Economía
mundial

 

Programas alterglobales

Por Claudio Katz [1], 25/11/05

Resumen: En el movimiento alterglobalizador se discute reestructurar con criterios redistributivos el comercio, los impuestos y las finanzas mundiales. Estos planteos reflejan la nueva percepción internacionalista que existe en las organizaciones populares.

Pero bajo la superficie de programas comunes subyacen perspectivas diferentes. Mientras que los enfoques keynesianos proponen introducir mecanismos de regulación capitalista, los planteos radicales postulan objetivos igualitarios, cuya realización plena exige desbordar las fronteras del capitalismo. La primera visión promueve moratorias transitorias  de la deuda externa, controles al capital especulativo y acuerdos comerciales favorables a las clases dominantes de la periferia. El segundo proyecto propicia anular el pasivo del Tercer Mundo, introducir gravámenes progresivos, defender los servicios públicos y sostener los derechos de los pequeños agricultores.

Sólo este último programa plantea las transformaciones que se necesitan para superar la miseria y la desigualdad y su logro requiere adoptar un proyecto poscapitalista. Un incremento de la intervención estatal sin cambios sociales no reducirá los padecimientos populares. Por eso las políticas de alianzas con los sectores antiliberales de las clases opresores son desfavorables para los oprimidos. En la actualidad, además, las experiencias keynesianas progresistas son poco viables, especialmente en Latinoamérica.

Los organismos financieros y comerciales cuestionados por el alterglobalismo no pueden democratizarse y corresponde bregar por el reemplazo de esas instituciones. El sujeto de un proyecto emancipatorio son las mayorías populares y no la “sociedad civil global”. Quiénes utilizan habitualmente este último concepto desconocen la ausencia de una contraparte estatal a escala mundial y omiten la existencia de intereses sociales antagónicos. En un marco de acción común dentro del altermundialismo hay que clarificar las divergencias estratégicas y discutir un horizonte socialista.

El surgimiento del movimiento alterglobalizador constituye un importante acontecimiento de la última década. Se ha gestado en las marchas y deliberaciones que desde el año 2001 rodearon a los cinco encuentros centrales del Foro Social Mundial.

Estas iniciativas debutaron confrontando con las cumbres anuales que realizan en Davos las corporaciones más transnacionalizadas. Pero posteriormente el movimiento se afirmó en el escenario político, con multitudinarias manifestaciones que se han convertido en la pesadilla de muchos banqueros e industriales. Las protestas también desafían a varios presidentes y ministros, porque desde las movilizaciones contra la invasión norteamericana a Irak han incorporado un nítido perfil antiimilitarista.

La instancia más novedosa del movimiento son los foros que congregan multitudes en la discusión de proyectos alternativos. Del primer encuentro en Porto Alegre que reunió a 20.000 personas se pasó a un nuevo evento con 120.000 participantes (2003) y luego a otra reunión con 155.000 concurrentes de 135 países (2005).

La envergadura de estas actividades ilustra el impacto de la acción mundialista. Para el año 2006 están previstas reuniones en Latinoamérica (Caracas), Africa y Asia y se trabaja para concretar en el 2007 un nuevo evento global unificado. El próximo encuentro de Caracas en enero será especialmente significativo, puesto que también corona una serie las actividades regionales en oposición al ALCA.

La marchas y deliberaciones altermundialistas ha permitido contrarrestar las críticas oficiales, las campañas denigratorias y las amenazas represivas ensayadas contra el movimiento. Las protestas sortearon la desvalorización mediática y la descalificación intelectual. Mantienen un significativo impacto callejero y han forzado un cambio de actitud del establishment, que pasó del desprecio irónico a la polémica despechada.

La prensa habitualmente presenta al movimiento como una simple reacción contra la globalización, sin notar que en realidad constituye un intento de concebir otra mundialización. Por eso resulta más adecuado definirlo como el embrión de un proyecto alterglobalizador.

Pero es igualmente difícil caracterizar al movimiento y evaluar su futuro. El alterglobalismo no sigue hasta ahora la trayectoria de amoldamiento al status quo que caracteriza a muchos ex progresistas, pero tampoco continúa la tradición de los agrupamientos anticapitalistas. Se mantiene alejado de la práctica que han desarrollado los grandes aparatos partidarios o eclesiásticos de alcance global. Pero no retoma la tónica del internacionalismo revolucionario que en el pasado desenvolvieron los anarquistas, socialistas, comunistas y trotskistas.

Un Consejo integrado por representantes de 129 organizaciones coordina actualmente las actividades del Foros Social Mundial. Esta dirección convoca a las marchas y orienta los ejes temáticos de los foros, que se desenvuelven como actividades abiertas, múltiples y autoconvocadas[2].

Pero mientras que la agenda de acción se cumple con intensidad, las discusiones programáticas están signadas por la ambigüedad. Esta vaguedad acota la función de los foros a espacios de encuentro y discusión. La ausencia de propósitos precisos otorga, además, un rol preponderante a diversas figuras intelectuales o políticas.

Muchos alterglobalistas interpretan que un perfil difuso resulta apropiado para la etapa actual, porque permite ampliar el nivel de convocatoria de los eventos. Estiman que esta indefinición se adapta al grado de conciencia popular y a la relación de fuerzas vigente entre el bloque neoliberal dominante y el proyecto antiliberal en gestación.

Pero es obvio que la vaguedad programática ensancha y vacía al mismo tiempo la influencia del alterglobalismo. Por un lado aumenta la concurrencia a los foros, pero por otra parte reduce el significado de estos encuentros. Incrementar la masa de participantes en actos con pocas definiciones es un arma de doble filo: lo que se gana en impacto numérico se pierde en proyección política. Esta disyuntiva es conocida y discutida, pero no resuelta por el activismo alterglobalista.

Hasta ahora el movimiento ha permitido la confluencia internacional de muchas organizaciones populares y la gestación de cierto programa básico.

