Surgen
más evidencias sobre los sobornos a diputados
Por
Eleonora Gosman, en São Paulo
Clarín
/ IAR-Noticias, 17/06/05
Las
declaraciones del diputado Roberto Jefferson dejaron apabullada a la
clase política brasileña al embarrar al Congreso brasileño y al
gobierno con sus denuncias sobre compra-venta de legisladores,
sobornados por la administración del PT. EL miércoles entró en
escena otro personaje que parecía corroborar la aplanadora historia
de corrupción parlamentaria.
Se
trata de Fernanda Karina Somaggio. La mujer fue secretaria privada de
Marcos Valerio, un publicista de Belo Horizonte que oficiaba, según
Jefferson, de pagador de los "sobresueldos" de los
legisladores con fondos girados por el Partido de los Trabajadores. En
una entrevista con la revista Istoé, Somaggio contó que su ex jefe
Valerio sacaba el dinero del Banco de Brasil (estatal) y del Banco
Rural y se lo entregaba a los políticos sobornados. Contó también
que Valerio se encontraba en hoteles de Brasilia y de San Pablo con el
secretario general del PT, Sílvio Pereira, y con el tesorero de la
agrupación, Delubio Soares. En el mismo reportaje confirmó que ese
publicitario se comunicaba con frecuencia con el ministro de la Casa
Civil, José Dirceu.
Las
repercusiones de las denuncias hacían arder el gobierno. En la noche
del miércoles, Lula convocó a su gabinete y un recambio ministerial
parecía inminente.
En
la versión dada al semanario, Somaggio reconocía haber visto
"salir valijas de dinero" de las oficinas de Valerio. Pero
la mujer desmintió esa frase después de prestar declaraciones a la
Policía Federal en Brasilia.
Desalentados,
varios legisladores admitieron que en las declaraciones del diputado
Jefferson hay buena cuota de verdad. El líder del Partido Socialista
Brasileño (PSB), Renato Casagrande, reconoció que el pronunciamiento
en el Congreso "trajo indicios que deben ser investigados, al
presentar detalles de las operaciones: esto causa una seria repercusión,
entre otras cosas, porque alcanza a toda la dirigencia"
El
presidente de la Cámara de Diputados, Severino Cavalcanti, buscó
desvirtuar las denuncias de Jefferson: "Hizo acusaciones
generalizadas, citando media docena de nombres y comprometiendo la
imagen de la Cámara."
Para
el titular del Partido de los Trabajadores, José Genoino, los ataques
que Jefferson distribuyó contra la cúpula de la agrupación y contra
el ministro José Dirceu (quien presidió el PT hasta 2002) estuvieron
destinados a aplastar "la propuesta izquierdista que se abrió en
el país" con la llegada del PT al gobierno.
El
diputado Jefferson demolió, el martes, en el Congreso, la cúpula del
Partido de los Trabajadores y comprometió de un modo decisivo la
suerte del ministro José Dirceu, el principal articulador político
del gobierno de Lula, a quien todos coinciden en darlo ya como
defenestrado. Pero el diputado denunciante impactó de lleno en el
Parlamento. Desnudó las relaciones perversas entre el gobierno y
buena parte de su base política, pero al describir ese vínculo dejó
a hijos y entenados en el banquillo de los acusados.
EL
miércoles, sobraban las voces que intentaban desvirtuar las fuertes
denuncias aludiendo a que no posee documentos ni grabaciones para
probar sus acusaciones. Un simple repaso del discurso del legislador,
el martes último, revela que no son necesarias. Su minuciosa
descripción de los hechos, de las conversaciones y de los mecanismos
usados, demuestra que no hubo tergiversaciones. Incluso, porque el
propio diputado termina incriminándose a él mismo: lo hace en el
momento que admite haber recibido de manos de los dirigentes del
Partido de los Trabajadores 1,5 millón de dólares, destinados a
financiar a los candidatos de su agrupación, el PTB, en las
elecciones municipales.
Ese
dinero, según reconoció el propio Jefferson, fue entregado sin que
haya constancia en la Justicia electoral. Como señaló una columnista
política del diario O Estado de Sao Paulo, el legislador "ofreció
la confesión espontánea del reo". Y esa confesión, concluyó,
es "de por sí la mejor de todas las pruebas".
Jefferson,
a quien la prensa bautizó de" hombre bomba", hizo honor al
apodo. Al poner de relieve el entramado de intereses que recorren los
500 metros de distancia entre la casa parlamentaria a la que él
pertenece y el Palacio del Planalto, sede del gobierno, cumplió con
una de sus amenazas: "Yo voy a parar al fondo del río, pero me
llevo conmigo a los escorpiones de la cúpula del PT." Sólo que
también arrastra, más tarde o más temprano, a la clase política
brasileña.
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