Los primeros
pasos de la megacrisis
Por Jorge
Beinstein
Enviado por el
autor el 28/01/06
La euforia
neoliberal de los años 1990 y los delirios militaristas que le
siguieron son hoy desdibujados recuerdos, sus impactos mediáticos se
han agotado. Así como en ese remoto pasado abundaban los expertos que
profetizaban el milenio burgués ahora muchos de ellos anuncian la próxima
llegada de una megacrisis mundial mucho más potente que la de los años
1970. En una nota publicada en agosto del 2005 Stephen Roach,
economista jefe de Morgan Stanley, alertaba sobre la inminencia
de la “primera crisis energética de la era de la globalización”
y los numerosos puntos débiles de la economía norteamericana
ante dicho fenómeno (1). Sin embargo un mes mas tarde y en el mismo newsletter
Roach colocaba en el primer nivel de peligrosidad al déficit del
balance de cuenta corriente de Estados Unidos (2). Por su parte
“The Economist” apuntaba también en agosto hacia otro
detonador: la burbuja inmobiliaria mundial con centro en Estados
Unidos, cuyo desinfle sería inevitable a no muy largo plazo (3),
aunque durante ese año la revista también puso el acento en el déficit
de cuenta corriente, la deuda publica, el déficit fiscal y otros
males de la superpotencia.
Una rápida
recorrida por las principales fuentes de información económica
internacional nos llevaría a engrosar la lista de amenazas: la
fragilidad del dólar, el circulo vicioso comercial-financiero
establecido entre Estados Unidos y China (el primero acumulando deudas
y déficits y el segundo dólares y bonos del Tesoro norteamericano) o
la desaceleración de la Unión Europea (donde el motor alemán
aparece con crecientes dificultades económicas, sociales y políticas).
Y mirando más allá de la economía asoman las consecuencias del
fracaso de la ocupación de Irak que podría desatar una reacción en
cadena; por ejemplo enlazando la caída del dólar con la reconversión
de grandes reservas dolarizadas hacia otras monedas, el encarecimiento
recesivo del crédito en Estados Unidos y la contracción de su
consumo interno impactando sobre la demanda global.
Varios meses
antes de concluir el 2005 el FMI repronosticaba a la baja las tasas de
crecimiento de varios países centrales (Alemania, Italia, Inglaterra,
Japón, etc.), los burócratas del Fondo diversifican las culpas:
Katrina, los déficits norteamericanos, la suba del precio del petróleo...
(4), dejando entrever que el 2006 no sería mejor.
La
incertidumbre aumenta cuando son recordados los errores de previsión
que antecedieron a la última megacrisis desatada a partir del shock
petrolero de 1973-1974. Los pocos economistas de renombre convencidos
de que se avecinaba una crisis mundial de gran envergadura apostaban
en su mayoría a las turbulencias monetarias agravadas desde 1971
cuando el presidente Nixon decidió no entregar más oro a cambio de dólares,
sepultando así el sistema monetario construido luego de la Segunda
Guerra Mundial.
De todos modos
esas previsiones eran marginales, la mayoría aplastante de
economistas, políticos y comunicadores endiosaban los mecanismos
keynesianos capaces según ellos de controlar cualquier perturbación
seria. Cuando la crisis estalló casi todos anticiparon el comienzo de
una era de mayor regulación estatal del mercado en Occidente acompañada
por el fortalecimiento internacional del bloque soviético, pero
ocurrió lo contrario; el keynesianismo clásico entró en declinación,
emergió triunfante el neoliberalismo y las desregulaciones de todo
tipo, la URSS desapareció... en síntesis, se produjo una enorme
bifurcación que no entraba en la visión conservadora de los
expertos. Una sorpresa similar sucedió en la época de la primera
guerra mundial una de cuyas principales víctimas fue el capitalismo
liberal considerado entonces eterno por los formadores de opinión de
Occidente. Ahora que estamos ingresando en una era de alta
inestabilidad predominan nuevamente los errores de percepción; el
grueso de los medios de comunicación (administradores del “sentido
común”) dan por sentado que las transformaciones estructurales
del capitalismo de las tres últimas décadas son irreversibles
mientras que una minoría crecientemente influyente apunta hacia un
cierto retorno del pasado keynesiano; es casi seguro que ambos se
equivocan.
Expansión del
parasitismo
Como la economía
mundial gira en torno de Estados Unidos (su consumo interno
sobredetermina la evolución de la demanda mundial) resulta útil
observar las grandes transformaciones (y desequilibrios) que allí se
están produciendo.