Experiencias y percepciones comunes

Con el alterglobalismo ha surgido un centro de coordinación alternativo, capaz de producir acontecimientos de la lucha contra el neoliberalismo y el imperialismo. La existencia de este ámbito facilita la convergencia de militantes de muchos países en causas populares solidarias. Esta confluencia tiene dos efectos positivos. Por un lado contrarresta la apatía e indiferencia social que promueve el neoliberalismo y por otra parte facilita el desarrollo de alternativas internacionalistas, en oposición al fundamentalismo que desgarra a los oprimidos en antagonismos étnicos o religiosos.

La gran repercusión del movimiento se explica en parte por el carácter ya mundializado que presentan muchas de las organizaciones. Existe un nuevo activismo con hábitos cosmopolitas que propugna soluciones mundiales a la opresión social. Por eso también ha cuajado la idea de enlazar proyectos nacionales e internacionales en programas altermundialistas[3].

Esta perspectiva global expresa la experiencia común de muchos movimientos sociales, que en las últimas décadas han batallado contra el mismo tipo de agresiones. Actualmente los capitalistas justifican sus atropellos con los mismos argumentos en todos los países. Este carácter internacional coincidente de la acción derechista ha despertado la necesidad de respuestas populares también globales.

Entre los militantes políticos y luchadores sociales existe la creciente convicción que cualquier conquista lograda en el plano nacional deberá afirmarse con nexos regionales y proyecciones globales. El avance de la mundialización ha incorporado esta percepción internacionalista porque las reivindicaciones populares incluyen una dimensión supranacional que supera todo lo conocido durante el siglo XX.

La necesidad de actuar globalmente se corresponde, además, con los rasgos más transnacionales que presenta el capitalismo contemporáneo. Como las potencias ya no rivalizan militarmente por el reparto del mundo, la vieja doctrina del alineamiento nacional ha sido reemplazada por un discurso uniforme de globalización. Este giro refuerza la tendencia a encarar resistencias comunes contra los organismos que canalizan las políticas del capitalismo contemporáneo en el plano de las finanzas (FMI, BM), el comercio (OMC) y la política (G 8).

El imperialismo norteamericano es también un blanco clave del altermundialismo porque encarna los intereses del conjunto del capital (y no solo los objetivos de una clase dominante nacional). La propia ideología que promueve Washington refuerza este doble rol, al combinar propaganda nacionalista interior (ferviente culto a la Patria) con mensajes externos de redención universal (mundo libre, democracia, libertad). El altermundialismo apunta simultáneamente contra la recreación del viejo militarismo y la novedad regresiva del globalismo neoliberal[4].

Denuncias y propuestas

Dada la ambigüedad del movimiento no existe un programa alterglobal, sino una variedad de propuestas surgidas de la crítica común al neoliberalismo. De los cuestionamientos al Foro de Davos surgieron los proyectos que en el movimiento se debaten desde una perspectiva de reformismo mundializado. Esta visión contempla reorganizar la economía internacional introduciendo ciertas medidas de redistribuición global de la riqueza.

Todos los programas altermundialistas plantean atenuar la desigualdad social con transferencias de recursos hacia los países y grupos más afectados por la oleada neoliberal. Proyectan reorganizar las finanzas, los impuestos y el comercio siguiendo tres criterios: frenar el drenaje de fondos que impone el pago de la deuda externa a la periferia, introducir gravámenes progresivos a la riqueza y a las transacciones financieras y establecer reglas de equidad en los intercambios[5].

Con estas medidas se busca reducir la brecha mundial de ingresos que actualmente alcanza proporciones exorbitantes. En un polo se ubica el centenar y medio de multimillonarios que acumulan fortunas equivalentes al ingreso de 3.000 millones de individuos. En el otro polo una de cada dos personas vive con menos de dos dólares diarios, uno de cada tres carece de electricidad, uno de cada cinco no tiene agua potable, uno de cada seis es analfabeto y uno de cada siete se encuentra subalimentado[6].

El objetivo altermundialista es poner fin a este genocidio social con medidas impositivas de impacto inmediato. La más conocida y aceptada es la tasa Tobin, pero algunos autores plantean ir más allá de esta iniciativa y propician un gravamen del 4% al patrimonio de los 225 principales multimillonarios para garantizar educación, salud y alimentación básica para toda la población mundial. El fondo anual de 80.000 millones de dólares requerido para asegurar esta cobertura podría surgir de impuestos a los bancos y corporaciones, que en la última década acapararon ganancias extraordinarias[7].

Ese monto representa solo la mitad de la riqueza poseída por cuatro grandes potentados del mundo y constituye apenas un cuarto de lo reembolsado con pagos de la deuda externa por la periferia. El propósito altermundialista de frenar la hemorragia de recursos desde las naciones atrasadas hacia los capitalistas del centro es un objetivo radicalmente opuesto a la hipócrita filantropía que practican los gobiernos imperialistas. Estas administraciones recurren a publicitadas campañas de “ayuda externa” para encubrir su sistemática depredación de las economías periféricas.

Ciertas medidas complementarias de la anulación de la deuda –como la supresión de los paraísos fiscales, la eliminación del secreto bancario y la devolución de fondos ilícitamente sustraídos a los países dependientes– permitirían engrosar un fondo de reparación del saqueo que han sufrido estas naciones[8].

Las campañas altermundialistas también cuestionan el credo librecambista. Impugnan el intercambio con aranceles decrecientes que favorece a los capitalistas del centro en desmedro de los países subdesarrollados. Estas denuncias retratan la forma en que las corporaciones abaratan sus costos, reducen salarios y amplifican la fractura entre exportadores de insumos básicos y productores de bienes elaborados.

Los planteos altermundialistas destacan que Estados Unidos y Europa suelen concertar una agenda de acuerdos y divergencias comerciales que luego imponen a las naciones dependientes. Bajo la pantalla del multilateralismo rige una conciliación de los intereses capitalistas de las corporaciones del centro a costa de las economías periféricas. La prensa convencional suele disfrazar este atropello, presentando como “éxitos de la negociaciones” todos los convenios que favorecen a los poderosos.

Contra este patrón librecambista los proyectos altermundialistas proponen modificar el esquema actual de subvenciones que premia a las ramas vulnerables de las economías centrales y penaliza a los segmentos débiles de los países periféricos.

