China-Estados
Unidos
¿Libre
mercado o intervencionismo estatal?
Por James Petras
Rebelión,
23/10/05
Traducido por
Felisa Sastre
El aspecto más
llamativo del conflicto comercial de Estados Unidos (y de los
europeos) con China es el sistemático rechazo del libre mercado por
parte de Washington y su recurso a una alta dependencia de la
intervención del Estado. Resulta igualmente asombroso que economistas
supuestamente ortodoxos sobre la liberación del mercado se hayan
unido al coro de los políticos proteccionistas (como Robert Zoellick,
subsecretario de Estado) al poner en cuestión la política de libre
mercado china y al exigir que China cumpla las directrices de Estados
Unidos en lugar de seguir las condiciones del libre mercado (Financial
Times, 7 de octubre de 2005, p. 5). Pero todavía peor es
que especialistas como Fred Bergsten, Director del Institute for
International Economics, exijan más concesiones de China con la
amenaza de un mayor enfrentamiento económico (Financial Times,
25 de agosto de 2005, p. 11, Political Myths and Economic Realities).
El
déficit comercial anual estadounidense con China (186.000 millones de
dólares en julio de 2005) es en gran medida consecuencia de la
ineficacia de EE.UU. y no de las restricciones comerciales chinas.
China tiene los aranceles más bajos de los grandes países en
desarrollo. En sectores en los que Estados Unidos ha invertido,
innovado y es eficiente: en agricultura, aeronáutica y tecnologías
avanzadas, EE.UU. tiene superávit comercial. El déficit comercial
estadounidense se produce en aplicaciones, electrónica, ropa,
juguetes, textiles e industria del zapato, sectores en donde muchas
grandes empresas estadounidenses han invertido en filiales chinas para
exportar después a Estados Unidos. Más del 50% de las exportaciones
chinas a Estados Unidos se llevan a cabo a través de multinacionales
estadounidenses, así que su déficit comercial, en gran parte, se
produce entre las empresas radicadas en Estados Unidos y sus propias
filiales con sede en China.
Las
exportaciones chinas se basan, en gran medida, en la importación del
exterior de piezas que se montan y venden en el extranjero. Según el Financial
Times, “...China es simplemente el último eslabón de una gran
cantidad de productos que Asia exporta a Estados Unidos, ya que
importa...componentes de cualquier zona de la región, incluido Japón.
El valor añadido local de sus exportaciones es sólo del 15 % (FT.
11 octubre de 2005, p.5)”. En otras palabras, China es un enorme
importador de otros países con los que tiene déficit comercial,
sobre todo con fabricantes asiáticos, países exportadores de petróleo
y de materias primas del Tercer Mundo. El superávit comercial chino
se debe, en su mayor parte, a su comercio con Estados Unidos, por ello
los aranceles y cuotas estadounidenses contra los productos chinos
perjudicarán el comercio mundial.
En
contra de lo que afirman los ideólogos políticos y los académicos,
China tiene una de las economías más liberales de Asia. En 2003, el
índice de inversiones extranjeras (afluencia de inversión exterior)
en relación con el PIB en China fue del 35 % frente al 8 % de Corea
del Sur, el 5 % de India y sólo el 2 % de Japón (Financial Times,
15 de septiembre de 2005, p. 11). Además, China es la tercera
potencia comercial del mundo. En 2004, el índice comercial de China
con respecto al PIB llegó al 70 %, superando en mucho a EE.UU. y Japón,
cuyos índices se encuentran por debajo del 25 %.
Economistas
ortodoxos y miembros del Congreso alegan que la moneda china (el renmimbi)
está infravalorada y que una revalorización importante reduciría el
déficit comercial estadounidense. En los últimos siete años, el dólar
estadounidense se ha devaluado en relación con varias monedas- entre
ellas el euro, la libra y el franco suizo- y, a aún así, el déficit
comercial ha aumentado por lo que centrarse sobre la variación de la
moneda china es completamente inútil. El problema principal es que
los capitalistas estadounidenses no invierten en los sectores
productivos del interior, no están poniendo al día sus sistemas
productivos ni introducen innovaciones tecnológicas para bajar los
costes. En su lugar, invierten en el exterior, y en sectores no
productivos en el interior; hoy especulan con bienes inmuebles (ayer
lo hicieron con las tecnologías de la información) y aumentan los
beneficios mediante la reducción de los costes laborales, un método
poco eficaz para competir con productores de bajo coste.
