubrimos que, en
lugar de la ética, apenas estaba el marketing de la ética en un
gobierno en que, al final, todo es marketing.
Nuestro problema no es más
que descifrar aquello que, en el artículo anterior, llamé de
"enigma Lula". Él está descifrado. Hedor. El problema es
mirar hacia delante. En los próximos años, bajo la rúbrica de un
Lula débil y de un PT desfigurado, podremos asistir a los mayores
retrocesos de nuestra historia. La "reforma" de la legislación
laboral está puesta en la mesa. La creación del ALCA para sobre
nuestras cabezas. La autonomía legal del Banco Central ya fue
diversas veces anunciada. El parlamentarismo podrá venir a ser
resucitado. Nunca fue tan necesario reagrupar las fuerzas progresistas
brasileras para evitar lo peor. Y luchar. Aprieten los cinturones. El
gobierno desapareció.
(*)
Cesar Benjamin es autor de "La Opción
Brasilera" (Editorial Contraponto, 1998, novena edición), como
uno de los intelectuales más respetados de la izquierda brasilera,
escribe junto a Emir Sader y otros analistas, un informe mensual sobre
la economía en el sitio web de Outro Brasil: www.lpp-uerj.net/outrobrasil/
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