En primer lugar aparece una sorprendente combinación de
elitización social, consumismo y declinación del la cultura
productiva. Desde la Segunda Guerra Mundial se había afianzado la
desconcentración de ingresos; a lo largo de los años 1960 y 1970 el
1% de mas rico de la población acaparaba aproximadamente el 8 % del
Ingreso Nacional, pero en torno de 1980 cambió la tendencia y se
desarrolló un proceso de rápida concentración actualmente en curso,
en el 2000 ese 1 % ya absorbía el 16 % del Ingreso Nacional (ver el
gráfico “Estados Unidos: concentración de ingresos”).
Contrariamente a lo que enseña cierta ortodoxia económica la
concentración por arriba no engrosó la corriente del ahorro y la
inversión sino la del consumo que en términos reales creció al 4 %
anual entre 1985 y 2003 mientras que el Producto Bruto Interno lo hacía
al 2,2 % (5). La tasa de ahorro personal se fue contrayendo hasta
llegar ahora a niveles negativos (ver el gráfico “Caída del
ahorro personal en Estados Unidos") sin ser compensada por el
ahorro empresario y estatal que también declinaron, en consecuencia
el ahorro nacional neto (empresario, público y personal) que
representaba en promedio el 7,5 % del Ingreso Nacional en el período
1960-2000 cayó al 1,5% durante 2001-2005, como resultado de ello las
inversiones fueron crecientemente financiadas por capitales externos.
Paralelamente
se expandió el comportamiento especulativo en detrimento de la
cultura productiva, entre 1952 y 1979 (época keynesiana) los ingresos
financieros representaron en promedio un 10 % del ingreso de las
familias pero entre 1980 y la actualidad (hegemonía neoliberal) dicho
porcentaje casi se duplicó, recordemos que cuando ocurrió la crisis
de 1929 entre un 3 % y 4 % de la población estadounidense estaba
involucrada en negocios bursátiles, esa cifra rondaba el 50 % hacia
el año 2000.
Frente a ello se reducía la masa de obreros industriales,
no se trató de un fenómeno exclusivamente norteamericano sin embargo
en ninguno de los países desarrollados el mismo se manifestó de
manera tan aguda.
Por otra parte
la flexibilización laboral alentada a partir de la presidencia de
Reagan (1981-1989) deterioró a largo plazo la "cultura
empresaria" de importantes segmentos de trabajadores frenando
el dinamismo de los procesos innovativos industriales. La
competitividad ganada en el corto plazo por las empresas (desaceleración
de las presiones salariales) fue perdida en el mediano y largo plazo
al hacerse más caros y menos creativos los sistemas de innovación,
los productos norteamericanos comenzaron a ser cada ves menos
competitivos frente a los de países desarrollados como Alemania o Japón
que podían ofrecer mayor calidad y en ciertos casos también mejores
precios, pero también frente a bienes tecnológicamente menos
sofisticados fabricados por naciones emergentes como China con bajos
costos, principalmente salarios.
Desequilibrios
externos
Llegamos así a una segunda tendencia visible: la expansión
incesante de los desequilibrios externos. El balance comercial se fue
degradando, todavía en los años 60 era positivo pero al comenzar los
70 aparecieron algunas cifras negativas al comienzo modestas pero en
1977 se produjo el primer gran déficit de 27 mil millones de dólares,
que trepó a 57 mil millones en 1983 y a 109 mil millones en 1984,
persistió por lo general en esos niveles durante el resto de la década
y en la mayor parte de la siguiente y en 1998 saltó a 165 mil
millones comenzando una vertiginosa carrera ascendente: 378 mil
millones en el 2000, 494 mil millones en el 2003, 617 mil millones en
el 2004 (6), arrastrando en su caída al balance de cuenta corriente
(7) cuyo déficit llegó a representar el 5,7% del Producto Bruto
Interno norteamericano en 2004.