El
fracaso de las grandes corporaciones estadounidenses en apoyar un
sistema universal de salud y su confianza en la medicina privada
aumentan los costes de producción en un 10 % y contribuyen a la falta
de competitividad de las empresas estadounidenses lo que incrementa el
déficit comercial.
La
política económica china en relación con las inversiones
extranjeras es mucho más liberal que la estadounidense. En 2004, las
empresas con inversión extranjera supusieron el 57 % de las
exportaciones de China. Por el contrario, el Comité para las
Inversiones Extranjeras en Estados Unidos (CFIUS) recurre
constantemente a definiciones “flexibles” del “interés público”,
“nacional” o “estratégico” para evitar que los inversores
extranjeros inviertan y compren expresas estadounidenses. El más
reciente ejemplo lo constituye la muy pregonada y exitosa intervención
política contra el intento de la compañía petrolera china, CNOC, de
comprar UNOCOL.
Además,
los esfuerzos del senador por Nueva York, Schumer y de sus aliados en
el Congreso, para imponer unos aranceles del 27,5 % a las
importaciones de China no reducirían el déficit comercial
estadounidense ya que los importadores se dirigirían hacia otros
productores asiáticos igualmente eficaces y los fabricantes chinos
podrían trasladarse a países cercanos. El resultado sería el
aumento de los costes para el consumidor lo que afectaría de forma
desfavorable al comercio interior estadounidense sin crear nuevos
puestos de trabajo en el país.
Las
“industrias protegidas” en Estados Unidos incluyen algunas de las
peores fábricas de ropa que pagan a sus trabajadores por debajo del
salario mínimo, algunas de las cuales tienen estrecha relación con
las oficina del senador Schumer en la ciudad de Nueva York. El
problema no radica en la competencia exterior- que debería existir en
una economía de mercado libre- sino en ser eficiente, lo que
significa invertir en tecnologías punta y en producción
automatizada, en formación, en contratar a obreros, ingenieros y diseñadores
altamente cualificados, así como en crear empleo estable, de manera
que los trabajadores pudieran acumular la experiencia y el saber hacer
que contribuyen a una mayor productividad.
En
1995, la Uruguay Round Agreement on Textiles and Clothing- Ronda
de Uruguay para el Acuerdo sobre Textiles y Prendas de Vestir- (que
Estados Unidos firmó) proponía la eliminación de cuotas el 1 de
enero de 2005. Las fábricas textiles estadounidenses han tenido diez
años para ponerse al día, modernizarse, y reestructurarse antes de
la puesta en marcha del libre mercado. Pero, en lugar de hacerlo,
prefirieron confiar en reducir los costes laborales, subcontratar fábricas
donde se explota a los obreros y pagar sobornos políticos a grupos de
presión, políticos y jefes de sindicatos para imponer nuevas
restricciones a las exportaciones chinas. Estados Unidos se ha negado
a cumplir el acuerdo del fin de las cuotas, y presiona a China para
limitar sus exportaciones durante 2005 e incluso después (Financial
Times, 1 de septiembre de 2005, p.1).
Las
actuales “cuotas” estadounidenses a las exportaciones chinas, que
ya afectan a los textiles, ropa, televisiones en color,
semiconductores, muebles, langostinos y acero, sólo han servido para
aumentar el coste a los consumidores estadounidenses y a los
vendedores locales de esos sectores, provocando que todavía sean
menos competitivos. Los productores de Estados Unidos, que pagan los
precios del monopolio para proteger las manufacturas domésticas,
tienen pocas probabilidades de encontrarse en situación de exportar y
mejorar la balanza de pagos estadounidense.
El
argumento de la”competencia desleal” basado en la mano de obra
barata no resulta convincente. Los costes laborales no son el factor
decisivo que afecte a la competitividad o a la balanza comercial.
