Programas alterglobales
Por Claudio Katz
, 25/11/05
Resumen:
En el movimiento alterglobalizador se discute reestructurar con
criterios redistributivos el comercio, los impuestos y las finanzas
mundiales. Estos planteos reflejan la nueva percepción
internacionalista que existe en las organizaciones populares.
Pero bajo la superficie de
programas comunes subyacen perspectivas diferentes. Mientras que los
enfoques keynesianos proponen introducir mecanismos de regulación
capitalista, los planteos radicales postulan objetivos igualitarios,
cuya realización plena exige desbordar las fronteras del capitalismo.
La primera visión promueve moratorias transitorias
de la deuda externa, controles al capital especulativo y
acuerdos comerciales favorables a las clases dominantes de la
periferia. El segundo proyecto propicia anular el pasivo del Tercer
Mundo, introducir gravámenes progresivos, defender los servicios públicos
y sostener los derechos de los pequeños agricultores.
Sólo este último programa plantea
las transformaciones que se necesitan para superar la miseria y la
desigualdad y su logro requiere adoptar un proyecto poscapitalista. Un
incremento de la intervención estatal sin cambios sociales no reducirá
los padecimientos populares. Por eso las políticas de alianzas con
los sectores antiliberales de las clases opresores son desfavorables
para los oprimidos. En la actualidad, además, las experiencias
keynesianas progresistas son poco viables, especialmente en Latinoamérica.
Los organismos financieros y
comerciales cuestionados por el alterglobalismo no pueden
democratizarse y corresponde bregar por el reemplazo de esas
instituciones. El sujeto de un proyecto emancipatorio son las mayorías
populares y no la “sociedad civil global”. Quiénes utilizan
habitualmente este último concepto desconocen la ausencia de una
contraparte estatal a escala mundial y omiten la existencia de
intereses sociales antagónicos. En un marco de acción común dentro
del altermundialismo hay que clarificar las divergencias estratégicas
y discutir un horizonte socialista.
El surgimiento del movimiento
alterglobalizador constituye un importante acontecimiento de la última
década. Se ha gestado en las marchas y deliberaciones que desde el año
2001 rodearon a los cinco encuentros centrales del Foro Social
Mundial.
Estas iniciativas debutaron
confrontando con las cumbres anuales que realizan en Davos las
corporaciones más transnacionalizadas. Pero posteriormente el
movimiento se afirmó en el escenario político, con multitudinarias
manifestaciones que se han convertido en la pesadilla de muchos
banqueros e industriales. Las protestas también desafían a varios
presidentes y ministros, porque desde las movilizaciones contra la
invasión norteamericana a Irak han incorporado un nítido perfil
antiimilitarista.
La instancia más novedosa del
movimiento son los foros que congregan multitudes en la discusión de
proyectos alternativos. Del primer encuentro en Porto Alegre que reunió
a 20.000 personas se pasó a un nuevo evento con 120.000 participantes
(2003) y luego a otra reunión con 155.000 concurrentes de 135 países
(2005).
La envergadura de estas actividades
ilustra el impacto de la acción mundialista. Para el año 2006 están
previstas reuniones en Latinoamérica (Caracas), Africa y Asia y se
trabaja para concretar en el 2007 un nuevo evento global unificado. El
próximo encuentro de Caracas en enero será especialmente
significativo, puesto que también corona una serie las actividades
regionales en oposición al ALCA.
La marchas y deliberaciones
altermundialistas ha permitido contrarrestar las críticas oficiales,
las campañas denigratorias y las amenazas represivas ensayadas contra
el movimiento. Las protestas sortearon la desvalorización mediática
y la descalificación intelectual. Mantienen un significativo impacto
callejero y han forzado un cambio de actitud del establishment, que
pasó del desprecio irónico a la polémica despechada.
La prensa habitualmente presenta al
movimiento como una simple reacción contra la globalización, sin
notar que en realidad constituye un intento de concebir otra
mundialización. Por eso resulta más adecuado definirlo como el embrión
de un proyecto alterglobalizador.
Pero es igualmente difícil
caracterizar al movimiento y evaluar su futuro. El alterglobalismo no
sigue hasta ahora la trayectoria de amoldamiento al status quo que
caracteriza a muchos ex progresistas, pero tampoco continúa la
tradición de los agrupamientos anticapitalistas. Se mantiene alejado
de la práctica que han desarrollado los grandes aparatos partidarios
o eclesiásticos de alcance global. Pero no retoma la tónica del
internacionalismo revolucionario que en el pasado desenvolvieron los
anarquistas, socialistas, comunistas y trotskistas.
Un Consejo integrado por
representantes de 129 organizaciones coordina actualmente las
actividades del Foros Social Mundial. Esta dirección convoca a las
marchas y orienta los ejes temáticos de los foros, que se
desenvuelven como actividades abiertas, múltiples y autoconvocadas.
Pero mientras que la agenda de acción
se cumple con intensidad, las discusiones programáticas están
signadas por la ambigüedad. Esta vaguedad acota la función de los
foros a espacios de encuentro y discusión. La ausencia de propósitos
precisos otorga, además, un rol preponderante a diversas figuras
intelectuales o políticas.
Muchos alterglobalistas interpretan
que un perfil difuso resulta apropiado para la etapa actual, porque
permite ampliar el nivel de convocatoria de los eventos. Estiman que
esta indefinición se adapta al grado de conciencia popular y a la
relación de fuerzas vigente entre el bloque neoliberal dominante y el
proyecto antiliberal en gestación.
Pero es obvio que la vaguedad
programática ensancha y vacía al mismo tiempo la influencia del
alterglobalismo. Por un lado aumenta la concurrencia a los foros, pero
por otra parte reduce el significado de estos encuentros. Incrementar
la masa de participantes en actos con pocas definiciones es un arma de
doble filo: lo que se gana en impacto numérico se pierde en proyección
política. Esta disyuntiva es conocida y discutida, pero no resuelta
por el activismo alterglobalista.
Hasta ahora el movimiento ha
permitido la confluencia internacional de muchas organizaciones
populares y la gestación de cierto programa básico.