En el pasado
los ingresos de las inversiones en el exterior contrarrestaban en
parte los desequilibrios comerciales que Estados Unidos pagaba
entregando dólares, es decir con un costo directo ínfimo, pero con
el correr del tiempo esos papeles se fueron transformando en activos
norteamericanos en manos extranjeras que produjeron beneficios que en
una porción significativa salían al exterior. Hacia 1950 los activos
en el exterior de los estadounidenses equivalían a cerca del 11 % de
su Producto Bruto Interno y a comienzos del 2005 llegaban al 36%,
indicador de la expansión global de esa economía, pero paralelamente
crecieron los activos de extranjeros en los Estados Unidos. Si también
los comparamos con el Producto Bruto Interno norteamericano veremos
que representaban el 6 % en 1950, el 22 % en 1985 y el 78 % en 2005
(8): dos dólares en activos norteamericanos poseídos por extranjeros
contra un dólar de activos en el exterior en manos norteamericanas.
Sin embargo el balance entre ingresos y egresos de fondos de esas
inversiones sigue siendo todavía favorable a los Estados Unidos
(9)... pero cada vez menos. En 1960 ese saldo representaba el 70 % de
las entradas de fondos por inversiones en el exterior, pero en 1980
había bajado al 40 %, en 1992 al 22 % y en 2004 oscilaba entre el 9 %
y el 10 % (ver el gráfico: “ Estados Unidos: Declinación del saldo
de negocios con el exterior”).
Este panorama
se ve agravado a causa de la creciente dependencia energética, desde
comienzos de los 1970 viene cayendo la extracción interna de petróleo,
en consecuencia la economía es cada ves más sensible a los vaivenes
de una producción mundial que estaría llegando a su cenit lo que
acelera la suba de los precios (10).
Deudas y déficit
fiscal
A las dos tendencias negativas descriptas se suma una
tercera, si nos remitimos a las últimas cuatro décadas los superávit
fiscales constituyen una rareza, desde los años 70 los déficits
fueron creciendo hasta llegar a niveles muy altos a comienzos de los
90 y luego Clinton se despidió con algunos superávits
significativos, pero desde la llegada de Bush hijo el déficit regresó
alcanzando cifras sin precedentes: 160 mil millones de dólares en
2002, 380 mil millones en 2003, 412 mil millones en 2004. La combinación
de recortes tributarios a las empresas e incrementos de gastos
militares no fueron compensados con mayores ingresos aportados por la
reactivación, en consecuencia la deuda pública que había frenado su
empuje hacia finales de la era Clinton avanzó incontenible y ahora
llega a ocho billones de dólares (ver el gráfico “Deuda pública
de los Estados Unidos”), integrando una deuda total (pública,
personal y empresaria) superior a los 37 billones de dólares,
equivalentes a más de tres veces el Producto Bruto Interno de Estados
Unidos y superior al Producto Bruto Mundial. Luego del enfriamiento
económico de 2001 la Casa Blanca consiguió con estos desequilibrios,
la reducción de la tasa de interés y una política de crédito fácil
impulsar el consumo y hacer subir el ritmo de crecimiento... pero
también logró expandir el déficit comercial, las deudas y una
burbuja especulativa mucho más grande que la desinflada a comienzos
de la década actual.
Esto ha hecho
a Estados Unidos mucho mas dependiente del ahorro internacional, los
ingresos de capitales externos oscilan entre 2000 y 3000 millones de dólares
diarios, sin ellos el Estado no cerraría sus cuentas, las empresas no
conseguirían sostener sus inversiones y los consumidores no podrían
seguir gastando al ritmo actual. Resultado: las deudas privada y pública
de los norteamericanos con el exterior rondaban en 2004 los 4,5
billones de dólares (en 1995 llegaban a 1,5 billones) y los bancos
centrales extranjeros que en 2003 compraron el 14 % de los bonos a
largo plazo del Tesoro adquirieron el 28 % en 2004 (11).
Complicidades
Los
estadounidenses consumen, importan y acumulan deudas como nunca antes
lo habían hecho alentados por un gobierno que imprime cerca de 1 billón
y medio de dólares por año (12); el resto del mundo, en especial los
países asiáticos, colocan esos billetes en sus reservas, los cambian
por bonos del Tesoro norteamericano contribuyendo a paliar el déficit
fiscal de la superpotencia (financiando de ese modo sus aventuras
militares) o invierten en Estados Unidos una parte de sus dólares. A
simple vista nos encontraríamos frente a un mega parásito que se
alimenta del ahorro y la producción del planeta, sin embargo eso es
una verdad a medias; chinos, japoneses, alemanes o ingleses no están
haciendo beneficencia a cambio de nada, en realidad lo que hacen es
sostener al primer mercado del mundo cuyo desinfle los golpearía
duramente. Es el lugar donde chinos y japoneses venden una parte
sustancial de sus exportaciones, y donde los europeos colocan grandes
masas de capitales. Además la financierización de la economía no es
un fenómeno exclusivamente norteamericano, se trata de un proceso
global. Dos ejemplos: la deuda pública de Japón equivale al 140 % de
su Producto Bruto Interno y el área más caliente de la especulación
financiera: los negocios con “derivados” (que ascenderían
según cálculos recientes a unos 180 billones de dólares: cerca de
cinco veces el Producto Bruto Mundial)(13) si bien tienen su centro
motor en Estados Unidos, conforman una trama donde se mezclan de
manera indiferenciada especuladores europeos, japoneses, chinos,
latinoamericanos, estadounidenses o rusos.