Muchos países con salarios bajos no son competitivos, y muchos otros
como los escandinavos y Holanda, con salarios altos y altos
beneficios, compiten con éxito en el mercado al confiar en productos
de calidad y especializados, tras abandonar la producción de artículos
de consumo que precisan de mucha mano de obra.
El recurso moralizante
sobre las condiciones del comercio, en especial por parte de
empresarios anti-sindicales que no cotizan para las pensiones y el
seguro sanitario, y que reducen al mínimo el tiempo de vacaciones y
el permiso de maternidad en el mundo occidental, es pura hipocresía.
La realidad es que sectores sustanciales de la economía
estadounidense no son competitivos debido a las líneas de producción
en los que están inmersos, la inferior calidad de sus productos, la
falta de grandes inversiones a largo plazo para la puesta al día en
tecnologías y organización productiva, y la inversión de los
beneficios en sectores especulativos o en sus filiales en el exterior.
Oculto
entre las barreras aduaneras, las cuotas y el demagógico “dar una
paliza a China”, de lo que se trata simplemente es de una excusa
para esquivar la dura disciplina del libre mercado. Enfrentarse al
libre mercado obligaría a los empresarios estadounidenses y a la
elite política a aceptar el hecho de que, en muchos sectores, un
capitalismo de segunda categoría está dirigido por un estado de
tercera división.
El
mito de la amenaza china.
En
lugar de aceptar el desafío económico de China y de reconocer la
necesidad de replantearse la mala asignación de los recursos y la
excesiva confianza en la economía financiera, las retrógradas elites
de empresarios y los muy bien pagados jefes de los sindicatos han
unido sus fuerzas con los ideólogos neoconservadores para impulsar la
idea de que China constituye una amenaza para la seguridad nacional, a
la que hay que enfrentarse militarmente. La fusión del militarismo en
el exterior y el proteccionismo en el interior ha ganado muchos
adeptos en el Congreso y en el Ejecutivo, creando el marco idóneo
para que se realice la profecía. Enfrentada a la retórica cada vez más
belicosa de Washington, China mira hacia el Este para reforzar sus vínculos
militares y económicos con Rusia y Asia Central al mismo tiempo que
diversifica su comercio con Asia, Latinoamérica, Oriente Próximo y
África.
El
militante “proteccionismo bélico” de Estados Unidos con su
acercamiento contencioso a China amenaza con bloquear el libre mercado
del conocimiento y la tecnología. El dinámico crecimiento de China
no se debe principalmente a la “mano de obra barata”, sino que
descansa en la producción cada año de millones de muy calificados
trabajadores, formados científica y profesionalmente. Cada año se
forman en el extranjero decenas de miles de estudiantes chinos,
profesores y científicos – muchos de ellos en Estados Unidos,
mientras que muy pocos estudiantes estadounidenses siguen estudios
avanzados en ciencias e ingeniería, con el resultado de que los
estudiantes extranjeros, entre ellos los chinos, cada vez son más críticos
con la actividad científica estadounidense. Con este libre
intercambio de ideas y científicos, tanto China como Estados Unidos
se beneficiarían desde una perspectiva del “libre mercado”. Pero
como ya hemos expuesto, Estados Unidos se opone al libre mercado,
especialmente en lo relativo al libre flujo del conocimiento científico.
Estados
Unidos hace todo lo posible para restringir el intercambio de científicos,
tecnología y conocimiento, basándose en una amplia definición de lo
que constituye la “seguridad nacional”. Habida cuenta de su
definición militarista del desafío chino, Washington alega que los
estudiantes e investigadores chinos deberían tener restricciones a lo
que estudian y a lo que aprenden, así como al acceso a la tecnología.
Las universidades que dependen del Pentágono o del Departamento de
Comercio tienen que conceder permisos especiales y señalar zonas
restringidas en los laboratorios para impedir que los estudiantes
extranjeros usen los grandes ordenadores, los semiconductores, los láser
y los sensores en sus investigaciones. El Departamento de Comercio
prevé endurecer los controles en la exportación de tecnologías
comerciales (Financial Times, 1 de septiembre de 2005, p.1).