Experiencias y percepciones comunes
Con el alterglobalismo ha surgido
un centro de coordinación alternativo, capaz de producir
acontecimientos de la lucha contra el neoliberalismo y el
imperialismo. La existencia de este ámbito facilita la convergencia
de militantes de muchos países en causas populares solidarias. Esta
confluencia tiene dos efectos positivos. Por un lado contrarresta la
apatía e indiferencia social que promueve el neoliberalismo y por
otra parte facilita el desarrollo de alternativas internacionalistas,
en oposición al fundamentalismo que desgarra a los oprimidos en
antagonismos étnicos o religiosos.
La gran repercusión del movimiento
se explica en parte por el carácter ya mundializado que presentan
muchas de las organizaciones. Existe un nuevo activismo con hábitos
cosmopolitas que propugna soluciones mundiales a la opresión social.
Por eso también ha cuajado la idea de enlazar proyectos nacionales e
internacionales en programas altermundialistas.
Esta perspectiva global expresa la
experiencia común de muchos movimientos sociales, que en las últimas
décadas han batallado contra el mismo tipo de agresiones. Actualmente
los capitalistas justifican sus atropellos con los mismos argumentos
en todos los países. Este carácter internacional coincidente de la
acción derechista ha despertado la necesidad de respuestas populares
también globales.
Entre los militantes políticos y
luchadores sociales existe la creciente convicción que cualquier
conquista lograda en el plano nacional deberá afirmarse con nexos
regionales y proyecciones globales. El avance de la mundialización ha
incorporado esta percepción internacionalista porque las
reivindicaciones populares incluyen una dimensión supranacional que
supera todo lo conocido durante el siglo XX.
La necesidad de actuar globalmente
se corresponde, además, con los rasgos más transnacionales que
presenta el capitalismo contemporáneo. Como las potencias ya no
rivalizan militarmente por el reparto del mundo, la vieja doctrina del
alineamiento nacional ha sido reemplazada por un discurso uniforme de
globalización. Este giro refuerza la tendencia a encarar resistencias
comunes contra los organismos que canalizan las políticas del
capitalismo contemporáneo en el plano de las finanzas (FMI, BM), el
comercio (OMC) y la política (G 8).
El imperialismo norteamericano es
también un blanco clave del altermundialismo porque encarna los
intereses del conjunto del capital (y no solo los objetivos de una
clase dominante nacional). La propia ideología que promueve
Washington refuerza este doble rol, al combinar propaganda
nacionalista interior (ferviente culto a la Patria) con mensajes
externos de redención universal (mundo libre, democracia, libertad).
El altermundialismo apunta simultáneamente contra la recreación del
viejo militarismo y la novedad regresiva del globalismo neoliberal.
Denuncias y propuestas
Dada la ambigüedad del movimiento
no existe un programa alterglobal, sino una variedad de propuestas
surgidas de la crítica común al neoliberalismo. De los
cuestionamientos al Foro de Davos surgieron los proyectos que en el
movimiento se debaten desde una perspectiva de reformismo
mundializado. Esta visión contempla reorganizar la economía
internacional introduciendo ciertas medidas de redistribuición global
de la riqueza.
Todos los programas
altermundialistas plantean atenuar la desigualdad social con
transferencias de recursos hacia los países y grupos más afectados
por la oleada neoliberal. Proyectan reorganizar las finanzas, los
impuestos y el comercio siguiendo tres criterios: frenar el drenaje de
fondos que impone el pago de la deuda externa a la periferia,
introducir gravámenes progresivos a la riqueza y a las transacciones
financieras y establecer reglas de equidad en los intercambios.
Con estas medidas se busca reducir
la brecha mundial de ingresos que actualmente alcanza proporciones
exorbitantes. En un polo se ubica el centenar y medio de
multimillonarios que acumulan fortunas equivalentes al ingreso de
3.000 millones de individuos. En el otro polo una de cada dos personas
vive con menos de dos dólares diarios, uno de cada tres carece de
electricidad, uno de cada cinco no tiene agua potable, uno de cada
seis es analfabeto y uno de cada siete se encuentra subalimentado.
El objetivo altermundialista es
poner fin a este genocidio social con medidas impositivas de impacto
inmediato. La más conocida y aceptada es la tasa Tobin, pero algunos
autores plantean ir más allá de esta iniciativa y propician un
gravamen del 4% al patrimonio de los 225 principales multimillonarios
para garantizar educación, salud y alimentación básica para toda la
población mundial. El fondo anual de 80.000 millones de dólares
requerido para asegurar esta cobertura podría surgir de impuestos a
los bancos y corporaciones, que en la última década acapararon
ganancias extraordinarias.
Ese monto representa solo la mitad
de la riqueza poseída por cuatro grandes potentados del mundo y
constituye apenas un cuarto de lo reembolsado con pagos de la deuda
externa por la periferia. El propósito altermundialista de frenar la
hemorragia de recursos desde las naciones atrasadas hacia los
capitalistas del centro es un objetivo radicalmente opuesto a la hipócrita
filantropía que practican los gobiernos imperialistas. Estas
administraciones recurren a publicitadas campañas de “ayuda
externa” para encubrir su sistemática depredación de las economías
periféricas.
Ciertas medidas complementarias de
la anulación de la deuda –como la supresión de los paraísos
fiscales, la eliminación del secreto bancario y la devolución de
fondos ilícitamente sustraídos a los países dependientes–
permitirían engrosar un fondo de reparación del saqueo que han
sufrido estas naciones.
Las campañas altermundialistas
también cuestionan el credo librecambista. Impugnan el intercambio
con aranceles decrecientes que favorece a los capitalistas del centro
en desmedro de los países subdesarrollados. Estas denuncias retratan
la forma en que las corporaciones abaratan sus costos, reducen
salarios y amplifican la fractura entre exportadores de insumos básicos
y productores de bienes elaborados.
Los planteos altermundialistas
destacan que Estados Unidos y Europa suelen concertar una agenda de
acuerdos y divergencias comerciales que luego imponen a las naciones
dependientes. Bajo la pantalla del multilateralismo rige una
conciliación de los intereses capitalistas de las corporaciones del
centro a costa de las economías periféricas. La prensa convencional
suele disfrazar este atropello, presentando como “éxitos de la
negociaciones” todos los convenios que favorecen a los poderosos.
Contra este patrón librecambista
los proyectos altermundialistas proponen modificar el esquema actual
de subvenciones que premia a las ramas vulnerables de las economías
centrales y penaliza a los segmentos débiles de los países periféricos.