El desajuste
financiero global
Esto nos lleva
hacia el primer posible detonador de una futura megacrisis: el
desajuste financiero global.
El déficit
del balance de cuenta corriente de Estados Unidos equivale al 70 % del
conjunto de déficits en cuenta corriente del mundo... y la tendencia
es creciente, el flujo de fondos externos que sostiene a la
superpotencia no puede mantener de manera indefinida su ritmo actual,
incluso antes de declinar podría sufrir algunas fluctuaciones que harían
crujir a un sistema sumamente frágil. Es de buen tono en los medios
académicos y tecnocráticos hacer referencia a la necesidad de un
ajuste fuerte en Estados Unidos apoyado en una marcha forzada hacia el
equilibrio fiscal que seguramente enfriaría el consumo y por
consiguiente las importaciones, reduciendo en consecuencia el déficit
del balance de la cuenta corriente. En realidad se trata de una
aspiración de difícil cumplimiento, porque si ello llegara a ocurrir
arrastraría hacia la recesión a la economía mundial, chinos y
japoneses se enfrentarían a la contracción de su principal mercado y
ellos también entrarían en crisis. Los europeos (en especial los países
líderes de la región) no tendrían donde colocar parte de sus
exportaciones pero sobre todo una porción sustancial de sus
excedentes financieros, ahora han entrado en una período de
crecimiento bajo pero en ese momento caerían en la recesión. En síntesis;
si el desajuste sigue, tarde o temprano causará un sacudón
financiero grave, pero si es corregido la economía mundial sufrirá
una depresión gigantesca.
La declinación
del dólar
Estrechamente
vinculado al fenómeno anterior pero con vida propia descubrimos un
segundo detonador: el dolar, su futuro incierto. Viene declinando
respecto del euro, del yen y del oro más allá de algunas
recuperaciones efímeras. Japón acumula reservas (en su mayor parte
dolarizadas) por más de 850 mil millones de dólares, las reservas
chinas rondan los 700 mil millones de dólares, les siguen otros países
asiáticos. Recientemente Corea del Sur anunció su voluntad de
diversificar sus reservas, Japón hizo los mismo, India ya lo viene
haciendo y China duda en comenzar el proceso. Todos saben que si
venden masivamente dólares el precio del billete caerá en picada lo
que causaría una contracción catastrófica del valor de sus reservas
mucho antes de que puedan reconvertirlas, en consecuencia intentan una
complicada operación consistente en deslizarse muy suavemente hacia
otras divisas y activos buscando no provocar el derrumbe del dólar.
Pero la debacle podría comenzar impulsada por otros factores, por
ejemplo un avance significativo de la desdolarización del mercado
petrolero; si una parte importante de importadores y exportadores deja
de aceptar dólares privilegiando al euro se produciría una fuerte
declinación del dólar con su secuela recesiva en Estados Unidos. Irán
anunció recientemente la próxima instalación en Teherán de una
bolsa de comercio petrolero funcionando en euros y compitiendo con las
de Nueva York y Londres que operan en dólares, además la creciente
convergencia entre China, Rusia e Iran podría derivar en la
constitución de un bloque industrial-energético euroasiático que
apuntaría hacia la desdolarización de los intercambios comerciales.
Fracaso en
Irak
La guerra de
Irak aparece como el tercer detonador potencial de la crisis. Andre
Gunder Frank solía insistir en que todo el poderío norteamericano se
asienta en dos pilares: el dólar y el Pentágono (14), apoyándose
mutuamente en un juego de hegemonía global. El primero de ellos
muestra claros signos de debilidad, el segundo, luego de un despliegue
mediático inusitado como súper héroe de la llamada “guerra
contra el terrorismo”, ha quedado atrapado en el pantano irakí,
pero también en el de Afganistán (que se va irakizando
gradualmente).
