Debates en la
izquierda brasileña
La
crisis del gobierno Lula y la necesidad de una respuesta clasista
Por
João Bragga
Grupo
Praxis - corriente marxista revolucionaria del P-SoL, 19/06/05
Traducción
de Claudio Testa
Introducción de
Socialismo o Barbarie: No habían dejado de sentirse todavía los últimos
temblores del terremoto boliviano cuando en un país clave de América
Latina se abría otra crisis.
Son,
por supuesto, dos hechos distintos. En el caso de Brasil, falta el
elemento fundamental de los acontecimientos bolivianos: la irrupción
volcánica del movimiento de masas. En Brasil, hasta ahora, sólo se
trata de una “crisis en las alturas”. Sin embargo, no sería la
primera vez en la historia que una “crisis en las alturas” abre
las puertas, tarde o temprano, a acontecimientos más serios “por
abajo”.
En
toda la “gran prensa” capitalista mundial, desde el Financial
Times de Londres hasta el conservador diario La Nación de Buenos
Aires, se refleja preocupación por la crisis del gobierno Lula. Es
que hay un justificado temor de esta gente, que ve a la crisis de Lula
como
otro episodio de la "desestabilización" latinoamericana...
Aunque, por supuesto, como señalamos, muy distinto al de Bolivia o
Ecuador (o al anterior Argentinazo) porque no hay todavía movilización
de masas.
Las anécdotas de la crisis ya conforman un telenovelón,
con personajes piratescos, bandoleros típicos de la política
burguesa brasileña y latinoamericana. El malandra bautizado como
“pivote de la crisis” por la prensa brasileña es uno de los más
notorios caciques de esos clanes. Se trata del diputado Roberto
Jefferson, presidente del PTB (Partido Trabalhista Brasileiro -
Partido Laborista Brasileño).
El PTB era parte del bloque oficialista en el parlamento.
Para recompensar los “servicios prestados”, el PTB fue premiado
por Lula con puestos importantes en la administración que permitían
robar a dos manos, entre ellos la gerencia del Correo estatal.
Por motivos no del todo claros, las hazañas de este
bandolero y sus secuaces”laboristas” comenzaron a salir a luz,
como por ejemplo sobrefacturaciones de hasta un 300% en la
subcontratación de servicios del Correo. Posiblemente otras pandillas
políticas rivales del PT u otros partidos aspiraban a hacerse cargo
de la explotación de esta mina de oro.
Pero Jefferson no se dejó amedrentar y decidió vengar
tamaña ingratitud. Gestionó una entrevista con el diario Folha de São
Paulo y allí destapó la olla del gobierno de Lula y el PT. Y el olor
a podrido que sale de allí está asfixiando –e indignando– a todo
Brasil.
Uno de las más chocantes revelaciones del tránsfuga
Jefferson es la institución del “mensalão” (literalmente,
“gran mensualidad”). Se trata de un soborno de 12.500 dólares
mensuales que el tesorero del PT paga regularmente a parlamentarios
para que “voten bien”. Gracias ese recurso Lula pudo hacer aprobar
leyes muy cuestionadas por el movimiento obrero, como la reforma de la
previdencia social (sistema de retiro).
Esto de la compra de
votos parlamentarios es, en verdad, una vieja práctica de la política
brasileña. Pero se suponía que había quedado atrás, bajo el
gobierno de un partido que durante años había levantado la bandera
de la “ética en la política”. Pero también esta bandera, como
tantos otras que alzaron Lula y el PT, ha ido a parar al tacho de
basura.
Este destape de la
podredumbre del PT en el gobierno tiene gran repercusión, porque pega
sobre el descontento creciente de las masas brasileñas. Después de
un corto “despegue”, se ha reiniciado el ciclo recesivo de la
economía, consecuencia de las políticas de altas tasas de interés y
recorte de la inversión pública impuestas por el capital financiero
que hegemoniza el bloque gobernante. Hay una pérdida creciente de
popularidad del gobierno: las esperanzas puestas en Lula se han visto
frustradas, y el trabajador y la gente común vive cada vez peor.
