El
primer 26 de julio sin Fidel Castro
Cuba
en una encrucijada
Por
Claudio Testa
Socialismo
o Barbarie, periódico, 03/08/07
“¿Es que las
revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres
pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir
los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se
derrumben? Yo me he hecho a menudo estas preguntas. Y mire lo que le
digo: los yanquis no pueden destruir este proceso revolucionario,
porque tenemos todo un pueblo... que, a pesar de nuestros errores...
jamás permitiría que este país vuelva a ser una colonia de ellos...
Pero este país puede autodestruirse por sí mismo. Esta revolución
puede destruirse. Nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería
culpa nuestra. Si no somos capaces de corregir nuestros errores. Si no
conseguimos poner fin a muchos vicios: mucho robo, muchos desvíos y
muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos ricos” (Fidel
Castro en entrevista de Ignacio Ramonet, “Biografía a dos voces”,
Barcelona, Debate, 2006.)
Conviene
tener presentes estas palabras de Fidel Castro, que venía repitiendo
en ocasiones desde el discurso dado el 17 de noviembre de 2005 en la
Universidad de La Habana. Es que Cuba –donde por primera vez el
pasado 26 de julio acaba de conmemorarse un aniversario del ataque al
Cuartel Moncada sin la presencia de Fidel Castro– está en una
difícil encrucijada.
Los
que luchamos por el socialismo en todo el mundo debemos cargar aún
con el pesado fardo del derrumbe de la ex URSS y el Este europeo (y de
la similar restauración del capitalismo por vías menos estrepitosas
en China). Esto fue presentado a las masas como “el
fracaso del socialismo”. Y sabemos bien cómo esa falsa
conciencia sigue limitando profundamente el horizonte político de las
masas trabajadoras, y las deja sin una alternativa auténtica frente a
la pudrición acelerada y maligna del capitalismo.
Los
destinos de Cuba tienen, entonces, una
importancia que trasciende la isla. Es que estamos ante el peligro
de que, un día de estos –como esos bodrios en serie que produce
Hollywood– nos enteremos de que en Cuba se ha terminado de rodar “El
fracaso del socialismo, parte 2”. Eso tendría consecuencias
graves, sobre todo en América Latina.
Por
eso, la defensa de Cuba, no sólo ante las amenazas del imperialismo yanqui,
sino también más ampliamente la defensa
de las conquistas de la revolución de 1959 (como por ejemplo la
expropiación de los capitalistas), es una cuestión de trascendencia
mundial y latinoamericana.
Pero,
al mismo tiempo, hay que tener claro que la defensa de las conquistas no
es sólo frente al imperialismo, sino también frente la propia burocracia, cuyos privilegios profundizan las desigualdades sociales que se han agravado desde los
90 y que, por distintas vías, como vemos en el otro artículo, abre
las puertas a la restauración del capitalismo, aunque bajo formas
distintas a las de la ex URSS y el Este europeo.
Raúl Castro: “Habrá
que introducir los cambios estructurales que resulten necesarios...”
El
discurso que Raúl Castro, en reemplazo de su hermano, pronunció el
26 de julio (versión completa en www.socialismo-o-barbarie.org, edición
del 29-7) pone de presente los graves problemas que enfrenta Cuba, al
tiempo que –con menos claridad– se esbozan las “soluciones”
que evidentemente se están discutiendo a puertas cerradas en la cúspide del estado, del PCC y de las FAR
(Fuerzas Armadas Revolucionarias).
Más
allá de la retórica habitual de este tipo de discursos, al ir a las
cuestiones concretas y candentes, Raúl Castro puso
el centro en la batalla para elevar
la producción y la eficiencia (es decir, la productividad
del trabajo):
“Cualquier
incremento de salarios o descenso de precios, para que sea real, sólo
puede provenir de una mayor y más eficiente producción o prestación
de servicios que permita disponer de más ingresos... Nadie,
ni un individuo ni un país, puede darse el lujo de gastar más de lo
que tiene... Para tener más, hay que partir de producir más y con
sentido de racionalidad y eficiencia...” Para eso, lo decisivo, además
de “la constancia y la organización... del control y la exigencia
sistemáticos” sería “incorporar a las masas al combate por la
eficiencia”. Una de las grandes metas de la batalla por la producción
y la eficiencia es aumentar la producción de alimentos, reduciendo la
asfixiante de dependencia de las importaciones. Otra meta es el ahorro
de combustibles y energía.