La expansión de los gastos militares norteamericanos no
se desató luego del 11 de septiembre de 2001 sino antes (ver el gráfico:
“Gastos militares de Estados Unidos”), uno de sus objetivos
principales era el establecimiento del dominio de Estados Unidos sobre
los recursos energéticos mundiales pieza clave de su proyecto
imperial. El logro de esa meta le habría permitido resguardar
baluartes vitales como el de la hegemonía financiera (y del dólar
como moneda universal). Pero el desarrollo de la aventura irakí
muestra a una gran potencia alcanzando las fronteras de su “sobre
extensión estratégica”, concepto popularizado por el
historiador norteamericano Paul Kennedy para señalar como los
imperios cuando entran en decadencia se ven obligados a multiplicar
sus intervenciones militares en el mundo con el fin de sostener sus
conquistas pero también como el financiamiento de esas intervenciones
es cada vez más problemático (las guerras se convierten en
multiplicadores de deudas) al mismo tiempo que los despliegues bélicos
son crecientemente ineficaces: la solución militar se
convierte así en un catalizador de la crisis (15).
Una retirada
(derrota) de las tropas norteamericanas de Irak afectaría
directamente a su poderío económico, empujaría al dólar hacia
abajo y seguramente al precio del petróleo hacia arriba, tendría
efectos recesivos sobre Estados Unidos que se propagarían
globalmente. En consecuencia las tropas estadounidenses no se puede
retirar... aunque tampoco pueden quedarse porque sus posiciones se van
deteriorando de manera irresistible.
La crisis
energética
El cuarto
detonador es la crisis energética en curso que podría desembocar en
una estampida inflacionaria y recesiva superior a las de los años
1970. Existe una causa estructural que la provoca; el agotamiento
global de las reservas agravado por el hecho de que todas las grandes
potencias industriales, las tradicionales y las emergentes, son también
grandes importadoras de petróleo. Hacia fines de los años 90 los
pronósticos más serios señalaban que entre 2010 y 2012 llegaríamos
a la cima de la extracción (el temible “Peak Oil”), pero
se trataba de un evaluación errónea basada en la sobre estimación
de las reservas disponibles sobre todo las del Medio Oriente, Asia
Central y Rusia. De todos modos esa proximidad hubiera bastado para
que al promediar la década actual la combinación (confrontación) de
las estrategias energéticas de los países centrales, las grandes
empresas petroleras y los especuladores consiguiera hacer subir los
precios del combustible. Pero ocurre que ahora sabemos que el período
previo al Peak Oil se ha acortado, los yacimientos de la Cuenca del
Mar Caspio no son tan generosos como se suponía, muchos de los de
Medio Oriente (sobre todo de Arabia Saudita) y Rusia están siendo
sobre explotados, por consiguiente ya nada puede detener la carrera de
precios.
Existe todavía
un bloqueo global de información sobre el tema, cada suba de precios
aparece en los medios de comunicación causada por algún factor
circunstancial (Katrina, una declaración desafortunada de Bush,
alguna turbulencia política en Medio Oriente, etc.) pero la realidad
no puede ser maquillada de manera indefinida. Además las fuentes
energéticas de reemplazo no están libremente disponibles en el
corto-mediano plazo como para generar una reconversión rápida. Ello
significa que los precios del petróleo seguirán subiendo sin techo a
la vista, el fenómeno ya afecta de manera significativa a los costos
industriales de los países centrales y en algún momento causará
conjuntamente la contracción de los beneficios y del consumo... el
fantasma de la “estanflación” que muchos creían encerrado
en el baúl de los recuerdos de los años 1970 regresaría
rejuvenecido.
La burbuja
inmobiliaria
El quinto
detonador es la burbuja inmobiliaria global que según The
Economist constituye la burbuja especulativa más importante de la
historia, superior de lejos al globo bursátil de fines de los años
1990. En ese momento la suba del valor de las acciones en el conjunto
de países desarrollados durante los cinco años anteriores al
desinfle representó un 80 % de la suma de sus PBI, ahora de acuerdo a
los cálculos de esa publicación el incremento del valor de las
propiedades residenciales de esas naciones equivale a más del 100 %
de dichos PBI, haciendo comparaciones parecidas se pueda observar que
cuando estalló en Estados Unidos la crisis de 1929 la sobrevalorización
del mercado bursátil representó el 55 % del PBI norteamericano (16).