Aunque el descontento aún no se ha expresado en grandes
movilizaciones sociales o políticas, es un factor que influye en la
crisis del bloque político-parlamentario conformado alrededor del PT
y Lula.
En esta situación,
la izquierda revolucionaria y socialista brasileña está frente a
grandes oportunidades, pero también ante responsabilidades inmensas.
Varias cuestiones en debate son expuestas en el siguiente artículo de
João Bragga, que saldrá publicado en el sitio web del grupo Praxis
(corriente marxista revolucionaria del P-SoL), que se ha integrado a
Socialismo o Barbarie Internacional. (Claudio Testa)
La
crisis del gobierno Lula y la necesidad de una respuesta clasista
Por
João Bragga
Lula
está viviendo la peor crisis de su gobierno. Fue paladín de la
esperanza de millones de brasileños que en el 2002 lo votaron,
creyendo en un gobierno encabezado por un ex obrero y en un partido
que durante mucho tiempo fue símbolo de la organización de la clase
trabajadora. Pero también Lula y el PT trascendieron las fronteras
brasileñas, presentándose como el nuevo modelo mundial que no hacía
revoluciones violentas –cosa “fuera de moda”–, relegadas al
museo de la historia.
Pero
este “gobierno popular” se ha ido mostrando cada vez más como lo
que es: como un gobierno de los capitalistas, de los ricos. Y, como
tal, sufre de los mismos males de todos los gobiernos burgueses de América
Latina: corrupción, enriquecimiento de sus miembros y total
sometimiento a las órdenes del imperialismo y el FMI. Y, por encima
de todo, ha demostrado ser un gobierno enemigo de los trabajadores.
El
caso de la corrupción en el Correo es emblemático del tipo de
relaciones de poder que el PT ha tenido obligatoriamente que contraer,
para poder gobernar al servicio del capitalismo: sus alianzas con el
PTB de Roberto Jefferson y Cía. y con el PP [Partido Progressista] de
Paulo Maluf [1], y sus acuerdos con el PMDB [Partido do Movimento
Democrático Brasileiro]. O sea, Lula se alió con lo peor y lo más
corrupto de la “clase política” de Brasil.
Roberto
Jefferson siempre fue uno de los mayores exponentes de la derecha.
Fundador del grupo llamado “Centrão”, en la Constituyente del 98,
fue responsable de varios proyectos que limitaban los derechos de los
trabajadores. Durante el gobierno Collor integró la tropa de choque
en defensa del presidente, que fue finalmente defenestrado por el
movimiento de masas. Bajo el gobierno de Fernando Henrique Cardoso,
integró su base de aliados.
Resumiendo:
siempre estuvo al lado de los que gobernaban contra los trabajadores.
Y también, lógicamente, muy bien pago, con los dineros de la
corrupción, por los buenos servicios prestados a los capitalistas.
Política
y corrupción: marca registrada brasileña
Uno
de los elementos constituyentes de la tradición política de las
naciones dependientes, como Brasil, es la exacerbación del grado de
corrupción. La “carrera” de político en el país es una de las más
apetecidas, y no por los gruesos salarios que reciben, sino por las
inmensas posibilidades de “negocios” millonarios que se pueden
articular.
Para
ser victoriosa, la campaña electoral de un diputado federal debe
gastar alrededor de un millón de reales. [2] Ahora bien, si el
salario de un diputado no pasa de 15.000 reales por mes y su mandato
dura 4 años, las cuentas no cierran. De allí la sabia intuición
popular de que “los políticos son todos corruptos”. Y es verdad,
porque no hay la más mínima duda en cuanto al carácter de las
instituciones políticas brasileñas.
Y
no se trata sólo de los poderes ejecutivo y legislativo. Todos los días
somos bombardeados con denuncias de corrupción en el poder judicial,
en la policía, en los concejos municipales, etc. Es un verdadero
asalto a la máquina del estado.