Por
supuesto, un factor importante de las dificultades que cruzan la
economía cubana (y el consiguiente abastecimiento y nivel de vida de
las masas), es el criminal bloqueo impuesto por EEUU... Pero el mismo
Raúl Castro, en su discurso, subraya que “los errores propios...
agravan las dificultades derivadas de causas externas, en especial el
bloqueo”. Entre esos “errores propios”, Raúl Castro, menciona
“las deficiencias, errores y actitudes burocráticas o
indolentes…”
Siguiendo
el pensamiento oficial, que se impuso desde mediados de los años 60
con la adopción en Cuba del “modelo soviético”, la burocracia no
existe como el sector
social que maneja sin mayor limitación ni control el aparato del
estado. Sólo hay “actitudes burocráticas”. Sería, entonces, un
problema más bien “psicológico”, subjetivo, y no de la estructura social cubana, conformada en gran medida por esa
asimilación a la ex Unión Soviética, que fue tomada como el modelo
mundial de “socialismo”.[1]
Su
hermano Fidel se muestra más realista cuando habla –como citamos más
arriba– de “mucho robo,
muchos desvíos y muchas fuentes de suministro de dinero de los nuevos
ricos..." Y,
sobre todo, cuando relaciona esto con el peligro de que “la revolución se autodestruya”.
Raúl fue aún más
impreciso cuando habló de las soluciones
a esto (más allá de las exhortaciones a ser eficientes, honestos y
trabajar fuerte). Una de sus conclusiones es que “habrá que
introducir los cambios estructurales que resulten necesarios”...
pero no dijo concretamente cuáles.
Sin embargo, el tono,
especialmente al final de su discurso, indica que se preparan cambios.
Su conclusión, citando a su hermano Fidel, es que "revolución
es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser
cambiado”. Cambiar, ¿pero hacia dónde? ¿Para hacer qué? Eso
sigue sin aclararse con precisión.
¿Una película que
ya vimos?
El hecho preocupante
es que, en el campo decisivo de la economía y la producción
–centros del discurso del 26 de julio–, en Cuba se vienen
desarrollando con todo varios de los fenómenos que precedieron el derrumbe de la ex URSS y el
Este. Esto podríamos resumirlo en dos refranes que fueron
populares tanto en la ex URSS como en el Este de Europa: “Ellos
aparentan pagarnos un salario y nosotros aparentamos trabajar” y
“La propiedad de todos no es de nadie, y se la roba el más vivo”.
No sabemos si esos
refranes se citan mucho en Cuba. Pero en los hechos se
ponen en práctica con gran amplitud. Y esto nos remite al centro
de los problemas de la construcción socialista.
En relación con el
primero de ellos, son muy pertinentes las observaciones de Sam Farber,
uno de los mejores historiadores marxistas de la Revolución Cubana.
“El problema
fundamental –señala Farber en su artículo “Una
visita a la Cuba de Raúl Castro” (www.socialismo-o-barbarie.org,
edición del 24-6-07)– consiste en la falta de iniciativa, motivación
y disciplina en el trabajo y la administración. A través de los
siglos, el capitalismo ha desarrollado sistemas jerárquicos burocráticos
donde los trabajadores no tienen idea del para qué ni del cómo del
proceso general de producción. Aun así, los trabajadores están
obligados a desempeñarse con un cierto nivel de habilidad,
aguijoneados por la política del palo
–produce o terminas despedido– y la zanahoria
–la promesa, y a veces la realidad, de un aumento salarial y de un
ascenso–.
“Los sistemas del
tipo soviético no han podido desarrollar un sistema paralelo de
motivación que se acerque a la efectividad de los métodos
capitalistas. Los trabajadores en este tipo de sistemas, igualmente,
si no más, burocratizado y jerárquico, tampoco alcanzan a comprender
el para qué y el cómo del proceso general de producción.
“Uno de los palos
que el gobierno como patrón único tenía a su disposición fue
eliminado con la política de la seguridad general del empleo...
La falta sistémica de productos... se ha encargado de eliminar
una buena parte de las zanahorias.
“En la ausencia de
un enfoque alternativo, Cuba podría acabar arrastrada hacia la
ideología y la práctica del capitalismo...”
En efecto, a nivel de
la producción, la productividad y la “eficiencia” –tan
reclamada en el discurso de Raúl Castro– Cuba está reproduciendo
lo que se vio antes en la URSS, el Este y China... y que, por caminos
distintos, llevó a la misma
salida: la restauración capitalista. ¡Ése es hoy el mayor
peligro!
La clave de todo esto
no es “económica” sino política.
No va a haber compromiso y responsabilidad, ni entusiasmo y
“eficiencia” de los trabajadores en la producción, si quien
decide todo es una burocracia de estado, incontrolable y que obra
por cuenta propia (y en función también de sus intereses
particulares).
Como ya había señalado
proféticamente Trotsky –frente a los primeros desastres de los
planes económicos de la burocracia estalinista en los años 30–, el elemento fundamental en la economía de transición al socialismo
no es “económico” sino político:
la democracia obrera y
socialista. Es decir, que la clase trabajadora decida libre
y conscientemente los
rumbos y las tareas de la economía.
Como ya vimos, Raúl
Castro plantea “incorporar
a las masas al combate por la eficiencia”. ¿Cómo se va a lograr
eso sin democracia obrera? ¡Esa es la única posibilidad realista de que el estímulo
socialista para trabajar eficientemente sea superior al estímulo
del palo y la zanahoria del capitalismo! ¡El látigo del hambre y
el desempleo que usa (eficazmente) el capitalismo para que los
trabajadores trabajen con “eficiencia”, sólo puede ser superado
por la libre autodeterminación
de los trabajadores mismos!