El disparador de esta ola ha sido la política de dinero barato
implementada por el gobierno de Bush como salida al estancamiento de
2001, una avalancha de créditos para la vivienda con tasas de interés
muy bajas expandió el mercado de tal manera que en 2004 el valor
total de las viviendas residenciales en Estados Unidos llegó a los 15
billones de dólares contra 7 billones siete años atrás. ¿A cuanto
asciende la burbuja en ese país?, según estimaciones conservadoras
se trataría de unos 3 billones de dólares de sobreprecios que podrían
esfumarse de un día para otro (17), si llevamos este cálculo al
nivel mundial oscilaríamos entre los 5 y 6 billones dólares, cerca
de la mitad del Producto Bruto Interno norteamericano: imaginemos que
podría llegar a ocurrir si abruptamente ese capital
“desaparece”.
Para entender
el fenómeno debemos retrotraernos a los años 1970 cuando se inició
un proceso de financierización global que en los 1990 recorrió una
sucesión de estallidos de burbujas: Japón al iniciarse la década,
Asia del Este en 1997, Rusia en 1998, Estados Unidos en el 2000, cada
desinfle fue sucedido por un globo de mayor magnitud que el anterior,
pero la sucesión está arribando ahora a una altura que hace
imposible su control.
Otras fuentes
de crisis
Aunque la
crisis no tiene porque comenzar necesariamente en Estados Unidos, en
los otros dos espacios de alto desarrollo se han ido acumulando
tensiones que podrían desencadenar turbulencias de alcance mundial.
Hablar de un escenario de crisis en Europa podría parecer demasiado
osado pero no es así, Alemania, su motor económico, se aproxima al
crecimiento cero (menos del 1 % en 2005) marcado por el ascenso de las
tensiones sociales, la desocupación, el desencanto de los habitantes
de la ex RDA (que recientemente protagonizaron una importante ola de
protestas) y el agotamiento de los beneficios de la expansión
(colonización) hacia Europa del Este. En Francia e Inglaterra la
situación no es demasiado mejor e Italia concluyó el 2005 con un
crecimiento del orden del 0 % . La ilusiones acerca de la consolidación
de la Unión Europea se han enfriado como lo demostraron las últimas
elecciones regionales. Impactos externos como la previsible
desaceleración de la economía norteamericana o la continuación del
proceso de suba del precio del petróleo pueden desatar la recesión.
No menos frágil
es la situación en Asia del Este en torno de Japón y China. Ambos
han acumulado enormes reservas (mas de 1,5 billones de dólares) y son
extremadamente sensibles tanto a los vaivenes del mercado
estadounidense como a los precios del petróleo. China esta atrapada
por su “éxito” como economía exportadora y en su interior
crecen las desigualdades sociales y la legitimidad ideológica de su
sistema de poder ha entrado en declinación, una pausa en su
crecimiento podría desatar antagonismos internos de la magnitud de su
peso demográfico. Japón ha podido preservar su estabilidad durante
los últimos quince años pese al estancamiento económico pero ello
depende mucho de variables globales ingobernables (costos energéticos,
dinamismo de las economías de su región, evolución de las
importaciones de Estados Unidos, etc.).
Si observamos
la realidad de los países subdesarrollados (emergentes o declinantes)
encontraremos seguramente numerosos factores de crisis (económicos,
políticos, sociales) con enorme potencial de propagación regional y
global. Pensemos en el área de países islámicos, franja que se
extiende desde el Océano Atlántico en el norte de África hasta el
Pacífico atravesando los estados árabes, los de Asia Central
llegando a Indonesia y que alberga a unos mil quinientos millones de
habitantes, actualmente sacudidos por la estrategia militar
expansionista de Estados Unidos. Pensemos en América Latina (no solo
en su región andina) y la Europa del Este, por ejemplo en Rusia, que
todavía puede dar algunas sorpresas. En síntesis, la facilidad que
encuentra actualmente un especialista en prospectiva para localizar
probables focos de turbulencia tal vez nos estaría indicando que por
sobre esas localizaciones (parciales) se sitúa una dinámica global
de crisis que estaría llegando a su momento de bifurcación,
de ruptura histórica.