Interrogantes y tensiones
Los programas en discusión
incluyen numerosos interrogantes. No aclaran cuál es el modelo
alternativo en el plano económico, ni explican cómo funcionaría un
esquema antiliberal. Tampoco definen si el rumbo propiciado es
favorable o incompatible con el capitalismo. Las incógnitas son
mayores en el terreno político: ¿Qué gobiernos instrumentarían las
medidas propuestas? ¿Qué organismos coordinarían su implementación?
¿Cuál sería el sujeto social del curso imaginado?
Las plataformas alterglobalistas no
plantean respuestas claras sino un conjunto de posibilidades, a su vez
representativas del espectro político que predomina en los foros. En
el movimiento actúan tendencias socialdemócratas, antiimperialistas,
progresistas, ecologistas, pacifistas y también varias vertientes
anticapitalistas del anarquismo, el autonomismo y el socialismo
revolucionario. Pero las grandes disyuntivas programáticas suelen
girar en torno a dos líneas: el reformismo conservador y el
reformismo radical. Un enfoque promueve la regulación del capitalismo
y otra visión alienta la redistribución del ingreso, aún afectando
la continuidad de este sistema. La primera corriente asume la
perspectiva económica del keynesianismo y la segunda el horizonte del
redistribucionismo igualitario. En el plano político ambas vertientes
también divergen. El primer enfoque privilegia la asociación con la
socialdemocracia y la centroizquierda y el segundo mantiene estrechas
conexiones con agrupaciones socialistas y anticapitalistas.
Los dos lineamientos coexisten bajo
la sombra del Foro Social Mundial. No confrontan explícitamente, ni
expresan sus divergencias con nitidez, porque entienden que esta
indefinición contribuye al desarrollo del movimiento. Pero el efecto
de esta ambigüedad no es irrelevante e influye de manera desigual. En
los hechos conduce a impregnar a todo el alterglobalismo de cierto
“sentido común” keynesiano.
La ausencia de clarificación
programática entre reformistas conservadores y radicales oculta la
existencia de objetivos estratégicos diferentes. Mientras que un ala
del alterglobalismo busca reforzar la intervención corriente del
estado para garantizar la reproducción capitalista, otro sector
pretende ampliar las conquistas sociales que afectan, socavan o
contrarían la ganancia. Un proyecto pos–liberal apunta a
incrementar el lucro patronal y otro aspira a restaurar y profundizar
las conquistas populares.
Ambas posturas transitan caminos diferentes y el análisis de
estos rumbos es vital por dos razones. Por un lado, el reformismo
conservador tiende a confrontar con los intereses populares y por otra
parte, el reformismo radical requiere asumir una perspectiva
anticapitalista para tornar viable su proyecto. Estas disyuntivas
pueden esclarecerse indagando ciertas estrategias en debate.
Las opciones con la deuda
La política frente al
endeudamiento externo de la periferia constituye un primer aspecto de
las divergencias altermundialistas. Keynesianos y redistribucionistas
coinciden en la necesidad de frenar la hemorragia que desangra a las
naciones dependientes y rechazan en común el pago de un pasivo jurídicamente
odioso e ilegítimo. También cuestionan conjuntamente las cosméticas
propuestas de condonación que publicitan los gobiernos de los
acreedores. Estos anuncios habitualmente excluyen las acreencias del
sector privado, encubren refinanciaciones gravosas e inducen al
reforzamiento de las políticas neoliberales.
Pero la misma crítica desemboca en
planteos diferentes. Mientas que el proyecto redistributivo apunta a
destinar los recursos negados a los acreedores a satisfacer las
necesidades populares, el esquema keynesiano alienta el uso de estos
fondos para recomponer los negocios de los capitalistas. El primer
curso conduce a la anulación completa de la hipoteca y el segundo a
cesaciones parciales de los pagos que terminan favoreciendo el
reciclaje posterior de la carga.
Este último camino ha predominado
en América Latina. Mediante sucesivas moratorias transitorias las
clases dominantes han renegociado el pasivo, descargando los costos de
la operación sobre las mayorías populares. Por eso todas las crisis
de la deuda han desembocado –desde el crack mexicano de 1982– en
mayor pobreza y desigualdad social.
Las moratorias abarcaron a un
amplio espectro de países (Bolivia y Perú a mitad de los 80, Brasil
y Argentina a principios de los 90, Ecuador en el 2000), pero en ningún
caso permitieron reducir los padecimientos de la población. Solo
precipitaron el caos económico e incluso fueron utilizadas por muchos
gobiernos para desacreditar la resistencia contra los banqueros. Como
las clases dominantes locales son parcialmente acreedoras de la deuda,
reinician los pagos cuando logran transferir la cuenta a los
trabajadores, los campesinos y la clase media.
El canje de la deuda argentina
representa el ejemplo más reciente de este manejo de la hipoteca. El
default culminó con una renovación de títulos que legitimó el
pasivo anterior, benefició a los grandes acreedores y penalizó a los
pequeños tenedores de bonos nacionales y extranjeros. La contraparte
de la quita aplicada al pasivo ha sido un compromiso de superávit
fiscal que deberá solventar la población.
Una suspensión del pago de la
deuda con fines redistributivos debería seguir un rumbo completamente
diferente a estas experiencias. Requeriría propiciar conquistas
sociales en lugar de reconstituir el poder de las clases dominantes y
apuntalar una resistencia común a través de la formación de un
bloque de países deudores.
Sin duda este curso afectaría la
estabilidad del sistema financiero internacional, cualquiera sea la
capacidad de digestión de la pérdida por parte de los acreedores.
Por eso los keynesianos rechazan este camino, mientras que muchas
corrientes redistributivas apoyan este rumbo sin tomar plena
conciencia de sus implicancias anticapitalistas.
Los usos de un gravamen financiero
El conflicto entre utilización
popular redistributiva de los recursos y regulación capitalista se
comprueba también en los proyectos de impuestos al capital
especulativo. El ejemplo más conocido es la tasa Tobin, que propone
destinar lo recaudado con este gravamen a mayores gastos sociales. La
suma recolectada por esta vía permitiría satisfacer las necesidades
básicas de toda la población mundial, tanto en los países centrales
como en las empobrecidas naciones periféricas.
La iniciativa altermundialista
contrasta con la versión original del gravamen que omitía cualquier
finalidad social reformista y sólo buscaba atenuar las turbulencias
cambiarias internacionales. Defendiendo el modelo inicial, Tobin
incluso repudió las acciones del movimiento alterglobalizador y se
opuso a que su apellido fuera identificado con un impuesto progresivo.
