Habla João Pedro Stédile
El Movimiento Sin Tierra (MST)
Presentamos, en versión abreviada, el reportaje al
dirigente del MST brasileño João Pedro Stédile publicado en la
edición mayo/junio 2002 de la New Left Review. Consideramos que se
trata de una buena introducción a las características sociales, políticas
y organizativas de uno de los movimientos sociales de masas más
importantes del continente (edición y traducción de Marcelo Yunes).
- ¿Cuáles fueron los orígenes del Movimiento Sin
Tierra?
- El MST fue el resultado de la conjunción de tres
factores. En primer lugar, la crisis económica de fines de los 70
puso fin al ciclo de industrialización en Brasil comenzado por
Kubitschek en 1956. Los jóvenes migraban del campo a la ciudad y
conseguían trabajo con cierta facilidad; ahora, en cambio, tienen que
quedarse en el campo y conseguir allí sus medios de vida. El segundo
factor es el trabajo que hacían los religiosos. En los 60, la mayoría
de la Iglesia católica apoyó la dictadura militar, pero con el
avance de la teología de la liberación hubo un cambio de orientación
y emergieron la Comisión Pastoral da Terra (CPT) y una serie de
obispos progresistas. Y el tercer elemento fue el creciente clima de
lucha contra la dictadura militar a fines de los 70, lo que
inmediatamente transformaba los conflictos locales en luchas políticas
contra el gobierno.
Entre 1978 y 1983 hubo una explosión de ocupaciones de
tierra en gran escala, y la gente realmente empezó a perder el miedo
a luchar contra la dictadura. Aquí el rol de la CPT fue fundamental;
la Iglesia era la única institución que tenía lo que podríamos
llamar una organización capilar en todo el país. En 1983 y 1984
tuvimos grandes discusiones sobre cómo construir una organización
que difundiera la lucha por la tierra y, sobre todo, que pudiera
transformar los conflictos locales en una gran lucha por la reforma
agraria. Sabíamos que no cambiaba nada agrupar algunas familias,
ubicarlas en tierras desocupadas y pensar que allí terminaba todo.
Las luchas agrarias del pasado nos habían enseñado que si los
campesinos no se autoorganizaban y no luchaban por algo más que una
parcela de tierra, nunca alcanzarían una mayor consciencia de clase
ni podrían encarar los problemas de fondo. Porque la tierra en sí
misma no libera al campesino de la explotación.
En enero de 1984 hicimos un Encuentro Nacional en
Cascavel, Paraná, donde resolvimos fundar una organización. El
nombre no importaba mucho, pero la prensa ya nos había bautizado:
cuando ocupábamos algún terreno los diarios decían “ahí están
otra vez los Sin Tierra”. Pues bien, seríamos el ‘Movimiento de
los Sin Tierra’. Ideológicamente, nos inclinábamos por
denominarnos “Movimiento de trabajadores por la reforma agraria”,
porque la idea era construir una fuerza social que fuera más allá de
la lucha por la tierra en sí misma. Pero nos habíamos ganado una
reputación como los Sin Tierra, de modo que el nombre quedó; todo lo
que hicimos fue ponerle la sigla: MST.
Otra decisión importante del Encuentro Nacional fue
organizarnos como un movimiento autónomo, independiente de los
partidos políticos. Según nuestro análisis, cuando un movimiento de
masas se subordinaba a un partido, resultaba debilitado por las
divisiones internas y las luchas fraccionales. No se trataba de que
despreciáramos a los partidos o pensáramos que era equivocado unirse
a ellos. Pero el movimiento debía permanecer libre de una dirección
política exterior. También tenía que ser independiente de la
Iglesia. Muchos campesinos decían que debíamos formar un movimiento
cristiano por la reforma agraria. Por suerte, algunos de los compañeros
más políticamente conscientes eran de la Iglesia, y ellos mismos se
opusieron. Decían que cuando un obispo tomara decisiones diferentes a
las de la organización, se acabaría la organización. Asimismo, estábamos
convencidos de que la lucha por la reforma agraria sólo podía
progresar a través de la lucha de masas, de modo que trataríamos de
involucrar a la mayor cantidad de gente posible. Cuando se decidiera
una ocupación de tierras, había que llevar a todos: madres, padres,
hijos, ancianos, niños, todos. Hicimos una lista de los diez o doce
objetivos de nuestro movimiento, como la lucha por la reforma agraria,
por un Brasil diferente, por una sociedad sin explotadores. Ese fue el
marco básico inicial.