Desde la perspectiva del libre mercado, los controles de la exportación
a China son funestos ya que diminuyen las exportaciones, aumentan así
el déficit comercial y tienen escaso impacto en el acceso de China a
las tecnologías vía Japón, Corea y Europa. En sentido opuesto, la
Unión Europea ha firmado en julio de 2005 contratos con China para
desarrollar la utilización comercial del sistema de navegación por
satélite, Galileo.
Desde
un punto de vista militarista y proteccionista, los impedimento a la
libre circulación de las ideas, de científicos y estudiantes puede
considerarse como una campaña de confrontación política y , quizás,
de cerco militar.
“Parar
los pies a China” es simplemente una respuesta a la pérdida de
competitividad. La demagogia nacionalista en una potencia mundial
decadente es un mecanismo de compensación de la incapacidad del
capitalismo estadounidense para seguir siendo competitivo, al menos en
la economía de Estados Unidos.
Las
ventajas competitivas de China
China
no solo compite con sectores económicos de los países capitalistas más
avanzados sino que lo hace con éxito con los de bajos salarios por
medio de la aplicación constante de innovadoras técnicas de producción.
Además, cada vez es más competitiva en productos de mediana y alta
calidad más allá de los bienes duraderos de consumo, prendas de
vestir y electrónica. Las ventajas competitivas se derivan de las
prioridades establecidas por el Estado y por la utilización de
mecanismos financieros e incentivos.
La afirmación de que China
mantiene artificialmente baja su moneda para ganar en competitividad sólo
se difunde en Estados Unidos y en algunos Estados europeos. Nadie en
Asia, Latinoamérica, África u Oceanía se queja. China tiene una
balanza de pagos negativa con muchas regiones del mundo, por lo que su
superávit total es mucho menor de lo que los críticos de China, que
se centran exclusivamente en las relaciones bilaterales con EE.UU.,
querrían hacernos creer. El superávit total de la balanza por cuenta
corriente de Japón es mayor que el de China con 153.000 millones de dólares
frente a 116.000 millones de dólares (FT, 11 de octubre de
2005). No existen quejas de Japón, Corea del Sur, India , Brasil,
Argentina, Rusia o Irán relativas a una moneda devaluada. En términos
globales, Japón y Alemania suman un 30 % de superávit en la cuenta
corriente global (228.000 millones de dólares) mientras que China sólo
supone el 8 % (70.000 millones).
El
déficit comercial y presupuestario de Estados Unidos es
exclusivamente un problema de fracaso interno: del bajo o negativo
ahorro, de la alta especulación, de los sectores atrasados, obsoletos
o no competitivos, del apoyo artificial a los sectores subvencionados
y de las grandes inversiones a largo plazo en instalaciones
productivas en China. Bien sea por ignorancia o cobardía, los líderes
estadounidenses del Congreso, como el senador Charles Schumer, se
niegan a afrontar el hecho de que el déficit comercial de Estados
Unidos es, en gran parte, producto del desequilibrio entre las
exportaciones de las multinacionales estadounidenses asentadas en
China, que venden en el mercado estadounidense, y las exportaciones de
las empresas con sede en Estados Unidos. Para los políticos
estadounidenses, resulta más fácil conseguir la reelección a base
de lanzar golpes bajos contra una potencia económica emergente que
enfrentarse a las corporaciones estadounidenses, radicadas en China,
que son las que financian sus campañas electorales.
La
amenaza imperialista de Estados Unidos a China
Históricamente,
los Estados mundiales consolidados que se encuentran endeudados y
dependen de las nuevas potencias ascendentes, generan políticos que
reaccionan con un resentimiento irracional y con beligerancia. El gran
fallo de la Reserva Federal para contener el irracional crecimiento
del dinero en circulación y de la economía especulativa durante las
dos últimas décadas; su complicidad en el crecimiento de unos déficits
comerciales insostenibles; y su apoyo vergonzante a la reducción de
impuestos sin relación alguna con la economía de exportación,
apunta al Banco y a sus presidentes como los principales responsables
de la decadencia de la competitividad estadounidense en el mercado
mundial.
El
peligro radica en que, mientras decrece la posición estadounidense en
competitividad, una coalición de industriales retrógrados y civiles
militaristas quieran compensarla provocando enfrentamientos políticos
e incluso inventando amenazas militares para justificar un desarrollo
militar. Pero las políticas de confrontación causarán más daño a
las multinacionales estadounidenses que a China.