Como hasta ahora el gravamen
propuesto no ha sido implementado en ningún país, la divergencia
entre la perspectiva redistributiva y regulatoria gira en torno a la
evaluación de las medidas “pro–Tobin”, que adoptaron algunos
gobiernos. El ejemplo típico son los mecanismos que gravan los
ingresos de fondos volátiles. Estas medidas se introdujeron en Chile
entre 1991 y 1997 para controlar la afluencia de capitales (obligación
de mantener en reserva durante un año el 30% de los fondos
ingresados) y normas semejantes rigen actualmente en Argentina.
Mientras que la visión keynesiana
aplaude con entusiasmo estas medidas, el planteo redistributivo
radical abre interrogantes sobre sus efectos sociales progresistas. Es
evidente que en Chile estas iniciativas contribuyeron a consolidar el
modelo neoliberal y que en Argentina apuntalan una paridad cambiaria
que favorece a los grupos exportadores y a ciertos acreedores.
Por eso resulta decisivo distinguir
cuándo un impuesto financiero regula la actividad capitalista y cuándo
solventa mejoras sociales. La tasa Tobin podría cumplir una u otra
función, generando impactos regresivos o progresivos. Si solo
contribuye a supervisar el ingreso o la salida de capitales apuntalará
las normas que utilizan los administradores de las clases dominantes
para gestionar el sistema financiero. Estas reglamentaciones serían
completamente ajenas al logro de conquistas sociales y se encuadrarían
en el tipo de mecanismos, que el propio establishment aprueba para
contrarrestar la volatilidad financiera. Esta perspectiva sería
completamente ajena a cualquier avance social.
El componente redistributivo
internacional es la clave de la iniciativa de ATTAC. Los teóricos
keynesianos buscan desvalorizar este aspecto, que se mantiene
indefinido en los pronunciamientos legislativos favorables que recibió
el impuesto en ciertos países (Finlandia, Canadá) y regiones
(Parlamento Europeo).
La dimensión progresista del
gravamen es también desconocida por los críticos sectarios que
ignoran las diferencias entre la propuesta original de Tobin y las
iniciativas alterglobalistas.
En sus objeciones simplemente olvidan que este segundo planteo
extiende al plano internacional el viejo reclamo popular de solventar
las mejoras sociales con impuestos a las grandes fortunas.
Es cierto que instrumentar esta
reivindicación a nivel global es muy complejo. Pero en el cuadro
actual de finanzas internacionalizadas tampoco es sencillo introducir
gravámenes progresivos a escala nacional. Y en ambos casos no es muy
productivo dirimir abstractamente cuál es el grado de factibilidad
exacto que presentan estas medidas. Lo importante es desarrollar una
lucha por conquistarlas frente a la resistencia de los capitalistas.
Las dos caras del replanteo
comercial
Tanto el enfoque redistributivo
como el keynesiano denuncian la duplicidad de las reglas comerciales
librecambistas, que eximen a las grandes potencias de las obligaciones
impuestas a las naciones dependientes. Ambas vertientes proponen
eliminar el secreto de las tratativas internacionales e introducir
mecanismos del control parlamentario y formas de arbitraje
consensuadas por todos los negociadores.
Los programas alterglobalistas
también promueven anular los paraísos fiscales que utilizan las
corporaciones para eludir controles y proponen sostener los términos
de intercambio de los países periféricos mediante carteles de
productores, fondos de estabilización de las materias primas y stocks
reguladores.
Pero el impacto de estas medidas es
potencialmente contradictorio, ya que pueden favorecer o debilitar las
luchas sociales de los oprimidos de la periferia. Este resultado
depende de la implementación concreta de estos mecanismos, porque con
aranceles, subsidios y precios regulados se puede auxiliar al pequeño
productor y reforzar los servicios públicos o también socorrer a las
grandes corporaciones y convalidar salarios bajos o condiciones de
trabajo infrahumanas.
Particularmente en el terreno agrícola
se verifica este múltiple efecto del replanteo comercial
redistributivo. Mientras que la visión redistributiva apuntala los
intereses de los pequeños agricultores frente a la competencia
devastadora del agrobusiness, el enfoque keyenesiano desalienta la
reforma agraria y la desconcentración de la propiedad rural.
Esta misma oposición se extiende
en el campo de los servicios y a las alternativas proyectadas para
enfrentar la presión que ejercen las corporaciones norteamericanas y
europeas. Estas compañías intentan cobrar patentes, privatizar la
educación y apropiarse de los recursos naturales. Mientras que el
planteo redistributivo defiende la propiedad pública y el acceso
popular a los servicios sociales, el enfoque keynesiano no rechaza el
desmantelamiento de los servicios públicos si en este desguace
participan los capitalistas locales.
Las mismas disyuntivas aparecen al
momento de fijar posición frente a los conflictos comerciales que
rodean a las tratativas en la OMC. Allí las corporaciones
metropolitanas buscan imponer normas de aranceles y subsidios para
favorecer a los capitalistas del centro contra sus rivales de la
periferia. La visión keynesiana solo resalta el choque entre el Sur y
el Norte, como si la nobleza y la perversidad estuvieran separadas por
latitudes geográficas. El enfoque redistributivo destaca, en cambio,
como estas disputas frecuentemente involucran a grupos exportadores
concurrentes que defienden intereses antipopulares y promueven la
división entre los trabajadores. No hay que olvidar que todas las
corporaciones difunden la creencia que los asalariados de ciertos países
son responsables del desempleo sufridos por los explotados de otras
naciones.
El enfoque keynesiano además
oculta que los gobiernos de la periferia actúan al servicio de los
exportadores y no del conjunto de la población. En cambio el planteo
redistributivo ilustra como estas administraciones frecuentemente
combinan posturas comerciales exteriores enfrentadas con Estados
Unidos y Europa con políticas internas reaccionarias.
Pero el problema se torna más
controvertido cuándo se debe evaluar el comportamiento de los bloques
formados por los países periféricos para negociar cláusulas de
exportación e importación con sus competidores del centro. La
creencia que estas alianzas cumplen un rol invariablemente progresista
conduce a muchos radicales a perder de vista su norte redistributivo.
Al suponer que estas asociaciones constituyen de por sí una victoria
popular se toma partido por los capitalistas locales, relegando las
demandas de los oprimidos.