Interrogantes y tensiones

Los programas en discusión incluyen numerosos interrogantes. No aclaran cuál es el modelo alternativo en el plano económico, ni explican cómo funcionaría un esquema antiliberal. Tampoco definen si el rumbo propiciado es favorable o incompatible con el capitalismo. Las incógnitas son mayores en el terreno político: ¿Qué gobiernos instrumentarían las medidas propuestas? ¿Qué organismos coordinarían su implementación? ¿Cuál sería el sujeto social del curso imaginado?

Las plataformas alterglobalistas no plantean respuestas claras sino un conjunto de posibilidades, a su vez representativas del espectro político que predomina en los foros. En el movimiento actúan tendencias socialdemócratas, antiimperialistas, progresistas, ecologistas, pacifistas y también varias vertientes anticapitalistas del anarquismo, el autonomismo y el socialismo revolucionario. Pero las grandes disyuntivas programáticas suelen girar en torno a dos líneas: el reformismo conservador y el reformismo radical. Un enfoque promueve la regulación del capitalismo y otra visión alienta la redistribución del ingreso, aún afectando la continuidad de este sistema. La primera corriente asume la perspectiva económica del keynesianismo y la segunda el horizonte del redistribucionismo igualitario. En el plano político ambas vertientes también divergen. El primer enfoque privilegia la asociación con la socialdemocracia y la centroizquierda y el segundo mantiene estrechas conexiones con agrupaciones socialistas y anticapitalistas.

Los dos lineamientos coexisten bajo la sombra del Foro Social Mundial. No confrontan explícitamente, ni expresan sus divergencias con nitidez, porque entienden que esta indefinición contribuye al desarrollo del movimiento. Pero el efecto de esta ambigüedad no es irrelevante e influye de manera desigual. En los hechos conduce a impregnar a todo el alterglobalismo de cierto “sentido común” keynesiano.

La ausencia de clarificación programática entre reformistas conservadores y radicales oculta la existencia de objetivos estratégicos diferentes. Mientras que un ala del alterglobalismo busca reforzar la intervención corriente del estado para garantizar la reproducción capitalista, otro sector pretende ampliar las conquistas sociales que afectan, socavan o contrarían la ganancia. Un proyecto pos–liberal apunta a incrementar el lucro patronal y otro aspira a restaurar y profundizar las conquistas populares.

 Ambas posturas transitan caminos diferentes y el análisis de estos rumbos es vital por dos razones. Por un lado, el reformismo conservador tiende a confrontar con los intereses populares y por otra parte, el reformismo radical requiere asumir una perspectiva anticapitalista para tornar viable su proyecto. Estas disyuntivas pueden esclarecerse indagando ciertas estrategias en debate.

Las opciones con la deuda

La política frente al endeudamiento externo de la periferia constituye un primer aspecto de las divergencias altermundialistas. Keynesianos y redistribucionistas coinciden en la necesidad de frenar la hemorragia que desangra a las naciones dependientes y rechazan en común el pago de un pasivo jurídicamente odioso e ilegítimo. También cuestionan conjuntamente las cosméticas propuestas de condonación que publicitan los gobiernos de los acreedores. Estos anuncios habitualmente excluyen las acreencias del sector privado, encubren refinanciaciones gravosas e inducen al reforzamiento de las políticas neoliberales[9].

Pero la misma crítica desemboca en planteos diferentes. Mientas que el proyecto redistributivo apunta a destinar los recursos negados a los acreedores a satisfacer las necesidades populares, el esquema keynesiano alienta el uso de estos fondos para recomponer los negocios de los capitalistas. El primer curso conduce a la anulación completa de la hipoteca y el segundo a cesaciones parciales de los pagos que terminan favoreciendo el reciclaje posterior de la carga.

Este último camino ha predominado en América Latina. Mediante sucesivas moratorias transitorias las clases dominantes han renegociado el pasivo, descargando los costos de la operación sobre las mayorías populares. Por eso todas las crisis de la deuda han desembocado –desde el crack mexicano de 1982– en mayor pobreza y desigualdad social.

Las moratorias abarcaron a un amplio espectro de países (Bolivia y Perú a mitad de los 80, Brasil y Argentina a principios de los 90, Ecuador en el 2000), pero en ningún caso permitieron reducir los padecimientos de la población. Solo precipitaron el caos económico e incluso fueron utilizadas por muchos gobiernos para desacreditar la resistencia contra los banqueros. Como las clases dominantes locales son parcialmente acreedoras de la deuda, reinician los pagos cuando logran transferir la cuenta a los trabajadores, los campesinos y la clase media.

El canje de la deuda argentina representa el ejemplo más reciente de este manejo de la hipoteca. El default culminó con una renovación de títulos que legitimó el pasivo anterior, benefició a los grandes acreedores y penalizó a los pequeños tenedores de bonos nacionales y extranjeros. La contraparte de la quita aplicada al pasivo ha sido un compromiso de superávit fiscal que deberá solventar la población[10].

Una suspensión del pago de la deuda con fines redistributivos debería seguir un rumbo completamente diferente a estas experiencias. Requeriría propiciar conquistas sociales en lugar de reconstituir el poder de las clases dominantes y apuntalar una resistencia común a través de la formación de un bloque de países deudores.

Sin duda este curso afectaría la estabilidad del sistema financiero internacional, cualquiera sea la capacidad de digestión de la pérdida por parte de los acreedores. Por eso los keynesianos rechazan este camino, mientras que muchas corrientes redistributivas apoyan este rumbo sin tomar plena conciencia de sus implicancias anticapitalistas.

Los usos de un gravamen financiero

El conflicto entre utilización popular redistributiva de los recursos y regulación capitalista se comprueba también en los proyectos de impuestos al capital especulativo. El ejemplo más conocido es la tasa Tobin, que propone destinar lo recaudado con este gravamen a mayores gastos sociales. La suma recolectada por esta vía permitiría satisfacer las necesidades básicas de toda la población mundial, tanto en los países centrales como en las empobrecidas naciones periféricas[11].

La iniciativa altermundialista contrasta con la versión original del gravamen que omitía cualquier finalidad social reformista y sólo buscaba atenuar las turbulencias cambiarias internacionales. Defendiendo el modelo inicial, Tobin incluso repudió las acciones del movimiento alterglobalizador y se opuso a que su apellido fuera identificado con un impuesto progresivo[12].