La larga
gestación de la megacrisis
Ese
“momento” no es el resultado de una conjunción de accidentes de
la coyuntura sino la consecuencia de un largo proceso, iniciado hacia
fines de los años 1960 con una crisis de sobreproducción que se
expresó con turbulencias monetarias, tensiones consumistas y
finalmente el shock petrolero de 1973-74 y la “estanflación” que
le siguió. Allí concluyó la prosperidad generada por los parches
keynesianos de la postguerra (anticipados en Estados Unidos en los años
30), que habían conseguido revertir la decadencia económica del período
de entre guerras. Pero el remedio no restableció la salud del
capitalismo en el largo plazo como lo suponía el mito de la regulación
estatal sino que postergó sus achaques, ampliando la base de futuros
desbordes parasitarios. En realidad el neoliberalismo no debe ser
considerado como la negación de la experiencia keynesiana sino como
su consecuencia lógica, su etapa necesaria siguiente; la articulación
y el desarrollo de los pilares de la hipertrofia financiera global
(fundamento del edificio neoliberal) no hubieran sido posibles sin el
instrumental y voluntarismo intervencionista de los estados centrales.
Entre esas acciones debemos incluir a la expansión de la deudas públicas,
los gastos militares, la manipulación política de los organismos
financieros internacionales (con el fin , por ejemplo, de acentuar el
saqueo de la periferia), la multiplicación de intervenciones armadas
(primera y segunda guerra del Golfo, Kosovo, etc.), la sofisticación
de las intervenciones de los bancos centrales de los países ricos...
y también la ofensiva “desestatizante” (colonialista) en la
periferia saqueando sus infraestructuras educativas, sanitarias e
industriales. El neoliberalismo no ha sido otra cosa que la
instauración planetaria de la hegemonía financiera, es decir
“imperialista” (Bujarin definió al imperialismo como la
política del capital financiero, convergencia parasitaria en el más
alto nivel del poder burgués en el centro del capitalismo mundial).
El fenómeno comenzó hace más de un siglo, atravesó diversas etapas
y transformaciones para llegar a la situación actual, ahora el hijo
neoliberal suele burlarse de tanto en tanto de su padre keynesiano
(que a su vez se burlaba del abuelo liberal decimonónico) pero vive,
se reproduce gracias al patrimonio recibido, sobre todo sus
estructuras estatales de intervención.
Un futuro
turbulento
El dato mayor
que marca este comienzo de siglo es la declinación de Estados Unidos
acompañada por dos fenómenos que la diferencian de manera radical de
otras decadencias imperiales de la historia moderna.
En primer
lugar la globalización (comercial, financiera, productiva...)
expresada como interdependencia extrema entre las grandes potencias
económicas y más directamente de todas ellas respecto del mercado
norteamericano cuyo caída arrastrará seguramente a los demás, otra
interpretación posible es que lo que aparece como “crisis
norteamericana” (con impactos globales) es en realidad una crisis
global con múltiples focos.
Esto significa
que lo más razonable es esperar que el fin de la unipolaridad en
torno de los Estados Unidos no sea el comienzo de otra unipolaridad de
reemplazo (asiática o europea) sino mas bien de un complejo proceso
de despolarización incluyendo multipolaridades flojas, liderazgos
regionales efímeros, etc. Un anticipo de ello es la aparición de
acuerdos e integraciones regionales que tienden a crear dinámicas y
estrategias crecientemente autónomas respecto de Estados Unidos, por
ejemplo la convergencia triangular entre Irán, Rusia y China con
capacidad de atracción hacia un amplio espectro de países euroasiáticos.
La lectura de
estos procesos se ve dificultada por el peso cultural del pasado, además
las burguesías que toman distancia del Imperio norteamericano
encuentran en esta “independencia” una fuente de legitimidad que
les ayuda a controlar mejor a sus poblaciones casi siempre agredidas
por políticas económicas que acentúan la concentración de
ingresos. Por ejemplo en América Latina podemos observar a gobiernos
como los de Lula en Brasil o Kirchner en Argentina, que aplican durísimos
ajustes neoliberales, alardear de ciertas actitudes supuestamente
“antiimperialistas” (con relación a la diplomacia
estadounidense). El nuevo “progresismo” latinoamericano así como
ciertas emergencias autonomizantes euroasiáticas expresan tentativas
de reproducción de la explotación capitalista más allá de la vieja
tutela norteamericana o buscando suavizarla o acotarla gracias a pragmáticas
y cambiantes diversificaciones de alianzas y sometimientos. Mientras
tanto la superpotencia trata de sobrevivir como tal en la medida de
sus posibilidades, defiende metro a metro sus privilegios, intenta
ofensivas salvadoras (como la invasión de Irak) y acentúa sus
características más crueles.
