La
crisis política y sus desafíos
Por
Marcelo Yunes
Socialismo
o Barbarie, periódico, 09/09/05
Parafraseando
al poeta brasileño, el escándalo de corrupción del gobierno de Lula
y el PT “não tem fin” (no tiene fin). Como una sucesión de
mazazos sobre la conciencia (y la paciencia) de millones, la población
asiste a una permanente renovación de las denuncias contra altísimos
funcionarios del partido de gobierno. Se trata de un verdadero tsunami
político, una ola gigantesca que nadie sabe dónde termina... ni
cuántos van a quedar bajo los escombros.
Hace
unas ediciones (Ver SoB 59) tratamos los inicios de la crisis. Aunque
no se sabe bien qué o quién instigó a al diputado Roberto Jefferson
a iniciar este dominó de denuncias, hay algo que sí está claro: se
trata de la crisis política más devastadora en muchos años, desde
el impeachment y destitución del presidente Fernando Collor de
Mello en los 90. Con un agravante: los implicados van mucho más allá
de un grupo de corruptos en el gobierno. Es todo el sistema político
de partidos y de funcionamiento parlamentario el que se desnuda ante
los ojos de las masas como una máquina de corrupción de dirigentes y
partidos, compra de votos parlamentarios, negociados, etc. Y este
resultado, sin duda alguna, no estaba en los planes de ningún sector
capitalista, despechado o de derecha que hubiera arrojado la primera
piedra de este alud.
El
desarrollo y desenlace eventual de esta crisis son de una enorme
importancia por al menos dos razones.
La
primera es que de esta manera Brasil se suma al cuadro regional de
inestabilidad política y de gobiernos que amenazan no terminar su
mandato (o efectivamente caen). Desde las dos crisis ecuatorianas, las
dos crisis bolivianas, el Argentinazo y la situación crónicamente
tambaleante de Toledo en Perú, lo que va del siglo XXI (sin contar la
experiencia venezolana, que viene de los 90) ha mostrado que la
democracia capitalista está en serios problemas para su consolidación
como herramienta de dominio estable de las burguesías locales y el
imperialismo. Que se agregue Brasil, no sólo por la defección de un
gobierno o un partido sino de una crisis de legitimación del conjunto
de las instituciones (con las mediaciones que luego veremos),
representa un salto en calidad de las dificultades de la forma política
“normal” (Lenin) del Estado capitalista para mantener la dominación
de clase.
El
segundo elemento que da relevancia decisiva a esta crisis es que se
trata de la debacle concluyente, escandalosa y miserable del
gobierno (Lula) y el partido (el PT) que sintetizaban, a los
ojos de amplios sectores de masas y de la centroizquierda reformista de
todo el mundo [1], el proyecto político de un capitalismo
“distinto”, con “rostro humano”, diferente al
“capitalismo neoliberal”. Cabe recordar que dos de los tres Foros
Sociales Mundiales se hicieron en Brasil, y el primero de ellos (2003)
en plena euforia por la elección de Lula como presidente.
Por
supuesto, en términos de políticas efectivas el gobierno de Lula dio
un rotundo mentís a esas expectativas desde su mismo inicio. El PT
definió políticas de ajuste fiscal y superávit al servicio del pago
de la deuda pública, una reforma reaccionaria del sistema previsional,
el rechazo al aumento del salario mínimo, el envío de tropas a Haití
por cuenta y orden de EEUU y una orientación global del más puro
corte neoliberal y continuista de su antecesor, Fernando Henrique
Cardoso. Los gestos “progres” de Lula fueron aún más magros que
los de su par argentino, Néstor Kirchner. La conversión del PT se
demostraba como completa: del partido obrero que había sido en sus
inicios había pasado a ser un partido más del régimen capitalista,
totalmente asimilado a las instituciones y “políticas de estado”
de la burguesía. Se trataba del fin de todo un ciclo político-social
en el movimiento de masas y la izquierda brasileña, durante décadas
protagonizado por el PT y por organizaciones como la Central Única de
Trabajadores (CUT), el Movimiento Sin Tierra (MST) y la central
estudiantil UNE.[2]
Pero
lo que pocos imaginaban es que a esa política innegablemente
procapitalista del PT –que contaba con el absoluto apoyo y beneplácito
del imperialismo y la gran patronal brasileña– se le sumaría un
desbarranque moral en el pantano de la corrupción capitalista
que no tiene nada que envidiarle a los peores escándalos de los
partidos burgueses más corruptos y “fisiológicos” [3] del
Brasil.
A
las razones apuntadas se agrega una tercera: este terremoto que ha
cambiado definitivamente el “mapa político” del país abre enormes
perspectivas y responsabilidades para la izquierda revolucionaria
de Brasil y del continente. Y esto es independiente del hecho de que
las consecuencias políticas de la crisis y su impacto sobre el régimen
aún están por definirse, porque el proceso está en plena evolución.
