¿“Modelo
chino” o democracia obrera y socialista?
Por
Claudio Testa
Socialismo
o Barbarie, periódico, 03/08/07
Como
se transparenta en el comentado discurso de Raúl Castro, se impone la
necesidad de cambios en la era “post Fidel”, que de cierta manera
ya ha comenzado.
Es
que la figura de Fidel no era un elemento menor del régimen cubano.
Cuando se producía el derrumbe de la ex URSS y del Este, muchos
creyeron que Cuba seguiría rápidamente el mismo camino. Sin embargo,
pese a las atroces dificultades y sufrimientos de los primeros años
del “período especial”, el régimen cubano se mantuvo en pie. El
cambio del contexto mundial y latinoamericano (especialmente con el
proceso de Chávez en Venezuela) le dio luego más “respiro”
internacional económico y político.
Creemos
que un elemento clave de esta hazaña de supervivencia (además de que
el imperialismo yanqui siempre jugó al “todo o nada” frente a
Cuba) fue el grado cualitativamente
mayor de legitimidad del régimen
cubano en relación con los de la ex URSS y el Este.
El
aparato de estado como tal se había conformado en los 60 según el
“modelo” burocrático de la ex URSS. Pero su dirección no era un
Brejnev ni un Gorbachov, ni menos todavía algún títere puesto por
el ejército ruso, como era el caso en el Este europeo.
Por
el contrario, Fidel había encabezado una gran revolución, la más importante del siglo XX en América Latina (junto con las de México
y Bolivia). Y esta revolución, al expropiar al capitalismo, no sólo
fue mucho más lejos que las restantes, sino que también logró otras
conquistas trascendentales:
la plena independencia de Cuba respecto al imperialismo yanqui, un
gran avance en la igualdad social, en la salud, la educación, etc.
Esto
decidió desde el primer momento el apoyo
fervoroso de gran parte del pueblo cubano a la revolución. Y esto se
concentró especialmente en el caudillo
(en el pleno sentido latinoamericano
de esta palabra) de la revolución de 1959: Fidel Castro.
Pero
que los trabajadores y las masas apoyen
a un gobierno (y en este caso, más bien, a un caudillo),
no es lo mismo que la clase trabajadora gobierne
por medio de sus propios órganos
de poder. Una cosa es apoyar.
Otra, muy distinta, gobernar.
Se
puede medir bien esa distancia recordando las dos grandes consignas de
la Revolución Rusa de 1917 y de la Revolución Cubana de 1959. En la
primera fue: “¡Todo el poder
a los soviets (consejos obreros)!” En la segunda fue: “¡Comandante
en Jefe, ordene!”
El
Comandante en Jefe –Fidel Castro– ha sido el principal depositario
de la “legitimidad”. Y, además, ha actuado no sólo como cabeza
del estado y del gobierno, sino también como “árbitro” entre las
masas y el aparato burocrático. Poco
o nada de eso va a ser transmisible.
Esta
situación, combinada con las dificultades económicas y los problemas
sociales, abre el interrogante del rumbo a seguir. En este cuadro brotan
discusiones que no se plantean abiertamente ni se pasan en limpio, por
la misma naturaleza burocrática del régimen.
Sin
embargo, es muy significativo que en la cúpula del régimen,
comenzando por el mismo Raúl Castro, se vengan escuchando grandes
alabanzas al “modelo” de “socialismo” que sería... China.
Esos
elogios no son muy precisos; nada se dice con claridad. Pero poner
a China de ejemplo es un programa en sí mismo. China significa,
por un lado, el mantenimiento de un régimen burocrático sin
el menor atisbo de democracia para los obreros y campesinos; y,
por el otro lado, la restauración
del capitalismo, pero no en medio de un caos como se hizo en
Rusia, sino bajo la regulación de un estado “fuerte”, a la sombra
del cual sectores de la burocracia se han hecho millonarios, y ha
surgido una potente burguesía china, mientras la clase trabajadora
sufre una explotación salvaje a manos de las corporaciones
extranjeras y las empresas nacionales.
Si
éste fuese el “modelo” a seguir, significaría la liquidación
de las conquistas de la revolución, incluso aunque se conservase
una relativa independencia frente a EEUU y sus protegidos, los gusanos
de Miami. Y aunque fuese distinto al espectacular derrumbe de la ex
URSS, una restauración “a la China” sería también un golpe muy
grave a la lucha por el socialismo en América Latina y el mundo.
Dentro
de esta nebulosa de orientaciones, caben variantes
intermedias quizás más probables y “realistas”: por ejemplo,
un capitalismo de estado ligado al desarrollo de las joint
ventures con capitales extranjeros, que hoy constituyen el sector
más dinámico y moderno de la economía cubana, y en las que
participan como altos ejecutivos los oficiales de las FAR, comandada
por Raúl Castro.
Pero,
aunque desde la cúspide aún no se habla claro, las presiones
del capitalismo mundial (incluyendo las de los “amigos” de
Cuba, al estilo de Chávez) y los intereses
objetivos de la misma burocracia (en primer lugar, de su sector más
dinámico y “eficiente”, la capa de militares-ejecutivos) apuntan
a variantes restauracionistas (lo que no
significa la reproducción del desastre ruso).
Pero
hay que ver en qué medida la clase trabajadora y las masas populares
de la isla podrían tolerar orientaciones en esos sentidos, que
implicarían, de una u otra manera, amenazas a las conquistas que aún
le quedan, pese al desastre de los 90.
En
última instancia, ahí está la clave: cómo
va a responder la clase trabajadora cubana. Por nuestra parte,
sostenemos que la única salida favorable a los trabajadores y las
masas cubanas es un cambio
revolucionario del régimen político, que tendría también
consecuencias sociales para los privilegios de la burocracia. Es
decir, un quiebre del estado burocrático, del poder de la burocracia,
y el establecimiento de un régimen de democracia
obrera y socialista, donde la clase trabajadora sea quien realmente
tenga el poder, y pueda decidir con total libertad los destinos de
Cuba y la defensa de las conquistas de la Revolución.
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