Después
de todo, ha sido Estados Unidos quien ha impuesto barreras a la
entrada de inversores chinos en el país, mientras que China ha
recibido con los brazos abiertos más de 100.000 millones de dólares
de las principales corporaciones estadounidenses invertidos en el
mercado chino. Es China quien está financiando el déficit comercial
de Estados Unidos al comprar tecnología estadounidense de escaso
valor, al sostener el excesivo consumo estadounidense y su baja
inversión.
En
contraste con la política restrictiva de Washington hacia las
inversiones chinas en compañías energéticas estadounidenses, China
ha recibido con alegría inversiones a gran escala de la Peabody
Energy (la mayor compañía del mundo en venta de carbón) a través
de empresas mixtas mineras (Financial Times, 21 de septiembre
de 2005, p.19).
China
está diversificando cada vez más su comercio y fuentes de energía.
Su comercio en Asia supera al de Estados Unidos. China ha incrementado
sus vínculos de seguridad con Rusia como contrapeso a la belicosa
actitud de los neoconservadores militaristas estadounidenses y de los
demócratas imperialistas, liberales y “humanitarios”
La
cada vez mayor confianza de Washington en la intervención estatal
para cubrirse las espaldas, bien sea mediante la imposición de
aranceles, cuotas, restricciones políticas a las ofertas públicas de
compra, bien sea mediante la obstrucción de las inversiones privadas,
está condenada al fracaso. La situación competitiva o no de Estados
Unidos en el mercado mundial será, en último caso, lo que determinará
quién será la próxima superpotencia económica. La única manera
que tiene el capitalismo estadounidense de responder al desafío de
China es el ahorro, la inversión, la innovación y el producir y
competir en un mercado libre, libre del intervencionismo estatal atávico
y del militarismo.
Los
incesantes esfuerzos de Washington para debilitar la capacidad
exportadora de China con el fin de aliviar su déficit se han
convertido en una cruzada sin fin. En julio de 2005, China anunció
una revalorización del renminbi en un 2 % y cambió su
vinculación con el dólar a la de una cesta de monedas. China ha
prometido, incluso, una mayor flexibilidad en el futuro para permitir
a sus exportadores ajustarse a unas condiciones más competitivas. La
economía estadounidense, con toda su ineficacia, no ha sido capaz de
aprovechar esta oportunidad y ha exigido más concesiones, una mayor
revalorización de la moneda china y menos exportaciones, en la
confianza de que la intervención estatal debilitaría las industrias
exportadoras de China.
La escalada de exigencias por parte de
Washington es “indefinida”: cuando se consigue una, los
neoconservadores de la Administración Bush se confirman en la idea de
que pueden conseguir otras, lo que llevaría a unas circunstancias
favorables para una eventual “recuperación” de la competitividad
de las exportaciones estadounidenses. Pero, incluso el presidente de
la Reserva Federal reconoce que una moneda china más fuerte (o las de
otros países asiáticos) tendría escasa repercusión en el déficit
comercial estadounidense (FT, 11 octubre de 2005).Tal como
pusieron de relieve todos los países del G-20 en su reunión de Pekín,
el problema es la debilidad estructural de Estados Unidos.
Si
acabamos con la intervención estatal, propuesta por los economistas
del libre mercado, tendríamos que reconocer que lo que China exige es
que Estados Unidos ponga en práctica su ideología sobre el libre
mercado.
John
Snow, Secretario del Tesoro estadounidense, presionado por los
proteccionistas del Congreso a quienes incitan los sectores obsoletos
de la economía de EE.UU. y los civiles militaristas del Ejecutivo,
trata incesantemente de imponer por vía diplomática lo que la economía
estadounidense no puede conseguir a través del mercado, es decir, la
reducción del déficit comercial. Detrás del barniz diplomático,
Washington amenaza con una “guerra comercial” por medio de unos
aranceles exorbitantes del 27,5 % y una campaña hostil que etiqueta a
China como de “manipulador de divisas”.