- ¿Cómo describiría una típica ocupación de
tierras?
- Durante dos o tres meses, nuestros activistas
recorren las aldeas y comunidades en una región donde haya muchos
campesinos sin tierra y empiezan su trabajo de concientización, o
proselitismo, si lo quiere llamar así. Le explican a la gente que
tienen derecho a la tierra, que la Constitución tiene una cláusula
sobre la reforma agraria pero que el gobierno no la aplica. Después,
averiguamos con los campesinos si hay grandes propiedades sin explotar
en la región, porque la ley es clara: donde haya una gran propiedad
improductiva, el gobierno está obligado a expropiarla. La gente
participa en las discusiones y empieza a tomar consciencia. Entonces
llega la decisión: “Tienen derecho a la tierra, hay propiedades sin
explotar en la región. Pero sólo hay una manera de obligar al
gobierno a expropiarlas. ¿Creen que lo va a hacer si le mandamos una
carta? Pedírselo al alcalde es perder el tiempo, sobre todo si es
terrateniente. Se le puede hablar al cura, pero si él no se interesa,
¿qué hacemos? Tenemos que organizarnos y tomar la tierra nosotros
mismos”.
Cuando se toma la decisión, tiene que llevarse a cabo
por la noche para evitar a la policía. Los que quieren sumarse tienen
que organizarse en comités de 15 ó 20 personas. Después, cada comité
tiene que alquilar un camión y hacer una colecta para comprar tela
para carpas y juntar víveres. Preparar todo lleva tres o cuatro
meses, y una reunión de representantes de cada uno de los comités
decide cuándo hacer la ocupación. La decisión queda en secreto. A
la madrugada, bastante antes del amanecer, llegan los camiones a las
comunidades, cargan todo lo que puedan llevar y van hasta la
propiedad. Las familias tienen una noche para tomar posesión del área
y construir los refugios, de modo que por la mañana, cuando el
propietario ve lo que pasó, el campamento ya está instalado. Se
elige una familia para reconocer el lugar, encontrar agua, árboles
para sombra, etc. Hay muchos factores que intervienen al armar un
campamento al aire libre. Por ejemplo, es mejor estar cerca de una
ruta para no tener que cargar demasiadas cosas a cuestas. Esta clase
de asuntos logísticos influye mucho en el resultado de la ocupación.
Pero en realidad el éxito depende del número de familias que
participan: cuantas más son, menos favorable es la relación de
fuerzas para el propietario y la policía; cuantas menos familias, más
fácil es desalojarlas y más limitada será la repercusión política
Por la mañana, el asentamiento está instalado, y la
base del conflicto también. Aparecen los medios, el propietario
recurre a las autoridades exigiendo el desalojo y entran en escena
nuestros abogados. Ellos explican que se trata de una gran propiedad
improductiva, por lo que se ajusta a los requerimientos
constitucionales. Desde nuestro punto de vista, si ganamos es porque
el INCRA (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria) inspecciona
la propiedad y decide expropiar. Si perdemos es porque el propietario
tiene la suficiente fuerza a su disposición como para llevar adelante
el desalojo. Cuando la policía viene a desalojar, siempre tratamos de
evitar que haya violencia. El asentamiento se desplaza, por ejemplo,
hasta el borde de la ruta, y desde allí vamos a buscar otra propiedad
desocupada. Pero lo más importante para un grupo, una vez conformado
en un asentamiento, es permanecer unidos, para seguir presionando al
gobierno.
