Petroleras
sin ley
Por
Juan Torres López
Ganas
de Escribir, octubre de 2005
Todo
el mundo anda de cabeza por la subida del petróleo. Los
transportistas se ponen en huelga en España y con dinero público hay
que atajarla para evitar el desabastecimiento. Las guerras y los
conflictos se multiplican y los países productores de petróleo se
encuentran, más que nunca, en el ojo de un huracán geoestratégico
que nunca se sabe cómo puede terminar.
Se
hacen cábalas acerca de las reservas, de la incidencia de los precios
tan elevados en los índices de precios, por culpa del petróleo se
conjura cualquier subida de salarios para no desestabilizar las
grandes cuentas macroeconómicas, de modo que una vez más los
trabajadores de sueldos más bajos pagan en sus bolsillo la subida del
oro negro. Se achaca a su precio tan elevado la recesión económica,
el paro, las fluctuaciones del PIB,… llevamos décadas en las que no
hay un mal económico que no se explique en virtud de los precios del
petróleo. Cuando todo está mal es todo por su culpa y, sin embargo,
apenas si se mira a quienes, en todo este maremagnum, se están
forrando y poniéndose las botas cuando el precio del petróleo va por
las nubes.
En
2004 las empresas petroleras mundiales tuvieron un 67% más de
beneficio que en 2003.
Las
grandes, las que controlan más del 90% del mercado mundial, son unas
pocas y tienen ganancias impresionantes: British Petroleum ganó
15.371 millones de dólares en 2004, Exxon Mobil 25.330 millones,
Royal Dutch/Shell, 18.183 millones, Total 11.995 millones de dólares...
La española Repsol ganó 1.950 millones de euros aunque tuvo un
resultado operativo de más de 5.000 millones de euros.
El
sueldo medio de Honduras es de unos cuarenta dólares, más o menos lo
mismo que el de un minero en Bolivia. De modo que solo con los
beneficios de BP se podría pagar a unos 30 millones de hondureños o
mineros bolivianos!! En Costa de Marfil un agricultor puede ganar unos
170 euros al año, así que los beneficios de la multinacional
petrolera británica podrían pagar casi 90 millones de sueldos
anuales. En Marruecos el sueldo por hora de un obrero especializado es
de menos de un euro, así que también es fácil calcular lo que se
podrían estirar todos esos beneficios.
Como
es obvio, nada de eso se hace. Sólo por asistir a las pesadas
reuniones del Consejo de Administración de Repsol (dejemos aparte la
renta de sus acciones) el Presidente de la empresa cobra más o menos
un cuarto de millón de euros todos los años, casi 40 veces más de
lo que suele cobrar un repartidor de butano de su empresa.
De
todos esos beneficios millonarios muchas veces no se paga ni un solo dólar
al fisco de los correspondientes países porque se hacen trampas
contables, como hizo Repsol, por ejemplo, en Ecuador. Y, lo que es
peor, los beneficios vienen generalmente de concesiones corruptas e
ilegales. No es de ninguna manera casual que los presidentes de los países
donde Repsol fue adquiriendo empresas privatizadas hayan terminado
acusados de delitos de corrupción a mansalva. El corrupto presidente
Menem le vendió a buen precio cuando privatizó YPF no solo las
acciones del Estado sino la de las propios trabajadores que no eran
suyas.
Las
empresas petroleras están siendo hoy día las primeras fuentes de
destrucción ambiental. Para ahorrar costes realizan las prospecciones
sin prevención suficiente ocasionando incendios devastadores y una
gravísima contaminación por metales pesados. Y lo que es peor, son
responsables de un genocidio larvado que está acabando con docenas de
comunidades indígenas y, mucho más grave, con la vida de millones de
personas.
En
Colombia se conocen bien las vinculaciones de Repsol con grupos
terroristas paramilitares. En Nigeria, siete de cada diez personas
viven con menos de un dólar diario a pesar de que las petroleras
ganan allí miles de millones de petróleo y para mantener sus
privilegios fomentan la división social y los conflictos. El 80% del
petróleo ugandés se obtiene en territorio de los nuer pero
casualmente esta es una comunidad excluida de su propio espacio, como
los ogoni de Nigeria, para impedir que puedan participar de la riqueza
que se genera. Los mayores conflictos sociales del planeta están
vinculados directa o indirectamente a su posición estratégica y a
los privilegios que se reservan para sí. Transparencia Internacional
estudia anualmente la corrupción en el mundo y una vez más denuncia
que el sector privado del armamento y el petrolero son los que crean y
financian más corrupción y detrás de ellos están lógicamente las
grandes petroleras.
Estas
grandes empresas ganan miles de millones de dólares de beneficios
imponiendo la única ley que entienden y aceptan: que ellas no están
sometidas a ninguna ley. Han ordenado derrocar gobiernos, asesinar a líderes
políticos o poetas (como el nigeriano Saro Wiwa justo hace diez años),
tanto da, si se dedican a reclamar que las petroleras cumplan la ley,
que no destrocen los hábitat y que repartan algo más justamente sus
beneficios increíbles.
La
situación es tan exagera y dramática que ni siquiera haría falta
que dejaran de ganar dinero. Ganan tanto que sólo una minúscula
parte sería suficiente para evitar el hambre y la miseria en todo el
mundo. Con lo que ganan tres o cuatro de estas grandes petroleras se
podría alimentar a toda la población mundial, darle vivienda,
educación y salud. Y aún sobrarían cientos de millones para que sus
dirigentes pudieran seguir siendo inmensamente ricos, claro que en
lugar de ganar treinta o cuarenta veces más que sus trabajadores
igual tendrían que ganar sólo diez o quince veces más.
Desgraciadamente,
nada de eso es posible de momento, entre otras cosas, porque las
petroleras cuentan con el apoyo expreso de los gobiernos, que trabajan
sin pudor para ellas, como es lógico que ocurra cuando financian a
los partidos mayoritarios y a sus líderes. Mientras tanto, los
gobiernos y los economistas de plantilla siguen tratando de justificar
nuestros males por culpa de los productores de petróleo, de los
trabajadores de cobramos mucho o de la falta de libertad que tienen
las grandes empresas en el mercado. Algunas veces, como ha hecho el
ministro español de Industria, incluso se atreven a pedir a las
petroleras que tengan la bondad de reducir un poco sus beneficios. ¡Qué
delicadeza! Ojalá les hablaran también así a los trabajadores.
Este
es el mundo, si el salario de los trabajadores que ganan un puñadillo
de monedas sube aunque sea modestamente se le culpa de todos los
males; a las petroleras que aumentan sus beneficios de miles de
millones un 67% se les deja que campen a sus anchas.
(*)
Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la
Universidad de Málaga (España).
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