Una estrategia de
“guerra comercial y demonización” va muy posiblemente a reforzar
a los militaristas civiles, a su campaña de cerco militar y de
arriesgada política nuclear en los estrechos de Taiwan. La estrategia
de confrontación va a provocar una respuesta defensiva china que
conducirá a una crisis importante de la economía estadounidense, ene
el caso de que China retire sus Bonos del Tesoro y recoloque su superávit
comercial sacándolo de Estados Unidos y lo sitúe en inversiones
internas, o en opciones asiáticas y europeas. Washington sufrirá
también la pérdida de los mercados chinos, y las oportunidades de
inversión que conducirán al recorte de los márgenes de beneficio de
las multinacionales estadounidenses establecidas en China, mientras
Pekín aumenta sus intercambios económicos con Asia, Rusia y el resto
del mundo.
Si
la guerra, promovida por los civiles militaristas en Irak, ha
aumentado el déficit económico y ha debilitado la competitividad de
Estados Unidos, una confrontación neoconservadora con China es
probable que vaya a precipitar una profunda crisis estructural y el
colapso de la economía estadounidense, tal como la conocemos.
Conclusión
Las
guerras coloniales de Estados Unidos, la concentración de los
ingresos en el 1 % de los más ricos a través de la reducción de
impuestos, el papel de las filiales de las corporaciones
estadounidenses en el exterior como exportadoras hacia Estados Unidos,
en lugar de exportar desde el país; el predominio de la economía
especulativa (tecnologías de la información, bienes inmuebles) y la
hegemonía del capital masivo dedicado a las importaciones sobre el
capital productivo, son las principales razones del insostenible déficit
actual de la balanza corriente estimado en 700.000 millones de dólares
y de los 500.000 millones de déficit presupuestario.
Los
imperialistas de la especulación militarista tratan de distraer la
atención de sus fracasadas políticas implicándose en un engaño
ostensible, y culpando falsamente a los “taimados y amenazadores”
asiáticos, sobre todo a los chinos. Un informe, publicado en
septiembre de 2005 por dos de los principales laboratorios de ideas
europeos, echa por tierra en su totalidad esta cortina de humo ideológica
al señalar que el déficit de la balanza corriente de Estados Unidos
creció en 529.000 millones de dólares entre 1997 y 2004 pero China sólo
supuso el 8 % de este aumento, comparado con el 30 % de Rusia y
Oriente Próximo (Financial Times, 16 de septiembre de 2005,
p.2).
La demagógica exigencia de revalorización monetaria de las
monedas de Asia, que lleva a cabo Estados Unidos, “culpando a los
asiáticos”, podría conducir a la deflación y al estancamiento
económico sin solucionar el déficit comercial estadounidense. La
clave para reducir su déficit comercial se encuentra en que EE.UU. se
comprometa a poner en marcha ajustes estructurales, como la
reintroducción de impuestos a los opulentos, el desarrollo de una política
monetaria e industrial que impulse la producción local para la
exportación y penalice las inversiones especulativas, y la
deslocalización en el exterior. Esto incrementaría el ahorro local y
la inversión, reduciría las importaciones y estimularía las
exportaciones.
Considerando
el ascendiente político y la posición económica central del capital
de las grandes corporaciones, de los principales bancos de inversión
y de las empresas financieras, de la extensa red de promotores de
bienes inmuebles y bancos hipotecarios, unido al control que los
neoconservadores militaristas tienen sobre la Casa Blanca, no existe
previsiblemente posibilidad alguna de que el capitalismo
estadounidense pueda rectificar, corregir o reformar su dirección
estratégica.
A
la vista del bloque de poder que protege a los productores no
competitivos y promueve la deslocalización de la producción en el
exterior, el único resultado lógico previsible es la amalgama
militarista-proteccionista que hoy define la política estadounidense.
Los sectores más atrasados del capital estadounidense, unidos a los
militaristas neoconservadores y a la reaccionaria burocracia de los
sindicatos promueven el “nacionalismo proteccionista” en el
interior y las guerras imperialistas en el exterior. Las corporaciones
multinacionales de la competencia del libre mercado incitan a la
apertura de los mercados en el exterior pero se sustentan en un Estado
que depende políticamente de las fábricas no competitivas, de los
sectores agrícolas subvencionados y de los civiles militaristas.