Tres
crisis en una, pero por ahora “en las alturas”
La
situación política está lejos de estar claramente definida. Aunque
los precarios y tardíos intentos del PT y la burguesía de suturar
como fuera esta sangría parecen empezar a plantear, en los últimos días,
una muy relativa estabilización, cualquier nuevo coletazo puede hacer
saltar el gobierno por los aires. Por ejemplo, la satisfacción de la
burguesía y del PT por la aparentemente firme defensa esbozada por el
ministro de Hacienda, Antonio Palocci (hombre clave del gobierno), se
desvaneció ante una segunda oleada de denuncias que lo hacen
tambalear nuevamente. Por las dudas, lo primero que hizo Palocci fue
tranquilizar a la patronal en el sentido de que, aun si él salía
volando, la política económica se iba a mantener.
En
este marco, el escándalo desatado por el “mensalão” (la “gran
mensualidad” que se pagaba a los parlamentarios adictos) puso al
desnudo una triple crisis: del gobierno, del PT y del régimen
democrático burgués.
En
primer lugar, el
gobierno de Lula está en una crisis prácticamente terminal.
Incluso si sobrevive, quedaría transformado en lo que los yanquis
llaman un pato rengo (“lame duck”). Es decir, un gobierno
totalmente debilitado, casi vaciado de poder propio y rehén político
de los partidos, dirigentes y sectores sociales que ostentan el
verdadero poder.
Es
justamente ésta la
salida preferida por la patronal brasileña: que Lula se quede en el
cargo, sometido a obedecer dócilmente los dictados de las fuerzas
institucionales que le “perdonaron la vida”. Digamos de paso que
esto demuestra cuán estúpidamente interesados son los plañidos de
la centroizquierda “antineoliberal” (sumida en pleno desencanto y
desmoralización, por cierto) de que Lula es víctima de un plan “de
la derecha” para echarlo. De hecho, no hay sostén más sólido
de Lula que la gran patronal, que mientras tanto reza para que todo
esto se acabe lo antes posible y las cosas vuelvan a su cauce
institucional “normal” y a sus negocios. Que marchan magníficamente,
mientras la situación social de millones de asalariados y sectores
empobrecidos se deteriora sin remedio.[4]
En
segundo lugar, la crisis terminal no es sólo del gobierno Lula, sino del
PT y de su ciclo histórico como partido. Podrá, seguramente,
permanecer como mero aparato electoral y prebendario, pero su vida política
como expresión, aun desfigurada, de una experiencia política de las
masas está acabada. Durante años la izquierda brasileña discutió
el carácter del PT y hasta qué punto cabía hacer política en su
seno o intentar su “regeneración”. Pues bien, esta crisis ha
puesto fin a esos debates de manera categórica: toda experiencia
progresiva genuina del movimiento de masas deberá procesarse políticamente
fuera del PT. Esto no es una hipótesis: es un hecho que ahora se
ha vuelto oficial y a la vista del conjunto de las masas, la
vanguardia y la izquierda.
La
tercera crisis es la del régimen político, que queda sumido
en una profunda deslegitimación. No obstante, hay que
establecer aquí las debidas gradaciones y matices. La institución más
golpeada, además de la presidencial misma, es el PT como partido de
gobierno; en medida algo menor, el resto de los partidos burgueses y
de actuación parlamentaria, y en tercer lugar, el Parlamento mismo.
Si bien todas esas instituciones quedan muy maltrechas en su
credibilidad, el alcance de ese descrédito no es exactamente igual.
En
el caso de los partidos, incluido por supuesto el PT, hay indicios que
manifiestan cierta analogía (que debe tomarse con el debido cuidado)
con las elecciones argentinas de octubre de 2001, dominadas por el
“voto bronca” de rechazo al conjunto de los partidos, a la vez que
la izquierda alcanzó cifras significativas. Aunque las encuestas son
muy relativas en el sentido de que no hay una resolución clara de la
crisis política –por ejemplo, no se sabe si Lula se va o se queda,
si habrá elecciones, cuándo, de qué carácter, etc.–, y además
el estado de ánimo político cambia casi día por día, han aparecido
sondeos que mencionan un fenómeno similar.
Con
el ominoso título de “El voto nula amenaza a la política”, el
periódico carioca Jornal do Brasil publicó una encuesta del
Instituto Brasileiro de Pesquisa Social y del propio diario para el
Estado de Rio, con cifras alarmantes. Un 63,9% de los consultados no
cree en Lula. Un 25,4% dice que anulará el voto en 2006, y otro 6%
dice que votará en blanco (resultados 2002 en Rio: 4,3% y 1,8%
respectivamente). De los que votarán positivamente, un 31,5% dice que
votará a candidatos nuevos (lo que representa un 46% de los votos válidos).