La mayor ocupación de todas fue en 1996 en la Fazenda
[estancia] Giacometti, en Paraná. La propiedad tenía 80.000 hectáreas
de tierra fértil y abarcaba tres municipios. Cuando los dirigentes
decidieron la fecha de la ocupación, suponíamos que sería a la
manera tradicional, alquilando camiones, cargando todo y llevándolo
hasta el lugar. Pero al llegar la noche había tantas familias que
decidimos no usar los camiones: caminamos 2l kilómetros toda la
noche. Cuando llegamos a la Fazenda estaba amaneciendo, y la policía
apareció enseguida. Pero había tanta gente, más de diez mil
personas, cargando sus cosas sobre la cabeza, que lo único que pudo
hacer la policía fue ordenar la procesión por la ruta y cuidar de
que no hubiera accidentes de tránsito. La escala de la acción había
cambiado la relación de fuerzas. Fue nuestra mayor victoria, algo épico.
La más grande ocupación de tierras que hayamos organizado hasta hoy.
- ¿Cómo es la estructura del MST? ¿Cuántos miembros
tiene y cómo se toman las decisiones a nivel local y nacional?
- Somos un movimiento social de masas, cuyo principal
objetivo es reunir gente para luchar. ¿Cómo se ingresa al MST? No
hay afiliación, no hay carnets, y no es suficiente decir que uno
quiere estar en el MST. La única forma de sumarse es tomando parte en
una ocupación de tierras, actuando en el terreno. Le escapamos a la
burocracia de tipo sindical o partidaria, con formularios de afiliación
y tasas de aportes. Como nuestra base son campesinos pobres y
analfabetos, tenemos que desarrollar formas lo más abiertas posibles,
que permitan el ingreso de la gente sin poner trabas burocráticas.
¿Cómo es la estructura del MST? Nuestra base es la
masa de los potenciales beneficiarios de la reforma agraria. Muchos de
ellos se sumarán a alguna clase de acción, como marchas de protesta,
por ejemplo, pero no todos se animarán a ocupar tierras. Se trata de
una forma de lucha muy radical, y es preciso atravesar primero una
serie de etapas.
En febrero de 2002 teníamos 80.000 familias acampando
al costado de las rutas o en propiedades desocupadas: ellos están en
la primera línea de la lucha contra el gobierno. Hay unos 20.000
militantes participando allí, compañeros con la mayor claridad ideológica,
que ayudaron a organizar el resto. Los militantes asisten a cursos y
participan en los encuentros regionales y estaduales, donde se eligen
los órganos directivos, de entre 15 y 21 compañeros. Cada dos años
hacemos encuentros nacionales, en los que se elige una comisión
nacional con representantes de cada estado. Cada cinco años
realizamos un congreso nacional, muy concurrido, un momento de
verdadero debate político. En nuestro último congreso de agosto de
2000 en Brasilia, el cuarto a nivel nacional, estuvimos cuatro días
en un centro de deportes con 11.750 delegados. Por lo que conozco, fue
el mayor congreso campesino de América Latina, y quizá del mundo,
salvo tal vez India y China.
Quisiera subrayar cuánto hemos aprendido de los
movimientos campesinos anteriores, que nos enseñaron que debemos
tener organismos colectivos, comités para la toma de decisiones políticas
y la distribución de tareas, y que no tenemos que tener un
presidente. Los campamentos se autogestionan y resuelven sus problemas
mediante comités; tampoco tienen presidente. Es lo mismo al nivel
regional, estatal y nacional: yo soy uno de los 21 directores
nacionales, pero las decisiones se toman en conjunto, y dividimos las
tareas entre nosotros.
- ¿Cómo y quiénes financian el MST? ¿La mayor parte
de los fondos surge de sus propias actividades, o hay otras fuentes de
recursos?