Muchos
se preguntan en Brasil si este problema de corrupción es un cuestión
de personalidad, de falta de ética, de una deformidad moral de
aquellos que se candidatean. Nosotros decimos que no. Aunque, por
supuesto, exista predisposición y ambición en los que quieren llegar
a los cargos públicos, la corrupción es parte del sistema, con raíces
en el funcionamiento del capitalismo brasileño.
Un
factor importante que impulsa la corrupción tiene que ver con la
lucha al interior de la clase burguesa brasileña y sus aspirantes
para obtener tajadas cada vez más lucrativas de negocios.
El
estado brasileño, como en los otros países, contrariando las fábulas
reaccionarias neoliberales de “estado mínimo”, tiene una
importancia fundamental en la conservación y funcionamiento del
capitalismo. Como máquina de extraer dinero a todos los sectores de
la población, el estado concentra en sus manos enormes recursos que
deben ser puestos en movimiento.
Allí
entra a tallar la saña de enormes grupos económicos para quedarse
con las partes más lucrativas de los negocios. Es una gigantesca
lucha para ver quién se queda con la mejor parte. Así se abren las
puertas a la corrupción, ya que teniendo en las manos las palancas
del gobierno, se puede arbitrar e intermediar sobre el que gana y el
que pierde... y beneficiarse de eso.
Con
esto cae uno de los mitos del capitalismo neoliberal de libre
concurrencia. La verdad es una sola: vence el que está dispuesto a
pagar los mayores sobornos e “invertir” en personas de confianza
para puestos claves dentro de la maquinaria estatal. Esta es también
una de las razones por la cual los partidos brasileños tienen un carácter
bastante ficticio. Los cambios de partido también funcionan como un
elemento de negociación y una medida de fuerza para recaudar fondos
para las elecciones.
El PT no escapa a esa
situación porque hoy es un partido absolutamente integrado al orden,
un partido burgués corrupto, un aparato burocrático de carreristas
que nada tiene que ver con lo que fue el mayor partido obrero de América
Latina. Los dirigentes que siguen en el PT saben bien eso. Por eso,
los discursos de algunos diputados petistas “en busca del rescate
del PT” no pasan de una inmensa farsa para seguir acomodados en el
aparato.
¿Una nueva CPI
[Comisión Parlamentaria de Investigación]?
Evidentemente,
a toda crisis burguesa se le trata de dar una salida también
burguesa. En este caso, dentro de los marcos del parlamento. Ya no
tenemos al PT, a la UNE [União Nacional dos Estudantes] ni a
la CUT [Central Única dos Trabalhadores] llamando a los estudiantes y
a los trabajadores a las calles, “por la ética en la política”
[como hicieron en 1992, ante la corrupción del gobierno Collor, que
fue así derribado por la movilización popular].¡Es que ahora son
ellos, los dirigentes del PT, la UNE y la CUT, los que están metidos
hasta el cuello en la corrupción y en el apoyo al gobierno corrupto!
Y como la historia se
repite, como tragedia o como farsa, ahora es la oposición la que
llama a la formación de una CPI [Comisión Parlamentaria de
Investigación], para el caso del Correo. De
esta CPI no va a resultar nada, ya que el problema es sistémico.
Vendrán otros gobiernos y la corrupción será misma. Los que antes
se mostraban como combatientes por la ética en el política son los
corruptos de hoy. Creer que este Congreso, antro de negociados y de
deshonestos, va a investigar a fondo, es creer en cuentos de hadas.
Nosotros
no creemos ni apoyamos a ninguna CPI. Exigimos la cárcel y la
expropiación de los bienes de los corruptos y de los corruptores
–los grandes bancos y empresas– y que esas riquezas sean puestas
al servicio del bienestar de la clase trabajadora.
Es necesaria una
respuesta clasista del P-SoL
El
P-SoL surgió como una promesa de alternativa al PT. Inspiró
confianza en millares de activistas de Brasil y del exterior. Pero,
entretanto, el curso del partido ha dejado que desear. Inmerso en una
inmensa lucha por su legalización, el P-SoL viene dejando de lado lo
más importante: mostrarse como una alternativa política clasista
para millones de brasileños. La legalización es necesaria, pero se
ha vuelto un fin en sí misma y aún más: un esfuerzo de una minoría
militante que, despegada de las reales preocupaciones actuales de la
clase trabajadora, se vuelca única y exclusivamente a la tarea de
recoger firmas para la fundación de lo que aparece como un partido más.