Keynesianismo y conquistas sociales
Cada vez que se proyecta el
horizonte pos–liberal concebido por el altermundialismo se evidencia
el verdadero rostro del proyecto keynesiano. Este programa apuntala a
los capitalistas contra la expansión de las conquistas sociales.
Una administración keynesiana
garantiza mayor incidencia económica del estado, pero no mejoras en
el nivel de vida popular. Aunque estos gobiernos otorguen concesiones,
la gestión competitiva del capitalismo los empuja tarde o temprano a
chocar con las demandas de la población.
Ningún esquema keynesiano puede
sustraerse de esta presión regresiva que emana de la propia
reproducción del capital. Por eso el resurgimiento de la heterodoxia
siempre contiene la potencial resurrección de las tendencias
neoliberales. Que este último modelo haya sucedido al Estado de
Bienestar de posguerra no fue un hecho excepcional. Refleja la
tendencia a la agresión de los trabajadores que produce todo
desenvolvimiento de la acumulación.
Comprender esta lógica del sistema
es importante para concebir los programas antiliberales en términos
anticapitalistas, especialmente en las regiones que presentan márgenes
más estrechos para ensayar experimentos de keynesianismo progresista.
Estos límites afronta por ejemplo en Latinoamérica, un proceso de
reducción de las desigualdades sociales semejante al registrado en
Europa durante la posguerra.
América Latina carece de los
recursos acumulados por los países metropolitanos y está sometida a
la empobrecedora sustracción de fondos, que impone tanto el pago de
la deuda como el deterioro de los términos de intercambio. El momento
histórico es también muy diferente porque el escenario de posguerra
estaba condicionado por la derrota del fascismo y el espectro de la
revolución socialista.
Tomar en cuenta que una etapa de
capitalismo regulado con conquistas sociales es poco factible en la
actualidad en Latinoamérica es muy importante. Contribuye a explicar porqué un programa redistributivo consecuente exige
apostar al horizonte poscapitalista.
Dos rumbos políticos
Las divergencias entre proyectos
económicos redistributivos y keynesianos tienen su correlato en el
plano político. El reformismo radical del primer modelo implica
priorizar las conquistas sociales y jerarquizar la lucha popular. El
reformismo conservador del segundo esquema exige forjar alianzas con
los sectores neoliberales de las clases dominantes para favorecer la
acumulación.
Muchos dirigentes altermundialistas
estiman que ambos senderos pueden conciliarse, si se multiplica la
aparición de gobiernos antiliberales sensibles a girar hacia el campo
popular. Pero esta estrategia no toma en cuenta que muy pocas
administraciones aceptan actualmente compatibilizar regulaciones
favorables hacia los empresarios con concesiones sociales.
Estos gobiernos, además, no
conforman gestiones neutrales que se vuelcan a uno u otro bando según
la intensidad de la presión en juego. Son administraciones que
surgieron de compromisos con el establishment y que defienden los
intereses de los explotadores. Están socialmente encuadradas y no son
maleables bajo el efecto de la acción popular.
El curso adoptado por los presidentes sudamericanos de
centroizquierda ofrece un ejemplo de esta toma de partido a favor de
los capitalistas. Los mismos mandatarios que declaman contra la
pobreza y el desempleo convalidan el recorte de las conquistas
sociales. Desconocer este posicionamiento obstruye la acción política
de los oprimidos y alimenta la ilusión de enmendar a las
administraciones que actúan al servicio de los opresores. Al promover
esta expectativa se potencia la decepción y el escepticismo popular.
Lo ocurrido con Lula es
particularmente ilustrativo. El líder del PT abandonó desde el poder
las actitudes contestatarias, renunció a las reformas sociales y se
convirtió en un acérrimo defensor del status quo. Su viraje retrata
la ausencia de márgenes para introducir mejoras populares cuando no
existe voluntad de confrontación con las clases dominantes.
Propiciar un proyecto
redistributivo exige saber de antemano –especialmente en Latinoamérica–
que las clases dominantes resistirán duramente cualquier tentativa
reformista. Los poderosos gobernaron con ferocidad militar en los años
70, vaciaron políticamente la democracia en los 80 y recurrieron a
los atropellos neoliberales en los 90. Para implementar reformas
sociales hay que adoptar drásticas medidas que neutralicen la oposición
de los capitalistas. Si no existe esta decisión las mejoras populares
quedan rápidamente anuladas por los filtros que introducen los
opresores para disolver cualquier intento transformador.
Las encrucijadas políticas que se
dirimen en el movimiento alterglobalista giran en torno a estas dos
perspectivas: recrear el reformismo conservador–que consolidará por
vías no liberales los intereses de los grandes corporaciones– o
construir una opción emancipadora de los oprimidos.
¿Reforma o reemplazo de los
organismos?
El destino de los organismos
cuestionados por las protestas altermundialistas es un punto clave de
estas disyuntivas. No es lo mismo promover la reforma de estas
instituciones que postular su eliminación y reemplazo. El reformismo
conservador propone el primer camino y el radical el segundo.
Nadie duda que las instituciones
económicas (FMI, BM, OMC) y políticas (ONU) globales son
instrumentos del neoliberalismo y están controladas por las grandes
potencias. Por eso han sido el blanco de las protestas alterglobales,
que en los últimos años lograron pronunciamientos favorables en
varios terrenos. Se impuso el derecho a la moratoria de la periferia
endeudada (ONU –1988), se frustró el tratado neoliberal AMI (1998)
y se trabaron varias iniciativas de la OMC (1999). Las marchas
callejeras también influyeron en la suspensión de la ronda comercial
del milenio, el retiro de las semillas contaminantes que administra
Monsanto y la generalización del software Linux. Aunque estos
resultados constituyen importantes logros no zanjan el debate sobre el
destino de los organismos.
Los partidarios de las reformas
buscan reconstituir estas instituciones, introduciendo cierta
representación igualitaria (por países o número de habitantes). Su
objetivo es erradicar la plutocracia dominante en las entidades económicas
(votos proporcionales al peso financiero de cada delegación) y
contrarrestar la hegemonía que ejerce un núcleo imperialista sobre
las instituciones políticas (supremacía del Consejo de Seguridad en
la ONU).