- En lo que hace a las ocupaciones de tierras, tenemos
un principio: todos los gastos son costeados por los que participan en
ellas. De otro modo, las cosas se harían confusas: “no se sabe quién”
compra las carpas, “no se sabe quién” paga el transporte, y los
campesinos terminan dependiendo de “no se sabe quién”. En cuanto
surja un problema dirán “no, yo no vine solo, a mí me trajo tal y
tal” y se irán, porque no verán la lucha como un sacrificio
personal. Podríamos desarrollar acciones mucho más grandes si pidiéramos
dinero en otra parte, pero tendría un efecto ideológico desastroso.
En segundo lugar, conseguimos mucha solidaridad a nivel
local. Los sindicatos y la Iglesia nos ayudan con fondos y cursos de
capacitación, que utilizamos para desarrollar el movimiento. Pero
otro de nuestros principios es que todo debe estar descentralizado: no
tenemos finanzas nacionales, y ni siquiera a nivel estadual. Tercero,
cuando ocupamos tierra, todo campesino, si quiere formar parte del
MST, consiente en dar un 2 por ciento de la producción del campamento
para el movimiento. Eso no va a ninguna autoridad lejana, sino que
ayuda a las personas que acampan en la región a organizar el
movimiento y capacitar compañeros. Cuarto: cuando ayudamos a instalar
un campamento aportamos las necesidades básicas de la comunidad, como
vivienda, electricidad, escuelas, capacitación de maestros, etc. Pero
el responsable de esto es el Estado, de modo que tratamos de hacer que
el gobierno obligue a las autoridades locales a pagar todo eso.
Estas son nuestras fuentes de recursos más comunes,
aunque a veces conseguimos ayuda de otras organizaciones de Europa y
EE.UU. Aunque parezca increíble, hay un grupo de empresarios
estadounidenses que nos envía fondos con mucha frecuencia sin que se
lo pidamos. Por lo general, el dinero europeo lo destinamos a
capacitar militantes, como en la escuela nacional Florestan Fernandes.
También hay otros proyectos, por ejemplo con una organización
europea de derechos humanos, para ayudarnos a conseguir representación
legal.
- ¿Cómo caracterizaría la base social del MST, no sólo
en términos de clase, sino también de género y “raza”? ¿Tienen
trabajo especial sobre pueblo indígenas?
- Los pueblos indígenas son una minoría en Brasil y
aquí fueron tradicionalmente cazadores y recolectores, no
agricultores como en Ecuador, Perú o México. Nuestra relación con
ellos parte de reconocer que son los habitantes originales de Brasil.
Eso está fuera de discusión: toda la tierra que reclamen como suya
es suya, y pueden hacer con ella lo que les parezca.
En cuanto a la composición étnica, depende de cada
estado. Hay muy pocos negros en el MST, y muy pocos campesinos sin
tierra en los estados donde están más concentrados (Bahia,
Pernambuco, Maranhão). Hoy en día, las masas campesinos se componen
sobre todo de mestizos en el Nordeste y de descendientes de
inmigrantes europeos en el Sur, y esto se refleja claramente en la
composición del MST.
En lo que hace a los problemas de género, como nuestra
forma de lucha incluye familias enteras, ha habido una ruptura con el
modelo tradicional de movimientos campesinos puramente masculinos.
Esto no significa que no exista una fuerte cultura machista entre los
hombres del campo, al contrario. En un campamento hay tantas mujeres
como hombres, pero ellas están mucho menos representadas a niveles más
altos. Ahí se nota la influencia machista. De todos modos, aunque no
adoptamos un sistema de “cupo femenino”, el 40 por ciento de los
miembros del comité ejecutivo nacional son mujeres.
En términos de clase, la población rural ha sido
categorizada de distintas maneras. Nosotros tratamos de usar una
terminología que tenga en cuenta el hecho de que hay mucho lumpen en
las áreas rurales; el número de personas viviendo en la miseria ha
aumentado junto con la crisis económica. El proletariado agrario
constituye más o menos un tercio de la población rural, pero su número
está declinando bastante con la mecanización. Hay muchos
trabajadores asalariados en la ganadería, pero están muy dispersos,
lo que dificulta su organización. Lo mismo vale para los grandes
establecimientos rurales. Luego está el campesinado clásico, los
pequeños propietarios que trabajan con sus familias una parcela
propia o arrendada. De este sector, un tercio son sin tierra: nuestra
base de cuatro millones de familias. Otro tercio –otras cuatro
millones de familias- son pequeños propietarios, con parcelas de
hasta 50 hectáreas. También existe una pequeño burguesía agraria,
cuyas propiedades van de las 50 a las 500 hectáreas. Por encima de
eso vienen los estancieros y terratenientes, a los que consideramos la
burguesía agraria.