El otro dato
asociado al descenso de Estados Unidos es que el mismo coincide con la
etapa de declinación del ciclo estatizante del capitalismo que
iniciado hace más de un siglo, cobro fuerte impulso con la Primera
Guerra Mundial, engendró los diversos fascismos, se asumió como
keynesiano hasta emprender su fase declinante bajo la bandera
neoliberal. En su última etapa ascendente (entre 1945 y 1973) llevó
al “estado burgués”a su más alto nivel de desarrollo y
hegemonía cultural posibilitando la integración “democrática”
de las clases inferiores en los países ricos y colocándose a la
vanguardia de los procesos nacionalistas periféricos (en estos últimos
la liberación del control imperialista equivalía a la instauración
del control estatal-nacional, antiimperialismo y estatismo fueron casi
sinónimos en esa época). Más aún, las tentativas de ruptura
anticapitalista a los largo del siglo XX, empezando por la Revolución
Rusa, quedaron ideológicamente prisioneras del estatismo que desde
Occidente impartía lecciones de eficacia administrativa y
racionalidad social (en ese sometimiento cultural encontraremos uno de
los factores decisivos del fracaso del “socialismo” soviético y
sus diversas variantes). La racionalidad estatal con máscara
socialista llevada a su último extremo, a la organización total de
la sociedad, se convirtió en su contrario: irracionalidad productiva,
esterilización del espíritu innovador, corruptela generalizada,
arbitrariedad del Poder.
El horizonte
de despolarización turbulenta tiende a extenderse ahogando al
conjunto de mitos de la civilización burguesa, el proceso está recién
en sus comienzos.
A diferencia
de la ola de crisis que despegó con la Primera Guerra Mundial no
aparecen ahora alternativas confiables engendradas en el centro del
mundo (conservadoras, reformistas o revolucionarias), en ese período
la racionalidad estatal (impregnada de la lógica militar) ofrecía
opciones viables tanto a los que querían salvar al capitalismo como a
los que aspiraban a enterrarlo. Por el contrario despuntan otras
racionalidades (y rebeldías) alimentadas por el propio proceso de
modernización global, de urbanización de la periferia, de expansión
explosiva de las (inter)comunicaciones. Renacimiento del pluralismo,
de formas colectivistas, solidarias desde abajo cuya complejidad
desborda estructuras y prejuicios autoritarios generando en los altos
mandos dramáticas crisis de percepción.
Crisis,
decadencias, nacimientos, renacimientos... van tapizando un siglo
sorprendente.
Notas:
(1) Stephen
Roach, “Globalisation’s First Oil Shock”, Morgan Stanley, Aug 26
2005.
(2) Stephen
Roach, “Global: The Shoestring Economy”, Morgan Stanley, Sept 09
2005
(3) “The
global housing boom. In come the waves”, The Economist, Jun 16th
2005.
(4) FMI , Worl
Economic Outlook, september 2005.
(5) Jack
Crooks, “Dollar drops: Good news and bad”, Asia Times Online, Nov
25 2004. (6) U.S. Census Bureau, Foreign Trade Division.
(7) El Balance
de cuenta corriente norteamericano integra al balance comercial, al
balance de inversiones estadounidenses en el exterior e inversiones
extranjeras en Estados Unidos y las transferencias unilaterales. (8)
Piketty T., Saez E., “Income Inequality in the United States,
1913-1998”, The Quartely Journal of Economics, Vol. CXVIII, num 1,
2003.
(9) Ello se
debe a que la rentabilidad promedio en Estados Unidos sigue siendo más
baja que el promedio mundial. (10) Jorge Beinstein, “¿Hacia la
crisis energética global?”, Mercado, septiembre 2005.
(11) Jack
Crooks, art.cit.
(12) Joseph W.
Stroupe, “ Crisis towers over de dollar”, Asia Times Online, Nov.
25 2004.
(13) ibid.
(14) Andre Gunder Frank On the internet
(http://www.rrojasdatabank.org/agfrank/agf_internet.htm).
(15) Paul
Kennedy, “Auge y caída de las grandes potencias”, Plaza James,
Barcelona, 1989.
(16) The
Economist, art. cit.
(17) William
Engdahl, “Is a USA Economic collapse due in 2005?”, Studien von
seitfragen, July 26. 2004
(http://druckversion.studien-von-zeitfragen.net/US%20Economic%20Collapse%202005.htm).
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