La suma de votos a candidatos nuevos, nulos y blancos alcanza el 63%,
y sólo un 17% piensa votar a los mismos candidatos, con un 25% de
indecisos.[5]
Estos
datos, aun con la necesaria relativización, reflejan dos fenómenos
ideológicos.
El
primero es que el estallido del escándalo ha significado una escuela
acelerada de politización para vastos sectores de las masas. Como
dice el diario citado, “este estado de espíritu tiene que ver con
un mejor grado de información, fruto del festival de cobertura de las
sesiones de la CPI [Comisión Parlamentaria de Investigación] en la
TV, que hizo íntimo para millones de familias el espectáculo de la
crisis. Con mayor o menor interés, un 73,4% de la audiencia está
siguiendo el tema en los noticieros, sin contar al 18% (...) que ya se
considera saturado”.[6]
El
segundo es que, como consecuencia de la no intervención, hasta
ahora, del movimiento de masas y sus organizaciones en la situación
política, no existe hoy en la conciencia de las masas horizonte de
salida a la crisis por fuera de las instituciones burguesas que ya
conocen: las elecciones y el Parlamento.
Aunque
este último fue muy golpeado –¡no es poca cosa enterarse que los
votos parlamentarios se compran de manera sistemática!–, existe
toda una estrategia del gobierno y la burguesía para salvar la ropa
de la institución. ¿De qué manera? Mostrando que es capaz de
“autodepurarse”; que el problema no es el funcionamiento del
parlamento burgués en su conjunto, que vota las leyes en favor de la
burguesía y el Estado, sino sólo un puñado de corruptos. Desde los
medios se presenta el accionar de las CPIs como el reaseguro de que
los parlamentarios “sanos” descubrirán, juzgarán y expulsarán a
los parlamentarios “podridos” (entre los cuales se incluye ahora
al propio presidente de la Cámara baja, Severino Cavalcanti,
dirigente del Partido Progresista, de derecha burguesa, y gran aliado
del gobierno).
El
propio Lula sabe que no habrá resolución “barata” en este
sentido, y ya mostró que está dispuesto a soltarle la mano a un
verdadero peso pesado del PT, la “eminencia gris” del gobierno:
José Dirceu.[7] Con Dirceu y algunos más como chivos expiatorios, si
no estalla ningún nuevo escándalo, si no asoman manifestaciones
masivas en las calles y con un poco de paciencia y testigos comprados,
razonan la burguesía y el gobierno, quizá termine toda esta
pesadilla sin más daños que lamentar.
Justamente,
allí reside el problema clave de la actual crisis: que tiene por
ahora un carácter superestructural, en la medida en que no ha habido
intervención orgánica o inorgánica independiente del movimiento de
masas. Es cierto que ha habido expresiones importantes como la
marcha a Brasilia del 17 de agosto, pero no han excedido el marco de
una vanguardia amplia. El hecho de que las masas aún no tallen políticamente
es lo que le ha dado aire al gobierno para intentar una sobrevida en
condiciones menos desastrosas, y al régimen para acotar el impacto de
la exhibición de la corruptela entre las masas, buscando una salida
que recomponga la gobernabilidad burguesa.
Las
masas a la expectativa, sus direcciones pisando el freno
La
reacción del movimiento de masas, que por ahora debe medirse, como
hemos dicho, sobre todo en términos ideológicos, es una combinación
(en proporciones que varían según el interés de los analistas) de
indignación, perplejidad, radicalización, desmoralización, bronca,
cinismo y ruptura política. Es cierto que, como producto de la falta
de alternativa política presente y la ausencia de grandes
movilizaciones, en ciertos sectores cunde el escepticismo. En todo
caso, dos elementos son claros: a) existe un estado de discusión
febril entre las masas sobre los problemas políticos (aunque más
centrados en los problemas de “representación” y menos en los
motivos “sociales” que en el Argentinazo, por ejemplo), y b) esto
no se ha traducido hasta ahora en acción directa ni en
reacomodamientos orgánicos visibles a nivel de las masas (a
nivel de la vanguardia sin duda es distinto). Pero las conclusiones de
la crisis sin duda se están procesando política e ideológicamente
en la cabeza de millones que aún no han atinado a dar una respuesta
visible.
En
esto cumplen un papel las direcciones de las organizaciones de masas
tradicionales (CUT, MST, UNE, los llamados “movimientos
sociales”), que se han puesto en lo esencial del lado del gobierno y
contra toda intervención independiente.