Pero modificar el funcionamiento de
estos organismos no es tan sencillo. El FMI, la OMC y el BM actúan
como un directorio de las grandes corporaciones, que adapta las reglas
de la competencia al avance de la mundialización. Por eso actúan con
normas despóticas que aseguran el dominio de los grandes bancos y
empresas. Estas instituciones no pueden democratizarse. Aunque
lograran remontar su desprestigio introduciendo ciertas formalidades
democráticas, nunca podrían convertirse en entes representativos del
conjunto de la sociedad.
La enorme hostilidad popular hacia
esas entidades refleja cierta comprensión de ese rol opresivo. Esta
percepción debe ser profundizada y no atemperada con ilusiones de
“mejorar la transparencia de la OMC” o “aumentar el auxilio del
FMI a los deudores”. Hay que explicar por qué el estado mayor de
los industriales y financistas nunca podrá ser puesto al servicio de
la población.
En las reuniones de esos organismos
siempre se discutirá cómo beneficiar a las corporaciones y cómo
socializar las pérdidas de los grandes acreedores. Cualquier
convocatoria del FMI al
“apoyo de las naciones endeudadas” implicará duros ajustes y por
eso corresponde exigir la disolución del FMI, la OMC y el BM,
mientras se debate cómo reemplazarlos por instituciones que
favorezcan la cooperación entre los pueblos. Esta posición es la única
coherente con los propósitos redistributivos del altermundialismo. La
construcción de las entidades alternativas formaría parte de un
proceso combinado de transformación social a escala nacional y
establecimiento de organismos regionales y mundiales basados en
principios de solidaridad y progreso colectivo.
Con la ONU se plantea un problema
semejante. Algunos pasos hacia la democratización de las relaciones
internacionales pueden consumarse partiendo del foro que ofrece esa
institución. Pero sin remover el poder imperialista que controla sus
decisiones, los cambios serán irrelevantes o efímeros. La ambigüedad
de algunos radicales en este terreno es contraproducente porque diluye
la frontera entre aliados y enemigos de la protesta mundialista. No es
coherente proclamar a veces la abolición de los organismos y aceptar
en otras circunstancias su paulatina transformación. La propuesta de
promover el traslado de la sede de la ONU fuera de Estados Unidos es
un ejemplo de esta vacilación.
Existe una postura intermedia entre
la reforma y la disolución de los organismos, que propugna ensayar
cierta “desglobalización” de las relaciones internacionales. Sus
promotores alientan la gestación de un orden mundial descentralizado,
pluralista y basado en la gravitación de múltiples actores
regionales (como el Asean y el Mercosur)
[24].
Se espera que esta diversificación contrapese el poder de los grandes
bancos y corporaciones, permita reforzar la cooperación entre la
periferia y contribuya a recrear la influencia de las entidades que
antecedieron a la mundialización actual (OIT, UNCTAD, GATT).
Pero hay que recordar que ese
modelo no funcionó en el pasado y quedó socavado por el avance de la
mundialización. Un nuevo obstáculo para su restauración es el
perfil de las clases dominantes de la periferia, que están más
interesadas en preservar alianzas con las metrópolis que en articular
acciones conjuntas contra los grandes potencias. Un proyecto de
integración regional efectivo requiere entrelazar conquistas
populares con rupturas anticapitalistas.
“¿Sociedad civil global?”
Ciertos analistas interpretan que
la transformación de los organismos internacionales no depende de la
forma del cambio (reformas por arriba versus disolución por abajo)
sino del sujeto de esta mutación. Destacan que una ciudadanía
cosmopolita acompaña actualmente el surgimiento de una nueva opinión
pública mundial y estiman que este sector se perfila como una fuerza
contra–hegemónica de los bancos y las transnacionales.
Pero este enfoque resalta el papel
de la “sociedad civil global” sin definir con nitidez quiénes
integran ese conglomerado. A diferencia de su contraparte nacional
esta entidad no puede aglutinar a todos los actores políticos
diferenciados del estado, porque no existe un órgano equivalente a
nivel mundial. Esta ausencia de referente estatal torna muy difusas
las nociones de ciudadanía cosmopolita u opinión pública mundial.
Los organismos multilaterales solo cumplen parcialmente algunas
funciones económicas para–estatales y la ONU desarrolla más
fragmentariamente esta acción a nivel político o militar.
Pero el principal problema del
concepto “sociedad civil global” es su omisión de la naturaleza
clasista de la sociedad. En cualquiera de sus dimensiones geográficas
la sociedad es bajo el capitalismo, un ámbito de dominación de los
explotadores sobre los explotados. El control político, militar,
institucional que las clases opresoras ejercen a través del estado
prolonga la supremacía que detentan en la sociedad. El uso del
aditivo “civil” frecuentemente oscurece este hecho.
La tendencia a ignorar los
basamentos sociales de la sociedad civil (global o nacional) conduce a
un elogio indiscriminado de cualquier entidad que presente cierto
status “no gubernamental”. Se les atribuye a todas un rol antagónico
con el estado y un comportamiento de diálogo y consenso en relación
a la sociedad. Pero si bien muchas instituciones de este tipo (ONGs)
provienen de entidades humanitarias que socorren a las víctimas de
catástrofes o genocidios, otras han sido creadas para maquillar la
acción de las corporaciones y los gobiernos imperialistas. Por
ejemplo, el Banco Mundial apadrina a estas asociaciones con el fin del
simular un control externo de su actividades.
Estas entidades manejan cuantiosos
recursos financieros que utilizan para copar organizaciones de lucha,
neutralizar su combatividad y disolver la fuerza contestataria de las
protestas. Por eso el sujeto del cambio social a escala global no es
la sociedad civil, ni los entes no gubernamentales, sino las
organizaciones políticas, sociales y sindicales de los oprimidos.
Encrucijadas políticas
Lo que otorga visibilidad actual a
los debates altermundialistas es la crisis del neoliberalismo. En
algunas regiones –como América Latina– esta erosión coincide con
grandes rebeliones sociales, que a su vez han precipitado intensas
discusiones sobre la relación de fuerza prevaleciente en la nueva
situación. Pero es tan importante clarificar quién perdió espacio o
detenta la iniciativa como elaborar cursos de ruptura con el régimen
actual. No hay que olvidar que partiendo de una misma evaluación se
puede argumentar a favor de distintas estrategias.