Brasil tiene la mayor concentración de propiedad
agraria del mundo. Un 1 por ciento de propietarios, unos 40.000
latifundistas, posee el 46 por ciento de la tierra, unos 36 millones
de hectáreas. Por lo general, en ellas hay ganado o son totalmente
improductivas. Debajo de ellos, la burguesía agraria posee otros 30
millones de hectáreas, en propiedades de entre 500 y 2000 hectáreas.
Este es el sector más modernizado, que produce soja, naranjas o café.
Las propiedades de los pequeños campesinos, de menos de 100 hectáreas,
producen sobre todo para la autosubsistencia, con un pequeño
excedente que se vende en el mercado.
- ¿Cómo evalúa la actuación del presidente Cardoso
en cuanto a la cuestión agraria?
- El gobierno de Cardoso al principio subestimó el problema agrario.
Cuando vino la masacre de Rondônia y Carajás [el
asesinato de trabajadores rurales a manos de la policía en Corumbiara,
Rondônia, el 9 de agosto de 1995 y en Eldorado dos Carajás el 17 de
abril de 1996] se asustó, como toda la clase dominante, ante la
magnitud del problema social que eso revelaba. Después de eso, el
gobierno tuvo que ceder a la presión pública en cuanto al
tratamiento de los sin tierra. No tenía forma de reprimirnos. Nuestra
posición ante la sociedad se fortaleció mucho y hubo una serie de
ocupaciones de tierras entre 1996 y 1998, aun cuando el programa
neoliberal de Cardoso no parecía dar mucho margen para expropiaciones
de tierra o reforma agraria.
Cuando Cardoso ganó por segunda vez en 1998, la
transición a un nuevo modelo económico ya estaba consolidada. En el
agro, se impulsó la entrada del capital internacional y la
implementación del modelo “norteamericano” en el campo brasileño.
A esto se sumó la internacionalización de nuestra producción de
alimentos. Se aceleró la concentración de la tierra y las
agroindustrias en manos del gran capital, y todo el comercio agrícola
está hoy bajo el control de las multinacionales. El sector público
desapareció, contra lo que hace el Primer Mundo, que es desarrollar
la agricultura mediante un fuerte apoyo estatal. El presupuesto del
INCRA era de 3 mil millones de reales en 1997; en 2001 no llegaba a
los mil millones. Se acabaron la asistencia técnica, los fondos
estatales, la investigación pública; el Embrapa [ente estatal
brasileño dedicado a la investigación agrícola] fue desguazado.
La lucha de los sin tierra se ha convertido en una
cuestión de clase mucho más amplia, y esto nos hace reconocer que
nosotros también necesitamos ampliar nuestra lucha. Seguiremos
ocupando tierras porque esa es la única manera de que muchas familias
resuelvan sus problemas más inmediatos, como tener un lugar donde
trabajar. Pero si queremos avanzar hacia la reforma agraria tenemos
que enfrentar el neoliberalismo como tal, y eso no puede hacerse sólo
con ocupaciones de tierras. Por eso el MST se une a otras
organizaciones campesinas que combaten a las multinacionales,
especialmente semillas genéticamente modificadas [transgénicos]. Esa
es la máxima expresión de la extensión del control de las
multinacionales sobre el nuevo modelo económico. De aquí a cinco años,
todas las semillas que planten los campesinos brasileños podrían
pertenecer a las grandes corporaciones. La soberanía alimentaria del
país está en serio peligro.