Como hasta ahora el gravamen propuesto no ha sido implementado en ningún país, la divergencia entre la perspectiva redistributiva y regulatoria gira en torno a la evaluación de las medidas “pro–Tobin”, que adoptaron algunos gobiernos. El ejemplo típico son los mecanismos que gravan los ingresos de fondos volátiles. Estas medidas se introdujeron en Chile entre 1991 y 1997 para controlar la afluencia de capitales (obligación de mantener en reserva durante un año el 30% de los fondos ingresados) y normas semejantes rigen actualmente en Argentina.

Mientras que la visión keynesiana aplaude con entusiasmo estas medidas, el planteo redistributivo radical abre interrogantes sobre sus efectos sociales progresistas. Es evidente que en Chile estas iniciativas contribuyeron a consolidar el modelo neoliberal y que en Argentina apuntalan una paridad cambiaria que favorece a los grupos exportadores y a ciertos acreedores.

Por eso resulta decisivo distinguir cuándo un impuesto financiero regula la actividad capitalista y cuándo solventa mejoras sociales. La tasa Tobin podría cumplir una u otra función, generando impactos regresivos o progresivos. Si solo contribuye a supervisar el ingreso o la salida de capitales apuntalará las normas que utilizan los administradores de las clases dominantes para gestionar el sistema financiero. Estas reglamentaciones serían completamente ajenas al logro de conquistas sociales y se encuadrarían en el tipo de mecanismos, que el propio establishment aprueba para contrarrestar la volatilidad financiera. Esta perspectiva sería completamente ajena a cualquier avance social.

El componente redistributivo internacional es la clave de la iniciativa de ATTAC. Los teóricos keynesianos buscan desvalorizar este aspecto, que se mantiene indefinido en los pronunciamientos legislativos favorables que recibió el impuesto en ciertos países (Finlandia, Canadá) y regiones (Parlamento Europeo).

La dimensión progresista del gravamen es también desconocida por los críticos sectarios que ignoran las diferencias entre la propuesta original de Tobin y las iniciativas alterglobalistas[13]. En sus objeciones simplemente olvidan que este segundo planteo extiende al plano internacional el viejo reclamo popular de solventar las mejoras sociales con impuestos a las grandes fortunas.

Es cierto que instrumentar esta reivindicación a nivel global es muy complejo. Pero en el cuadro actual de finanzas internacionalizadas tampoco es sencillo introducir gravámenes progresivos a escala nacional. Y en ambos casos no es muy productivo dirimir abstractamente cuál es el grado de factibilidad exacto que presentan estas medidas. Lo importante es desarrollar una lucha por conquistarlas frente a la resistencia de los capitalistas.

Las dos caras del replanteo comercial

Tanto el enfoque redistributivo como el keynesiano denuncian la duplicidad de las reglas comerciales librecambistas, que eximen a las grandes potencias de las obligaciones impuestas a las naciones dependientes. Ambas vertientes proponen eliminar el secreto de las tratativas internacionales e introducir mecanismos del control parlamentario y formas de arbitraje consensuadas por todos los negociadores[14].

Los programas alterglobalistas también promueven anular los paraísos fiscales que utilizan las corporaciones para eludir controles y proponen sostener los términos de intercambio de los países periféricos mediante carteles de productores, fondos de estabilización de las materias primas y stocks reguladores.

Pero el impacto de estas medidas es potencialmente contradictorio, ya que pueden favorecer o debilitar las luchas sociales de los oprimidos de la periferia. Este resultado depende de la implementación concreta de estos mecanismos, porque con aranceles, subsidios y precios regulados se puede auxiliar al pequeño productor y reforzar los servicios públicos o también socorrer a las grandes corporaciones y convalidar salarios bajos o condiciones de trabajo infrahumanas.

Particularmente en el terreno agrícola se verifica este múltiple efecto del replanteo comercial redistributivo. Mientras que la visión redistributiva apuntala los intereses de los pequeños agricultores frente a la competencia devastadora del agrobusiness, el enfoque keyenesiano desalienta la reforma agraria y la desconcentración de la propiedad rural.

Esta misma oposición se extiende en el campo de los servicios y a las alternativas proyectadas para enfrentar la presión que ejercen las corporaciones norteamericanas y europeas. Estas compañías intentan cobrar patentes, privatizar la educación y apropiarse de los recursos naturales. Mientras que el planteo redistributivo defiende la propiedad pública y el acceso popular a los servicios sociales, el enfoque keynesiano no rechaza el desmantelamiento de los servicios públicos si en este desguace participan los capitalistas locales[15].

Las mismas disyuntivas aparecen al momento de fijar posición frente a los conflictos comerciales que rodean a las tratativas en la OMC. Allí las corporaciones metropolitanas buscan imponer normas de aranceles y subsidios para favorecer a los capitalistas del centro contra sus rivales de la periferia. La visión keynesiana solo resalta el choque entre el Sur y el Norte, como si la nobleza y la perversidad estuvieran separadas por latitudes geográficas. El enfoque redistributivo destaca, en cambio, como estas disputas frecuentemente involucran a grupos exportadores concurrentes que defienden intereses antipopulares y promueven la división entre los trabajadores. No hay que olvidar que todas las corporaciones difunden la creencia que los asalariados de ciertos países son responsables del desempleo sufridos por los explotados de otras naciones.

El enfoque keynesiano además oculta que los gobiernos de la periferia actúan al servicio de los exportadores y no del conjunto de la población. En cambio el planteo redistributivo ilustra como estas administraciones frecuentemente combinan posturas comerciales exteriores enfrentadas con Estados Unidos y Europa con políticas internas reaccionarias.

Pero el problema se torna más controvertido cuándo se debe evaluar el comportamiento de los bloques formados por los países periféricos para negociar cláusulas de exportación e importación con sus competidores del centro. La creencia que estas alianzas cumplen un rol invariablemente progresista conduce a muchos radicales a perder de vista su norte redistributivo. Al suponer que estas asociaciones constituyen de por sí una victoria popular se toma partido por los capitalistas locales, relegando las demandas de los oprimidos[16].

