¿Hacia
dónde va el gobierno cubano?
Por
Guillermo Almeyra
La
Jornada, México, 25/05/08
En
comparación con las penurias del llamado "periodo
especial", la situación económica de Cuba ha mejorado
sensiblemente y la economía crece, a pesar de las
dificultades, aunque ese crecimiento se refleje muy poco en
la vida cotidiana de la mayoría de la población.
Por
ejemplo, los cortes de luz, que eran constantes y larguísimos,
se han reducido mucho; el transporte colectivo urbano mejoró,
y la alimentación también, pero la comida no es muy
variada, es cara y en buena parte debe ser pagada en el peso
convertible cubano.
Sin
embargo, servicios públicos esenciales que fueron de
calidad, como la salud pública y la educación, se han
deteriorado y en la actualidad son blanco de muchas críticas
en la isla y, sobre todo, la corrupción y el robo de los
bienes del Estado (es decir, de todos), lejos de reducirse
han aumentado porque los salarios son cada vez menos
suficientes para hacer frente al aumento del costo de la
vida y subsisten las trabas a la autoorganización de
iniciativas populares que permitan reducir la escasez.
Por
consiguiente, son reales muchos de los problemas que enumera
el artículo de Samuel Farber "La vida después de
Fidel" [publicado en Socialismo o Barbarie,
edición del 25/05/08] y, grosso modo, también tiene
asidero su visión de las cuatro corrientes político–ideológicas
predominantes en estos momentos en la dirección del partido
y del Estado cubanos, a las que él define como neoliberales,
"comunistas de mercado", partidarios de la
aplicación en Cuba de un sistema sinovietnamita
(control férreo de un partido único sobre una economía de
libre mercado) y un puñado de los llamados "talibanes"
o "huerfanitos" ligados a Fidel Castro y a una política
voluntarista de lucha burocrática contra la burocracia y de
medidas administrativas estatales contra los vicios que
resultaron o resultan del sistema.
Pero
aunque sacarle una fotografía a la realidad cubana sea muy
útil, mucho más importante es colocar esa realidad en la
dinámica de la economía mundial y tratar de asir, de
aprehender, las corrientes poderosas pero poco visibles que
se expresan en lo profundo de la sociedad y no en los
sectores dominantes o sólo indirectamente en éstos.
O
sea, la tendencia no revolucionaria o potencialmente contrarrevolucionaria
alimentada por el descreimiento en la revolución de parte
importante de la juventud urbana, sobre todo habanera, que
está compuesta por una polvareda de lúmpenes, de pequeños
delincuentes, de gente que considera normales los fraudes y
los arreglos de todo tipo, y tiene como meta conseguir
dinero de cualquier modo y como lema: "primero
yo".
Y,
en la vertiente opuesta, la tendencia revolucionaria,
socialista, democrática y, en los hechos,
autogestionaria, que existe en capas juveniles y
minoritarias de los intelectuales y defiende a capa y espada
las conquistas de la revolución (la dignidad y la
independencia de los cubanos, el sistema educativo y
sanitario, la democratización social con la incorporación
de los negros, las mujeres y los pobres en general, el
internacionalismo).
El
aumento del costo mundial de los alimentos y del petróleo
se sentirá cada vez más con mayor fuerza, ya que las
medidas que se adoptaron para paliar este problema (como la
entrega de tierras y apoyos a los campesinos o las
exploraciones petroleras) no darán frutos en el corto plazo
y además los ingresos por concepto de turismo, que sirven
para pagar las exportaciones, se reducirán, porque la
crisis económica afectará el poder adquisitivo de las
capas más pobres de turistas de las clases medias europeas
y canadienses, y encarecerá los viajes en avión a la isla
y los productos de consumo que debe comprar la hotelería
cubana.
El
crecimiento de la economía cubana será afectado, las
necesidades sin satisfacer persistirán, y con ellas
subsistirá la tensión política y social que la apertura
relativa a los sectores que reciben dólares de los
emigrados (poder viajar, comprar electrodomésticos, ir a
hoteles de lujo) no podrá calmar, ya que ni los pobres
urbanos, los lumpenes ni los estudiantes e intelectuales
radicales se cuentan entre los beneficiarios de esas medidas
distensivas.
Además,
Cuba no tiene, como China o Vietnam, una enorme masa de mano
de obra barata disponible. La de la isla es escasa y debido
a lo obsoleto del equipamiento industrial y agrícola es
relativamente cara y tiene baja productividad, aunque tenga
alta creatividad potencial y buen nivel cultural, y el país
no es rural sino que 75 por ciento de su población es
urbana.
La
gente común (sobre todo los jóvenes que entraron en la
pubertad en los años 80) se ha formado en la crisis y en la
escasez durante más de 20 años y deberá seguir remando
con gran esfuerzo contra la corriente. El efecto psicológico
y político de este hecho es y será enorme, y tiende a
polarizar más la sociedad entre el ala desesperanzada u
hostil y la que busca una renovación radical, aunque en el
centro, entre los burócratas, los miembros del partido y
los intelectuales (es decir, en las capas privilegiadas y
dominantes, incluyendo en éstas a los miembros del partido
en uniforme que aunque forman un grupo particular también
tienen diferencias internas), se muevan las tendencias que
apunta Samuel Farber.
Pero
lo importante es que en Cuba la protesta estudiantil y la de
los intelectuales no es igual a la que existió en su
momento en la Unión Soviética o en Checoeslovaquia, pues
es liberalizadora, potencialmente libertaria, no neoliberal,
y tiene fuertes elementos democráticos y autogestionarios
que aparecen esbozados en artículos de importantes revistas
cultural–políticas.
Lo
importante es también que el pueblo cubano se formó en
grandes experiencias políticas, aunque con una dirección
que parecía omnipotente porque se apoyaba en ese consenso
siempre renovado. Y lo importante, por último, es que la
crisis de desarrollo, en todos los sentidos, que encara
Cuba, tiene lugar cuando hay en América Latina un entorno
favorable y una crisis profunda del enemigo imperialista.
Todo está en juego.
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