Ese es nuestro balance de la presidencia de Cardoso: un
gobierno que se ha subordinado totalmente a los intereses del capital
internacional, y que logró imponer esa sumisión a la agricultura
brasileña. El MST se ha salvado sólo porque en estos 18 años hemos
podido construir un movimiento social con una ideología coherente y
una base militante. Si hubiéramos sido un movimiento campesino
tradicional, nos habrían barrido.
- ¿Qué medidas específicas tomó el estado para
reprimir al MST? Bajo el gobierno de Cardoso, ¿los asesinatos y los
encarcelamientos arbitrarios han crecido o decrecido?
- El número de asesinatos brutales ha bajado con
Cardoso, en parte debido a que la sociedad brasileña ha estado más
alerta, y en parte porque le dimos cada vez mayor prioridad a la lucha
de masas. Bajo Collor y Sarney, la mayoría de los asesinatos eran de
dirigentes sindicales, porque resultaba fácil para los terratenientes
o la policía golpear a los cabecillas. Hubo unos 1600 asesinados en
conflictos agrarios desde 1984, pero sólo alrededor de un centenar
eran miembros del MST, la mayoría en Carajás yRondônia.
Sin embargo, ahora hay formas menos abiertas de represión,
ligadas a los servicios de inteligencia. En primer lugar, Cardoso
reorganizó la policía federal mediante la creación de departamentos
especializados en conflictos agrarios en cada estado, con oficiales
expertos en el MST. Esto es esencialmente una reconstrucción de la
DOPS (Departamento de Orden Político y Social) de los años de la
dictadura. Constantemente nos investigan, por lo que tenemos que
gastar tiempo y energías en proteger a nuestros militantes de la
policía federal. En cuanto a los terratenientes, ya no tienen tanta
libertad para atacarnos físicamente, pero tienen gente que nos sigue
como si fueran nuestra sombra.
La segunda forma de represión que enfrentamos es la
judicial, sistema donde el gobierno y los terratenientes tienen gran
influencia. Usan los tribunales para frenarnos. La semana pasada
estuve un día encarcelado en Mãe do Rio, un pequeño municipio de
Pará, donde 14 compañeros estuvieron detenidos sin cargos durante 31
días en celdas de 4 metros por 6, mientras el juez denegaba sistemáticamente
el derecho de habeas corpus.
La tercera forma de reprimirnos es el uso orquestado de
los medios tratando de estigmatizarnos sobre todo ante los sectores
menos politizados de la clase media baja de las ciudades, que son los
lectores de Veja, el semanario de mayor circulación en Brasil,
que está totalmente contra nosotros. Por suerte, la clase trabajadora
y los más pobres no leen Veja.
- ¿De quiénes se siente más cerca en el terreno
internacional en la cuestión agraria? ¿Qué relación existe entre
el MST y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional?
- Nuestras relaciones con los zapatistas son
simplemente de solidaridad. Su lucha es justa, por supuesto, pero su
base social y sus métodos son diferentes de los nuestros. La suya es
esencialmente una lucha de pueblos indígenas por la autonomía; si
hay algo para criticar en esa experiencia, sería que la lentitud de
su avance se debe a que no han logrado extender esa lucha y
convertirla en lucha de clases nacional. Han aceptado encuadrar su
lucha como la de una etnia específica en un territorio particular,
mientras que el nuestro es un movimiento campesino que se ha
politizado como resultado del avance del capitalismo y el
neoliberalismo. Si la lucha que hoy llevamos adelante hubiera tenido
lugar en los años 30, habría sido sólo un movimiento por la reforma
agraria, orientado sólo a las necesidades de su propio sector.