En el caso de Cuba,
las masas nunca pudieron debatir y decidir libremente el rumbo. El único
(y último) debate más o menos real sobre la orientación general de
la economía fue el protagonizado en 1963-64 por el “Che” Guevara
contra los partidarios de la planificación estilo URSS. E incluso
este debate, aunque fue una
discusión auténtica, se desarrolló sólo en las alturas, sin
ninguna instancia democrática de decisión por parte de los
trabajadores cubanos.
Desde, entonces, el
gobierno cubano cambió repetidas veces de orientación de la economía,
y los trabajadores sólo se enteraron cuando era un hecho consumado...
y cuando el anterior equipo era defenestrado. Lo que había sido la
“línea correcta” de ayer, era presentado como los errores que había
que solucionar y pagar hoy.
Dicho de otro modo:
si los trabajadores no tienen
el poder de decisión democrático sobre los rumbos de la economía,
la producción, la administración, el control de sus administradores,
etc., inevitablemente terminarán sintiendo –con mucha razón– que todo
eso les es ajeno. Y sentirán eso por más atronadores que retumben los
discursos sobre el socialismo.
Y esto nos lleva al
segundo refrán que citamos, el referente a la “propiedad social”
o “propiedad de todos”.
Las dificultades
materiales para sobrevivir, sobre todo en los primeros años del
llamado “período especial”, después del derrumbe de la ex URSS,
estimularon –como no podía ser de otra manera– un crecimiento
desmesurado del robo y la corrupción.
Al mismo tiempo, por
diversos motivos, en el “período especial” [1] (del cual aún no
se ha salido) se registró un significativo aumento
de la desigualdad social, vertebrada principalmente entre los
sectores de la población que de una u otra manera tenían ingresos en
dólares (y luego en una unidad monetaria convertible) y el resto de
los infortunados que cobraban sólo sus salarios en pesos.
Desde entonces, la
economía ha registrado un mejoramiento y –según las estadísticas
oficiales– Cuba ha registrado un crecimiento importante en los últimos
años. Sin embargo, eso está todavía lejos de reflejarse en las
mismas proporciones en el nivel de vida y del abastecimiento.
Y pese a estas
mejoras de las estadísticas, la
corrupción sigue siendo un fenómeno generalizado y arrasador. Y
corrupción significa, en primer lugar, el robo de la “propiedad
social”.
Este fue el principal
motivo de la última campaña encabezada en persona por el mismo Fidel
Castro: la llamada “Batalla
de las Ideas”, que revive en cierto modo las concepciones del
Che Guevara sobre los “estímulos morales”.[2]
La “batalla de las
ideas” desatada por Fidel al margen de los organismos del estado, y
muchas veces interfiriéndolos, no sólo se limitó a predicar, sino a
organizar acciones: por ejemplo, la movilización de brigadas
juveniles para poner coto al robo de combustibles en las gasolineras,
que se había convertido era un saqueo escandaloso.
Como se vio en la ex
URSS, el Este y China, la corrupción generalizada fue un elemento número
uno de desmoralización y
disgregación social, que abonó el terreno para el capitalismo.
Hoy, Cuba enfrenta una parecida generalización de la corrupción.
Por supuesto, la
historia nunca se repite mecánicamente. El contexto mundial y
latinoamericano hoy día es distinto y relativamente más favorable
para evitar un derrumbe estilo ex URSS o una “evolución” al
capitalismo estilo China. Pero sería muy peligroso confiar en ese
contexto mundial, y menos aún en los “juramentos socialistas” de
la burocracia cubana, que se está haciendo plenamente cargo del
poder, después del retiro del caudillo “carismático”.
Sólo la entrada en
escena de la clase trabajadora de la isla puede ser una garantía
firme de que la Revolución Cubana no llegue a
“autodestruirse por sí misma”.
Notas:
1. El “Período
Especial” –es decir, la crisis abierta luego del derrumbe de la
Unión Soviética– agravó
cualitativamente las desigualdades sociales, no sólo en relación
a la propia burocracia sino también a
otros sectores privilegiados (por ejemplo, los que tienen acceso
al dólar o, luego, a la moneda convertible). Asimismo se produjo el
surgimiento de un nuevo y
fuerte sector de la burocracia (en gran medida de la oficialidad
de la Fuerzas Armadas) que actúan como ejecutivos de las joint ventures con las empresas extranjeras radicadas en Cuba. Pero,
para la gran mayoría de la población, la situación fue lo que Marx
llamaba “socialización de la
miseria”.
2. Aunque Guevara, en
sus últimos años, desarrolló críticas parciales a los defectos
burocráticos del sistema soviético, su “remedio” no era la
democracia socialista ni la autodeterminación de la clase
trabajadora. Los “estímulos morales” eran una prédica idealista
y moralizante para solucionar un problema que era en verdad político:
¿quién ejerce el poder en una sociedad donde se ha expropiado el
capitalismo? ¿Una burocracia de estado que ordena y manda a los
trabajadores? ¿O la clase trabajadora democráticamente
autodeterminada?
|