Keynesianismo y conquistas sociales

Cada vez que se proyecta el horizonte pos–liberal concebido por el altermundialismo se evidencia el verdadero rostro del proyecto keynesiano. Este programa apuntala a los capitalistas contra la expansión de las conquistas sociales.

Una administración keynesiana garantiza mayor incidencia económica del estado, pero no mejoras en el nivel de vida popular. Aunque estos gobiernos otorguen concesiones, la gestión competitiva del capitalismo los empuja tarde o temprano a chocar con las demandas de la población.

Ningún esquema keynesiano puede sustraerse de esta presión regresiva que emana de la propia reproducción del capital. Por eso el resurgimiento de la heterodoxia siempre contiene la potencial resurrección de las tendencias neoliberales. Que este último modelo haya sucedido al Estado de Bienestar de posguerra no fue un hecho excepcional. Refleja la tendencia a la agresión de los trabajadores que produce todo desenvolvimiento de la acumulación[17].

Comprender esta lógica del sistema es importante para concebir los programas antiliberales en términos anticapitalistas, especialmente en las regiones que presentan márgenes más estrechos para ensayar experimentos de keynesianismo progresista. Estos límites afronta por ejemplo en Latinoamérica, un proceso de reducción de las desigualdades sociales semejante al registrado en Europa durante la posguerra[18].

América Latina carece de los recursos acumulados por los países metropolitanos y está sometida a la empobrecedora sustracción de fondos, que impone tanto el pago de la deuda como el deterioro de los términos de intercambio. El momento histórico es también muy diferente porque el escenario de posguerra estaba condicionado por la derrota del fascismo y el espectro de la revolución socialista.

Tomar en cuenta que una etapa de capitalismo regulado con conquistas sociales es poco factible en la actualidad en Latinoamérica es muy importante. Contribuye a  explicar porqué un programa redistributivo consecuente exige apostar al horizonte poscapitalista.

Dos rumbos políticos

Las divergencias entre proyectos económicos redistributivos y keynesianos tienen su correlato en el plano político. El reformismo radical del primer modelo implica priorizar las conquistas sociales y jerarquizar la lucha popular. El reformismo conservador del segundo esquema exige forjar alianzas con los sectores neoliberales de las clases dominantes para favorecer la acumulación.

Muchos dirigentes altermundialistas estiman que ambos senderos pueden conciliarse, si se multiplica la aparición de gobiernos antiliberales sensibles a girar hacia el campo popular. Pero esta estrategia no toma en cuenta que muy pocas administraciones aceptan actualmente compatibilizar regulaciones favorables hacia los empresarios con concesiones sociales.

Estos gobiernos, además, no conforman gestiones neutrales que se vuelcan a uno u otro bando según la intensidad de la presión en juego. Son administraciones que surgieron de compromisos con el establishment y que defienden los intereses de los explotadores. Están socialmente encuadradas y no son maleables bajo el efecto de la acción popular.

 El curso adoptado por los presidentes sudamericanos de centroizquierda ofrece un ejemplo de esta toma de partido a favor de los capitalistas. Los mismos mandatarios que declaman contra la pobreza y el desempleo convalidan el recorte de las conquistas sociales. Desconocer este posicionamiento obstruye la acción política de los oprimidos y alimenta la ilusión de enmendar a las administraciones que actúan al servicio de los opresores. Al promover esta expectativa se potencia la decepción y el escepticismo popular[19].

Lo ocurrido con Lula es particularmente ilustrativo. El líder del PT abandonó desde el poder las actitudes contestatarias, renunció a las reformas sociales y se convirtió en un acérrimo defensor del status quo. Su viraje retrata la ausencia de márgenes para introducir mejoras populares cuando no existe voluntad de confrontación con las clases dominantes.

Propiciar un proyecto redistributivo exige saber de antemano –especialmente en Latinoamérica– que las clases dominantes resistirán duramente cualquier tentativa reformista. Los poderosos gobernaron con ferocidad militar en los años 70, vaciaron políticamente la democracia en los 80 y recurrieron a los atropellos neoliberales en los 90. Para implementar reformas sociales hay que adoptar drásticas medidas que neutralicen la oposición de los capitalistas. Si no existe esta decisión las mejoras populares quedan rápidamente anuladas por los filtros que introducen los opresores para disolver cualquier intento transformador[20].

Las encrucijadas políticas que se dirimen en el movimiento alterglobalista giran en torno a estas dos perspectivas: recrear el reformismo conservador–que consolidará por vías no liberales los intereses de los grandes corporaciones– o construir una opción emancipadora de los oprimidos.

¿Reforma o reemplazo de los organismos?

El destino de los organismos cuestionados por las protestas altermundialistas es un punto clave de estas disyuntivas. No es lo mismo promover la reforma de estas instituciones que postular su eliminación y reemplazo. El reformismo conservador propone el primer camino y el radical el segundo[21].

Nadie duda que las instituciones económicas (FMI, BM, OMC) y políticas (ONU) globales son instrumentos del neoliberalismo y están controladas por las grandes potencias. Por eso han sido el blanco de las protestas alterglobales, que en los últimos años lograron pronunciamientos favorables en varios terrenos. Se impuso el derecho a la moratoria de la periferia endeudada (ONU –1988), se frustró el tratado neoliberal AMI (1998) y se trabaron varias iniciativas de la OMC (1999). Las marchas callejeras también influyeron en la suspensión de la ronda comercial del milenio, el retiro de las semillas contaminantes que administra Monsanto y la generalización del software Linux. Aunque estos resultados constituyen importantes logros no zanjan el debate sobre el destino de los organismos.

Los partidarios de las reformas buscan reconstituir estas instituciones, introduciendo cierta representación igualitaria (por países o número de habitantes). Su objetivo es erradicar la plutocracia dominante en las entidades económicas (votos proporcionales al peso financiero de cada delegación) y contrarrestar la hegemonía que ejerce un núcleo imperialista sobre las instituciones políticas (supremacía del Consejo de Seguridad en la ONU).

