Contradicciones
fatales
Análisis de Mario Osava
Inter Press Service (IPS), junio 2005
Río de Janeiro.–
El
presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva asumió su cargo el 1
de enero de 2003 con escaso margen de maniobra en el terreno económico,
pero también en el político, y la menor atención que le prestó a
esta segunda debilidad está en el origen de la crisis que soporta
ahora su gobierno.
No
se trata sólo de que el gobernante e izquierdista Partido de los
Trabajadores (PT) obtuvo apenas 91 de los 513 diputados y 14 de los 81
senadores del Poder Legislativo, y se vio obligado por eso a forjar
alianzas para asegurarse la aprobación de sus proyectos.
Además,
Lula y el PT llegaron al poder sobre bases muy contradictorias.
La
primera, y probablemente la más conflictiva, es la contradicción
entre el programa que llevó a Lula a la presidencia y las políticas
y principios que defendía tradicionalmente el PT, junto con la
izquierda que lo apoyó. Esas diferencias fueron muy evidentes en la
gestión económica del gobierno, pero se extendieron a otras áreas.
Para
neutralizar temores del sector empresarial y financiero ante el
triunfo de un candidato izquierdista, la dirección del PT adoptó en
junio de 2002, tres meses y medio antes de las elecciones, la Carta al
Pueblo Brasileño, que aseguraba el respeto a los contratos y el
sostenimiento de la política de estabilidad económica.
La
euforia electoral y la expectativa de llegar al gobierno después de
20 años de lucha no permitieron entonces una evaluación ponderada de
lo que representaba la Carta: una negación de las ideas que pregonaba
el PT, desde las cuales había ejercido una dura oposición a las
administraciones anteriores.
La
consecuencia lógica de esa decisión fue la resistencia constante y
en algunos casos la oposición abierta de parlamentarios del PT a las
propuestas de Lula y sus ministros.
La
aprobación en 2003 de una medida que restringió derechos
previsionales para reducir el déficit público, costó al PT la
deserción de dos diputados y una senadora, que luego fundaron el
Partido Socialismo y Libertad (PSOL).
Muchos
proyectos oficiales provocaron disensos entre parlamentarios del PT.
Los mayores problemas del gobierno en el Congreso legislativo
provienen de las propias filas del partido, señalan con frecuencia
los líderes de la oposición.
La
base parlamentaria del gobierno se conformó también con una coalición
de actores incompatibles. El PT, nacido y desarrollado en la
izquierda, reunió a algunos de los partidos más conservadores de
Brasil, como el Liberal (PL) y el Progresista (PP), este último
creado por notorios seguidores de la dictadura militar (1964–1985).
Una
fuerza política de centro no se construye uniendo los extremos,
ironizó un opositor. Las circunstancias políticas conformaron una
situación inusual, en la que los principales partidos adversarios
coinciden en la defensa de ideas socialdemócratas, confirmando la
tesis de que la peor enemistad se da entre los vecinos.
El
Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) encabeza la oposición
al gobierno del PT, aunque reconoce, especialmente en economía, que
Lula sigue las mismas orientaciones del ex presidente Fernando
Henrique Cardoso (1995–2003), principal dirigente del PSDB.
Por
depender de pequeños grupos de derecha, el PT terminó por fomentar
una práctica que rechazaba en el pasado, la migración de
parlamentarios de unas colectividades a otras. Así, el PL y el
Partido Laborista Brasileño (PTB) engordaron sus filas de
legisladores, duplicando la cantidad de bancas que habían obtenido en
los comicios de octubre de 2002.
Como
ese juego no era aceptable dentro del PT, el gobierno estimuló la
migración hacia sus aliados conservadores, PL, PP y PTB.
Tales
transferencias se acompañan de ofertas de ventajas que fácilmente
degeneran en corrupción. Así se creó una situación propicia a los
escándalos que ahora acorralan al PT, a Lula y a su gobierno.
El
principal factor de la actual crisis política ––la acusación de
que el PT sobornó a diputados del PL y del PP para asegurar sus votos
a propuestas gubernamentales–– partió del ex presidente del PTB,
Roberto Jefferson, es decir un embrollo íntegramente oficialista.
Pero
el gobierno de Lula contradijo también otras ideas y principios
defendidos por sus militantes. La aprobación de una ley que abrió
las puertas a los productos transgénicos y los compromisos
incumplidos de demarcar las tierras indígenas y de acelerar la
reforma agraria provocaron molestia y protestas de ”petistas” y de
movimientos sociales aliados.
Según
varios ex militantes, el PT viene contrariando la ética que lo
destacaba de los demás partidos brasileños desde hace 10 años,
cuando sus dirigentes ejecutivos decidieron financiar las campañas
electorales con dinero de bancos y empresas que prestan servicios a
gobiernos, sin conocimiento de la militancia.
Nació
y creció así la ”izquierda de negocios”, un proceso que promovió
el ascenso de nuevos dirigentes encargados de la captación de fondos,
según afirma Cesar Benjamin, ex miembro de la dirección nacional del
PT.
La
crisis encuentra entonces a un gobierno y a su partido hegemónico
debilitados por disensos y contradicciones internas. Por eso el escándalo
de corrupción gana colores aún más dramáticos.
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