En el plano internacional, el contexto es políticamente
mucho más amplio. El MST ha hecho una modesta pero orgullosa
contribución a la red internacional de movimientos campesinos, Vía
Campesina, con presencia en 87 países. Es muy notable que recién
ahora los campesinos estén comenzando a tener un cierto grado de
coordinación internacional, después de cinco siglos de desarrollo
capitalista. Los obreros tuvieron su día internacional hace más de
un siglo, y las mujeres no mucho menos, pero los campesinos recién
ahora han acordado el suyo: el 17 de abril. Es un orgullo para
nosotros, porque es un homenaje a los carajás. En la medida en que el
capitalismo significaba nada más que industrialización, los que
trabajaban la tierra limitaban su lucha al nivel local. Pero ahora que
se nos impone la realidad de la internacionalización neoliberal,
conocemos relatos de campesinos de las Filipinas, Malasia, Sudáfrica,
México, Francia, todos enfrentando los mismos problemas... y los
mismos explotadores. Se trata del mismo puñado de empresas -siete
grupos en total en el mundo entero- que monopolizan el comercio agrícola,
controlan la investigación y la biotecnología, y concentran la
propiedad de las semillas de todo el planeta. Es la propia nueva fase
del capitalismo la que ha creado las condiciones para que los
campesinos se unan contra el modelo neoliberal.
En Vía Campesina estamos construyendo un programa. Un
eje en el que acordamos es en una reforma agraria que democratice la
tierra, tanto como base de una democracia política como para
construir otro tipo de agricultura. Esto tiene importantes
consecuencias. Desde la época de Zapata en México o de Francisco
Julião en Brasil, la idea inspiradora de la reforma agraria fue que
la tierra debe ser para el que la trabaja. Sin embargo, hoy debemos ir
más allá. Los campesinos indios y vietnamitas han aportado mucho en
este debate, con una visión diferente de la agricultura y la
naturaleza. Queremos prácticas agrarias que conviertan a los
campesinos en guardianes de la tierra, que aseguren el equilibrio ecológico
y que garanticen que la tierra no sea vista como propiedad privada.
El segundo punto es el concepto de soberanía
alimentaria. Esto nos lleva a chocar de frente con el capital
internacional, que quiere mercados libres. Sostenemos que todos los
pueblos tienen derecho a producir su propio alimento. El comercio agrícola
debe subordinarse a este derecho superior. Debiera intercambiarse sólo
el excedente, y sólo de manera bilateral. Estamos contra la OMC y
contra el monopolio del comercio agrícola internacional por las compañías
multinacionales.
El tercer eje en el que trabajamos en Vía Campesina es
el concepto de que las semillas son propiedad de la humanidad: las técnicas
agrícolas no pueden ser patentadas. La biotecnología es algo bueno;
los científicos pueden desarrollar en el laboratorio productos que a
la evolución natural le llevaría millones de años conseguir. Pero
esto sólo es positivo si esos desarrollos se democratizan de modo que
todos tengan acceso a ellos, y si se toman los recaudos adecuados con
el medio ambiente y la salud humana. Este no es el caso de los transgénicos
y la tecnología de modificación genética. Ningún científico puede
dar absoluta seguridad sobre los posibles efectos de los animales
clonados y las semillas transgénicas, de modo que estas prácticas
debieran limitarse a la experimentación en laboratorios, en áreas
restringidas, y su uso no se debe generalizar hasta que estemos
completamente seguros. La historia de la BSE [encefalopatía
espongiforme bovina, conocida como el “síndrome de la vaca loca”]
es bastante ilustrativa al respecto.
Algo que pocos saben es que entre 1998 y 1999, Cardoso
impulsó una ley de patentes para conceder el derecho a la propiedad
privada de especies vivientes. El primer borrador circuló en inglés,
porque la embajada de EE.UU., que era la que estaba detrás del
proyecto, ni se tomó la molestia de traducirlo. Una vez aprobada la
ley, el Instituto de Biología recibió 2940 pedidos de patentes, el
97 por ciento provenientes de corporaciones multinacionales que
buscaban el derecho de propiedad de una mariposa amazónica o alguna
clase de arbusto, por ejemplo. Suena ridículo, pero sucede
exactamente lo mismo en India, Chile, las Filipinas o Sudáfrica.
- ¿Cuál es la posición del MST en relación al uso
de la violencia para lograr sus fines, incluida la reforma agraria?