Pero modificar el funcionamiento de estos organismos no es tan sencillo. El FMI, la OMC y el BM actúan como un directorio de las grandes corporaciones, que adapta las reglas de la competencia al avance de la mundialización. Por eso actúan con normas despóticas que aseguran el dominio de los grandes bancos y empresas. Estas instituciones no pueden democratizarse. Aunque lograran remontar su desprestigio introduciendo ciertas formalidades democráticas, nunca podrían convertirse en entes representativos del conjunto de la sociedad.

La enorme hostilidad popular hacia esas entidades refleja cierta comprensión de ese rol opresivo. Esta percepción debe ser profundizada y no atemperada con ilusiones de “mejorar la transparencia de la OMC” o “aumentar el auxilio del FMI a los deudores”. Hay que explicar por qué el estado mayor de los industriales y financistas nunca podrá ser puesto al servicio de la población.

En las reuniones de esos organismos siempre se discutirá cómo beneficiar a las corporaciones y cómo socializar las pérdidas de los grandes acreedores. Cualquier convocatoria del FMI  al “apoyo de las naciones endeudadas” implicará duros ajustes y por eso corresponde exigir la disolución del FMI, la OMC y el BM, mientras se debate cómo reemplazarlos por instituciones que favorezcan la cooperación entre los pueblos. Esta posición es la única coherente con los propósitos redistributivos del altermundialismo. La construcción de las entidades alternativas formaría parte de un proceso combinado de transformación social a escala nacional y establecimiento de organismos regionales y mundiales basados en principios de solidaridad y progreso colectivo[22].

Con la ONU se plantea un problema semejante. Algunos pasos hacia la democratización de las relaciones internacionales pueden consumarse partiendo del foro que ofrece esa institución. Pero sin remover el poder imperialista que controla sus decisiones, los cambios serán irrelevantes o efímeros. La ambigüedad de algunos radicales en este terreno es contraproducente porque diluye la frontera entre aliados y enemigos de la protesta mundialista. No es coherente proclamar a veces la abolición de los organismos y aceptar en otras circunstancias su paulatina transformación. La propuesta de promover el traslado de la sede de la ONU fuera de Estados Unidos es un ejemplo de esta vacilación[23].

Existe una postura intermedia entre la reforma y la disolución de los organismos, que propugna ensayar cierta “desglobalización” de las relaciones internacionales. Sus promotores alientan la gestación de un orden mundial descentralizado, pluralista y basado en la gravitación de múltiples actores regionales (como el Asean y el Mercosur) [24]. Se espera que esta diversificación contrapese el poder de los grandes bancos y corporaciones, permita reforzar la cooperación entre la periferia y contribuya a recrear la influencia de las entidades que antecedieron a la mundialización actual (OIT, UNCTAD, GATT).

Pero hay que recordar que ese modelo no funcionó en el pasado y quedó socavado por el avance de la mundialización. Un nuevo obstáculo para su restauración es el perfil de las clases dominantes de la periferia, que están más interesadas en preservar alianzas con las metrópolis que en articular acciones conjuntas contra los grandes potencias. Un proyecto de integración regional efectivo requiere entrelazar conquistas populares con rupturas anticapitalistas.

“¿Sociedad civil global?”

Ciertos analistas interpretan que la transformación de los organismos internacionales no depende de la forma del cambio (reformas por arriba versus disolución por abajo) sino del sujeto de esta mutación. Destacan que una ciudadanía cosmopolita acompaña actualmente el surgimiento de una nueva opinión pública mundial y estiman que este sector se perfila como una fuerza contra–hegemónica de los bancos y las transnacionales[25].

Pero este enfoque resalta el papel de la “sociedad civil global” sin definir con nitidez quiénes integran ese conglomerado. A diferencia de su contraparte nacional esta entidad no puede aglutinar a todos los actores políticos diferenciados del estado, porque no existe un órgano equivalente a nivel mundial. Esta ausencia de referente estatal torna muy difusas las nociones de ciudadanía cosmopolita u opinión pública mundial. Los organismos multilaterales solo cumplen parcialmente algunas funciones económicas para–estatales y la ONU desarrolla más fragmentariamente esta acción a nivel político o militar.

Pero el principal problema del concepto “sociedad civil global” es su omisión de la naturaleza clasista de la sociedad. En cualquiera de sus dimensiones geográficas la sociedad es bajo el capitalismo, un ámbito de dominación de los explotadores sobre los explotados. El control político, militar, institucional que las clases opresoras ejercen a través del estado prolonga la supremacía que detentan en la sociedad. El uso del aditivo “civil” frecuentemente oscurece este hecho[26].

La tendencia a ignorar los basamentos sociales de la sociedad civil (global o nacional) conduce a un elogio indiscriminado de cualquier entidad que presente cierto status “no gubernamental”. Se les atribuye a todas un rol antagónico con el estado y un comportamiento de diálogo y consenso en relación a la sociedad. Pero si bien muchas instituciones de este tipo (ONGs) provienen de entidades humanitarias que socorren a las víctimas de catástrofes o genocidios, otras han sido creadas para maquillar la acción de las corporaciones y los gobiernos imperialistas. Por ejemplo, el Banco Mundial apadrina a estas asociaciones con el fin del simular un control externo de su actividades.

Estas entidades manejan cuantiosos recursos financieros que utilizan para copar organizaciones de lucha, neutralizar su combatividad y disolver la fuerza contestataria de las protestas. Por eso el sujeto del cambio social a escala global no es la sociedad civil, ni los entes no gubernamentales, sino las organizaciones políticas, sociales y sindicales de los oprimidos.

Encrucijadas políticas

Lo que otorga visibilidad actual a los debates altermundialistas es la crisis del neoliberalismo. En algunas regiones –como América Latina– esta erosión coincide con grandes rebeliones sociales, que a su vez han precipitado intensas discusiones sobre la relación de fuerza prevaleciente en la nueva situación. Pero es tan importante clarificar quién perdió espacio o detenta la iniciativa como elaborar cursos de ruptura con el régimen actual. No hay que olvidar que partiendo de una misma evaluación se puede argumentar a favor de distintas estrategias[27].