El
partido no se afirmará sin construir un perfil propio, independiente
y clasista. Y en eso el P-SoL está quedando en deuda. La entrada al
P-SoL del senador Geraldo Mesquita, del estado de Acre, golpeó
profundamente a la militancia y a nuestros simpatizantes. [3] Desde
todas partes somos asediados por políticos venidos de todo tipo de
tradición extraña a la clase trabajadora.
Hay
que decir basta a todo eso. Los trabajadores de todo el país precisan
una alternativa. La izquierda revolucionaria siempre soñó con el
momento en que las masas hicieran su experiencia con Lula. Ese momento
llegó. Pero hasta ahora no hemos conseguido construir esa
alternativa. En buena parte la responsabilidad recae sobre las
organizaciones revolucionarias, el P-SoL y el PSTU [Partido Socialista
dos Trabalhadores Unificado].
La
necesidad de un frente obrero con un programa clasista
En
las manos de las mayores organizaciones de la izquierda revolucionaria
está la posibilidad de dar una respuesta clasista a la crisis
instalada en el gobierno del PT. Para eso, debemos partir del hecho de
que no hay recuperación posible para el PT. La llamada “izquierda
petista” no es más que una “quinta columna”, un agente de este
gobierno antiobrero. Por más que se esfuercen, no existe el más mínimo
espacio para disputar la conducción del PT. Cualquier alternativa sólo
puede ser construida fuera del círculo de influencia del PT.
El
P-SoL tiene una fuerte arma, que es la presencia de la senadora
Heloisa Helena. Con un 3% de intención de voto a senadora, es la
posibilidad de una referencia de masas. Sin embargo, el partido no
tiene un programa de acción clasista, y está quedando a remolque de
la oposición burguesa y de los juegos del parlamento. Esto desorienta
a la clase trabajadora. Solamente una oposición clasista, que se
diferencie netamente de la oposición burguesa, sería capaz de dar
una alternativa a los trabajadores.
Es
más, deberíamos extender la mano hacia el partido hermano, el PSTU.
A pesar del sectarismo enloquecido y las maniobras burocráticas de su
dirección, el PSTU es el único partido con presencia nacional, con
cierta inserción de clase y con disposición a enfrentar al PT. Es
depositario de una importante tradición revolucionaria y ha trabajo
activamente por la reorganización de la clase trabajadora por fuera
de los tentáculos de la burocracia petista y cutista.
Es
necesario llamar a la conformación de un frente único clasista, en
base a un programa para los trabajadores y los sectores populares, que
enfrente la crisis económica y les dé al mismo tiempo un norte político.
Sólo así podremos construir una alternativa para la clase
trabajadora.
Por
ejemplo, concretamente, el P-SoL y el PSTU podrían hacer
declaraciones conjuntas proponiendo medidas efectivas de combate a la
corrupción, denunciando tanto al gobierno de Lula como a la oposición
burguesa, presentado un programa económico de los trabajadores que
parta de reivindicaciones inmediatas de salario, empleo, tierra y
vivienda. Ese frente debería ser extendido a todas las corrientes de
la izquierda obrera y revolucionaria.
Notas
de SoB:
1.-
Político paulista famoso por su corrupción.
2.-
2,50 reales equivalen aproximadamente a un 1 dólar.
3.-
Geraldo Mesquita, “Geraldinho”, es uno de los prototipos de
parlamentarios que, ante la crisis petista, busca sobrevivir
“blanqueándose” en el P-SoL. En su trayectoria política, ajena a
la clase trabajadora, tiene hechos como el de haber votado a favor de
la reforma de la previdencia (sistema de jubilaciones), que fue la
primera medida de fondo antiobrera dispuesta por Lula. Precisamente la
oposición a este ataque a los trabajadores motivó la expulsión de
los parlamentarios y sectores del PT que luego, con otras corrientes,
conformarían el P-SoL.
|