Particularmente hipócrita resulta la defensa de Lula por parte de
lo que quedó de la “izquierda petista” y de la izquierda aliada
al gobierno, que se cubre púdicamente con reclamos de “cambiar el
rumbo económico”. Incluso ellos saben que si antes de la crisis
Lula no quería “cambiar” nada, si sobrevive a esta catástrofe
tendrá menos margen aún para plantear nada que incomode a la burguesía,
lo que por otra parte no está para nada en sus planes.
Al
respecto, resulta muy ilustrativa la forma en que el analista burgués
Carlos Sanderberg describe la miseria de la política de la
“izquierda” que sostiene a Lula:
“En
una reunión con el Bloque Parlamentario de la Izquierda del PT, el
ministro de Relaciones Institucionales, Jaques Wagner, había dicho
con todas las letras que no había en el horizonte del gobierno
ninguna posibilidad de cambio en la política fiscal, es decir, en el
superávit primario (...) Más importante que esta reafirmación (...)
de los puntos más discutidos de la política económica fue la aceptación,
por así decirlo, de la izquierda petista y no petista. No es que esté
de acuerdo, pero parece que admitió la dificultad para el
presidente de cambiar de rumbo en este momento.
“Mejor
dicho: para la izquierda, en este momento, se ha vuelto más
importante y prioridad máxima la defensa del mandato de Lula, según
dijo el presidente del PCdoB [Partido Comunista do Brasil], Renato
Rabelo. Crítico de la política de Palocci desde hace tiempo, el
dirigente subrayó que esas objeciones no constituyen motivo para
la ruptura con, o el abandono de, el gobierno de Lula. La
izquierda salió a manifestar contra la corrupción, por cambios en la
economía y en defensa de Lula. Pero esto último es lo que de
hecho importa, incluso porque una eventual caída del presidente
no daría origen a un gobierno más a la izquierda. Al contrario. Así,
para la izquierda, en este momento, es mejor tener a Lula con política
neoliberal que la misma política sin Lula”.[8] Los comentarios
huelgan...
Por
otra parte, las dos marchas a Brasilia (pro Lula el 16 de agosto y
contra el gobierno el día siguiente) mostraron, por un lado, que el
gobierno no puede movilizar en su favor más que a parte del aparato
de la CUT y la UNE (se hicieron presentes no más de 10.000 personas);
por el otro, que la oposición política pública a Lula tuvo más
capacidad de movilización que los partidarios del gobierno. Es verdad
que esa oposición –esencialmente orientada por Conlutas, el PSTU y
el PSOL– no representa aún una alternativa que abarque a sectores
sustantivos de las masas para la movilización independiente y de
clase contra el gobierno y el régimen, .
No
obstante, esas fuerzas, hoy de vanguardia, tienen una ubicación que
plantea el desafío de la hora: ganar las calles contra el gobierno de
Lula y hacer del movimiento de masas el actor decisivo en un
escenario político del que hoy está ausente.
Notas:
1.
Por ejemplo, Le Monde diplomatique en Europa, la CTA en
Argentina y una variopinta gama de partidos, ONGs y movimientos
sociales “antineoliberales” saludaron el gobierno Lula como la
materialización de que “otro mundo es posible” (slogan del
FSM)... dentro del capitalismo y sus instituciones políticas.
2.
Ver al respecto los artículos de João Bragga y Roberto Ramírez en
revista SoB 17/18.
3.
En Brasil, se llama “ideológicos” a los partidos o dirigentes que
se guían por ideas (bien pocos...), y “fisiológicos” a los que
se mueven por prebendas materiales, coimas, ventajas, etc. (todo el
resto).
4.
Según el analista Paulo D’Ávila Filho, “La garantía de
mantenimiento de la política económica se convierte en el punto
clave del conflicto político (...) El gobierno del PT encuentra su
principal base de sustentación en su política económica y en los
agentes del mercado financiero que no quieren cambios en su conducción”
(Jornal do Brasil, 21-8-05). La gran patronal ha tomado partido sin
dejar dudas en favor de Lula y de Palocci, en tanto garantes del
actual plan económico. Para Waldir Corrêa, presidente de la Asociación
Nacional de Inversores del Mercado de Capitales, “un debilitamiento
del ministro [Palocci] podría tener consecuencias para la política
fiscal (...) Pero, irónicamente, Lula está más aferrado que nunca a
esa política económica. Es lo único que sostiene al gobierno”. Y
por su parte, Roberto Troster, economista de la Federación Brasileña
de Bancos: “[Palocci] dejó claro que la actual política no es de
él, sino del gobierno, y que no va a haber cambios, pase lo que
pase” (O Estado de São Paulo, 22-8-05).
5.
Jornal do Brasil, 21-8-05
6.
Idem.
7.
Ver Clarín, 5-9-05
8.
O Estado de São Paulo, 22-8-05.
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