El alterglobalismo es un escenario de disputa entre planteos alternativos. Las tendencias conservadoras promueven el modelo keynesiano, mantienen aceitadas relaciones políticas con los socio–liberales y manejan los recursos financieros que solventan el funcionamiento de varios foros. Propician la participación de la socialdemocracia y buscan convertir a todos los encuentros en estériles salones de discusión. Disuaden la movilización, bloquean los pronunciamientos políticos críticos e impulsan la transformación de los eventos en acontecimientos artísticos o musicales.

Una presión significativa en esta dirección ha ejercido Lula. Ya no es la figura emblemática del naciente altermundialismo, sino un crítico del propio Foro Social Mundial. A principios del 2005 descalificó a estas reuniones (“es una feria de ideologías”) y ni siquiera se privó de participar en el foro antagonista de Davos.

La batalla política por un curso keynesiano o redistributivo consecuente es un debate clave dentro del alterglobalismo que algunos críticos de izquierda no valoran. Desconfían de la utilidad de esta discusión dentro de un movimiento con programas ambiguos y foros declarativos. Pero estos cuestionamientos omiten la extraordinaria agenda de movilizaciones que auspicia el Foro Social Mundial. Además, olvidan que limitaciones políticas semejantes se verificaron en el pasado en el debut de muchos procesos populares.

Otros objetores del alterglobalismo no presentan opciones positivas o atribuyen a los foros un rol de contención de la radicalización política[28]. Ambas visiones ignoran que la disputa entre reformistas conservadores y radicales no es una peculiaridad específica del altermundialismo, sino un conflicto dominante en todos los contextos nacionales.

Sin participar activamente en esta discusión no hay forma de incidir a favor de los intereses populares mayoritarios en los debates contemporáneos. Actualmente no predomina la atracción hacia la izquierda revolucionaria que se registró en los años 60 o 70 y es por eso imprescindible que la izquierda encuentre un camino para amoldar su intervención al nuevo contexto. Establecer un diálogo crítico y una práctica acorde con las expectativas políticas populares es vital para tornar factible una evolución socialista. La prédica anticapitalista abstracta y desligada de las percepciones mayoritarias no impulsa la conciencia popular, sino que genera aislamiento e impotencia. El gran desafío del momento es establecer un nexo entre las estrategias socialistas de reforma y revolución[29]

Los cursos internacionalistas

El altergloablismo podría convertirse en el embrión de un nuevo internacionalismo, si los debates programáticos en curso se zanjan positivamente en un sentido anticapitalista. Pero la izquierda socialista debe construir su propio perfil dentro del movimiento para incidir en esta evolución. Ningún desarrollo espontáneo reemplazará esta intervención.

En el contexto actual son factibles promisorias convergencias. La integración del nacionalismo antiimperialista a una perspectiva internacionalista es un ejemplo de esta síntesis. En los foros de Latinoamérica, por ejemplo, se ha logrado ensamblar el patriotismo con el cosmopolitismo en una práctica histórica coincidente. La vieja idea de nación como colectividad popular enfrentada a la tiranía converge con proyectos altermundialistas[30].

Pero los ensambles progresivos solo avanzarán si el movimiento supera los dilemas que hasta ahora ha rehuido. La forma como sea resuelto el conflicto que potencialmente opone a los proyectos económicos keynesianos y redistributivos constituye un aspecto clave de este desenlace. Definirá el perfil del reformismo radical frente a las vertientes conservadoras y su empalme o distanciamiento con el socialismo genuino.

Es vital asumir que un proyecto consecuente de transformación popular a escala global tiene implicancias anticapitalistas. Estas consecuencias deben explicitarse sin temor, ya que las potencialidades de un nuevo internacionalismo no saldrán a la superficie si los debates estratégicos permanecen en la sombra. Por el camino de la discusión y la intervención socialista se avanzará hacia una construcción emancipatoria.


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Notas:

[1]Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página Web es: www.netforsys.com/claudiokatz

[2]Una síntesis de la historia y funcionamiento del Foro Social Mundial (F.S.M.) presentan Morgenfeld, Seoane y Tadderi. Morgenfeld Leonardo.”¿Otro mundo es posible?”.Reflexiones sobre el V Foro Social Mundial. Enero 2005. http://argentina.indymedia.org/news/2005/03/273542.php . Seoane José, Taddei Emilio. “De Seattle a Porto Alegre”. Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.

[3] Es sintomático que algunas publicaciones impulsoras del alterglobalismo ya tuvieran una audiencia internacional previa (Le Monde Diplomatique) y que otras se conformaran para postular propuestas supranacionales (ATTAC).

[4]El peculiar rol de Estados Unidos es analizado por: Anderson Perry. “Internacionalismo: un breviario”. New Left Review, n 14, mayo–junio 2002, Madrid.

[5] La síntesis más reciente de estos programas fue el “Manifiesto de Porto Alegre” que doce intelectuales suscribieron en enero del 2005. Este y otros documentos pueden consultarse en las páginas del Foro: www.forumsocialmundial.org.br. Pastor y Boron presentan un análisis más preciso  de los programas desde el comienzo del movimiento. Pastor Jaime. Qué son las movilizaciones antiglobalización, Integral,  Barcelona, 2002. Boron Atilio. “El nuevo orden imperial y cómo desmontarlo”. Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.

[6]Toussaint presenta un detallado análisis de estas comparaciones y diagnósticos. Toussaint Eric. La Bolsa o la vida, Clacso, Buenos Aires, 2004 (Prefacio).

[7] Toussaint La Bolsa (cap 17).

[8]La forma de gestar este sostén es analizado por el “Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo”. CADTM. Les manifestes du posible, Sylepse, Belgique, 2004.(cap 1).

[9] Un ejemplo fueron los anuncios de recorte de la deuda que proclamaron los mandatarios del G 8 a mediados del 2005. Millet Damien, Toussaint Eric. “El espejismo de la ayuda para el desarrollo”. Le Monde Diplo, Buenos Aires, julio 2005.

[10] Hemos expuesto las características de esta negociación en: Katz Claudio. “Quién gana con el canje”. EDI–Publicación de los Economistas de Izquierda, número 1, abril 2005, Buenos Aires.

[11]Algunos cálculos sitúan la recaudación potencial en 720.000 millones de dólares y otros estiman una captación inferior, que igualmente alcanzaría para satisfacer las necesidades básicas de toda la población mundial. Ver textos citados de Toussaint y Pastor.

