La
guerrilla carcelaria
Por
Frei Betto Servicio Informativo "Alai–amlatina", 16/05/06
São Paulo.– De
cuatro años que pasé en la cárcel, la dictadura me obligó a vivir
dos entre prisioneros comunes. Treinta y cinco años después, el
sistema carcelario no sólo continúa igual sino que empeoró. La
cuestión no es prioridad del gobierno, y el extorsivo pago de los
intereses de la deuda pública mengua los recursos de que dispone la
Unión. Se invierte sólo en la construcción de nuevos presidios.
La guerrilla
carcelaria, desencadenada el fin de semana del 13 y 14 de mayo,
visibiliza la precariedad del sistema carcelario brasileño. Si rejas
y muros aseguran físicamente a los presos, los avances electrónicos
y la negligencia de las autoridades permiten que, de dentro hacia
afuera, comanden acciones criminales. Celulares ingresan en la barriga
de la corrupción favorecida por los bajos sueldos que reciben policías
y carceleros descalificados.
Otros se hacen de la
vista gorda ante las amenazas a sus familiares, blancos de los cómplices
de los detenidos. Las facciones criminales, otrora recluidas al
interior de las cárceles, hoy poseen ramificaciones en la calle y son
comandadas para lo que antes parecía inverosímil: ¡el crimen
organizado ataca a la policía!
São Paulo vivió su
fin de semana de Irak, con la policía cercada por tácticas de
guerrilla: ataques sorpresivos, escaramuzas, etc. Y las reacciones de
las autoridades no escapan de los viejos esquemas: imitar a Estados
Unidos en la construcción de presidios (presuntamente)
infranqueables; legalizar la pena de muerte; aumentar el pie de fuerza
policiaco– militar. Nada que enfoque las causas de la criminalidad y
la ineficiencia de nuestro sistema carcelario.
Entre Río y São
Paulo hay cerca de 2,3 millones de jóvenes, entre 14 y 24 años, que
no terminaron la educación básica. En ese contingente se encuentran
el 80% de los asesinos y de los asesinados. En síntesis, no se
reducirá la criminalidad sin educación de calidad, sin combate al
desempleo y sin que los niños concurran a la escuela 8 horas diarias.
La violencia no deviene de la miseria, y sí de la falta de educación.
Y de una cultura belicista, como la de Estados Unidos, el país más
violento del mundo, a pesar de ser el más rico. Sus cárceles
encierran a más de 2 millones de personas.
Nuestro régimen
penitenciario no difiere mucho del adoptado en la época de la
esclavitud. Se amontonan presos en mazmorras exiguas; se mezclan
autores de delitos distintos; se condena a todos a la más explosiva
ociosidad. No hay cursos para alcanzar una profesión, ni reducción
de penas de acuerdo con el progreso escolar. Ni tampoco hay
actividades culturales, como teatro, pintura y música, o
equipamientos y espacios adecuados para la práctica deportiva.
Como queso suizo,
nuestras cárceles están repletas de agujeros por donde entran dinero
y armas, celulares y drogas. El detenido es guardado, no reeducado;
castigado, no recuperado. Y el alto precio de la penitencia –de
donde viene penitenciaría– jamás es la absolución, y sí la
exclusión social. El preso cumple la pena sin que el sistema lo
prepare para la reinserción social, y sin que la sociedad se disponga
para acogerlo. De ahí el alto índice de reincidencia.
La causa mayor de la
criminalidad es la desigualdad social. La violencia intrínseca a las
estructuras sociales, como la agraria, sustancialmente arcaica,
provoca en los excluidos la reacción de revuelta. Se busca a hierro y
fuego el "lugar al sol" tan enfatizado, indiscriminadamente,
por la propaganda televisiva. Ella socializa el derecho de todos a la
felicidad adinerada, ligada a los bienes de consumo. No hay por qué
esperar de un joven empobrecido una actitud abnegada frente a su
carencia y sufrimiento. La droga es el recurso más a mano para
evadirse de esa realidad, sea por el "encantamiento" que
proporciona, sea por el dinero fácil que atrae.
¿Y por qué obedecer
las leyes si políticos corruptos y delincuentes de cuello blanco
permanecen en libertad? ¿Si la muerte es cierta y la vida carece de
sentido, por qué temer la ley del talión? Lo grave es cuando la
sociedad y la policía deciden adoptarla, como si la eliminación de
bandoleros significase la erradicación del crimen.
Hay
que liberar los recursos públicos aprisionados por el excesivo ajuste
fiscal y multiplicar la inversión en educación y en la reforma
carcelaria. Caso contrario, en breve, la propia policía estará
impregnada de este pavor que ataca a la población de nuestras grandes
ciudades: el miedo de salir a las calles.
Frei Betto, escritor, es
fraile dominico y asesor de movimientos sociales, autor de
"Gosto de Uva" (Garamond), entre otros libros.
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