- Tenemos una tradición de pluralismo ideológico en
el movimiento, en el sentido de que no nos declaramos seguidores de
ningún filósofo o intelectual. Consideramos que cada uno de ellos
sintetiza una experiencia histórica particular, y buscamos cómo
podemos aprovecharlas. En lo que hace a la violencia, aprendimos mucho
de dos asiáticos: Ho Chi Minh y Gandhi. Ho fue el único que pudo
derrotar a EE.UU., y siempre les enseñó a los campesinos vietnamitas
que su fuerza no estaba en lo que llevaban en las manos, sino en lo
que llevaban en sus cabezas. La otra lección que aprendimos es la de
elevar la consciencia del pueblo de modo que se dé cuenta de que
nuestra fuerza reside en el gran número. Esa es una enseñanza de
Gandhi: si decidiéramos usar las mismas armas que nuestros enemigos,
estaríamos condenados a la derrota.
- ¿Cuál es la relación del MST con la izquierda
brasileña, y en particular con el PT?
- El MST tiene relaciones históricas con el PT; ambos
nacieron en el mismo período, en el campo hay muchos militantes que
ayudaron a formar el PT y trabajan para el MST, y viceversa. Hay una
coincidencia natural en darnos asistencia recíproca, siempre
manteniendo la autonomía. La mayoría de nuestros militantes, cuando
eligen un partido, optan por el PT, pero hay campesinos del MST
afiliados al Partido Socialista Brasileño, o al Partido Democrático
Trabalhista de Leonel Brizola.
El MST es independiente del PT, pero en época de
elecciones tradicionalmente apoyamos sus candidatos, dado que es el
partido más fuerte de la izquierda. De todos modos, creemos que la
izquierda brasileña en general está atravesando una crisis bastante
compleja. En primer lugar, la izquierda no tiene un proyecto claro
para Brasil, o cae en la simplificación de socialismo versus
capitalismo, sin formular con claridad cuáles serían los primeros
pasos socialistas. Segundo, la institucionalización de muchos
partidos y corrientes las ha distanciado del movimiento de masas.
Pareciera que la izquierda ha olvidado que lo que origina el cambio
social es la masa organizada del pueblo, y que el pueblo se organiza
mediante la lucha, no mediante el voto. El voto es una expresión
ciudadana, no una forma de lucha. La izquierda debe recuperar la
convicción de que sólo podemos cambiar la relación de fuerzas
mediante la lucha de masas contra la burguesía. Hay siempre una
inclinación por la negociación y por acomodarse a las presiones de
clase.
Una tercera crítica, que es también una autocrítica,
porque nos consideramos parte de la izquierda: tenemos que recuperar
la tradición de nuestros predecesores del trabajo de base, de la
organización casi microscópica del pueblo, algo en lo que la Iglesia
insiste mucho. Los militantes ya no tienen paciencia para manejarse
con personas despolitizadas. Solemos hablar de propaganda, pero en
realidad es mera agitación, del estilo de la que hacen los
trotskistas aquí en Brasil: no eleva la consciencia, no organiza.
El cuarto aspecto es la educación política. Es muy raro ver en la
izquierda un programa sostenido de educación, en el sentido más
amplio, de sus militantes. Los militantes tienen que leer a los clásicos
para poder dominar las herramientas necesarias para una correcta
interpretación de la realidad. La izquierda ha abandonado los clásicos
e incluso el estudio de la propia realidad brasileña. Tenemos que
unir la preparación teórica a la práctica política. Resulta penoso
ver en qué terminan los jóvenes, incluso aquellos afiliados al PT o
a la CUT, como si lo único que los jóvenes pudieran hacer hoy fueran
festivales de música o campañas por la legalización de la
marihuana. La izquierda brasileña tiene que superar estos problemas a
fin de reconstituir, en un futuro no muy lejano, un gran movimiento de
masas con el firme objetivo revolucionario de un proyecto alternativo
para nuestra sociedad.
Publicado
en Socialismo o Barbarie (revista), julio 2002
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