[12]Tobin  James. “El movimiento antiglobalización abusa de mi nombre”. El País 3–9–01. Estas divergencias también fueron explicitadas por los principales propagandistas del impuesto. Cassen resalta este hecho en sus caracterizaciones (“nunca pensamos que la Tasa Tobin fuera la solución para la dictadura de los mercados”). Cassen Bernard. “ATTAC al ataque”. New Left Review, n 19 marzo–abril 2003, Madrid.

[13]Por ejemplo: Lutte de Classe. “Attac y el impuesto Tobin, un reformismo en crisis”. Lutte Ouvriere, n 42, 9–4–1999.

[14]Taab William. “La Organización Mundial del Comercio. Detengan la apropiación del mundo”. Revista del OSAL, n 3, enero 2001. CADTM. Les manifestes (cap 2) .

[15]Lo sucedido en Latinoamérica en la última década ilustra cómo los capitalistas regionales participan de la división neoliberal de tareas que carga a los estados con las pérdidas y delega las actividades publicas rentables al sector privado. Ningún exponente de las clases dominantes promueve revertir las privatizaciones. Las demandas de nacionalización solo son impulsadas bajo el empuje de una rebelión. Es lo que ocurrió en Bolivia a mediados del 2005, cuándo las masas movilizadas exigieron la renacionalización de los recursos energéticos contra la oposición activa no solo de la débil burguesía boliviana, sino también de las clases dominantes de Brasil y Argentina. Estos grupos lucran directamente con la privatización del petróleo y el gas del Altiplano.

[16]Este es el problema que se planteó con la formación del grupo de 21 naciones subdesarrollados –liderado por Brasil, India, China y Sudáfrica– que resistió en Cancún (septiembre del 2003) las exigencias de subsidios y apertura que plantearon Estados Unidos y Europa. Ver: Bello Walden. “El significado de Cancún”. Revista del OSAL, n 11, mayo–agosto 2003.

[17]Kiely destaca esta tendencia. Kiely Ray. “Actually existing globalisation and the political economy of anticapitalist protest”. Historical Materialism, vol 10, Issu 1, 2002.

[18] Borón analizan las posibilidades y dificultades de esta alternativa. Borón. Atilio. Tras el Búho de Minerva, Clacso, Buenos Aires, 2000. (cap 6).

[19]Hemos analizado este problema en el balance de los gobiernos de Lula, Kirchner y Tabaré en: Katz Claudio.“Centre–gauche, nationalisme et socialisme”. Inprecor n 504, avril 2005, Paris. 

[20]La forma típica de esta presión es la fuga de capitales que los opresores suelen instrumentar cuando perciben alguna amenaza a sus privilegios. Las vacilaciones en nacionalizar las propiedades de quiénes expatrían fondos destruye cualquier programa ulterior de transformaciones sociales.

[21] Pastor presenta un resumen de estas divergencias. Pastor. Qué son las movilizaciones (cap 5).

[22] Hemos comenzado el análisis de este problema en: Katz Claudio. “Los objetivos socialistas en la protesta global”. Desde los cuatro puntos, n 33 , agosto 2001, México.

[23]Gran parte de los análisis de Sader sobre el movimiento alterglobalista están signados por esta vacilación. Sader Emir. “Erase una vez el neoliberalismo?”. Página 12, 11–6–03. . Sader Emir. “América Latino no século XXI”. Revista del Osal n 9, enero 2003. “Un símil de Woodstock” sugiere  Sader Emir. “Un outro forum e possivel”. O Estado, 30–1–05

[24]Bello, Walden. “Anticapitalism”. International Socialism 91, summer 2001.

[25]Gómez describe, analiza y cuestiona esta tesis. Gómez José María. “De Porto Alegre a Mumbai”. Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI, Clacso, Buenos Aires, 2002. Gómez José María. “El segundo Foro Social Mundial”. América Latina y el desorden global neoliberal, Clacso, Buenos Aires 2004. Gómez José María. “¿Desafiando a la gobernancia neoliberal ?” Revista del OSAL, n 3, enero 2001.

[26] Algunos analistas –como Cassen– le otorgan al término “sociedad civil global” un sentido gramsciano de gestación de una hegemonía popular contrapuesta a la supremacía neoliberal. Pero queda flotando en la indefinición cómo se manifiesta en el escenario social global el conflicto entre los trabajadores y los capitalistas. Cassen. ATTAC. New Left Review, n 19.

[27] Algunos analistas estiman que el fracaso económico, el agotamiento teórico y el descrédito político del neoliberalismo han restringido la influencia de la derecha al terreno ideológico–cultural. Otros autores en cambio detectan que el debilitamiento neoliberal se concentra en la cultura y en la ideología sin extenderse a la economía y la política. Sader remarca el primer aspecto y Borón el segundo. Sader Emir. “Más allá de la sociedad civil: la izquierda después de Porto Alegre”. New Left Review, n 17, noviembre–diciembre 2002, Madrid. Sader Emir. “Antes e depois Seattle”. Revista del Osal n 3, enero 2001. Borón Atilio. “La izquierda latinoamericana a comienzo del siglo XXI”. Revista del OSAL  n 13, enero–abril 2004.

[28] Bermúdez plantea la primera visión y Pizzutti la segunda. Bermúdez Ismael. “El Foro debate sus luchas”. Ñ–Clarín, 29–1–05, Buenos Aires.  Pizzutti Lucas. “Europa y las manifestaciones contra la guerra”. Estrategia Internacional, n 20, septiembre 2003, Buenos Aires.

[29]Exploramos este problema en: Katz Claudio. “Pasado y presente del reformismo”. (Próxima aparición)

[30]Esta forma de nacionalismo popular no es incompatible con los proyectos igualitaristas. Hardt se equivoca al asignar un carácter indistintamente regresivo a cualquier modalidad de patriotismo. Retoma la mirada liberal que desconoce la función progresiva de un estado nacional en los procesos de transformación social. Hardt Michel. “Porto Alegre: ¿la conferencia de Bandung de nuestros días?. New Left Review, n 14, mayo–junio 2002, Madrid.

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