El alterglobalismo es un escenario
de disputa entre planteos alternativos. Las tendencias conservadoras
promueven el modelo keynesiano, mantienen aceitadas relaciones políticas
con los socio–liberales y manejan los recursos financieros que
solventan el funcionamiento de varios foros. Propician la participación
de la socialdemocracia y buscan convertir a todos los encuentros en
estériles salones de discusión. Disuaden la movilización, bloquean
los pronunciamientos políticos críticos e impulsan la transformación
de los eventos en acontecimientos artísticos o musicales.
Una presión significativa en esta
dirección ha ejercido Lula. Ya no es la figura emblemática del
naciente altermundialismo, sino un crítico del propio Foro Social
Mundial. A principios del 2005 descalificó a estas reuniones (“es
una feria de ideologías”) y ni siquiera se privó de participar en
el foro antagonista de Davos.
La batalla política por un curso
keynesiano o redistributivo consecuente es un debate clave dentro del
alterglobalismo que algunos críticos de izquierda no valoran. Desconfían
de la utilidad de esta discusión dentro de un movimiento con
programas ambiguos y foros declarativos. Pero estos cuestionamientos
omiten la extraordinaria agenda de movilizaciones que auspicia el Foro
Social Mundial. Además, olvidan que limitaciones políticas
semejantes se verificaron en el pasado en el debut de muchos procesos
populares.
Otros objetores del alterglobalismo
no presentan opciones positivas o atribuyen a los foros un rol de
contención de la radicalización política.
Ambas visiones ignoran que la disputa entre reformistas conservadores
y radicales no es una peculiaridad específica del altermundialismo,
sino un conflicto dominante en todos los contextos nacionales.
Sin participar activamente en esta
discusión no hay forma de incidir a favor de los intereses populares
mayoritarios en los debates contemporáneos. Actualmente no predomina
la atracción hacia la izquierda revolucionaria que se registró en
los años 60 o 70 y es por eso imprescindible que la izquierda
encuentre un camino para amoldar su intervención al nuevo contexto.
Establecer un diálogo crítico y una práctica acorde con las
expectativas políticas populares es vital para tornar factible una
evolución socialista. La prédica anticapitalista abstracta y
desligada de las percepciones mayoritarias no impulsa la conciencia
popular, sino que genera aislamiento e impotencia. El gran desafío
del momento es establecer un nexo entre las estrategias socialistas de
reforma y revolución
Los cursos internacionalistas
El altergloablismo podría
convertirse en el embrión de un nuevo internacionalismo, si los
debates programáticos en curso se zanjan positivamente en un sentido
anticapitalista. Pero la izquierda socialista debe construir su propio
perfil dentro del movimiento para incidir en esta evolución. Ningún
desarrollo espontáneo reemplazará esta intervención.
En el contexto actual son factibles
promisorias convergencias. La integración del nacionalismo
antiimperialista a una perspectiva internacionalista es un ejemplo de
esta síntesis. En los foros de Latinoamérica, por ejemplo, se ha
logrado ensamblar el patriotismo con el cosmopolitismo en una práctica
histórica coincidente. La vieja idea de nación como colectividad
popular enfrentada a la tiranía converge con proyectos
altermundialistas.
Pero los ensambles progresivos solo
avanzarán si el movimiento supera los dilemas que hasta ahora ha
rehuido. La forma como sea resuelto el conflicto que potencialmente
opone a los proyectos económicos keynesianos y redistributivos
constituye un aspecto clave de este desenlace. Definirá el perfil del
reformismo radical frente a las vertientes conservadoras y su empalme
o distanciamiento con el socialismo genuino.
Es vital asumir que un proyecto
consecuente de transformación popular a escala global tiene
implicancias anticapitalistas. Estas consecuencias deben explicitarse
sin temor, ya que las potencialidades de un nuevo internacionalismo no
saldrán a la superficie si los debates estratégicos permanecen en la
sombra. Por el camino de la discusión y la intervención socialista
se avanzará hacia una construcción emancipatoria.
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Notas:
[2]Una
síntesis de la historia y funcionamiento del Foro Social Mundial
(F.S.M.) presentan Morgenfeld, Seoane y Tadderi. Morgenfeld
Leonardo.”¿Otro mundo es posible?”.Reflexiones sobre el V
Foro Social Mundial. Enero 2005.
http://argentina.indymedia.org/news/2005/03/273542.php . Seoane
José, Taddei Emilio. “De Seattle a Porto Alegre”.
Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.
[3]
Es sintomático que algunas publicaciones impulsoras del
alterglobalismo ya tuvieran una audiencia internacional previa (Le
Monde Diplomatique) y que otras se conformaran para postular
propuestas supranacionales (ATTAC).
[4]El
peculiar rol de Estados Unidos es analizado por: Anderson
Perry. “Internacionalismo:
un breviario”. New Left Review, n 14, mayo–junio 2002, Madrid.
[5]
La síntesis más reciente de estos programas fue el “Manifiesto
de Porto Alegre” que doce intelectuales suscribieron en enero
del 2005. Este y otros documentos pueden consultarse en las páginas
del Foro: www.forumsocialmundial.org.br. Pastor y Boron presentan
un análisis más preciso de los programas desde el comienzo del movimiento. Pastor
Jaime. Qué son las
movilizaciones antiglobalización, Integral,
Barcelona, 2002. Boron Atilio. “El nuevo orden
imperial y cómo desmontarlo”. Resistencias mundiales, Clacso,
Buenos Aires, marzo 2001.
[6]Toussaint
presenta un detallado análisis de estas comparaciones y diagnósticos.
Toussaint Eric. La Bolsa o la vida, Clacso, Buenos Aires, 2004
(Prefacio).
[7]
Toussaint La Bolsa (cap 17).
[8]La
forma de gestar este sostén es analizado por el “Comité por la
Anulación de la Deuda del Tercer Mundo”. CADTM.
Les manifestes du posible, Sylepse, Belgique, 2004.(cap 1).
[9]
Un ejemplo fueron los anuncios de recorte de la deuda que
proclamaron los mandatarios del G 8 a mediados del 2005. Millet Damien, Toussaint Eric. “El espejismo de la ayuda para el
desarrollo”. Le Monde Diplo, Buenos Aires, julio 2005.
[10]
Hemos expuesto las características de esta negociación en: Katz
Claudio. “Quién gana con el
canje”. EDI–Publicación de los Economistas de Izquierda, número
1, abril 2005, Buenos Aires.
[11]Algunos
cálculos sitúan la recaudación potencial en 720.000 millones de
dólares y otros estiman una captación inferior, que igualmente
alcanzaría para satisfacer las necesidades básicas de toda la
población mundial. Ver textos citados de
Toussaint y Pastor.