Las
exigencias de los economistas estadounidenses para que China reforme
su moneda, acepte las cuotas en sus exportaciones, mantenga un sistema
de defensa militar mucho más inferior para enfrentarse a la fuerza de
Estados Unidos en el Lejano Oriente, es un intento de forjar un
“acuerdo general” entre el libre mercado, que pregonan las
multinacionales, y los militaristas partidarios del proteccionismo. La
armonización de los intereses entre una potencia capitalista
ascendente como China y otra militarista-especulativa-comercial como
Estados Unidos resulta una tarea difícil a corto plazo y un trabajo
imposible a medio plazo.
La demanda en auge de materias primas en
China ha ayudado a muchos países del Tercer Mundo, mientras que las
subvenciones agrícolas estadounidenses y los obstáculos al comercio
los ha perjudicado. La beligerancia de Estados Unidos en Oriente Próximo
ha alienado a la mayoría del Mundo Árabe e Islámico y ha dividido a
Europa y a sus ciudadanos. Alemania y Japón han acumulado masivos
superávit comerciales a costa de los exportadores radicados en
Estados Unidos. El recurso de la elite gobernante estadounidense al
militarismo en todas sus brutales, colonialistas y destructivas formas
en Irak y Afganistán ha exacerbado el déficit tanto externo como
interno, en una demostración de la debilidad de la estrategia militar
de un imperio que depende básicamente de sátrapas locales y cipayos
militares que lo sostienen. El imperio estadounidense desprovisto de
un sector exportador de manufacturas y dependiente de los
especuladores e importadores comerciales proyecta una ideología
militarista para apuntalar el imperio. Estas son las fuerzas que han
debilitado de manera considerable la competitividad estadounidense en
relación con el libre mercado basado en la potencia tecnológica e
industrial de China.
Los
dirigentes chinos no pueden capitular ante las exigencias de Estados
Unidos sin desestabilizar su propio poder y el modelo económico sobre
el que se basa. La enorme afluencia de capitales de los especuladores
de EE.UU., Europa y Asia apuestan por la revalorización del renminbi
(moneda china) para crear las condiciones que permitan que se produzca
una crisis financiera si el régimen chino se mueve imprudentemente
hacia una política desregularizada.
En segundo lugar, la clase
gobernante china, partidaria del libre mercado, ha machacado la
asistencia social a favor de la privatización, obligando a los
obreros chinos, empleados y propietarios de tiendas a ahorrar para
pagar la educación, la vivienda, la asistencia sanitaria y las
pensiones, y quedarse por ello con menos ingresos para el consumo
interno. El ahorro chino para pagar los servicios básicos, limita el
consumo interno y obliga al régimen chino a conseguir beneficios por
medio de las exportaciones. Aceptar los dictados estadounidenses de
reducir las exportaciones desestabilizará por completo el modelo de
libre mercado.
La base de la elite gobernante china, en la que un 5 %
de la población controla más del 50 % de todos los bienes privados,
se enfrenta a la oposición creciente de los obreros parados,
agricultores explotados y desplazados urbanos y rurales. Entre 2001 y
2004, las protestas masivas han crecido desde 4.000 a más de 70.000.
China necesita crear 15 millones de puestos de trabajo al año, lo que
requiere que haya un crecimiento del PIB por encima del 8 %.
La clase
dirigente china cree que el crecimiento económico estabilizará su
poder. Dado que el aumento de la desigualdad social es connatural a la
concentración del poder político y económico en las clases altas, sólo
puede cambiarse con movimientos socialistas desde abajo. El programa
de la clase dirigente se basa en “aumentar la tarta” con la
esperanza de que el efecto de goteo hacia abajo aumente el consumo y dé
estabilidad a su dominio y privilegios. La presión de Estados Unidos
sobre los dirigentes chinos para que aumenten el consumo interno y
reduzcan las exportaciones, amenaza con socavar las relaciones de
clase en el interior y con ello el crecimiento y los índices de
beneficios. La clase dirigente china, partidaria del libre mercado
dirigido a la exportación, de la misma manera que su contraparte
estadounidense, está poco dispuesta a sacrificar su poder de clase y
privilegios para complacer a sus competidores económicos.
|
|