[12]Tobin James. “El movimiento antiglobalización abusa de mi
nombre”. El País 3–9–01. Estas divergencias también fueron
explicitadas por los principales propagandistas del impuesto.
Cassen resalta este hecho en sus caracterizaciones (“nunca
pensamos que la Tasa Tobin fuera la solución para la dictadura de
los mercados”). Cassen Bernard. “ATTAC al ataque”. New
Left Review, n 19 marzo–abril 2003, Madrid.
[13]Por
ejemplo: Lutte de Classe. “Attac y el impuesto Tobin, un
reformismo en crisis”. Lutte Ouvriere, n 42, 9–4–1999.
[14]Taab
William. “La Organización Mundial del Comercio. Detengan la
apropiación del mundo”. Revista
del OSAL, n 3, enero 2001. CADTM. Les manifestes (cap 2) .
[15]Lo
sucedido en Latinoamérica en la última década ilustra cómo los
capitalistas regionales participan de la división neoliberal de
tareas que carga a los estados con las pérdidas y delega las
actividades publicas rentables al sector privado. Ningún
exponente de las clases dominantes promueve revertir las
privatizaciones. Las demandas de nacionalización solo son
impulsadas bajo el empuje de una rebelión. Es lo que ocurrió en
Bolivia a mediados del 2005, cuándo las masas movilizadas
exigieron la renacionalización de los recursos energéticos
contra la oposición activa no solo de la débil burguesía
boliviana, sino también de las clases dominantes de Brasil y
Argentina. Estos grupos lucran directamente con la privatización
del petróleo y el gas del Altiplano.
[16]Este
es el problema que se planteó con la formación del grupo de 21
naciones subdesarrollados –liderado por Brasil, India, China y
Sudáfrica– que resistió en Cancún (septiembre del 2003) las
exigencias de subsidios y apertura que plantearon Estados Unidos y
Europa. Ver: Bello Walden. “El significado de Cancún”.
Revista del OSAL, n 11, mayo–agosto 2003.
[17]Kiely
destaca esta tendencia. Kiely Ray. “Actually existing
globalisation and the political economy of anticapitalist
protest”. Historical Materialism, vol 10, Issu 1, 2002.
[18]
Borón analizan las posibilidades y dificultades de esta
alternativa. Borón.
Atilio. Tras el Búho de
Minerva, Clacso, Buenos Aires, 2000. (cap 6).
[19]Hemos
analizado este problema en el balance de los gobiernos de Lula,
Kirchner y Tabaré en: Katz Claudio.“Centre–gauche, nationalisme et socialisme”. Inprecor n 504, avril
2005, Paris.
[20]La
forma típica de esta presión es la fuga de capitales que los
opresores suelen instrumentar cuando perciben alguna amenaza a sus
privilegios. Las vacilaciones en nacionalizar las propiedades de
quiénes expatrían fondos destruye cualquier programa ulterior de
transformaciones sociales.
[21]
Pastor presenta un resumen de estas divergencias. Pastor.
Qué son las movilizaciones (cap 5).
[22]
Hemos comenzado el análisis de este problema en: Katz Claudio.
“Los objetivos socialistas en la protesta global”. Desde los
cuatro puntos, n 33 , agosto 2001, México.
[23]Gran
parte de los análisis de Sader sobre el movimiento
alterglobalista están signados por esta vacilación. Sader
Emir. “Erase
una vez el neoliberalismo?”. Página 12, 11–6–03. . Sader
Emir. “América Latino no século XXI”. Revista del Osal n 9,
enero 2003. “Un
símil de Woodstock” sugiere
Sader Emir.
“Un outro forum e possivel”. O Estado, 30–1–05
[24]Bello,
Walden. “Anticapitalism”. International Socialism 91, summer
2001.
[25]Gómez
describe, analiza y cuestiona esta tesis. Gómez José María. “De Porto Alegre a Mumbai”.
Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI, Clacso, Buenos
Aires, 2002. Gómez José María. “El segundo Foro Social
Mundial”. América Latina y el desorden global neoliberal,
Clacso, Buenos Aires 2004. Gómez José María. “¿Desafiando a la gobernancia
neoliberal ?” Revista del OSAL, n 3, enero 2001.
[26]
Algunos analistas –como Cassen– le otorgan al término
“sociedad civil global” un sentido gramsciano de gestación de
una hegemonía popular contrapuesta a la supremacía neoliberal.
Pero queda flotando en la indefinición cómo se manifiesta en el
escenario social global el conflicto entre los trabajadores y los
capitalistas.
Cassen.
ATTAC. New Left Review, n 19.
[27]
Algunos analistas estiman que el fracaso económico, el
agotamiento teórico y el descrédito político del neoliberalismo
han restringido la influencia de la derecha al terreno ideológico–cultural.
Otros autores en cambio detectan que el debilitamiento neoliberal
se concentra en la cultura y en la ideología sin extenderse a la
economía y la política. Sader remarca el primer aspecto y Borón
el segundo. Sader Emir. “Más allá de la sociedad civil: la
izquierda después de Porto Alegre”. New Left Review, n 17,
noviembre–diciembre 2002, Madrid. Sader Emir. “Antes e
depois Seattle”. Revista del Osal n 3, enero 2001.
Borón Atilio. “La izquierda latinoamericana a comienzo del
siglo XXI”. Revista del OSAL
n 13, enero–abril 2004.
[28]
Bermúdez plantea la primera visión y Pizzutti la segunda. Bermúdez Ismael. “El Foro debate sus luchas”. Ñ–Clarín,
29–1–05, Buenos Aires. Pizzutti Lucas. “Europa y las manifestaciones contra la
guerra”. Estrategia Internacional, n 20, septiembre 2003, Buenos
Aires.
[29]Exploramos
este problema en: Katz Claudio. “Pasado y presente del
reformismo”. (Próxima aparición)
[30]Esta
forma de nacionalismo popular no es incompatible con los proyectos
igualitaristas. Hardt se equivoca al asignar un carácter
indistintamente regresivo a cualquier modalidad de patriotismo.
Retoma la mirada liberal que desconoce la función progresiva de
un estado nacional en los procesos de transformación social.
Hardt Michel. “Porto Alegre: ¿la conferencia de Bandung de
nuestros días?. New Left Review, n 14, mayo–junio 2002, Madrid.
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